El Modelo de Estado de Álvaro Uribe Vélez

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Bogotá, Septiembre de 2002
Diego Pérez Guzmán
El Modelo de Estado de Álvaro Uribe Vélez
Algunas analistas plantean que el Presidente Uribe Vélez no tiene una
propuesta de modelo de Estado, que sólo tiene estrategias para “su período
de gobierno” y en consecuencia sus postulados se moverán en el marco del
tradicional “péndulo político”. Otros piensan que aunque todavía se
observen incoherencias en sus propuestas, sí está en juego un enfoque de
Estado y sociedad que contará con un claro impulso y fortalecimiento
durante el actual gobierno y que, por ende, trasciende la coyuntura del
momento. En la medida en que compartimos la segunda lectura,
esbozaremos algunos escenarios y características de dicho modelo.
Enfoque general del modelo y claves para los distintos escenarios
Desde la campaña electoral, y al momento de haber sido elegido presidente,
Álvaro Uribe Vélez entregó a la opinión pública un manifiesto de cien puntos,
denominado “los cien puntos del programa de gobierno”, que el Consejo Nacional
de Planeación ha retomado para elaborar el Plan de Desarrollo para el cuatrienio
pero que a la fecha no se conoce la versión oficial.
De entrada, es importante anotar que el unanimismo logrado en torno al liderazgo
de Uribe Vélez y especialmente frente a las tesis de recuperación del orden público
y la seguridad democrática, podría generar un ambiente autoritario en su gestión y
allanaría el camino para la imposición más que para la concertación de su modelo.
Si bien es cierto que amplios sectores de la sociedad reclamaban el fortalecimiento
y presencia del Estado, así como la recuperación del monopolio legítimo de las
armas por parte del mismo, esto no debería llevar a que la sociedad legitime y
participe en la construcción de un Estado autoritario y políticamente excluyente.
De alguna forma, los escenarios para la recuperación económica del país, la
aplicación de la seguridad democrática y la implantación de la reforma política no
son compartimentos sino mas bien parte de todo un “sistema de representación de
intereses en el cual las unidades constitutivas se organizan en un número limitado
de categorías únicas, obligatorias, organizadas de manera jerárquica y diferencias
a efectos funcionales, reconocidas, autorizadas o creadas por el estado”, según
Schmitter, 1974. En otras palabras, configuran el enfoque neo-corporativista del
Estado, consistente en la construcción y existencia de relaciones privilegiadas o
exclusivas entre un número relativamente reducido de grupos o gremios y el
Estado.
De esta manera entendemos los desfases que se observan entre algunos de los
postulados axiológicos de Uribe en los temas centrales de su política de Estado y las
fórmulas concretas de aplicación. Por ejemplo, anunciar la opción por un Estado
Comunitario cuando en realidad lo que se busca es el fortalecimiento del Estado
neoliberal, en el que la ciudadanía y sus formas de participación y organización se
supeditan a la jerarquización de los intereses de los grupos minoritarios, como ya se
señaló.
Estado Neoliberal (¿“comunitario” o neo-corporativo?)
Los analistas económicos han señalado que la economía colombiana se encuentra en
cuidados intensivos. Desde 1999 el promedio de crecimiento no ha pasado del 0.5%
anual; el ingreso actual por habitante es equivalente al que tenían los colombianos en
1992; el desempleo llega al 18% (el más alto de América Latina); dos terceras partes
de la población se encuentran en la pobreza y el 23% vive en condiciones de miseria;
las finanzas públicas muestran un saldo en rojo equivalente al 6% del producto interno
bruto y en consecuencia la deuda del sector público ha pasado del 27% en 1996 al
57% en el 2001.
A pesar de este panorama, el presidente Uribe se ha comprometido con el aumento de
la inversión social, el fortalecimiento del gasto en seguridad y la reactivación de la
economía.
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•
•
La apuesta es recuperar la confianza inversionista en Colombia, asegurando el
control del orden público y el buen manejo macroeconómico; la priorización y
especialización en sectores estratégicos claves por su importancia en el
mercado internacional, y por la capacidad del país de desarrollarlos con una
política industrial que lleve a la reconversión productiva, a la reestructuración
de firmas y al apoyo a sectores nuevos y tecnológicamente avanzados.
Inteligencia de mercados a través de una investigación y seguimiento
permanente adelantada por el Estado con las Universidades y Centro de
Investigación, con miras a detectar aquellas ramas de la producción que mayor
dinamismo muestran en el mercado nacional e internacional.
Enfoque regional y no sólo sectorial, que sea eje de un nuevo modelo de
desarrollo. Modelo en el que se aprovechen las ventajas comparativas de cada
región y que de acuerdo a sus potencialidades, sus fortalezas y debilidades se
desarrollen ventajas competitivas respetando su vocación e identidad.
Elevación sustancial de la productividad y competitividad de la economía en
términos globales y específicamente en los sectores productivos, con énfasis
en el sector industrial, manufacturero y en el sector agroindustrial. Tal
elevación supone la creación de un marco jurídico y macroeconómico estable y
favorable en que se reduzcan al mínimo posible los costos de transacción.
Ampliación y desarrollo, a todo lo largo y ancho del país, de las nuevas formas
modernas de organización productiva que ya han comenzado a establecerse,
como son los clusters y cadenas productivas, integrándolas al aparato
productivo.
2
•
En el campo del crecimiento económico, la meta es lograr una tasa de
crecimiento sostenido por encima del 5%. Para ello se debe asegurar un
desarrollo amplio de capital social, hacer un manejo tributario que no frene la
iniciativa empresarial ni distorsione el ámbito de los mercados, promover un
ritmo acelerado y permanente de ahorro privado.
