COMENTARIOS «La musicología universal jamás ha existido». Entrevista con el musicólogo mexicano Rubén López Cano Ricardo Salton Fuera del formato académico. De un lado, un musicólogo argentino ya decididamente volcado al periodismo musical; del otro, uno de los principales musicólogos en actividad, que ha dedicado su mayor esfuerzo a trabajar en la música popular urbana y a teorizar sobre ella. Una charla que fue originalmente concebida para la (frustrada) publicación en una revista cultural argentina de alcance masivo. Temas que están en las agendas de todos los investigadores y de una parte de la prensa especializada. Aquí, lo más sustancial de esa conversación. Ricardo Salton: ¿Cuál sería tu definición de musicología a esta altura de la disciplina? Rubén López Cano: En 1955, la American Musicological Society definió a la musicología como «un campo de conocimiento que tiene por objeto la investigación del arte musical en tanto fenómeno físico, psicológico, estético y cultural». Esta vieja definición me gusta porque no la cierra a una sola tradición disciplinar. La concibe como Boletín Música # 40, 2015 55 un «campo», amplio, oxigenante, al cual no se le pueden poner puertas. Es vaga, amplia, incluyente y, por lo tanto, inútil en muchos aspectos. Puede ser obsoleta pero no por su edad, sino porque todas las definiciones en cierta medida lo son tan pronto las comparas con la realidad. RS: Reformulémoslo. ¿Cómo está la investigación musical por estos tiempos, cuáles son sus temas? RLC: La investigación musical transita por muchos caminos: desde la persistente y necesaria catalogación de archivos, el análisis musical o la historiografía lineal (la time line disfrazada de Historia de la música), hasta las neurociencias, los big data (archivonometría de cantidades monstruosas de información digitalizada) o la inteligencia artificial; pasando por la investigación performativa y los actuales y ambiciosos discursos sociológicos, antropológicos o históricos, hasta los sound studies donde la noción de música se extravía en la necesidad de estudiar cultural y críticamente todo lo que pasa por nuestro oído. La investigación incluye desde las viejas humanidades y su tradición hermenéutica hasta los ámbitos empiristas, con métodos homologados a las ciencias duras. Pero no toda investigación sobre la música es musicología. Ni toda musicología responde a los mismos principios disciplinarios. Y el criterio que distingue a la musicología de otras disciplinas de investigación musical es simplemente la tradición local. En Centroeuropa, la teoría y análisis musical forman parte de la musicología sistemática. En el mundo anglófono ni siquiera son musicología: son una disciplina distinta, con sociedades, departamentos universitarios, publicaciones, congresos y tradiciones propias. Pero en el sur de Europa y Latinoamérica su desarrollo es responsabilidad de la musicología histó- rica. No se puede hablar de «musicología» sin tomar en cuenta las particularidades de cada región. Sólo en Latinoamérica queremos que sea una disciplina universal organizada y bien jerarquizada. Pero esa musicología universal jamás ha existido. RS: ¿En qué lugar te ubicás vos mismo como investigador? RLC: En lo personal, el asunto no me parece relevante. Yo investigo sobre música y me ocupo de plantear buenas preguntas de investigación sobre determinado fenómeno musical. Entonces elijo los instrumentos de reflexión a mi alcance y las metodologías más adecuadas sin importar si pertenecen a la musicología, la semiótica, la cognición o la antropología. La definición disciplinar sirve, entre otras cosas, para apuntalar espacios de poder, sin duda necesarios, pero no para la formación de sujetos de conocimiento musical libres y críticos. En la Escola Superior de Música de Catalunya enseño dos asignaturas para musicólogos: Metodologías de la investigación, que incluye estrategias de las ciencias humanas y sociales y donde aprendemos a pensar, y Teoría crítica del conocimiento, donde analizamos críticamente lo que pensamos. Nunca los engaño diciéndoles que eso es exclusivo de la musicología y pretendo impregnarlos de ambición intelectual y el derecho de encontrar su voz propia ahí donde se sientan más cómodos y sus estudios los respalden. Muy pocos