Condiciones y significación política de los movimientos locales

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Condiciones y significación política de los
movimientos locales
Raymundo Mier
Departamento de Educación y Comunicación
DCSH, UAM-X
Resumen
En el presente texto se tratará de analizar en qué condiciones de diversificación cultural y de
segmentación social se producen diversos movimientos sociales, cómo se construye una
“noción local de autonomía”, concibiendo la autonomía no concepto general que designa la
condición inherente a los movimientos políticos, sino como un horizonte simbólico local
construido en un marco político especifico.
Asimismo, buscaría abordar el problema de la diseminación de las luchas y de su
significación, la posibilidad de su incidencia en las condiciones generales del control político.
Es decir, lo que podríamos llamar los alcances y el sentido de la ampliación del movimiento
en condiciones de marcada heteronía cultural
Alegorías erráticas: Imperio, globalización.
La noción de movimientos locales es al mismo tiempo evidente y equívoca. No
obstante, hablar de local evoca de manera inevitable su contraparte, una
condición imposible: la condición imaginaria de los movimientos y las
condiciones globales. Lo que suele atribuirse a lo global es, o bien inexistente
–una ficción política construida a partir de una fantasía de potencia–, o bien,
inherente al impulso de expansión, de diseminación o de transformación,
exacerbados con la modernidad. Es posible, sin embargo, concebirlo como el
nombre de una imaginería surgida de la mutación de las experiencias sociales
del espacio-tiempo. Son experiencias consolidadas a partir del siglo XIX y que
comprometen en una composición insólita procesos de desplazamiento de
entidades económicas, laborales y simbólicas que han experimentado una
transfiguración acelerada en las décadas finales del siglo XX. Esta fase final ha
experimentado ámbitos de transformaciones dominantes: en el ámbito
económico, la mutación del capital ha dado lugar a circuitos de desplazamiento
y acrecentamiento de magnitudes financieras, informados e interferidos por
mecanismos informaciones. A su vez, a partir de operaciones tecnológicas,
estructuras simbólicas inherentes a los procesos sociales han experimentado
una transfiguración en ciclos, circuitos y redes de desplazamiento y
composición informacional que involucran vastas esferas de producción de
signos,
saberes
y
discursos.
Pero
estas
operaciones
financieras
e
informacionales no experimentan esa transformación en esferas privativas y
restringidas. Informan y marcan la génesis y el destino de bienes y cuerpos, de
afecciones y vínculos. Impregnan y confieren una fisonomía a deseos y juegos,
a intimidades y horizontes de la espera individual y colectiva. Se trata del
surgimiento de modalidades singulares de existencia y de eficacia en esta
nueva composición de las experiencias del espacio-tiempo social y político.
Son condiciones que conllevan orientaciones distintas para los destinos
políticos de la creación colectiva, alternativas de transformación para las
formas de vida de las comunidades.
Fruto de estas mismas ficciones políticas, son las
ideas de Imperio y resistencia: la primera una
alegoría narrativa sobre la ficción de un pasado
remoto, más cercano a George Lucas y Star Wars
que a Herodoto, la segunda una metáfora física
revela un modo de encarar la composición de
acciones
agonísticas
entre
sujetos
políticos
cancelando
toda
posible
autonomía. Resistencia es una fuerza que responde en sentido e intensidad a
aquella que la determina. La acción política, por el contrario, es una fuerza de
creación autónoma, creadora de identidades y que no responde, estrictamente
a ningún sentido ni intervención extrínseca. De manera similar, Imperio no es
sino una invención nominal, una alegoría narrativa que surge de la visibilidad
fragmentaria e ilusoria de los procesos sociales. Más que un concepto es el
encabezado de una ficción irreconocible, es el nombre de un conjunto de
señales y analogías, es el nombre perturbador de un vértigo capaz de
engendrar territorios inaccesibles y esquemas de categorías irrecuperables. Es
una categoría producida por la propia gestión del capital financiero y destinada
a construir una inteligibilidad singular, sustentada en alegorías y ficciones, pero
capaz de transformarse en recurso de control.