En lo referente al Estado Comunitario, los puntos programáticos del gobierno aluden a:
•
El modelo de Estado se construirá a partir de “la participación comunitaria en la
definición de tareas públicas y planeación; ejecución de recursos públicos; y,
supervisión y vigilancia de la gestión estatal” (punto 5). No se trata de plantear
tan sólo un conjunto de postulados axiológicos positivistas sino que los
propósitos deberían apuntar a sentar las bases ciudadanas para planear el
bienestar para todos a largo plazo.
•
La justicia social se construirá a partir de la puesta en marcha de siete
herramientas: revolución educativa, ampliación y mejoramiento de la seguridad
social; impulso a la economía solidaria; manejo social del campo, manejo social
de los servicios públicos, desarrollo de la pequeña empresa y calidad de vida
urbana (punto 45).
•
Financiamiento de la pequeña empresa, créditos asociativos y préstamos a
través de fundaciones. Organización en cooperativas a 82 mil madres
comunitarias para atender a un millón cuatrocientos mil niños.
•
“El municipio es el primer encuentro del ciudadano con el Estado”. Si bien es
importante que en el programa de gobierno aparece el tema de la
descentralización y la opción por el fortalecimiento de las autonomías
regionales, llama la atención (incluso despista) y preocupa que se ponga en
función de las estrategias de seguridad y de los enfoques del llamado “Estado
Comunitario”. Más aún, en los primeros días del gobierno y a través de los
famosos “comités municipales de gobierno”, con la presencia y coordinación
del Presidente, lo que ha sucedido en la práctica, ha sido el desconocimiento
total de las propuestas regionales y de los planes de desarrollo municipal y
departamental, que en muchos casos han consultado las necesidades reales
de las comunidades.
Seguridad Democrática
“Política de defensa y seguridad democrática” se denomina el documento que plasma
los escenarios y estrategias del gobierno en este campo. Los objetivos planteados
son: el control del territorio por la fuerza pública allí donde el Estado lo había perdido o
nunca lo había tenido; articulación de los distintos organismos del Estado que tienen
que ver con el tema de la seguridad y el orden público; obtener la colaboración y
participación ciudadana, y la erradicación total de los cultivos ilícitos y del tráfico de
drogas. Por lo demás, estos propósitos coinciden totalmente con las ’señales’ dadas
por los Estados Unidos, veamos:
Después de la ruptura de los diálogos entre las FARC y el gobierno de Pastrana, y en
la recta final de la campaña electoral para la Presidencia, un informe sobre Colombia
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del Colegio de Guerra del Ejército de Estados Unidos, sugirió que Colombia
necesitaba un plan nacional de guerra; un liderazgo político para la guerra a través del
Presidente de la Republica; un mayor esfuerzo coordinado de todas las ramas de la
fuerza publica; un marco legal apropiado con leyes de emergencia y más fondos
económicos.
El mismo documento planteaba que el Ejército colombiano estaba solo y carecía de
los medios necesarios para derrotar a la guerrilla. Recomendaba, como única salida,
la creación de “fuerzas locales de civiles armados” que pudieran asegurar el territorio
una vez el Ejército tenga que desplazarse a nuevas zonas. “Ninguna guerra
contrainsurgente se puede ganar de otra forma”, afirmaba el documento.
Fortalecer la fuerza pública y recuperar el orden público
Sin duda alguna, esta es la prioridad para Uribe Vélez: “El Presidente será el primer
soldado de la nación, dedicado día y noche a recuperar la tranquilidad de todos los
colombianos”. Alfredo Rangel, experto en los temas de seguridad y conflicto, señala
que mostrar resultados en este frente es “una carrera contra el tiempo porque la
guerrilla estaría interesada en deteriorar de manera catastrófica la situación y
quebrantar la voluntad del gobierno de doblegar a los violentos”.
El fortalecimiento de la fuerza pública debe hacerse por lo menos en tres campos: el
presupuestal, el institucional y el aumento del pie de fuerza.
En el presupuestal, se necesita pasar del 2,5% del PIB en gastos de defensa al 4,0%,
con un impuesto de guerra a todos los ciudadanos y un esfuerzo tributario de la clase
económica y dirigente del país, además de la ayuda de Estados Unidos.
En el campo institucional, por un lado se requiere mejorar, sustantivamente, la
profesionalización del pie de fuerza en tecnología e inteligencia y mostrar resultados
contundentes. Por otro lado, Uribe busca crear unas relaciones distintas de la Fuerza
Pública con la población, que le permita legitimarse y de paso involucrar a la población
civil en las tareas de la guerra. Las campañas cívico-militares constituyen un
importante instrumento para el logro de este objetivo.
Respecto al aumento del pie de fuerza y el involucramiento de la población civil, los
puntos 38 y 39 del mencionado manifiesto programático del Presidente, así como las
medidas ya implementadas, señalan: la conformación de una red de informantes,
compuesta por un millón de ciudadanos; un contingente de 25.000 “soldados
campesinos”; formación de frentes locales de seguridad en los barrios y el comercio,
de redes de vigilantes en carreteras y campos, todos coordinados por la fuerza
pública. Existe un plan de concertación con transportadores y taxistas para vincularlos
a la seguridad de calles y carreteras. Cada carretera tendrá un coronel del ejército o
de la policía responsable de la seguridad. El lunes es el “día de la recompensa” que
pagará el gobierno a los ciudadanos que en la semana anterior hayan ayudado a la
fuerza pública a evitar un acto terrorista y a capturar al responsable.
