El abandono agrario en los campos abancalados del alto valle del

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TRABAJO FIN DE GRADO
Título
El abandono agrario en los campos abancalados del alto
valle del Cidacos: evolución histórica, cambios en los
usos de suelo y consecuencias hidrogeomorfológicas
Autor/es
Juan Castroviejo Sanz
Director/es
Luis María Ortigosa Izquierdo y Noemí Solange Lana Renault Monreal
Facultad
Facultad de Letras y de la Educación
Titulación
Grado en Geografía e Historia
Departamento
Curso Académico
2012-2013
El abandono agrario en los campos abancalados del alto valle del Cidacos:
evolución histórica, cambios en los usos de suelo y consecuencias
hidrogeomorfológicas, trabajo fin de grado
de Juan Castroviejo Sanz, dirigido por Luis María Ortigosa Izquierdo y Noemí Solange Lana
Renault Monreal (publicado por la Universidad de La Rioja), se difunde bajo una Licencia
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
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El autor
Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2013
publicaciones.unirioja.es
E-mail: [email protected]
Trabajo de Fin de Grado
“El abandono agrario en los campos abancalados
del alto valle del Cidacos: evolución histórica,
cambios en los usos de suelo y consecuencias
hidrogeomorfológicas”
Autor:
Juan Castroviejo Sanz
Tutor/es: Luis Ortigosa Izquierdo (tutor) y
Noemí Lana-Renault Monreal (cotutora)
Fdo.
Titulación:
Grado en Geografía e Historia [602G]
Facultad de Letras y de la Educación
AÑO ACADÉMICO: 2012/2013
“El abandono agrario en los campos abancalados del alto valle del
Cidacos: evolución histórica, cambios en los usos de suelo y
consecuencias hidrogeomorfológicas”
RESUMEN
Tradicionalmente, en las áreas de montaña, se desarrollaron prácticas agrícolas y
ganaderas con el principal objetivo de subsistir en un ambiente no tan favorable como
los valles o depresiones. De este modo, en momentos de fuerte presión demográfica, fue
necesaria la intensificación de los recursos disponibles, obligando a la población a
construir campos de cultivo a través del abancalamiento para aprovechar las laderas con
más pendiente, convirtiéndose éste en un elemento muy representativo del paisaje de
montaña de los ambientes mediterráneos. En el siglo pasado, especialmente hacia la
década de los años cincuenta, el proceso de despoblación de los ambientes montanos
ocasionó el abandono de las prácticas agrarias y, consiguientemente, una nueva
dinámica del paisaje de montaña. El alto valle del Cidacos, con importantes áreas
abancaladas (el 92,5% de los campos cultivados), es un ejemplo de la evolución de este
aprovechamiento antrópico de la montaña. La fuerte reducción de su población, que
pasó de los 3.266 habitantes en 1842 a los 779 en 2011, trajo consigo un fuerte descenso
de la superficie cultivada (unas 430 ha entre 1972 y 2009) y una reorientación de la
ganadería con la sustitución del ovino por el vacuno, especialmente en la década de los
70. Este proceso de abandono ha provocado cambios en los usos de suelo,
caracterizados por una recolonización vegetal más o menos densa, y la aparición de
nuevos procesos erosivos relacionados con el funcionamiento hidrogeomorfológico de
las laderas. Todo ello provoca una homogeneización del paisaje del alto valle del
Cidacos, reduciendo la biodiversidad de la zona, y una destrucción de los bancales
poniendo en peligro el valor histórico y cultural de un paisaje construido durante siglos
que posee numerosos beneficios económicos y ecológicos, motivo por el cual merece
ser conservado.
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“Land abandonment in the terraced fields of the Upper Cidacos valley:
historic evolution, land uses changes and hydrogeomorphological
consequences”
ABSTRACT
Traditionally, in mountain areas, agricultural and farmland practices have been
developed with the main objective of subsisting in an environment less favorable than
valleys or depressions. In this way, in periods of great demographic pressure, it was
necessary to intensify the available resources with the creation of systems like bench
terracing construction as a way of using steep slopes. Bench terraces have become a
representative element of the mountain landscape of Mediterranean environments. In
the past century, especially in the 50’s, depopulation of mountain areas caused the
abandonment of the agricultural activities and, consequently, new mountain landscape
dynamics. The Upper valley of the Cidacos River, with many bench terraced areas (the
92.5% of the cultivated fields), is an example of the evolution of this anthropogenic use
of the mountains. The great reduction of its population, from 3.266 inhabitants in 1842
to 779 in 2011, caused a decline of the cultivated area (430 ha between 1972 and 2009)
and the reorientation of livestock with the replacement of sheep by cattle, especially in
the 70’s. This abandonment process produced changes in land uses, characterized by a
more or less dense vegetal recolonization, and new erosive processes related to the
hydrogeomorphological functioning of the slopes. All this, causes a homogenization of
the Upper valley of the Cidacos River landscape, reducing the biodiversity of the area,
and a destruction of the bench terraces that constitutes a threat of the historical and
cultural values of a constructed landscape for centuries that has many economics and
environmental benefits.
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ÍNDICE:
1. Introducción .................................................................................................................. 5
2. Objetivos ....................................................................................................................... 7
3. Metodología .................................................................................................................. 9
3.1. Área de estudio ....................................................................................................... 9
3.2. Metodología general ............................................................................................ 15
4. Desarrollo.................................................................................................................... 17
4.1. Evolución del aprovechamiento agrario en las montañas mediterráneas ............. 17
4.2. El alto valle del Cidacos: ejemplo de evolución agraria en ambientes
abancalados. .................................................................................................................... 24
4.2.1. Gestión tradicional ........................................................................................ 24
4.2.2. Abandono agrario y gestión reciente ............................................................. 28
4.2.3. Consecuencias paisajísticas e hidrogeomorfológicas .................................... 36
5. Valoración y conclusiones .......................................................................................... 45
5.1. Conclusiones ........................................................................................................ 47
5.2. Valoración ............................................................................................................ 48
6. Bibliografía ................................................................................................................. 51
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1. INTRODUCCIÓN
El paisaje de montaña media que nos encontramos en muchos países industrializados y,
especialmente en la región Mediterránea, ha sido durante años objeto de
aprovechamiento por parte de las comunidades humanas que han vivido en él, motivo
por el cual algunos autores hablan de un paisaje heredado (GARCÍA RUIZ, 1988;
LASANTA, 2006) o fuertemente humanizado (BEVAN y CONOLLY, 2011).
Tradicionalmente la montaña ha sido un recurso necesario para el autoabastecimiento de
sus habitantes, que desarrollaron diferentes prácticas agrícolas y ganaderas que, en
momentos de fuerte presión demográfica, provocaron una intensificación de las labores
agrarias, con la consiguiente sobreexplotación de los recursos montanos. Para ello,
además de los fondos de valle y pies de vertiente, se pusieron en cultivo gran parte de
las laderas a pesar de sus fuertes pendientes en muchos casos, a través de sistemas de
abancalamiento como medio para reducir la inclinación de las mismas y conseguir
parcelas aptas para la producción agrícola, esencialmente cerealista. Este fenómeno del
abancalamiento destacó en países del ámbito mediterráneo como Grecia (KOULOURI y
GIOURGA, 2007; TZANOPOULOS et al., 2007; BEVAN y CONOLLY, 2011), Italia
(MAURO, 2011), Túnez (AL ALI et al., 2008) y, especialmente, España (DUNJÓ et
al., 2003; ROMERO et al., 2007; LESSCHEN et al., 2008). Este tipo de cultivos se
desarrolló, en la mayoría de las ocasiones, a costa de la tala de bosques y necesitó gran
inversión de mano de obra para llevar a cabo los trabajos propios de laboreo y,
principalmente, de mantenimiento de sistemas de conservación del suelo como la
reparación de los muros de los propios bancales o los sistemas de drenaje de los
campos. La reducción de la población en estas áreas de montaña desde finales del siglo
XIX y mediados del XX como resultado de la emigración desde el campo hacia las
ciudades, la baja productividad de los ámbitos de montaña, la dificultad de
mecanización de ciertos campos, o los efectos de las fuerzas de mercados nacionales e
internacionales y de la Política Agraria Común se produjo en el conjunto de Europa en
fases diferentes: en un primer momento tuvo lugar en los países más altamente
industrializados como Reino Unido, Holanda, Alemania, Suiza, Bélgica o Francia;
posteriormente afectó a Italia; y en un fase final a España, Portugal y la región de los
Balcanes y los Cárpatos (GARCÍA RUÍZ y LANA-RENAULT, 2011). Esta reducción
demográfica provocó un progresivo abandono de las actividades agrarias y,
consiguientemente, el inicio de un lento proceso de sucesión vegetal donde predomina
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la recolonización de matorral, en un periodo de tiempo más corto, y de cubierta forestal,
en un plazo de tiempo más amplio (GARCÍA RUIZ, 1988), o los procesos erosivos
relacionados de manera directa con el funcionamiento hidrológico y geomorfológico de
las laderas (LASANTA et al., 2006). Estos últimos traen consigo una importante
degradación y pérdida de suelo montano como consecuencia de la acción del agua de
escorrentía que acaba provocando erosión por arroyamiento difuso y desplomes o
derrumbamientos de muros de bancal, etc.
En definitiva, nos encontramos ante una dinámica del paisaje caracterizada por un
intensivo aprovechamiento humano basado en la integración de los diferentes recursos
que ofrece la montaña y su sobreexplotación por necesidades de subsistencia hasta
mediados del siglo pasado. A partir de ese momento la evolución de estas áreas
montanas sufre un cambio radical hacia la subexplotación generalizada de los recursos
y, al mismo tiempo, hacia una especialización de ciertos productos agrícolas o
ganaderos o el desarrollo de actividades turísticas como las estaciones de esquí, la caza,
etc. (LASANTA y RUIZ FLAÑO, 1990). Todo ello trae consigo una desestabilización
del espacio de montaña ya que, el abandono de las actividades agrarias, pone en marcha
procesos de recolonización vegetal, que favorecen la proliferación y propagación de
incendios forestales, pero también procesos erosivos que provocan pérdidas de suelo y
una destrucción del paisaje cultural (LASANTA et al., en prensa) mantenido a lo largo
de varios siglos por la acción humana.
El alto valle del Cidacos, en el Sistema Ibérico riojano, es un claro ejemplo de esta
dinámica del paisaje de montaña que evoluciona desde el aprovechamiento tradicional o
de subsistencia hasta el sistema reciente de subexplotación orientado a la satisfacción de
la demanda de las ciudades y, en mucha menor medida, a la especialización en
actividades terciarias, especialmente turísticas. Además, hay que tener en cuenta que en
el valle del Cidacos las prácticas del abancalamiento adquieren una importancia vital
para expandir el espacio agrario en la montaña. En sus laderas los cultivos en bancales
llegaron a representar el 92,5% del total del área destinada a la producción agrícola, con
un peso casi irrelevante de los campos en pendiente o de las parcelas en llano
(ARNÁEZ et al., 2009b). El abandono de las prácticas agrícolas y, consecuentemente,
la transformación de la explotación ganadera desde un predominio de los rebaños de
ovejas hacia una mayor importancia del ganado vacuno, pone en marcha una nueva
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dinámica del espacio montano basada en dos fenómenos significativos como son la
recolonización vegetal y los procesos erosivos que afectan de manera directa en la
conservación de un paisaje cultural creado y mantenido durante siglos por el ser
humano a través de estrategias diversas, como la construcción de bancales, para
conseguir la subsistencia de la población de la sierra anualmente.
