UN “CENTRO MORAL” DE UNA “FAMILIA DE NACIONES”. INTRODUCCION En diciembre la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó dentro del capítulo “Cultura de Paz” una resolución titulada “La promoción del diálogo, la comprensión y cooperación interreligiosa e intercultural para la paz”. En ella, se exhorto a las Naciones Unidas, sus organismos y a su Secretario General intensificar los esfuerzos en concretar decisiones ya adoptadas en anteriores resoluciones en el mismo sentido, y pide que en este año se promueva el diálogo interreligioso en el más alto nivel apoyado por la Asamblea General y solicita que el Secretario General de la ONU tome responsabilidad por la organización y continuidad orgánica de este trabajo. Es un paso más en la dirección correcta, pero es aún un paso insuficiente y que por otra parte refleja las dificultades de la Organización de las Naciones Unidas para lograr una reforma integral que le permita cumplir su verdadero papel. Debemos recordar que esta nueva resolución es un hito más del camino que comenzó a recorrer Filipinas años atrás. El espíritu original de importantes figuras del liderazgo filipino como su propia Presidenta, Gloria Macapagal Arroyo; del Presidente de la Cámara de Representantes, Jose de Venecia; y del embajador permanente de Filipinas ante las Naciones Unidas, Bayanis Mercado, era la formación de un Concejo o Concilio Interreligioso que pudiera canalizar los esfuerzos de las religiones en favor de su cooperación para la causa de la Paz en la Organización de las Naciones Unidas. El 10 de noviembre de 2004, Bayanis Mercado, argumento a favor de la formación de una Comisión de Trabajo que estudiará la forma en que las religiones pueden colaborar en las Naciones Unidas. Bayanis Mercado dijo al final de su discurso que su país esta convencido que para construir una cultura de paz es necesario usar al máximo el potencial del diálogo y cooperación interreligiosa. MIRANDO HACIA ATRAS Al terminar la II Guerra Mundial, una ola de idealismo gano el mundo y la religión, y en particular el cristianismo, estaba en un punto de influencia muy importante, y comenzaba a tomar fuerza el ecumenismo. También en la India, Mahatma Gandhi, enseñaba el amor entre todos los seres humanos por encima de cualquier religión, y llamaba a la unidad de los creyentes. El pueblo judío comenzaba a reunirse luego de una diáspora de siglos. La familia y los valores familiares eran considerados muy importantes. Cuando delegados de 50 naciones se reunieron el 25 de abril de 1945 para la Conferencia de las Naciones Unidas para la Organización Internacional, y dieron inicio a meses de trabajo para redactar su carta fundacional, las naciones y los líderes democráticas tanto de EEUU como Europa, tuvieron que pagar varios costos para que la URSS, una nación totalitaria y atea, ingresara a la misma. Los más conocidos tienen que ver con las votaciones y cuotas de poder, pero hubo otro menos enfatizados, pero aún más importantes. La religión, y Dios como fuente de los derechos humanos, tal cual lo reivindica la Declaratoria de la Independencia de los EEUU de 1776, fueron dejados de lado. Las enseñanzas de muchos sabios y académicos, alguno de ellos que no dudo en catalogar de proféticos, no fueron tenidas en cuenta. El más profético de esos sabios es en mi opinión el historiador británico, Arnold Toynbee, quién en un compendio especial de su famoso “Estudio de la Historia”, refiriéndose al futuro post II Guerra Mundial afirmó: “…aunque a la masa de seres humanos raras veces la mueven otras consideraciones que las prácticas, el mismo acto de crear una unión política a escala ecuménica confirmará la verdad moral de que la vida sólo es viable en la medida que se abarca como un todo… En este sentido un futuro Estado Universal…lejos de estar predestinado a convertirse en un monumento laico a una civilización a punto de desintegrarse, puede contener, desde el principio, las semillas de un movimiento espiritual que ya se ha revelado en las religiones superiores…” El Premio Nobel de la Paz, el canadiense, Lester Pearson, sostenía por su parte, en 1955, que los seres humanos estaban entrando en “una época en la que diferentes civilizaciones tendrán que aprender a convivir en intercambio pacífico, aprendiendo unas de otras, estudiando cada una la historia e ideales, el arte y la cultura de las demás enriqueciendo unas las vidas de otras. La alternativa, en este pequeño mundo superpoblado, es el malentendido, la tensión, el choque y la catástrofe”. Un académico estadounidense, el Dr. Lee Edward, observó en su ensayo de fecha más reciente, “El fin de la Guerra Fría” que “Desde sus principios las Naciones Unidas fueron esencialmente una organización política de gobiernos y no muy frecuentemente se concentraba en aquellos factores no-políticos de carácter humano que son necesarios para construir puentes permanentes entre gente de diferentes culturas” Dos cosas podemos observar de todo este período. Uno que la religión fue dejada de lado fruto de una visión secular extrema que empezó a predominar en las élites gobernantes, culturales y los medios de comunicación de Occidente y que el término “cultura” fue reducido sólo a las expresiones artísticas sin tomar el sentido profundo e histórico del término que está vinculado a las religiones y filosofías y los valores universales, de naturaleza espiritual y ética. Todas las civilizaciones hoy existentes han tenido su origen en una religión o filosofía de corte trascendente. DESPUES DE LA GUERRA FRIA Y EL 11 DE SETIEMBRE Posterior al