egresados continúan estudios de posgrado en musicología: se pasan a antropología, audiovisual, comunicación... RS: Si tuvieras que explicarle a alguien que no tiene la menor idea, ¿para qué dirías que «sirve» la musicología? RLC: Existe otra definición de musicología, la que dice que «es el campo de co- nocimiento de las humanidades y las artes que se encarga de estudiar para qué sirve la musicología». Hace cien años la musicología era una actividad subordinada a la interpretación musical o la docencia. El musicólogo desempolvaba y transcribía a notación moderna músicas antiguas y las dejaba a punto para que el músico las interpretara. Ahora no. Como otras áreas de las ciencias sociales, una buena parte de la musicología actual, al menos la que me interesa, se ocupa del papel de la música en la vida de los seres humanos, de lo que hace para constituirnos como individuos y grupo social; de los modos en que gestiona interacciones sociales vinculadas a lo afectivo o lo corporal, de cómo construye, destruye o transforma imaginarios, discursos y conductas... Como muchas otras áreas del conocimiento y en buena medida debido a las políticas universitarias, la producción musicológica actual se concentra a la generación de textos y discursos destinados a otros colegas que tienen la obligación de atenderlos para producir más textos y discursos especializados y alimentar así la economía académica. Somos prosumers. Falta mucho por hacer. Hay que diversificar el discurso para que no se agote en los protocolos universitarios y allane la divulgación, el audiovisual o los discursos interactivos. RS: ¿En ese sentido, cuán cerca o cuán lejos está la musicología de «la gente» en esta época? RLC: La musicología actual está tan cerca de «la gente» como uno de sus campos de estudios consagrados: la música de arte occidental o música clásica. Es decir, ¡¡está lejísimo!! De manera similar a la música clásica que sufre un lento proceso de disfuncionalización en la sociedad contemporánea e insiste en ciertos modos organizativos, rituales 56 Boletín Música # 40, 2015 y discursos de legitimación que fueron creados para otra época, a la musicología le falta crearse un espacio social propio. Debe convertirse en una práctica profesional destinada a generar discurso de todo tipo para garantizar el acceso, conocimiento y reflexión sobre todo tipo de música. Debe satisfacer la necesidad social de discurso sobre la música. Me explico. ¿Cuánto discurso sobre futbol se produce diariamente? ¿Quién decidió que era importante hablar de futbol? ¿Cómo se determina de qué cosas se debe hablar? La respuesta inmediata sería: son «los medios». Pero si no hubiera gente interesada, los medios no hubieran insistido en producir más y más discurso futbolero. Hay una sinergia entre la producción y el consumo discursivo. La musicología está por encontrar el dispositivo de ese proceso. La música es muy importante en nuestra vida cotidiana pero, al parecer, pensar y discutir sobre ella no es una prioridad social. Eso se puede revertir: la musicología está llamada a abandonar el engolado discurso academicista y diversificarse, promover la investigación audiovisual, la argumentación digital, la construcción de narrativas transmedia donde la experiencia musical sea el eje, pero el discurso extendido del musicólogo sea su motor. Cuando dejemos de dar sermones sobre la importancia histórica de Beethoven, Ginastera o Ligeti, de sus valores universales y la obligatoriedad de que sean bien conocidos por la «gente educada» y comencemos a crear recursos multimedia interactivos, discurso visual informativo, webs y recursos que acompañen y expandan la experiencia de escucha o videojuegos para que los chavales penetren e interactúen corporal y cognitivamente en sus mundos estéticos, entonces comenzaremos a tener relevancia social, encontraremos mayor patrocinio y para tener un puesto como locutor de radio, Boletín Música # 40, 2015 57 como tú, se requerirá la titulación de musicólogo. RS: Hay quienes dicen que en verdad los musicólogos son músicos frustrados. RLC: ¡En ocasiones son también intelectuales frustrantes! La verdad es que la base vocacional de quien se dedica a esto se va diversificando. Puede haber todavía quien sustituya sus deseos de hacer música con