2. OBJETIVOS
El objetivo principal de este trabajo es conocer la evolución de las prácticas agrícolas y
ganaderas que se desarrollaron en el alto valle del Cidacos durante los siglos XIX y XX,
con especial atención a las zonas abancaladas, determinar las causas de su abandono
desde mediados del siglo pasado y analizar las consecuencias de dicho abandono, desde
el punto de vista de los cambios en los usos de suelo así como desde el punto de vista de
los procesos hidrológicos y erosivos. Para ello se han fijado los siguientes objetivos
específicos:
-Determinar las prácticas agrícolas y ganaderas que se llevaron a cabo en los ambientes
mediterráneos de montaña y, específicamente, en el alto valle del Cidacos considerando
sus principales tipos, con mayor atención a las zonas abancaladas, su extensión en el
terreno y su evolución histórica desde el sistema tradicional de autoabastecimiento al
actual sistema influido por el descenso demográfico y la introducción de nuevos
sistemas de mercado, así como concluir las principales causas del progresivo abandono
de dichas prácticas agrarias tradicionales a partir de mediados del siglo XX.
-Destacar los efectos sobre la actividad agrícola y ganadera generados en el alto valle
del Cidacos tras el proceso de abandono agrario y su relación con los modelos de
gestión reciente de los ámbitos de montaña.
-Analizar los cambios en los usos del suelo desde el intensivo aprovechamiento agrícola
hasta la actual situación de abandono generalizado con el objetivo de caracterizar las
consecuencias paisajísticas del abandono agrario. Del mismo modo, advertir las
consecuencias de tipo hidrológico y geomorfológico producto del abandono de las
prácticas agrarias, con especial atención a las zonas aterrazadas o abancaladas muy
representativas en el alto valle del Cidacos.
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3. METODOLOGÍA
3.1. Área de estudio
El trabajo se enmarca en el alto valle del Cidacos, al sur de la Comunidad Autónoma de
La Rioja (Figura 1), en el territorio correspondiente a la cabecera del río Cidacos
situado en las “altiplanicies sorianas del Sistema Ibérico” (OSERÍN, 2007). Este estudio
engloba a cuatro municipios principales regados por las aguas del alto Cidacos:
Arnedillo, Enciso, Munilla y Zarzosa (Figura 2). La superficie total del área de estudio
es de 190,36 km² con un paisaje dominado por espacios abiertos y un relieve de laderas
de suave pendiente y cumbres alomadas, con altitudes entre los 700 y 1600 m.s.n.m.
(Figura 3). Una falla recorre el alto Cidacos de noroeste a sureste y la topografía suave
general de la región se ve rota entre Yanguas y Enciso donde el río se encajona creando
un estrecho desfiladero de relevantes características paisajísticas y geológicas. Llegando
a Enciso el valle se vuelve a ensanchar generándose depósitos aluviales que fueron un
recurso esencial para ubicar campos de cultivo. Finalmente, antes de alcanzar la
Depresión del Ebro, el valle del Cidacos vuelve a presentar meandros encajados y
abruptas paredes (OSERÍN, 2009). En esta zona predominan los materiales secundarios,
entre los que destacan cuarzoarenitas, arcillas arenosas, margas y arcillas.
Figura 1. Localización del área de estudio: alto valle del Cidacos. Fuente: Iderioja (Elaboración propia).
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Figura 2. Municipios del alto valle del Cidacos. Fuente: Iderioja (Elaboración propia).
Figura 3. Modelo de sombras derivado del MDT del alto valle del Cidacos. Fuente: Iderioja (Elaboración
propia).
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El clima dominante en el área de estudio es el clima mediterráneo de montaña con unos
veranos calurosos, con una media estival en torno a los 18ºC, y unos inviernos fríos
donde apenas se superan, de media, los 5ºC. En consecuencia, la temperatura media
anual del alto valle del Cidacos ronda los 10ºC, si bien de noreste a suroeste se aprecia
un descenso de la misma desde los 11ºC a los 7ºC como puede comprobarse en la
Figura 4. Las máximas en el alto valle del Cidacos se alcanzan en el mes de agosto,
mientras que es en enero cuando la media mensual apenas supera los 3ºC. La
distribución de las precipitaciones también sigue el mismo patrón, aunque en este caso
los valores aumentan desde el noreste al suroeste desde los 400 mm anuales recogidos
en la mayor parte del municipio de Arnedillo hasta los 800 mm registrados en el límite
suroccidental del área de estudio (Figura 5). De manera concreta, se puede señalar que
la estación metereológica de Enciso recoge aproximadamente 438,5 mm, 451 mm la de
Arnedillo y un total de 441 mm en Munilla (OSERÍN, 2007).
Figura 4. Temperaturas medias anuales en el alto valle del Cidacos. Fuente: Iderioja (Elaboración propia).
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Figura 5. Precipitaciones medias anuales en el alto valle del Cidacos. Fuente: Iderioja (Elaboración
propia).
La cubierta vegetal del alto valle del Cidacos está marcada por la intensa actividad
humana que sufrió en el pasado, especialmente hasta mediados del siglo XX. En la
actualidad, en el valle del Cidacos aparecen representados los pisos mesomediterráneo y
supramediterráneo. El primero se extiende por las zonas más bajas del valle, donde las
precipitaciones son más reducidas, especialmente durante la época estival en la que se
registra un elevado déficit hídrico. En estas condiciones el bosque climácico es el
esclerófilo mediterráneo con especies como la carrasca (Quercus rotundifolia) capaz de
colonizar suelos pedregosos y pobres, reduciendo el efecto de los procesos erosivos. Sin
embargo, su deforestación para conseguir tierras de cultivo en los momentos de mayor
presión demográfica, ha dado lugar al surgimiento de un matorral de especies
mediterráneas tras el abandono de las mismas, especialmente aulaga (Genista scorpius)
(Figura 6) y estepa o jara (Cistus laurifolius) (Figura 7). Con respecto al piso
supramediterráneo, entre los 1000 y 1400 m, en la cuenca del Cidacos el carrascal deja
paso al robledal de quejigo (Quercus faginea) y rebollo (Quercus pirenaica) como
vegetación climácica. Finalmente, hay que destacar el impacto que han tenido en las
últimas décadas las repoblaciones forestales, especialmente con coníferas (Pinus
pinaster) que, tras el intensivo aprovechamiento agrícola de las laderas, se han
convertido en una medida de control de los procesos erosivos y del comportamiento
hidrológico de las vertientes.
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Figura 6. Ejemplares de aulaga (Genista scorpius) en los rellanos de los bancales abandonados en el
entorno de Munilla. Elaboración propia.
Figura 7. Ejemplares de jara (Cistus laurifolius) en las laderas de San Vicente de Munilla. Elaboración
propia.
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Los municipios que forman el alto valle del Cidacos se han utilizado como la unidad
espacial de referencia para el análisis de la evolución del aprovechamiento agrícola y
ganadero. Sin embargo, por cuestiones prácticas, para el análisis de los cambios en los
usos de suelo se ha trabajado a una escala más de detalle y se ha seleccionado una zona
situada al norte del pueblo de Munilla que incluye una cuenca de pequeñas dimensiones
que está siendo estudiada por el grupo de Geografía Física del Departamento de
Ciencias Humanas, con el que el autor ha disfrutado de una beca de colaboración. Ésta
es una zona muy interesante por tratarse de un claro ejemplo del aprovechamiento
agrícola intensivo en las áreas de montaña, en este caso, con una gran importancia del
sistema de abancalamiento que ocupa la gran parte de sus laderas (Figura 8).
Figura 8. Entorno del pueblo de Munilla con bancales abandonados. Fuente: Ayuntamiento de Munilla.
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3.2. Metodología general
La metodología para la realización del trabajo se basa en una serie de pasos
fundamentales:
En primer lugar, para determinar qué prácticas agrícolas y ganaderas se llevaron a cabo
en el ámbito montañoso mediterráneo y, más concretamente, en el alto valle del
Cidacos, y cuáles fueron las causas de su abandono se ha realizado una revisión y
lectura de artículos y trabajos publicados en revistas científicas relacionados con los
cambios en los usos del suelo, el abandono de las prácticas agrícolas y el
abancalamiento en las áreas de montaña del ámbito de estudio. Para la realización de
este trabajo se han utilizado los recursos disponibles en bases de datos bibliográficas
online como Scopus, Web of Knowledge o Dialnet. Del mismo modo, se han utilizado
también obras editadas o publicadas en papel accesibles en las bibliotecas,
especialmente, la de la Universidad de La Rioja.
En segundo lugar, para estudiar cómo se manifestaron estos cambios en el alto valle del
Cidacos se han consultado fuentes estadísticas básicas como los censos de población de
los años 1842, 1857, 1860, 1877, 1887, 1897, 1900, 1910, 1920, 1930, 1940, 1950,
1960, 1970, 1981, 1991, 2001 y 2011 y los censos agrarios de los años 1962, 1972,
1982, 1989, 1999 y 2009 publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE,
2013) en formato digital o documental. Para el estudio de los cambios de usos de suelo
se han realizado 2 cartografías: una basada en la fotointerpretación de las fotos aéreas
tomadas por el Ejército Americano en 1956 a escala 1:33.000 (Figura 9); y otra basada
en los datos de información espacial del Sistema de Información sobre la Ocupación del
Suelo en España (SIOSE) del año 2005, presentes en la red bajo el proyecto llamado
Infraestructura de Datos Espaciales Gobierno de La Rioja o Iderioja (Gobierno de La
Rioja, 2013). En este trabajo se han establecido unas categorías específicas de usos de
suelo y, en el caso concreto de las fotografías aéreas, se ha llevado a cabo un proceso de
digitalización de los datos analógicos. Todo este trabajo se ha cartografiado por medio
del programa QuantumGIS (2013), que permite digitalizar, analizar y operar con datos
espaciales.
Por último, para determinar las consecuencias hidrogeomorfológicas del abandono
agrícola en el alto valle del Cidacos se han consultado artículos sobre trabajos
experimentales llevados a cabo en los campos agrícolas abandonados y abancalados de
montaña que presentan datos concretos acerca de la erosión superficial por efecto del
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agua de escorrentía y los consiguientes procesos de sedimentación. Finalmente, se
podrán incluir observaciones llevadas a cabo in situ, en la propia área de estudio del
valle del Cidacos y, especialmente, en el entorno de la localidad de Munilla.
Figura 9. Detalle de la fotografía aérea de 1956 del entorno de Munilla. Hoja 242, Faja IV, fotografía
23742, 12 de septiembre de 1956.