Es una noción cuya condición paradójica ilumina oblicuamente tanto a los
mecanismos contemporáneos de la acción y el control políticos, como también
a sus recursos y sus alcances. Es en sí misma una analogía retrospectiva y
negativa: invoca la figura inerte de una estampa histórica conformada por su
territorialidad,
la
verticalidad
de
sus
estructuras
de
autoridad,
la
unidireccionalidad de la fuerza y la forma singular de la experiencia de la
duración, del acontecer, del espacio, de los tiempos y de la conformación
cambiante de las identidades y lo propio. No es posible comprender el Imperio
sin apelar a las efigies y a los estereotipos surgidos de relatos y ficciones de
una historia imaginada más allá de sus procesos ya imposibles de reconstruir.
La construcción "negativa" del concepto de Imperio –definir esa noción no por
sus rasgos inherentes sino por la negación de sus elementos definitorios– se
exhibe como un juego retórico que condena la comprensión de lo político al
extravío: definir el Imperio, como ocurre en la estela de la reflexión de Negri y
Hardt, como lo no territorial, lo ilimitado, lo ajeno a toda centralidad, lo que
incorpora y disuelve toda identidad –en particular las identidades "nacionales"–,
lo extraño a toda duración, a todas las coordenadas espacio-temporales es
inscribir los procesos sociales y políticos contemporáneos en el horizonte de la
mirada teológica.. Pero este extraño vuelco teológico bosqueja el perfil del
Imperio como una entidad al mismo tiempo comprensiva y autónoma –sin
territorio, sin gobierno, sin estrategias eficientes de control– y sugiere en el
Imperio un ánima al mismo tiempo autónoma y perversa, omnipresente e
intangible, que se alimenta de las potencias inherentes a los cuerpos y a su
naturaleza pasional. El Imperio engendra la potencia misma que constituye su
propio fundamento: la potencia de lo que escapa a todo código y toda norma.
Se trata de una génesis circular e infinita de sí misma que inviste con su lógica
inexpugnable los vínculos, las formas y la materia de la vida histórica.
El Imperio, desde esta perspectiva, aparece como un aliento anímico
intangible, pero al mismo tiempo inaccesible; potencia inconmensurable y
eficaz, racionalidad irreductible a las operaciones de la razón, y capaz de
desplegar su fisonomía a partir de su propia dinámica inmanente. El Imperio,
visto como esa disolución de barreras y linderos, no puede concebirse, sin
embargo, ajeno a la articulación vertical de las acciones jerárquicas: pero esta
doble condición implica una condición paradójica irresoluble. El Imperio es la
ficción culminante de esa otra ficción conceptual: la globalización y, ésta a su
vez, surge como figura emblemática de un conjunto articulado de mecanismos
espectrales, pero que cobran eficacias locales de amplio espectro y de enorme
fuerza de diseminación: el del mercado concebido como máquina totalizante de
regulación.
El peligro de esa figura del Imperio es su capacidad de suscitar al mismo
tiempo la epopeya desmesurada y barroca de una "gesta liberadora" que se
ampara en las virtudes de "otra" globalización para "lograr la liberación global";
es la entronización del heroísmo ingenuo, exacerbado, que da amparo a las
comedias revolucionarias como empresa cósmica y a la celebración de sus
figuras paródicas.
Así, el presupuesto de esta noción de Imperio es la de una composición al
mismo tiempo incesante, inercial, inextinguible, inacabada pero en sí misma
absoluta. Atribuye a las composiciones del capital, del trabajo y del proceso
simbólico un impulso de integración de instancias y potencias al margen de
toda identidad. Ignora así la naturaleza misma del capital, del trabajo y de lo
simbólico y los confunde en un proceso imaginario destinado a la integración
absoluta y a la indiferencia absoluta.
Exclusión, segmentación: condiciones de control local de los
movimientos
Por el contrario, los procesos sociales contemporáneos
hacen patente la fuerza perseverante de la exclusión.
