El fracaso del Almirante Kimmel en Pearl Harbor. (Caso de análisis) El acontecimiento que se presenta a continuación es un ejemplo clásico de cómo determinados procesos de decisión se ven distorsionados por elementos que se apartan de la racionalidad. El fracaso del Almirante Kimmel en Pearl Harbor. En el verano de 1941, las relaciones entre los Estados Unidos y el Japón se fueron deteriorando con rapidez. El almirante Kimmel, comandante en jefe de la flota del Pacífico, recibió varias advertencias referidas a la inminencia de la guerra. Durante este período desarrolló un plan de acción en colaboración con su equipo de Pearl Harbor que le daba prioridad al entrenamiento del personal clave y la disponibilidad de equipo básico, traído de las bases militares del Oeste. El plan tenía en cuenta la posibilidad de una guerra larga y dura con Japón, así como las dificultades de movilizar recursos escasos como mano de obra y material. En aquél tiempo, el almirante Kimmel y su equipo eran muy conscientes de los riesgos asociados a una preparación deficiente a la hora de enfrentarse a una guerra con Japón, así como de los altos costes y riesgo que implicaba preparar una guerra. Parecían, no obstante, relativamente optimistas sobre su capacidad para desarrollar un plan militar satisfactorio y sobre la idea de que el tiempo de que disponían sería suficiente para poner a punto las medidas previstas. En suma, se daban todas las condiciones necesarias para estar alerta, y parecía probable que ello se tuviera en cuenta al realizar los planes de acción. Sin embargo, durante el final del otoño de 1941, a medida que las advertencias se hacían más ominosas, un patrón de respuesta diferente fue caracterizando el comportamiento de estas personas. El almirante Kimmel y su equipo continuaron con la política con la que se habían comprometido, sin tener en cuenta los síntomas crecientes que señalaban a Pearl Harbor como un objetivo posible para un ataque aéreo por sorpresa. Repetidamente se reafirmaron en su decisión de continuar utilizando los recursos disponibles sobre todo para entrenar a los marineros y soldados más novatos destinados a las bases militares próximas a Japón, en lugar de instituir un estado de alerta que diera prioridad a la defensa de Pearl Harbor contra un ataque enemigo. Sabiendo que ni su propio sector ni el resto de la organización militar de los Estados Unidos estaban en condiciones para declarar la guerra, se aferraron a un conjunto de racionalizaciones de forma injustificada. Los japoneses, pensaban, no lanzarían un ataque contra ninguna posesión americana y, si existiera alguna posibilidad remota de que hubieran adoptado alguna decisión semejante, en todo caso la elección no sería Pearl Harbor. El almirante Kimmel y su equipo sabían que Japón podía lanzar un ataque por sorpresa en cualquier dirección, pero seguían convencidos de que no sería en su dirección. No veían razón alguna para cambiar su curso de acción. En consecuencia, continuaron concediendo permisos de fin de semana a la mayoría de las fuerzas navales de Hawai y permitieron que muchos barcos de guerra de la Flota del Pacífico permanecieran anclados en Pearl Harbor, como si fueran patos. Kimmel discutía con regularidad sobre los nuevos avisos con los miembros de su equipo. En ocasiones experimentaba ansiedad, pero era reafirmado en sus convicciones por los miembros de su equipo. Compartía con ellos un conjunto de racionalizaciones que alentaban la decisión de ignorar las advertencias. El 27 de Noviembre de 1941, por ejemplo, recibieron una advertencia formal procedente del jefe de las operaciones navales en Washington, que les hizo preocuparse, pero no les decidió a adoptar ninguna medida de protección. Dicho mensaje era una repetición más urgente de un mensaje anterior que Kimmel había recibido sólo tres días antes, en el que se decía que la guerra con Japón era inminente y que “era posible un agresivo movimiento por sorpresa en cualquier dirección, incluyendo un ataque a las Filipinas o a Guam”. El segundo mensaje decía que “una agresión del Japón es inminente en los próximos días” y daba instrucciones a Kimmel para “ejecutar un despliegue defensivo” como preparación para la ejecución de los planes de guerra naval. La amenaza que expresaba esta advertencia era obviamente lo bastante importante como para inducir a Kimmel a mantener una discusión prolongada con su equipo sobre lo que se debía hacer. Su atención, sin embargo, parecía limitarse a un estudio cuidadoso de la redacción del mensaje. Durante esta reunión, los miembros del equipo señalaron a Kimmel que Hawai no había sido señalado de forma específica como un posible objetivo en ninguno de los dos mensajes, mientras que otros lugares (las Filipinas, Malaya, y otras áreas remotas) eran nombradas de forma explícita. Kimmel estuvo de acuerdo con esta interpretación de que las ambigüedades que eran detectables en el mensaje significaban que Pearl Harbor no era realmente considerado como un objetivo probable, a pesar de que el mensaje parecía a primera