La imaginación y los límites del pensamiento

Anuncio
CUADRANTEPHI No. 26-27
2014, Bogotá, Colombia
La imaginación y los límites del pensamiento
Eduardo Rincón Alfonso
Pregrado de filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
Bogotá, Colombia
[email protected]
Es común escuchar expresiones como: “la imaginación es más poderosa que las
palabras”, “la imaginación potencia el pensamiento: abre sus posibilidades” y quizá
quien dice esto puede decir algo como “el lenguaje limita al pensamiento”. En esta
ponencia discuto tales afirmaciones mostrando que somos inducidos a ellas
debido a una concepción extraña del pensamiento que se produce, a su vez, por
malentendidos acerca de la naturaleza del significado. Mostraré, siguiendo a
Wittgenstein, que una vez disueltos estos malentendidos, el límite de la
imaginación es el mismo del pensamiento.
En la primera sección mostraré dos malentendidos íntimamente relacionados que
impiden tener claridad sobre el concepto de pensamiento, pues nos inducen a
considerarlo como un conjunto de procesos mentales. El primer malentendido es
creer que la ‘vida del signo’ reside en algo exterior a él, es decir, que para
significar o para entender una expresión se necesita de algo externo que cierre el
vacío entre el signo y su significado; por ejemplo, un proceso mental como la
imaginación. En la búsqueda de lo que puede llenar ese vacío se produce el
segundo malentendido, pues surge la tentación de considerar que el pensamiento
es un proceso inmaterial concomitante que configura el “alma” del lenguaje: es lo
que le da vida. En la segunda sección mostraré lo que ocurre con el concepto de
pensamiento una vez se solucionan los malentendidos anteriores y cómo esto
determina los límites de la imaginación respondiendo a la pregunta qué tan
definido es el pensamiento y la imaginación antes de su expresión lingüística.
1. La vida del signo: juego de lenguaje
Malentendidos acerca de los conceptos de significar y comprender pueden inducir
a creer que el lenguaje no puede funcionar si no es acompañado por ciertos
procesos mentales concomitantes (BB: 29). Es decir, que los signos del lenguaje
están muertos, no significan nada, a menos que estén acompañados por tales
procesos (BB: 30). Por lo que nos sentimos tentados a ver la acción del lenguaje
compuesta por dos partes: una parte muerta, en la que sólo se manejan signos y
otra parte en la que se les da vida cuando se significan o se interpretan, esto es,
cuando se piensa (BB: 30).
Esta separación entre signo y significado tiene dos consecuencias. La primera es
que una proposición sin sentido, o sin el pensamiento que transmite, está muerta
(BB: 31). La segunda es que los signos muertos no pueden dar vida a la
proposición, por lo que hay que añadir algo de una naturaleza totalmente distinta a
la de los signos, algo inmaterial, para lograr una proposición viva (BB: 31).
Razones por las cuales somos tentados a considerar que el pensamiento es un
proceso extraño que antecede y le da vida al lenguaje.
El error de considerar el signo separado de su significado se produce por una
cierta imagen del lenguaje, según la cual las palabras designan objetos y las
oraciones son concatenaciones de nombres. De tal forma que a cada expresión le
corresponde un significado, que es el objeto por el que está la palabra (PI §1), y
éste es algo de la índole de la palabra pero diferente de ella. Por lo que decimos
algo como: “[a]quí la palabra, ahí el significado” (§120), y creemos que se requiere
de un proceso extraño para unirlos.
2
Por lo tanto, consideramos que para darle significado a una expresión o
entenderla tenemos que realizar un proceso oculto. Incluso consideramos que
nombrar es un acto mental misterioso porque creemos que hay una extraña
conexión entre el nombre y el objeto, algo que logramos “mirando el objeto
fijamente y repitiendo la palabra” (§38). De igual forma creemos que para entender
una expresión tenemos que tener la misma vivencia que aquel que las significa.
Por ejemplo: para que alguien pueda entender la definición ostensiva de círculo,
éste debe reconocer la conducta característica de alguien cuando señala la forma
del círculo y tener la misma vivencia que aquel que da la definición (§34). También
podemos creer que para entender, es necesario realizar algún proceso mental por
ejemplo, para entender la palabra ‘círculo’ es necesario imaginar algo
Ahora bien, cambiando el concepto de significado se modifican los conceptos de
comprensión y de pensamiento. La apuesta de Wittgenstein es que debemos
abandonar esa imagen representacional del significado para disolver la ilusión de
que el signo está separado de su significado. Este cambio se produce
introduciendo el concepto de juego de lenguaje que pone de manifiesto que el
lenguaje se entreteje con acciones, por lo que no puede pensarse ninguna
expresión significativa por fuera de las acciones y practicas humanas. En la
medida en que el lenguaje es acción, su aprendizaje consiste en aprender una
técnica (§6), en aprender una forma de vida (§19).
