diferentes versiones que se proponen para cada romance

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diferentes versiones que se proponen para cada romance, es fácil darse
cuenta que a Estados Unidos corresponde el número 1, que el número 2
es México, que el 3 corresponde a Guatemala, el 4 a El Salvador, el 5 a
Nicaragua y así sucesivamente hasta llegar a Uruguay, el número 17.
Por lo demás, el cuidado de los editores es bueno, el texto se deja leer
con facilidad; quizás el tipo pequeño usado en las notas pudiera causar
problemas a algún lector cegatón. Ello no obsta, desde luego, para poder
afirmar sin ambages que el Romancero tradicional de América es, por
todos conceptos, un excelente libro cuya lectura, además de agradable,
debe ser obligatoria para los especialistas tanto como para los no
especialistas cultos. Leerlo será el mejor homenaje que se tribute a su
docta autora.
Herón Pérez Martínez
El Colegio de Michoacán
M ENÉND EZ, Eduardo (ed.), Antropología del alcoholismo en México.
Los límites culturales de la economía política 1930-1979, México,
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social, 1991, 398 pp. (Ediciones de la Casa Chata, No. 36).
Se señala en el prefacio que este libro pretende ser una expresión de la
producción antropológica sobre el “alcoholismo” y el proceso de
alcoholización en México. La obra incluye, de acuerdo al juicio del editor,
los mejores trabajos y los más representativos que se hayan elaborado
sobre el tema desde la perspectiva de la antropología social y cultural entre
1930 y 1979; en total comprende 17 artículos y se divide en cuatro
apartados. La introducción esboza un esquema general de la producción
antropológica para México. En la segunda parte se incluyen los trabajos
teóricos cuya influencia ha sido decisiva en el desarrollo de la teoría socioantropológica del “alcoholismo”. La tercera está dedicada a la producción
antropológica de los autores nacionales; mientras que la cuarta compren­
de la de los autores extranjeros, todos ellos norteamericanos.
En la introducción se analiza la producción antropológica sobre el
alcoholismo con el fin de rescatar los aportes etnográficos, valorar la
pertinencia de las interpretaciones y la posibilidad de rescatar los modelos
de análisis relegados por el sector salud en el país. Por ello, el editor
advierte sobre varios aspectos importantes a tomar en cuenta. Primero,
propone diferenciar el alcoholismo del proceso de alcoholización, luego
comenta las diferencias observadas en los enfoques de los autores
nacionales respecto a los extranjeros: los primeros se centran tanto en el
alcoholismo como en sus funciones integrativas, mientras que los segun­
dos enfatizan cómo la ingesta de alcohol da cuenta de los mecanismos
globales comunitarios y cómo constituye un instrumento de expresión.
También, se resalta la manera en que la investigación antropológica tiene
sus fundamentos en el culturalismo integrativo de las décadas de los
treinta y los cuarenta y en las corrientes cognitivistas de los cincuenta y los
sesenta. Finalmente, ante el desacuerdo con los enfoques parciales
empleados por la práctica médica y la antropológica, se propone recono­
cer la complejidad del proceso de alcoholización y la necesidad de llevar
a cabo un análisis global donde “la simbolización no sea sólo simbolización
de los supuestos integrativos, donde las consecuencias no ignoren las
funciones de las consecuencias y donde la economía política asuma los
procesos simbólicos que parcialmente la constituyen e instituyen”.
La segunda parte contiene tres artículos, los cuales son la base teórica
de la mayor parte de la producción sobre el tema: el trabajo clásico de D.
Horton, el de S.D. Bacon y el de P.B. Field.
Horton propone una teoría de las funciones sociales y psicológicas del
alcohol a fin de explicar las costumbres de su consumo en las sociedades
primitivas. De acuerdo al mismo, uno de los factores primordiales que
determinan el grado de embriaguez es el nivel de ansiedad o temor que
existe entre los integrantes de la sociedad.
Bacon, en cambio, presenta una perspectiva sociológica de la natura­
leza y de las funciones del alcohol aplicada a las sociedades complejas.
Para el autor, la complejidad de éstas ha incrementado tanto el número
como el peso de las angustias ocasionando que el control del comporta­
miento alcohólico sea más difícil. Aunado a ello, el proceso de especialización de la sociedad ha creado una serie de fenómenos sociales en torno
a la producción y comercialización de bebidas, que inciden en su consumo.
