Sin fe no se puede andar por la vida

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LEVÁNTATE Y VETE: TU FE TE HA SALVADO.
El poder curativo de la fe. Campaña del Enfermo 2012.
I. SIN LA FE NO SE PUEDE ANDAR POR LA VIDA (Dr. Pero Grullo).
La fe como ingrediente básico de la vida. ¡Hay que echarle fe a la vida!
Sin duda esta es una afirmación que, a primera vista, muchas personas encontrarán
totalmente fuera de lugar o, al menos, muy exagerada. Dados los tiempos que corren y
las sensibilidades socioculturales que nos envuelven, parece que caminamos entre los
extremos de la indiferencia religiosa o el fundamentalismo, por lo que se refiere a la
comprensión de la fe humana, espiritual, religiosa y cristiana. Con lo cual habría que
evitar las salidas de tono en un asunto tan cargado de prejuicios, de ignorancia o de
apasionamientos infundados. Y, sin embargo, quien esto escribe está convencido de
no pasarse de la raya sino -muy al contrario- de apuntar a una verdad cuyo
conocimiento es necesario rescatar del desentendimiento o de la conciencia de lo ya
sabido.
Hablo de Dios como el ciego
que hablase de los colores
e incurro en graves errores
cuando a definirlo llego.
De mi soberbia reniego,
porque tengo que aceptar
que no sabiendo mirar
es imposible entender.
¡Soy ciega y no puedo ver,
y quiero a Dios abarcar! ...
(Guadalupe Amor).
Meditación inicial.
1. Todos, en cada momento, estamos echándole fe a la vida. La mayoría de
las personas apenas caemos en la cuenta de que vivir y andar por la vida presupone,
en primer término, un ejercicio de fe, de apoyo en nuestras creencias mucho más que
en nuestras escasas evidencias. Y lo hacemos, en primer término, en el ámbito de lo
que parece más inverosímil en relación con la fe, es decir, en el terreno de las cosas
materiales de las que pensamos echar mano.
Nos levantamos cada mañana confiando en que la luz se encenderá al pulsar el
interruptor, el agua saldrá al abrir el grifo para lavarnos, el gas o la electricidad
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estarán a nuestra disposición para hacernos el primer café, el aparato de radio o de
televisión nos darán las primeras noticias ... Nada de esto lo tenemos garantizado
previamente por completo y, sin embargo, creemos, confiamos, en que así va a
suceder un día tras otro.
Igual ocurre en relación con nosotros mismos, por ejemplo, con nuestro propio
cuerpo:
Iniciar con una mínima confianza un nuevo día, presupone la creencia de que
nuestro cuerpo no nos dejará en la estacada, es decir, que nuestros sentidos
corporales funcionarán adecuadamente, que nuestro corazón -con la media diaria
de más de cien mil pulsaciones y el equivalente al bombeo de unos ocho mil litros
de sangre- continuará sin alterar su ritmo sistólico-diastólico; y así el resto de los
sistemas y órganos.
Y lo mismo cabe decir de nuestras relaciones con los demás: serían imposibles si no
partiéramos de la creencia en la buena fe de ellos hacia nosotros, y de la nuestra hacia
ellos: Buena fe en su competencia a la hora de hacer lo que esperamos de ellos, así
como en su benevolencia y beneficencia básicas.
La fe no es, pues, credulidad propia de ignorantes y supersticiosos; tampoco es
solamente y a palo seco la afirmación de Dios propia de los creyentes.
2. Las ideas se tienen; en las creencias se está (J. Ortega y Gasset). Hay, al menos,
otros dos campos de la vida en los que la fe humana es minusvalorada: uno es aquel
en el que se compara la claridad de las ideas de la razón frente a la oscuridad, y aún el
oscurantismo, propio de la fe; y el otro es el de la certeza que se atribuye al
conocimiento científico, frente a la quimera o fantasía que se afirma de la fe. Esa
adhesión acrítica al conocimiento que dimana de la razón científica, la ilustra con
humorística ironía este poema de Joaquín M. Bartrina:
¡Todo lo sé! Del mundo los arcanos
ya no son para mí
que enciende las facciones
es sangre arterial;
lo que llama misterios sobrehumanos
el vulgo baladí.
Sólo la ciencia a mi ansiedad responde
y por la ciencia sé
que no existe ese Dios
que siempre esconde el último por qué.
Sé que soy un mamífero bimano
(que no es poco saber),
y sé lo que es el átomo, ese arcano
del ser y del no ser.
que las lágrimas son las secreciones
del saco lacrimal;
que la virtud
que al bien al hombre inclina
y el vicio, sólo son
partículas de albúmina y fibrina
en corta proporción.
Que el genio no es de Dios
sagrado emblema,
no señores, no tal:
Sé que el rubor
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el genio es un producto del sistema
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nervioso central.
siento aquí, en mi interior,
Y sus creaciones de sin par belleza
sólo están en razón
del fósforo que encierra la cabeza
¡no de la inspiración!
Amor, misterio, bien indefinido,
sentimiento, placer ...
¡palabrotas vacías de sentido
y sin razón de ser!
Gozar es tener siempre electrizada
dentro del pecho
un algo, ¡un no sé qué!
la médula espinal,
y en sí el placer es nada o casi nada:
un óxido, una sal.
Mas, ¡ay!
que cuando exclamo satisfecho:
¡todo, todo lo sé!
