XXV LOS MERCADERES EXPULSADOS DEL TEMPLO

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cho este templo, y tú lo levantarás en tres d1́as? Mas El hablaba
del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, se
acordaron sus disc1́pulos que que hab1́a dicho eso, y creyeron en la
Escritura y en la palabra que dijo Jesús.
XXV
LOS MERCADERES EXPULSADOS DEL TEMPLO
18 de abril de 1947.
Calle Saint-Paul.
V OLVEREMOS hoy al Evangelio de Juan después de nuestro
largo viaje por los otros tres. Este Evangelio, por lo demás,
habrá de llevarnos de nuevo a los otros. Hab1́amos quedado
en las Bodas de Caná, o sea en el comienzo de la prédica.
Después de lo cual, Jesús va a Cafarnaúm, donde permanece “no muchos d1́as”. Y después sube a Jerusalén, en tiempo
de Pascua. II, 14: Y halló en el templo gente vendiendo bueyes, y
ovejas, y palomas, y a los cambistas sentados. Y haciendo un látigo
de cuerdas trenzadas, los echó a todos del templo, y las ovejas, y los
bueyes, y arrojó por tierra el dinero de los cambistas, y derribó las
mesas. Y dijo a los que vend1́an las palomas: Quitad esto de aqu1́,
¡no hagáis un mercado de la casa de mi Padre!. Y se acordaron los
disc1́pulos que está escrito: “El celo por tu casa me devora”. Y los
jud1́os le preguntaron: ¿Qué señal nos muestras para poder actuar
as1́? Jesús les respondió, y dijo: Destruid este templo, y en tres d1́as
lo levantaré. Los jud1́os le dijeron: ¿En cuarenta y seis años fue he322
Los otros Evangelistas relatan este mismo episodio, mas
lo sitúan en otro momento de la vida de Jesús: precisamente
el d1́a de Ramos o el siguiente. Os leeré los otros tres relatos
semejantes a éste.
Mateo XXI 12: Y entró Jesús en el templo de Dios y echaba fuera
todos los que vend1́an y compraban en Templo; y volcó las mesas de
los banqueros, y las sillas de los que vend1́an palomas. Y les dijo:
Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la
habéis hecho cueva de ladrones.
Marcos Xl, 15: Vienen pues, a Jerusalén. Y habiendo entrado en
el templo comenzó a echar fuera a los que vend1́an y compraban en
el templo; y volcó las mesas de los banqueros, y las sillas de los que
vend1́an palomas. Y no consent1́a que ninguno transportase mueble
alguno por el templo; Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito: mi
casa, casa de oración será llamada por todas las gentes? Mas vosotros
la habéis convertido en cueva de ladrones.
Lucas XIX, 45: Y habiendo entrado en el templo comenzó a echar
fuera a todos los que vend1́an y compraban en él, diciéndoles: Escrito
está: Mi casa, casa de oración es. Mas vosotros la habéis hecho cueva
de ladrones. Y cada d1́a enseñaba en el templo. Mas los pr1́ncipes de
los sacerdotes y los escribas y los principales del pueblo, le quer1́an
matar; pero no sab1́an como hacerlo, porque todo el pueblo estaba
pendiente de él, escuchándole.
Lo primero que nos impresiona, lo primero que nos preguntamos al leer este episodio es: ¿Qué se ha hecho de la no
violencia de Jesucristo? Pero es que nos hac1́amos de la violen-
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Los Mercaderes Expulsados del Templo
cia y de la no violencia ideas perfectamente falsas si cre1́amos
que la no violencia consiste únicamente en pronunciar palabras untuosas y en hacer ademanes corteses y en bendecir a
derecha e izquierda para que a nuestra vez nos bendigan. La
no violencia es un arma de ataque y también un arma de defensa; y la caridad puede traducirse mediante el azote y también mediante el beso. No hay en esta actitud de Cristo ninguna forma de violencia si violencia signi"ca infracción a la
ley por pasión, interés o ceguera. Al anudar los siete nudos en
la cuerda Jesucristo estaba sereno sin duda. Y la fuerza de su
actitud está sostenida por su impasibilidad interior. ¿Habéis
visto el fresco italiano que representa esta escena? Los banqueros caen de nariz en tierra, las palomas ligadas de a dos
echan a volar, las mesas y los escabeles se derriban. Y Cristo avanza en medio de esta ruina de cuerpos; sus vestiduras
forman hermosos pliegues, tiene un brazo alzado y su rostro
es de un óvalo perfectamente liso, semejante al rostro de Buda en meditación. Creo que ese fresco está en San Giminiano,
o quizá en la iglesia de los Servi, en Siena, o quizá no exista.