A partir de discrepancias con el estudio de Horton, Field aplica el
método intercultural para estudiar el comportamiento alcohólico en las
sociedades primitivas. Este autor no encontró una correlación significa­
tiva entre el temor y la embriaguez, pero anota que la ansiedad, la
inseguridad alimenticia y la aculturación se refieren más a una variable
social. Para él, el alcoholismo está relacionado a variables relativas a una
organización personal en lugar de a una organización corporativa. En este
sentido, sugiere que las sociedades caracterizadas por su sobriedad son
propensas a estar bien organizadas, a tener un alto grado de solidaridad
social lineal y a poseer relaciones interpersonales estructuradas a lo largo
de líneas jerárquicas y de respeto.
Cinco estudios, cuya autoría corresponde a México, se encuentran en
la tercera parte del libro. Todos ellos tienen como centro de atención a los
grupos indígenas. El ensayo de L. Mendieta destaca la complejidad del
problema y sus causas ambientales, económicas y sociales sobre todo en
estos grupos, a la vez que enumera varias de sus manifestaciones. En este
sentido destaca cuáles son los elementos relevantes para impulsar una
política social tendiente a disminuir sus efectos negativos.
En cambio, S. Askinasy parte de reconocer la gravedad del consumo
del alcohol para el desarrollo de México y admite su incremento en el
México posrevolucionario. Según este autor, ello responde a las condicio­
nes de vida de los campesinos e indígenas antes de la revolución, a las
costumbres adquiridas y arraigadas durante siglos y a las condiciones de
explotación de algunos grupos después de la revolución, en donde el
alcoholismo parece ser promovido por el gobierno. Su incrementp es
entendido en función de que la mejoría de las condiciones económicas de
los trabajadores no se acompañaron ni de una elevación del nivel cultural,
ni de un incremento de las necesidades naturales.
El trabajo de C. Viqueira y A. Palerm es un intento metodológico por
encontrar un modelo de colaboración entre la antropología y la psicología,
y toma como sujetos de estudio a dos comunidades totonacas con
semejanzas raciales y culturales, pero con diferencias en su ambiente
natural. Para estos autores el carácter social, basado en la estructura
sociocultural, determina los aspectos esenciales de la embriaguez y la
conducta del alcohólico. Para los miembros de una comunidad es un
procedimiento para escapar de la desagradable realidad de cada día, la
consecuencia de la angustia derivada en torno a la obtención de los medios
de subsistencia así como de una angustia difusa, e incluso se relaciona con
las gratificaciones orales infantiles. En cambio, para los de la otra
comunidad asume un aspecto de desinhibición de los impulsos agresivos
reprimidos, al no haber una ansiedad derivada en la obtención de los
medios de alimentación además de tener una fijación oral infantil
importante.
Los dos últimos artículos tienen como centro de atención a los
chamulas. El artículo de J. de la Fuente refiere no sólo a cómo el conjunto
de la población consume el alcohol sino también a que dicho consumo se
da a lo largo de su ciclo de vida y permea casi la totalidad de las actividades
económicas, religiosas, jurídicas y de gobierno, así como las de atención
médica. Hace notar, además, las diferencias en los patrones de alcoholización entre los indígenas y los ladinos.
En cambio, el interés de R. Pozas es sobre los vínculos entre la ingesta
de alcohol y las relaciones sociales. Según su perspectiva, el alcoholismo
se liga a todas las relaciones sociales del grupo y representa un factor que
contribuye a retener las formas de su organización social, además de ser
una reacción colectiva cuyas raíces se encuentran en la inseguridad
individual.
El último apartado presenta las investigaciones de los antropólogos
norteamericanos. R. Bunzel es la autora de los dos primeros trabajos que
se refieren al papel del alcoholismo en Chamula y Chichicastenango. Ella
refiere que, el alcoholismo no sólo representa dos fenómenos diferentes
en estas comunidades sino que también desempeña un rol distinto en cada
una de ellas. En la revisión que hace de su trabajo, casi tres décadas
después, reitera que mientras el consumo en Chichicastenango constituye
una válvula de escape a las presiones exteriores y una manera de enfrentar
la ansiedad, en Chamula desempeña la función de lubricar las relaciones
sociales. Y, una vez más, insiste en que el análisis de la bebida debe
ubicarse en un contexto más amplio que implica el estudio del comporta­
miento humano.