El significado de las expresiones no puede separarse de las acciones con que se
entreteje, por lo que la normatividad misma de las prácticas hace que no haya
separación entre signo y significado, y que no se requiera de ningún proceso
mental extraño para cerrar ese supuesto vacío. De igual forma, el criterio de
comprensión de una expresión significativa estará determinado por dicha
normatividad. Por lo tanto, tal criterio de comprensión es un criterio externo y
podemos decir que entender un lenguaje es dominar una técnica (§150, 199). Por
ejemplo podemos enseñarle ostensivamente la palabra ‘circulo’ a alguien y decir
que nos entiende si actúa de la manera como queremos cuando recibe una orden
como “señala un circulo” (§34), sin importarnos si imaginó un círculo o tuvo alguna
3
vivencia especifica. De la misma forma que podemos decir que alguien entiende
una serie numérica cuando puede continuar aplicándola (§143). Por ejemplo,
sabremos que alguien entendió la serie “3, 6, 9, 12” cuando puede continuarla y
escribir ‘15’.
Si creemos que la vida del signo se encuentra en algo externo, y que es el
pensamiento el que le da vida a los signos, somos llevados a considerar que el
pensamiento es un proceso extraño que antecede y da vida al lenguaje. Como
también podemos creer que necesitamos de algún proceso del pensamiento, para
entender el significado de las expresiones, por ejemplo de la imaginación. Por lo
que no es casual que Wittgenstein en las Investigaciones filosóficas hable de la
imaginación y no de otro proceso mental, después de hablar pensamiento. En lo
que sigue mostraré lo que ocurre con la imaginación luego de clarificar el concepto
de pensamiento.
2. Qué tan definido es el pensamiento y la imaginación antes de su expresión
lingüística
Solemos ponerle al pensamiento una aureola (§97) porque creemos que es un
extraño proceso que le da vida al lenguaje y que es independiente de él. Pero el
pensamiento no es tal cosa (§339). Rodear al pensamiento de esa aureola, hablar
de un proceso incorpóreo, y tratar de aclarar el concepto de pensamiento por
medio de introspección, nos hace imposible una visión clara, pues creemos que no
podemos ver lo que sucede porque esperamos encontrar un acontecimiento
astronómico (§327) o describir un proceso inaprehensible. Sin embargo,
examinando algunos casos en los que usamos la palabra ‘pensamiento’ podemos
ganar claridad. Mostraré algunos casos en los que la palabra ‘pensamiento’
parece referirse a un extraño contenido que luego se traduce al lenguaje, y otros
en los que la palabra ‘pensar’ se usa igual que la palabra ‘imaginar’.
Expresiones como “piensa antes de hablar” y “lo sé, pero no puedo decirlo” nos
conducen a dos malentendidos. La expresión “piensa antes de hablar” nos puede
llevar a creer que el pensamiento es un proceso que acompaña al lenguaje y que
4
puede ocurrir sin él (§330), es decir, como si fuera un proceso distinto que luego
se traduce en el lenguaje. En este caso creemos que traducimos un contenido
extraño que no tiene la misma forma que la expresión lingüística. Creemos que
detrás de la expresión hay un proceso extraño. Tomemos la expresión “va a
llover”, podemos decirla una vez pensándola, luego sin pensar, y luego podemos
pensar el pensamiento que está detrás sin las palabras (§330). Sin embargo, si se
pregunta qué pensamiento está detrás de la expresión “va a llover”, la única
respuesta que se puede dar sería: “va a llover”. Podría preguntarse entonces
¿cuál fue la traducción?, ¿acaso el pensamiento está en un lenguaje diferente al
de la expresión?, ¿puede reconocerse el pensamiento antes de su expresión
lingüística?, es decir, ¿podemos pensar sin hablar? A lo cual podemos responder
que no hubo ninguna traducción, por lo tanto, el pensamiento no se encontraba en
un lenguaje diferente y que no podemos pensar sin hablar, ni reconocer el
pensamiento antes de su expresión lingüística.
Creemos que el pensamiento es un proceso extraño que está detrás de la
expresión y por ello consideramos que el pensamiento está en un lenguaje
diferente al que usamos normalmente, y que lo que hacemos al hablar es traducir.
Para responder a la pregunta “¿podemos pensar sin hablar?” podemos observar
observemos otro caso en el que usamos la palabra ‘pensar’. Por ejemplo,
imaginemos que estamos leyendo en la biblioteca, decimos algo e interrumpimos
a la persona de al lado; esta quizá un poco enojada dice: “no pienses en voz alta”.
En este caso la expresión “no pienses en voz alta” significa algo como “no hables
tan fuerte”. Por lo que podemos decir que “pensar en voz alta” equivale a “hablar”
y “hablar en voz baja” o “hablar consigo mismo”, equivale a “pensar”. De este
modo, si alguien dice “puedo pensar sin hablar” esto quiere decir algo como
“puedo pensar, sin pensar en voz alta” lo que equivale a “puedo hablar conmigo
mismo”. Sin embargo, para hablar con uno mismo se requiere haber aprendido el
lenguaje. Por lo que no podemos pensar sin tener lenguaje (§267).
