AL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL Que por medio del presente escrito, formulan RECURSO DE INCONSTITUCIONALIDAD, en tiempo y forma exigidos por el art. 33 de la LO 2/1979, frente al Artículo Único, apartados Seis y Siete de la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional, en sus artículos 16. 1 y 16. 3; por su contradicción, respectivamente, con el artículo 159, apartado 1 de la Constitución, y con el artículo 160 de la misma Norma Fundamental, en base a los siguientes fundamentos fácticos y jurídicos HECHOS Primero. Las Cortes Generales han aprobado la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional, publicada en el Boletín Oficial del Estado con fecha 25 de mayo de 2007, cuyo objeto es realizar una serie de adaptaciones en la mencionada ley organizativa y procedimental, que concilien la actuación del más alto intérprete de la Constitución, a la realidad y exigencias jurídicas del Estado, toda vez que han transcurrido casi tres décadas desde su aprobación. La Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, a través de su artículo Único, tiene por finalidad introducir numerosos cambios en la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional con la finalidad de intentar la resolución de los problemas constatados desde 1980, en especial el crecimiento de los recursos de amparo elevados ante este órgano como garante último de los derechos fundamentales y las libertades públicas; lo que ocasiona inconvenientes de organización y personal, afectando al tiempo de emisión de las resoluciones. Así mismo, se realizan ajustes que inciden en materias procedimentales y de estricta organización. Segundo. Los recurrentes inician este procedimiento como consecuencia de la oposición frontal con la Constitución Española (en adelante CE), en sus artículos 159.1 y 160; del Artículo Único, apartados Seis y Siete de la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional (en adelante LOTC), en sus artículos 16. 1 y 16.3. El artículo 16.1 recibe la adición de un nuevo párrafo para obligar al Senado a proponer los Magistrados correspondientes a su tercio, entre los candidatos presentados por las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas, en los términos que determine el Reglamento de la Cámara Alta. Por otra parte, la Ley que impugnamos también contiene una nueva redacción del artículo 16.3 de la LOTC, cuyo propósito es alterar la duración constitucional del cargo Presidente(a) del Tribunal, aumentando su duración más allá de los tres años, cuando el mandato de esta magistratura no coincida con la renovación del Tribunal Constitucional. Los parlamentarios comparecientes estiman que tales modificaciones (la adición en el artículo 16.1 y la nueva redacción del artículo 16.3), introducidas vía enmienda durante la tramitación parlamentaria de la ley por las Cortes Generales y ajenas a la finalidad originaria del Proyecto, vulneran frontalmente y sin ningún género de duda los artículos 159.1 y 160 de la Constitución, y como consecuencia de ello, afectan a otros preceptos que se detallan en los fundamentos de derecho segundo y tercero: Artículo 159.1 CE: “El Tribunal Constitucional se compone de 12 miembros nombrados por el Rey; de ellos, cuatro a propuesta del Congreso por mayoría de tres quintos de sus miembros; cuatro a propuesta del Senado, con idéntica mayoría; dos a propuesta del Gobierno, y dos a propuesta del Consejo General del Poder Judicial.”. Artículo 160 CE:” “El Presidente del Tribunal Constitucional será nombrado entre sus miembros por el Rey, a propuesta del mismo Tribunal en pleno y por un período de tres años.”. FUNDAMENTOS DE DERECHO Primero. Se recurre ante el Tribunal el Artículo Único, apartados Seis y Siete de la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional, en sus artículos 16. 1 y 16. 