Desde el mes de junio pasado se aplazó el licenciamiento de los contingentes de
soldados regulares, lo que le permite al ejército disponer de 10.000 soldados efectivos
adicionales que serán destinados a la protección del sector energético y vial. El
gobierno dispuso la activación de dos brigadas móviles cada año (ocho al terminar
esta administración), que tendrán en sus filas a 2.600 soldados profesionales. A la
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policía se integrarán 100.000 nuevos agentes y 10.000 carabineros que se distribuirán
en más de 200 municipios del país donde no hay presencia policial. El objetivo final es
conformar una fuerza pública de 400.000 agentes
Uribe perfila el escenario de mediano plazo al señalar en el mencionado documento
de seguridad, que el gobierno seguirá afinando las herramientas políticas, jurídicas y
técnicas necesarias para desarrollar, a partir de junio del próximo año, el (denominado
por el documento) “plan de choque 2003” consistente en una “ofensiva sistemática
contra los grupos armados ilegales y el narcotráfico”. En el marco de esas estrategias
se plantea la captura o muerte de los principales jefes guerrilleros en un término de
dos años y la destrucción total de los cultivos ilícitos en 48 meses.
Estado de conmoción y estatuto antiterrorista
El 11 de agosto, el Presidente Uribe declaró el estado de conmoción bajo el decreto
1837 del 2002 argumentado cuatro razones para ello: los ataques contra los
ciudadanos indefensos, el terrorismo contra la infraestructura de servicios públicos, la
presión contra las autoridades locales, regionales y nacionales, las violaciones a los
derechos humanos y al derecho humanitario, cometidos por los grupos armados al
margen de la ley.
En el marco del estado de conmoción, el gobierno dictó el decreto 2002 del 2002, que
constituye la columna vertebral del andamiaje jurídico para desarrollar la estrategia de
guerra. Ya en los mencionados cien puntos programáticos de gobierno, Uribe
señalaba: “Hoy, violencia política y terrorismo son idénticos” (punto 33) y,
recientemente, después de haber puesto en marcha el decreto 2002 dijo: “No se
descarta que haya que darle más facultades a la fuerza pública, facultades que se
presentarán en la reforma constitucional que estamos preparando”.
El Decreto 2002, expedido el 10 de septiembre al amparo de la conmoción interior
para el control del orden público, tiene tres ejes fundamentales. Primero, crea una
coordinación en el terreno entre la Fiscalía, la Procuraduría y los militares. Para ello
dispone que un fiscal, agentes del CTI y un agente especial del Ministerio Público
acompañen de tiempo completo a cada uno de los pelotones de las Fuerzas Militares
en las zonas de orden público.
Segundo, amplía el poder de las Fuerzas Militares para que adelanten funciones de
Policía Judicial cuando exista una "urgencia insuperable y la necesidad de proteger un
derecho fundamental en grave o inminente peligro". En esos casos extremos les
permite, con la sola autorización verbal de un fiscal o sin ninguna orden judicial,
realizar allanamientos, requisar lanchas, carros o aviones y capturar personas
sospechosas de haber cometido o de tener planes para cometer delitos.
Y como tercer eje contempla la creación de unas zonas de rehabilitación y
consolidación. En esos territorios, que son los más afectados por el conflicto armado y
serán delimitados por el Presidente, se restringirán los derechos de los ciudadanos
con el objetivo de recuperar la seguridad del lugar. Dichas medidas serán:
•
"El derecho de circulación o residencia podrá limitarse, mediante medidas
como el toque de queda, retenes militares, indicativos especiales para la
movilización, permisos especiales para el libre tránsito, circulación o
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•
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•
permanencia restringida o prohibida de personas o vehículos en horas y
lugares determinados".
"El Gobernador podrá, dentro del territorio de su jurisdicción, adoptar medidas
para exigir a personas determinadas que comuniquen con una antelación de
dos días, ante la primera autoridad civil del municipio y, en su defecto, ante el
comandante de estación o subestación de Policía de la respectiva localidad,
todo desplazamiento fuera de la misma cuando se trate de su residencia
habitual".
"El Comandante Militar (...) queda facultado para recoger, verificar, conservar y
clasificar la información acerca del lugar de residencia y de la ocupación
habitual de los residentes y de las personas que transiten o ingresen a la
misma".
"En las Zonas de Rehabilitación y Consolidación, la persona que no porte su
documento de identificación, será retenida mientras se verifica su identidad".
Este decreto contradice convenios internacionales de derechos humanos y derecho
internacional humanitario y limita derechos fundamentales de los colombianos
relacionados con el debido proceso, la presunción de inocencia, la distinción entre
combatientes y no combatientes y la no discriminación. Creemos, junto con otras
organizaciones internacionales y nacionales de derechos humanos, que las medidas
que el gobierno del presidente Uribe Vélez adopte para establecer sus políticas y
estrategias de seguridad y control del orden público, deben estar basadas en el pleno
respeto a los tratados internacionales vinculantes para Colombia.
El presidente Uribe ha expresado en varias ocasiones que la mejor política (de
Estado) en materia de derechos humanos es su política de seguridad y altos
funcionarios del gobierno se han pronunciado respecto a que población debe aceptar
la restricción de sus derechos si quiere que el Estado recupere el orden y garantice
seguridad. Muy por el contrario, creemos que una política de seguridad, realmente
democrática, se construye sobre el respecto irrestricto y la garantía plena de los
derechos humanos en su integralidad.
Las consideraciones y las medidas específicas del decreto 2002 incriminan a la
población civil como la responsable del conflicto; se la señala como abierta
colaboradora de los grupos al margen de la ley, y por tanto, es contra ella que se
dirigen las medidas. Resulta clara la intencionalidad de estigmatizar y criminalizar a la
población civil, de manera particular aquella que vive en zonas de presencia de los
grupos insurgentes. El peso riguroso de la represión se va aplicar a los que no son y
las medidas no apuntan específicamente a conjurar las causas de la perturbación.
Los órganos judiciales y de control del Estado resultan articulados como parte de la
estrategia de guerra, integrando y acompañando operaciones militares. A propósito, el
Defensor del Pueblo señaló con preocupación que "el guerrero y el juez, fundidos en
un solo cuerpo es el camino más breve que puede conducir a la disolución del Estado
de derecho".