fin de la “Guerra Fría”, surge el concepto voluntarista de crear un Nuevo Orden Internacional, basado solo en una perspectiva material, que tenía en la ciencia, la política y la economía sus medios realizadores. Genero un optimismo que basto pocos años para que desapareciera. Así el hedonismo y el individualismo comenzaron a campear desde el ámbito familiar al internacional. Hoy en día las Naciones Unidas y la gobernabilidad del mundo se encuentra en punto crítico en donde hay que dar un viraje antes de precipitarnos a un abismo. Es claro que las Naciones Unidas no han podido aunar los esfuerzos para resolver los problemas de la decadencia moral que es resultado de la crisis de la familia y la educación; el hambres y la miseria de millones en el mundo; la ausencia de confianza creciente de los pueblos en sus líderes y las instituciones democráticas; el aumento de los conflictos étnicos y religiosos; el agravamiento de la situación mundial, con el temor creciente del uso de armas de destrucción masiva por un terrorismo que pretende justificar su odio en términos religiosos. Roberto Kaplan, en una obra reciente titulada “El retorno a la Antigüedad. La política de los guerreros”, haciendo una premonición señala “las dificultades de los estadistas en el nuevo siglo no emanarán de las muchas cosas que irán bien en las relaciones internacionales, y que los humanistas celebrarán debidamente, sino de las cuestiones más oscuras de esta época”. Esas cuestiones oscuras están enquistadas en el corazón humano. El 11 de setiembre cambió la perspectiva de los liderazgos mundiales, especialmente los occidentales, respecto a la religión. Alvin Toffler señalo que “La Primera Guerra Afgana del siglo XXI (con noventa y nueve años por delante, es improbable que ésta sea la última) ha incluido rotundamente la religión en la agenda mundial.” Muchos reconocieron que se enfrentaban a un fenómeno o bien desconocido o frente al que no sabían a ciencia cierta como asumir. Por eso razón tiene Vladímir Símonov, de RIA Novosti, quién el año pasado comento: Los jefes de Estado y Gobierno dispuestos a confesar lo personal e íntimo a sus padres espirituales, jamás les pedían consejo de cómo se podría evitar el derramamiento de sangre en este país concreto, cómo salvar a la gente de aquel mal concreto”. La presencia gravitante de la religión en el contexto mundial, que comienza a percibirse a la caída del comunismo, se hace más notable – al menos para los medios - a través de sucesos realizados bajo el mal uso del nombre de Dios. Esto ha ido creando el sustento para fomentar la idea que disminuir el papel de la religión en las sociedades y asuntos del mundo, es una solución. No en balde la iniciativa de la “Alianza de las Civilizaciones” ha intentado ser alejada del tema religioso. Un ejemplo de este intento es lo que escribió Antonio Elorza, un columnista destacado del diario EL PAIS de Madrid acerca de la iniciativa de la dicha “Alianza”: “Una de las consecuencias del proyecto en curso debiera ser que la relativización del papel de la religión en la vida de las sociedades constituye tal vez el mejor medio para el encuentro de las "civilizaciones”. Desde el campo religioso se han registrado muchos acontecimientos que auspician por el contrario el diálogo, cooperación, trabajo común de las distintas religiones y un énfasis cada vez mayor, en los valores y virtudes espirituales perennes, que les son comunes. La propuesta de la comisión de la Asamblea General de la ONU recoge varias de ellas que se han dado en distintos ámbitos, momentos y que han tenido diversos auspiciantes. El Gran Rabino Asquenazí de Israel, Yonah Metzger, ha reiterado varias veces la necesidad de un Consejo Mundial de las Religiones para trabajar en forma conjunta en la solución de problemas concretos. No alcanzaría este artículo poder citar a las más importantes. CONCLUSION Ahora bien, desde muchos ámbitos, de una forma u otra, hay por lo menos cuatro ideas que se están abriendo paso: a) Que los problemas del mundo, entre ellos la ausencia de paz, tienen una raíz espiritual y ética. Cabe recordar que el preámbulo de la Carta Fundacional de la UNESCO dice que la guerra nace en la mente de los hombres; b) Que por ello no bastan medidas políticas y económicas sino que deben ser complementadas con sanación espiritual y moral. Me importa agregar el valor que hoy asume en un mundo lleno de heridas y resentimientos la enseñanza de Jesús, de “amar a los enemigos”; c) Que por ello el campo religioso y el secular deben cooperar para atacar los problemas desde todos los ángulos de la naturaleza y el quehacer humano; y d) Que el diálogo y armonía entre las religiones es imperativo para traer la paz. Me parece apropiado culminar estos apuntes señalando que la participación de las religiones en las Naciones Unidas no debe ser lateral, secundaria, sino que necesita el espacio suficiente para dar lo mejor de ellas. No para su propio bien, sino para ayudar a los líderes del mundo a cumplir su responsabilidad. Recuerdo las palabras de Juan Pablo II durante su visita del 5 de octubre de 1995 a las Naciones Unidas en Nueva York oportunidad donde dijo: «Es necesario que la Organización de las Naciones Unidas se eleve cada vez más de la fría condición de institución de tipo administrativo a la de centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una ‘familia de naciones’. Es la esperanza que la resolución adoptada pase de ser letra muerta a convertirse en un “paso de gigante” en hacer de la ONU ese “centro moral” de una “familia de naciones”.