Otra economía para hacer posible la paz

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OTRA ECONOMÍA PARA HACER POSIBLE LA PAZ
Juan Torres López
Dpto. de Teoría Económica y Economía Política de la Universidad de Sevilla
Al abordar los estudios y la problemática de la paz parece hoy día
ya evidente que lo hacemos a un asunto que requiere omnicomprensión,
transversalidad y un enfoque capaz de adecuarse a su complejidad in*
trínseca .
Por eso que apenas haya aspectos de la vida humana y social que
puedan dejarse a un lado para entender la problemática de la paz, a la
hora de conocer su naturaleza, de explicar las dificultades que implica su
práctica o las demandas que plantea a los individuos y a las relaciones
sociales que éstos protagonizan.
La cultura, la política, la ética, las creencias, la psicología, las condiciones materiales de la vida humana ... todos los aspectos de las
relaciones sociales constituyen el nudo gordiano en el que se entronca
el problema y la aspiración de la paz. Y ahí es obvio que se encuentra
también la dimensión económica de los problemas sociales, la actividad
productiva de los seres humanos y las acciones que llevamos a cabo para
intervenir de una manera u otra sobre ella.
Y, tal y como ocurre con cualquier otra de las dimensiones de la vida
humana y social que afectan a la problemática de la paz, es igualmente
obvio que no cualquier condición económica tiene el mismo efecto sobre ella, si la entendemos aunque sea de forma muy elemental como la
condición en la que los seres humanos disponen de garantías suficientes
*
.N. E. Véase el capítulo «Pax Orbis. Complejidad e imperfección de la Paz»
172
juan torres lÓpez
para satisfacer las necesidades básicas, satisfacción sin la que se ven
forzados a involucrarse en un conflicto por la utilización de recursos que
tiende a presentarse habitualmente de forma violenta.
Pues bien, en esta intervención quisiera simplemente exponer algunas
ideas básicas sobre lo que podríamos denominar las pre-condiciones
económicas para la paz. Es decir, el tipo de actividad económica y de
comprensión analítica de los asuntos económicos que puede permitir
que el conflicto por la utilización de los recursos se resuelva pacífica y
satisfactoriamente.
La base de la que parte es considerar que la vida social en paz requiere
unas condiciones previas de satisfacción que eviten que el conflicto material por el uso de los recursos básicos, que quizá de forma inevitable es
consustancial con la vida humana, se resuelva de forma violenta, para lo
cual es necesario que ese conflicto se plantee y resuelva dentro de unas
*
coordenadas básicas de equidad e igualdad . Una idea que en términos
normativos equivaldría a pensar que es preciso aceptar una especie de
imperativo moral que obligue a garantizar la satisfacción de esa demanda
humana básica relativa a los recursos esenciales para la vida.
La realidad de las cosas me parece que prueba de manera indiscutible
que una buena parte de la violencia en la que el ser humano se ve envuelto
hoy día (y quizá siempre), la ausencia efectiva de paz, deriva precisamente
del hecho evidente de que los recursos materiales se apropian de modo
muy desigual, a través de mecanismos intrínsecamente inequitativos, al
margen de cualquier criterio de justicia y con resultados manifiestamente
desiguales y frustrantes para la inmensa mayoría de la sociedad.
Es difícil encontrar un conflicto bélico que no esté asociado, más
o menos directamente, a las condiciones económicas, a la carencia de
recursos, a la lucha por disponer de los medios de los que unos u otros
nos apropiamos sin tener en cuenta la necesidad de quien está a nuestro
lado y carece sin razón de ellos.
Por eso me parece que la reflexión sobre la paz, como anhelo humano,
como condición de la vida social y como práctica relacional, requiere
incorporar «la cuestión económica», «el problema» de la satisfacción
material, y tratar de evidenciar cuáles son las condiciones que, desde
esta perspectiva, dificultan hoy día la práctica de la paz y cuáles pueden ser las que faciliten la resolución pacífica del conflicto en torno a
*
.N. E. Véase el capítulo Una Teoría de Conflictos basada en la complejidad
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la satisfacción material y el uso de los recursos necesarios para la vida
humana. Un conflicto que, aunque quizá sea inherente a la vida humana, no tiene por qué resolverse necesariamente (como ningún otro) de
forma violenta.
En términos generales, creo que ese planteamiento ha de atender a
tres dimensiones esenciales de las cuestiones económicas. La primera
de ellas es, lógicamente, la definición de lo que va a ser o mejor dicho,
de lo que debe ser considerado como «problema económico».
La segunda es la determinación de lo que comúnmente se entiende por
«economía», como cuerpo de conocimientos e instrumento de análisis.