El pasado 21 de septiembre fueron decretadas las dos primeras zonas de
consolidación y rehabilitación —Sucre y Bolívar la primera—, bajo el mando militar del
capitán de navío Luis Alejandro Parra Rivera, y Arauca —la segunda—, bajo el mando
del Brigadier General Carlos Homairo Lemus Pedraza. Estas dos zonas comprenden
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27 municipios (15 en Sucre, 9 en Bolívar y 3 en Arauca). Inmediatamente, el gobierno
dispuso para estas dos zonas, la concentración militar de seis batallones de
contraguerrilla del Ejército y de la Armada y de tres brigadas móviles con cerca de
3.600 soldados, además de los fiscales y agentes del CTI que harán parte de las
operaciones junto con los militares. De acuerdo con el decreto 2002, en estas zonas
se pueden restringir los derechos de circulación y residencia, realizar censos de la
población, prohibir la movilización de personas y vehículos, penalizar desplazamientos
no autorizados, decretar toques de queda, suspender permisos de porte de armas, y la
permanencia de extranjeros en estas zonas estará sujeta a permisos especiales
Paramilitarismo
Respecto del paramilitarismo Uribe Vélez ha sintonizado con las declaraciones del
subsecretario de Estado de Estados Unidos para el Hemisferio Occidental, Otto Reich,
quien señaló que Colombia debe negociar también con los grupos paramilitares y que
estos se deben tomar en cuenta en un eventual proceso de paz.
Puede colegirse, fácilmente, que en el modelo del actual gobierno el paramilitarismo
cumple un papel de trascendencia. Para ello, Estado y paramilitares se han propuesto
concertar los escenarios para la legitimación y, en cierto sentido, para lo que Alfredo
Rangel denomina la “desarticulación gradual” en condiciones de favorabilidad jurídica,
política y social.
En reciente cumbre de comandantes paramilitares, acordaron, según declaraciones
públicas de Carlos Castaño “manifestarle al gobierno, a través de monseñor Giraldo, la
disposición de acatar el ofrecimiento que nos hizo en días pasados de iniciar un
proceso de diálogos con la mediación de la Iglesia y del Alto Comisionado para la
Paz... que conduzcan a una desmovilización de las AUC en la medida en que las
fuerzas armadas reemplacen nuestra función en las diferentes regiones del país
donde ejercemos presencia política, militar y social”.
La estrategia de seguridad ya reseñada, facilita un cierto giro en el estatus de los
paramilitares: ahora actuarán como miembros de la red de informantes, recibirán las
recompensas, se mimetizarán en los proyectos de retornos o reasentamientos como
“población desplazada”, se incorporarán al contingente de “soldados campesinos”,
“policías carabineros”, jugarán un importante papel en las zonas de “rehabilitación y
consolidación”... hasta que finalmente queden incorporados en la nueva fuerza pública
del Estado y en el esquema de defensa y seguridad.
A pesar de lo anterior, no se niega que en estos momentos reina una cierta
incertidumbre frente al tema, especialmente por el pedido de extradición que Estados
Unidos ha hecho sobre Carlos Castaño acusado de narcotráfico y terrorismo.
Plan Colombia, política antidroga y guerra
Un componente importante de la política del actual gobierno y de la agenda
multilateral con Estados Unidos es la lucha contra las drogas. Uribe mismo se ha
propuesto entregar al final de su mandato “un país sin drogas”. Para ello es importante
“mejorar el Plan Colombia y extenderlo a otras zonas del país”.
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Desde julio del 2000, cuando Clinton firmó la ley que multiplicó por cuatro veces la
ayuda norteamericana a Colombia, hasta el pasado 11 de octubre cuando Bush
determinó que esa ayuda, además de usarse contra las drogas podía emplearse para
la guerra, se han aprobado 1.519,6 millones de dólares (sin contar lo prometido para el
2003).
Sólo el 20% de las familias vinculadas a cultivos de uso ilícito ha sido cubierto con los
proyectos de “desarrollo alternativo”, todos evaluados como fracasados.
El 21 de septiembre, en Nueva York, Uribe se comprometió con la meta de
erradicación de 150.000 hectáreas y dijo que la fumigación y erradicación no tiene
reversa y se extenderá a otras regiones del país. En el 2000 se fumigaron en el país
58.000 hectáreas, en el 2001 la cifra récord de 84.000 hectáreas y 70.000 en lo que va
del 2002. Dichas fumigaciones afectaron aproximadamente a 36.000 familias
cocaleras, la mayoría de las cuales se vieron forzadas al desplazamiento.
Además de la fumigación, el gobierno desarrollará una ofensiva en la interdicción
aérea y marítima. El tema de la interdicción aérea sigue siendo de interés para el
gobierno de Colombia en momentos que la solicitud para la Iniciativa Regional Andina,
IRA, del Presidente Bush, es de US$ 731 millones para el 2003 para Perú, Colombia,
Bolivia, Ecuador, Panamá, Venezuela y Brasil. Por su parte, el Comité de
Apropiaciones del Congreso aprobó US$ 500 millones para fumigación, para el
soporte de la Brigada XVIII (Arauca) y para la creación de una segunda brigada
antinarcóticos. Mientras tanto, Estados Unidos tiene 170 asesores militares y 228
civiles en Colombia. En cuanto al acuerdo de preferencias arancelarias ATPA, Perú,
Colombia y Bolivia pasaron las pruebas de elegibilidad para beneficiarse del
mecanismo, pero no así Ecuador. Mientras tanto, la UE solicitó a Colombia suspender
las acciones de fumigación que afecten proyectos financiados por la comunidad
europea, mientras crecen las dudas por los US$ 330 millones ofrecidos para el Plan
Colombia.