Instrumentan una exclusión sin precedentes que se expresa
en patrones de una nueva demografía y en una concepción
inédita de los cuerpos: se expresa en restricciones de la
fuerza del trabajo y de consumo, en un nuevo sentido de las
necesidades y los intercambios, en el diseño calculado de los mecanismos de
circulación financiera y las vías de acceso a estos canales. Asimismo, las
estrategias de control involucran la participación privilegiada, en esta mutación
singular, de formas fragmentarias de la diseminación informativa, el crecimiento
monstruoso de la información que supone una asimilación indiscriminada de
jirones de lenguajes e imágenes heterogéneas. Supone así la deseducación, la
composición de mundos evanescentes y espectrales como composición de
imágenes masiva. Se cierra el acceso a las exigencias prácticas de creación
política. Se definen universos simbólicos y memorias restringidas y selectivas,
se ofrece a la invención colectiva una inmensa variedad desmembrada de los
acervos y archivos de información: la permeabilidad irrestricta de la información
no es sino una ficción espectral. Éstos no son, sin embargo, sino los más
evidentes territorios de exclusión de una multiplicación de territorios
circunscritos. La exclusión ha tomado otro rostro a partir de la llamada "tercera
revolución industrial" o "revolución informática". Los recursos de control se han
multiplicado, se han vuelto capilares, han acrecentado su permeabilidad, han
incrementado su eficacia. Han engendrado por sí mismos dominios y territorios
delimitados en las formas contemporáneas del confinamiento y la amenaza.
Proliferación de márgenes simbólicos, transversales a los mecanismos sociales
de identificación. Una multiplicación de silencios bajo la forma de algarabías,
una convivencia de la opulencia material, financiera y simbólica frente a zonas
de mortandad social y biológica.
La figura instaurada de la globalización al involucrar una condensación de
tiempo y espacio, supone una propagación instantánea e infinita de las
resonancias de cada proceso en el dominio de lo social y al mismo tiempo una
eficacia no menos instantánea de los recursos y mecanismos de control. Pero
esta propagación no es isotópica. No se propaga con la misma velocidad, con
la misma invariabilidad, con las mismas resonancias a todos los ámbitos. Por el
contrario, sufre inflexiones y transfiguraciones radicales al buscar implantarse
en los procesos locales.
Figuras fantasmales que dan cuerpo a la globalización
imperial: trabajo, migración, tramas simbólicas expansivas.
La globalización no es acción ni resonancia en el espacio social total, sino
acción eficaz de factores transfigurados a partir de las nuevas "espacialidades"
y "temporalidades", en condiciones materiales y efectivas locales mediante
operaciones tecnológicas y estrategias simbólicas, que hacen más eficiente el
control
al
operar
transfiguración
con
operativa
mecanismos
de
puramente
tiempo-espacio,
simbólicos.
configurada
a
Es
una
partir
de
interferencias materiales –objetos, mercancías, formas de organización del
trabajo a su vez hechas posible por este desplazamiento de objetos y
mercancías– mediante operaciones simbólicas ampliadas. Es decir, hace
intervenir una forma del capital cuya condición simbólica ha sido ampliada casi
hasta el paroxismo, hasta la aparición fulgurante de evanescentes cifras
referidas a rentabilidades y catástrofes futuras –acaso insólitas– en pantallas
de computadora o cintillos en la bolsa de valores.
