BOLETÍN Beneficio de los sombrereros en huelga.—Función en el

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BOLETÍN
Beneficio de los sombrereros en huelga.—Función
en el Teatro Nacional.—Ausencia de los obreros.—
La huelga inaugura el ejercicio de un derecho.—
Ayuda y protección.
La fraternidad no es una concesión, es un deber. Cuando padecen artesanos
laboriosos; cuando en apoyo de un principio justo emprenden una lucha
enérgica a que no están acostumbrados, y que no tienen medios materiales
para sostener; cuando la fraternidad tiende la mano en apoyo de una idea
noble y justa, muy severa reprobación merecen aquellos que vuelven los ojos
de la mano necesitada y apremiante que se ha tendido a los obreros para los
hermanos sin trabajo, y que se ha cerrado sin que los obreros pongan en ella
su óbolo sencillo, más valioso por la fuerza de unión que hubiera representado,
que por los resultados prácticos que la modesta cantidad hubiese podido
producir.
La huelga de los sombrereros, en todos conceptos justa, coloca a este ramo
de artesanos en situación angustiosa y difícil, privados como están del sustento
diario que con su trabajo llevaban a sus hogares, y que con nada pueden ahora
reemplazar.—Cierto es que buen número de personas bondadosas facilitan
medios que auxilian el sostenimiento de los obreros en huelga, pero el número
de estos es tal que todo esfuerzo privado es en sus resultados insuficiente y
pequeño. Las funciones de teatro son medio fácil y agradable de reunir no
cortas sumas de fondos: el desembolso particular es en ellas escaso: el
producto común es, sin embargo, frecuentemente mayor que el que por otros
medios se consigue.
Anuncióse una función en el Teatro Nacional a beneficio de los sombrereros
en huelga: bondadosamente se prestaron a trabajar en ella una actriz
distinguida3 y actores laboriosos; injusto hubiera sido presumir que, cuando tan
sencilla protección se pedía a los artesanos de la capital, cuando tan elocuente
ocasión se prestaba de manifestar a los hermanos su natural simpatía; cuando
se les llamaba generosamente al cumplimiento de un deber,—el deber iba a
quedar sin cumplimiento, la simpatía iba a parecer indiferente, los obreros
habían de desdeñar la ocasión de solemnizar con su presencia, su entusiasmo
y sus aplausos el acto digno y firme con que el artesano que comienza a tener
conciencia de su propio valer, se rebela contra el capitalista dominante, no ya
con dominio respetable de justicia y de razón, sino con el que protegido por la
miseria de los obreros, en ella se apoya para hacerla todavía más miserable.
Y ahora que por vez primera se concreta de un modo solemne esta
aspiración justísima, ahora que un ramo de artesanos inaugura la vía de un
derecho nuevo y nueva vida, ahora que un ramo determinado tiene el valor de
sufrir las consecuencias de esta rebelión pacífica y necesaria a que no estaba
acostumbrada ni preparada la clase de obreros—toda esta clase en cuyo
provecho general redundan estos actos, todos los que han de gozar luego de
los beneficios que ahora tan trabajosamente se conquistan, ¿abandonarán a los
que inician el camino, a los que con sus privaciones fecundizan los primeros
difíciles pasos de la nueva y muy penosa vía?
Ni fuera este abandono perdonable nunca, ni podemos nosotros creer que los
distintos círculos de obreros, sobrados hasta hoy en acciones de afecto y
mutuo auxilio, empequeñezcan así su noble obra, debiliten sus propios
esfuerzos, amengüen su creciente respetabilidad, y—desatendiendo a los que
plantean enérgicamente el difícil problema de las huelgas—se nieguen para sí
mismos el derecho de aplicación posterior de este sistema justo, reprochable
cuando sirve de órgano a exageradas peticiones de los obreros, salvador y
necesario cuando se usa para rechazar exageradas exigencias de los
capitalistas.
ciones de teatro son medio fácil y agradable de reunir no cortas sumas de
fondos: el desembolso particular es en ellas escaso: el producto común es, sin
embargo, frecuentemente mayor que el que por otros medios se consigue.
