De guerras necesarias y olvidos convenientes

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De guerras necesarias y olvidos convenientes
Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net)
De guerras necesarias y olvidos convenientes
Enviado por gladys el Sáb, 08/08/2015 - 08:00
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Saberes
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La Segunda Guerra Mundial es el conflicto bélico cinematográfico por excelencia, y ha generado
centenares de películas que han sepultado el recuerdo de su sangrienta predecesora. Quizá por
ello es aún más chocante la ausencia de representaciones de los ataques nucleares de
Hiroshima y Nagasaki en el cine estadounidense. Ese silencio sugiere que, aunque el
audiovisual de Hollywood aspira a ser la gran fábrica global de imágenes, sigue partiendo de las
hegemonías discursivas nacionales. Recordar los bombardeos atómicos contra Japón quizá supondría
resquebrajar algunas certezas que, aun siendo falsas, son cómodas y perdurables. Las recientes
Monuments men (2014) o Capitán América: el Soldado de Invierno (2014) incorporaron miradas
nostálgicas a unos Estados Unidos libertadores que, desinteresadamente, intervinieron en una
guerra justa contra el fascismo.
Incómodos ante una política exterior occidental que transforma el mundo en un campo de batalla,
algunos creadores observan la Segunda Guerra Mundial como una especie de paraíso
perdido, violento pero éticamente tranquilizador. Y la invisibilización de Hiroshima y Nagasaki
protege al público de una realidad brutal. En 1939, la ficción antifascista Bloqueo clamaba contra el
‘asesinato de gente inocente’ aludiendo a los bombardeos sufridos por la España republicana. Apenas cinco años después, la aviación aliada mató en Dresden a cien veces más personas que las
fallecidas en Gernika o Durango bajo el fuego nazi. Un infame ataque incendiario sobre Tokio y las
explosiones atómicas sobre suelo japonés fueron todavía más allá. Afrontar estos hechos supone
cuestionar todo un relato histórico. Por ello, la guerra necesaria se ha defendido a través de un
olvido conveniente.
En un primer momento, la experimentación nuclear había inspirado narraciones de espionaje del
Hollywood propagandístico como Clandestino y caballero (1945) o La casa de la calle 92 (1945). Una
vez experimentada la realidad de las explosiones, ésta apenas apareció en las pantallas. Eso sí: en
pleno macarthismo, Above and beyond (1952) retrató al piloto del avión Enola Gay. El ataque se
justificaba con los argumentos funcionalistas habituales –matar a centenares de miles
para salvar un millón, etcétera–, pero lo más chocante es cómo este episodio de la
historia se convierte en un drama matrimonial. La gran víctima de la bomba es el aviador Paul
Tibbets y su vida personal, en una muestra temprana del endémico victimismo casi supremacista,
indiferente al dolor ajeno, con el que Hollywood aborda las intervenciones militares norteamericanas.
La noche más oscura (2012) o El francotirador (2014) son ejemplos recientes de ello.
Años de olvido e ignorancia
En un ejercicio de desmemoria, la tecnología nuclear siguió siendo material narrativo que inspiraba
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thrillers de espías y películas sobre criaturas radioactivas. Las ficciones de advertencia contra la
investigación científica, y especialmente contra la carrera armamentística, friccionaban con la
inercia beligerante del Hollywood posterior a los ataques a Pearl Harbor.
El cine nuclear de los años 50 proyecta una notable ingenuidad e ignorancia, quizá asociada a un
ambiente de censura férrea y exigencia de unidad patriótica. Aún así, se empezó a filtrar un miedo
más real a la aniquilación. Five (1951) o The world, the flesh and the devil (1956) o The last woman
on earth (1960) fueron fantasías postapocalípticas debilitadas por una escenificación limpísima,
inverosímil, del holocausto nuclear. El eje de la propuesta no era un horror realista sino el
conflicto entre personajes y la competición sexual machista por los favores de la Eva
futura. La hora final (1959), dirigida por un puntal del Hollywood demócrata como Stanley Kramer,
facilitó que estos miedos se representasen también en grandes producciones. Aunque siguieron
facturándose proyectos low cost como Panic in year zero (1962) o la pintoresca This is not a test
(1962).
