La venganza de la vaca; Sergio Aguirre

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LA VENGANZA DE LA VACA de Sergio Aguirre
Al iniciar la lectura de esta novela te vas a encontrar con una noticia que salió en el diario The Times el 9 de
octubre de 1994, la cual informa sobre una tragedia en Sothersby Farm, cuando una vaca embistió a un
niño hasta matarlo. El animal luego fue sacrificado.
Introducción:
Una mujer dormÃ-a y un ruido fuerte la despertó. Quiso prender la luz del velador y no pudo. No habÃ-a luz
en la casa. SentÃ-a un olor fuerte. En la oscuridad y a ciegas se levantó. El olor era cada vez más fuerte. Se
dio cuenta que era olor a excremento de animal. Empezó a caminar por la casa a oscuras y pronto pisó algo
húmedo y pastoso. Empezó a gritar y luego tropezó con algo. Cuando la luz volvió ya habÃ-a caÃ-do
por las escaleras.
CAPÃTULO I
Hay seis amigos de la secundaria. Marcela, Rafael, Leticia, Carlos, Manuel y Cristina. Estos cinco últimos
son más unidos. Rafael y Cristina eran novios.
Falleció la mamá de Rafael y Leticia le avisó a Marcela, como habÃ-a acordado con Cristina. Están en
el velorio. Les recuerda hace un año atrás la muerte de otra persona que los conmovió a los cinco.
TenÃ-an que volver a reunirse y organizarse.
CAPÃTULO II
Acordaron reunirse en las afueras en la casa de campo del abuelo de Cristina en Las Vertientes, una casa de
campo de principios de siglo. Ya habÃ-an pasado unos dÃ-as allÃ- hace dos años, pero para divertirse. Esta
vez era diferente.
Carlos vivÃ-a en Los Molles, al norte de la provincia de Córdoba. En la capital de esta provincia se
encontrarÃ-a con Manuel. A su vez Leticia iba a pasar a buscar a Marcela. Rafael pasó por Cristina, ambos
fueron en auto. A Rafael este viaje lo ponÃ-a muy nervioso. Por la hora no llegarÃ-an antes de las 14 horas a
Las Vertientes.
CAPÃTULO III
Rafael y Cristina, esperaban al resto llegar. Aún no eran las 11 del mediodÃ-a. Luego llegó Leticia y
Marcela. Más tarde Carlos y Manuel. Se dispusieron a tomar mate. Luego de almorzar hicieron una
caminata. El casa era grande y habÃ-a cerca un riachuelo. Cristina contó que a veces entraban animales a la
casa, vacas. Parece que Cristina y Rafael no comen carne. Empiezan a hablar de algunas experiencias raras,
relacionadas con las vacas.
CAPÃTULO IV
Carlos, en complicidad con Cristina, relata cómo conoció a Clara, una chica que atendÃ-a una cantina en
Los Molles, lugar donde vivÃ-a él y fue a pasar unas vacaciones. La cosa es que Carlos cuenta cómo era
Clara, callada, muy sumisa, a penas hablaba, aunque él buscaba oportunidad para poder entablar una
conversación. Carlos siempre iba por una coca. Las primeras palabras se las pudo sacar con tirabuzón.
Cualquier cosa en ella habÃ-a enamorado terriblemente a Carlos. Él insistÃ-a con sacarla a pasear, hasta
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que un dÃ-a le dieron permiso de las ocho hasta las doce. Pasaron las horas en una confiterÃ-a del centro y a
las once Carlos se dispuso a llevarla. Al despedirse, con un movimiento rápido, Carlos alcanzó a besarla.
Fue en ese preciso momento que encontró en Carla algo horrible, algo monstruoso que no podÃ-a decirlo en
palabras.
Decidió no ir a la cantina por unos dÃ-as.
Y a Clara volvió a verla pasada una semana. Ella fue a su casa a invitarlo para su cumpleaños.