vista decir que sí lo era. La cualidad defensiva implicada en este juicio se revelaba por el hecho de que Kimmel no hizo ningún esfuerzo para utilizar los canales de comunicación con Washington de que disponía para aclarar el verdadero significado de los mensajes. Terminó mostrándose de acuerdo con los miembros de su grupo de consejeros en que no había riesgo de un ataque por sorpresa a Hawai en aquél momento. Puesto que no se consideraba a Pearl Harbor vulnerable, Kimmel decidió que su plan de alerta limitada, instituido meses atrás, seguía siendo suficiente. Asumía, sin embargo, que todas las unidades del ejército estadounidense en Hawai se habían situado en condición de alerta plena en respuesta a este mensaje, de forma que los radares y cañones antiaéreos bajo el control militar estarían trabajando a plena actividad. De nuevo, sin embargo, y como reflejo de esta actitud defensiva de falta de interés en la realización de las tareas que suponían admitir la amenaza, Kimmel no trató de obtener información de los jefes de estas unidades sobre su actividad. Como resultado, no fue hasta el desastre del 7 de diciembre cuando descubrió que la armada, por su parte, estaba también en un estado de alerta limitada, diseñada exclusivamente para proteger las instalaciones militares contra el sabotaje por parte de los habitantes locales. El tres de diciembre de 1941, Kimmel discutió con gran intensidad con dos miembros de su equipo después de recibir nuevas advertencias de los jefes navales de Washington en las que se indicaba que los criptógrafos habían descifrado un mensaje secreto de Tokio dirigido a todas sus misiones diplomáticas en los Estados Unidos y otros países, en el que se ordenaba la destrucción de sus códigos y claves secretos. Kimmel se daba cuenta de que este tipo de orden podía significar que Japón estaba llevando a cabo sus últimos preparativos antes de lanzar un ataque contra los Estados Unidos. De nuevo, él y sus consejeros dedicaron una considerable atención a examinar con precisión la forma en que estaba redactado este nuevo y preocupante mensaje. Pusieron de relieve que el mensaje decía “la mayoría” de los códigos, pero no “todos” los códigos. Concluyeron en consecuencia que la destrucción de los códigos debía ser interpretada como una precaución rutinaria y no como una señal de que Japón estaba planeando un ataque a las posesiones norteamericanas. Nuevamente desdeñaron hacer ningún tipo de esfuerzo para obtener una aclaración de Washington y de su servicio de inteligencia sobre la forma correcta de interpretar este mensaje. No obstante, las largas discusiones y la gran atención prestada a la redacción de estos mensajes implicaban que había tenido lugar un conflicto temporal asociado a la necesidad de adoptar una decisión. Hacia el 6 de diciembre de 1941, el día anterior al ataque, Kimmel era consciente de la tremenda acumulación de síntomas enormemente ominosos. Además de haber recibido advertencias oficiales sobre la guerra durante la semana anterior, había habido una carta privada, recibida tres días antes y firmada por el almirante Stark, que contenía órdenes de emergencia relativas a la destrucción de los documentos secretos y confidenciales de las bases norteamericanas en las islas del Pacífico. El mismo día, el FBI de Hawai informó a Kimmel de que el consulado local del Japón había estado quemando sus documentos durante los dos últimos días. Es más, el responsable de inteligencia naval de Kimmel le había informado el mismo día, así como en los días precedentes, de que a pesar de los nuevos esfuerzos por pinchar las comunicaciones navales del Japón, la situación de seis de los portaaviones japoneses continuaba siendo un misterio. (La Inteligencia de Combate Naval de los Estados Unidos había perdido la pista de los portaaviones japoneses a mediados de Noviembre, cuando éstos comenzaron a moverse hacia a Hawai siguiendo su plan de ataque a Pearl Harbor). A pesar de que todas estas señales de alarma, contempladas en su conjunto, indicaban con claridad que Japón se estaba preparando para lanzar un ataque contra los Estados Unidos, seguía siendo incierto cuál sería el objetivo específico de estos ataques. Había un considerable ruido de fondo interfiriendo con las señales de advertencia, incluyendo los informes de la inteligencia de que grandes contingentes de las fuerzas navales japonesas se estaban moviendo hacia Malaya. Inexplicablemente, Kimmel y su equipo mostraban una gran falta de imaginación a la hora de considerar la posibilidad de que el mismo Pearl Harbor fuera uno de los objetivos del ataque japonés. La acumulación de amenazas, no obstante, era lo suficientemente importante a los ojos de Kimmel como para generar en él una preocupación considerable. En el mediodía del 6 de diciembre, cuando estaba ponderando distintos cursos de acción posibles, expresó abiertamente su ansiedad a dos de los oficiales de su equipo. Les dijo que estaba preocupado por la seguridad de la flota anclada en Pearl Harbor, a la vista de todas las indicaciones perturbadoras