Villamil, José - Biblioteca Nacional de Uruguay

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SIMPOSIO
“LA BIBLIOTECA NACIONAL DE URUGUAY EN EL SIGLO XXI:
ACTUALIDAD Y DESAFIOS”
25,26 Y 27 DE MAYO DE 2011-05-25
Eje temático: Marco Jurídico
Derechos de Autor. Presentación del Dr. José Antonio Villamil (Consejo
de Derechos de Autor)
Esta síntesis tiene la intención realizar un modesto aporte desde el punto de
vista jurídico a la discusión que éste evento nos propone para construir el
proyecto de la Biblioteca Nacional del Siglo XXI. La misma es de carácter
personal y no representa las posiciones del Consejo de Derechos de Autor.
1 – El marco general: La Protección de la Obra nace con la creación
Los conceptos expuestos, fundamentalmente en los tres primeros párrafos de
la presente, siguen la obra de Delia Lipszyc, “Derecho de autor y derechos
conexos”, (Cap. 10, Ed. UNESCO, CERLALC, ZABALIA.)
La protección del derecho de autor no está subordinada al cumplimiento de
requisitos formales. El derecho de autor nace del acto de creación de la obra y
no del reconocimiento de la autoridad administrativa.
La principal finalidad del derecho de autor es la protección de los creadores. La
condición del registro de la obra para el goce del derecho –o registro
constitutivo del derecho fue, según la autora mencionada, un resabio de la
etapa de los privilegios.
Según ella, el registro constitutivo se mantuvo y mantiene en algunos países
por una equivocada asimilación al derecho de propiedad industrial, en el que se
anteponen los derechos de la colectividad al derecho personal del autor.
El convenio de Berna fue decisivo en la afirmación de esta concepción, cuando
en su primera revisión (Berlín, 1908) se suprimió toda condición relativa al
cumplimiento de formalidades: “el goce y ejercicio de estos derechos no
estarán subordinados a ninguna formalidad”, reza el art. 4,2.
Por lo tanto, para ésta posición, el depósito legal, y el registro de obras y de
actos y contratos, no constituyen una condición para que el derecho de autor
nazca y pueda hacerse valer.
Actualmente son mayoritarias las legislaciones de los países de tradición
europea que así lo establecen, entre ellas la nuestra ley, que a partir de su
reforma del año 2003 en la nueva redacción de su art. 6 (dada por el art. 4 de
la ley 17.616) establece: “El goce y ejercicio de dichos derechos no estarán
subordinados a ninguna formalidad o registro y ambos son independientes de
la existencia de protección en el país de origen de la obra”. En el mismo
sentido el art. 53 en su inciso 2do., también en la redacción dada por la ley
reformada, establece en lo que se refiere al registro, que: “La inscripción en el
Registro a que se refiere este artículo es meramente facultativa, de manera que
su omisión no perjudica en modo alguno el goce y ejercicio de los derechos
reconocidos en la presente ley.
Pero antes de que ésta posición se consolidara, debe recordarse que la ley del
9.739 del año 1937, al igual que numerosas leyes latinoamericanas, siguiendo
la tradición de la legislación española de fin de siglo XIX, establecía el registro
obligatorio y su carácter constitutivo del derecho. El art. 6 original, de la ley
9.739 establecía que “para ser protegido por ésta ley es obligatoria la
inscripción en el respectivo registro”.
Es decir, que el registro obligatorio predominó en Latinoamérica durante la
mayor parte del siglo XX, y aún permanece en varias legislaciones de la región
que no han sufrido reformas en los últimos años. Situación, que también
corresponde señalar, es debida a una disposición del propio Convenio de
Berna, que excluye de su ámbito de aplicación al país de origen de la obra: “La
protección en el país de origen se regirá por la legislación nacional” (art. 5 par.
3)
El derecho de autor, en la concepción francesa moderna entonces, no consiste
en una protección excepcional, sino que establece que el derecho de autor
nace en plenitud en cabeza del creador en el momento mismo de la creación.
No es así la concepción anglosajona que desde su perspectiva sigue
concibiendo al derecho de autor como un derecho de copia “copyright”,
asignado originalmente a los impresores por privilegio real.
Atendiendo al desarrollo histórico señalado, no parece tan extraordinario que
los EUA se adhirieran a la Convención de Berna recién a fines de los 80’, y que
la legislación estadounidense aplique en forma tan peculiar las disposiciones
del mismo.
