EL DISGUSTO DE LOS GUSTOS Dedicado con cariño, admiración y respeto a mi amigo CRIVAS. “Por el gusto, se compran los calambombos” (Antiguo refrán) ¡Esto no me gusta! ¡Aquello es placentero! ¡Esto me disgusta!... Vivimos entre dos posiciones opuestas e impuestas por otras personas, instituciones o cosas. Nos movemos de aquí para allá diciendo, pensando, aceptando o rechazando desde nuestro sentir. “¡No quiero ir a la fiesta porque allí estará tal persona!”, “Esa comida no me gusta”, “Tal ciudad me parece muy fea”. Todos estos juicios de valor que solemos hacer nos impiden ver la realidad y conocer el verdadero valor de todos aquellos elementos que negamos. Negar y enjuiciar es la manera más directa de perder. En lugar de enriquecernos con el otro, le huimos; nos combatimos en lugar de asociarnos, decía un gran pensador. ¡Cuántas cosas nos perdemos de conocer por prestar atención a aquello que “me gusta” o “no me gusta”. Únicamente los seres humanos nos movemos entre dos extremos que nos impiden conocer y degustar la exquisitez del camino medio. Valoramos y ponderamos todo en relación con lo que dictan nuestros, aun inexactos, cinco sentidos y nos convencemos que las cuatro paredes de nuestra casa, su techo y su piso, encierran toda la vida, toda la verdad y toda la realidad. De repente un día un fuerte temporal derriba una de las paredes o eleva por los aires el techo de nuestra habitación, dejando al descubierto un mundo que ignorábamos o pretendíamos ignorar. Nuestro “gusto” se parece mucho a estas cuatro paredes, piso y techo que nos aprisionaban. Rechazamos una invitación a cenar porque la comida que sirven allí no nos gusta, o porque pretendemos comer algo diferente. Conocemos una persona extranjera y nos hacemos una idea general del país de procedencia, pasando inmediatamente a juzgarlo como inadecuado, desagradable o peligroso, mientras que en otros casos, desafortunadamente los menos, nos damos a la tarea de apresurar nuestro deseo de conocimiento y apreciación por una cultura, una comida o una persona diferentes. Es allí cuando nos damos cuenta que las cuatro paredes nos estaban engañando y, más aun, que éramos felices en medio del engaño, suponiendo y convenciéndonos que el mundo realmente termina en Finisterre, y no porque la Iglesia Católica lo hubiera dicho, sino porque tenemos una pavura irracional a lo desconocido. Y no es que seamos exacta y directamente culpables de este comportamiento, pues ya desde niños nos han dado como desayuno la cultura del “NO” (no se suba, no se ensucie, no hable con la boca llena, no diga mentiras…), como almuerzo la incapacidad manifiesta de competir con éxito, cuando no la exagerada demostración de impetuosidad y competitividad que nos debe llevar al éxito económico, a ultranza del personal, familiar o espiritual y, para finalizar, como cena hemos recibido el terror absurdo a la oscuridad, a lo desconocido, a la muerte y a la vida. No es de extrañar, entonces, que muchas generaciones sigan parámetros de comportamiento condenados al fracaso, a la miseria y al dolor. En estas circunstancias es cuando “el gusto”, como un héroe salvador, debe alzarse frente a nosotros pero no para eliminar posibilidades de expresión, sino para abrir puertas, derribar muros y elevar techos que aprisionan al verdadero ser humano, aquel que se esconde bajo la protección y el encarcelamiento que supone el cuerpo físico. El gusto, por tanto, debe llevarnos a ampliar nuestros horizontes, debe desafiarnos a probar nuevas comidas, a nadar nuevos ríos; a penetrar en el sentido profundo de cada baile, danza y ritual que sublimen el alma humana. Sentarnos para degustar una tradicional danza japonesa Kyomai, tratar de comprender el significado de sus muchos colores, atrevernos a desenmarañar la compleja madeja que tejen las manos y cuerpos de las exquisitas bailarinas y proponerse anticipar lo profundo de sus gestos y sus miradas, esto sí que supone una entrada portentosa a la comprensión del complejo y maravillosos universo del cual hacemos parte y del que poco o nada sabemos, aun cuando nos hagamos llamar profesores, maestros, gerentes, administradores, ingenieros, padres o, simplemente, los seres más avanzados del universo. Pero claro, es más cómodo, más sencillo y más seguro quedarnos sentados entre nuestras cuatro paredes mirando hacia la ventana que hemos sellado con maderas para evitar que la luz que entra nos traiga nuevas sombras y destellos del mundo que brilla, se mueve y crece allá afuera. Y podemos justificar desde muchas dimensiones nuestra condición de connivencia con razones perfectamente válidas para el mundo entero y sobre todo para nosotros mismos. Podemos continuar así por el resto de nuestra vida e incluso por vidas posteriores aun cuando esto nos exija una lucha más extenuante y prolija que la que supone el derribe intencionado de los muros que nos separan de la única y verdadera realidad. Aquella danza tradicional japonesa, una