Pero de todos modos lo he visto.
No es un arrebato de malhumor lo que mueve al Profeta;
no es uno de esos arrebatos de malhumor que pueden llamarse noble indignación: es una enseñanza, y las enseñanzas de
Cristo, como hemos visto, nos llegan por medio de palabras,
y mucho más por medio de gestos, y de obras, y aún de milagros. Cada uno de sus pasos, cada una de sus palabras es
una enseñanza. Y este gesto es una enseñanza cuya importancia no ignora ninguno de los Evangelistas, ya que uno la sitúa
en el principio mismo del ministerio de Cristo y los demás en
el "n. Lo cual no es sino la misma cosa, y signi"ca: esto es
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importante, esto está ligado a lo más secreto de su doctrina.
¿Dónde está la no violencia de Cristo en esta acción? O más
bien: ¿dónde está su caridad? Y mejor aún: ¿dónde está su justicia? Jesús entró en el Templo y encontró en él a los vendedores sentados como dice poderosamente el texto: sentados y bien
sentados, instalados y bien instalados, gozando de todo su derecho para meterse all1́ dentro. Porque si no hubiesen tenido
derecho, los sacerdotes y sacri"cadores los habr1́an expulsado.
Su presencia formaba parte de todo un sistema secularmente establecido. Y al cabo esos vendedores no hac1́an ningún
mal: ahorraban a los compradores la fatiga de ir a comprar
las palomas, los corderos, las v1́ctimas del sacri"cio en las tiendas situadas al otro lado del templo, más allá de los grandes
patios, más allá de las empinadas escaleras. Y si Cristo dice:
« Vosotros la habéis hecho cueva de ladrones », no indica que
no fueran mercaderes honrados. Es muy probable que fueran
mercaderes muy honrados, que no robaran a los compradores
más que los tenderos de Saint-Sulpice. Lo que no era honrado,
lo que era intolerable era su presencia en ese lugar. « Pero. . .
tengo derecho. —Pero, pero si tengo permiso. . . — ¡Fuera de
aqu1́! ». Es todo. Esa no es la justicia de los hombres: es la justicia de Dios, sin disputas ni razonamientos. Es la justicia que
cae como el rayo. « Salid, retirad de aqu1́ estas inmundicias,
retirad este dinero y sobre todo retiraos vosotros mismos. No
transportéis nada, no aumentéis el desorden ». En los templos
de la India aún podemos encontrar a los mercaderes sentados,
y también en nuestras iglesias, entre los cirios y la pila del agua
bendita, frente a una modesta mesa. En todas las iglesias pueden verse muchos mercaderes; y los sacerdotes los protegen y
armonizan con ellos. Y en ocasiones los reemplazan.
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El sacri"cador se indigna al ver que Jesús se atreve a expulsar a los mercaderes. « Perdón, señor: ¿qué derecho tiene
usted? Somos nosotros quienes cuidamos del templo. ¿Quién
le ha dado a usted atribuciones? ¿Qué señas nos da usted de
su autoridad? ». Y la respuesta: Destruid este templo y lo reconstruiré en tres d1́as. Pero él hablaba del templo de su cuerpo, dice el Evangelista. Y por eso sus disc1́pulos, recordando
sus palabras después de la resurrección, creyeron en él. S1́, habla del templo de su cuerpo, pero también habla del templo
de Jerusalén. En el Evangelio, un sentido no impide que otro
sentido atraviese las mismas palabras y las mismas s1́labas. Y
en efecto, el templo fue destruido y reconstruido, más amplio
y alto, por obra de quien hab1́a expulsado a los mercaderes.
Tal es la seña de quienes tienen derecho para erigirse en jueces de una tradición religiosa; y sólo pueden hacerlo cuando
dan la seña. Solamente el esp1́ritu puede investiros de semejante autoridad, solamente el esp1́ritu puede hacerlos jueces.