Es decir, la naturaleza, el alcance y la pretensión del tipo de enfoque
intelectual y de las herramientas analíticas que utilizamos para abordar
los problemas que anteriormente hayamos aceptado considerar como los
asuntos sociales de naturaleza económica.
En tercer lugar, hay que referirse a los asuntos de la vida económica
que hoy se ponen principalmente sobre la mesa y cuyo estado actual
implique una mayor y más evidente dificultad para lograr que la paz se
imponga en las relaciones humanas y sociales.
Trataré a continuación de desarrollar algunas ideas sobre estas tres
cuestiones principales.
1. UNA AGENDA GLOBAL INJUSTA QUE GENERA VIOLENCIA
Como dice el Premio Nobel de Economía Amartya Sen1, «si en la
mente de muchas personas la religión y la comunidad están relacionadas
con la violencia global, también lo están la pobreza y la desigualdad».
Y si eso es así, no queda más remedio al mismo tiempo que reconocer que esas condiciones son asimismo el resultado del tipo de asuntos
económicos a los que se les da tratamiento preferente y de las soluciones
que reciben en la agenda global de nuestros días *.
En concreto, me parece que hoy día hay suficiente consenso como
para poder afirmar que en la actualidad hay una serie de materias y de
1.SEN, Amartya (2007) Identidad y violencia. La ilusión del destino. Buenos Aires,
p.191
*
.N. E. Véase el capítulo Los procesos de Cooperación y Conflicto en las Relaciones
Internacionales: Continuidad y Cambio
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políticas vinculadas a cada una de ellas que están en el origen de la pobreza global, de la desigualdad creciente y de la persistente frustración
en la que viven cientos de millones de personas en nuestro mundo 2.
Puede ser, como el propio Amartya Sen reconoce, que la pobreza, el
desempleo, la precariedad y la necesidad incluso vayan acompañados
de una falta tan mortecina de respuesta que no generen violencia: «Un
desdichado muerto de hambre puede ser demasiado frágil y estar demasiado abatido como para luchar y combatir, y hasta para protestar y gritar.
Por tanto, no es sorprendente que con mucha frecuencia el sufrimiento
intenso y generalizado y la miseria hayan estado acompañados de una
paz y un silencio inusuales»3.
Pero ni siquiera así se puede negar que esas situaciones constituyen
en sí mismas una situación de violencia interior, una carencia efectiva
de paz, si esta se entiende como algo más que la que se expresa en el
silencio de los cementerios. La pobreza y la desigualdad en nuestro
mundo están siendo producidas actualmente por algunos factores como
los siguientes:
— Las normas que regulan el comercio internacional, claramente
asimétricas, de modo que permiten a los países más ricos establecer
constantes trabas a los flujos comerciales que podrían proporcionar rentas
a los más pobres, mientras que imponen a éstos últimos una aceptación
casi militar de las normas liberalizadoras que ellos no cumplen 4.
No solo se ha fijado un criterio de plena libertad comercial que ya es
intrínsecamente injusto, puesto que implica tratar igual a los desiguales,
sino que ni siquiera es seguido por las grandes potencias que, al contrario de lo que no dejan hacer a los países menos poderosos, protegen
sus intereses mientras que obligan a los países empobrecidos a abrirse
sin reservas ante ellos.
El hambre en países ricos en recursos naturales, la pobreza en naciones
con producción de mercancías abundante y de amplia aceptación en los
mercados, o la colonización que impide que las decisiones económicas
se adopten atendiendo a los interés autóctonos, son las consecuencias
de un régimen comercial mundial injusto, desigual y que está regulado
de espaldas a las necesidades de la población mundial.
2.STIGLITZ, Joseph E. (2002). El malestar en la globalización. Madrid.
3.SEN, Amartya (2007) p.192
4.STIGLITZ, Joseph E. y CHARLTON, Andrew (2007). Comercio justo para todos.
Madrid.
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El proteccionismo de la Unión Europea que le lleva, por ejemplo, a
ser la primera exportadora mundial de azúcar cuando éste producto se
obtiene en este continente con los costes más altos del mercado mundial, es bien expresivo de cómo los ricos pueden imponer sus intereses
comerciales sobre los demás países sólo por el hecho de que son más
ricos y no porque respeten (como obligan a hacer a otros para que no
puedan defenderse) las leyes del mercado que afirman defender.
— La práctica desregulación de las relaciones financieras a escala
planetaria, dando lugar a que el dinero, como dice Eduardo Galeano,
tenga en este mundo mucha más libertad que los seres humanos, es
otra de las componentes de la agenda económica mundial que provoca
pobreza y desigualdad mundial5.