Política de paz y negociación
En lo referente al tema de la paz y la negociación, las directrices de gobierno parecen
ir en estos sentidos:
Dejar en manos de las Naciones Unidas los aspectos centrales referidos a los posibles
acercamientos y conversaciones con los grupos alzados en armas para la solución
política del conflicto, especialmente con las FARC. Como ha conocido la opinión
pública, en este tema hay poca claridad desde el gobierno, pues el Gobierno de Uribe
tiende a confundir las funciones y el papel de la ONU. En un comienzo se le planteó
un papel de mediador, posteriormente se aceptó que el papel sería de “buenos
oficios”, luego el Presidente pide que ese organismo avale un contingente de “cascos
azules a la colombiana”.
El argumento planteado es que un conflicto de la magnitud del nuestro necesita
soluciones atípicas, por eso la solicitud de que las Naciones Unidas avalen a soldados
colombianos como “cascos azules” para disuadir a los agresores.
De las opiniones expresadas por el gobierno pareciera que la paz es considerada
como un problema de orden público; entendida así puede generar prepotencia y
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autismo en el gobernante y exclusión y desconocimiento de la capacidad de los
gobernados; la paz es ante todo el empeño colectivo por realizar el ideal de la vida
social, es un bien público por excelencia.
Así lo indica también la referencia del Presidente al posible papel de los países amigos
en un proceso de paz: “toda nación que nos quiera ayudar a conseguir la paz debe
hacerlo por conducto del gobierno de Colombia, que ninguna sea protectorado de
nuestros delincuentes”. “Ninguna presión nos hará renunciar al derecho de los
colombianos a recuperar la paz y la tranquilidad” (puntos 92-95)
En términos generales, el Gobierno mantiene la premisa de que se podrán reanudar
conversaciones con la guerrilla, bajo la condición de que la guerrilla declare un cese
el fuego y termine con las acciones terroristas (ataques contra la población, secuestro
y extorsión). Las FARC, por su parte, mantienen su renuencia a aceptar una
mediación internacional y tampoco aceptan la condición previa de tregua para poder
conversar. Su idea sigue siendo negociar en medio del conflicto y con la exigencia de
una zona geográfica de distensión como lo anunciaron recientemente al pedir la
desmilitarización de los departamentos de Putumayo y Caquetá, así como la no
calificación de terroristas y una clara política gubernamental para erradicar el
paramilitarismo, como condiciones para retomar cualquier acercamiento con el nuevo
gobierno.
Respecto del ELN el gobierno ha decidido continuar el diálogo con un bajo perfil y
teniendo como escenario para los encuentros y reuniones a Cuba.
El tema que tendrá mayor relevancia en el mediano plazo es el que tiene que ver con
el “canje” de prisioneros y los acuerdos humanitarios. Cada vez hay mayor presión,
nacional e internacional, para que el gobierno busque una salida al problema de los
secuestrados. Todo parece indicar que el presidente Uribe tendrá que adoptar una
política más flexible en este campo y llegar a algún tipo de acuerdo con la guerrilla.
Las organizaciones sociales y democráticas de la sociedad civil han presentado,
recientemente, una propuesta al Gobierno y a las FARC, orientada a lograr un acuerdo
especial o un pacto humanitario de liberación simultánea de personas retenidas por
las FARC y de presos políticos de esa organización insurgente. Un acuerdo en tal
sentido podría abrir la puerta para pensar en un acuerdo global sobre derechos
humanos y derecho humanitario. Los familiares de los secuestrados realizaron en el
mes de noviembre del 2002, un encuentro nacional en el que demandaron de las
partes un acuerdo humanitario para la liberación de los retenidos.
Reforma Política
El gobierno ha reducido el debate de la reforma política al asunto del “referendo contra
la corrupción y la politiquería”.
Como lo señaló Antonio Caballero, en su columna de opinión de la revista Semana del
20 de octubre del 2002: “el recurso directo al pueblo a través del referendo o del
plebiscito ha sido siempre un instrumento predilecto de quienes aspiran al poder
dictatorial. El referendo es una trampa en la medida en que propone votar por algo que
todos estamos de acuerdo: ¿quién no está contra la corrupción y la politiquería? El
referendo, en su conjunto, no es benéfico para el país, pero sí lo es para Álvaro Uribe
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cuyo poder refuerza al eliminar las trabas e intermediarios, equilibrios y
contrapoderes”.
Reducción del tamaño del Estado, austeridad y reducción de burocracia desde la
Presidencia, Congreso, Embajadas y Consulados
Fomentar los controles ciudadanos sobre lo público. En la propuesta programática se
plantea el fortalecimiento de los mecanismos y espacios para que los ciudadanos
ejerzan el control directo sobre las actuaciones de los funcionarios públicos. Sin
embargo, este presupuesto resulta contradictorio cuando el Presidente expone su
propuesta de reducción del Estado, en el que las entidades más cercanas a los
ciudadanos, como las Personerías, serían eliminadas. Se propone que las entidades
de control estén supeditadas al Ejecutivo y se plantea la reestructuración de la
Contraloría por una Contraloría Nacional Técnica para dar cabida a auditorias externas
(privadas).
Lo que la reforma política implica no es, principalmente, el tamaño del Congreso o
reformas al sistema electoral. Se trata de redefinir las reglas de juego de la relación
entre el Estado y los ciudadanos; los cambios en la cultura política y en el sistema de
partidos; el restablecimiento de la institucionalidad en la toma de decisiones y el
equilibrio de poderes entre las ramas del poder público; el ordenamiento territorial,
entendido como el espacio donde adquiere sentido la participación y se potencia el
cambio político.