Ese un algo, un no se qué sentido en su interior por el racionalista científico a ultranza
que habla a través de este poema bonachonamente satírico, lo ha percibido con toda
claridad nuestro pueblo llano y lo ha expresado, por ejemplo, en el refranero cuando
dice: La fe, sin ojos ve; y más aún al afirmar: Lo que más se ha de creer es lo que
parece que no puede ser. Con igual claridad, pero con mucho más aparato analítico, la
filosofía del siglo XX ha ido superando la oposición cerrada que enfrentaba a la fe y su
mundo de creencias, por un lado, con la ciencia experimental y sus aplicaciones, por
otro.
Exponente de esta actitud superadora e integradora es la toma de posición al
respecto de José Ortega y Gasset, uno de los más clarividentes y respetados filósofos
españoles del siglo XX, a quien pertenece la afirmación con que se inicia este
apartado: Las ideas se tienen, en las creencias se está; aserto que cabe ampliar y
ahondar diciendo: las ideas y, con ellas, las ciencias se adquieren; en las creencias se
está ya previamente.
Con esta toma de posición Ortega reivindica la función de la fe y las creencias en el
conocimiento humano, menospreciada e incluso negada en los tres siglos y medio
anteriores, y establece una relación armónica y constructiva con el desarrollo de las
ciencias. En el conocimiento concreto de la realidad, las ideas y las ciencias van más
allá y más certeramente que la fe y las creencias pero, para ello, han de recibir el aval
previo de éstas. No hay desarrollo posible del conocimiento científico y de sus
aplicaciones, sin que el pensamiento humano haga previamente un acto de fe en su
propia capacidad cognoscitiva, así como en la verdad de los contenidos que percibe
desde la realidad.
Sin fe no se puede andar por la vida.
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Dando un paso aún más allá de la afirmación de Ortega, su amigo y discípulo Xavier
Zubiri dio pie a Pedro Laín Entralgo para afirmar, en un precioso libro titulado Creer,
esperar, amar, que las creencias y, por tanto, la fe que las sustenta son la primera vía
de acceso de que dispone el pensamiento humano en su pretensión de acceso a la
realidad, y a la certificación de su verdad. La fe es la capacidad humana inicial de dar
crédito a la impresión de realidad que recibimos a través de nuestros sentidos, y de
convertirla en convicción de realidad. Todo esto da que pensar y, haciéndolo, nos
ayuda a saber a qué atenernos luego en todos los órdenes de la vida, incluido el de la
salud y la curación.
3. Creer significa ser capaz de soportar la duda (Cardenal Newman). Este gran
cardenal del siglo XIX, convertido del anglicanismo a la Iglesia católica, fue una de las
mentes más clarividentes de su época. En esta sentencia suya asoma la tradición
cristiana en el itinerario de la comprensión de la fe, que se inicia con la declaración de
Jesús al apóstol Tomás: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin
haber visto (Jn 20, 29) y que, pasando por Santo Tomás de Aquino y tantos otros
pensadores cristianos, viene a decirnos que el atrevimiento de la fe implica aceptar el
atrevimiento de la duda.
La fe humana no se opone a la duda razonable sino a los dos extremos viciosos de la
credulidad, es decir, la aceptación simplona y acrítica de todo lo que parece tener
algún viso de realidad, y el dogmatismo, la postura contraria a la anterior y consistente
en no admitir ninguna duda, por principio, en aquello que no es de por sí evidente.
Entre ambos extremos, la fe se mueve en el plano decidido pero humilde del padre del
niño epiléptico que, pidiendo a Jesús la curación de su hijo, decía: Creo, Señor, pero
ayúdame a tener más fe (Mc 9, 24).
El poder curativo de la fe nunca puede estar totalmente libre de dudas, al menos por
dos motivos. El primero es que, cuando el impulso de la fe humana se dirige hacia
Dios, sale de sus límites naturales para entrar en la esfera del misterio divino. San
Agustín decía al respecto: Si comprehendis, non est Deus, es decir, si crees haber
abarcado con tu inteligencia a Dios, entonces a lo que has llegado no es al Dios
verdadero, sino a un ídolo, un imagen falsa o insuficiente de Él. Alguien dijo una vez
que Dios había hecho al hombre a su imagen y el hombre, a cambio, hacía a su
imagen a Dios. La fe natural necesita convertirse en la virtud teologal de la fe, que es lo
que pedía a Jesús el padre del niño epiléptico.
El segundo motivo se desprende del primero, y tiene que ver con la expresión de la fe
a través de la oración de súplica. San Pablo dice al respecto, en su carta a los
Romanos, que no sabemos pedir lo que nos conviene (Rom 8, 26). Una de las
grandes tentaciones de la fe en relación con Dios es confundir la voluntad de Dios con
la nuestra. Es, por desgracia, algo habitual en las peticiones de sanación.
Sin fe no se puede andar por la vida.
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Pero estamos pasando ya de la fe en el horizonte humano a la fe en el ámbito divino,
y esto ya es materia del próximo guión. Como paso de una a otra perspectiva, sirva de
oración final este himno del Oficio divino que nos abre las puertas de la virtud
sobrenatural de la fe, y nos anuncia su prolongación en el amor.
Oración final.
Desde que mi voluntad
está a la vuestra rendida,
conozco yo la medida
de la mejor libertad.
Venid, Señor y tomad
me di en salud y en dolor
a todos, y de tal suerte
que me ha encontrado la muerte
sin nada más que el amor.
las riendas de mi albedrío;
de vuestra mano me fío
y a vuestra mano me entrego,
que es poco lo que me niego
si yo soy vuestro y vos mío.
A fuerza de amor humano
me abraso en amor divino.
La santidad es el camino
que va de mí a mi hermano.
Me di sin tender la mano
para cobrar el favor;
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Sin fe no se puede andar por la vida.
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