fiesta popular en Bangladesh o una celebración matrimonial en Nepal al son de un Folk Lok Geet no son en esencia tan distintas de una linda cumbia colombiana, y no obstante cada una tiene sus significados tan profundos como ocultos al profano, detalles que solo se aclaran ante los ojos atentos de quien ha merecido el triunfo en batalla. Nada es casual en este universo, nada sucede sin un motivo y una causa previamente establecidos, es cuestión de “estar atentos”, de saber dónde mirar y cuando observar. Al final, es cuestión de estar vivos. ¿Algún día recordaremos lo que significa estar vivos?... Desde Santiago de Chile hasta La península del Labrador, desde Honolulu hasta Algeciras, tenemos cientos de miles de maravillas sucediendo a cada instante, multiplicidad de colores y formas por descubrir, un sinnúmero de lugares y gentes que nos invitan a hacer parte de su mundo personal para poder entrar en el mundo universal, pero nuestro gusto nos cierra estas oportunidades. Tenemos que “mover” ese gusto, transformarlo en una herramienta de evolución que nos permita acceder al Universo. No se trata de eliminarlo. Un ser evolucionado no es un tempano de hielo que nada siente, es un mar de compasión y de luz que todo abarca. El gusto, como todos los sentidos, se debe ir refinando. Así pues, de un momento en que solo aceptamos aquello que está acorde con nuestro sentir, nuestras expectativas y deseos, en donde solo nos agrada aquello que nos hace “sentir” bien, sin importar el “grado de validez” de “eso” en sí mismo, pasamos a un momento en que podemos aceptar “otras” cosas, personas y circunstancias aun cuando estas no estén totalmente en armonía con lo que nos hace sentir bien o nos da placer. Con un poco de esfuerzo y dedicación podemos experimentar y aceptar todo como dentro del Todo mayor, aun cuando al comienzo no podamos disfrutarlo en plenitud. De este modo nos habremos hecho un poco más sensibles al Universo y su compleja manifestación aun cuando no lo comprendamos en su totalidad. Siguiendo esta línea de acción, llegaremos un día a entender en gran medida todas las manifestaciones universales y las que no comprendemos las podremos intuir, con lo cual se termina la lucha encarnizada entre lo que nos gusta y causa sensación de placer, alegría y bienestar y lo que nos disgusta y nos causa dolor y sufrimiento. En ese momento seremos parte consciente del Universo manifestado y como seres superiores podremos aceptar, disfrutar, compartir, sentir, comprender y vivir al Universo como un todo formado de las múltiples expresiones que de él recibimos. Habremos llegado al siguiente escalón en el continuo desarrollo, siendo conscientes o intuyendo que nos faltan muchos más por ascender, pero ahora seremos caminantes conscientes, y eso hace la diferencia… ¡y con mucho! La ignorancia va quedando poco a poco atrás, lejana y perdida en la noche de los tiempos. Ahora es cuando. Ahora es el momento de actuar, de dejar nacionalismos y regionalismos que se han vuelto obsoletos y perniciosos; ahora es la hora de escuchar otra música, cantar otras canciones, asistir a más conciertos, escuchar a más personas; comprender que el bueno y el perverso son dueños, por igual, del universo. Bañarse en más ríos, contemplar más atardeceres, comer más helado (y probar todos los sabores), abrigarse menos en invierno y tomar más el sol en verano; ayudar a mas animales, sembrar y cuidar más árboles; bailar y “hacer el oso” cada vez que la oportunidad se presente, disfrutar más y avergonzarse menos; buscar más colores, sabores, sonidos y olores que inunden y despierten nuestros sentidos adormecidos por el pesado y lento deambular por las grandes ciudades como Santiago de Chile, Buenos Aires, Madrid, Berlín, Zúrich, Hamburgo o Beijing. Es hora de dar más y pedir menos. Es el momento de redescubrir al Universo y con él al verdadero ser humano, de hacer el contacto con la Mónada y vivir. En Europa nos hemos olvidado de vivir, hemos perdido el contacto con la divinidad e incluso con el Ser Divino que habita en cada cuerpo físico. Por eso es común ver “cadáveres” deambulando por estas grandes ciudades en busca de algo que perdieron o que olvidaron hace tiempo ya. Cascarones que habitan un mundo vacío condenado a cuatro paredes, un techo y un piso que impiden que entre la felicidad envuelta en su manto de luz, movimiento, color, vibración y sentido. El gusto nos da placer, pero el gusto nos mata poco a poco, como todos los placeres. El gusto, como ellos, encadena, paraliza y enferma al Pensador. No vivas por gusto, vive por vivir. Vive porque la vida es lo único valioso que tenemos y solo por ella existimos. Viviendo de esta manera estamos matando la ignorancia que nos impide ser felices y estamos contribuyendo a sanar el mundo de tantos males que lo aquejan. ¡Nadie tiene derecho a la ignorancia, por eso lo pagará caro! Escríbale al autor: Joss P. Email: [email protected] Hangzhou, Zhejiang, China