En todo caso, la reforma política que se propone no toca los temas de fondo que en
síntesis tienen que ver con la representación política, esto quiere decir que los
representantes sean portadores de las racionalidades de sus representados y que se
generen ámbitos donde la ciudadanía pueda exigirle cuentas a sus representantes
(rendición de cuentas: control social). Las reformas deben establecer estos ámbitos de
representación y estructurar espacios sociales, políticos, culturales, intermedios a los
partidos, donde se puedan desarrollar propuestas colectivas públicas y donde el
ciudadano, responsable de lo público, tenga dónde expresarse y participar. Pueden
establecerse reformas políticas que garanticen la gobernabilidad (como sucedió con la
constituyente de 1991) pero sin garantizar el control social.
Las Guerrillas
Desde la ruptura de los diálogos entre las FARC y el Gobierno de Pastrana (21 de
febrero del 2002), las FARC definieron tres estrategias. La primera consiste en un
“repliegue táctico” en lo militar, que parte del principio de “desgaste militar” del
enemigo, es decir responder pero no confrontar directamente a las fuerzas militares y
esperar a que la “euforia gubernamental” por el uso de nuevos aparatos militares, los
bombardeos, ametrallamientos y operaciones de despliegue rápido se agoten en sí
mismas, mientras ellos canalizan sus fuerzas hacia la guerra en las ciudades, grandes
e intermedias, a través de acciones terroristas y del traslado gradual del conflicto del
campo a la ciudad.
Su segunda estrategia de guerra esta dirigida contra la economía: afectar la
infraestructura energética del país, torres de energía, oleoductos, puentes, apuntando
al deterioro de la economía como “condición objetiva” para el ablandamiento de los
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gremios económicos y del gobierno por un lado, y la generación de un levantamiento
popular por el otro.
Y finalmente una estrategia contra la clase política o la “oligarquía” como lo señalaron
en su momento, a través de los secuestros (como el de Ingrid Betancur, el senador
Gechem Turbay, el Gobernador de Antioquia y su Consejero de Paz y varios
parlamentarios más, hoy en su poder) para presionar un canje por sus militantes
presos en las cárceles del país.
Las anteriores estrategias, muestran que el escenario del conflicto involucra aspectos
más complejos de solucionar que las meras consideraciones militares de la propia
guerra; que en los cálculos de las FARC la guerra no va ser de corto plazo y que,
efectivamente, el fin de su lucha es llegar al poder, por lo cual no les preocupa ahora
la imagen que presenten las primeras paginas de los periódicos. En estos momentos
no creen en la política, creen en lo militar. Como bien lo ha expresado Pierre Ghilodes
“para las FARC, la paz no es su fin, ellos no están en guerra para restablecer la paz
de Colombia, ellos están en guerra para hacer otra Colombia... ese es el error de la
actual administración: Venia a negociar la paz y ellos venían a negociar las reformas y
transformaciones profundas del país. Hubo dos lenguajes paralelos que nunca se
encontraron”.
Esto ha sido ratificado por Raúl Reyes en la más reciente entrevista con la periodista
Cecilia Orozco, publicada en el libro “Y ahora qué?, el futuro de la guerra y de la paz
en Colombia”. En ella, el comandante guerrillero ratifica que las FARC continúan en su
lucha por el poder político nacional y el cumplimiento de los puntos ya señalados para
un eventual escenario de conversaciones con el gobierno de Uribe Vélez.
Una guerra (civil?) como la actual, a diferencia de la guerra convencional, adquiere un
carácter “triangular”, pues involucra no sólo a dos o más actores, sino también a los
civiles. El apoyo de la población (civil) llega a ser un componente sustancial del
conflicto. Y en la medida en que la guerra se va intensificando en una región u otra,
hasta llegar a convertirse en la “principal actividad de la región”, las opciones que la
gente puede tener van desde la supervivencia individual, los cambios de lealtad, y la
colaboración con el actor dominante. Varias experiencias de guerras civiles indican
que en la primera fase de ésta, los actores actúan con extrema crudeza contra su
propia población por la imposición de la hegemonía a fin de que la población no tenga
otra opción distinta a la de colaborar con el actor dominante. Es lo que han hecho
ejército y paramilitares en Córdoba, Uraba, Chocó, Magdalena Medio, Cesar, Arauca,
Bolívar, Catatumbo... o la guerrilla en Putumayo, Cauca, Atrato.
Las Organizaciones sociales y democráticas de la Sociedad Civil
Hay una debilidad de la sociedad civil para presionar una estrategia global de
negociación política del conflicto, de acuerdos humanitarios y de concertación del
modelo de Estado y de Sociedad que se pretende construir. Esa debilidad de los
procesos organizativos de la sociedad, se refuerza con una opinión pública muy
maleable y, por el momento, entusiasmada con la propuesta de Uribe de seguridad
democrática.
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Existen importantes experiencias de resistencia civil. Sin embargo, debemos señalar
que son aquellas comunidades o sectores sociales con mayor trayectoria de
organización los que han jalonado las iniciativas de resistencia.
Para los sectores democráticos de la sociedad civil es importante posicionar el
enfoque societal de la paz, donde la preeminencia es de la sociedad civil y donde el
Estado cumple el papel de facilitador - este enfoque debe desarrollarse en cuatro
escenarios:
-
De construcción de un consenso básico para una política pública
nacional de paz.
De planeación del desarrollo con equidad en el corto, mediano y largo
plazo.
De concertación de políticas para el empoderamiento y la participación
de la sociedad en todos los ámbitos y niveles de la vida del país.
De la concertación de la diplomacia y la acción internacional.
La paz ha de ser, en las actuales circunstancias del país, la gran política pública
articuladora e incluyente que oriente el encuentro y la convergencia Societal y Estatal
en función de construir un nuevo país.
Por otro lado, la sociedad civil debe fortalecer el enfoque de movilización nacional, las
dinámicas generadoras básicas de la paz se encuentran en las comunidades y en los
territorios, laboratorios de paz que han surgido en varios lugares del país.
