Rev Med Hosp Gen Vol.55 Núm.2 Abr.-Jun. 1992 TITULO: Transmisión del SIDA en trabajadores de la salud. Riesgo o pretexto laboral? AUTORES: Alberto Francisco Rubio Guerra Mario Salamanca Calderón Francisco Moreno Rodríguez José‚ Juan Lozano Nuevo Leticia Rodríguez López Servicio de Medicina Interna Hospital General de Ticom n SS En los últimos anos, nuestro concepto de presentación clínica de las enfermedades infecciosas ha cambiado en forma importante con la identificación de microorganismos como causa de enfermedades no consideradas previamente como infecciosas, por ejemplo la enteritis por Campylobacter (ahora Helicobacter) y la enfermedad del Lyme,(1, 2) nuevas formas de presentaci¢n de pat¢genos ya conocidos (como el choque t¢xico producido por Staphilococo aureus)(3) y la aparici¢n de entidades no conocidas previamente, como en el caso del s¡ndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).(4) Descrito a principios de la d‚cada de los 80 como un proceso que ocasionaba inmunodepresi¢n e infecci¢n por oportunistas en hombres homosexuales,(5) se le consider¢ secundario a la infecci¢n por citomegalovirus o virus Epstein Bar,(8, 9) hasta que finalmente se reconoci¢ a un retrovirus, el HTLV III (despu‚s llamado virus de la inmunodeficiencia humana 1 O VIH-1), como el agente responsable.(10, 11) Los retrovirus son agentes virales conocidos ya desde hace tiempo. Tienen ARN como cido nucleico y su principal caracter¡stica es la presencia de la enzima transcriptasa reversa, esencial para su replicaci¢n. Estos virus se han asociado desde hace tiempo a infecciones neurol¢gicas y hematol¢gicas (incluyendo leucemias) en animales y en humanos.(12, 13) La infecci¢n se propag¢ r pidamente: cuatro casos en el primer informe norteamericano, 14,000 en 1986 y 179,136 para el 1 de julio de 1991. En esta misma fecha, 1 de julio de 1991, en todo el mundo sumaban 371,803 los enfermos de SIDA. En M‚xico, el primer caso se describi¢ en 1983, en ese mismo a¤o el total de pacientes lleg¢ a 17; y ya el 31 de agosto de 1991 se hab¡an reportado 8,277 sujetos en nuestro pa¡s. Cifra que lo llev¢ a ocupar el tercer lugar en el continente americano y el 110. en el mundo.(15) Lo anterior nos da una idea de la magnitud con que se ha diseminado la enfermedad. Por ser el SIDA cada vez m s com£n, los trabajadores de la salud est n cada vez m s en contacto con los pacientes que la padecen. El mal pron¢stico de la entidad, el temor al contagio y la ignorancia provocan rechazo al paciente por parte del personal hospitalario.(16, 17) Pero, ¨es esto razonable? Hace siglos, durante las epidemias de peste en Europa, el enfermo de pestilencia era rechazado y enviado al campo, donde deb¡a sanar por s¡ mismo o morir. El m‚dico que ten¡a el suficiente coraje para atenderlo usaba un traje con guantes, casco, m scara y lentes, y solamente lo tocaba con una vara, con el objeto de mantenerse aislado.(18, 19) Esta conducta reaparece en los hospitales hoy en d¡a hacia los pacientes con SIDA. Adern s de otras consecuencias, esta actitud nos puede llevar a cometer errores serios de manejo, corno el no estudiar bien a un paciente al que se le halla diagnosticado SIDA y dejar progresar alg£n padecimiento grave como el lupus eritematoso sist‚mico, que tiene un cuadro cl¡nico similar y puede incluso dar falsamente positiva la prueba de ELISA para VIH, por la gran cantidad de autoanticuerpos con que cursa.(20) Tambi‚n puede incurrirse en fobias y p nico e implantar medidas innecesarias y poco cient¡ficas que, al igual que la ropa del m‚dico medieval, s¢lo conseguir¡an aislar m s al paciente; tal es el caso de el negarse a ingerir alimentos preparados por pacientes infectados por el VIH-1.