AllÃ- estaba Carlos en la casa de Clara. Conoció a sus hermanos, raros y a su mamá, que tenÃ-a una boca
grande y horrible. Mientras cenaban todos permanecÃ-an callados, comÃ-an lentamente. Carlos querÃ-a salir
de ese lugar y le pidió a Clara de ir a caminar. Fueron hacia el establo y allÃ- el olor a guano y a excremento
de vacas era penetrante. Mientras caminaban, en un instante Carlos no pudo zafar de Clara quién lo besó
con su gran boca y su lengua dando vueltas, recordándole a la madre comiendo durante la cena. Salió
corriendo y subió a su moto, mientras recordaba esa gigantesca boca de vaca que sacó Clara para besarlo.
Luego la novela comenta sobre la profesora de Inglés de los chicos. Una docente, llamada Susana, con un
hijo, Nicolás y su marido. Susana era una excelente profesora, muy amable y muy preocupada por los
alumnos. Los chicos, excepto Marcela, se habÃ-an hecho muy compinches con ella y solÃ-an ir a visitarla.
Ella los querÃ-a como si fuesen sus hijos. Rafael, se fue un año a Inglaterra y ella se encargó de hacerle
una despedida en su casa.
Susana se dispuso a corregir las pruebas, mientras comÃ-a con algo de culpa unos caramelos. Pensaba en
pedirle a Leticia una dieta para adelgazar. Cuando terminó vio que todas las pruebas estaban bastante bien,
salvo la última que tenÃ-a casi todas las respuestas mal. Era de una alumna. Se quedó preocupada, porque
justamente se habÃ-a encargado de explicarle la semana anterior. Le entristeció no poder aprobarla.
Esa tarde Susana entregó las notas y luego propuso una tarea. Al volver a su escritorio vio un papel
doblado, que quedó allÃ-, hasta que se retiraron todos. Susana juntó los trabajos y luego abrió esa nota.
Quedó perpleja, los ojos se le llenaron de lágrimas: SOS UNA VACA. Pensó que no era justo. Trató de
calmarse. Caminó sin rumbo. Pensó que era justo, pues se veÃ-a gorda como una vaca...
Paró en una esquina y vio un cartel de un lugar donde se hacen dietas o se busca adelgazar. Entró a
preguntar. La doctora tardó en atenderla. Pensó que si tardaba más, llegarÃ-a Nicolás de la escuela y
no la encontrarÃ-a. Ya casi la atendÃ-a y decidió irse. En ese momento se desató una gran tormenta y no
conseguÃ-a taxi.
Cuando Nicolás llegó a su casa, tocó timbre y nadie salió. Recordó que su mamá guardaba una llave
debajo de una maceta. Buscó y al encontrarla abrió su casa. Una vez adentro se dispuso a mirar la tele, ir
al baño. Pero recordó los caramelos de leche que su mamá le habÃ-a comprado. Los buscó hasta que
vio las bolsas de supermercado sobre la heladera. Corrió las sillas para alcanzarlas, alcanzó una, allÃ- no
estaban. Tuvo que ponerse en puntitas de pie para llegar a la otra. Pegó un saltito. En ese momento la silla
hizo un ruido y Nicolás empezó a caer para atrás.
CAPÃTULO V
Carlos terminó de contar su escalofriante experiencia con Clara. No podÃ-a entender sÃ- era su
imaginación o eso era verdad. Necesitaba contárselo a sus amigos. Como estaba dubitativo decidió ir a
una curandera. Ella lo mandó a la casa de l hijo de un médico en Villa Fontana, que le habÃ-a pasado algo
similar.
Mientras Cristina y Marcela fueron a preparar café, Marcela le comentó a Cristina que no podÃ-a creerlo,
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a lo que Cristina seriamente le dijo que eso desgraciadamente puede ser cierto. Que sabÃ-a bien porqué se
lo decÃ-a. Marcela comenzó a sentir cierto temor. No podÃ-a entender como una persona podrÃ-a ser una
especie de vaca.
Cristina comentó sobre una historia que habÃ-a sucedido hace muchos años en esa misma casa. Ella
habÃ-a encontrado un escrito de su abuelo mientras limpiaban y acomodaban cosas. Decidió hablar de esto,
ya que el relato de Carlos le hizo confiar en que estas cosas raras pueden suceder.