3; por su contradicción, respectivamente, con el artículo 159, apartado 1 de la Constitución, y con el artículo 160 de la misma Norma Fundamental. En el fundamento de derecho segundo expondremos la contradicción del nuevo párrafo añadido al art. 16.1 LOTC con el artículo 159.1 CE, para pasar seguidamente en el fundamento jurídico tercero a poner en evidencia la colisión constitucional de la nueva redacción del artículo 16.3 LOTC con el artículo 160 CE. Segundo. La adición de un segundo párrafo al artículo 16.1 LOTC y la vulneración del art. 159.1 de la Constitución. La vulneración derivada del art. 165 de la Constitución. La evidente concurrencia de un desapoderamiento de competencias del Senado según su configuración constitucional derivada del Título III y con ello la producción de vulneraciones en varios de sus artículos. Finalmente, la afectación del art. 23.2 CE. Una opción legislativa consistente en alterar la Constitución para desnaturalizar las atribuciones constitucionales del Senado, será siempre contraria e inaceptable para la Norma de Normas. La configuración que a través de ley se opere sobre las instituciones y órganos del Estado, debe consistir, cuando sea necesario, en un desarrollo armónico de los aspectos organizativos o de funcionamiento pero nunca en alterar sustancialmente la institución afectada por la norma, ni mucho menos producir un desapoderamiento de las atribuciones que se le confieren expresamente. Con meridiana claridad, el art. 159.1 CE señala que cuatro de los doce miembros del Tribunal Constitucional son nombrados por el Rey a propuesta del Senado. El núcleo de la cuestión a decidir ante esta nueva regulación es si el Senado (y por extensión, el Congreso de los Diputados, el Gobierno y el Consejo General del Poder Judicial que son mencionados en condiciones de igualdad por el citado precepto), pueden a través de algún tipo de normas jurídicas, leyes o reglamentos, renunciar, condicionar o trasladar a otras instituciones esa facultad atribuida a partir del texto constitucional. La respuesta ha de ser necesariamente negativa. a) En primer lugar, en el ámbito de las fuentes del derecho, la norma impugnada asume la responsabilidad de ordenar al Senado que los Magistrados que elija para proponer al Rey sean, siempre y en todo caso, candidatos presentados por las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas. Se hace mediante una Ley que regula otro órgano constitucional diferente (el Tribunal Constitucional) y no mediante el Reglamento del Senado, al que llama el artículo 72 de la Constitución. Dejamos, por tanto, fuera de estas consideraciones jurídicas la (im)posibilidad de que el Reglamento de la Cámara Alta estuviese capacitado para condicionar de tal modo la elección, que llegase a este mismo resultado. Pero, de continuar vigente este precepto, el Reglamento ha de adaptarse para el cumplimiento de este art. 16.1 párrafo segundo de la LOTC, lo que evidencia la extravagancia del cauce normativo elegido y la invasión de la reserva constitucionalmente asignada al Reglamento parlamentario. b) En segundo lugar, y a partir de la conclusión anterior, siguiendo con este problema de fuentes, el operador jurídico se encuentra con el sospechoso e inconsistente hecho de que la norma derivada del art. 165 CE destinada a regular el funcionamiento del Tribunal Constitucional, la LOTC, está regulando el comportamiento al que debe ajustarse el Senado. Si la gravedad de ello no fuera suficiente, el nuevo art. 16.1.II LOTC excede además los límites señalados por las llamadas de desarrollo a ley orgánica, contenidas a lo largo del Título IX CE y muy en especial la del art. 165 CE: “Una ley orgánica regulará el funcionamiento del Tribunal Constitucional, el estatuto de sus miembros, el procedimiento ante el mismo y las condiciones para el ejercicio de las acciones”. La determinación del comportamiento de otro órgano del Estado, señalado por el constituyente como elector de sus miembros, jamás podrá considerarse a) ni como funcionamiento, ya que se trata de la elección previa, b) ni como regulación del estatuto de sus Magistrados, que arranca a partir de la propuesta y nombramiento, no antes, c) ni como parte del derecho procesal constitucional, ya que se trata de una cuestión orgánica. La carencia de atribuciones al respecto no sólo de una ley, sino específicamente de la LOTC, es suficientemente elocuente, y la afectación del art. 165 CE, por utilizar esa norma para una finalidad distinta a la exigida, (invadiendo además las atribuciones constitucionales expresas hacia el Senado, por parte del art. 159.1 CE), se suma a la vulneración constitucional del art. 159.1 CE. Esta estructura jurídica decidida por el legislador es desastrosa. Por