investigarla. Pero eso es como sustituir el poder del placer erótico por el placer de la erótica del poder: éstos llegan a jefes que priorizan el mandar sobre el conocer. Pero muchos otros musicólogos eran músicos que descubrieron una irrefrenable pasión intelectual. Pensar la música es otra modalidad de experiencia musical y escribir sobre ella es otro modo de participar en la experiencia colectiva de la música. ¡Pero una cosa no sustituye a la otra! Hay varios musicólogos que tienen una vida activa como intérpretes, compositores, productores, gestores o remezcladores. Otros articulan ambas actividades: mi colega, el pianista y musicólogo Luca Chiantore, hace un tipo de investigación sobre la música de Beethoven que sólo un músico práctico en ejercicio y con formación académica en humanidades puede hacer. Por otro lado, el rol activo dentro del arte musical ya no transita exclusivamente por los cauces de la interpretación o composición. Existe la remezcla y el arte sonoro, prácticas artísticas contemporáneas que concilian lo estético con lo reflexivo. El estadounidense Eduardo Navas no sólo es uno de los mayores teóricos de la cultura remix, sino que es Dj, curador de exposiciones y animador cultural. Eminentes etnomusicólogos como Steven Field además de escribir sobre músicas de otras culturas, crea paisajes sonoros con gran calado artístico a partir de sus trabajos de campo que más que transmitir el sonido objetivo de una comunidad, nos convida su percepción subjetiva y estética resultado de su convivencia con ella. Remy Campos, profesor de historia de la música en los conservatorios de París y Ginebra, coordina proyectos sobre reconstrucción de prácticas de interpretación históricas: a partir de información histórica e hipótesis musicológicas que transmite a un director de orquesta al frente de grupos musicales experimentales, transitan por los modos interpretativos de la cuarta Sinfonía de Beethoven cuando fue estrenada en Paris o de las óperas de Wagner interpretadas en Ginebra hace ciento cincuenta años. Mi experiencia como músico clásico me permite tener empatía con mis estudiantes interpretes y dirigir proyectos de investigación artística o colaborar con los ensambles de música antigua donde en conjunto con el director de orquesta y la directora de escena, decidimos la interpretación y montaje de operas del siglo XVII y XVIII en un ejercicio que produce prácticas orquestales académicas para los alumnos, conciertos para la comunidad, información musicológica publicable en revistas especializadas, recursos audiovisuales didácticos sobre gestualidad músico-actoral del barroco y reflexiones, planteamiento de problemas y estrategias de solucionarlos que atañen exclusivamente a temas artísticos. RS: ¿Es igual la situación que se da en los países centrales que la que de nuestros países periféricos? RLC: Es muy distinta. Para comenzar, en nuestros países periféricos perdemos mucho tiempo dividiendo el mundo entre periféricos y centrales. La musicología latinoamericana, en la parcela que conozco y participo de ella, reproduce ciertas condiciones generales de la mentalidad lati- noamericana: nuestro discurso acusa una necesidad irrenunciable de reivindicar nuestra independencia y autonomía, pero nuestra educación colonial busca incansablemente la legitimación a través del reconocimiento de las antiguas metrópolis. RS: Y dentro de esa periferia, ¿hay particularidades dentro de la América Latina? RLC: Nuestra pulsión legitimadora hace que nos inventemos una «musicología universal» disciplinada y disciplinadora de la cual la latinoamericana debe formar parte. Eso se agudiza con la relativa juventud de la disciplina dentro del organigrama universitario contemporáneo. Entonces engolamos la voz, nos vestimos con corbatita de moño, repetimos rituales académicos y lanzamos acartonados discursos escritos en mármol. Estos rituales en ocasiones incluyen luchas despiadadas por la hegemonía dentro de la comunidad de investigadores y, en ocasiones, el maltrato a los colegas más inexpertos. RS: Y en cuanto a los temas, ¿son los mismos que en los países centrales? RLC: Esa fantasía legitimadora hace que muchas veces repitamos mecánicamente los pasos de una pretendida musicología universal que no son otra cosa