El esp1́ritu, que sopla donde quiere, como dirá algo después
este mismo Evangelio de Juan.
sopla donde quiere? No creo que muestren las señas, no creo
que sus cr1́ticas tengan el poder de hacer que algo renazca, de
enderezar algo, de aclarar a alguien. Su violencia no es impasibilidad, sus violencias calculadas o apasionadas provienen
de la ceguera, provienen de la confusión de los planos, provienen de que razonan acerca de las cosas santas con argumentos
profanos, provienen sobre todo de que se justi"can. Desean
justi"carse porque han prescindido del culto público debido a
Dios. Es fácil encontrar que ese culto no es digno de sus altos
pensamientos ni de sus puros sentimientos; que la familia humana que rinde ese culto no es digna del Dios que adora, de
la enseñanza que transmite; que los sacerdotes son ignorantes
y mentirosos. Y asimismo, puesto que todo es agua para su
molino, pueden invocar el ejemplo de lo que acabamos de leer y decir: ¿Acaso el propio Cristo no se armar1́a de un látigo
si volviera, y no arrojar1́a a los mercaderes sentados en medio
del templo? Los mercaderes son todos aquellos que transforman la casa de oraciones en lugar de ganancias. Pueden estar
frente a la mesilla, junto a la pila del agua bendita; pueden sentarse en el sillón, junto al altar, con la mitra en la cabeza. Todos
los que entran en el templo en pos de riquezas o de honores o
de tranquilidad o de seguridad, todos los aprovechadores son
mercaderes del templo. Y a todos los expulsa o habrá de expulsarlos Jesús, vivos o muertos. Pero a él, solamente a él corresponde distinguirlos y expulsarlos. Solamente a él, o quien
pruebe con seña decisiva que viene en su nombre.
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Éste es el momento más oportuno para recordarlo, puesto
que hoy las gentes y diarios mis innobles rebosan de injurias
contra la Iglesia, puesto que no hay reformador social o cosa
por el estilo, as1́ sea un minúsculo autor de pan#etos, que no se
erija en juez y salpique las ropas de los sacerdotes. ¿Qué seña
nos dan? ¿Qué han construido o reconstruido? ¿Acaso el templo de su cuerpo? ¿Acaso surgirá de ellos una nueva Iglesia?
¿Lo creen ellos mismos? ¿Qué ha surgido del racionalismo de
los últimos siglos, qué surgirá, qué podrá surgir del existencialismo? Una palabra que se pega a los labios y le cuesta salir.
¿Acaso sopla sobre ellos o por medio de ellos ese esp1́ritu que
Quien no es profeta debe resignarse a la mediocridad de
los hombres; debe evitar las actitudes más grandes que él y
que recaer1́an sobre él; debe guardarse de formular juicios que
su cabeza no puede contener. Midamos nuestras revueltas
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Los Mercaderes Expulsados del Templo
según nuestra certeza de estar en la verdad. Y aún cuando
tengamos dicha certeza, pensemos si tenemos la autoridad requerida para juzgar. San Francisco, un verdadero reformador
de la Iglesia, uno de esos que realmente vieron el mal y lo corrigieron en s1́ y a su alrededor, nunca tuvo una palabra de ira
contra los escándalos de la Iglesia de su época. Durante mucho tiempo, señalado ya por la santidad, rechazó las órdenes
porque se consideraba indigno del sacerdocio. Y cuando encontraba en su camino a un monje o a un cura, se arrodillaba
frente a él y le ped1́a la bendición, suponiéndole una santidad
de que carec1́a. Con esa arma poderosa hizo más que todas las
cr1́ticas posibles: hizo que el hombre falto de santidad se llenara de vergüenza ante el homenaje y tratara de llenar el vac1́o
que le obligaban a sentir en su interior.
No avanzaremos más por hoy. ¿Tenéis alguna pregunta
que hacerme?
A LGUIEN: La no violencia de Gandhi, ¿es de la misma especie?
R ESPUESTA: Si, de la misma especie, y más ruinosa aún para
la mesa de los banqueros y para los mercaderes sentados.
XXVI
NICODEMO
25 de abril de 1947.
Calle Saint-Paul.
R EANUDAR É nuestra lectura donde la hab1́amos dejado. Estábamos en el cap1́tulo III de san Juan. Leo el texto:
Y hab1́a entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado de los jud1́os. Este hombre fue a ver a Jesús de noche, y le dijo:
Rabbi, sabemos que eres maestro venido de Dios; porque ninguno
puede hacer estos milagros que tu haces, si Dios no estuviese con él.
Jesús respondió, y le dijo: En verdad, en verdad te digo, que no puede ver el reino de Dios, sino aquel que renaciere de nuevo. Nicodemo
le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer, siendo viejo? ¿Por ventura
puede volver al vientre de su madre, y nacer otra vez? Y Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo, que no puede entrar en el reino
de Dios, sino aquel que fuere renacido de agua y de Esp1́ritu Santo.
Lo que es nacido de carne, de carne es; y lo que es nacido de esp1́ritu,
esp1́ritu es. No te maravilles, porque te dije: Os es necesario nacer
otra vez. El viento sopla donde quiere; y oyes su sonido, mas no sabes
de dónde viene, ni adónde va. As1́ ocurre con todo aquel que nace del
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