Discurso de inauguración Sr. D. Chris Patten SPEECH/03/278 Bruselas, 5 de junio 2003

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SPEECH/03/278
Sr. D. Chris Patten
Comisario de Relaciones Exteriores
Discurso de inauguración
Seminario sobre cohesión social en América Latina y el Caribe
Bruselas, 5 de junio 2003
La historia económica reciente de América Latina ha estado salpicada de falsos
amaneceres y promesas incumplidas. Muchas historias de éxito han visto
desbaratado su argumento justo cuando parecía estar a la vista su escurridizo feliz
desenlace. Hoy, es un continente marcado por una inestabilidad financiera y social
creciente, en el que el pesimismo prevalece demasiadas veces sobre el optimismo.
Para muchos, se encuentra en un punto crítico, de precario equilibrio entre una
profundización de la crisis y una recuperación estable.
Así pues, nos vemos obligados una vez más a buscar una nueva clave que ayude a
América Latina a librarse para siempre de sus perpetuos problemas. Yo no tengo,
obviamente, esa clave - pero las lecciones extraídas de la experiencia ofrecen
indicaciones firmes de cuáles han sido las deficiencias de muchos de los procesos
de reforma emprendidos en la última década. Por encima de todo, las actuales
convulsiones –ya sean económicas, sociales o políticas– dejan perfectamente claro
que la mayoría de los procesos de reforma no han aprovechado el potencial, ni
atraído el compromiso, de todo el conjunto de los ciudadanos de América Latina.
En pocas palabras, existe en la región una preocupante y cada vez más grave falta
de cohesión social.
Esa es la razón por la que propuse hace unos meses al Presidente Iglesias que
trabajáramos juntos para resolver este problema. Su incondicional apoyo personal,
así como el del Banco, no se hicieron esperar. Quiero, en primer lugar, darles las
gracias a él y a su personal por haber contribuido a hacer posible este seminario.
Quiero también agradecer su presencia hoy aquí a todos ustedes y, en particular, a
mis colegas ministeriales y a la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Económica de
las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, que, a pesar de sus cargados
programas de trabajo y sus múltiples obligaciones, han decidido contribuir hoy a
nuestra labor.
¿Por qué es tan importante resolver la desigualdad? ¿Por qué no debemos esperar
más para hacer frente a este desafío?
Porque la desigualdad no es sólo un concepto abstracto que preocupa –en mayor o
menor medida– a unos pocos que han recibido una educación superior. Significa
pobreza, hambre, sufrimiento y angustia para muchos, tanto más dolorosos por el
contraste de la comodidad y la opulencia de que disfrutan unos pocos de sus
conciudadanos. Y por eso son muchos, muy comprensiblemente, quienes esperan
que unos pocos –y eso significa nosotros– actúen urgentemente para mejorar su
vida.
Ninguna región y ningún país pueden esperar beneficiarse de un desarrollo, un
crecimiento y una estabilidad política duraderos si no construyen sociedades
inclusivas, basadas en la justicia social.
En contra de las teorías económicas que durante mucho tiempo consideraron la
desigualdad una cuestión periférica, o minimizaron la importancia del complejo
conflicto entre equidad y crecimiento, los estudios recientes demuestran que existe
una clara relación negativa entre desigualdad y crecimiento, al mismo tiempo que
afirman que una distribución más igualitaria de los bienes lleva aparejadas mayores
tasas de crecimiento.
La desigualdad, la pobreza y la exclusión debilitan además la democracia y
amenazan la paz y la estabilidad. La exclusión económica genera exclusión política.
Al poner en peligro la justicia social, la desigualdad provoca malestar y descontento
sociales. Las tensiones sociales y el rendimiento económico están estrechamente
vinculados, ya que cualquier tipo de incertidumbre afecta negativamente al
comportamiento de los mercados financieros y los inversores.
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Estas observaciones son especialmente pertinentes en el caso de América Latina.
Los tremendos esfuerzos que las naciones latinoamericanas han dedicado en los
dos últimos decenios a la modernización de sus economías y la estabilización de
gobiernos democráticos y del respeto de los derechos humanos han producido
dividendos considerables en términos de crecimiento, comercio e inversión. Sin
embargo, esto no se ha traducido en una mejora generalizada de las condiciones
de vida, que haya permeado todos los niveles de la sociedad. La desigual
distribución de la renta es una de las características más conspicuas de las
estructuras económicas y sociales de América Latina. Como señaló recientemente
el Dr. Ocampo, aunque hace tres décadas América Latina tenía ya la distribución
de la renta más desigual del mundo, la situación es actualmente peor todavía.
