sólo de noche - mundo cultural hispano

Anuncio
SÓLO DE NOCHE
Extract of MUNDO CULTURAL HISPANO
http://www.mundoculturalhispano.com/spip.php?article3730
México
SÓLO DE NOCHE
- LITERATURA - Relatos -
Publication date: Sábado 17 de febrero de 2007
Copyright © MUNDO CULTURAL HISPANO - Todos derechos reservados
Copyright © MUNDO CULTURAL HISPANO
Page 1/3
SÓLO DE NOCHE
Esta noche más que ninguna otra está consciente de su soledad. Ha ido, por insistencia de su prima LucÃ-a, a
vivir una corta temporada en la cabaña frente al lago de Pátzcuaro. LucÃ-a pensó que la paz que despide el sitio
llenarÃ-a a su prima de tranquilidad y el aislamiento le ayudarÃ-a a llevar con exactitud su nueva dieta.
Las palabras del doctor, dichas en la última cita, aún palpitan en su interior como un anuncio luminoso: su peso
ha llegado a 153 kilos, su presión arterial está muy alta, asÃ- como el nivel glucosa; debe adelgazar a como de
lugar, de otra manera no podré hacerme responsable de su salud. Consulte a un nutriólogo.
¡Cómo si no hubiera visitado a ninguno! En el transcurso de su vida ha perdido la suma de los nutriólogos a los
que ha acudido y de las dietas que ha llevado; todo en vano. Siempre fue una niña gordita, una joven rechoncha, y
ahora, una mujer descaradamente obesa.
Del mismo modo ha perdido la cuenta de las ocasiones en que fingió no haber escuchado las risas de sus
compañeros de escuela, burlándose de su figura, ya fuera en el gimnasio o en los festejos anuales. Pocas veces
lo recuerda, porque quiere olvidarlo, la ilusión que le embargó cuando asistió al primer baile de su vida. Su madre
intervino amorosamente en la selección del vestido que necesitó hacer una costurera porque en los almacenes no
habÃ-a la talla para ella. Sólo su primo menor, a regañadientes y después de un pellizco de su mamá, la sacó
a bailar. Todos, sin discreción, cuchicheaban y reÃ-an al verla: el vaporoso vestido de color de rosa le hacÃ-a
parecer a la ballerina hipopótamo de la pelÃ-cula “FantasÃ-a― de Walt Disney.
También quiere olvidar las ocasiones en las que lloró por un amor no correspondido. Ha borrado de su memoria
las veces que se ha enamorado: de un compañero de clases, de un maestro, de un primo, hasta del nuevo curita o
del tendero de la esquina. Nunca sus labios han sido besados, ni su cuerpo acariciado. Nunca un varón ha estado
a su disposición. Sólo en sus sueños lleva la iniciativa. Disfruta del amor y del sexo con el hombre que ha
idealizado. Tal vez por eso duerme tanto.
Hoy, a sus cuarenta y cinco años, se ha propuesto dejar de ser gorda. Su mayor anhelo es ser delgada, que los
hombres se fijen en ella y, sin darle rodeos, que le hagan el amor. Trajo a la cabaña sólo los alimentos estrictos
que le permite la dieta. Lejos de tiendas, mercados, neverÃ-as y pastelerÃ-as, no tendrá tentaciones que ayuden a
su claudicación.
Los primeros dÃ-as fueron de novedad, de descubrir los alrededores, de leer, de preparar los alimentos para su
dieta, de observar los estantes y libreros que llenan la casa, repletos de adornos y juguetes de los dos pequeños
hijos de su prima . Ella no tuvo hermanos, ni sobrinos a quien mirar durante sus juegos, asÃ- que se entretiene
repasando cada uno de los atractivos juguetes. Han trascurrido dos semanas, la báscula sólo marca un kilo
menos, y la depresión comienza a hacer de las suyas. La soledad llena sus espacios.
Al inicio de esa noche, ha salido a la terraza vecina del jardÃ-n interior de la cabaña, un extraño calor llena su
cuerpo, un deseo inmenso de compañÃ-a masculina le embarga. Se recuesta en un diván, por instantes observa
las estrellas chispeando en la opacidad del firmamento. La luminosidad de la luna llena proporciona sombras
fantásticas a los árboles y permite mirar con claridad a corta distancia.
El aroma y los sonidos de la noche apremian sus deseos. Con lentitud comienza a acariciarse sobre la ropa. Cierra
los ojos. Al cabo de unos minutos una percepción de ser observada le hace abrirlos bruscamente. Con avidez
busca en la penumbra. No encuentra nada. El calor de su cuerpo aumenta. Sin prisa se quita su ropa hasta quedar
desnuda, grande, blanda y expectante. Buscando frescura, deja la terraza y va al centro del jardÃ-n y se tiende de
espaldas sobre la hierba. Estira los brazos con voluptuosidad, suspira y dirige sus manos a sus senos enormes que
se derraman sobre sus costados. Cierra de nuevo los ojos, relajada, inmersa en sus sensaciones. Una vez más esa
impresión de ser vista. Abre los ojos. Gira la cabeza a la derecha. Es cuando lo ve.