Estaba escrito en un cuaderno celeste, que aún permanecÃ-a en la casa y que todos aceptaron que Cristina lo
leyera.
En el cuaderno, el abuelo de Cristina cuando era niño, contaba la historia de los Tüür, una familia
venida de HungrÃ-a a principio del siglo XX. HabÃ-an llegado junto con las vacas y eran cinco de familia: el
padre, la madre, dos hermanos gemelos y la hermana mayor. El padre se llamaba Lepo y Emma la hija mayor.
Los varones trabajaban en el campo, siempre estaban en el corral. El padre parecÃ-a dirigir a sus hijos con la
mirada. Caminaban silenciosos y lentamente. Una caracterÃ-stica de los Tüür era que no hablaban. Solo
lo hacÃ-an como último recurso. Casi no se relacionaban con la gente. A veces les decÃ-an las bestias.
Cuenta como a su abuelo les producÃ-a rechazo esta familia. Otra caracterÃ-stica de esta familia era que
tenÃ-a la piel muy, muy blanca y fina y en algunas partes se les notaba las venas.
Un dÃ-a de noche buena, luego de irse a dormir todos, como todo chico, le costó dormirse ya que querÃ-a
jugar con su regalo de navidad. Fue esa noche que al quedarse despierto descubrió el secreto de los
Tüür. Escuchó un ruido, como un gemido y se asomó por la ventana. Vio salir a los gemelos que
comenzaron a dar vueltas en cÃ-rculo. Al rato salió la madre que comenzó a dar vueltas su cabeza en
cÃ-rculos. Luego entraron.
Pasó el verano y estando jugando en su habitación escuchó un ruido, como un silbido, un golpeteo. Salió
de su habitación y vio a Emma mirándose en el espejo con los ojos abiertos y la lengua afuera. Golpeaba
con sus dedos el espejo. Se quedó paralizado y no podÃ-a reaccionar. Cuando Emma lo vio le dijo
frunciendo el ceño: no diga nada.
Otra cosa que cuenta el cuaderno celeste es que en una oportunidad estaban marcando al ganado con hierro
caliente y uno de los gemelos se interpuso entre las vacas y terminó marcado en la espalda. Era cosa de no
creer. Los Tüür parecÃ-an animales y no personas.
Los Tüür estaban convirtiéndose en vacas. El abuelo de Cristina tenÃ-a sueños y en esos sueños se
dio cuenta que los gemidos que escuchaban eran en realidad mugidos, sÃ-, mugidos como mugen las vacas.
Tal es el horror, que aunque pasen los años jamás olvidará a los Tüür.
Cristina le escribe a Rafael una carta cuando estaba él en Inglaterra:
Le cuenta, luego de haberle avisado por teléfono, de la muerte de Nicolás, que Nicolás habÃ-a muerto
desnucado. Cómo le habÃ-a afectado a Susana la nota que le dejara un alumno/a sobre el escritorio. Lo
peor de todo es que gracias a esa nota Susana se habÃ-a atrasado para llegar a su casa. Cristina estaba muy
mal, porque querÃ-a mucho a Susana y sabÃ-a que a ella le preocupaba su gordura. Lo que no podÃ-a
entender cómo alguien podÃ-a ser tan cruel. Carlos piensa que tienen que buscar al que hizo eso. Cristina le
pide a Rafael que apure su regreso.
Rafael se quedó pensando y el estar en Inglaterra lo ponÃ-a mal. No haber podido estar junto a Susana en
ese difÃ-cil momento y no estar junto a sus amigos que eran como de su familia. Esto lo desesperó y
decidió volver a la Argentina.
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Debajo de la carta de Cristina alcanzó a ver el titular del times, Tragedia en Sothersby Farm tomó el diario
y lo leyó.
Esa noche Rafael no podÃ-a dejar de pensar en Susana, en Nicolás y en la vacas...