A pesar de los grandes avances realizados para mejorar las condiciones de vida, el
número de pobres ha aumentado de manera alarmante durante el pasado decenio.
En su destacado informe "América Latina frente a la desigualdad", el Banco
Interamericano de Desarrollo señaló que, si la renta se distribuyera en América
Latina como en los países del Sudeste de Asia, la pobreza sería actualmente una
quinta parte de la que hay.
Todo esto explica que esté cada vez más extendida entre la población
latinoamericana la percepción de que la democracia y las reformas de mercado no
han aportado una mejor calidad de vida.
La actual combinación de ralentización económica internacional, zozobra social y
política e inestabilidad financiera que afecta a numerosos países de la región pone
palmariamente de manifiesto aun para el más reticente observador que América
Latina no puede esperar un crecimiento sostenido a menos que aumente la
cohesión de sus sociedades. Cohesión significa compartir más ampliamente los
frutos del progreso y proporcionar a quienes ahora están marginados o excluidos
acceso a unos servicios públicos decentes, a una protección social adecuada y a la
justicia.
Lo que está en juego es la oportunidad para América Latina de reincorporarse al
tren del crecimiento económico – o caer en una recesión económica y, en definitiva,
política, más profunda.
No somos los únicos que pensamos así. Aunque últimamente se han dedicado
numerosos artículos de prensa a la llamada fractura transatlántica, me complace
asegurarles que sobre esta cuestión no existe división semejante.
En la reciente audiencia celebrada con ocasión de su nombramiento como
Secretario adjunto de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, el Embajador
Roger F. Noriega dijo que el problema de América Latina y el Caribe no es sólo que
la mayoría de la gente sea pobre, sino que esa mayoría representa actualmente un
porcentaje de la economía menor que hace 15 años. Destacó que las políticas
sociales deben demostrar un compromiso con el crecimiento y con la equidad, en el
que todos los ciudadanos puedan ser accionistas de su economía.
La equidad social es una cuestión que interesa también al Fondo Monetario
Internacional. Su Director Gerente, Horst Köhler, dijo en su intervención ante la 33ª
Conferencia de Washington del Consejo de las Américas que sin equidad social, no
puede haber paz social y, sin paz social, seguirá siendo difícil lograr inversiones a
largo plazo y un crecimiento económico sostenible.
La cohesión social de América Latina no sólo es un desafío para los países de la
región, sino para todos nosotros:
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Para hacer frente a este desafío, los gobiernos de América Latina y el Caribe
deben dar muestras hoy de una determinación y un compromiso político iguales a
los que mostraron hace más de diez años, cuando aplicaron las recetas políticas
del consenso de Washington para superar la crisis de la deuda.
Es preciso que profundicen sus reformas institucionales, que incrementen su
inversión en capital humano a todos los niveles y que desarrollen mercados
financieros eficientes, respaldados por marcos jurídicos y normativos robustos. Y el
requisito básico y general es fomentar una confianza genuina de la población en
quienes la gobiernan. A menos que se erradique la corrupción a todos los niveles,
el proceso de reforma estará condenado a tropezar en un fracaso tras otro hasta
derrumbarse.
Para lograr avances reales en la cohesión social, debe emprenderse una actuación
más enérgica de aumento de los ingresos públicos que permita apoyar un gasto
social adecuado, pero que no dé al traste con los equilibrios fiscales. Es preciso
dedicar mayores esfuerzos a incrementar la eficacia de las medidas de protección
e inclusión social.
Ahora bien, los gobiernos de la región no están, y no deben estar, solos. La
cooperación internacional debe apoyar estos esfuerzos, respetando el principio de
propiedad que implica que los países interesados –sus gobiernos, sus empresas y
su sociedad civil– deben encabezar la marcha en pos de una mayor cohesión
social.
La comunidad de donantes tiene que apoyar la labor de desarrollo de unos
sistemas fiscales saneados que promuevan una distribución más justa de la
riqueza, de fomento del acceso a la justicia y a los servicios sociales, de mejora de
los sistemas de protección social y de aplicación de políticas de empleo que
reduzcan la segregación y la discriminación en los mercados de trabajo.
La cooperación internacional debe fomentar y apoyar las reformas encaminadas a
incrementar los recursos públicos para asegurar niveles adecuados de gasto social
y, de este modo, desembarazar a las políticas sociales de una dependencia
excesiva respecto de la financiación externa.
Debe examinarse minuciosamente la incidencia de los programas de reforma
apoyados por la comunidad internacional y, en particular, por las instituciones
financieras internacionales, en la cohesión y la estabilidad sociales. Y debe haber
más y mejor coordinación entre todos los donantes.