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4. DESARROLLO
4.1. Evolución del aprovechamiento agrario en las montañas mediterráneas
Tradicionalmente, el ser humano ha gestionado la montaña con el principal objetivo de
suplir las necesidades alimentarias de la población por medio de los recursos
disponibles buscando, en la manera de lo posible, un equilibrio entre ambos elementos.
Es por este motivo por el cual la explotación agraria del medio se fue compaginando
con medidas destinadas a su conservación a través de estructuras como canalizaciones,
redes de drenaje, muros de bancal, etc. Para todo ello, fue imprescindible el empleo de
abundante mano de obra en las actividades de explotación y conservación del territorio
de montaña, así como una población organizada socialmente bajo un interés común:
alcanzar el autoabastecimiento en un espacio frágil e inestable desde el punto de vista
de sus capacidades agrícolas. Este sistema se vio en la necesidad de estructurarse de
manera más eficiente cuando la presión demográfica aumentó de manera significativa,
provocando un desequilibrio entre población y recursos que tuvo que solucionarse con
la expansión del territorio cultivado a aquellas laderas y vertientes menos aptas para el
aprovechamiento agrícola, generando un modelo de gestión del territorio montano
basado en la sobreexplotación e intensificación a costa del bosque y la vegetación
arbórea. En todo este proceso, hay que destacar varios factores característicos de los
ámbitos montanos que los hacen frágiles y poco competitivos respecto a las zonas llanas
y cercanas a los mercados urbanos. Por un lado encontramos las características
topográficas adversas, con fuertes pendientes en muchas laderas, por otro, la influencia
del clima de montaña que contribuye a la diferenciación de niveles altitudinales con
diferentes usos de suelo y capacidades para el aprovechamiento agrario. De este modo,
podemos distinguir tres niveles o pisos diferentes que han sido aprovechados por el
hombre de manera desigual según su capacidad agraria y la intensidad de presión
antrópica (GARCÍA RUIZ, 1988):
- El primer nivel corresponde a las áreas más intensamente aprovechadas gracias a sus
suelos fértiles y profundos. Son fundamentalmente fondos de valle y pies de vertiente
donde se disponen los mejores campos de cultivo, especialmente de cereales,
caracterizados por una delimitación clara entre parcelas y por su proximidad al pueblo o
núcleo de población principal. Estos campos reciben una importante cantidad de abono
y riego, cuando sea necesario, siendo, por lo tanto, los más productivos.
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- En un segundo nivel aparece el piso correspondiente al bosque, total o parcialmente
deforestado, utilizado como zona de pastoreo, como fuente de recursos madereros o, en
momentos de mayor presión demográfica, como espacio de reserva agrícola hasta donde
se extendieron los campos de cultivo a pesar de las condiciones topográficas adversas,
especialmente las fuertes pendientes. Por ello se puede decir que el bosque juega un
papel de estabilización del sistema socioeconómico al que se recurre en momentos más
críticos de presión agrícola o ganadera (LASANTA, 1990).
- En último lugar, a mayor altitud, aparecen los pastos de verano que se configuran
como una fuente esencial para el desarrollo de la trashumancia y son productivos en
cortos periodos de tiempo.
La extensión o no de la explotación a cada uno de estos niveles altitudinales de la
montaña dependió de la mayor o menor presión demográfica sobre una región montana.
En concreto, las montañas ibéricas alcanzaron su auge poblacional entre mediados del
siglo XIX y principios del XX (el alto valle del Cidacos alcanzó su máximo
demográfico a finales de la década de los 70 del siglo XIX), siguiendo una tendencia
alcista desde la Edad Moderna (GARCÍA RUIZ, 1988). Frente a este crecimiento
demográfico de las áreas de montaña y en un contexto en el que no existían regiones
que pudieran absorber los excedentes poblacionales ni introducir nuevas técnicas, la
solución por la que se optó fue la expansión de la superficie cultivada más allá de los
fondos de valle o pies de vertiente hacia laderas en pendiente, menos aptas para el
cultivo y con la necesidad de invertir mayor tiempo y mano de obra para la producción
agrícola, también para desplazarse hasta lugares más alejados de los núcleos de
población. En casos excepcionales de incremento demográfico se aprovechó cualquier
enclave por alejado o poco apto para el cultivo que fuera. En este proceso de expansión
y sobreexplotación del espacio agrícola en las áreas de montaña mediterráneas,
explicable únicamente desde el punto de vista demográfico ya que los incentivos de
mercado o de beneficio económico eran inexistentes en un medio tan frágil y poco
competitivo, la proximidad al núcleo de población habitado y la calidad del suelo fueron
factores decisivos. En las áreas cercanas a los pueblos se asentaron los mejores campos,
aquellos que recibieron mejores cuidados y presentaban los suelos más fértiles y
profundos en enclaves llanos. En muchos casos el abancalamiento se erigió como una
forma de solucionar el problema de la pendiente y contar con parcelas aptas para el
cultivo agrícola, aunque de magnitudes no muy grandes. Este fenómeno del
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abancalamiento fue muy típico en el conjunto de los ambientes de montaña
mediterráneos como el Pirineo centro-oriental y el Sistema Ibérico, con especial
repercusión en el valle del Cidacos donde fue, casi con exclusividad, el único tipo de
campo.
En general, tanto los campos en llano como los bancales, tenían una productividad
elevada en términos relativos. Por el contrario, en las áreas mucho más pendientes y
alejadas, con suelos más esqueléticos y pobres, los rendimientos fueron mucho menores
y se concibieron como campos complementarios, marcando la máxima presión
demográfica y la necesidad de obtener la máxima rentabilidad productiva, que no
económica, del territorio en un sistema autárquico o de autoabastecimiento. De esta
manera, se podían distinguir dos espacios agrícolas: uno permanente constituido por los
campos más productivos y cercanos, y otro de “reserva agrícola” (LASANTA, 1990) al
que recurrir en momentos de desequilibrio entre población y recursos, es decir, críticos.
Además, si la presión demográfica descendía, este último se convertía en superficie para
la alimentación del ganado. Del mismo modo, para hacer productivo al ambiente de
montaña mediterráneo
fueron imprescindibles dos fenómenos esenciales: la
incorporación de energía (LASANTA y RUIZ FLAÑO, 1990) y la utilización de
abundante mano de obra. Con respecto al primero, el monte fue utilizado en su totalidad
a través de diferentes estrategias. El elemento fundamental lo constituyó el agua como
herramienta integradora de todos los elementos de una ladera transportando suelo y
nutrientes desde divisorias y convexidades (regiones exportadoras) hacia fondos de
valle y pies de vertiente, llamadas zonas importadoras. En este sentido, la nieve se
utilizó como un recurso hídrico fundamental en los niveles más bajos de la montaña
como sistema de riego. Del mismo modo, la ganadería contribuyó a fertilizar los
campos y a transformar los recursos vegetales en carne para el consumo secundario, así
como a aprovechar aquellas zonas marginales que quedaban fuera del uso agrícola. Este
fenómeno fue predominante en áreas de montaña como el alto valle del Cidacos, donde
los rebaños de ovino ayudaron a renovar y mantener la calidad de los pastos estivales
con su consumo. En lo relativo a la alta inversión de mano de obra Lasanta (1990)
señala la diferencia existente entre el verano y el invierno. En la época estival la
demanda de mano de obra era muy elevada con el principal objetivo de recoger los
cultivos, vigilar el ganado y regar los prados. Sin embargo, en invierno esta demanda
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descendía a consecuencia de que las únicas actividades que se realizaban durante esta
estación se centraban en recolectar los productos forestales (madera prioritariamente) y
mantener las estructuras de conservación y mantenimiento de los campos (muros de
bancal, red de drenaje, senderos, etc.). Por este motivo, no era raro que algunos
componentes de la familia, organizada como unidad básica de producción, propiedad y
consumo en los ambientes montanos, buscaran opciones de trabajo en el ámbito urbano
como un excedente económico y como un alivio del número de bocas que alimentar.
En definitiva, el sistema de gestión tradicional de la montaña se centró en conseguir la
máxima rentabilidad ecológica del territorio adaptándose a las condiciones ambientales
de cada región para conseguir el abastecimiento de su población por medio de un
policultivo que lo convirtiera en un modelo cercano a la autarquía. A pesar de ello, en
un ambiente tan frágil como la montaña, fue necesario desarrollar un sistema complejo
que integrara todos los elementos sin marginación de ciertos enclaves, lo que exigió la
implicación de una abundante mano de obra y de una incorporación económica y
energética importante desde el exterior. En consecuencia, el paisaje que nos
encontramos en la mayor parte de las montañas españolas y en muchas de las de los
países industrializados del área Mediterránea, es el resultado de una acción antrópica
histórica que llegó a aprovechar cualquier enclave para adaptarlo al aprovechamiento
agrícola.
Este sistema de gestión tradicional de las áreas de montaña mediterráneas se viene abajo
hacia mediados del siglo pasado, momento en el que el modelo de aprovechamiento
intensivo o de sobreexplotación de los recursos montanos para cubrir las necesidades de
la población comienza a dejar paso a un nuevo modelo basado en la concentración de la
superficie cultivada y la intensificación agrícola de las zonas más aptas para la
agricultura. En todo este proceso, aunque existieron diversas causas como las que
presentan García Ruiz y Lana-Renault (2011) para un contexto general europeo (el
descenso de la densidad de población en el ámbito rural, el desarrollo de la
mecanización y de nuevas técnicas agrícolas, la escasa productividad y competitividad
de las áreas de montaña, las fuerzas de los mercados regionales, nacionales e
internacionales o los efectos de la PAC), fue el descenso poblacional y, por tanto, la
reducción de la presión demográfica la que jugó un papel fundamental en el abandono
20
de las prácticas agrarias en los ambientes de montaña. En el contexto español este
retroceso poblacional comenzó a finales del siglo XIX, sin embargo no fue hasta
mediados del siglo XX cuando se intensificó y comenzó a hacerse patente en las
regiones montañosas del país como Cameros Viejo o el Pirineo Aragonés donde en tres
décadas la población se redujo hasta un 25% (GARCÍA RUIZ, 1988). En estos lugares
la mayoría de los pueblos comenzaron a deshabitarse o a configurar poblaciones muy
reducidas y con un fuerte grado de envejecimiento, a causa de la emigración de los
sectores de población más joven o en edad de trabajar hacia las ciudades, que se habían
convertido en centros económicos emergentes. Este fenómeno de descenso demográfico
y envejecimiento de los ámbitos montanos acabará hipotecando el futuro de las áreas
rurales (LASANTA y RUIZ FLAÑO, 1990). Como consecuencia, el sistema tradicional
basado en una abundante mano de obra entró en crisis y tuvo que reorientarse ante las
nuevas exigencias de los nuevos mercados exteriores. De este modo, un nuevo modelo
de gestión de las áreas de montaña se erigió sobre dos pilares básicos: la concentración
del espacio cultivado en aquellas zonas más aptas para el cultivo con suelos más fértiles
y profundos como los fondos de valle y depresiones, abandonando los campos en
pendiente y los campos abancalados, y la reorientación ganadera con la sustitución de
los rebaños ovinos por los vacunos, que exigen una menor inversión de trabajo gracias a
su régimen extensivo.