Centrados en la amenaza roja
La guerra nuclear ha tendido a presentarse en clave anticipatoria vinculada con la geoestrategia, a
pesar de ser también una realidad pasada. Estas anticipaciones han abundado más en
momentos de conflicto estridente entre los Estados Unidos y el bloque comunista. Poco
después de la crisis de los misiles soviéticos emplazados en Cuba, dos filmes culminaron un ciclo
cinematográfico de pánico a la destrucción mutua asegurada: la sátira Teléfono rojo, volamos hacia
Moscú (1964) y el thriller Punto límite (1964). Posteriormente, El planeta de los simios (1968) y
Regreso al planeta de los simios (1970) jugaron a la anticipación con una vaga sensibilidad
progresista.
Con el primer reaganismo, el miedo a la bomba volvió a frecuentar las pantallas. El cine
fantástico ya ofrecía propuestas postapocalípticas de acción y aventura: la australiana Mad Max
(1979), por ejemplo, generó multitud de secuelas e imitaciones. El día después (1983), y Testament
(1983) coincidieron en priorizar los efectos de un ataque nuclear en las personas. Junto con el filme
de animación británico Cuando el viento sopla (1986), estas obras ejercieron un papel divulgativo
complementario al jugado por El síndrome de China (1979), contribuyendo a sensibilizar sobre los
peligros de la energía atómica. En paralelo, Juegos de guerra (1983) y Terminator (1984) decoraban
el miedo a la aniquilación con un elemento añadido: la inseguridad del ser humano ante el control
computerizado del armamento. Delirios como Amanecer rojo (1985) azuzaban el anticomunismo, y
Miracle mile (1988) mostraba el intento de unos civiles de escapar del holocausto.
Desde la caída del muro de Berlín, el cine global parece vivir el sueño de un mundo monopolar de
paz atómica. Apenas lo han interrumpido pesadillas puntuales como Mentiras arriesgadas (1994),
Pánico nuclear (2002) o la serie televisiva 24 (2001-2010). Ni el accidente de Fukushima y los
conflictos diplomáticos con Irán o Corea del Norte, ni la expansión mundial de la autodenominada
guerra contra el terrorismo, han inspirado advertencias realistas sobre los efectos de una explosión
nuclear. Cabe preguntarse si esta tranquilidad aparente resulta racional en un planeta que almacena
unas 19.000 armas de este tipo. En todo caso, sigue estando pendiente que Hollywood se
mire en el espejo de Hiroshima como sí se miró, con mayor o menor profundidad, en el
espejo de Vietnam. Aunque eso suponga romper con pasados idealizados. Y afrontar,
también, que la guerra contra Japón añadía tintes de supremacía blanca a la lucha militar, política e
ideológica que se mantenía con las otras potencias del Eje. Una reflexión de este tipo parece
oportuna en estos tiempos de autocuestionamiento, también en las pantallas cinematográficas, del
racismo pasado y presente en la autodenominada ‘land of the free’.
Recuadro:
La serie B y la banalización de la masacre
Se puede acusar a los autores de la serie B estadounidense de una cierta insensibilidad, por
convertir una realidad sangrante en la excusa para filmar quickies de terror. Pero los creadores
japoneses también cayeron en vicios similares. Godzilla (1954) incrustaba algunos pasajes
dramáticos que trascendían la banalización, pero Godzilla contraataca (1955) ya se perdía en
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escapistas luchas de monstruos, acompañadas de una inquietante nostalgia hacia el Japón
militarista.
Temáticos:
número 251
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Info de la autoria:
Barcelona
Autoría:
Ignasi Franch
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