que algunos modelos de la musicología del sur de Europa: rescatar el patrimonio musical. ¡El estudio de las músicas nacionales históricas o actuales es importantísimo! Pero no tiene por qué ser la única aproximación ni el obligado inicio de la musicología latinoamericana. Tampoco el paradigma patrimonialista es el único medio de estudio de músicas y prácticas musicales nacionales, históricas o actuales. Además, es necesario revisar las políticas y prácticas de investigación y preservación patrimonial bajo la óptica de los estudios poscoloniales. Generar un pensamiento pro- 58 Boletín Música # 40, 2015 pio sobre la música no es tan valorado. Pero cuando un gran pensador de la música entra en la lógica de la patrimonialización, se vuelve intocable y es muy difícil criticarlo y comprenderlo. Se reduce a objeto de veneración. Sin embargo, creo que el más grande homenaje a un buen pensamiento es aprender de él por medio de la crítica. Lo que más me preocupa de esta tendencia es que erosiona la ambición intelectual de los especialistas, reduce nuestras tradiciones musicales a monumentos venerables pero inocuos y no nos ayuda a comprender la importancia de la música para entender nuestra historia y nuestro presente. Unas humanidades que se agoten en la catalogación o la edición de partituras carecen de sentido. Deben colaborar a que comprendamos mejor qué hacemos en el mundo; a gestionar las profundas contradicciones del ser humano. La música es una poderosa bomba insufladora de vida y nos estamos conformando con describirla superficialmente en vez de hacerla estallar por doquier. Latinoamérica es compleja y una de las particularidades que más disfruto del ser latinoamericano urbano es su peculiar capacidad de apropiarse del mundo. Los estudiantes latinoamericanos han escuchado, tocado, vivido, leído y estudiado mucha más música que sus pares europeos. Puede ser que profundicemos menos, pero conocemos mucho más. Y eso pasa en la investigación musical. Esa diversidad con frecuencia es excluida del disciplinamiento musicológico latinoamericanista. Antes de correr hay que caminar, se nos dice. Pero cuando salimos del aula universitaria y penetramos en la realidad, vemos que en la calle conviven premodernidad, modernidad y posmodernidad. Navegamos entre ellas cotidianamente y cercenar esa capacidad para priorizar la construcción ordenada de una disciplina a partir de un Boletín Música # 40, 2015 59 paradigma reducido, ideal y cocinado en la antigua metrópoli, simplemente es traicionarnos a nosotros mismos. RS: En esa misma dirección, ¿en qué medida los musicólogos dedicados al estudio de la música popular repiten los patrones de acción de sus viejos y anteriores camaradas dedicados a la música clásica o a los géneros tradicionales rurales? RLC: En muchas ocasiones el estudio de la música popular en Latinoamérica ha continuado con la tradición de estudio de la música clásica europea siguiendo los modelos del sur de Europa. A veces se sustituyen los nombres de géneros, canciones o compositores, pero las narrativas de análisis y crítica quedan intactas. Para muchos de nosotros los discursos de los estudios de música popular han sido muy atractivos porque han abierto el debate sobre temas que la alta cultura suele dar por descontado: nuevas formas de criticar y conceptualizar el canon, la manifestación musical de los valores de género, el juicio estético y la autenticidad y la relación entre industria, medios masivos y público. Los estudios de música popular nos han mostrado que ésta última es mucho más dinámica y compleja de lo que solemos creer. Pero todavía para muchos especialistas latinoamericanos, el concepto «industria musical» es un juicio de valor estético por sí mismo y no un objeto de estudio que tenemos que atender con seriedad. RS: ¿Cuánto del etnocentrismo y eurocentrismo en el que nos hemos formado sigue estando como «motor de búsqueda» en las cabezas de los musicólogos latinoamericanos? RLC: Ahí está, sí. Pero como te decía antes, al parecer viene filtrado por un ideal que se ha formado, por un lado, por nuestra necesidad latinoamericana de ocupar un lu- gar en el mundo, y por otro, por la ansiedad musicológica (como le llama nuestro colega Alejandro Madrid) de legitimarse dentro del contexto de