En su investigación sobre el rol del tesgüino en una comunidad
tarahumara, J.G. Kennedy analiza la integración de la bebida en la cultura
y en la organización de este grupo, así como algunas consecuencias de
dicha integración. La bebida constituye un evento social que forma parte
integral de la vida social, como en las ceremonias religiosas, al vincularse
al trabajo cooperativo que constituye una parte importante de su econo­
mía, al reforzar la estructura social del grupo y ligarse íntimamente al
sistema de estatus social, además de servir como válvula de escape para
la hostilidad, la agresión reprimida y la tensión sexual. También da cuenta
de sus efectos negativos, sobre todo aquellos relacionados con la salud y
la vida, y como factor que impide el cambio cultural.
En un estudio realizado en el medio urbano, Brian Stross presenta una
perspectiva estructural de la cantina como lugar social y algunas facetas
de la interacción dadas a su interior. La conclusión central en este trabajo
es que la cantina representa una parte integrante de la sociedad mexicana
y constituye un espacio especializado para la interacción de los individuos
que acuden a ella. En este sentido, el comportamiento de los asistentes en
esa situación se relaciona con el significado que tiene la interacción y el
desempeño de sus roles sociales.
W. Madsen y C. Madsen intentan mostrar cómo la conducta alcohólica
en dos comunidades campesinas se estructura por sus interpretaciones
culturalmente definidas sobre su identidad, la comunidad y el prestigio
social. En especial, enfatizan los cambios del comportamiento alcohólico
derivado de la introducción de los valores occidentales. Así, para los
miembros de la comunidad indígena, el consumo de alcohol se define
culturalmente como un rito de identificación colectiva que refuerza la
solidaridad del grupo. En cambio, para los de la comunidad mestiza, el
comportamiento ante el alcohol deja ver la hostilidad y la ansiedad creadas
por los conflictos de valor, por metas truncadas y por relaciones de
competencia.
M. Kerney se ocupa de la relación entre las creencias y las prácticas
populares y la conversión religiosa con el consumo del alcohol en un
pueblo de campesinos en el sureste de México. De acuerdo con sus
resultados, entre los factores que contribuyen al alto grado de ingesta,
sobresale la necesidad de intensificar la experiencia emocional como
medio para trascender un entorno social y geográfico que es considerado
negativo. Por otra parte, la conversión a una secta religiosa donde existe
el precepto de la abstinencia total, la pertenencia a la misma compensa las
sanciones sociales negativas del grupo hacia el alcohol de tal forma que la
conversión religiosa deviene en un valor terapéutico.
El artículo de P.A. Dcnnis se centra en el rol del borracho en un pueblo
oaxaqueño partiendo de que los individuos son vulnerables y están sujetos
al descrédito por lo que un problema de la interacción social radica en el
control del intercambio de información potencialmente destructiva. La
embriaguez sirve para definir un papel fundamental en la vida de la
comunidad: el borracho sobrepasa las barreras elaboradas para el control
de la información de la comunidad y sirve para socializar aquella que de
otra manera quedaría en el silencio. O sea, sirve para hacer una crítica de
los roles que desempeñan los individuos que están a su alrededor.
El último artículo corresponde a B.R. de Walt quien se enfoca a
determinar los límites que impone el consumo de alcohol sobre el cambio
socio-cultural en un pueblo del altiplano. En contra de las opiniones al
respecto, el estudio muestra una variación importante en el consumo de
alcohol al interior de la población y una ligera tendencia de quienes beben
en cantidades mayores a adoptar nuevas técnicas e ideas en el proceso de
modernización del campo.
En suma, además del interés que puede tener este libro para aquellos
interesados en el tema desde una perspectiva sociocultural, el mismo es
un material de enorme valor por su contribución teórica y metodológica
para los diferentes profesionales del área de la salud, sobre todo aquellos
vinculados al trabajo con la población o a programas específicos, así como
a los estudiosos del alcoholismo en nuestra sociedad.
Francisco Javier Mercado Martínez
E l Colegio de Michoacán
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