(21) Es cierto que el m‚dico corre ciertos riesgos de contagio al tratar enfermos. Es conocida, por ejemplo, la mayor posibilidad de contagio de tuberculosis en el personal de salud.(22) Tambi‚n existe mayor riesgo de contagio entre quienes manejan sangre para contraer el virus B de la hepatitis, paludismo y s¡filis, entre otras.(23) Se ha encontrado una frecuencia de hepatitis B cuatro veces mayor entre el personal de salud, en comparaci¢n con la poblaci¢n general; estudios realizados en M‚xico revelan una seropositividad de hasta 45% en dicho personal.(24, 25) Y no debemos olvidar que este tipo de hepatitis en un 10% de los casos evoluciona a la cirrosis hep tica y, de ‚sta, al hepatocarcinoma,(26) lo que la hace potencialmente mortal. El riesgo de trasmisi¢n del virus B de la hepatitis es 100 veces mayor que el del SIDA,(25, 27) fundamentalmente por la gran cantidad de part¡culas virales infectantes por mm^3 en la hepatitis B y su pobre correspondencia en el VIH. En el SIDA se ha encontrado escasa concentraci¢n viral, en particular al inicio de la infecci¢n, as¡ como una menor concentraci¢n de c‚lulas infectadas; se ha demostrado que al avanzar la enfermedad se incrementa la concentraci¢n, pero no lo suficiente como para aumentar el riesgo de contagio.(28, 29) Desde que se conoci¢ la enfermedad y el pobre pron¢stico que la acompa¤a, surgi¢ la preocupaci¢n acerca del riesgo que corre quien est en contacto con los pacientes. Pero desde un inicio se demostr¢ que, en los contactos caseros con estos enfermos, aqu‚llos que no pertenezcan a ning£n grupo de riesgo no se contagian y permanecen seronegativos.(30) El virus del SIDA solamente puede contagiarse por tres v¡as: sexual, inoculaci¢n a trav‚s de sangre y sus derivados, y de madre a hijo (sea transplacentario o por la leche materna).(27, 31, 32) Aunque el virus ha sido aislado de la saliva y otros l¡quidos corporales, es inconstante y se requerir¡an cantidades elevadas de estos l¡quidos para ser infectantes.(33) Es importante se¤alar que los grupos de riesgo para adquirir el VIH, son bs adictos a drogas intravenosas (grupo m s frecuente en los EUA), parejas sexuales de pacientes infectados (homosexuales, bisexuales y heterosexuales promiscuos), reci‚n nacidos de madres infectadas, as¡ como receptores de sangre o de sus derivados contaminados.(34) Los dos primeros son tab£es que implican rechazo y menosprecio por la sociedad, lo que origina que el paciente los oculte o mienta por temor al repudio. En cuanto al personal de salud, el £nico medio de contagio al desempe¤ar su trabajo es a trav‚s de la sangre y sus derivados. Se ha postulado como principal medio potencial a la herida por piquete con aguja contaminada; un accidente relativamente frecuente en los hospitales, sobre todo al cubrir agujas que deben ser desechadas.(35, 36) Por dicha v¡a se ha descrito exposici¢n del personal de salud al VIH. Hasta principios de 1991 se hab¡a informado de 24 casos de personal hospitalario que, sin ning£n factor de riesgo comprobable y con el antecedente de contacto con sangre contaminada, es seropositivo. Sin embargo, en ninguno se ha demostrado progresi¢n de la enfermedad a m s de ocho a¤os del reporte original. La opci¢n de considerar estos casos -algunos de ellos anecd¢ticos- como un contagio ocupacional, es aceptada; aunque algunos autores tienen sus reservas para ello.(35, 37, 38) De cualquier manera, aunque ocurren una gran cantidad de accidentes con agujas (lo cual es evidente por la elevada seropositividad al virus B de la hepatitis, comentada previamente), el riesgo de seroconversi¢n al VIH es muy bajo, del 0.4 seg£n c lculos estad¡sticos; lo cual es, como se refiri¢ con anterioridad, menor al riesgo de contagio por el virus B de la hepatitis.