En los últimos decenios se ha producido una hipertrofia de los flujos
financieros que ha generado un universo monetario muy volátil e inestable pero sumamente rentable. Uno de los problemas que esto plantea
es que, al ser más atractiva la actividad financiera, absorbe recursos que
dejan de fluir a la actividad productiva, lo que provoca, por un lado,
descapitalización (a pesar de que en realidad hay una sobreabundancia
de recursos) y, por otro, crisis periódicas que lógicamente terminan por
afectar (como sucede con la actual crisis hipotecaria) a las personas o
países con rentas más bajas.
Todo eso se produce en el marco de una gran desregulación (o, para
ser más exactos, de una potente regulación bajo la ética liberal que
permite dejar hacer y movilizarse sin trabas a los capitales), de modo
que hoy día no hay manera de enfrentarse con garantías a la furia que
se desata en los mercados financieros, a los vaivenes muy caprichosos
de los capitales que se mueven a cortísimo plazo (y precisamente por
eso incapaces de sembrar actividad real por donde circulan) en busca
de la rentabilidad.
Se dice con razón que la economía mundial de nuestra época está
financiarizada, que es una economía de casino en donde priman la especulación y la generación de activos ficticios que, a pesar de que llevan
tras de sí ingentes cantidades de recursos financieros, nada tienen que
ver con los bienes y servicios necesarios para satisfacer las necesidades
humanas. La sobreabundancia de capital existente en nuestros días en
5.TORRES, Juan (2006) Toma el dinero y corre. La globalización neoliberal del
dinero y las finanzas. Barcelona
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los mercados financieros se da al mismo tiempo que la escasez de esos
mismos recursos para la actividad productiva y eso está en el origen de la
subsiguiente falta de medios para producir los bienes y servicios básicos
que necesita una inmensa proporción de la población mundial.
— Consustancialmente con estas dos circunstancias anteriores, un
tercer factor que coadyuva de modo decisivo al empobrecimiento de
muchas naciones y de los sectores más desfavorecidos del planeta es
la pérdida de capacidad de maniobra de los gobiernos, la «retirada del
Estado» en palabras de Susan George6.
Frente a la globalización de las relaciones financieras desreguladas y
del comercio internacional en las condiciones mencionadas más arriba,
los estados han renunciado a intervenir con decisión en las áreas que
cada vez resultan ser más estratégicas de cara a la resolución de los
grandes problemas económicos. Por un lado, los intereses privados
más poderosos han impuesto una voluntad de renuncia, muchas veces
explícita, y, por otro, resulta que en las condiciones en que se plantean
a escala las interrelaciones macroeconómicas, esa renuncia viene dada
sin remedio.
Así, cuando los capitales circulan sin restricción alguna, los tipos de
interés, los instrumentos cambiarios o las propias políticas económicas
nacionales pierden casi toda su capacidad regulatoria, ya que no se
pueden utilizar sin que tengan una respuesta inmediata por parte de los
capitales.
Quienes ganan las elecciones, como señalaba el asesor del presidente
Lula, Frey Betto, llegan al gobierno pero no al poder, puesto que el
ejercicio efectivo de éste depende de lo que se imponga en los mercados
o en los grandes centros de decisión financiera.
Como he señalado en otro lugar7, lo que está ocurriendo con los
planteamientos macroeconómicos dominantes es que se conciben y se
practican como si fueran algo ajeno a la política, es decir, al ámbito de
decisión ciudadana, y que no debe responder a cualquier criterio sobre
su bondad o maldad, sin requerimiento ético alguno.
6. GEORGE, Susan (2001) La retirada del estado. Quién gobierna el mundo en el capitalismo global ¿mafias, multinacionales, empresas de consultoria, cárteles...? Barcelona.
7.TORRES, Juan (2004) «Regulación macroeconómica y democracia ¿Justifica la
economía que los gobiernos renuncien a gobernar». En GUERRA y TEZANOS (2004)
Políticas económicas para el siglo XXI. Madrid.
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Como dice acertadamente Robert Gilpin8, cuando se establece un
sistema que implica que una nación no tiene capacidad de realizar una
determinada política, de tomar una decisión en virtud de su propio criterio, cuando tiene las manos atadas ante la disciplina que impone un
banco central en virtud de una lógica restrictiva que puede ser contraria
a otra más expansiva que convenga mejor al bienestar o a la eficiencia,
no es que la política no esté interviniendo. Todo lo contrario: dar por
hecho que no hay elección política a la hora de adoptar decisiones
macroeconómicas, que un país no tiene capacidad de maniobra, que no
va a poder decidir por sí mismo lo que pueda interesarle, ya es en sí
mismo una elección política. Eso sí, impuesta.