2 – El Depósito Legal
Con finalidades distintas las legislaciones establecieron dos instituciones
diferentes: el depósito legal y el registro.
El Depósito Legal es la obligación de los editores de obras impresas, de
entregar uno o varios ejemplares a determinadas bibliotecas o archivos con la
finalidad primordial de reunir y conservar los resultados de la producción
intelectual de un país y nutrir de ella a los mismos.
No se trata de disposiciones sobre derecho de autor sino prescripciones
relativas a la administración de la cultura. Sin embargo, varias legislaciones
regulan en la misma norma el depósito y el registro. Y en algunos casos como
en Argentina, los ejemplares a entregar se distribuyen entre ambos.
Esas leyes se preocupan en establecer que el incumplimiento de la obligación
de depósito no afectará la protección del derecho de autor, sin perjuicio de la
aplicación de otro tipo de sanciones administrativas.
Sin embargo, el depósito legal aunque independiente del registro de derecho
de autor, aun careciendo de efectos registrales, puede servir de mecanismo
probatorio, especialmente en juicios, para comprobar el hecho de la
publicación, el año de ésta, el contenido de la obra en acciones por plagio o de
falsificación.
3 – El Registro de Derechos de Autor
La autora citada lo define así: “El registro de derecho de autor es el organismo
público encargado de registrar las obras protegidas por el derecho de autor, los
ejemplares resultantes de su explotación y las indicaciones referidas a ellas, a
los autores y la titularidad de los derechos y demás actos y contratos, que las
legislaciones internas establecen con fines de publicidad para satisfacer la
necesidad colectiva de seguridad jurídica”
Los efectos del registro y de ahí su importancia, reside entonces en que
constituye un medio sencillo y accesible para probar la existencia de la obra en
determinada fecha, su título y contenido, de su autor u otro tipo de titulares
como el traductor, adaptador, editor, productor o intérprete. En realidad, el
registro genera una presunción a favor del que lo solicita, que invierte de ésta
forma a su favor la carga de la prueba; es decir que deberá ser el que impugna
la información que surge del registro, quién debe probar que ella no es cierta.
El registro además hace posible relevar información de importancia para las
personas interesadas y la sociedad, en cuanto a identificar las obras
protegidas o las caídas en el dominio público, el seguimiento de la actividad
creativa del país, la elaboración estadística, etc. Información que también ha de
ser de ayuda para la formulación de políticas públicas en materia cultural.
El art. 53 mencionado de nuestra ley, establece que “La Biblioteca Nacional
llevará un registro de los derechos de autor, en el que los interesados podrán
inscribir las obras y demás bienes intelectuales protegidos en ésta ley”
Una primera observación que cabe hacer en lo que nos concierne, es que el
registro de derechos de autor tiene una cobertura más amplia que el depósito
legal que se circunscribe a las publicaciones editadas.
La ley delega en la reglamentación el régimen de funcionamiento del registro:
“La solicitud, recaudos, trámite, registro y régimen de publicaciones se
realizarán conforme lo disponga la reglamentación pertinente” (art. 53 inc. 2).
Lo que le otorga la flexibilidad suficiente para adaptarse a los cambios exigidos
por la realidad.
Sin embargo, el registro no dispone de todas las atribuciones en la materia, ya
que la ley le asigna a otro organismo especializado toda una serie de
competencias en la materia. En primer lugar la resolución de las diferencias y
conflictos que se den durante el trámite registral; “Todas las controversias que
se susciten con motivo de las inscripciones en el Registro serán resueltas por
el Consejo de Derechos de Autor”. Esta norma está contenida en el art. 53, inc.
2 final de la ley, ya citado, y es reiterada en el Decreto Reglamentario (art. 11)
el que asigna al Consejo la facultad de resolver las oposiciones al registro de
una obra, y las peticiones para revisar las resoluciones de éste que han
rechazado el registro de una obra, o para anular el registro de una obra inscrita.
Si bien dejar en manos de un órgano ajeno al registro y especializado en la
materia la resolución de éstas controversias podría considerarse una ventaja; el
hecho de que en área de competencia del registro actúen dos dependencias
diferentes, puede resultar en dificultades para la gestión.