CAPÃTULO VI
Carlos continuó contando sobre el joven que le dijo la curandera que fuera a ver. Él visitó la casa del
médico y el hijo enseguida supo de qué estaba hablando. Los Juárez, una familia rara que habÃ-a
conocido durante unas vacaciones tenÃ-an sus particularidades. No bajaban nunca al pueblo, solo por
provisiones y en ocasiones la hija mayor iba a la veterinaria. No hablaban con nadie. Como los chicos no iban
a la escuela, la maestra AÃ-da fue a visitarlos en su citröen. Nadie sabe qué sucedió, pero al otro dÃ-a la
maestra abandonó el pueblo.
Esto contó el hijo del médico:
En una ocasión la mujer de don Juarez se enfermó y mi papá fue a visitarlos. Cuando llegamos a la casa,
los hermanos gordos y muy parecidos al padre nos rodearon y giraban alrededor nuestro. Mientras mi padre
revisaba a la señora me retiré al auto a escuchar música y me llamó la atención cómo estaban
recostados los hermanos debajo de la sombra de una algarrobo. Con el torso medio levantado y las piernas
estiradas, otros con la espalda hacia arriba y la cabeza erguida.
Era raro, una enfermedad de manchas en la piel que jamás habÃ-a visto y no hay comezón, ni dolor. Son
manchas negras por todas partes del cuerpo y con alguna pilosidad (pequeños bellos).
Al otro dÃ-a nuevamente mi papá fue a ver a los Juárez. Como se demoraba, mi mamá me pidió que
fuera a verlos. Al llegar, me dÃ- cuenta que era tarde. La hija estaba llorando en la galerÃ-a. Sobre la cama
estaba la enferma y me di cuenta que habÃ-a muerto. Un olor de excremento de vaca inundaba la habitación.
Mi padre me envió de nuevo a casa. Al salir volvÃ- a ver a los hermanos echados a la sombra del algarrobo
masticando lentamente.
Los chicos se reunieron: Rafael volvió de Inglaterra y comenzaron a dilucidar quién de sus compañeros
podrÃ-a haber sido el que escribió la nota. Entre los desaprobados estaban:
MartÃ-n Guevara,
Constanza Brunetti,
Florencia Mondino,
AgustÃ-n ortega
MartÃ-n Bastos
Abordaron a todos, intentando buscar rastros que pudieran delatarlos.
La verdad llegó por accidente. Estaba Leticia en el Club y llegó Marcela El resto estaba en otros lugares,
Rafael y Cristina en Pinamar, Manuel en Mendoza, y Carlos en Los Molles.
Empezaron a hablar de varias cosas y de las carreras que eligieron para estudiar en la Universidad y
Marcela dijo que tendrÃ-a que aprobar inglés para poder entrar a la facultad. Leticia quedó helada.
DesconocÃ-a que Marcela adeudara inglés. Además Marcela contó la bronca que tenÃ-a porque su
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padre le habÃ-a prometido un viaje especial a Punta del Este si terminaba el secundario sin llevarse
materias.
Leticia supo en ese momento quién habÃ-a escrito la nota.
CAPÃTULO VII
Carlos terminó de contar la historia del hijo del médico. Buscaban entre ellos parecidos entre las
familias: que vivÃ-an en el campo, que tenÃ-an hermanos varones y una hija mayor. Pero nada más los
unÃ-a. Eso sÃ-, que eran muy extraños.
Rafael recordó, debido a estos relatos, algo extraño que también le sucedió a la hija de la familia
donde él vivÃ-a en Inglaterra. Ella se dedicaba a estudiar mitos y creencias indÃ-genas de Europa y
decÃ-a que muchas veces se dedicaban a adorar al diablo y a hacer maldiciones. Un castigo por excelencia
era la de reducir la condición humana a la de animal. Un dÃ-a concurrió a la demolición de una casa que
habÃ-a vivido gente hasta la década del 50. Antes de destruirla encontró unos párrafos de una diario
Ã-ntimo de una joven que habÃ-a vivido allÃ- con la familia Kitteredge: Jane Sharpe
Esta joven fue a trabajar allÃ- como empleada doméstica, pero era tratada por el matrimonio como una
nieta. Casi no la dejaban salir a hacer las compras y la señora Kitteredge se ocupaba de hacerle de comer
los mejores manjares. Pasó el tiempo y Jane comenzó a engordar y casi no salÃ-a de la casa porque se
encontraba en ella muy a gusto. Hasta le habÃ-an regalado un televisor para su dormitorio. Un dÃ-a
conoció a un chico en una tabaquerÃ-a y él quedó en llamarla. Jamás recibió la llamada de Richard.