(38, 40) Otros l¡quidos corporales se han mencionado como fuente de posible transmisi¢n profesional, entre ellos el cefalorraqu¡deo, el amni¢tico, el pleural, el peric rdico, el de ascitis, as¡ como tambi‚n el semen y las secreciones vaginales; sin embargo, no se ha demostrado un s¢lo caso por esas v¡as.(35) El entrenar al personal de salud para tomar medidas de precauci¢n y el dise¤ar agujas con dispositivos que eviten los accidentes, o bien el uso de trituradores de agujas o jeringas o recipientes para las mismas que despu‚s se incineren, disminuir el riesgo de contacto con sangre contaminada.(36, 39) De igual modo, las medidas de protecci¢n a tomar son las mismas que la hepatitis B requiere,(41, 42) habiendo recomendado la Organizaci¢n Mundial de la Salud (OMS) que se pongan en pr ctica con todos los pacientes, sin importar su diagn¢stico. Se ha sugerido practicar la prueba de ELISA para VIH a todos los pacientes que ingresen a un hospital como medida de seguridad para el personal. Sin embargo, en un estudio realizado en el Hospital de San Francisco, se encontr¢ que tal actitud no s¢lo es in£til, sino potencialmente peligrosa, ya que no disminuye la frecuencia de accidentes y s¡ crea situaciones de confianza; as¡, al ser seronegativo el paciente, se relajan ias medidas de seguridad, increment ndose el riesgo de contagio por otros pat¢genos y corri‚ndose el riesgo de no detectar a quienes se encuentran en el lapso de tiempo entre infecci¢n y seropositividad (ventana inmunol¢gica).(43) Por tal motivo, la OMS recomienda que dicha prueba no se realice en forma indiscriminada, ya que un exceso de confianza puede llegar a un eventual contagio por VIH u otro pat¢geno,(35, 40, 44) Oesde el punto de vista ‚tico, el personal m‚dico y param‚dico no puede negarse a tratar pacientes con SIDA.(19, 35) Analizaremos ahora si existen bases cient¡ficas para just¡ficar el temor o el rechazo al manejo de estos pacientes. Desde los primeros trabajos realizados para detectar el riesgo que corre el personal de salud que maneja a los pacientes con SIDA, se detect¢ un patr¢n epidemiol¢gico similar al de la hepatitis B, encontr ndose que el personal hospitalario seropositivo pertenec¡a a alg£n grupo de riesgo; sin embargo, al no tener muestras de suero previas al contacto, no se pudieron sacar conclusiones.(45, 46) Los estudios han continuado, encontr ndose siempre un riesgo muy bajo de contagio (del 0.3 al 0.5%, por c lculos estad¡sticos).(15, 19, 27, 38, 40, 41, 45-47) tambi‚n se han obtenido otros datos interesantes, como son el que al avanzar la enfermedad la sangre es potencialmente m s infectante,(28, 29) el que no exista un s¢lo caso reportado de contagio por contacto mucocut neo o por un l¡quido diferente a la sangre (saliva o l grimas, por ejemplo),(51) y el que los casos de seroconversi¢n reportados previamente han partido de heridas profundas con exposici¢n relativamente severa a la sangre de pacientes en estadios finales de la enfermedad.(47, 51) Lo anterior es v lido para todo el personal hospitalario, incluyendo dentistas y personal de laboratorio.(53, 56, 58) Para tener una idea real de lo que ese 0.5% de riesgo significa, basta compararlo con la seropositividad de la poblaci¢n general de ia ciudad de Nueva York en edades entre 18 y 25 a¤os, o con la seropositividad de los reclusos en c rceles mexicanas, que en ambos casos es del 2%.(32, 59) Mediante m‚todos como la reacci¢n en cadena de polimerasa, se han estudiado trabajadores de la salud que, con antecedentes de contacto con sangre de pacientes con SIDA, permanecen seronegativos, encontr ndose resultados similares a los anteriores. El m‚todo se¤alado detecta ADN sintetizado por el virus gracias a la transcriptasa reversa, y no anticuerpos, por lo que no existe el periodo de ventana inmunol¢gica.