En el primer centenario de la abstracción.

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En el primer centenario de la abstracción.
Ecología de las imágenes.
Es de suponer que cuando alguien tiene que presentar la obra de un artista debe
remontarse para buscar las ideas que presiden y explican su producción. Ante esta
tesitura siempre me planteo las mismas preguntas: ¿qué son primero, las ideas o la
práctica artística? o bien, ¿debo explicar sus obras desde la autonomía del artista
creador, o desde las teorías o ideologías predominantes?
Hay quien piensa que los verdaderos artistas están a la vanguardia de su época,
que son unos adelantados, una especie de futuristas que conectan con el espíritu de su
tiempo, aun a riesgo de que sus propuestas sean poco entendidas por los demás. Se
trataría, en resumen, de la idea del artista genio que tanto arraigo ha tenido en el
pensamiento del pasado siglo. Por el contrario, otros opinan que primero son el conjunto
de ideas, opiniones y teorías que se forjan en una determinada cultura, contexto social,
época o lugar, mientras que los artistas serían aquellos que, sabiendo conectar con ese
ambiente cultural, logran darle forma o expresarlo en sus creaciones artísticas.
Yo me encuentro entre los del segundo grupo. Creo que todo artista o
manifestación artística precisa para su desarrollo un cierto clima cultural, una especie de
nicho ecológico en el que se van formulando, de forma más o menos sistemática, el
pensamiento, las teorías y las ideas estéticas. Tuve una fuerte conciencia de ello durante
algunos viajes a Sudamérica, en los que pude comprobar que la arquitectura o la pintura
no se desarrollaban de forma fructífera por carecer del necesario clima intelectual y
social.
La metáfora del nicho ecológico aplicada a las artes es bastante acertada, pues
evita esa fácil relación de causa a efecto propia de la sociología del arte, a la vez que
niega cualquier tipo de determinismo. Es más, está abierta a los procesos de ida y
vuelta, o de retroalimentación, ya que si bien el clima influye en la naturaleza, también
ésta puede alterar las condiciones climáticas. En nuestro caso: las ideologías o el
pensamiento artístico dominante influye decisivamente en la creatividad, pero también
los artistas alteran con sus obras y sus opiniones el mundo de las ideas.
En este sentido, los orígenes del pensamiento que dio lugar a la obra de artistas
plásticos como Mariano Olcese, con su permanente evolución hacia la abstracción y la
austeridad formal, habría que encontrarlo en algunos escritos que cumplen ahora su
primer centenario. Pienso en estos momentos en la obra de Wilhelm Worringer,
Abstraktion und Einfühlung, publicada el año 1908, que tanta influencia llegaría a tener
en la experimentación artística basada en la abstracción y en las ideas de Kandinsky,
expuestas dos años después en su famoso libro Über das Geistige in der Kunst (De lo
espiritual en el arte). Aunque el año 1908 también nos trae a la memoria otros hechos
decisivos: Picasso, que había pintado un año antes Les Demoiselles d’Avignon, daría
forma junto con Georges Braque al Cubismo, con el que se inauguraría el camino de las
vanguardias pictóricas del siglo XX.
Abstracción y naturaleza.
Celebramos pues el centenario de unos hechos trascendentales para la
modernidad pictórica, que esta exposición de la última obra de Mariano Olcese nos da
la oportunidad de recordar; pues, como vengo diciendo, las pinturas que ahora se
exponen tienen su origen en un mundo de ideas que se comienza a plasmar por escrito y
en pintura hace ahora un siglo.
Wilhelm Worringer no fue un intelectual muy original, y de hecho su libro (que
en origen fue su tesis doctoral) es una hábil adaptación de las ideas del historiador
vienés Alois Riegl, a la que se añaden algunas observaciones de otros pensadores de
finales de siglo, como Theodor Lipps, Robert Visher o Adolf von Hildebrand. Pero tuvo
la fortuna de publicarlo en ese año decisivo de 1908, por lo que el libro tuvo una gran
acogida por un público más amplio de artistas y críticos de arte, influyendo enseguida
(tal como afirmaría su autor en el prólogo a la edición de 1948) en la práctica de los
movimientos artísticos militantes.
En síntesis, la idea que articula todo el libro de Worringer es que el arte o el
impulso estético del hombre oscila entre dos polos: el naturalismo y la abstracción; para
concluir a continuación que en el comienzo del siglo XX, la estética, la psicología de la
visión, el impulso artístico, el espíritu de la época o la voluntad inmanente de las formas
artísticas exigían del artista la abstracción. Por otra parte, y frente a las tendencias
clásicas o el modernismo fin de siglo, Worringer intentará demostrar que lo original e
instintivo en el hombre sería la abstracción, mientras que el naturalismo figurativo
vendría a ser algo artificioso a la naturaleza humana.
Analizando los movimientos o estilos que se han sucedido a lo largo de la
historia del arte, Worringer afirmará que la sensibilidad estética o contemplativa del
hombre frente a la naturaleza ofrece dos posibles respuestas. En un caso (y aquí
Worringer sigue la teoría de la empatía o Einfühlung) nos encontraríamos con una
proyección sentimental, que da lugar a un impulso psíquico hacia la imitación o
reproducción del modelo natural. En el polo opuesto se situaría el afán de abstracción,
que en la historia del arte se nos manifiesta en todas las culturas primitivas y en ciertos
pueblos orientales de culturas muy desarrolladas, si bien en occidente este impulso fue
decayendo lentamente hasta ser sustituido por el afán de Einfühlung.
