La Cuestión de Confianza

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LA CUESTION DE CONFIANZA
LA CUESTION DE CONFIANZA
El artículo 130 de la Constitución establece la llamada
“cuestión de confianza”, instituto jurídico mediante el cual
el presidente del Consejo de Ministros debe tener la
“confianza” del Congreso o de lo contrario deben renunciar
todos los miembros del gabinete.
La institución no es propia de los regímenes
presidencialistas, sino más bien de los parlamentarios o
semipresidencialistas. El Congreso americano, por ejemplo,
carece de esta facultad. También carecen de la misma los
congresos latinoamericanos en general. En el Perú, se le
comenzó a utilizar desde el siglo pasado, cuando se
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interpretó que si el congreso negaba su confianza a un
ministro éste se encontraba obligado a renunciar. En los
demás países latinoamericanos el retiro de confianza no
obliga a la renuncia.
La explicación es la siguiente: en los países donde opera el
presidencialismo (Estados Unidos y casi todos los países
latinoamericanos) los secretarios o ministros son de “la
confianza” del Presidente. El los nombra y los remueve
según, precisamente, la confianza que le merecen. En los
países de corte parlamentarista, por ejemplo Italia y casi
todos los regímenes europeos (e incluso en Asia varios
como Japón), los ministros son de “la confianza” del
Parlamento, quien los nombra y los remueve a su
voluntad.
Cuando en un régimen presidencialista el Presidente de la
República pierde la confianza en un ministro, se lo expresa
y éste renuncia de inmediato. Igual ocurre en un régimen
parlamentarista, donde si el Congreso pierde la confianza
en un Consejo o en un ministro, éste debe renunciar.
En el Perú hace muchos años que lamentablemente no
existe un régimen presidencialista ni parlamentarista, con
lo que nos hubiéramos evitado muchos problemas. Lo que
hemos tenido y seguimos teniendo, es un régimen
semiparlamentario o semipresidencialista, tal vez el mejor,
pero también el más difícil de construir. Pretendemos un
Gobierno conjunto, pero muchas veces ha significado la
paralización del Ejecutivo, cuando un Parlamento opositor
le impide gobernar. Ha sido usual una política de oposición
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destructiva que lleva a la paralización y finalmente al golpe
de Estado.
En nuestro país la solución intermedia progresó en tal
sentido: El Consejo de Ministros y la Presidencia del mismo
se desarrollaron y fortalecieron desde mediados del siglo
pasado, hasta convertirse en un órgano de gobierno,
tímido pero presente. Por otro lado, el Congreso asumió
progresivamente la capacidad de censurar a los ministros
(con efecto de remover), a diferencia de los demás países
de América. Incluso se estableció el instituto de la
“confianza”.
Esta original fórmula peruana nos llevó, sin embargo, a
uno de los sistemas políticos más inestables de América.
En efecto, cada vez que el Congreso tenía una mayoría
opositora impedía el trabajo del Ejecutivo, ya que si los
grupos parlamentarios apoyaban al rival gobernante,
perderían la elección siguiente. Por lo tanto, sólo estando
diabólicamente en contra de sus proyectos, lograrían
paralizar las obras del Presidente y presentarlo como
incapaz de gobernar. Crítica sumada a las trabas, eran las
reglas que funcionaron siempre: Bustamante o Belaunde
fueron testigos directos de esta contradicción.
Así las cosas, una nueva Constitución tenía necesariamente
que emprender un cambio que sólo era posible en tres
caminos.
El primero: Regresar al auténtico presidencialismo, donde
el Presidente nombra y remueve a sus ministros sin que el
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Congreso pueda removerlos. Son hombres de confianza del
Presidente y no del Congreso. El Presidente es el único
responsable de los actos del Ejecutivo. El Ejecutivo es él,
tal como lo señalan la mayoría de las constituciones de ese
estilo. Los ministros son técnicamente sus secretarios. No
hay Consejo de Ministros ni presidente del mismo. Esta
posibilidad, como se comprenderá, era imposible, pues la
comunidad peruana no la aceptaría, ya que aquí todo el
que suena a presidencialismo, suena a dictadura.
El segundo: consistía en establecer el parlamentarismo
pleno, donde el Presidente sólo es una figura
representativa. El Congreso nombra y remueve al primer
ministro y a los ministros. Los ministros dependen del
congreso y le deben no sólo obediencia sino vínculo de
confianza. Aquí tampoco parece haber dudas; el pueblo
peruano rechazaría esta posibilidad. Los parlamentos
peruanos generalmente no han llegado a madurar lo
suficiente. El pueblo sigue pensando que es preferible
confiar en una persona que en un grupo, cuando se trata
de entregar responsabilidades. Un gobierno parlamentario
puede ser lo mejor dentro del sistema democrático, pero
ello requiere una maduración política aún no alcanzada en
el Perú.
El tercero: es la dura y difícil vía elegida por el Perú desde
hace más de cien años y que otros países como Francia
han elegido: un sistema intermedio, donde los ministros
son elegidos y removidos por el Presidente, pero a su vez
deben tener la confianza del Congreso. Este mecanismo
permite lograr el acuerdo, sacrificando cada parte algo de
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sus pretensiones. Pero para lograr esto es necesario
complementarlo
con
la
institución
propia
del
parlamentarismo europeo: la disolución del Congreso y la
consulta al pueblo, cuando ambos poderes llegan a un
enfrentamiento extremo.
En efecto, conforme a los artículos 130 y 133 de la
Constitución, el presidente del Consejo de Ministros debe
exponer y debatir la política general del Gobierno ante el
Congreso y éste expresarle su confianza, caso contrario se
produce la crisis total del gabinete. El Presidente de la
República debe entonces elegir uno nuevo y éste volver a
presentar su política de gobierno ante el Congreso. Como
es obvio, desde el primer gabinete se intentará una
coordinación previa pues nadie quiere ser censurado. Sólo
en el improbable y muy difícil caso de que dos consejos no
logren el acuerdo, la solución será la consulta al pueblo
para una nueva elección de congresistas (artículo 134).
Estimo que aun cuando el Congreso sea de oposición, este
hecho no llegará a presentarse frecuentemente. El
mecanismo del balance de intereses logrará que ministros
y parlamentarios cedan, por interés propio, mediante un
consenso que vencerá a la endemoniada costumbre de la
oposición destructiva.
El Peruano, 11 de Mayo de 1994.
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