La
noción
de
trabajo
experimenta
un
efecto
singular:
transforma
asombrosamente su visibilidad pero no su estructura funcional ni sus
determinaciones estructurales, aun cuando transforma radicalmente el sentido
de cuerpo y valor, de experiencia y duración, de intercambio, control y
regulación. No hay propiamente globalización de la fábrica, sino la creación de
un "espacio fabril" no menos circunscrito, no menos
delimitado en sus mecanismos, en su gestión, en sus
movimientos
y
accesos
financieros,
en
sus
mecanismos excluyentes de mercado. Este espacio
fabril no se diseña en función de territorios terrestres,
sino de territorios definidos por las capacidades de
desplazamiento potencial y de traslación inmediata de materia e información. El
trabajo y su manifestación "abstracta" –que supone nociones de tiempo y
potencia comprometidos en la producción de mercancías– aparece construido
como una mutación radical de tiempo y espacio. Es preciso pensar el trabajo
como actos disciplinados en estructuras de gestión, confinados y disgregados,
sino como series de acciones en un espacio de producción definido
operativamente, funcionalmente. Es la construcción simbólica de nuevas
contigüidades y nuevas potencias operativas que transfiguran la experiencia
del tiempo –y transforman en consonancia, el concepto vigente de valor. Pero
esta nueva visibilidad del trabajo se produce en el marco de nuevos
desplazamientos, nuevas marginalidades, más radicales aún.
El trabajo contemporáneo no conlleva la creación de ejércitos de reserva, sino
de poblaciones de deshecho. Esta nueva condición no es trivial y conduce a
formaciones singulares en la conformación y composición del valor en los
mercados. Es una modalidad de un costo que sólo puede adquirir todo su peso
en la anticipación y el cálculo del riesgo. Esta nueva disposición del proceso del
trabajo reclama nuevas formas de control que prescinden de otros recursos
orgánicos de intervención institucional como sindicatos, uniones, o, incluso
partidos. Se trata de controles abismales, proyectados sobre el dominio
individual, sobre los espacios privados y la experiencia de la intimidad. Son
pautas
de
control
surgidos
de
otros
regímenes
institucionales:
la
institucionalización del riesgo: riesgo de pérdida, además de devastación de
toda expectativa de bienestar o de intensidad de los vínculos. Una degradación
de la potencia en la composición de la acción colectiva.
La nueva condición del trabajo y sus formas de segmentación cualitativa y
transversal sobre el espacio, el tiempo y las segmentaciones tradicionales de
clase, encuentra su expresión más conflictiva y contradictoria en la migración:
cuerpos y potencias marcados –incluso estigmatizados–, pero que se inscriben
en las exigencias nuevas de los espacios segmentales de trabajo. Son también
colectividades en sí mismas que arrastran consigo patrones de intercambio
simbólico propios y formas de vida que reclaman una composición para su
implantación eficaz. Engendra movimientos de solidaridad inéditos, pero
también
confrontaciones
y
respuestas
inhóspitas,
restaura
redes
de
intercambio, ordenamientos rituales y festivos, linajes y mecanismos de
identidad, todo reconfigurado en las condiciones de interferencia simbólica del
entorno, transfigurado en sus confines de tiempo y espacio. Así, las
migraciones adquieren múltiples fisonomías y relevancias que responden y
transforman a su vez las nuevas disposiciones del trabajo: migraciones con
presencia primordial de género, con preservación de estructuras familiares;
multipolares con comunidades segmentales –las que implantan una o varias
"réplica" de su comunidad en los diversos territorios de llegada–, las
direccionales, no direccionales y multidireccionales, las que presentan fusiones
y las que ahondan el proceso de segmentación, las que responden a partir de
juegos miméticos o de estrategias de confrontación de identidades. Ninguna de
todas ellas se presenta, por supuesto, de manera excluyente: comprometen
estrategias mixtas, modalidades de conformación transicionales y patrones
inestables de identidad. Hay una correspondencia, pero asimismo una
asimetría entre las nuevas composiciones laborales y los patrones de
migración que establecen una constelación singular y confiere su perfil
específico a las acciones en condiciones estrictas de localidad.