(60) En estudios realizados en nuestro pa¡s, los trabajadores de la salud que son seropositivos y que han sido reportados, pertenecen a alguno de los grupos de riesgo descritos previamente.(61) Tambi‚n se ha reportado la transmisi¢n del virus de la hepatitis B, del citomegalovirus y del Criptococo neoformans despu‚s de la inoculaci¢n accidental (con aguja) de sangre proveniente de pacientes con SIDA y sin que hubiera transmisi¢n del VIH.(62-64) Tambi‚n se ha reportado la transmisi¢n del VIH de un dentista a una paciente, lo cual, aunque controvertido, es considerado por algunos autores como transmisi¢n profesional.(59) Pero como ambos aceptaron que el dentista us¢ guantes y m scara, hasta la fecha no existe una explicaci¢n satisfactoria de c¢mo ocurri¢ el contacto de l¡quidos corporales de ambos individuos. Por lo anterior, no existen bases cient¡ficas que justifiquen el rechazo o el temoral manejo del paciente con SIDA. El conocimiento del agente causal, de las v¡as de contagio, de las precauciones a tomar, de la estad¡stica y de los resultados de los trabajos previamente comentados, nos debe despojar del traje que cubr¡a la ignorancia del m‚dico medieval que combat¡a la peste; y situamos en la ‚poca actual, revisando y explotando los conocimientos adquiridos para desterrar temores, prejuicios y ayudar a nuestros pacientes. En el futuro aumentar el n£mero de enfermos infectados por el VIH y, por lo tanto, el n£mero de m‚dicos y param‚dicos que estar n en contacto con ellos. Ante la eventualidad de un contagio ¨qu‚ pueden esperar?, veamos: Hasta el momento actual, s¢lo nueve de los 24 trabajadores aludidos previamente han presentado sintomatolog¡a consistente en un s¡ndrome retroviral agudo (caracterizado por fiebre, artralgias, exantema, diarrea, adenopat¡as y ataque al estado general) sin mayor complicaci¢n.(61 )Por otra parte, tenemos evidencia de que la zidovudina, un agente antiretroviral, previene el desarrollo de la infecci¢n por VIH y evita su progresi¢n;(65, 66) de hecho, se ha usado como profil ctico despu‚s de accidentes con aguja, aunque hasta la fecha no se ha podido aclarar si la toxicidad de la droga representa un mayor riesgo que un remoto contagio.(67) Otros antivirales, como el inosine pranovex, tambi‚n han mostrado retardar o detener la progresi¢n de la enfermedad.(68) Desafortunadamente no contamos con una vacuna contra el VIH similar a la que existe contra la hepatitis B, de origen recombinante, por lo que esta medida profil ctica no puede ser empleada a£n. Actualmente existe una vacuna efectiva contra retrovirus, el responsable de la leucemia f‚lina,(69) y la vacuna contra el VIH de origen recombinante contra la prote¡na gp160 se encuentra en fase de prueba en voluntarios humanos; aunque se han obtenido resultados alentadores, a£n estamos lejos de contar con ella para uso cl¡nico.(70) La epidemia de SIDA tambi‚n ha repercutido sobre el desarrollo de los programas de residencias m‚dicas, tanto en el contenido de los mismos, como en el cambio de preferencias hacia reas en las que el manejo de estos pacientes es menos probable.(71-72) En el futuro nos enfrentaremos a nuevas epidemias, tanto por pat¢genos ya conocidos como por otros que conoceremos al correr del tiempo. As¡, est ya tocando a la puerta del mundo occidental el SIDA ocasionado por el virus de la inmunodeficiencia-2 (VIH-2), el cual es end‚mico en el Este de Africa. De hecho, ya empieza a informarse de casos en el mundo occidental; y aunque las v¡as de transmisi¢n son similares a las del VIH-1, se desconoce el riesgo de contagio al personal de salud.