En ésta perspectiva resulta significativa la movilización impulsada por los sectores
agrarios y campesinos del país el pasado 16 de septiembre del 2002, el paro nacional
convocado para el 30 de octubre, el encuentro nacional de familiares de los
secuestrados para el mes de noviembre y distintas movilizaciones regionales
programadas para el mes de noviembre, como la cumbre del Sur, entre otras.
El próximo año será agitado en el tema social en la medida en que es un período de
negociaciones colectivas y de movilización de los trabajadores por sus
reivindicaciones y derechos.
La sociedad civil necesita avanzar en un enfoque de inclusión y convergencia en sus
acciones: los diálogos se asumen como una pieza importante de la construcción de la
paz pero no como el único y absorbente de la acción institucional y societal
encaminada a su logro. El tránsito de una estrategia simple a una compleja permitirá
ubicar la interlocución con el estado y con los grupos insurgentes en el punto, en el
momento y con el peso adecuado.
En este sentido, las preguntas que deberían hacerse las organizaciones sociales y
democráticas son: Cómo llenar de contenidos sociales, políticos y culturales esas
acciones colectivas (esporádicas, reactivas, en un primer momento); cómo generar
consensos sobre plataformas básicas, comunes, sectoriales e irlas articulando,
procesualmente, a plataformas más amplias, nacionales e internacionales; Cómo
fortalecer espacios organizativos nuevos (es decir que no estén apegados a las
formas típicas, aparatistas) que funcionen con agilidad; Cómo generar amplias
movilizaciones sociales, acompañadas de proceso pedagógicos para ganar en cultura
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política; Cómo cualificar un núcleo básico, representativo, de líderes, hombres y
mujeres, con capacidad de interlocutor, de consensuar, de negociar y de incidir.
La sociedad civil debe colocar algunos temas urgentes en la agenda:
La defensa y protección de los derechos humanos. Consideramos que en situaciones
criticas como la actual es importante que la sociedad se movilice en torno a la defensa
de los principios democráticos y de los derechos humanos y garantías ciudadanas.
Una tarea urgente es hacer un seguimiento y monitoreo estricto a los efectos para los
derechos humanos de las medidas de conmoción.
Hay una gran masa de población que resultará mucho más afectada de lo que está
hasta ahora: los trabajadores que van a ser afectados por la privatización de
empresas, los funcionarios públicos despedidos por los recortes, jóvenes sin
posibilidades de acceso a la educación, poblaciones desplazadas, mujeres, sectores
afro-colombiano, campesinos e indígenas, etc.
Los acuerdos humanitarios. Impulsar la propuesta de acuerdo humanitario que varias
organizaciones sociales han presentado recientemente, puede constituirse en un
elemento articulador y en el escenario para abrir las puertas a futuros diálogos
regionales y a acuerdos especiales que protejan los derechos humanos y los derechos
de la población civil no combatiente, y podría generar un clima propicio para instalar
de nuevo las conversaciones entre el gobierno y la insurgencia.
Escenarios para la Comunidad Internacional – Algunos Retos
Mediación internacional para la paz (Europa) y apoyo para la guerra (Estados
Unidos)
Antes de su posesión (20 de junio) Uribe tuvo una entrevista con Kofhi Anan para
hablar del tema de la mediación internacional de Naciones Unidas. Si bien es
necesario abonarle a Uribe haber tomado la delantera en este campo, aún rondan
muchas preguntas sobre la precisión del tipo de servicio solicitado a la ONU; el peso
que pueda tener ésta en el papel que vaya a desempeñar toda vez que su actual bajo
perfil y las imposiciones de Estados Unidos sobre este Foro son inobjetables y, lo más
importante aún, si se contará o no con el consentimiento de la guerrilla, ya que por sus
recientes pronunciamientos se podría concluir que las FARC ni comparten ni les
interesa (por ahora) el solicitado servicio.
Mientras tanto, la agenda bilateral con estados Unidos se fortalece; desde la
Embajadora de ese país en Colombia, hasta el asesor político del departamento de
Estado, Chicola y el subsecretario para el hemisferio occidental, Otto Reich, han
visitado al nuevo presidente para expresar su respaldo a las propuestas de gobierno y
reafirmar el apoyo de Estados Unidos. En correspondencia, Uribe ratificó al anterior
Embajador Colombiano en Washington por el excelente manejo de las relaciones.
En la primera cita de Uribe con Bush (18 de junio), se solicitó aumentar el apoyo al
Plan Colombia y la ayuda militar en su conjunto, levantando los condicionamientos en
materia de derechos humanos y de orientación en el destino de lucha contra las
drogas.
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Los países vecinos deben compartir un mismo esquema de seguridad hemisférica. En
tal sentido, Uribe ha enviado mensajes para sondear la posibilidad de conformar
brigadas y operaciones militares combinadas entre las fuerzas armadas de diferentes
países del área que se orienten a combatir el terrorismo y a perseguir el crimen
organizado. Un refuerzo a esta estrategia fue la decisión de la OEA de firmar la
convención interamericana contra el terrorismo, por la cual las naciones miembros (de
la OEA) se comprometieron a intensificar su cooperación de información, inteligencia y
hacer más estrictos los controles fronterizos, confiscar fondos y otros bienes de grupos
identificados como terroristas. A diferencia del Estatuto de la Corte Penal
Internacional, esta convención sí fue firmada de inmediato por el secretario de Estado
de Estados Unidos, Colin Powell.
La ONU debe tener en cuenta, en el marco de los servicios que pueda prestar a un
eventual proceso de negociación, la existencia en Colombia de importantes sectores
de la sociedad civil que han venido trabajando por la solución política negociada y la
construcción de la paz, y que también se les debe tomar en cuenta como
interlocutores para el diseño y desarrollo de dicho proceso.