ejemplo, permitiría que la Ley Orgánica del Poder Judicial dijera al Congreso de los Diputados no sólo los requisitos precisados a partir de la Constitución que deben cumplir sus Vocales, sino que los elijan según las propuestas de cualesquiera órganos autonómicos o corporaciones profesionales. O la propia Ley Orgánica del Tribunal Constitucional podría obligar al Gobierno a que sus propuestos fueran a su vez determinados por las mayorías parlamentarias. Las diversas resoluciones del Tribunal Constitucional en torno al concepto de Ley Orgánica y su naturaleza, entre las que cabe destacar las SSTC 5/1981, de 13 de febrero, 76/1983, de 5 de agosto, 169/1987 de 27 de octubre, o 124/2003, de 19 de junio; no dejan abierta la posibilidad de que las remisiones particulares de desarrollo que el propio texto constitucional concede para complementar los preceptos constitucionales mediante la invocación de esta figura jurídica, permitan a la ley orgánica atribuida a una institución determinar parcelas fundamentales del núcleo de decisión y actuación de otra, y mucho menos cuando esa otra es una cámara representativa. A mayor abundamiento, se utiliza una Ley Orgánica (la del Tribunal Constitucional) para otorgar competencias a las Asambleas autonómicas que la Constitución no ha previsto. Ahora, los Reglamentos de estos Parlamentos territoriales deberán modificarse también para regular la forma de ejercer esa nueva atribución en cada Comunidad. La insuficiencia de esta Ley para modificar la estructura territorial establecida por la Constitución es evidente. Una Ley Orgánica del artículo 81CE, no puede alterar la distribución de competencias y, menos aún, para desapoderar a un órgano constitucional del Estado, como es el Senado, depositario de la representación de la Nación, sustituido ahora por los ámbitos parciales de representación de cada Asamblea de Comunidad Autónoma. En cualquier caso, estamos ante una perversión normativa inconstitucional que se añade a la invasión competencial de fondo a la que ya pasamos a referirnos. c) En tercer lugar, en cuanto al fondo de esta decisión normativa, que el legislador sustraiga a un órgano constitucional (con atribuciones “mínimas” delimitadas, constitutivas de su “garantía institucional”) una facultad que le corresponde, poco habría que explicar salvo remitir a la lectura del precepto claramente vulnerado (el art. 159.1 CE) acompañado del articulado íntegro del Título III CE, y en especial de los arts. 66, 67, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 82, 87, 89, 90 y 91 CE, que delimitan la posición constitucional del Senado. La cuestión está en determinar si el legislador puede alterar –y bien a fondo- los poderes otorgados por la Constitución a las Cámaras. La respuesta es sencilla: el legislador, que puede desarrollar su actividad sobre cualquier materia, tiene el límite de salvaguardar el espacio atribuido a cada órgano constitucional y muy en particular a las Cámaras, que gozan incluso de autonomía normativa. Pero, de pretender un nuevo equilibrio de poderes, o una nueva distribución territorial de los mismos, el Poder Legislativo sólo está capacitado para ejercer una iniciativa de reforma constitucional, no siendo la capacidad de legislar suficiente para alterar la situación de repartos y contrapesos diseñada por el constituyente. Si el Senado no puede elegir con libertad a los miembros del Tribunal Constitucional que propondrá al Rey, se está operando un desapoderamiento, violando la atribución del mandato directo del art. 159.1 CE. Y tan inconstitucional es que se desapodere al Senado, como que se apodere a cualquier otro, allí donde el constituyente ha atribuido exclusivamente la competencia al primero y no al segundo. En sede parlamentaria se ha ensayado, frente a esta rotunda evidencia, el argumento de que, en realidad, el sentido literal del art. 159 CE se cumple porque el Senado no deja de ser el que “propone” tras una elección limitada por los deseos de otros órganos mencionados en la Constitución (las Asambleas Parlamentarias de las Comunidades Autónomas). Esto es sencillamente un despropósito, que deja la actuación del Senado en poco más que una formalidad. Nada hay en la Constitución, ni en la interpretación constitucional que avale la posibilidad de que el legislador