Se mantiene inmóvil por segundos, entrecierra los ojos para agudizar la mirada. SÃ-, ahÃ- está sólo a un metro
de ella, apenas sobresaliendo entre la hierba. Se incorpora. ¡No lo puede creer! Es un hombrecito de escasos
quince centÃ-metros vestido de explorador, con sombrero texano, binoculares, mochila, pistola al cinto y un látigo
en una de sus manos. Observa que él, utilizando los gemelos mira hacia arriba, fija su mirada en su rostro. Lo
toma entre sus manos.
Él permanece inmóvil. Lo coloca de pie en la palma de su mano, lo revisa milÃ-metro a milÃ-metro. Es perfecto,
se dice: el hombre que tantas veces ha soñado pero diminuto. No consigue dejar de mirarlo y admirarlo. Una idea
aparece: nunca ha visto a un hombre desnudo, sólo en las láminas de los libros escolares de sexualidad humana.
Se arrodilla. Lo coloca frente a ella y, con las puntas de sus uñas comienza a quitarle la ropa hasta dejarlo
desnudo como ella lo está. El hombrecito no pronuncia palabra alguna, no trata de huir, permanece preso de su
Copyright © MUNDO CULTURAL HISPANO
Page 2/3
SÓLO DE NOCHE
voluntad. Con delicadeza, lo vuelve a poner sobre la palma de su mano izquierda, ahora acostado de espaldas. Lo
acerca para verlo mejor; con la yema del dedo Ã-ndice comienza a acariciarlo: primero su cabello, lacio y castaño,
luego su rostro varonil, su dedo va bajando hasta llegar al bajo vientre. ¡AhÃ- están! Se sorprende: un falo y dos
testÃ-culos minúsculos sobresaliendo entre la fronda oscura del vello púbico. Con delicadeza frota el pequeño
vástago que con rapidez se erecta. Llena de ansiedad, se recuesta sobre la hierba y lo coloca en el valle entre sus
senos.
Cierra los ojos, y se concentra en los pasos y movimientos liliputienses que recorren su cuerpo. Primero lo siente
escalar su cuello y subir hasta su rostro, sus labios pulposos registran a esa pequeña boca que se prende de ellos,
recorriéndolos, chupándolos fragmento a fragmento. Suspira profundo y el aire que exhala hace caer al
hombrecito de nuevo sobre su pecho; éste se incorpora e inspecciona senos y pezones, en ellos se detiene
largamente rodeándolos, abrazándolos, lamiéndolos. La sensibilidad y fantasÃ-a femenina magnifican las
sensaciones. Ahora siente los pasitos bajar por su esternón hasta llegar al vientre, lo explora deteniéndose en el
ombligo que semeja un cráter lunar, introduce sus dos manos en la hondonada y, en movimientos circulares, le
acaricia lento provocándole goces inéditos que corren hasta sus genitales. Él, continúa su recorrido. Utiliza
sus uñas y se desliza de su vientre abultado y llega hasta la maleza del triangulo de su pubis. AhÃ-, palpa sus
vellos, aspira su olor y busca entre el follaje su cañada bermeja, en ella, el clÃ-toris semeja un enorme rubÃpiramidal.
El hombrecito, con la mano extendida, lo frota rÃ-tmicamente, desprendiéndole sensaciones que le hacen gemir,
suspirar y acelerar la respiración. Él prosigue su labor sin descansar. Cuando la vasta pelvis comienza a ondular,
a subir, a bajar, él se prende de sus largos vellos para no caer. Ella abre las piernas. Está a punto de la
culminación. En un rápido movimiento acerca su mano hasta el responsable de su placer. Lo toma, lo encierra
entre sus dedos y lo dirige a la entrada de su caverna inviolada. El hombrecito no hace nada para defenderse.
Cuando está a punto de sumergirlo en el abismo de su oquedad, le sobreviene el orgasmo, su cuerpo se tensa y se
produce la explosión de sus células, de su sangre, que le hace perder el control, involuntariamente abre sus
dedos y el hombrecito resbala por su costado y cae sobre el césped.
Ella permanece ahÃ-, imponente, jadeando con los ojos cerrados y su mente concentrada en el epicentro del placer
que dulcemente se va extinguiendo. Poco a poco va recobrando su ritmo cardiaco, su respiración se aquieta, las
imágenes vuelven a su realidad. De súbito se incorpora, y busca alrededor. Se agacha, gatea escudriñando
entre la hierba. Sus enormes nalgas alumbradas por la luna semejan dos dunas móviles divididas por una cuenca
oscura. Recapacita y regresa a mirar, no hay vestigios de la ropa que le quitó al hombrecito. Desespera, quiere
encontrarlo, comprobar que lo que vivió fue real, cuidarlo, mantenerlo con ella, él la aceptó como es, él le
ayudó a llegar a la culminación y estuvo preso de su voluntad.
Vuelve sobre la hierba. Después de mucho buscar sus esfuerzos tienen éxito: un diminuto sombrero texano
aparece ante sus ojos; ansiosa lo recoge. Oprime el objeto contra su pecho y entra en la casa. Con fervor lo revisa
buscando huellas de su dueño. Capta que en el forro tiene escritas dos palabras: Indiana Jones. Instintivamente
sus ojos buscan sobre los estantes de los juguetes. Descubre un explorador vestido con ropa apropiada,
binoculares, mochila, pistola al cinto y un látigo en su mano derecha. Sólo falta algo. Se acerca y, sonriendo
emocionada, coloca el sombrero en su cabeza.
Copyright © MUNDO CULTURAL HISPANO
Page 3/3
Descargar