En todo este proceso complejo de abandono agrícola se pueden distinguir varias fases
de manera general y siguiendo un modelo “aureolado” (GARCÍA RUIZ, 1988): en un
primer momento se abandonaron los campos situados en las áreas más alejadas y con
mayores pendientes, así como los bancales menos accesibles y con nula capacidad de
ser mecanizados. En una segunda fase en la que el descenso demográfico fue drástico se
abandonaron la mayoría de los campos cultivados, surgiendo otras actividades más
extensivas y con menor necesidad de mano de obra como la ganadería vacuna de
orientación cárnica. En paralelo, y como resultado de este abandono casi total, se dejan
de mantener las estructuras de conservación que se construyeron con la intención de
evitar los procesos erosivos y las pérdidas de suelo, especialmente en los campos
abancalados. De esta manera, los habitantes de las áreas de montaña pasan de una
economía de subsistencia basada en la máxima producción del territorio a otra orientada
a la demanda externa de las ciudades basada en una mayor rentabilidad por inversión de
21
trabajo, a pesar de la escasa competitividad de un medio tan frágil y vulnerable como la
montaña (LASANTA y RUIZ FLAÑO, 1990). Este nuevo modelo de gestión de la
montaña se fundamenta en tres pilares básicos: la especialización productiva, la
intensificación agrícola en los enclaves más fértiles y productivos, y el abandono de
prácticas conservacionistas. Ello ha generado una clara descoordinación entre las
diferentes partes de la montaña en la que una pequeña parte del territorio soporta el
aprovechamiento agrario mientras que extensas laderas quedan fuera del modelo con
una escasa aportación al mismo.
En primer lugar, frente al policultivo típico de los modelos tradicionales de
abastecimiento de la población, se impone la especialización de un producto concreto o
de un servicio turístico, según las condiciones ambientales y la ubicación de cada región
concreta. En el mayor de los casos, la salida es la explotación ganadera. La
desarticulación del sistema trashumante y la drástica reducción del cultivo del cereal
generan una sustitución del ganado ovino por el bovino que se orienta hacia la demanda
de carne de los mercados urbanos y exige mucha menor vigilancia por parte del
ganadero. Como resultado, se extensifica tanto la mano de obra como el medio montano
que pasa de ser un recurso fundamental para alimentar a la población a convertirse en el
alimento del ganado con los prados surgidos tras el abandono agrícola de los campos.
En segundo lugar, la necesidad de incrementar la producción para abastecer la demanda
e intentar competir en los mercados abiertos provoca una contracción del espacio
agrícola con la consiguiente intensificación de las zonas más aptas para el cultivo que,
al mismo tiempo, suelen ser las más próximas al núcleo de población y situarse en
zonas llanas o con escasa pendiente. De este modo, se crean dos espacios bien
diferenciados por la propia acción antrópica: un espacio agrícola de aprovechamiento
intensivo y otro espacio abandonado en el que comienza a producirse una “recuperación
ecológica” (LASANTA y RUIZ FLAÑO, 1990). En este último espacio la acción del
ganado vacuno provoca el surgimiento de una cubierta herbácea con un alto valor
pastoral. Por el contrario, la ausencia de ganado en el resto de campos abandonados más
tempranamente y en zonas más alejadas y pendientes permite el crecimiento de matorral
y, en momentos más tardíos, de masa forestal (proceso de sucesión vegetal). Lasanta y
Ruiz Flaño (1990) proponen, además, un modelo de dos velocidades en el proceso de
abandono agrícola en las montañas españolas. Estos autores proponen que, hasta 1957,
fueron las condiciones ambientales de cada región montana las que determinaron el
22
mayor o menor grado de abandono. Así, las condiciones menos extremas y las
pendientes menos pronunciadas de Cameros ocasionaron un abandono menor (30%)
que en lugares más abruptos y extremos como los Pirineos (63%). A partir de entonces,
el factor determinante del abandono fue la capacidad de integración de las áreas de
montaña a los nuevos sistemas económicos, momento en el que las limitaciones de
Cameros sólo permiten un aprovechamiento ganadero extensivo con apenas un 2% del
territorio dedicado a la agricultura, frente al 29,5% de los Pirineos.
En último lugar, el modelo de gestión reciente de la montaña basado en la rentabilidad a
corto plazo provoca el abandono de las tareas conservacionistas y de mantenimiento que
combatían los procesos geomorfológicos. Como resultado, las tasas de erosión y
pérdidas de suelo se incrementan en los primeros años tras el abandono agrícola, algo
que se estudiará con mayor extensión en apartados posteriores.
En definitiva, el sistema reciente de gestión de la montaña se simplifica disminuyendo
las relaciones entre el hombre y el medio y, del mismo modo, los usos de suelo. En este
nuevo modelo de subexplotación de la montaña los esfuerzos se dirigen a alcanzar unos
rendimientos que puedan competir en los mercados abiertos, especialmente, los
ubicados en los núcleos urbanos o sus proximidades. Así, se llevan a cabo inversiones
importantes de dinero para desarrollar servicios concretos como estaciones de esquí,
complejos deportivos, urbanizaciones o embalses para el almacenamiento y la reserva
de agua que, en muchas ocasiones, eliminan la capacidad agrícola de los mejores fondos
de valle con el fin de producir energía hidroeléctrica o regar los campos en llano. Del
mismo modo, desde un punto de vista puramente agrícola, se incentiva la concentración
de energía a través de maquinaria, abonos químicos o sistemas de riego que suplen la
falta de mano de obra que caracterizaba al modelo tradicional. Es decir, de un sistema
que se fundamentaba en la rentabilidad ecológica para cubrir las necesidades de la
población se pasa a otro basado en la rentabilidad económica con la intensificación de
las mejores zonas en un ambiente frágil y vulnerable en el que las zonas más adversas
quedan abocadas a la marginación productiva y comienzan un proceso de regeneración
vegetal.
23
4.2. El alto valle del Cidacos: ejemplo de evolución agraria en ambientes
abancalados
4.2.1. Gestión tradicional
El alto valle del Cidacos es un claro ejemplo de esta gestión tradicional de la montaña,
de hecho, fue el valle camerano con mayor proporción de espacio cultivado con
respecto a la superficie total, con un 52% del territorio con un uso del suelo agrícola
(LASANTA et al., 2009). Sus condiciones topográficas más aptas respecto al resto de
valles de Cameros, con unas vertientes suaves y un territorio con altitudes moderadas, y
su menor capacidad ganadera como resultado de una gran sequía en verano y una cierta
escasez de pastos convirtieron a la agricultura en el principal motor económico de la
zona, apoyado en un sector industrial de pequeñas dimensiones orientado a la
producción textil. Este fuerte e intensivo aprovechamiento agrícola en el alto valle del
Cidacos fue resultado de la necesidad de mantener y satisfacer las necesidades de la
población del valle a través de recursos propios, ya que las comunicaciones con el
exterior no eran las adecuadas como para depender de regiones externas. La agricultura
se convirtió en el sector económico esencial del valle del Cidacos, especialmente tras la
crisis de la industria textil que provocó el trasvase de población desde el sector textil
hacia el agrario, para recuperar las rentas perdidas (LASANTA et al., 2009). Para suplir
esta gran demanda de campos de cultivo, que aumentó con la presión demográfica, se
roturaron laderas cuyas aptitudes para la agricultura, especialmente por su escasa
fertilidad, eran escasas. Así, se creó un modelo agrario donde se cultivaban campos de
diversa tipología y capacidad agrícola en ambientes geomorfológicos diversos,
distinguiendo esencialmente tres tipos de campos (LASANTA et al., 2009):
-
En primer lugar existían campos llanos y de suave desnivel con suelos profundos
y fértiles, motivo por el cual eran cultivados de manera permanente. Las
parcelas tenían una forma regular y, por norma general, apenas superaban la
hectárea de superficie. En 1956 los campos llanos representaban sólo el 2,1%
(180,9 ha) de la superficie cultivada en el alto valle del Cidacos, distribuidos en
las proximidades del río entre Arnedillo y Enciso esencialmente.
-
En segundo lugar también se cultivaba en campos en pendiente, campos que, en
la mayoría de los casos, no modificaban la disposición originaria de la ladera,
adaptándose a la pendiente existente. Excepcionalmente, llegaron a construirse
pequeños saltos o taludes por debajo del metro de altura como método para
24
delimitar las diferentes parcelas. En el alto valle del Cidacos, hacia 1956,
llegaron a representar un escueto 5,4% (458,2 ha) de la superficie cultivada con
un predominio remarcable en el sector suroriental del valle en localidades como
Garranzo, Navalsaz o Poyales.
-
Finalmente, los bancales ocuparon en el alto valle del Cidacos 7.870 ha de las
8.510 ha de espacio agrícola que existía en el valle en 1956, es decir, un 92,5%
de los cultivos en el área de estudio se desarrollaron bajo el sistema del
abancalamiento de laderas.
García Ruiz (1988) define un bancal como una parcela que presenta un escalón llano
cultivable, difícil de mecanizar, y separado de la parcela superior e inferior por un salto,
llamado bancal, construido en muchos casos con piedras que conforman un muro sólido
que soporta la tierra cultivada. Otra definición similar es la aportada por Lasanta et al.
(2009) en la que describe los bancales como un tipo de campo caracterizado por el
escalonamiento de las laderas a través de estructuras con un rellano plano estrecho y
alargado que seguían el trazado de las curvas de nivel y que presentaban un salto o
escalón protegido, en muchos casos, por un muro de piedra o un talud de hierba (Figura
10). Este tipo de campos requerían mucha mayor inversión de trabajo, tanto para
cultivarlos como para trasladarse hasta ellos, pues se situaban en laderas pendientes y,
en ocasiones, alejadas de los núcleos de población. Además, era necesaria la reparación
de los desplomes de los muros de piedra y la creación de sistemas de drenaje que
regularan los excedentes hídricos por medio de canales oblicuos hacia los laterales para
impedir la saturación de las parcelas, dejando patente un claro interés por parte de los
agricultores por conservar el suelo. De hecho, este es uno de los factores que destaca
Lasanta al describir el fenómeno del abancalamiento: “construcción de terrazas que
supone la modificación del régimen hidrológico de las vertientes favoreciendo la
infiltración y disminuyendo la escorrentía superficial” (LASANTA, 1990). El
abancalamiento se erigió como la fórmula casi exclusiva de aprovechamiento agrícola
en el alto valle del Cidacos contribuyendo a configurar un paisaje de un altísimo valor
cultural, por el factor humano que está detrás de su surgimiento. Aparece en lugares
como Munilla, en las laderas que rodean la localidad actualmente abandonada de San
Vicente de Munilla (Figura 11), o en las Ruedas de Enciso donde se conservan
excelentes bancales con muros exteriores de piedra.
