Azorin La primera salida La casa estaba triste: se había vendido el olivar; el aceite que se gastaba no era, naturalmente, de la propia cosecha, sino comprado y se compraba, no por arrobas, sino por [...]. Habíanse enajenado también unas tierras sueltas [...], se estaba finalmente, en tratos para malvender unos tranzones, de tierras fuertes, tierras arcillosas, en que se daba admirablemente el trigo. La casa había venido a menos; vivían en ella un señor maduro de unos cincuenta años; una sobrina zagalona, que no llegaba a los veinte; una mujer, ya de días, encargada del gobierno, y un criado que iba y venía a la hacienda. No se quedaba ya la llave de la despensa en la cerradura por recelo de que las entrantas y salientas afanaran algo; hablo de esas mujeres ocasionales que vienen a fregar los pisos, preparar la colada, ayudar a la matanza o a hacer los mandados. Derramadora de harina y allegadora de ceniza, se dice de la mujer que, despilfarrando en lo grande, escatima en lo pequeño. No fue ciertamente así el alma que hemos mentado: pero si antes se pasaba por alto cualquier sisa en la compra o tal cual distracción de las sobredichas entrantas, ahora todo se llevaba con rigurosa parsimonia. La ruina de la casa la había acarreado la compra de libros y los viajes incesantes que, para comprarlos, había de efectuar el señor. No existía librero en el lugar, y era preciso ir, para adquirir esos libros, ya a Albacete, ya a Alcalá de Henares, o bien al propio Madrid. Añádase a estas causas de cuarteamiento de la casa el descuido del amo para con su hacienda. Dice el refrán: "Hacienda, tu amo te vea". No visitaba sus terrazgos el caballero; los jornaleros, obligados a ir al trabajo a la salida del sol y a retirarse cuando el sol se trasponía, alteraban a su talante esas horas, sobre que en el haza, entre rato y rato de cava o entre reja y reja, ponían anchos descansos en que se solazaban con sus conversaciones. El señor no veía nada; la sobrina y el ama andaban encapotadas y cabizbajas; la mohína se respiraba en el aire. No sentía mucho la mozuela, encogidita y zonza; pero sí el ama conocedora por sus años y por su experiencia de lo que es la pobreza. Y la pobreza, la absoluta desnudez, podía fatalmente sobrevenir si se continuaba por tal camino. Los libros que el amo compraba a tanto precio eran historias fantásticas; no había sucedido nunca lo que en ellas se relataba. Pero el señor, metido en su cuarto, cerrada la puerta por dentro, pasaba los días y las noches leyéndolas. Los continuos de la casa -el cura del pueblo, un bachiller y un barbero- discutían a veces con el amo; fingían tomar en serio sus desvaríos. Les parecía inocente el esparcimiento -aunque ello importara a la sustentación de la casa- y daban pábulo con sus contradicciones humorísticas a los devaneos mentales del caballero. Lo malo fue que el señor, poco a poco, iba formando el propósito de huirse en busca de aventuras. Intervinieron entonces de un modo decidido al ama y la sobrina. No se declaró explícitamente el amo: guardó secreto en lo tocante a su salida; pero necesitaba la ayuda del criado, estaba ésta al tanto de lo que se tramaba y sigilosamente lo participó a las dos mujeres. Y entonces fueron las imprecaciones, los aspavientos y las lágrimas. El bachiller Sansón Carrasco había recomendado a sobrina y ama que no contradijeran al señor, es decir, a don Quijote, como ya el mismo había decidido apellidarse. La contradicción podría irritarle y hacer, desde luego, más honda e inapelable su determinación. -Pero, bueno, señor, ¿tan loco está mi amo? ¿Y qué va a hacer por esos caminos? [...] el ama. -¡Cosas de la vida! -contestaba filosóficamente Sansón Carrasco-. Otras locuras se han visto mayores. Y si se va, si anda por esos caminos, si cae aquí y se levanta allá, si es, en fin, la irrisión de las gentes, ¿qué le vamos a hacer? Peor sería que por no poder cumplir su deseo, le entrase una mu[...]ia vehemente y le acabase. -¡Pues que se vaya bendito de Dios! -acabó por decir el ama. -¡Y que no nos arruine la casa! -añadió quedito la sobrina. Por su parte don Quijote tenía planteado un grave problema sentimental: ansiaba la salida, pero quería marcharse sin gritos y sin llantos. Hombre delicado, a pesar de sus desvaríos, le angustiaba la idea de ver en el patio de la casa a su sobrina y el ama cogidas de las piernas del señor, va montando en su caballo, y no dejándole partir, entre exclamaciones lastimeras y lágrimas sorbidas. Sí, él tenía cariño verdadero a las dos mujeres. Y todo su cavilar consistía en el modo de marcharse en un momento en que las dos mujeres no lo advirtieran. A medianoche era imposible: el levantarse intempestivamente hubiera alarmado a las mujeres. No había que pensar en marchar de día. En cuanto al amanecer, entre dos luces, el ama y la sobrina iban todos los días a misa del alba; se tocan en los pueblos tres toques para llamar a misa; al primero ya estaban levantadas sobrina y ama. Media hora después de haber salido, ya oída la misa, estaban en casa de regreso; don Quijote para armarse de todas armas y para disponer el caballo, necesitaba mucho más tiempo. Cierta noche el ama le dijo a don Quijote. -Nosotras estaremos mañana mucho rato fuera de casa; asistiremos primero, a un funeral en la iglesia, y luego iremos a casa de los parientes del muerto para darles el pésame. No había muerto nadie en el pueblo. A otro día don Quijote pudo salir descansadamente: al cerrar la anchurosa puerta del corral, después de haber salido el caballero, el criado, su confidente, exclamó: -¡Anda y no vuelvas más en mucho tiempo! No dijo esto el criado por malquerer a don Quijote, sino sencillamente por su comodidad. Azorín ABC, 24 de mayo de 1942 _____________________________________ Facilitado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes 2006 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Súmese como voluntario o donante , para promover el crecimiento y la difusión de la Biblioteca Virtual Universal www.biblioteca.org.ar Si se advierte algún tipo de error, o desea realizar alguna sugerencia le solicitamos visite el siguiente enlace. www.biblioteca.org.ar/comentario