Los planteamientos dominantes sobre el papel del Estado (o mejor
decir, sobre su «no papel») ha hecho de la economía una pieza principal
que apuntala el «nuevo medievalismo» del que habló Hedley Bull9 y que
implica la renuncia efectiva a lo público no sólo como espacio político
sino como ámbito en el que se suscribe colectivamente una moral social,
las lógicas elementales que merecen ser compartidas, la ética de mínimos
sin la que cualquier sociedad termina por convertirse en una selva invivible
en la que no puede extrañar que se multiplique la violencia que nace de
la pobreza y la desigualdad que es inevitable que aparezcan cuando no
se colocan como asuntos prioritarios de la agenda de los estados que son
las instituciones que pueden hacerles frente con más eficacia.
— Por otro lado, un efecto inmediato de lo anterior es la crisis de
la fiscalidad y de las políticas redistribuidoras, los instrumentos quizá
más efectivos para, al menos, paliar la pobreza y la desigualdad lacerante de muchas de nuestras sociedades, y que lógicamente requieren
estados fuertes y una voluntad política firme de intervenir para corregir
la injusticia que producen las relaciones de mercado.
No solo se han debilitado en el interior de prácticamente todas las
naciones sino que en algunos han terminado casi por desparecer, tal y
como sucede a escala internacional, en donde las relaciones comerciales y financieras se desenvuelven sin la más mínima sujeción a tasas o
impuestos que, en justa correspondencia con el tipo de actividad predominante, deberían ser igualmente globales en la actualidad.
8. GILPIN, Robert (2001) Global Political Economy:Understanding the International
Economic Order. Princeton.
9.BULL, Hedley (1977) The Anarchical Society. New York
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— Aunque desde otro punto de vista, otro de los factores que están
contribuyendo más decisivamente a producir empobrecimiento global,
e incluso una auténtica violencia implícita frente a la naturaleza que al
fin y al cabo es la piel del ser humano como ser social, es la renuncia
de la economía a tomar en consideración de modo efectivo los costes
vinculados al uso que realizamos de los recursos naturales 10.
Una desconsideración que ya en muchas ocasiones trae directamente la
violencia y la guerra para que unos grupos, empresas o naciones puedan
garantizar para ellos mismos el uso de materiales estratégicos como el
petróleo, el coltan o tantos otros.
Esa dejación, de la que hablaré más adelante, y la extensión de los
criterios desigualadores del mercado a los recursos naturales (como en
el paradigmático caso del agua) comienza a originar lo que con toda
seguridad va a ser una de las causas más abundantes de conflictos y
guerras en este siglo11. No podrá ser de otro modo mientras no se invierta
esa tendencia y se comience a considerar que la contabilización de los
recursos económicos, de sus costes y beneficios, debe comenzar por el
uso de la energía, de los residuos y de la naturaleza en general, algo
que, a pesar de estar evidentemente implícito en el funcionamiento de
la economía, no está siendo tenido en cuenta por ésta.
— Un efecto de la preminencia que hoy día tiene la lógica del mercado
sobre cualquier otra consideración es la generalización de incentivos perversos que son especialmente dañinos para el bienestar social y la igualdad
en el mundo, como ocurre de forma paradigmática con las patentes y, especialmente, con las relacionadas con el conocimiento, la salud y la vida12.
Las leyes actuales constituyen un incentivo radicalmente inadecuado
para que se reduzca la brecha digital, el desfase en el acceso a las fuentes
del conocimiento de los pueblos más pobres del planeta o para que se
investiguen y pongan en el mercado los medicamentos que necesitan las
personas pobres, mientras que incentivan, por el contrario, las destinadas
a los sectores de población de mayor renta13. Lo que obviamente origina
10.NAREDO, José Manuel (2006). Raíces económicas del deterioro ecológico y social.
Más allá de los dogmas. Madrid.
11.LONERGAN, Steve (2005) «El agua y la guerra». Our Planet, vol. 15 No. 4.
12. KHOR, Martin (2003) El saqueo del conocimiento. Propiedad intelectual, biodiversidad, tecnología y desarrollo sostenible. Barcelona
13. KREMER, Michel y GLENNESTER, Rachel (2004). Strong medicine: Creating
incentives for pharrmeceutical research on neglected diseases. Princeton.
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desigualdades y carencias lacerantes en millones de seres humanos, una
fuente inagotable de violencia estructural.
2. HOMO OECONOMICUS: EL SER HUMANO
DESNATURALIZADO
La evolución histórica del análisis económico marca claramente los
cambios en la comprensión de la actividad de los seres humanos de
cara a la satisfacción de sus necesidades así como en la caracterización
de su propia naturaleza como productor, distribuidor y consumidor de
bienes.