Expresiones como “lo sé, pero no puedo decirlo” nos llevan a creer que lo que se
quiere decir está de alguna manera en la mente antes de que se exprese, es decir,
5
se cree que el pensamiento está totalmente estructurado antes de su expresión.
Pero puede preguntarse ¿qué estructura tiene el pensamiento antes de su
expresión lingüística? Podemos responder a esta pregunta mirando un caso como
el siguiente: alguien se dispone a escribir una carta, no puede empezar a escribirla
y se justifica diciendo “tengo que encontrar la expresión adecuada de mis
pensamientos”. Aquí tenemos la tentación de decir algo como “el pensamiento
está de antemano, sólo debo buscar su expresión” (§335) y algo como “tenía la
oración en mi mente antes de pronunciarla”. Sin embargo, si realmente estuviese
el pensamiento de antemano, si se tuviera la oración en la mente antes de
pronunciarla, la oración no estaría en una estructura distinta (§337). Por lo que en
este caso, si buscábamos la expresión adecuada, es porque realmente no había
ningún contenido definido del que luego buscáramos su justa expresión. Es en la
expresión misma en la que se aclara el pensamiento.
De esta forma, el lenguaje puede considerarse como el vehículo del pensamiento,
es lo que nos permite aclarar lo que pensamos porque no hay un contenido que
realmente estructurado que luego se traduzca al lenguaje. Razón por la cual
expresiones como “el lenguaje limita al pensamiento” no tienen sentido, pues es el
lenguaje lo que posibilita y da curso al pensamiento. Sólo podemos pensar cuando
hemos dominado un lenguaje.
Ahora alguien podría decir “sólo has hablado de lo que ocurre cuando piensas con
el lenguaje, ¿qué ocurre cuando piensas con imágenes, cuando imaginas cosas?”
Es decir, qué ocurre en los casos en que ‘pensar’ se usa igual que ‘imaginar’.
Casos como “piensa en un árbol” e “imagina un árbol”. Suele decirse que la
imaginación potencia el pensamiento y que la imaginación es más poderosa que
las palabras. Sin embargo puede plantearse la misma pregunta que se planteó
cuando hablábamos del pensamiento: ¿qué tan exacta es la imaginación? La
respuesta a esta pregunta mostrará que suele sobrevalorarse la imaginación sin
razón alguna, pues podemos creer que su capacidad de creación sobrepasa a la
del lenguaje y que lo que imaginamos es algo totalmente definido.
6
Podemos decirle a alguien “imagina algo”, suponemos que trae a su mente
imágenes, junta recuerdos. Pero ahora le preguntamos ¿qué imaginaste? Parece
que con esto estamos pidiéndole que describa lo que imagino, y podemos estar
tentados a creer que esto es como describir un objeto físico, sólo que es un objeto
que no se puede mostrar (§374). Aunque no podamos decir que es una
descripción del mismo tipo, podemos usar está figura para averiguar su aplicación
(§374). Cuando examinemos esta aplicación veremos qué tan exacto es el
contenido de la imaginación. La dificultad se encuentra no en poder imaginar algo,
sino en poder describirlo, en poder expresar aquello que se imaginó (§386).
Observemos un caso concreto.
Podemos decirle a alguien “imagina un árbol”, tarea que no requiere gran
dificultad. Pero pasado un tiempo le decimos “¿ya lo imaginaste?, muy bien, y
¿cuántas ramas tenía?” Probablemente, ese alguien se quede sin respuesta y
trate de imaginar el mismo árbol una segunda vez para contar las ramas, pero ¿es
exactamente el mismo árbol que imagino la primera vez? Por la dificultad de hacer
este tipo de descripciones podríamos facilitarle su medio de expresión, darle un
papel, un lápiz y decirle “dibuja el árbol”. Esta persona hará un dibujo, una vez
hecho, nosotros podríamos preguntarle “¿es exactamente este árbol el que te
imaginaste?” Por más que quien sigue la instrucción sea el más diestro dibujante,
si es una persona sensata, no dirá que el árbol dibujado es igual al que se
imaginó. De este modo, puede verse que la imaginación halla su límite en su
expresión, en su expresión lingüística. Por lo que su límite es el mismo límite del
pensamiento.
De todo lo anterior, pueden derivarse dos conclusiones: una específica, y otra más
general. La específica es la conclusión ya señalada, a saber, la potencia de la
imaginación está delimitada por la potencia expresiva del lenguaje, razón por la
cual no podemos decir que la imaginación es más poderosa que las palabras. La
conclusión general es que todos los estados psicológicos con alto grado de finura,
por decirlo así, dependen del lenguaje. Pues sólo cuando dominamos un lenguaje
podemos darle contenido a diversas actitudes proposicionales como “imagino que
7
X”, “creo que X”, “deseo X”, “espero X”. Sólo por medio del lenguaje aclaramos el
pensamiento y refinamos la imaginación.
Referencias
Wittgenstein, L. (2003). Investigaciones filosóficas (PI). México D.F, México:
UNAM.
Wittgenstein, L. (2009). Los cuadernos azul y marrón (BB). Madrid, España:
Tecnos.
8
Descargar