25
En estos campos predominó el cultivo de secano de cereales en alternancia con el
barbecho, ocupando tres cuartas partes del espacio cultivado. Por el contrario, la
agricultura de regadío no alcanzó importancia relativa y sólo en algunos casos, ciertos
municipios desarrollaron campos de regadío aprovechando manantiales, canales o
fuentes. Sobre el resto de cereales destacó el trigo, seguido de la cebada, cultivos a los
que se les reservó los campos más fértiles, especialmente los bancales, y en laderas de
solana. En torno al cultivo de cereales se construyeron en los pueblos edificios y lugares
específicos para su almacenamiento y trillado como pajares o las características eras. El
método más utilizado para su cultivo fue el sistema de “año y vez” con ciclos
generalmente de seis años en los que tres de ellos se dedicaban a la siembra y otros tres
se dejaban en barbecho. Excepcionalmente existieron campos cultivados de manera
permanente conocidos como “tierras cañaderas” (LASANTA et al., 2009). Además,
como puede comprobarse en los censos agrarios de 1962 y 1972, en las poblaciones
comprendidas en el área de estudio-Arnedillo, Enciso, Munilla y Zarzosa- el régimen de
tenencia predominante fue la propiedad, con escasa importancia de otros sistema como
el arrendamiento y la aparcería.
En definitiva, al igual que en la mayor parte de las montañas mediterráneas, la gestión
tradicional de la montaña en el alto valle del Cidacos tuvo que adaptarse a varios
condicionantes: i) las características físicas del territorio, especialmente desde el punto
de vista topográfico y del relieve, ii) la situación económica y social sumida en una
fuerte presión de los efectivos poblacionales a los que alimentar y, finalmente, iii) la
necesidad de disponer de abundante mano de obra para cubrir las exigencias y
necesidades de los habitantes de las áreas montanas a través de la roturación de tierras,
el cultivo de las mismas y, en el caso específico de los bancales, la reparación y
mantenimiento de las estructuras destinadas a la conservación del suelo de los campos
frente a los procesos erosivos, esencialmente los relacionados con la escorrentía
superficial y el agua de lluvia. Como concluyen Lasanta et al. (2009) “sólo una causa
tan importante como acercarse a la autosubsistencia puede justificar tanta inversión de
trabajo para obtener unos rendimientos tan mediocres y causar elevadas pérdidas de
suelo que comprometían la productividad futura de la tierra y anunciaban la emigración
masiva que poco después tuvo lugar”.
26
Figura 10. Partes de un bancal abandonado. Fuente: LASANTA et al., 2001. Elaboración: Karl Herweg.
Figura 11. Laderas abancaladas en el entorno de San Vicente de Munilla. Elaboración propia.
27
4.2.2. Abandono agrario y gestión reciente
En el caso concreto del alto valle del Cidacos, este abandono de extensas laderas supone
un cambio paisajístico de una importancia vital y, como se ha señalado con anterioridad,
conlleva una serie de repercusiones y transformaciones en la gran parte de los
componentes del medio como la vegetación, el comportamiento hidrológico, la
biodiversidad o la erosión de los suelos.
Entre mediados y finales del siglo XIX los municipios del alto valle del Cidacos
(Arnedillo, Enciso, Munilla y Zarzosa) alcanzan el máximo poblacional. A partir de
entonces comienza una progresiva reducción demográfica que adquiere tintes
dramáticos desde mediados del siglo pasado. Este fenómeno viene de la mano de una
apertura de las áreas de montaña a un nuevo modelo económico más abierto y dinámico
que convierte al modelo tradicional de gestión en un sistema atrasado y poco
competitivo respecto a los ámbitos urbanos. En consecuencia, la existencia de un
espacio agrícola altamente fragmentado y un poblamiento en aldeas dispersas con
escasas y malas vías de comunicación, se une a la crisis de la industria textil generando
las primeras oleadas de emigrantes hacia otros lugares del país y, ocasionalmente, hacia
América Latina (LASANTA Y ARNÁEZ, 2009). Posteriormente, desde los años 50 del
siglo XX, la emigración desde los ámbitos rurales se dirigirá hacia los focos industriales
del norte y las ciudades próximas, especialmente las urbes situadas en los márgenes del
río Ebro. En este sentido Jáuregui (2009) define de “foso” la diferencia poblacional que
comienza a surgir en estas décadas como consecuencia del trasvase demográfico desde
la sierra hacia el valle del Ebro, coincidiendo con el desarrollo agrario e industrial de
este último. En esta época el valle se convierte en un lugar de posibilidades y progreso
económico para la población serrana que está viviendo el desmantelamiento del sistema
de gestión tradicional de la montaña y, por consiguiente, de su fuente esencial de
recursos. Como resultado de todo ello, en las montañas se producen dos fenómenos
demográficos que auguran un futuro incierto para las poblaciones serranas: la
masculinización y el envejecimiento. La población joven y femenina de las áreas
montanas se encuentra con una falta de posibilidades profesionales y económicas en su
ámbito rural de origen que les obliga a buscar oportunidades laborales en las ciudades y
núcleos poblacionales más desarrollados, como los del valle del Ebro. Estos dos
fenómenos afectan a los diferentes valles cameranos, sin embargo, el alto valle del
28
Cidacos ha aguantado la emigración femenina (Tabla 1) mejor que valles como el del
Iregua, el Leza o el Jubera, del mismo modo que ha conseguido un aumento del grupo
de edad de menores de 16 años (Tabla 2) entre 1991 y 2001, motivo por el cual se
encuentra entre los valles más jóvenes de La Rioja con un 10,26% de población joven,
sólo superado por el valle del Oja con un 10,90% (JÁUREGUI, 2009). El número de
hombres y mujeres en el conjunto del valle se mantiene más o menos equilibrado si bien
existe un predominio de los varones en los censos de 1991 (1,07 hombres por mujer) y
2001 (1,12 hombres por cada mujer), encontrado en Enciso la mayor diferencia entre
ambos sexos (Tabla 1). En cuanto al envejecimiento, la Tabla 2 muestra la población de
los municipios del alto Cidacos por grandes grupos de edad. En ella podemos
comprobar el aumento del número de personas de más de 65 años entre 1991 y 2001 y,
del mismo modo, de los menores de 16 años, en ambos casos, gracias al aporte
poblacional del municipio de Arnedillo. Este fenómeno es consecuencia de la cercanía
del municipio con el valle del Ebro en su parte más septentrional, que lo hace más
activo demográficamente.
Censo
Arnedillo
Enciso
Munilla
Zarzosa
Total
1991
Hombres Mujeres
195
201
112
76
66
76
12
5
385
358
2001
Hombres Mujeres
218
224
108
62
58
62
9
2
393
350
Tabla 1. Población de los municipios de alto valle del Cidacos por sexos en 1991 y 2001. Fuente: Instituto
Nacional de Estadística (Elaboración propia).
Censo
Arnedillo
Enciso
Munilla
Zarzosa
Total
Menos de 16
37
19
19
3
78
1991
Entre 16 y 64
221
117
87
10
435
65 o más
138
52
36
4
230
Menos de 16
72
15
10
0
97
2001
Entre 16 y 64
212
108
73
7
400
65 o más
158
47
37
4
246
Tabla 2. Población de los municipios del alto valle del Cidacos por grupos de edad en 1991 y 2001.
Fuente: Instituto Nacional de Estadística (Elaboración propia).
Sin embargo, las consecuencias de este retroceso demográfico general afectan de
manera directa a la producción agraria de las montañas. La abundante mano de obra que
29
se necesitaba para las labores agrícolas, el cuidado de los rebaños o el mantenimiento de
los campos y las estructuras de conservación del suelo ya no existe, motivo por el cual
se produce un fenómeno de contracción e intensificación de la superficie cultivada
seleccionando las zonas más aptas (fondos de valle y depresiones) y desechando
aquellas que, en momentos de fuerte presión demográfica fueron imprescindibles para
alimentar a la población, como es el caso de las laderas abancaladas. En el conjunto de
Cameros el porcentaje de la superficie cultivada se ha reducido desde un 32,5% en 1956
a un 2,2% en 2001 (RUIZ FLAÑO, et al., 2009). En el caso concreto del alto valle del
Cidacos, este descenso ha sido mucho más acusado ya que las tierras en cultivo del total
de la superficie roturada conformaban en 1956 el 87,8% (LASANTA, et al., 2009) y, en
2004 sólo suponían el 1,9% (OSERÍN, 2007). Lógicamente, los campos llanos y
aquellos con escasa pendiente cercanos a los núcleos de población forman el grueso de
la superficie actual cultivada, siendo muy escaso o nulo el papel de los bancales,
abandonados casi en su totalidad por la gran inversión de trabajo que necesitan, así
como por sus pequeñas dimensiones. En todo este proceso Ruiz Flaño et al. (2009)
distinguen dos fases de abandono con el año 1956 como punto de inflexión. Hasta ese
año la reducción de la superficie agrícola en el alto valle del Cidacos es lenta y
paulatina: sin embargo, a partir de los años sesenta el abandono se intensifica y acelera
hasta llegar a los escasos valores actuales donde apenas aparecen parcelas cultivadas en
algunos campos llanos y con escasas pendientes dedicados a ciertos cultivos forrajeros,
algunos cereales y, esencialmente, huertas para el consumo propio en torno a un curso
de agua. Para explicar este fenómeno, estos autores proponen unos factores secundarios,
a parte de los principales ya comentados (escasa mano de obra, dificultad de acceso y
mecanización, baja competitividad y escasos rendimientos, necesidad de una alta
inversión de trabajo, etc.), como son la pendiente, la altitud, la orientación y la distancia
respecto al núcleo principal.
El paso de un sistema tradicional de gestión de la montaña, basado en la
sobreexplotación y el abastecimiento de la población, a un nuevo modelo de gestión
reciente, fundamentado en la concentración e intensificación del espacio cultivado con
el fin principal de conseguir una rentabilidad económica del medio, deja unas huellas
patentes en aquellas regiones montanas en las que se produce. Este es el caso del alto
valle del Cidacos, donde el descenso crítico de la población, la reducción del espacio
30
cultivado, la sustitución del ganado ovino por el vacuno y los cambios en los usos de
suelo tendentes hacia una regeneración natural marcan el dramático tránsito
anteriormente comentado. También los procesos erosivos configuran un importante
indicador de este abandono agrario en la montaña pero serán tratados de manera
individual en un apartado posterior.
El factor principal que desencadena el abandono generalizado de las actividades
agrícolas es el descenso de la población, factor que, de manera inversa, había
ocasionado la sobreexplotación de la montaña en décadas anteriores. El alto valle del
Cidacos alcanzó su máximo demográfico hacia 1877, año en el que la población
conjunta de los cuatro municipios estudiados se estableció en 5.498 habitantes (INE,
2013b), destacando la población de Munilla por encima del resto con un total de 2.432
habitantes gracias al importante peso que alcanzó la industria textil en el municipio
(Figura 12). En este momento de mayor presión demográfica, los habitantes del valle se
vieron en la necesidad de expandir los campos de cultivo hacia enclaves poco aptos para
el aprovechamiento agrícola con fuertes pendientes y suelos poco fértiles que, en
algunos casos, se encontraban lejos de los pueblos de residencia. Este fue el caso de los
campos abancalados, que llegaron a representar el 92,5% del total de la superficie
cultivada, generando un paisaje característico de incalculable valor cultural. Sin
embargo, a partir de finales del siglo XIX comenzó a reducirse la población del alto
Cidacos de manera paulatina hasta la década de los 40 y los 50 como resultado de la
expansión agraria e industrial del llano hacia donde emigraron los pobladores serranos,
momento en el que las cifras no superaban los 4.000 pobladores. Es entre los años 50 y
los 60 cuando se produce el descenso demográfico más dramático en el alto valle del
Cidacos que traerá consigo una reducción del espacio agrícola más que considerable en
las décadas posteriores, como podrá observarse más adelante. Así, en apenas dos
décadas, entre 1950 y 1970, Arnedillo reduce su población en un 45,5%, Enciso en un
75,2%, Munilla en un 86,1% y Zarzosa lo hace en un 83,2%. Aportando cifras de
población concretas, de los 3.355 habitantes que poseía el alto valle del Cidacos en
1950 sólo 1.000 lo habitan en 1970. A partir de esta década la reducción demográfica
del valle se ralentiza, pero continúa hasta mantenerse en los 779 habitantes de 2011.