La concepción aristotélica original entendía que la economía (oikos
knomos) se refería a la administración de la casa (en el sentido amplio de
ésta última, que extendía lo doméstico más allá de las meras relaciones
familiares) lo que implicaba que se trataba de una actividad en donde
lo relacionado con el intercambio monetario se conjugaba con toda la
actividad relativa a la satisfacción real a través del uso y gestión de los
recursos necesarios y que, precisamente por darse en el seno del la casa,
estaba igualmente vinculado con los valores y prioridades que históricamente han estado unidos al espacio de lo doméstico: colaboración,
gratuidad, empatía, diálogo...
Más adelante (y de modo paralelo a «la gran transformación» de
la que hablara Polanyi) se produce una inversión sustancial en esta
comprensión cuando la progresiva generalización de las relaciones de
intercambio monetario y el paulatino desarrollo del capital terminarán
por transmutar esa originaria concepción para hacer de la economía un
saber vinculado exclusivamente al ámbito monetario y a las relaciones
del comercio: la sociedad se convierte en sociedad de mercado y la
economía en economía de lo monetario.
El desarrollo de la economía clásica a través de las obras de los primeros grandes economistas confirmó esta inversión, si bien fortaleció y
generalizó, al mismo tiempo, el análisis (cada vez más sistemático) de
los fenómenos económicos acompañado de la reflexión sobre la cuestión
distributiva, lo que inevitablemente llevaba a que la reflexión moral del
signo que fuera le fuese consustancial.
Además, la economía clásica, de la mano del primitivo pensamiento
sociológico y de la constatación más elemental y certera del funcionamiento de las sociedades, se basaba igualmente en el reconocimiento
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de las clases sociales, no solo como protagonistas de los procesos de
distribución sino como los sujetos efectivos de los grandes fenómenos
cuyas leyes generales se trataba de descubrir.
Ese planteamiento reconocía el conflicto como inherente a las relaciones
económicas y de ahí que se tratase de descubrir elementos o factores de
resolución que proporcionaran la necesaria armonía a la vida social a
través de las relaciones económicas, bien a través de la mera dinámica
autónoma del mercado (de la «mano invisible»), bien a través de la
lucha política o de clases, bien mediante un profundo humanismo que
se trataba de conjugar de la mejor manera posible con el racionalismo
de la época.
Sin embargo, esos planteamientos se fueron al traste con la llamada
economía marginalista o neoclásica que volvió a invertir radicalmente
la naturaleza del análisis económico y las bases para la comprensión de
la actividad económica.
De las clases sociales se pasó a la consideración del individuo como
sujeto económico aislado y éste se entendió como un auténtico homo oeconomicus, es decir, como un ser cuya lógica exclusiva de comportamiento
era la de maximizar la utilidad a partir de sus intereses egoístas.
Además, la economía dejó de ser una economía política, como la
había denominado Montchretien ya en 1615, para pasar a convertirse
en un abstracto (economics), y las reflexiones morales desaparecieron
cuando se estableció que la vida económica estaba regulada por los
automatismos del mercado, en donde no había lugar para las disquisiciones morales sino, simplemente, para el cálculo de las condiciones de
eficiencia técnica de los intercambios.
El punto culminante de estos planteamientos se alcanza cuando Wilfredo
Pareto formula las condiciones en las que puede lograrse una situación
de bienestar social óptima en la que, sin embargo, no hay cabida, como
he dicho, para ningún tipo de consideración relativa a la justicia, a los
efectos de la distribución original de la riqueza dada o a las situaciones
de carencia que pueden ser compatibles con dicho óptimo
La consecuencia de estos planteamientos marginalistas o neoclásicos
que con más o menos fidelidad a sus principios originales dominan hoy
día el pensamiento y el análisis económico (al menos en sus postulados
teóricos más abstractos e influyentes) es que éstos se han consolidado
como saberes verdaderamente autistas, incapaces de reconocer en sus
planteamientos la realidad de las cosas y muy despreocupados por las
condiciones de vida de la población humana.
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Esto último se manifiesta, sobre todo, en la desconsideración por
parte del análisis económico y de las políticas económicas dominantes
de una amplia gama de variables que no consideran como inherentes a
los problemas económicos, a pesar de que es una evidencia elemental
que tienen una influencia decisiva en la naturaleza de su planteamiento
y en su resolución.
Me refiero, por ejemplo, a las condiciones en que se toman las decisiones o a las desigualdades de acceso al poder y en el reparto de los
vectores de realización de los que, al fin y al cabo, depende la posibilidad
de influir y participar activamente en la vida social y económica.
Es lógico que en la medida en que la economía no tenga en cuenta
estas circunstancias se desentienda entonces de la diferente posición de
los seres humanos a la hora de forjar sus preferencias y, sobre todo,
de expresarlas en intereses con posibilidades de ser tenidos en cuenta
o satisfechos.