ponga condicionamientos o límites a las atribuciones conferidas por el texto fundamental a un órgano constitucional como es el Senado. La Constitución hace esa atribución en un precepto constitucional claro y contundente y no estamos en presencia de ningún conflicto constitucional en torno al ejercicio de atribuciones que se provoque entre el Senado y otro órgano, al estilo del resuelto por la STC 45/1986, de 17 de abril; ni ante ninguna modulación permisible de la autonomía de la propia Cámara (entre otras, referida al Senado, STC 234/2000, de 3 de octubre, F.J. 12). Menos aún sí esa condición establece, como es el caso, una limitación sustancial de la libre capacidad del Senado de proponer al Rey a quienes estime oportuno, de entre quienes cumplan los requisitos establecidos por la propia Constitución. La limitación que ahora impone el legislador es determinante: el Senado sólo podrá proponer entre los que, a su vez, sean decididos por las Asambleas autonómicas. Al debatirse parlamentariamente la Ley que ahora se impugna, se ha llegado a decir incluso que, para poner en práctica este nuevo procedimiento, habrá que distinguir a su vez entre Comunidades Autónomas, estableciendo bloques de propuesta entre Comunidades del 143 CE o del 151CE, o entre las que tienen previsto esta posibilidad de propuesta en su Estatuto y las que no. Ello pone de relieve el propósito político extraconstitucional que ha guiado esta reforma y, sobre todo, la imposibilidad de encajar constitucionalmente la sustitución de un procedimiento por el que un órgano estatal debe adoptar una decisión de alcance nacional, por otro procedimiento –distinto en todo al constitucionalmente previsto- por el que el órgano nacional se limita a escoger entre los ¿diecisiete? previamente seleccionados por los Parlamentos autonómicos, en clave, obviamente, de preferencia territorial. En el fondo estamos ante la sustitución de una elección de primer orden por una de segundo orden. Donde el constituyente ha dicho que el designante es el Senado el legislador corrige y dice que ese designante debe limitarse a escoger y a ratificar los previamente designados por cuerpos de designación previos y condicionantes como son las Asambleas autonómicas. La restricción para el Senado es esencial y determinante y los posibles efectos para la regulación futura de nuestras instituciones constitucionales por el legislador ordinario, sencillamente letales. Si se estima que es constitucional esta sustitución de una designación directa por una designación de segundo grado, ¿qué le impide al legislador actuar de la misma manera en relación a otros sujetos constitucionales? Con el mismo criterio pueden imponerse, como dijimos, designaciones de segundo grado a los otros órganos constitucionales que proponen Magistrados constitucionales, o para la designación de vocales del Consejo General del Poder Judicial, o para la designación de Ministros o de los propios miembros de las Cámaras… El resultado es constitucionalmente absurdo. El Senado es la Cámara de representación territorial (artículo 69 CE), pero el alcance de esa definición constitucional no autoriza al legislador para que desnaturalice las atribuciones que le corresponden como parte constitutiva de las Cortes Generales, representantes del pueblo español (artículo 66). Con la misma lógica, cabría aceptar que una ley restrinja la función legislativa de la Cámara Alta a las enmiendas que propongan los Parlamentos autonómicos, o la función presupuestaria, a las partidas que se propongan desde esa instancia territorial. No es irrelevante, además, como se dijo más arriba, que el desapoderamiento del Senado, es decir, del Estado, se produzca en beneficio de las Asambleas autonómicas. Con ello el legislador limita el margen de acción del Estado constitucionalmente previsto, condicionando el ejercicio de atribuciones estatales a decisiones de órganos autonómicos y modificando con ello el reparto de ámbitos entre lo estatal y lo autonómico previsto por la Constitución. Que el legislador ordinario modifique la estructura del Estado, atribuyendo a los Parlamentos autonómicos una intervención decisiva y determinante en lo que es una atribución del Senado, constitucionalmente incondicionada, pervierte de raíz el modelo constitucional y abre