Pero esa duplicidad no queda ahí, el Decreto Reglamentario mencionado, No
354/004 de 3 de mayo de 2004, que reglamentó la ley luego de su modificación
del 2003, otorga al Consejo de Derechos de Autor además de la comentada
otras facultades: a) “ejercerá la supervisión y contralor sobre el referido
Registro” (art. 2); b) podrá “determinar otra forma de llevar el Registro, así
como disponer la creación de otras secciones que considere conveniente para
el mejor cumplimiento de su cometido” (art. 3); c) que “podrá disponer que la
registración se documente por medios cibernéticos que garanticen la plena
preservación de toda la información”; y d) podrá proponer al Poder Ejecutivo,
previa opinión del Ministerio de Educación y Cultura las tasas a cobrar por la
inscripción de obras y las transmisiones de la titularidad de las mismas (art. 8).
Alguna de esas potestades asignadas al Consejo facilitan la actualización de la
actividad del Registro sin tener que recurrir a los complicados procesos de
reforma normativa. A la vez, abren el camino para la incorporación al mismo
de nuevas tecnologías, que contribuirán a darle respuesta a las necesidades de
la época y a alguno de sus problemas actuales.
Sin embargo, las disposiciones mencionadas, además de los posibles
cuestionamientos sobre la aptitud de la vía reglamentaria para otorgar esas
atribuciones al Consejo, plantean como se ha dicho una superposición de
competencias con las de la Biblioteca Nacional a la que se le encarga llevar el
registro, que resulta difícilmente discernible. Por lo que éste es un motivo más
para acudir a la herramienta de la coordinación ante la necesidad encontrar
soluciones y evitar conflictos, tanto en lo institucional como en lo que se refiere
a la gestión.
En el registro no sólo se encarga de registrar las obras sino que además en él
se inscriben los cambios de titularidad de las mismas. El art. 54 establece que:
“Se anotarán en el mismo Registro, para que produzcan efectos legales, las
trasmisiones de los derechos de autor sobre la obra a pedido de la parte
interesada…”. Y el art. 55 fija el tributo aplicable a dichas transmisiones,
habilitando al Poder Ejecutivo a modificar esas tarifas, lo que también soluciona
el problema de la adaptación de las mismas a los cambios de circunstancias.
El giro “para que produzcan efectos legales” del art. 54 ofrece dudas en cuanto
las consecuencias del incumplimiento con la obligación de registrar los
transmisiones de derechos sobre las obras. Ya que no parece quedar claro si el
registro es un requisito para que la transferencia se concrete entre las partes
(publicidad constitutiva), o si el registro es necesario para que un contrato que
tiene plenos efectos entre las partes, resulte oponible ante terceros (publicidad
declarativa). El Decreto Reglamentario de la Ley (art. 7) ha pretendido dar
solución a ésta incertidumbre inclinándose por la segunda solución.
Dicha norma (inc. 2) otorga a su vez carácter facultativo al registro de las
transmisiones de las obras audiovisuales, los programas de ordenador y bases
de datos; así como a las obras extranjeras.
4 – Funcionamiento del Registro
El Capítulo II del Decreto, mencionado anteriormente, regula con relativo
detalle la organización del registro, la inscripción de los distintos tipos de obras,
y las transmisiones de la titularidad de los derechos.
Se prevén 5 secciones: 1- La de obras, que incluye las obras literarias,
musicales, plásticas, audiovisuales, radiodifundidas o televisas, fotográficas,
mapas y planos, de arte aplicado y arquitectónicas. Se incluye también en ésta
categoría a los programas de ordenador. 2 - La de interpretaciones y
ejecuciones. 3 – La de fonogramas. Estas dos últimas categorías suponen una
extensión del alcance del registro no sólo a los derechos autorales, sino
también a los llamados derechos conexos. 4 – El registro de transmisiones o
cesiones de los derechos patrimoniales de los autores, interpretes ejecutantes
o de productores de fonogramas, con las excepciones ya anotadas.
El procedimiento de registro comienza con la presentación de la solicitud de
registro con la información sobre los titulares de la obra y los ejemplares de la
misma o sus representaciones; sigue con una publicación de la misma en el
Diario Oficial, a partir de la cual se abre un período de 30 días para que
terceros presenten oposiciones, cosa que de no ocurrir supondrá la
confirmación del registro que se acredita expidiendo un certificado al solicitante.
Nos parece de justicia finalizar recordando los encargados del Registro, que en
base a su compromiso y responsabilidad lo mantuvieron cumpliendo sus
tareas, a pesar de las grandes limitaciones de los medios con que contaban.
Por lo que con la mención al Sr. Carlos Martínez recientemente retirado, vaya
nuestro homenaje a ellos.
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