Pero las configuraciones de trabajo y los patrones de migración, aun cuando
responden
de
manera
particular
a
las
condiciones
de
composición
contemporánea de la producción y los territorios segmentados del consumo,
conforman también nuevas disposiciones demográficas en el rol protagónico
desempeñado contemporáneamente por los estados nacionales. No hay
disolución de territorios ni naciones, sino que éstas han entrado en una
composición y en una conjugación de alianzas funcionales, sometidas a su vez
a las condiciones de mutación de espacio-temporalidad. Surgen así las nuevas
nociones de territorialidad, no hubieran adquirido la fisonomía que ahora
exhiben de no darse la interferencia constructiva de los patrones inéditos de
diseminación simbólica. Estos patrones no emergen, de ninguna manera, como
formaciones pasionales en un universo denso, compacto y abierto, de una
permeabilidad irrestricta, transitable de un ámbito a otro sin resistencias. Todo
lo contrario: el espacio simbólico contemporáneo es una multiplicidad
quebrantada de formaciones segmentales. Son tramas de símbolos, discursos,
e imágenes en una composición desagregada, fragmentaria, poblada por
opacidades, silencios, barreras, simulacros, montajes, ficciones reiterativas,
imaginerías insistentes y anacrónicas que se entrelazan con irrupciones
intempestivas y desconcertantes, sin secuela ni amparo argumentativo. La
atomósfera simbólica contemporánea establece en esta trama inestable, volátil,
degradable, su posibilidad de articulación, sus momentos de uniformidad, a
partir de patrones de producción centrados también en las exigencias de una
instrumentación de patrones de control y las exigencias de acrecentar,
multiplicar y acrecentar la segmentación social.
La globalización es un efecto de sentido, una ficción que cobra su eficacia a
partir de un contraste fundamental: confronta la transfiguración del espaciotiempo surgido en la sociedad contemporánea, con la experiencia dilatada, los
tiempos, los ritmos, las distancias que rigen la vida cotidiana. Los
desplazamientos instantáneos, la ubicuidad práctica de la información, los
desplazamientos inmediatos se proyectan sobre la duración de la vida
ordinaria, sobre su arraigo simbólico persistente, capaz de preservar el sentido
común de prácticas todavía "tradicionales", cuyos territorios y duraciones
responden a tradiciones de larga duración. Un nuevo exotismo aparece como
recurso fundamental del asombro como resorte de los otros mecanismos de
control: el confinamiento en el propio entorno y la confrontación con la
diferencia como sustento del miedo.
Así, son las condiciones tecnológicas y los procesos de organización del
espacio simbólico las que producen el efecto totalizante, el efecto de saturación
del espacio aprehensible y su extravío en la experiencia de "un mundo
globalizado" al proyectar condiciones distantes en marcos locales de
determinación de los procesos. Por una parte, la diseminación de sentidos,
saberes, relatos y objetos en redes distantes y ampliadas –en cierto sentido
globales– de intercambio es consustancial a las culturas. La hibridación no es
una situación excepcional sino intrínseca de todo universo cultural. La
apariencia desconcertante en nuestro universo contemporáneo no es que
estemos experimentando por primera vez y propiamente hablando de
globalización, sino que estamos sometidos a la experiencia de una redefinición
de la contigüidad y de la inmediatez, de lo transcurrido y de la inminencia. Es
una transfiguración de la escala entre los tiempos del acontecer y las
dimensiones íntimas del tiempo y la distancia. Así, los "efectos globales" no
serían sino de proyección de un campo restringido y selectivo de factores
distantes que por vía de acción simbólica o de transferencia material o
informacional desarrollada tecnológicamente, en condiciones inmediatas. Sólo
que esta operación de condensación del espacio social no es una mera
proyección que preserva los mismos factores y permite una transitividad
invariante en el espacio social. Los factores simbólicos derivados del "efecto a
distancia" más que determinar el campo local, interfieren con sus marcos de
orientación materialmente instaurados y funcionales.
Así, la "transferencia" de lo distante a lo local es al mismo tiempo creadora de
nuevos atributos, calidades de la interferencia, crea factores incalculables tanto
en el régimen material de los comportamientos como en el dominio simbólico
–eso que se suele llamar imaginario– y transfigura irreversible y a veces
incalculablemente los factores distantes y el sentido de las acciones. Así, cada
ámbito local define sus alternativas de acción, de confrontación y de lucha en
una doble ficción: la de estar actuando sobre el entorno global y en condiciones
de afectación idénticas, isotrópicas sobre todos los dominios en aparente
conexión.