perspectivas insólitas para la progresiva sustitución de los poderes del Estado por las instituciones autonómicas y para la autodisolución misma de los órganos de representación nacional. De otro lado, ¿cabe imaginar constitucionalmente que el legislador ordinario –las Cortes- aprueben leyes para condicionar las designaciones que, conforme a sus respectivos Estatutos, corresponda hacer a los gobiernos o los Parlamentos autonómicos? Obviamente no, como no puede decir tampoco que los Magistrados que debe proponer el Senado han de designarse entre los previamente decididos por los Parlamentos autonómicos. d) De la lectura de los preceptos del Título III más arriba indicados, ha de añadirse que la “solución” legislativa carece de fundamento constitucional alguno al romper con la configuración constitucional del Senado como Cámara que conforma las Cortes Generales, para trasladar el contenido del acto decisor a otros órganos, las Asambleas Legislativas, cuya mención constitucional en los arts. 147.2 c) y 152.1 CE en ningún caso incluye la capacidad de elevar ante el Senado candidaturas de miembros del Tribunal Constitucional, y en especial, que promovidas esas candidaturas el Senado se vea obligado a aceptarlas sin barajar otras que provengan de las propuestas de sus miembros, representantes elegidos por el cuerpo electoral a los que también se desapodera de esta atribución, reduciendo su capacidad de ejercer el cargo público senatorial. Así, si el precepto impugnado vulnera, junto con el alegado art. 159.1 CE, de manera consecuente, el art. 66.2 CE, desapoderando a una Cámara de las Cortes Generales de una competencia atribuida por la Constitución a través de aquel precepto, no es menos cierto que, el cargo público representativo de Senador sufre un menoscabo incompatible con el texto constitucional puesto que, como componente de la Cámara parte de las Cortes Generales, ve disminuida su capacidad de representar al pueblo español en su conjunto (art. 66.1 CE), convirtiendo la propuesta de Magistrados del Tribunal Constitucional en el resultado de una acumulación de intereses territoriales que ya tienen sus ámbitos de representación. El Tribunal Constitucional, por su carácter estatal demanda desde la propia Carta Magna una configuración nacida de la concurrencia de voluntades de órganos de naturaleza general o estatal, como las Cortes Generales, el Gobierno y el Consejo General del Poder Judicial. Con ello, somete a los Senadores, como miembros de las Cortes Generales a una suerte de mandato imperativo, vulnerando el art. 67.2 CE, pilar fundamental de la democracia representativa, ya que son obligados a obedecer las propuestas llegadas de las Comunidades Autónomas sin poder decidir con libertad los candidatos que cumplan con las exigencias constitucionales y que no figuren en la delimitación marcada por las Asambleas Legislativas de los territorios. La caracterización del bicameralismo (imperfecto) de las Cortes Generales sitúa al Senado, en ciertas parcelas, con una situación de inferioridad respecto del Congreso de los Diputados, especialmente en funciones legislativas o en el otorgamiento de la confianza parlamentaria. Pero es insostenible desde un punto de vista constitucional que la Cámara Alta pueda entenderse, desde su perfil cimentado en el Título III CE, como sujeta a un desapoderamiento de esta envergadura y discriminación respecto del Congreso, a manos de leyes o de Estatutos de Autonomía. La eventual existencia de justificaciones políticas conducentes a obtener un mayor protagonismo de las Asambleas de las Comunidades Autónomas en estos nombramientos, podría conducir, en su caso, a una reforma constitucional, pero no a una minusvaloración del Senado contra la dicción expresa del Título que lo regula. Por ello, en conclusión, se ha desnaturalizado una competencia constitucional del Senado, haciéndola compartir con las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas, sin dejar margen alguno de elección libre a esta Cámara de representación, e impidiendo que los representantes populares elegidos para esa Cámara puedan hacer efectiva su capacidad de propuesta de candidatos, afectando por ello su estatuto constitucional y en concreto el art. 23.2 CE (cuyo pacífico contenido se determina en decenas de