de que Japón se estaba preparando para lanzar un ataque masivo contra algún objetivo. Uno de los miembros del equipo inmediatamente le aseguró que “los japoneses no podían ser capaces de atacar Pearl Harbor cuando tenían una parte tan importante de sus fuerzas concentradas en sus operaciones en Asia”. Otro de los miembros de su equipo le dijo que la condición de alerta limitada que se había ordenado muchas semanas antes era con certeza suficiente y que no era necesario nada más. “Finalmente decidimos”, recordaba Kimmel con posterioridad, “que lo que ya estábamos haciendo era todavía adecuado y debíamos continuar igual”. Al final de la discusión, Kimmel “dejó sus preocupaciones de lado” y salió a cenar fuera. ANÁLISIS DEL CASO. ¿Por qué Kimmel se comporta así? ¿Qué papel juega el grupo que lo rodea en todos el proceso? ¿Qué valor se concede a la información? ¿Por qué? ¿Qué lectura se hace de los acontecimientos? ¿Qué datos se toman en consideración? ¿Qué tesis prevalecen? ¿Qué argumentos se inventan a favor de esas tesis? ¿Qué provoca el análisis final? ¿Qué consecuencias tiene ese análisis?. Ofrecemos un análisis de algunas de las defensas cognitivas de Kimmel y su grupo: 1. Mala evaluación de la relevancia de los síntomas y amenazas. Con el apoyo de los otros comandantes navales de su consejo, Kimmel desoyó los fuertes avisos de amenaza de guerra que recibió el 24 y el 27 de noviembre de 1941, dando por sentado que la amenaza de un ataque japonés por sorpresa no era aplicable a Hawaii. Kimmel y sus consejeros compartían la creencia injustificada de que Japón nunca se arriesgaría a atacar sus “invulnerables” fuerzas en Pearl Harbor, y que, por tanto, los mensajes recibidos de Washington se referían sólo a la necesidad de estar preparados frente a posibles actos de sabotaje. 2. Inventar nuevos argumentos en apoyo de la política escogida. Kimmel y sus consejeros promovieron la idea de que Pearl Harbor era invulnerable a un ataque, inventando para ello argumentos erróneos. En aquel entonces, los argumentos parecían venir apoyados por hechos probados, pero los hechos en cuestión eran falsos, como podía haberse descubierto fácilmente si se hubieran comprobado realmente. Los argumentos eran, en realidad, racionalizaciones que permitieron a Kimmel y a los miembros de su grupo evitar pensar sobre pérdidas que podían sufrir como consecuencia de seguir dedicando todos sus recursos al entrenamiento y el mantenimiento, sin tomar precauciones especiales que protegieran a Hawaii de un ataque por sorpresa. Entre las racionalizaciones que inventaron se encontraban las siguientes: 1. Japón se centraría primero en objetivos débiles, como los territorios británicos, antes de atacar cualquier posesión de la nación más poderosa del mundo. 2. A la vista del gran poder de la Flota del Pacífico estadounidense, Japón no se arriesgaría a mandar ni un solo porta-aviones cerca de la misma. 3. Si los japoneses fueran lo bastante tontos como para enviar porta-aviones, podrían ser detectados y destruidos con tiempo de sobra, incluso con un aviso del radar de sólo 10 minutos de antelación. 4. Los buques de guerra anclados en Pearl Harbor no podrían ser hundidos por los torpedos que pueden transportar los aviones, dado que éstos requerían una profundidad mucho mayor que la existente en las aguas de Pearl Harbor. 3. Falta de exploración de las implicaciones ominosas de sucesos ambiguos. Por ejemplo, durante los días precedentes al ataque, Kimmel se mostró preocupado por la pérdida de contacto del servicio de Inteligencia con 6 portaaviones japoneses. Kimmel preguntó a sus oficiales de inteligencia por las posibles implicaciones de esta pérdida. Se le informó de que los portaaviones probablemente estaban a gran distancia en dirección Este, tal vez en el propio Japón, como había sucedido en una ocasión anterior cuando se perdió contacto con ellos. No se realizó ninguna investigación ulterior, ni se consideró ninguna otra alternativa, si bien Kimmel comentó en tono jocoso que tal vez la pérdida de contacto formaba parte de un plan para atacar Pearl Harbor y, en realidad, los portaaviones estaban avanzando a toda velocidad directamente hacia ellos en ese preciso momento. 4. Olvidar información que hubiera permitido una interpretación correcta de una amenaza. Así, por ejemplo, todos los oficiales habían recibido instrucciones de considerar el avistamiento de un submarino enemigo como un síntoma de peligro extremo, ya que podría denotar la presencia de un submarino, presumiblemente japonés, ninguno de ellos informó del hecho, habiendo olvidado, aparentemente, las instrucciones recibidas. 5. Percepción defectuosa de los síntomas de peligro inminente. Incluso cuando en la mañana del ataque (7 de diciembre de 1941), cinco minutos antes de que éste se iniciase, uno de los oficiales observó un avión japonés sobrevolando una isla en el centro de la bahía, éste todavía pensó que era una broma de un piloto norteamericano, y se quedó mirando y pensando en sancionar al bromista hasta que empezaron a caer las bombas.