La insurrección de 1810 y las experiencias regionales 1 A partir de septiembre de 1808, la Real Audiencia recuperó el control político de Nueva España reprimiendo violentamente todo proyecto criollo de reforma. Fue entonces que la oposición entre peninsulares y criollos se agudizó. Los criollos intelectuales y políticos comenzaron a criticar fervientemente en folletos y pasquines el poder que tenían los comerciantes y mineros gachupines (usando este término para referirse a los españoles), al tiempo que organizaron juntas secretas o "conspiraciones" para luchar contra el régimen establecido. En 18o8 fue descubierta una conspiración en Valladolid (hoy Morelia) en la que participaban oficiales criollos y miembros del clero bajo, quienes fueron encarcelados. Paralelamente se organizó la conspiración de Santiago de Querétaro en donde participaron el corregidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz, el cura Miguel Hidalgo y Costilla y los oficiales Ignacio Allende y Juan Aldama, entre otros. Esta conspiración también fue descubierta pero, gracias a la advertencia de doña Josefa, los participantes escaparon antes de que las autoridades pudieran apresarlos. Entonces se precipitó el levantamiento armado que los conspiradores planeaban para diciembre, y la madrugada del 15 de septiembre de 181o, en la villa de Dolores, el cura Hidalgo reunió a los pobladores y los animó para dar inicio a la insurrección. A partir de ese momento, comenzó a crecer un movimiento popular y campesino cuyas dimensiones nunca imaginó el grupo de criollos letrados que intentaba dirigirlo. La primera etapa de la Guerra de Independencia, que va de septiembre de 1810 a marzo de 1811, se caracterizó por la espontaneidad, desorden y violencia que tomó el movimiento. Miles de indígenas, campesinos, mineros y trabajadores de las ciudades se sumaron a las multitudes que avanzaban sobre los pueblos y campos de la zona del Bajío. Iban mal armados, con palos, machetes, hondas y algunas armas conseguidas en los asaltos a las guarniciones y, a pesar de los intentos de Allende para organizar a las turbas en un ejército disciplinado, el movimiento no tenía tácticas militares ni un programa revolucionario establecido previamente. En pocos días, los revolucionarios lograron tomar las ciudades de Celaya y Guanajuato, en esta última ciudad el intendente, la guarnición local y los ricos españoles se refugiaron en la alhóndiga de Granaditas para ser, finalmente, asesinados por las huestes revolucionarias. Después de tomar Valladolid, las turbas rebeldes se dirigieron hacia la Ciudad de México; sin embargo, Hidalgo, convertido en el principal líder y guía del movimiento, decidió no entrar a la capital, quedándose en la actual delegación de Cuajimalpa. Quizá Hidalgo, al anticipar una derrota ante el Ejército Realista comandado por Félix María Calleja, decidió regresar a los revolucionarios hacia la zona del Bajío. Para principios de 1811, la insurrección popular se había extendido por diferentes puntos del territorio (ver mapa de la página 150). Otros líderes locales organizaron sus propios ejércitos y las ciudades de Guadalajara, San Luis Potosí y Zacatecas fueron tomadas por los revolucionarios. Mientras tanto, en la costa sur del virreinato, en Michoacán y Guerrero., el cura José María Morelos se ponía a la cabeza de la 1Federico Navarrete, Tania Carreño y Eulalia Ribó, Historia II, México, Castillo, 2008 , pp. 147-148 insurrección armada. La dimensión que alcanzó la insurrección popular rebasó, por mucho, las primeras intenciones que tenían los criollos de luchar por la formación de una asamblea integrada por representantes de los ayuntamientos que salvaguardara el poder para el regreso de Fernando VII. Las grandes desigualdades sociales, la explotación y la pobreza que sufría la mayor parte de la población le dio a la revolución un nuevo sentido. En este contexto, Hidalgo emitió los primeros decretos que rompían con el antiguo orden virreinal: suprimió la distinción de castas y abolió a esclavitud. Además, ordenó la confiscación de bienes y tierras de los europeos y la restitución a las comunidades indígenas de las tierras que les pertenecían. La radicalización del movimiento atemorizó, incluso, a muchos de los criollos que en un primer momento habían simpatizado con la insurrección; mientras que el alto clero, los terratenientes y ricos españoles unieron fuerzas con el Ejército Realista para combatir a los insurgentes. Al comenzar el año de 1811, los revolucionarios comenzaron a ser derrotados por el cada vez más poderoso ejército comandado por Calleja. Después de una fatal derrota en Puente de Calderón, el 16 de enero de 1811, Hidalgo y Allende se desplazaron hacía el norte de Nueva España con lo que quedaba de sus tropas. En el camino sufrieron una emboscada y fueron aprehendidos para ser juzgados y ejecutados en Chihuahua. Como un brutal escarmiento, las cabezas de Hidalgo y de Allende fueron colocadas en jaulas y colgadas en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. La revolución, sin embargo, continuó en distintas zonas de Nueva España para entrar a una nueva etapa bajo la dirección de hombres como Ignacio Rayón y José María Morelos. A partir de entonces, el movimiento armado creció en número de combatientes y adeptos a la causa, al mismo tiempo que se definieron más claramente sus principios ideológicos, así como la idea, cada vez más evidente, de que era necesario transformar el antiguo régimen virreinal.