Pasó el tiempo y Jane se sentÃ-a cada vez más pesada y dormÃ-a y dormÃ-a mucho. A los Kitteredge
parecÃ-a no molestarles que ella estuviera todo el dÃ-a encerrada. Un dÃ-a encontró en su mesa de luz
pasto seco. No le llamó la atención.
Los dÃ-as pasaron y cada vez estaba más sedentaria. Ya casi no podÃ-a levantarse y no podÃ-a hacer nada
para adelgazar. Richard pasó por lacas y ni siquiera la habÃ-a reconocido.
Esto no parecÃ-a preocuparles a los Kitteredge. Les pidió que llamaran a un médico y se enojaron.
Comenzó a tener pesadillas en donde estaba en el medio del campo y rodeada de vacas. Luego le empezaron
a salir manchas en la piel, cosas tupidas. Ya casi no le quedaban partes de piel. Le picaba. La señora
Kitteredge le traÃ-a pasto y ella lo comÃ-a. Ya no pudo escribir más. El cuerpo le dolÃ-a y nadie pudo
ayudarla.
CAPÃTULO VIII
Todos estaban horrorizados. Muertos de miedo con las historias de vacas.
Entre ellos empezaron a hacer comentarios y preguntarse si estas historias pueden ser verdad. Se creó un
clima de tensión y de miedo hasta que decidieron ir a acostarse.
Leticia, Carlos, Rafael, Manuel y Cristina discutieron durante tres dÃ-as qué hacer. Rafael comenta que
cuando recibió la carta de Cristina habÃ-a una noticia sobre un chico que murió embestido por una vaca...
Él dice que le gustarÃ-a acorralar a la persona que escribió la nota. Luego decidieron que Marcela
tenÃ-a que pagar por haber escrito esa nota. HarÃ-an que el terror jamás le dejara olvidar esa palabra.
Lo organizaron de manera que Marcela no sospeche nada. Primero se acercaron como amigos, luego la
invitaron a pasar unos dÃ-as a la casa de los abuelos de Cristina. Mientras todo estaba organizado. Durante
la estadÃ-a dejarÃ-an ver pasar a las vacas. ConseguirÃ-an relatos escalofriantes sobre vacas que parezcan
verÃ-dicos. Luego se irÃ-an a dormir. Una vez dormida Marcela se encargarÃ-an de concretar su trampa.
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Ellos saldrÃ-an y cerrarÃ-an todas las puertas con llave. La planta alta la humedecerÃ-an con estiércol de
vaca. En el pasillo justo a la mitad del paso colocarÃ-an la cabeza seccionada de una vaca que Rafael y
Cristina consiguieron en un matadero. Manuel voltearÃ-a la mesa de roble para hacer un ruido fuerte.
Cristina y Leticia estaban listas para cortar la luz.
Después que Manuel hizo tumbar la mesa, Marcela se despertó, pese a su sueño pesado. Luego de un
rato escucharon sus gritos. Los ruidos dieron el indicio que habÃ-a encontrado la cabeza. Encendieron la
luz. Ahora querÃ-an que Marcela sintiera el terror, su castigo, que pagara por la muerte de Nicolás, por el
dolor de su amiga Susana. Llegó el momento que todos habÃ-an esperado. Hubo silencio y después el
ruido del cuerpo de Marcela cayendo por las escaleras.
En ese momento tuvieron miedo. Miedo de haber ido demasiado lejos.
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