E igualmente hay que mencionar la habitual desconsideración que la
economía convencional hace de las dimensiones más auténticas del ser
humano y que, precisamente porque lo son, deberían ser las que más
destacadamente se tuvieran en cuenta a la hora de gobernar los hechos
económicos de los cuales depende la satisfacción de las auténticas necesidades de las personas.
A pesar de que se concibe como una ciencia omnicomprensiva (la
«gramática de las ciencias sociales» la llamó Jack Hirsleifer14), de la
escasez y la elección en las que se involucran los seres humanos, lo
cierto es que la economía sigue siendo casi completamente ajena a los
recursos y condiciones que tienen que ver con nuestras dimensiones
más auténticamente humanas: la felicidad, el desarrollo integral de las
personas, nuestros sentimientos y sensaciones, los sufrimientos o nuestras pasiones. George Bernard Shaw dijo que «la economía es el arte de
sacar todo el partido a la vida» pero lo cierto es que ha terminado por
convertirse en el partido que se le puede sacar a la vida solo cuando
hay valor o recursos monetarios de por medio.
En consecuencia, la contabilidad social o los indicadores que se toman como referencia, las variables sobre las que se actúan y el espacio
social en el que exclusivamente se sitúan los problemas económicos son
14. HIRSLEIFER, Jack (1985) «The Expanding Domain of Economics» American Economic Review 75:53-68.
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los que coinciden exactamente con el universo de lo que puede tener
reflejo en lo monetario. Y además, eso se analiza y se trata de explicar y
analizar desde un enfoque que, como señaló Gary Becker15 con bastante
coherencia, distingue más que su propio objeto a la ciencia económica: el
enfoque que está basado en la racionalidad maximizadora, en el egoísmo
y en el sometimiento a las leyes del mercado 16.
El problema es que e este enfoque económico produce una verdadera
desnaturalización del ser humano y de su conducta como individuo y
como parte de una sociedad (a la que incluso se le llega a negar su
propia existencia cuando se dice, como Margaret Thatcher, que no hay
sociedad sino individuos).
Y, además, individuos que se conciben exclusivamente como agencias
maximizadoras, desprovistos realmente de humanidad puesto que son
únicamente seres carentes de cualquier encuadramiento moral que no
sea su racionalidad en la elección y el egoísmo que le lleva a tomar en
consideración solamente sus aspiraciones e intereses particulares.
La economía dominante concibe a los seres humanos como agentes
sin espacio natural común, sin sociedad. Como también los concibe sin
sentimientos, o sin más necesidades que no sean las de tener, como si
los seres humanos solo estuviéramos diseñados para poseer y no para
ser o relacionarnos con los demás.
Y a la hora de contemplar las actividades económicas que llevamos
a cabo el ámbito relacional de los seres humanos se reduce igualmente
hasta el que queda marcado exclusivamente por las relaciones de mercado.
Un ámbito que, a pesar de que es evidente que conforma una proporción
reducida del espacio en el que nos movemos para satisfacer nuestras
necesidades (piénsese en el trabajo voluntario, en el doméstico, en los
intercambios gratuitos...), se quiere ver, sin embargo, como un orden
natural, totalizante y «constitutivo del orden social», como lo calificaba
Friedrich Hayek17.
15.BECKER, Gary (1976) The economic Aproach to Human Behavior. Chicago
16.TORRES, Juan (2001) «Las alternativas imperfectas de la economía. La naturaleza
del problema económico». En MUÑOZ, Francisco A. (2004) La paz imperfecta. Granada.
17. HAYEK, Friedrich (1981) Nuevos estudios en filosofía política, economía e historia
de las ideas. Buenos Aires, p. 55
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Lógicamente, para ese simple viaje al núcleo maximizador de la
utilidad individual del individuo aislado, la economía no precisa de
las alforjas de la política, de la antropología, de la sociología ni, por
supuesto, tampoco de la ética.
De esta forma la economía no sólo se empobrece a sí misma, como
ha afirmado Sen18 que le ocurre cuando se separa de la ética, sino que,
desprovista de juicio moral, de inquietud normativa y de valores como
la equidad, la justicia o la solidaridad, necesariamente deja fuera de su
episteme al empobrecimiento humano, a la insatisfacción, al malestar o
a la desigualdad como causas de la violencia.
¿Y cómo, entonces, hablar de paz?