Trabajo, migración y tramas simbólicas expansivas presentan como un
contorno difuso y comprensivo, global, facetas cuyo sentido y eficacia política
no se realiza sino en entornos y procesos locales. Bajo la máscara de la
globalidad las determinaciones locales de los movimientos que atañen a lo
laboral, a los cuerpos y los vínculos, a la figuración de tiempos, espacios,
objetos y relaciones, se sustraen a la mirada. Surge una visibilidad que remite
cada acto y cada horizonte a las “lógicas” de la “globalización”. Se extinguen
así la potencia y los recursos de la acción local.
Alcances de la noción de localidad para los movimientos
La noción de localidad es intrínsecamente abismal,
se amplía potencialmente hacia la intimidad y la
interioridad de los vínculos y se extiende hasta
confundirse con los linderos y los márgenes de la
acción política eficaz. No tiene más fronteras ni
territorios que aquellos que alcanza a conmover inmediatamente el propio
movimiento. Pero esta conmoción tiene también su tiempo, su momento y su
duración, su carácter perturbador e intempestivo, pero también su persistencia
en el dominio simbólico de la comunidad, su memoria, sus historias. Se finca
en la composición de las acciones, las presencias corporales, la conjugación o
discordancia en la creación de memorias y de horizontes alternativos para la
composición estratégica de la experiencia política.
Es preciso, no obstante, definir la naturaleza de los procesos y movimientos
locales, inscritos en una situación constituida por una dinámica múltiple: una
dinámica que se engendra por las condiciones normativas en las que se
desarrolla la acción, referidas a la experiencia "material" de los sujetos
sociales: memoria, narrativa, anticipación del desenlace inmediato de las
acciones, vislumbre del destino esperado de la composición de acciones y
posiciones colectivas. Es en la acción local donde se conjugan eficazmente
ámbitos imaginarios, vínculos de afección consolidados en formas de
solidaridad, identidades engendradas por la incidencia de acción recíproca. Se
advierte lo que alguna fenomenología concibió como "fusión de horizontes" y
que no es del orden de una experiencia neutra, sino el producto de una
composición de vínculos y de una imaginación histórica –memoria y proyecto
políticos– construida colectivamente.
Las condiciones locales, por otra parte, no preexisten al movimiento, no definen
una estructura o un orden de factores o de normas determinado en cuanto a su
relevancia ni en cuanto a su capacidad de creación histórica de sentido. La
eficacia política de la acción se constituye no en el marco instituido, sino en el
juego de condiciones creado por el régimen mismo de la acción en su
inscripción local. La acción local crea sus propias determinaciones normativas y
toma su forma de ellas, para en su mismo movimiento reconstruirlas. Inventa
así incesantemente su propia experiencia del actuar, su memoria y la visibilidad
de las vías y finalidades de su acción, define también el sentido y la identidad
de la fuerza imperativa de sus vínculos. El régimen local revela entonces las
secuelas de una acción política que son, asimismo, creadas en el entorno y
establecen el sentido dinámico de las afecciones que las suscitan.
El movimiento es al mismo tiempo un rompimiento, una transfiguración y una
preservación de la memoria y de la identidad. Es al mismo tiempo una
inmersión en los relatos de su propio pasado pero también una incorporación
simbólica de la experiencia misma del vínculo engendrado en el movimiento. El
movimiento crea su historia como una síntesis abierta de su capacidad de
respuesta –no de resistencia– a las condiciones del acontecer político que
amplían de manera inabarcable e irrestricta su propio entorno local que es, por
definición, incierto, abierto, en recreación y ampliación o repliegue incesante.
No hay acción y conformación de memoria e identidad, es decir, potencia y
movimiento colectivos de significación política sino en condiciones locales,
capaces de integrar como entorno eficaz la figuración simbólica de los
entornos: contiguos o distantes, mediatos e inmediatos. Es ahí donde toma
sentido la creación de horizontes políticos específicos y la imaginación de los
momentos, los medios y las condiciones de la acción.
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