Arnedillo se mantendrá como el municipio más poblado del alto valle del Cidacos con
un total de 478 habitantes, seguido de Enciso (163 habitantes), los 123 habitantes de
31
Munilla y, finalmente, Zarzosa, cuya población en el censo del año 2011 alcanza sólo
los 15 habitantes (Figura 12).
Figura 12. Evolución de la población en los municipios del alto valle del Cidacos. Fuente: Instituto
Nacional de Estadística (Elaboración propia).
El descenso de la presión demográfica en el alto valle del Cidacos trajo consigo una
reducción considerable de las necesidades alimentarias de la población y, al mismo
tiempo, de la mano de obra disponible para las actividades agrícolas y ganaderas. En
consecuencia, el abandono del espacio agrícola fue un proceso paralelo al de la
despoblación del valle. La Tabla 3 muestra la evolución de la superficie cultivada en
cada uno de los municipios del área de estudio mostrando un brusco descenso entre
1972 y 1982, época en la que los pueblos habían visto reducida su población en dos
terceras partes. A pesar de no contar con datos del año 1962, podemos ver un general
descenso de la superficie agrícola en los cuatro municipios del alto valle del Cidacos
desde las 481 ha de 1972 hasta las 51,3 ha de 2009. Arnedillo poseía la mayor
superficie cultivada del valle con un total de 284 ha labradas en 1972 al incluir entre sus
límites administrativos zonas de montaña pero también áreas más llanas de la Depresión
del Ebro. Esta superficie labrada descendió bruscamente entre 1982 y 1989, años más
tarde que en el resto de municipios del valle como consecuencia de compartir tierras de
sierra y llano, continuando una reducción progresiva hasta situarse en las 41,38 ha en el
año 2009. En Enciso, al igual que en Munilla, la superficie agrícola sufrió una reducción
drástica en el periodo 1972-1982, manteniendo los valores en las décadas siguientes,
aunque con un leve ascenso en el censo de 1989. Finalmente aparece Zarzosa, la
32
localidad con menos superficie cultivada en 1972 (48 ha) que desapareció por completo
en los censos agrarios de 1982, 1989 y 1999. En la actualidad (año 2009), la mayoría de
las tierras labradas en el conjunto de los cuatro municipios corresponde a cultivos
leñosos que ocupan un total de 47,38 ha, seguidos de cultivos de hortalizas, melones y
fresas (2,23 ha), cereales para grano (0,56 ha), patatas (0,22 ha) y huertos para el
consumo familiar (0,09 ha) (INE, 2013a). De estos datos hay que destacar el ínfimo
peso que tienen los cereales en 2009, sólo presentes en Zarzosa, a pesar de que
constituyeron el cultivo principal en el alto valle del Cidacos durante la gestión
tradicional de la montaña, especialmente el trigo.
Tierras labradas (Ha)
Arnedillo
Enciso
Munilla
Zarzosa
Total
1962
…
…
…
…
…
1972
284
78
71
48
481
1982
216
7
3
0
226
1989
165
13
10
0
188
1999
73
8
2
0
83
2009
41,83
3,28
0,6
5,59
51,3
Tabla 3. Evolución de la superficie de tierras labradas en el alto valle del Cidacos (en ha). Fuente:
Instituto Nacional de Estadística (Elaboración propia).
El descenso de la superficie cultivada va acompañado de un descenso en el número de
explotaciones (Tabla 4). Exceptuando Munilla, se observa que de 1962 a 1972 el
número de explotaciones aumenta ligeramente (en un total de 48 para toda la zona de
estudio). Sin embargo, desde ese momento, el número desciende notablemente,
especialmente entre 1972 y 1982. En el último censo agrario de 2009 el número total de
explotaciones es de 60, es decir, el 10,7% del total de explotaciones que existían hacia
mediados del siglo pasado.
Nº explotaciones
Arnedillo
Enciso
Munilla
Zarzosa
Total
1962
239
167
138
16
560
1972
364
167
114
63
708
1982
170
32
28
4
234
1989
155
28
29
4
216
1999
69
22
17
5
113
2009
32
13
10
5
60
Tabla 4. Evolución del número de explotaciones en el alto valle del Cidacos. Fuente: Instituto Nacional
de Estadística (Elaboración propia).
33
Otro fenómeno importante entre los efectos del abandono agrario lo constituye la
sustitución de los rebaños de ovejas por los de vacas. En paralelo al descenso de la
superficie cultivada y a una tendencia hacia su concentración e intensificación en las
mejores zonas, se va produciendo en el alto valle del Cidacos, así como en la gran
mayoría de ambientes de montaña dedicados tradicionalmente al aprovechamiento
agrario, una reducción del ganado ovino acompañada de un ascenso del ganado bovino.
Tras el abandono masivo de la agricultura cerealista y la crisis de actividades
económicas a las que se asociaba la cabaña ovina como la industria artesanal y textil,
que adquirió una gran importancia en Enciso y Munilla a través de la fabricación de
tejidos de paño y lienzo, la ganadería extensiva se erige como el principal recurso de
beneficios económicos para la población del valle, debido al escaso peso que, todavía,
posee el sector turístico. En estas áreas marginales, la ganadería extensiva supone un
modo eficaz de rentabilizar con escasa inversión de trabajo e infraestructuras el recurso
más abundante en estas zonas tras el abandono: los pastos. Además, como indica
Lasanta (2009) el ganado vacuno desempeña importantes funciones ecológicas
(mantenimiento de un paisaje mucho más diversificado y con mayor biodiversidad) y
sociales (permanencia de cierta población en zonas que, sin el aprovechamiento
ganadero, quedarían marginadas del sistema socioeconómico y, en el peor de los casos,
despoblados o deshabitadas).
Los primeros años de la década de los 70 suponen un punto de inflexión en el cambio de
tendencia ganadera, con la introducción significativa del vacuno de orientación cárnica.
Este fenómeno es una consecuencia clara del abandono agrario de mediados del siglo
XX, y se explica a través de otros factores internos y externos (LASANTA, 2009).
Entre los condicionantes internos aparece la mayor disponibilidad de superficie para el
pastoreo como consecuencia del abandono agrícola de las laderas y la escasa mano de
obra de los municipios del valle tras la despoblación de los mismos. Este último factor
es imprescindible para que la ganadería bovina extensiva se implante como un motor
económico en las áreas de montaña. Frente a la continua vigilancia que exigían los
rebaños ovinos, especialmente en los desplazamientos, el pastoreo vacuno no necesita
tantas atenciones y los rebaños se dejan libremente en los campos, donde buscan las
mejores zonas de pasto (cubierta herbácea surgida en las primeras etapas de la sucesión
vegetal con un alto valor pastoral). El único condicionante lo conforma la localización
34
de abrevaderos y comederos instalados en el medio montano. Entre los factores externos
cabe destacar la creciente demanda de carne de vacuno de los mercados urbanos.
En relación a la evolución ganadera en el alto valle del Cidacos (Tabla 5 y Figura 13) es
interesante destacar varios sucesos importantes que se dieron desde mediados del siglo
pasado. En primer lugar, es necesario señalar que el ganado ovino alcanzó su máxima
expansión en 1961 con un total de 851 UG1, una cifra que se mantuvo en valores
parecidos (814 UG) hasta 1972. Sin embargo, entre 1972 y 1982 se produjo un descenso
drástico, llegando a 341 UG en 1982. Este descenso coincide con el aumento notable
del ganado vacuno que de 1972 a 1982 creció en más de un 500%, pasando de 138 a
734 UG. En los últimos veinte años, entre 1989 y 2009, la cifra de ovejas se ha
mantenido en torno a las 450 UG. Una evolución similar ha tenido el ganado caprino,
aunque continúa en descenso con 33 UG en 2009. En el aumento de UG de ganado
vacuno tiene una influencia directa el incremento del consumo de carne en España
desde la década de los 60, gracias al avance de las técnicas de conservación en frío
(LASANTA, 2009), así como las facilidades que permite la explotación extensiva del
ganado bovino, como la escasa vigilancia por parte del pastor. Además, entre 1970 y
1985 abundaron en el valle inversiones externas de ganado bovino con el principal
objetivo, por parte de los pobladores de la montaña, de recuperar las rentas que se
habían perdido con el retroceso agrícola. El vacuno tenía la imagen de ser un ganado
con altas rentabilidades económicas a corto plazo. A pesar de ello, pasados unos años,
los beneficios no fueron los esperados y el crecimiento a partir de la década de los años
80 se tornó más sostenido y menos acusado, marcando una cifra total de 1.074 UG
registradas en 2009. Finalmente, hay que tener en cuenta que el afán de lucro por parte
de los ganaderos de bovino ha provocado una sustitución de las razas autóctonas del
valle, como la vaca Camerana, por otras razas foráneas con mayores rendimientos en
canal como la Suiza o Pardoalpina, la Charolaise u otras como la Hereford, Limousin y
Simmental. Si bien es cierto que estas razas se caracterizan por una mayor producción
de carne, tienen en su contra una peor adaptación al ambiente submediterráneo de las
montañas cameranas en comparación con las razas autóctonas (LASANTA, 2009).
1
El ganado, tanto en el gráfico como en la tabla, se mide en unidades ganaderas (UG) con la siguiente
correspondencia: una unidad ganadera equivale a 1,25 cabezas de ganado bovino y a 10 de caprino y
ovino.
35
Figura 13. Evolución de la ganadería por especies en el alto valle del Cidacos (en UG). Fuente: INE y
Gobierno de La Rioja (Elaboración propia).
Censo (año)
Caprino
Ovino
Vacuno
1950
274
616
16
1961
476
851
210
1972
325
814
138
1982
99
341
743
1989
89
463
837
1999
92
452
1039
2009
33
455
1074
Tabla 5. Evolución de la ganadería en el Alto Valle del Cidacos (UG). Fuente: INE y Gobierno de La
Rioja (Elaboración propia).
4.2.3. Consecuencias paisajísticas e hidrogeomorfológicas
Este proceso de abandono agrario en el alto valle del Cidacos, con la consiguiente
reducción de la superficie cultivada, la reorientación ganadera hacia los rebaños bovinos
y el abandono de las prácticas conservadoras del suelo, tiene unas consecuencias
directas sobre la montaña desde el punto de vista paisajístico, del comportamiento
hidrogeomorfológico de las laderas y, finalmente, desde una óptica cultural y
patrimonial.