La defensa de los derechos humanos, en primer plano
El tipo de servicio que la ONU preste en ese sentido, debe guardar coherencia con el
mandato y perfil de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos.
Como lo hemos visto, las primeras medidas adoptadas por el gobierno para
restablecer el orden público constituyen restricciones de libertades civiles y derechos
fundamentales de los ciudadanos.
La Comunidad Internacional debe ser muy vigilante con el Estado colombiano para
exigir su compromiso con los instrumentos internacionales de protección de los
derechos humanos, amén de las medidas que deba tomar para restablecer el orden.
Por su parte, las ONG deben diseñar mecanismos de monitoreo, investigación,
denuncia de estas situaciones, además de implementar acciones para señalar la
inconstitucionalidad de estas medidas y decretos; movilizar a la población por la
exigencia del respeto a las garantías individuales y colectivas, y desarrollar estrategias
de protección de organizaciones sociales, ONG, líderes y defensores de derechos
humanos.
Ante un escenario futuro de demandas de protección y defensa de derechos y
garantías ciudadanas, es necesario fortalecer y ampliar las redes de protección,
apoyar decididamente a las ONG, a las nuevas organizaciones defensoras de
derechos humanos que están surgiendo, a los comités de derechos humanos
sectoriales y regionales, e impulsar acciones colectivas y de movilización para la
protección de derechos.
Espacio para la acción humanitaria
La crisis humanitaria que vive el país requiere una amplia movilización de la
comunidad internacional para: exigir al gobierno nacional que facilite las garantías y
condiciones que permitan a los agentes humanitarios, nacionales e internacionales,
prestar la ayuda humanitaria y, a los grupos armados, exigir el respeto al libre ejercicio
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de la acción humanitaria y de atención a las poblaciones en situación de riesgo o
afectadas directamente por el conflicto.
Es necesario el acompañamiento, a través de misiones humanitarias, a las
poblaciones que se encuentran en las zonas de conflicto y a los desplazados. Estas
misiones humanitarias deben ir más allá de la visita in situ y su respectivo informe, y
desarrollar estrategias de seguimiento y acompañamiento a las poblaciones y
demandar respuestas concretas del Estado colombiano.
Dada la tendencia del conflicto es importante apoyar y acompañar la iniciativa de
diálogos regionales, de carácter humanitario, como un mecanismo de distensión del
conflicto armado y de protección a la población civil. Esta perspectiva de los diálogos
regionales humanitarios podría ser considerada por la ONU en el marco de su función
de “buenos oficios” y como pasos previos en el objetivo de recuperar las confianzas
entre los actores para eventuales conversaciones de carácter nacional. Podrían
conformarse un tipo de comisiones mixtas (con delegados internacionales, de ONG
nacionales y del Estado), de alto nivel político para trabajar en experiencias de
diálogos regionales, de carácter humanitario.
Es el momento oportuno para promocionar y concretar la Carta Humanitaria impulsada
por varias agencias de cooperación internacional y, en ese marco, desarrollar
acuerdos humanitarios específicos a favor de poblaciones y regiones con mayor nivel
de conflictividad, y por la libertad de las personas retenidas y secuestradas por la
guerrilla.
Es importante que la comunidad internacional realice un debate y pronunciamiento
frente a los controles que la ley de cooperación y el documento CONPES para la
cooperación internacional plantean, ya que además del control sobre los recursos y las
agencias, se tiende a generar una estigmatización de aquellos modelos de
cooperación que no compaginan con las concepciones del gobierno, y a dar prioridad
a un modelo de cooperación bilateral que compromete la autonomía y actitud crítica
que la cooperación debe guardar como principio frente al gobierno presente y los
futuros.
Acompañamiento a las iniciativas de resistencia civil y a los procesos
organizativos locales
Las posibilidades de mantener un nivel básico de tejido social ante la avalancha desestructurante de la sociedad, pasa por la urgencia de implementar mecanismos de
fortalecimiento y protección de las experiencias de resistencia civil y de organización
social de los distintos sectores populares y de los territorios.
Estas iniciativas deben acompañarse, además de con estrategias de protección
colectiva, de programas de seguridad alimentaria, capacitación en derechos humanos
y DIH, fortalecimiento organizativo y capacidad de negociación e interlocución.
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Consejería en Proyectos (PCS) es un consorcio internacional de agencias europeas y
canadienses de cooperación creado en 1979 y conformado por el Consejo Danés para
los Refugiados (DRC), el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), la Ayuda de las
Iglesias Evangélicas de Suiza (HEKS), Acción Conjunta de las Iglesias de Holanda –
ACT/NL y la agencia canadiense Inter Pares (IP).
PCS trabaja con contrapartes locales y con organizaciones de base y de las Iglesias; así
mismo, con la participación de la población afectada por los conflictos, y de sus
organizaciones y movimientos sociales.
El trabajo se ha asumido en tres direcciones: asistencia humanitaria y protección a las
poblaciones afectadas por los conflictos internos; desarrollo y fortalecimiento de las
capacidades de las personas, las ONG locales, las instancias de las iglesias y las
organizaciones populares orientadas al logro de soluciones duraderas a los problemas
inherentes a los procesos de resolución del conflicto; incidencia en las políticas
nacionales e internacionales concernientes al tratamiento de las poblaciones afectadas
por los conflictos.
En Colombia, PCS trabaja en las siguientes sub-regiones: Uraba-Atrato (Bajo Atrato,
Uraba Antioqueño, Medio Atrato), Nororiente (Catatumbo y Magdalena Medio), Bogota y
fronteras (con Venezuela, Ecuador y Panamá).
Teléfonos (571) 2884377 – 2885794 ● Fax 2852035 ● Calle 33 # 6-94, Piso 12 ● Bogotá, DC – Colombia ● http://www.pcslatin.org
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