3. MÁS ALLÁ DE LA ECONOMÍA CONVENCIONAL
Más allá de lo que no ve la economía convencional, me parece que
la paz mundial necesita hoy día nuevas relaciones económicas, basadas
en el reparto de los frutos de la actividad económica y en la justicia,
nuevos polos y mecanismos de decisión, nuevos problemas prioritarios
en la agenda global y en las de los gobiernos, y más recursos destinados
a resolver necesidades básicas (para evitar, por ejemplo que la meta de
alcanzar objetivos tan elementales como los del Milenio de las Naciones Unidas esté cada vez más lejos). Y necesita lógicamente que estas
pretensiones, posiblemente las preferentemente sentidas por la inmensa
mayoría de la humanidad, puedan convertirse en prioridades en la acción
de los gobiernos.
Para hacer realidad todo eso es evidente que se necesita poder y capacidad para influir en la mentalidad social y en los procesos de generación
de valores. Pero no sólo poder. Como dice Antonella Picchio19 refiriéndose
a lo que es necesario para alterar el modo de pensar y de actuar marcado
exclusivamente por lo masculino, no basta con disponer de un lugar privilegiado en la jerarquía social sino que es necesario también «identificar
ciertas cuestiones fundamentales y abordarlas de forma novedosa» así
18.SEN, Amartya (1989) Sobre ética y economía. Madrid
19.PICCHIO, Antonella (2005) «La economía política y la investigación sobre las
condiciones de vida» en CAIRÓ, Gemma y MAYORDOMO, Maribel (2005). Por una
economía sobre la vida. Aportaciones desde un enfoque feminista. Barcelona
184
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como «formular y utilizar los instrumentos analíticos adecuados» porque,
sigue diciendo, «la eficacia en lograr cambios depende de la capacidad
para interpretar la naturaleza y la dinámica de los procesos sociales y
para reconocer los sujetos que en ellos actúan».
Coincidiendo con esta apreciación, entiendo que para provocar un reencuentro de la economía con la aspiración humana y con la práctica social
de la paz, en los múltiples sentidos que vengo mencionando (relativos
a la actividad económica, a los problemas económicos y a su análisis
científico) es necesario, además de lo que he señalado, que dispongamos
de otro enfoque teórico, de nuevos puntos de partida y de herramientas
de análisis diferentes a las que vienen siendo utilizadas por la economía convencional, que lógicamente son las apropiadas para conocer los
asuntos (convencionales) que se propone analizar y no otros.
Señalaré a continuación los que me parecen más relevantes y urgentes para lograr que las relaciones económicas sean, en todas sus
manifestaciones, una fuente de satisfacción y paz en lugar de causas de
enfrentamientos y conflictos más o menos violentos.
El análisis económico ha de partir de un nuevo principio antropológico.
La economía debe ser una ciencia de lo humano y de los humanos 20,
un conocimiento sobre la acción de seres humanos que observa en toda
su integridad y no solo en su dimensión comercial y mercantil, como
evaluadores del riesgo y la utilidad.
La economía no puede limitarse tampoco a ser una mera praxeología,
una ciencia de la elección o una mera técnica al servicio de la eficiencia, sino una ciencia moral, con sensibilidad ética, y concernida por los
problemas humanos de la privación y la pobreza, de la discriminación
y la injusticia.
Estos principios deben ir acompañados necesariamente de un concepto
de la actividad económica que no se limite a lo que tiene expresión monetaria, sencillamente, porque la satisfacción de las necesidades humanas
(incluso las simplemente materiales) está concernida por actuaciones
humanas que se desenvuelven en esferas ajenas a lo monetario. Y porque
muchos bienes y servicios imprescindibles para la vida humana (tanto o
más que los que se manifiestan como mercancías) se producen en ámbitos
en los que no impera la lógica del intercambio mercantil.
20.NELSON, A. (2006). Economics for Humans. Chicago.
otra economÍa para hacer posible la paz
185
De hecho, la extensión del conocimiento y el análisis económico a
esos ámbitos y el reconocimiento de ese tipo de actividades como dentro
lo que consideremos como economía será lo que permitirá que ésta se
reconcilie con los valores ya la práctica de la generosidad, del regalo,
del amor, del cuidado, de la cooperación, de la sensibilidad, del respeto y
la cooperación, de las emociones, de la entrega y la solidaridad que son
los que, en realidad, hacen que los seres humanos seamos efectivamente
humanos y capaces de resolver en paz nuestros problemas.
Paralelamente, la economía debe renunciar para siempre a la ficción
del automatismo del mercado y a la ficción de que éste actúa con independencia de cualquier otro fenómeno o circunstancia social. Ningún
mercado puede ni siquiera comenzar a funcionar sin normas, sin establecer preferencias previas, sin reglas de corrección y funcionamiento.
Y cualquiera de ellas no puede sino derivar de una decisión previa que
tiene que ver y está condicionada por la riqueza, por el poder y por la
capacidad de influir de cada persona o grupo social.