las disciplinas académicas. Desafortunadamente, no tenemos un discurso latinoamericano sobre Mozart, Beethoven o Lennon y McCartney. Por el contrario, generamos mucho discurso «europeizante» sobre Revueltas, Ginastera o Caetano Veloso. RS: ¿Cuánto tiene la actividad, al menos en términos generales, de «profesionalismo» o de «amateurismo»? RLC: A la musicología iberoamericana le queda todavía mucho recorrido para profesionalizarse. No tenemos suficientes revistas de alto nivel académico acreditado. Nuestra producción escrita es aún muy baja y todavía no logra alcanzar los estándares de escritura de otras ramas de las humanidades. No solemos ganar ayudas que no vengan de fondos de protección al patrimonio. Los congresos son aún de nivel muy desigual y la experticia en la exposición oral y el debate se deben perfeccionar mucho. Afortunadamente, existe una generación de jóvenes investigadores que tiene otra visión del mundo. Han realizado posgrados en los países desarrollados, asisten a los congresos y reuniones en lo que llamas países centrales, hablan y escriben en diversos idiomas y se sienten parte del mundo académico globalizado. Lo más importante de esta generación, en mi opinión, es que tienen una visión gremial muy distinta y los liderazgos unipersonales, y en ocasiones ansiosos de poder que vimos hace unas generaciones, ceden sitio a nuevas formas de organización y participación colectiva. Una de las asignaturas pendientes es la incorporación de los viejos melómanos, locutores de radio, promotores y personajes que atesoran instrumentos, discos y discurso sobre la música pero que no tienen ganas de aclimatarse a las prácticas de la academia. Por fortuna, ahora contamos con medios audiovisuales que fomentan la oralidad de segundo grado y que deberíamos poner a su disposición para que su conocimiento no se pierda y se integre a la discusión. Actualmente asesoro un proyecto en Colombia que pretende integrar a estos agentes del ámbito rural dentro de la investigación musical en el sentido más amplio. Ellos los denominan con una palabra portentosa: «sabedores musicales». RS: ¿Siguen teniendo vigencia conceptos como los de «musicología histórica» o «etnomusicología»? RLC: En Iberoamérica estos conceptos siguen cargados de sentido, contenido académico y aun político. Pero la tendencia es la construcción de comunidades de investigación musical (o cultural) transversales que se aglutinan en torno a áreas, intereses o problemas de investigación que no se asimilan a las disciplinas habituales y que reúnen a especialistas de diversos campos. Esta nueva organización genera estructuras transdiciplinares potentes que están produciendo una y otra vez trabajos inter y transdiciplinarios y que tienden a generar, a su vez, nuevas disciplinas, ámbitos de estudio o departamentos o institutos universitarios. Un ejemplo temprano de esto son los estudios culturales que hace tiempo que funcionan de manera similar a una disciplina. En términos generales, transitamos por una época postdisciplinar en que las comunidades no trabajan con las mismas delimitaciones concretas de objetos de estudio, metodologías o tradiciones de autores y lecturas de referencia disciplinares. La economía del conocimiento (ahora menguada por la crisis) y la gran cantidad de colegas 60 Boletín Música # 40, 2015 capaces de generar entornos de masa crítica grandes y vigorosos, propician que se construyan comunidades de investigación con fundamentos más laxos, pero con capacidad de producción académica muy elevada como publicaciones, congresos, proyectos de investigación... Un caso paradigmático son los performance studies donde la investigación musical ocupa un lugar muy importante. Nadie sabe decirte en tres frases cortas en qué consisten, qué estudian y cómo lo estudian. La presentación de un programa de estudios en esta área en una universidad estadounidense ironizaba: si preguntas a dos de sus especialistas qué son los performance studies obtendrás por lo menos tres respuestas completamente contradictorias. Un caso similar son los sound studies. Con mayor recorrido y más anclaje institucional y disciplinar está la musicología cognitiva (el estudio de los procesos mentales que intervienen en las actividades musicales), la cognición musical (construcción de modelos computarizados de mente musical) y la psicología de la música (el estudio de la conducta musical pero que no se mete en cuestiones de la mente). Ahora existen programas de posgrado que forman especialistas en éstos ámbitos y que reciben educación en teoría musical, tecnología, psicología e inteligencia artificial. Los departamentos de neurología que investigan sobre música suelen formarse por especialistas que vienen de la psicología o la psiquiatría (fundamentalmente) o de la medicina (en menor número). Suelen ser músicos aficionados o con estudios no formales. Poco a poco se integran neuromusicólogos especializados, formados en planes de doctorado. La música popular se organiza mayormente en torno a la IASPM (International Association For The Study of Popular Music) que aglutina especialistas de todas las áreas que te Boletín Música # 40, 2015 61 puedes imaginar (¡hasta músicos prácticos!) pero suele producir trabajo multidisciplinar: los especialistas en industria hacen sus trabajos sobre economía, los sociólogos el suyo, los historiadores y analistas el suyo, pero no se mezclan ni trabajan en conjunto. Pero si lo que te interesa son los aspectos de teoría y análisis de la musicología popular, mejor asómate al grupo de música Pop de la Society for Music Theory. Otro caso es la empirical musicology que tras el tremendo impacto que tuvieron los discursos posmodernos en las humanidades, regresan al furor del dato duro y sin la ingenuidad del positivismo clásico usan metodologías cuantitativas para el estudio de la música en su más amplio sentido. Existen congresos en los que es indispensable que las comunicaciones sean elaboradas por especialistas de diferentes ámbitos. Recientemente crecen las comunidades especializadas en la interpretación musical y la investigación artística. Formalmente siguen existiendo esas fronteras entre etnomusicología, musicología histórica, etc. Pero la práctica las va borrando cada vez más para bien y para mal. RS: Como vos mismo referías, hoy intervienen en la discusión sobre música muchas personas (sociólogos, periodistas, historiadores, lingüistas, antropólogos…) que no tienen formación en los aspectos técnicomusicales. ¿Lo ves como un aporte? RLC: Y no has mencionado a las neurociencias ni a la psicología evolutiva, donde la música es la niña consentida. Ambos ámbitos de investigación afirman que estudiar la música nos puede conducir a descifrar el mecanismo del cerebro y arrojar luz en nuestra evolución como especie. Cada sector o comunidad aporta conocimiento desde su mirada y discurso. Nun- ca la música había sido un fenómeno que interesara tanto y por diversas razones a la academia. El etnomusicólogo legendario Bruno Nettl se lamentaba de lo extremadamente difícil que fue que la universidad estadounidense de mediados de siglo XX aceptara la música como objeto de estudio académico: «¿musicología?, ¿y si yo estudio a mi abuela entonces creo la abuelología?», dice que le espetó un catedrático rancio. Depende de la institucionalidad musicológica que sepa adaptarse, apropiarse y participar de estos discursos donde el lenguaje técnico musical ocupa sólo una parte, pero no toda y cada día se revela como menos «esencial» de lo que creíamos. Claro, si se entiende la investigación musical como una empresa intelectual destinada a conocer el papel de la música en la vida de nuestra especie. Si lo que se quiere hacer es crítica o investigar la música para producir más música entonces lo mejor es seguir con los manuales de análisis musical: asignatura tan mitificada como poco y mal practicada en nuestra región. Desafortunadamente, veo a la musicología latinoamericana menos interesada por integrarse a estos discursos que por definirse y legitimarse con las categorías heredadas por los centros, condenándonos a vivir en ámbitos académicos siempre anacrónicos. RS: Entonces, ¿estamos en un proceso de mejoramiento o de empeoramiento si miramos lo ocurrido en las últimas décadas? RLC: Estamos mejorando sin duda alguna. Falta mucho y en ocasiones es frustrante y desmoralizante constatar lo difícil que es hacer que las cosas marchen con relativa normalidad en Latinoamérica. Pero vamos mejorando. Sólo que, en mi opinión, desperdiciamos lo mejor de nuestros