Dos encuentros que no existieron

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Paulo Coelho
Dos encuentros que no existieron
Creo que, por lo menos una vez a la semana nos encontramos delante de
algún extraño con quien gustaríamos entablar conversación, pero no nos atrevemos.
Hace algunos días recibí una carta sobre este tema, enviada por un lector a quien llamaré
Antonio. Transcribo algunos trechos de lo que le sucedió, y a continuación narro una
experiencia mía (que no tuvo tan buen final).
La mendiga en Madrid (fragmentos de la carta de Antonio)
“Yo caminaba por la Gran Vía cuando vi a una señora bajita, de piel
clara, bien vestida, que pedía limosna a todos los transeúntes. En cuanto me acerque,
me imploró algunas monedas para un sándwich. Como en el Brasil las personas que
piden algo siempre llevan ropas viejas y sucias decidí no darle nada y seguí adelante. Su
mirada, no obstante, me dejó una sensación extraña.
Fui hacia el hotel, y de repente sentí un deseo incomprensible de volver
y darle una limosna – yo estaba de vacaciones, había acabado de comer, llevaba dinero
en el bolsillo, y debe de ser muy humillante quedarse en una calle, expuesta a todas las
miradas, pidiendo algo.
Llegué al lugar donde la había visto, pero ya no estaba allí. Anduve por
las calles próximas, y nada. Al día siguiente, repetí la peregrinación sin conseguir
encontrarla.
Desde ese día, ya no conseguí dormir bien. Regresé a Fortaleza, hablé
con una amiga, ella me dijo que se había frustrado una conexión importante y que yo
debía pedir la ayuda de Dios; recé, y de alguna manera escuché una voz diciendo que
tenía que volver a encontrar a la mendiga. Todas las noches me despertaba llorando
mucho, y resolví que no podía continuar así. Junté dinero, volví a comprar un pasaje y
retorné a Madrid en busca de la mujer.
Comencé una búsqueda sin fin, no hacía nada que no fuera buscarla, pero
el tiempo pasaba y el dinero se iba acabando. Tuve que ir a una agencia de viajes para
remarcar mi pasaje, ya que estaba decidido a no volver al Brasil hasta que hubiera dado
la limosna que había dejado de dar.
Cuando salía de la agencia tropiezo en un escalón y caigo en dirección a
alguien: la mujer que buscaba.
En un gesto automático metí la mano en el bolsillo, saqué lo que tenía y
se lo di; sentí una profunda paz y agradecí a Dios ese reencuentro sin palabras, esa
segunda oportunidad.
Después de eso, volví a España varias veces. Sé que no volveré a
encontrarla, pero cumplí con lo que mi corazón pedía.
Paulo Coelho
La pareja que sonreía (1977)
En aquella época yo estaba casado con Cecilia Macdowell y - como
atravesaba un período en el que había decidido abandonar todo lo que no me
entusiasmara – nos fuimos a vivir a Londres. Vivíamos en el segundo piso de un
pequeño apartamento en Palace Street, y teníamos mucha dificultad para hacer amigos.
Todas las noches, no obstante, una pareja joven, saliendo del pub de al lado, pasaba por
delante de nuestra ventana y saludaba, gritando para que bajáramos.
Yo me quedaba preocupadísimo por los vecinos; jamás bajaba, fingiendo
que el asunto no era conmigo. Pero la pareja siempre repetía sus gritos, incluso cuando
no había nadie en la ventana.
Una noche por fin bajé y protesté por el escándalo. Al momento la risa
de ambos se transformó en tristeza; me pidieron disculpas y se marcharon. Entonces,
aquella noche me di cuenta de que, aun cuando buscase amigos, estaba más preocupado
con el “qué dirán los vecinos”.
Decidí que la próxima vez los convidaría a subir y beber algo con
nosotros. Pasé una semana entera en la ventana a la hora en que acostumbraban a
pasara, pero no aparecieron. Empecé a frecuentar el pub, con la esperanza de verlos,
pero el dueño no los conocía.
Coloqué un cartel en la ventana, con el escrito “llamen nuevamente”.
Todo lo que conseguí fue que cierta noche un grupo de borrachos empezara a gritar
todas las malas palabras posibles y la vecina – con quien tanto yo me había preocupado
– terminase quejándose al propietario.
Nunca más los vi.
© Traducido del portugués por Montserrat Mira
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