Por eso, la economía no sólo debe ser humana, moral y social sino
que debe ser también, como al inicio, economía política, es decir, capaz
de reconocer los elementos de entorno que en cada momento están incidiendo en el tipo de respuesta que reciba cada problema económico y,
de modo muy particular, en el conjunto de capacidades de cada persona,
lo que Amartya Sen21 denomina los «vectores de realización» y que son
la base de la «libertad de bienestar» de cada uno de nosotros.
De hecho, lo que resulta hoy ilusorio es creer, como suele ser habitual,
que la resolución pacífica de los conflictos sociales puede lograrse garantizando solamente la «libertad de protagonismo», por seguir utilizando
las expresiones de Sen, que se refiere a la posibilidad de conseguir metas
y valores, y no al mismo tiempo la de bienestar que es la que permite
garantizar efectivamente que los individuos se realicen integralmente y
que gocen de las consecuencias globales del bienestar que otros tienen
a su completa disposición.
Si de verdad hay una aspiración sincera por la paz, la economía no
podría ser ajena al hecho evidente de que hoy día el planeta dispone de
recursos y de capacidad potenciales suficientes para producir riqueza,
bienes y servicios suficientes para garantizar la satisfacción integral y
completa de las necesidades que son esenciales para la vida humana.
21.SEN, Amartya (1997) Bienestar, justicia y mercado. Barcelona
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juan torres lÓpez
Claro que para ello es preciso asumir, en primer lugar, un imperativo
ético universal y unas reglas de gobiernos planetario muy diferentes a las
que hoy día predominan. En segundo lugar, una agenda muy diferente
de los problemas que hay que resolver, como he mencionado anteriormente. En tercer lugar, un reparto del poder equilibrado que obligaría
a comprender y aceptar que la democracia (por supuesto también en lo
mucho que tiene que ver con los problemas económicos) además de una
mecánica de decisión es también un espacio deliberativo y un tipo de
vínculo social. Y, finalmente, técnicas de análisis, evaluación, decisión e
intervención que se congraciaran con el medio ambiente físico, con la
naturaleza plural de los seres humanos (y especialmente con la dimensión
femenina de los hechos sociales) y con la imprescindible dimensión temporal de la vida económica de un modo distinto al que hoy día conlleva
el paradigma del crecimiento lineal y compulsivo.
No conviene engañarnos. La paz requiere una mínima satisfacción y
el sentimiento de que se está actuando con un mínimo de justicia. Por
eso, mientras nuestro siga siendo un verdadero infierno para la mayoría
de la población humana no será posible la paz.
Para evitarlo, el punto de partida imprescindible es comenzar por la
modificación en el destino de los recursos y la asunción de una pauta
distributiva diferente e igualitaria. Las Naciones Unidas y muchos otros
organismos oficiales, organizaciones privadas o estudios académicos
vienen insistiendo en que con una cantidad de recursos que relativamente
es bastante reducida (si se compara con los patrimonios o rentas de las
personas más ricas del mundo o con el gasto armamentístico mundial,
por ejemplo) se podrían financiar las soluciones a las grandes carencias
de la humanidad en salud, vivienda, educación o alimentación. Pero
los gobiernos no es que no avancen en la necesaria transformación de
las estructuras desiguales e injustas que provocan pobreza, sino que ni
siquiera cumplen sus propios compromisos de «generosidad» con los
que ellos mismos han arruinado.
Lo que eso quiere decir es que para avanzar hacia una distribución
más justa de la riqueza hay que modificar, como he señalado, la agenda
global y la de los gobiernos nacionales: dando prioridad al problema de
la desigualdad frente al del crecimiento en el comercio internacional,
estableciendo mecanismos de control de las finanzas internacionales
para que queden sometidas a la regulación efectiva de los gobiernos y
de instituciones mundiales reforzadas, imponiendo tasas o impuestos
a escala planetaria, sometiendo la actuación de las grandes empresas
otra economÍa para hacer posible la paz
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transnacionales a leyes y reglas de responsabilidad, modificando los
sistemas de incentivos y las leyes de patentes, o estableciendo contribuciones obligatorias a fondos internacionales destinados a la creación
de las necesarias infraestructuras y servicios de bienestar, por citar
solo algunos ejemplos, de los muchos que se pueden encontrar en la
literatura o en las propuestas políticas de quienes ofrecen perspectivas
de transformación social en nuestro mundo.
Pero, como acababa de señalar, no conviene engañarse. Todo eso será
posible sólo en la medida en que se comience por generar nuevas herramientas de pensamiento (nuevas formas de contabilidad social, nuevos
indicadores, perspectivas de análisis más complejas y transversales...),
nuevos valores y nuevas convicciones e imperativos morales. *
*
.N. E. Véase el capítulo El poder político de la paz. La presencia social y política
de la paz.
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