(73, 75) Al mismo tiempo, empiezan a surgir reportes de transmisi¢n del virus C de la hepatitis hacia el personal hospitalario. El comportamiento epidemiol¢gicamente es similar al del virus B, con un riesgo de contagio del 2.7%(76) y tambi‚n puede evolucionar a hepatitis cr¢nica, cirrosis y hepatocarcinorna.(26) Cuando llegue el turno tal vez nos enfrentaremos a ellas con la actitud del m‚dico medieval (quiz justificada en esa ‚poca, al carecer de las aportaciones de la microbiolog¡a, la infectolog¡a, la epidemiolog¡a y la medicina preventiva que ahora tenemos); o tal vez podremos asumir una actitud racional, cient¡fica y responsable, tomando en cuenta un eventual contagio por cualquier pat¢geno que siga el mismo comportamiento epidemiol¢gico, siguiendo una serie de medidas que nos protejan sin aislar y rechazar al paciente. Actuar con la mentalidad del Medievo, teniendo en cuenta las ventajas actuales, es inaceptable y equivale a retroceder hacia aquella ‚poca. CONCLUSIONES Cada vez m s trabajadores de la salud estar n en contacto con enfermos de SIDA, lo cual crear temor al contagio y situaciones de rechazo hacia el paciente.(78,79) Pero ello es y ser eticamente inaceptable y cient¡ficamente infundado.(80-82) Al respecto podemos concluir lo siguiente: 1. El riesgo de contagio con el VIH-1 en el personal de salud por atender pacientes con SIDA es menor que el que tiene la poblaci¢n general. 2. Aunque las v¡as de transmisi¢n son similares a las de la hepatitis B, hasta la fecha no se ha demostrado un solo contagio a trav‚s de piel y mucosas. 3. Las medidas de protecci¢n son similares a las adoptadas en la hepatitis B, siendo este padecimiento 100 veces m s contagioso para el personal de salud. 4. Las medidas de protecci¢n deben aplicarse en todos los casos y con cualquier pacientes, sin importar el diagn¢stico. El hacerlo s¢lo con los seropositivos incrementa el riesgo de transmisi¢n de otros pat¢genos m s f cilmente transmisibles y quiz tambi‚n el del VIH, por la posibilidad de que al manejar al paciente ‚ste se encuentre en la etapa de ventana inmunol¢gica. 5. Se requiere de una vacuna contra el VIH similar a la que se dispone contra el virus B de la hepatitis. 6. Los 24 casos de seroconversi¢n del personal hospitalario han tenido lugar a partir de la presencia de una herida profunda y, paralelamente, al contacto con pacientes en etapas terminales. Es poco probable el contagio a partir de un portador asintorr tico. De cualquier modo, deben tomarse las medidas de protecci¢n en todos los casos. En especial, se requieren dispositivos para eliminar las agujas y jeringas para disminuir el riesgo de accidente por punci¢n. 7. El m‚dico debe instruir al personal de salud y a la poblaci¢n en general respecto a las v¡as de transmisi¢n y al riesgo de contagio de los diferentes grupos de riesgo, as¡ como la forma de prevenirlo. 8. Tambi‚n se debe capacitar a los dem s trabajadores de la salud en las medidas de protecci¢n a seguir, en la necesidad de usarlas siempre y en el bajo riesgo que corren al manejar pacientes con SIDA. 9. En el presente, no existen razones ‚ticas ni cient¡ficas que justifiquen el temor al manejo y el rechazo a los pacientes con SIDA. BIBLIOGRAFIA 1. Blaser M, Reller B: Campylobacter Enteritis. N Engl J Med 1981;305:1444-1452 2. Steere AC: Lyme Disease. N Engl J Med 1989;321:586-596. 3. Fisher R, Goodpasture H, Peteris J et al: Toxic Shock Syndrome in Menstruating Women. Ann Intern Med 1981;94:156-163. 4. Lorber B: Changing Patterns of Infectious Disease. Am J Med 1988;84:569-578. 5. 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