En primer lugar, para determinar las consecuencias paisajísticas, es preciso comentar los
cambios en los usos de suelo que se observan en la zona de estudio entre la época
anterior o contemporánea al abandono agrícola (año 1956) y la situación reciente (año
2005). Para ello se ha elegido una zona de pequeñas dimensiones (633 ha) localizada en
36
Munilla, uno de los municipios enmarcados en el área de estudio del alto valle del
Cidacos. Tal y como se ha explicado en el apartado de Metodología (4.1. Área de
estudio), su elección está relacionada con dos aspectos: i) incluye el área de estudio en
la que desarrolla su actividad investigadora el grupo de Geografía Física del
Departamento de Ciencias Humanas y ii) es representativa de un ámbito de montaña en
el que las actividades agrarias tuvieron especial incidencia en los siglos anteriores,
destacando especialmente el cultivo y posterior abandono de campos abancalados y el
paso de una ganadería ovina a otra exclusivamente bovina, lo que ha provocado una
dinámica del paisaje donde dominan los procesos de regeneración vegetal o sucesión
secundaria y los de carácter erosivo.
Según Lasanta et al. (2009), en el alto valle del Cidacos en 1956 el espacio cultivado
representaba 7.473 ha frente a las 159 ha de 2004, es decir, una reducción del 97,1%
que demuestra el dramático abandono de las prácticas agrícolas. Al mismo tiempo se
produce un importante proceso de recolonización vegetal de las laderas por medio del
avance del matorral. En este sentido hay que tener en cuenta el papel que juega el
ganado bovino en el bloqueo de la colonización del matorral y el mantenimiento de una
cubierta herbácea de alto valor pastoral. El bosque natural necesita mayor tiempo para
desarrollarse y, por tanto, el surgimiento de especies arbóreas en el área abandonada
todavía es poco importante. En conjunto, la superficie forestal en el alto valle del
Cidacos ha sufrido un incremento del 90,6% entre 1956 y 2001, pasando de 8.352 ha a
15.925 ha (ARNÁEZ, et al., 2009b). Las figuras 14 y 15 se corresponden,
respectivamente, con las cartografías de usos del suelo de esta zona en el año 1956 y
2005. Para facilitar la comparación y cuantificar los cambios en los usos de suelo entre
una y otra época se ha incluido una tabla (Tabla 6) con la superficie de los diferentes
usos en hectáreas y en porcentaje.
A fecha de 1956 (Figura 14), en el entorno de Munilla el uso que predominaba con
claridad sobre el resto era el agrícola, con un total de 430 ha de las 633 ha totales del
área seleccionada (un 67,9%). Este hecho demuestra el gran aprovechamiento que la
población de la zona hizo de las laderas próximas a los núcleos de población, en este
caso concreto, a través del sistema de abancalamiento para abastecer las necesidades
alimentarias de sus habitantes. Tras el amplio aprovechamiento agrícola en el área de
37
estudio aparecen con un 15% y un 14,1%, respectivamente, el uso de suelo llamado
mixto, que se corresponde con una mezcla de matorral y pastizal disperso, y el matorral
propiamente dicho. Ambos usos los encontramos en las zonas más alejadas a los
pueblos de Munilla y San Vicente de Munilla, allí donde no se extendieron, al menos de
manera permanente, las prácticas agrícolas. Como se puede comprobar, el uso forestal
no aparece en la zona como consecuencia de haber sido talado y roturado para
conformar campos de cultivo de cereal, principalmente trigo y cebada, así como zonas
de pasto para los rebaños de ovejas y cabras.
La cartografía de 2005 (Figura 15) evidencia el cambio drástico sufrido en los
ambientes de montaña desde mediados del siglo como resultado del abandono de la
agricultura en las laderas y vertientes del valle. En ese año, en el entorno de Munilla, la
superficie agrícola sólo representa un 0,8% de la superficie total (5 ha), es decir, sufre
un descenso de casi un 70% respecto a lo existente cinco décadas antes. Este uso
agrícola actual corresponde a pequeñas huertas individuales, localizadas en las
proximidades del río y destinadas al aprovechamiento familiar. En la actualidad
predomina el uso mixto (matorral y pastizal disperso) con un total de 478 ha (75,5%)
dejando patente que la recolonización vegetal tras el abandono de los campos de cultivo
favorece una homogeneización del paisaje respecto al existente en 1956. El mayor o
menor avance del matorral en las laderas depende tanto del tipo de suelo como del
sustrato rocoso de las mismas. De este modo, la recolonización vegetal es más intensa
en campos con suelos profundos, como es el caso de los bancales (muy presentes en la
gran mayoría de las vertientes del entorno de Munilla) que en parcelas con suelos
pedregosos y desmantelados (GARCÍA RUIZ, 1988). Al uso mixto le sigue el de
repoblación forestal que, con un total de 87 ha (13,7 %), se extiende al norte del área
seleccionada, respondiendo a las políticas desarrolladas por los gobiernos autonómicos
tras el abandono agrícola de las zonas de montaña con el principal objetivo de recuperar
la sucesión vegetal, así como regular los procesos erosivos y el comportamiento
hidrológico de las laderas (ARNÁEZ et al., 2009b). Las coníferas (en este caso, P.
pinaster) son las especies elegidas para estas políticas de reforestación por su rápido
crecimiento. Además, esta cubierta forestal se convierte en un recurso que puede aportar
beneficios económicos a través de la explotación maderera y papelera y, de este modo,
reincorporar las áreas en las que se encuentra dentro del sistema productivo. El matorral
38
denso ocupa un 5,2% de la superficie, que se ha reducido con respecto a 1956 porque ha
sido sustituido en gran parte por las repoblaciones anteriormente comentadas. Las
especies de matorral más comunes son la aulaga (Genista scorpius), que crece en suelos
calizos, y la jara (Cistus laurifolius), que crece en suelos silíceos. Por último cabe
destacar la aparición de dos nuevos usos en el mapa de 2005. El primero corresponde
con la zona exclusiva de pastizal con un total de 6 ha (0,9 % del territorio) en las áreas
cercanas al municipio donde se concentra la actividad ganadera. El segundo está
relacionado con la búsqueda de nuevas salidas económicas a las áreas de montaña
marginales y que es el llamado en el SIOSE Infraestructura de energía eólica. Este uso
hace referencia a la instalación de molinos de viento dentro del marco de una política de
fomento de las energías renovables. Sin embargo, suponen un fuerte impacto
paisajístico en la zona que, frente al proceso de sucesión vegetal o regeneración natural,
deja huella de la acción humana sobre el entorno de Munilla, una huella que también
aparece en el abancalamiento de gran parte de sus laderas, con la existencia de muros de
bancal y el escalonamiento de las vertientes.
39
Figura 14. Mapa de usos de suelo del entorno de Munilla en 1956. (Elaboración propia)
Figura 15. Mapa de usos de suelo en el entorno de Munilla en 2005. Fuente: SIOSE. (Elaboración
propia).
40
1956
Usos
Área (ha) Área (%)
Agrícola
430
67,9
Afloramiento rocoso
13
2,1
Urbano
6
0,9
Mixto (pastizal y matorral disperso)
95
15
Matorral
89
14,1
Infraestructura de energía eólica
0
0
Repoblación forestal
0
0
Pastizal
0
0
Total
633
100
2005
Área (ha) Área (%)
5
0,8
13
2,1
8
1,3
478
75,5
33
5,2
3
0,5
87
13,7
6
0,9
633
100
Tabla 6. Evolución de los usos de suelo en el entorno de Munilla (superficie en ha y porcentaje).
Elaboración propia.
Tal y como queda reflejado en las figuras 14 y 15, el abandono agrícola en el alto
Cidacos deja paso a un proceso de regeneración natural con el avance del matorral y, en
una segunda etapa, de las especies arbóreas en un fenómeno de homogeneización de la
montaña y de restauración del paisaje original (GARCÍA RUIZ, 1988) condicionado
por el pastoreo de la ganadería extensiva bovina y el histórico aprovechamiento de las
laderas como campos de cultivo por parte del hombre, además de por la incidencia más
o menos intensa de los procesos erosivos.
En lo relativo al comportamiento hídrico de las laderas abancaladas, la mayor o menor
regeneración vegetal y el propio escalonamiento de las parcelas aterrazadas se
convierten en fenómenos que reducen los proceso de erosión ocasionados por la
escorrentía superficial y el agua de lluvia. En primer lugar, el propio sistema de
abancalamiento basado en el escalonamiento de la ladera y, por tanto, la ruptura de la
pendiente de las vertientes impide que la escorrentía superficial fluya con facilidad y
rapidez por ellas, reduciendo la erosión del agua a un débil arroyamiento difuso que
apenas genera incisiones o cárcavas en el terreno (ARNÁEZ, y ORTIGOSA, 1993). En
segundo lugar, la existencia de una densa cubierta vegetal e, incluso, forestal también
contribuye a disminuir tanto la rapidez de la escorrentía superficial como el transporte
de sedimentos, que son retenidos en porcentajes elevados. Este ha sido uno de los
objetivos que se ha perseguido desde los gobiernos autonómicos y nacionales con las
repoblaciones forestales: el restaurar el comportamiento hidrológico de las laderas.
41
Tanto en el alto valle del Cidacos como en el conjunto de Cameros, esta política de
reforestación ha permitido una reducción de la producción de sedimentos y, por tanto,
una reducción de los efectos erosivos del agua de escorrentía.
Las condiciones topográficas difíciles, destacando las fuertes pendientes, y las
abundantes precipitaciones existentes en el alto valle del Cidacos, así como en gran
parte de las montañas del Sistema Ibérico, explican que los procesos erosivos hayan
estado siempre presentes en los campos cultivados y, con especial incidencia, en las
áreas abancaladas. Durante la gestión tradicional de la montaña los agricultores se
encargaban de reparar cualquier derrumbe de los muros y mantener los sistemas de
drenaje. Sin embargo, estas actividades suponían una inversión de trabajo muy
importante y una abundante mano de obra, algo que, tras el abandono agrícola del valle,
dejó de realizarse. Con el abandono agrario comenzó un proceso de recolonización
vegetal o sucesión secundaria que, en algunos casos, ha conseguido reducir el efecto de
los procesos erosivos, pero en otros, no ha conseguido rebajar el efecto del
desmantelamiento y el abandono de sistemas conservacionistas, que han incrementado
el efecto de dichos procesos. Oserín (2007) destaca dos tipos principales de procesos
erosivos en los bancales: los relacionados con el muro del bancal (desprendimientos o
desplomes, reptación, etc.) y aquellos que surgen en la superficie llana del campo
aterrazado (arroyamiento superficial).