atributos: la irrenunciable capacidad de los latinoamericanos y latinoamericanas de interesarnos por todo lo que acontece en el mundo, la incomodidad existencial de nuestras raíces diversas y mal pacificadas en los discursos patrióticos que nos permite ver el mundo y su diversidad con mucha mayor sensibilidad y recorrer nuestro propios caminos, con nuestras propias rutas, aprendiendo de todos pero sin imitar a nadie específico. Buenos Aires/México DF/Barcelona 2014/2015 n Ricardo Salton. Argentina. Musicólogo, periodista y gestor cultural. Crítico y comentarista de música popular del diario Ámbito Financiero y de la revista Noticias. Trabajó en investigación sobre el tango rioplatense en el Instituto Nacional de Musicología Carlos Vega, en el de la UCA y en la Universidad Nacional de Lanús. Ha realizado numerosas publicaciones en revistas especializadas y diccionarios, siempre en el área de la música popular urbana. 62 Boletín Música # 40, 2015 COMENTARIOS Del Seminario Bob Marley: Time will tell… La importancia y el lugar que ocupa la figura de Bob Marley para la música del Caribe es indiscutible. Es por ello que el V Coloquio Internacional «La Diversidad cultural en el Caribe», celebrado en la Casa de las Américas entre los días 18 y 22 de mayo del presente año, dedicó un seminario especial coordinado por el investigador cubano Samuel Furé, en el que destacados intelectuales y académicos del área compartieron con los presentes los resultados de sus más recientes estudios sobre esta figura. De esta forma, la Casa se sumó a los festejos por el setenta aniversario de su nacimiento. Boletín Música reproduce la cobertura ofrecida por el portal informativo La Ventana de la institución, que recoge las principales acciones y testimonios ofrecidos en ocasión de este seminario. BOB MARLEY: SU PRESENCIA EN LA CASA Por María Alejandra Casanova García Si algunos pensaron que el ritmo desaparecería al fallecer uno de sus máximos intérpretes, y me refiero a Robert Nesta Marley y el reggae, se equivocaron. Treinta y cuatro años después de su muerte su legado vive. Bob continúa siendo un artista legendario para la música popular jamaicana, el Caribe y el mundo en general. No pudo ser mejor la imagen para cantar lo que él cantó, no pudieron estar más acorBoletín Música # 40, 2015 63 de sus letras para narrar lo que él narró. Su piel oscura, sus dreadlocks y su inigualable voz pausada hicieron de él una imagen que junto al pensamiento que difundió, trascendió los límites de la lengua, las etnias, las geografías e incluso, las ideologías. Bob Marley es de esas figuras de las que se debe mirar hacia su pasado, hacia su origen. Quizás precisamente esto haya sido una de las cuestiones que lo hizo verdaderamente grande. De origen humilde, nacido en una finca en Saint Ann Parish, en la pequeña isla de Jamaica, hizo sonar su música desde los sitiales más pobres como en el que nació, hasta los más cosmopolitas y ricos del mundo. En 1972 su tema Stir it up era uno de los más escuchados en Inglaterra y justo al año siguiente en su primera gira, junto a su banda The Wailers, por la isla europea y los Estados Unidos, con el fin de promover el álbum Catch a Fire, ocurrió lo que algunos estudiosos han denominado como la mundialización del reggae, lo cual se traduce en el éxito rotundo que obtuvo. Tanto así que su productor, el británico Chris Blackwell, responsable de la idea de que el reggae jamaiquino comenzara a comercializarse con derechos de autor protegidos, sugirió llamar a la banda Bob Marley and the Wailers. De este modo, el artista caribeño comenzó a hacerse notar como figura individual en el mundo. Una alta dosis de lirismo acompañaba sus canciones. Sus letras, cual mensaje de mesías, llegaron a conformar, analizadas en perspectiva, una cultura de resistencia ante la pobreza y las desigualdades sociales, un canto a la autoemancipación y la paz. Bob Marley fue la voz del pueblo pobre, llevó al escenario mundial las ideas de esas personas que merecían una vida más digna, de aquellos que, en su simpleza, él consideró más audaces, pues tenían como bandera la libertad e igualdad social. Sus melodías no fueron más que el himno de los menos favorecidos. Fue de esos que, como no muchos, se comprometieron con mostrar al mundo