ODAS AL VINO: Omar Khayyam ¿Por qué vendes tu vino, mercader

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ODAS AL VINO:
OMAR KHAYYAM
¿Por qué vendes tu vino, mercader?
¿Qué pueden darte a cambio de tu vino?
¿Dinero? ... ¿Y qué puede darte el dinero?
¿Poder? ... ¿Pues no eres el dueño del mundo
cuando tienes en tus manos una copa?
¿Riqueza? ... ¿Hay alguien más rico que tú,
que en tu copa tienes oro, rubíes, perlas y sueños?
¿Amor? ... ¿No sientes arder la sangre en tus venas
cuando la copa besa tus labios; no son los besos del vino
tan dulces como los más ardorosos de la hurí?
Pues si todo lo tienes en el vino, dime mercader:
¿por qué lo vendes?
Poeta, porque haciendo llegar a todos mi vino,
doy poder, riquezas, sueños, amor...;
porque cuando estrechas en tus brazos a la amada,
me recuerdas;
porque cuando quieres desear felicidad al amigo,
levantas tu copa;
porque Dios cuando bendijo el agua la trasformó en vino,
y porque cuando bendijo el vino se trasformó en sangre...
Si te ofrezco mi vino, poeta... ¡No me llames mercader!
PABLO NERUDA
VINO color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo
de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave
como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado
y suspendido,
amoroso,
marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
A veces
te nutres de recuerdos
mortales,
en tu ola
vamos de tumba en tumba,
picapedrero de sepulcro helado,
y lloramos
lágrimas transitorias,
pero
tu hermoso
traje de primavera
es diferente,
el corazón sube a las ramas,
el viento mueve el día,
nada queda
dentro de tu alma inmóvil.
El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
Oh tú, jarra de vino, en el desierto
con la sabrosa que amo,
dijo el viejo poeta.
Que el cántaro de vino
al beso del amor sume su beso.
Amor mio, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.
Pero no sólo amor,
beso quemante
o corazón quemado
eres, vino de vida,
sino
amistad de los seres, transparencia,
coro de disciplina,
abundancia de flores.
Amo sobre una mesa,
cuando se habla,
la luz de una botella
de inteligente vino.
Que lo beban,
que recuerden en cada
gota de oro
o copa de topacio
o cuchara de púrpura
que trabajó el otoño
hasta llenar de vino las vasijas
y aprenda el hombre oscuro,
en el ceremonial de su negocio,
a recordar la tierra y sus deberes,
a propagar el cántico del fruto.
CÉSAR VALLEJO
¡Oh, botella sin vino!
¡Oh, botella sin vino!
¡Oh, vino que enviudó de esta botella!
Tarde cuando la de la tarde
flameó funestamente en cinco espíritus.
Viudez sin pan ni mugre, rematando en horrendos metaloides
y en células orales acabando.
¡Oh siempre, nunca dar con el jamás de tánto siempre!
¡oh mis buenos amigos, cruel falacia,
parcial, penetrativa en nuestro trunco,
volátil, jugarino desconsuelo!
¡Sublime, baja perfección del cerdo,
palpa mi general melancolía!
¡Zuela sonante en sueños,
zuela
zafia, inferior, vendida, lícita, ladrona,
baja y palpa lo que eran mis ideas!
Tu y él y ellos y todos,
sin embargo,
entraron a la vez en mi camisa,
en los hombros madera, entre los fémures, palillos;
tú particularmente,
habiéndome influido;
él, fútil, colorado, con dinero
y ellos, zánganos de ala de otro peso.
¡Oh botella sin vino! ¡oh vino que enviudó de esta botella!
CHARLES BAUDELAIRE
El alma del vino
Una noche el alma del vino cantaba en las botellas:
hombre, oh querido desheredado, hacia dirijo
desde mi prisión de vidrio y mis lacres bermejos,
un canto lleno de luz y fraternidad.
Sé bien que es preciso, sobre la colina ardiente,
sufrir y sudar bajo el sol abrasador,
para engendrar mi vida y para darme el alma;
pero no seré ingrato o malhechor.
Pues siento una alegría inmensa cuando caigo
en la boca de un hombre cansado por su faena
y su pecho caliente es un dulce sepulcro
donde me siento más a gusto que en mi fría bodega.
¿Oyes cómo suenan los cantos del domingo
y la esperanza que susurra en mi seno palpitante?
Los codos sobre la mesa y alzando las mangas
me glorificarás y estarás contento
Encenderé los ojos de tu mujer querida;
a tus hijos devolveré la fuerza y los colores
y para éste débil atleta de la vida seré
el aceite que fortalece los brazos de los luchadores.
Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,
grano precioso arrojado por el eterno sembrador,
para que de nuestro amor nazca la poesía
que se elevará hacia Dios como una extraña flor.
JOAO PAULO
Oda al Vino
La atracción empieza a la primera mirada: las curvas de la botella cubierta por la roparótulo intentan llamar a la atención. El color, todavía medio oculto, despierta la
curiosidad de aquello que alguna vez ha probado sus sabores. La aproximación debe ser
muy suave. El toque a la botella terno, pero firme. El cuidadoso y osado saque del
corcho seguido del manso servir a la copa. Será ese el sitio donde él, el vino, irá
proporcionar los placeres más indescriptibles a las bocas que sepan apreciar sus
encantos y atender sus caprichos.
SONETO DEL VINO
¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.
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