Por un lado, la humedad y la falta de cohesión de los suelos, como consecuencia de la
elevada infiltración de este tipo de campos con suelos sueltos y arenosos, genera
desprendimientos (Figura 16). Éstos suelen ser esencialmente de tipo rotacional, con
una elevada pendiente en el tramo superior y clara convexidad. En general, poseen una
forma de embudo con mayor anchura en la parte superior y con materiales desprendidos
a sus pies (ARNÁEZ, J. et al., 2009b). Por otro lado también se producen desplomes del
muro como resultado de la escorrentía subsuperficial y los procesos de saturación, que
generan una acumulación hídrica importante detrás del muro de piedra de los bancales,
donde se encuentran los mayores espesores de suelo. Estos desplomen se caracterizan
por una gran rapidez de acción, cuando el incremento del peso de los materiales del
bancal genera un abombamiento de la parte inferior del muro que precipita su caída.
42
La falta de cubierta vegetal y la actividad de pastoreo del ganado contribuyen también
al surgimiento de procesos erosivos. Por ejemplo, en las parcelas donde existen suelos
menos profundos y esqueléticos la dificultad para que el matorral se introduzca es
mucho mayor que en suelos más profundos y fértiles, por lo que el arroyamiento
laminar del agua de escorrentía provoca una mayor pedregosidad del terreno. Además,
allí donde el pastoreo es más intenso y prolongado en el tiempo, aparte de impedir de
igual manera el avance del matorral, provoca que la cubierta herbácea existente en los
lugares de pasto no realice el ciclo de crecimiento normal y, por lo tanto, se reduzca su
densidad. Esto genera la aparición de parches de suelo desnudo muy susceptibles a la
erosión del agua y el viento. Sin embargo, Arnáez et al. (2009b) definen de moderadas
las tasas de erosión en bancales del alto Cidacos, tras haber realizado estudios de campo
en los que se tienen en cuenta otros factores como la intensidad del agua de lluvia, la
convexidad de las laderas, la pendiente, etc. Aportando datos concretos de erosión en
campos abancalados abandonados, Arnáez y Ortigosa (1993), a través de la medición de
los distintos ambientes geomorfológicos en pendiente de 53 bancales distintos,
concluyen que en un 55,74% de los casos existe erosión nula, un 36,56% de las veces
aparece un arroyamiento difuso débil, el arroyamiento difuso severo aparece en un
5,13% de los bancales abandonados, las incisiones y canales apenas tiene importancia
(0,55%), y un 2% corresponde a acumulaciones de sedimento.
Figura 16. Desprendimiento del muro de un bancal en San Vicente de Munilla. Elaboración propia.
43
Por último también es reseñable comentar que el trazado de pistas forestales en estos
entornos de montaña ha implicado en algunos casos el surgimiento de procesos erosivos
de tres tipos diferentes: los relacionados con el agua de escorrentía superficial, como las
rigolas o incisiones y el arroyamiento difuso; los movimientos en masa, que provocan
desprendimientos del material del talud resultante; y fenómenos con escaso impacto
como las terracetas, la caída de tepes, etc. (ARNÁEZ, et al., 2009b).
Todos estos procesos erosivos contribuyen a la degradación de un paisaje con un fuerte
valor patrimonial. Tal y como explican Lasanta et al. (en prensa) los paisajes
abancalados, documentados desde el segundo milenio a.C. (Edad de Bronce) en España
y con un importante desarrollo entre los siglos XVIII y XIX, son un reflejo de los
modos de gestión del espacio montano y de las estrategias desarrolladas por el ser
humano para convertirlos en medios productivos desde el punto de vista agrario.
Además, el aterrazamiento de las laderas favorece una alta biodiversidad. Sin embargo,
con el abandono agrario se produce un deterioro importante de los bancales como
resultado de la pérdida de suelo provocada por los procesos erosivos y la recolonización
de matorral que contribuye a la homogeneización del paisaje, a la reducción de su
calidad estética y a la propagación de incendios. De este modo, el abancalamiento de las
montañas se erige como un paisaje multifuncional de importante peso cultural e
histórico que merece la pena ser conservado e, incluso reintegrado, pudiendo aportar
numerosos beneficios económicos y ecológicos: aportar alimentos a personas y ganado,
diversificar actividades económicas, fomentar el turismo rural y el desarrollo territorial,
estimular la inversión privada o generar puestos de trabajo (LASANTA et al., en
prensa).
En definitiva, el paso de un modelo autárquico basado en el aprovechamiento agrario
intensivo y global del territorio a otro centrado en el aprovechamiento de los mejores
espacios para el cultivo, cuando la alimentación de la población ya no es un problema,
ha provocado el surgimiento de nuevas dinámicas desde el punto de vista
hidrogeomorfológico. En algunas zonas como los fondos de valle, donde se acumula el
agua de escorrentía y se desarrolla una actividad ganadera más intensiva, se genera una
mayor incidencia de los procesos erosivos. Sin embargo, en el contexto general del
valle, el fenómeno de regeneración vegetal y las acciones de repoblación han
44
conseguido estabilizar e incluso reducir las tasas de erosión hasta unos niveles
moderados. Además, es necesario desarrollar políticas orientadas hacia la conservación
y recuperación de las zonas abancaladas ya que configuran un elemento patrimonial
esencial desde el punto de vista histórico y cultural de los pueblos del alto valle del
Cidacos, así como un recurso esencial para un desarrollo económico y ecológico de la
zona.
45
46
5. CONCLUSIONES Y VALORACIÓN
5.1. Conclusiones
El abancalamiento de las áreas de montaña fue una solución característica de los
ambientes mediterráneos para atender las necesidades alimentarias de la población,
especialmente en momentos de fuerte presión demográfica. Desde finales del siglo XIX
y principios del XX la fuerte reducción de la población montana trajo consigo un
abandono de las prácticas agrícolas y ganaderas, dejando paso a nuevas dinámicas en el
paisaje como la recolonización vegetal o los procesos erosivos asociados al
funcionamiento hidrogeomorfológico de las laderas. El alto valle del Cidacos se
enmarca en esta región mediterránea y es un claro ejemplo de estos procesos:
-Durante siglos el alto valle del Cidacos sufrió una fuerte intensificación de los recursos
montanos y de las labores agrícolas y ganaderas llevadas a cabo por el ser humano con
el principal objetivo de alcanzar la autosuficiencia de la población. Un recurso
generalizado, paralelo al aumento de la presión demográfica, fue el abancalamiento de
las laderas para conformar campos de cultivo allí donde la pendiente no lo permitía. En
esta región esta estrategia constituyó el 92,5% del total de campos cultivados,
generando un paisaje de alto valor histórico y patrimonial.
-Hacia mediados del siglo XX la intensa reducción poblacional del alto Cidacos
ocasionó un abandono generalizado de los campos abancalados. Por consiguiente, se
produjo un gran desequilibrio entre la sierra y el valle, convirtiéndose la primera en una
región marginal con escasa población, aunque con un menor grado de envejecimiento
que en otras zonas como el valle del Leza o el Jubera (JÁUREGUI, 2009), y
consiguiendo el segundo un gran desarrollo agrícola e industrial que contribuyó a
absorber gran cantidad de población procedente de estas regiones de montaña. En
consecuencia, el alto valle del Cidacos se vio en la necesidad de buscar otras salidas
económicas para subsistir, siendo la ganadería bovina de orientación cárnica la
estrategia más recurrida por la escasa vigilancia e intensificación de trabajo necesaria,
ya que los incentivos turísticos, de momento, están poco desarrollados.
-Tras este abandono agrario, el alto valle del Cidacos viene sufriendo durante las
últimas décadas dos fenómenos naturales característicos: la recolonización vegetal y los
procesos erosivos. En cuanto al primero, el cese de las actividades agrícolas provoca el
surgimiento de una sucesión vegetal secundaria dominada por especies de matorral
como la jara (Cistus laurifolius) o la aulaga (Genista scorpius) que se extienden por las
47
laderas contribuyendo a una homogeneización del paisaje, a la pérdida de biodiversidad
y, lo que es más importante, facilitando la propagación de incendios forestales. El
surgimiento de especies arbóreas en este proceso recolonizador es menos acusada y
necesita periodos de tiempo más amplios, por lo que en muchos casos se ha optado por
reforestaciones forestales de coníferas (Pinus pinaster). En segundo lugar, los procesos
erosivos que se habían reducido con el cultivo de los bancales, sus labores de
mantenimiento y la construcción de sistemas de conservación, vuelven a adquirir un
peso importante como resultado del restablecimiento del funcionamiento hidrológico de
las laderas. De este modo, en el alto valle del Cidacos predominan los desprendimientos
de muros de bancal y el arroyamiento laminar débil, procesos erosivos que favorecen la
degradación del paisaje abancalado de montaña.
-La homogeneización del paisaje por la recolonización vegetal y la destrucción y
pérdida de suelo como consecuencia de los procesos erosivos ponen en peligro el valor
estético, histórico, cultural y económico de los ambientes de montaña abancalados del
alto valle del Cidacos. Por tanto, es necesario desarrollar políticas destinadas a la
conservación y reintegración de un paisaje característico de los ambientes
mediterráneos que puede convertirse en un recurso fundamental de desarrollo para estas
áreas marginadas desde el punto de vista poblacional y económico. Así, es necesario
considerar sus potencialidades: producir alimentos tanto para personas como para
animales, poner en cultivo campos experimentales de productos de mayor calidad,
fomentar el desarrollo rural desde la óptica turística y demográfica, generar puestos de
empleo, conservar especies de flora y fauna asociadas a la agricultura, etc.
5.2. Valoración
En este último apartado se realiza una valoración general del trabajo desde el punto de
vista del cumplimiento de los objetivos planteados, la metodología utilizada y la posible
extensión de los contenidos en él expuestos.
Al tratarse de un trabajo orientado a conocer las prácticas agrarias llevadas a cabo por el
ser humano en un ambiente de montaña, así como las causas y las consecuencias del
abandono de las mismas, ha resultado imprescindible la consulta de numerosa
bibliografía,
esencialmente
artículos
científicos
contextualizados
en
el
área
mediterránea. Además, para que el estudio fuera más específico, se ha seleccionado un
área de especial relevancia en el abancalamiento de laderas dentro de nuestro contexto
48
riojano como es el alto valle del Cidacos. La utilización de fotografías aéreas para
realizar cartografías acerca de los cambios en los usos de suelo es un recurso importante
que se complementa con los censos agrarios, contribuyendo a destacar los efectos del
abandono agrario en el área de estudio. Sin embargo, para el análisis de las
consecuencias hidrogeomorfólogicas, lo adecuado hubiera sido un estudio experimental
in situ a través de la medición de la producción de sedimentos, la acción del agua de
lluvia, la cuantificación de los desprendimientos, etc., algo que llevaría a realizar un
trabajo de investigación más científico que excede los límites de un Trabajo de Fin de
Grado.
De esta manera, se ha intentado realizar un trabajo que resumiera el proceso de
abandono agrario en el alto valle del Cidacos con especial atención a las áreas
abancaladas. Por este motivo, pueden plantearse trabajos posteriores orientados a
estudiar con mayor detalle temas específicos como la evolución de la población, el
cambio ganadero o los procesos erosivos en el alto vale del Cidacos.
49
50
6. BIBLIOGRAFÍA
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sediment balances of a contour bench terracing system in a semi-arid cultivated zone
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