Anuncióse una función en el Teatro Nacional a beneficio de los sombrereros
en huelga: bondadosamente se prestaron a trabajar en ella una actriz
distinguida y actores laboriosos; injusto hubiera sido presumir que, cuando tan
sencilla protección se pedía a los artesanos de la capital, cuando tan elocuente
ocasión se prestaba de manifestar a los hermanos su natural simpatía; cuando
se les llamaba generosamente al cumplimiento de un deber,—el deber iba a
quedar sin cumplimiento, la simpatía iba a parecer indiferente, los obreros
habían de desdeñar la ocasión de solemnizar con su presencia, su entusiasmo
y sus aplausos el acto digno y firme con que el artesano que comienza a tener
conciencia de su propio valer, se rebela contra el capitalista dominante, no ya
con dominio respetable de justicia y de razón, sino con el que protegido por la
miseria de los obreros, en ella se apoya para hacerla todavía más miserable.
Y ahora que por vez primera se concreta de un modo solemne esta
aspiración justísima, ahora que un ramo de artesanos inaugura la vía de un
derecho nuevo y nueva vida, ahora que un ramo determinado tiene el valor de
sufrir las consecuencias de esta rebelión pacífica y necesaria a que no estaba
acostumbrada ni preparada la clase de obreros—toda esta clase en cuyo
provecho general redundan estos actos, todos los que han de gozar luego de
los beneficios que ahora tan trabajosamente se conquistan, ¿abandonarán a los
que inician el camino, a los que con sus privaciones fecundizan los primeros
difíciles pasos de la nueva y muy penosa vía?
Ni fuera este abandono perdonable nunca, ni podemos nosotros creer que los
distintos círculos de obreros, sobrados hasta hoy en acciones de afecto y
mutuo auxilio, empequeñezcan así su noble obra, debiliten sus propios
esfuerzos, amengüen su creciente respetabilidad, y—desatendiendo a los que
plantean enérgicamente el difícil problema de las huelgas—se nieguen para sí
mismos el derecho de aplicación posterior de este sistema justo, reprochable
cuando sirve de órgano a exageradas peticiones de los obreros, salvador y
necesario cuando se usa para rechazar exageradas exigencias de los
capitalistas.
Tristísima impresión causaba en nuestro ánimo la fría soledad en que se
movían los muy escasos concurrentes al Teatro Nacional.—Allí se leyeron
versos a obreros que no estaban allí: allí se solemnizaba el comienzo de la
conciliación y el equilibrio entre las clases productoras de la industria, sin que
aquella de las clases en cuyo beneficio tenía lugar la función, la animase con
su concurso y su presencia: allí fue la fiesta de los artesanos, sin que los
artesanos concurriesen ni celebrasen con su entusiasmo su propia fiesta.
Alguien nos dice que fueron causa de esto el descuido e inexperiencia por
parte de las personas que administraron y dirigieron la función.—Bien pudiera
ser, y así nos alegraría que fuera.
Y hay quien objeta que hasta última hora no tuvo el Círculo de Obreros
conocimiento de la función.—Objeción es esta inútil y extraña.—Pudiera ser
que no hubiera tenido hasta última hora conocimiento oficial; ¿pero no es el
entusiasmo tácito el más bello?, ¿no es el concurso espontáneo el más
generoso?, ¿está antes el miramiento cortés que los vivos y más hermosos
movimientos del corazón?
Cierto habrá sido que anduvo torpe la administración en el anuncio y
distribución de las localidades; pero era también cierto que desde muchos días
antes, anunciábase y excitábase la atención para la función teatral del lunes.—
La anunciaron los periódicos: repitieron en días diversos los anuncios:
decíanselo los obreros entre sí: ¿por qué no fueron los obreros entonces a
depositar cada uno su ofrenda en la mano tendida y necesitada?
Es triste que la mano de la fraternidad se haya cerrado, sin que los obreros
hayan dejado en ella el óbolo de su buena voluntad. Es triste que los que
habrán de aprovechar más tarde el movimiento que se inicia ahora, abandonen
en lo que los pudiera proteger, a los que tienen la energía precisa para
sostener, sobre toda dificultad, un derecho natural exagerada e injustamente
herido.
ORESTES
Revista Universal. México, 10 de junio de 1875.
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