Estoy aquí hoy para asegurarles que la Unión Europea y, en concreto, la Comisión
Europea, están preparadas para apoyarles en sus esfuerzos por responder a este
desafío.
Si bien nuestra preocupación tiene indudablemente un fundamento ético,
permítanme que les presente algunas razones perfectamente válidas que justifican
el interés de Europa por la estabilidad y la prosperidad de la región:
Esta región es y seguirá siendo un asociado económico y político vital para la Unión
Europea. La Unión Europea es el principal inversor en la región. En 1999, la
entrada de inversión directa en la región fue de 43.000 millones de dólares
estadounidenses, frente a los 20.000 millones de dólares invertidos por los Estados
Unidos. La Unión Europea es además el segundo socio comercial más importante
de la región, y el primero en el Cono Sur. Los intercambios comerciales entre
ambas regiones se duplicaron entre 1990 y 2000. Además, entre 1991 y 2000,
Europa proporcionó en total a la región más de 26.500 millones de dólares
estadounidenses en concepto de ayuda al desarrollo, cantidad que representa más
del 45% de las aportaciones recibidas por la región.
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Los dos siguientes donantes más importantes, Estados Unidos y Japón,
proporcionaron en conjunto sólo el 34%...
En la Unión Europea también sigue habiendo pobreza y existen, desde luego,
impresionantes desigualdades. No obstante, el principio de la cohesión social
ocupa el centro de los valores de la Unión Europea. Estamos trabajando con
empeño para construir una sociedad más justa y, por supuesto, tendremos que
mantener este esfuerzo para responder a las expectativas de mejora del bienestar
de la población de los diez países que se incorporarán a la Unión Europea dentro
de un año. Para ello habrá que realizar esfuerzos sustanciales por mejorar la
cohesión regional y social.
[En la UE, hemos elaborado políticas sociales y métodos de trabajo que han dado
resultados razonablemente satisfactorios, y que tal vez les resulten interesantes
para sus propios fines.
Un ejemplo es el proceso que llamamos de "coordinación abierta". Basado en la
cooperación intergubernamental voluntaria, permite que los Estados miembros de
la UE, tras haber fijado unos objetivos comunes y haber adoptado planes
nacionales para combatir la exclusión, aprendan de sus éxitos y de sus fracasos.]
La experiencia de la UE, y la necesidad que seguimos compartiendo de eliminar la
exclusión social, proporcionan un fundamento sólido sobre el cual podemos trabajar
juntos y sitúan esta cuestión en el centro de nuestra asociación estratégica.
Este seminario es el primer paso hacia el logro de este objetivo. Queremos debatir
maneras de intercambiar nuestra experiencia, nuestras mejores prácticas y
nuestros conocimientos técnicos. Y contamos con su experiencia y su compromiso
político para hacer que este importante debate sea provechoso.
¿Un seminario más en la larga lista de conferencias internacionales, seminarios y
reuniones que se celebran todos los días?
En absoluto. Para nosotros, éste es el comienzo de un proceso que debe llevarnos
a concebir y mejorar políticas que cambien de manera tangible las condiciones de
vida de los miembros más vulnerables de nuestras sociedades, no sólo a engrosar
las ya abundantes existencias de lacónica bibliografía sobre el tema.
El siguiente paso debe ser la creación de un grupo de trabajo integrado por un
reducido número de participantes altamente cualificados y comprometidos, para
concretar los resultados de los debates de los dos próximos días en directrices
políticas significativas y propuestas prácticas de acción. Me gustaría que estos
resultados se llevaran, con el acuerdo de todos los países caribeños,
latinoamericanos y europeos, a la cumbre de México del año próximo. Espero que
los Jefes de Estado y de Gobierno expresen allí su apoyo a nuestras iniciativas.
Necesitamos su compromiso político. Si lo conseguimos, no debería haber más
excusas para la inacción.
Sé que éste no será un reto fácil. Hay muchas cuestiones delicadas y harán falta
mucha dedicación y debates políticos. Pero espero que esto no nos desaliente, sino
al contrario. Espero que hoy podamos convenir en que nuestras relaciones son lo
bastante maduras para que nos dediquemos a abordar de frente este difícil pero
gratificante asunto.
Durante más de veinte años, el diálogo entre la UE y América Latina/el Caribe ha
estado marcado por una cooperación franca y fecunda y, de hecho, por éxitos
tangibles de fortalecimiento de la democracia y promoción de la integración
regional. Esta trayectoria me hace confiar en que estamos preparados para nuestro
próximo desafío común. Es hora de que pensemos y trabajemos juntos en un
esfuerzo concertado para hacer frente a las desigualdades y a la exclusión social.
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