Worringer explicará con detalle algunas cualidades de la abstracción: necesidad
de quietud frente al cambio; un intento de desprenderse de lo mudable, depurando la
obra artística de toda arbitrariedad, capricho o accidente; el deseo de alcanzar lo
inmutable, lo necesario, lo absoluto; la sujeción a leyes geométricas o reglas de algún
tipo que sometan lo imprevisible a un orden interior; un deseo de trascendencia frente el
cosmos y la naturaleza; en definitiva, un conjunto de cualidades que guardan cierta
analogía con los movimientos espirituales o místicos de algunas religiones. Como
consecuencia decisiva de este impulso hacia la abstracción tendríamos la supresión de la
profundidad y del espacio tridimensional, que deberían ser sustituidos por el plano
bidimensional con objeto de lograr un mayor dominio de la forma. En última instancia
lo que importa es la representación mental y no la percepción visual, pues lo realmente
valioso es la interpretación del arte como una creación puramente formal que apela a
nuestros sentimientos estéticos más profundos y elementales.
En fin, creo haber hecho un escueto resumen de las principales ideas de
Worringer, evitando algunas referencias más esotéricas y circunstanciales, que también
hicieron fortuna en su momento. Evidentemente el texto de Worringer no es más que
una tesela en el amplio mosaico de historia de la pintura del siglo pasado, en la que se
entrecruzan toda clase de teorías y reflexiones estéticas.
Espacio, luz y arquitectura.
Con esta larga exposición creo que he acumulado bastantes referencias para
entender de dónde proceden parte de las ideas que dieron lugar a la abstracción
pictórica, en la que habría que situar las obras que Mariano Olcese presenta en esta
exposición titulada “Espacio, luz y arquitectura”.
Es evidente que lo que nos quiere mostrar Olcese es un tránsito, pues lo primero
que uno percibe en esta serie de pinturas es un proceso evolutivo hacia la
esencialización formal, hacia un ascetismo en el empleo de los materiales, en un tránsito
que va desde un lienzo con demasiados sedimentos expresivos a la levedad del papel,
imponiéndose así unos límites, unas leyes propias que justifican su quehacer. Si en las
primeras obras de esta serie abunda la materia, los pigmentos, el color, la forma y los
elementos plásticos, progresivamente se van depurando los elementos que intervienen
en la pintura: menos materia, menos color o más suaves, menos elementos.
Exagerando, podríamos hablar de un tránsito del negro al blanco, de una
desaparición de los elementos lineales que fuerzan una determinada geometría o crean
unas tensiones sobre el plano hasta salir y ampliar virtualmente el espacio del cuadro.
Los elementos se simplifican, las formas se hacen más serenas, menos inquietantes, la
materia se disuelve. Se diría que al final la obra de arte podría quedar reducida al suave
tacto del papel hecho a mano, o a las huellas, troqueles, leves sombras y calculados
toques de color —unos círculos o unos cuadrados— que sobre él descansan. Hay algo
que metafóricamente evoca, recordando a Worringer, a ese proceso de trascender lo más
grosero de la materia para adentrarse en una creación espiritual de las formas artísticas.
Pero hay otro factor que debemos analizar. Mariano Olcese otorga un título a su
exposición (aunque no a sus obras individuales) que hace referencia a la arquitectura.
Este detalle nos hace plantearnos el problema de la significación, yendo más allá de la
contemplación puramente formal. Por muy abstracta que sea una obra de arte el
observador siempre puede suplementar sus valores con los significados que a él le
sugiere. Es más, el hombre tiene una tendencia innata a buscar un significado ante
cualquier hecho o circunstancia que le rodea. Ante cualquier forma, dibujo, cuadro o
expresión plástica, por muy abstracta que sea, lo primero que uno se pregunta es qué
significa, o bien, qué es lo que el artista ha querido hacer o transmitir.
No obstante, lo que orienta decisivamente su significación es el título que el
autor propone. En esta ocasión el título de la muestra nos habla de arquitectura y de
cualidades arquitectónicas. Sabiendo además que el autor es un arquitecto, tenderemos
casi de forma inmediata a relacionar lo que vemos con el mundo de la arquitectura. El
diseño en planta de un volumen arquitectónico complejo inserto en una trama urbana;
evocaciones del constructivismo; arquitecturas minimalistas japonesas con su atención a
la geometría, a la luz y a la penumbra; el mundo formal de las cajas metafísicas de
Oteiza; las últimas obras de Chillida ahora convertidas en referentes arquitectónicos,
etc.
En estos breves comentarios, al contemplar las obras expuestas, ya he
aventurado un significado al conjunto de estas obras: representan una transición, un
camino hacia la depuración formal, una estética de la negación. Podríamos ampliar ese
registro de significados por medio de metáforas: las últimas obras de expresan cierta
trascendencia respecto a lo material, una levedad casi espiritual, un continuo
despojamiento, o un ascetismo silencioso. Parafraseando a Gaston Bachelard —autor
muy querido por Olcese— podríamos afirmar que en el resplandor de estas imágenes
resuenan ecos de un pasado lejano, sin que podamos ver hasta que profundidad van a
repercutir o extinguirse.
Carlos Montes Serrano
Catedrático de Expresión Gráfica Arquitectónica
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