resoluciones de este Tribunal como, entre otras muchas, las SSTC 10/1983, de 21 de febrero, 75/1985, de 21 de junio, 24/1990, de 15 de febrero, 185/1999, de 11 de octubre o 154/2003, de 17 de julio). Tras la entrada en vigor de esta norma, los Senadores se encuentran con una mermada capacidad de decisión sobre los miembros que han de componer el Tribunal Constitucional, cuya propuesta tienen atribuida con claridad. Con ello, y por extensión, sus representados que son todos los españoles, renuncian forzosamente a determinar el contenido de una decisión general, que sufre la fragmentación en su origen, con la finalidad que los magistrados del Tribunal Constitucional sean sí, elegidos por todo el pueblo a través de sus representantes en esta Cámara, pero bajo la condición de ser idóneos a los “intereses respectivos” (art. 137 CE), de las “partes” que integran ese todo estatal. En este caso, y finalizando la sucesión de efectos negativos de esta reforma legislativa, se estaría afectando también el art. 23.1 CE. Esta nueva interpretación legislativa de la canalización de la voluntad popular rompe con la naturaleza del mandato representativo libre, como ya se ha alertado, y desapodera a representantes y representados de la capacidad de decisión sobre un asunto de Estado de primer orden, convirtiéndolo en mero seleccionador de propuestas. Tercero. La nueva redacción del artículo 16.3 LOTC y la vulneración del art. 160 de la Constitución. El artículo 16.3 LOTC tras la redacción operada por el art. Único Siete de la LO 6/2007 de 24 de mayo, ordena la prórroga del mandato de la presidencia y vicepresidencia del Tribunal Constitucional cuando el periodo de tres años para el que fueron elegidos por los Magistrados no coincidiera con una renovación del Tribunal, hasta el momento en que ésta se produzca y tomen posesión los nuevos miembros del tercio correspondiente. El artículo 160 CE señala con precisión un tiempo delimitado y conceptualmente unívoco: tres años, que es el período por el que es nombrado el Presidente del Tribunal Constitucional a propuesta del Tribunal en pleno, entre sus miembros. La Ley Orgánica de desarrollo parece tener la capacidad de delimitar espacios de complemento y precisión en torno a la presidencia, pero según este precepto hay cuatro que no son disponibles por el legislador: 1º) El Rey nombra al Presidente. 2º) Lo hace tras la propuesta del Tribunal en pleno. 3º) el Presidente ha de ser miembro del Tribunal. 4º) La duración del cargo es de tres años. Al margen de estas cuatro certezas, otros extremos son susceptibles de desarrollo legislativo, incluyendo como en el caso de este precepto, una ilógica prórroga del cargo de vicepresidente. Pero respecto de la presidencia del Tribunal, sobre la que este artículo es terminante, la ley orgánica podría admitir una renovación, previa elección entre los miembros y nombramiento por el Rey; lo que no cabe es una prórroga automática inconstitucional del mandato. Sin entrar en los motivos que llevan al legislador a prolongar en el tiempo una Magistratura de duración perfectamente limitada desde el texto constitucional en su duración, la falta de coincidencia de estos periodos “presidenciales” con las renovaciones por tercios (muy en especial cuando se trata de reunir mayorías parlamentarias cualificadas, que producen tardanza en la búsqueda del consenso) tiene una respuesta constitucional: los miembros del Tribunal, los que lo compongan en cada momento, deben elegir un Presidente cada tres años. Y el legislador no puede sustraer al Pleno del Tribunal esa competencia constitucional, como no podría tampoco, por ejemplo, limitarla fraccionando los tiempos de mandato o restringiendo el número o nombre de los elegibles (rizando el rizo de la inconstitucionalidad podría el legislador haber dicho también que el Presidente habrá de elegirse entre los nombres propuestos por las Asambleas autonómicas entre los Magistrados designados a propuesta de las mismas). Podría sustentarse que el elegido no sería “representativo” del Tribunal resultante de la nueva composición fruto de una posterior renovación parcial. Pero, además de que esto sólo ocurrirá si el elegido no está entre los que han de ser renovados inmediatamente, este argumento introduciría al máximo órgano de vigilancia y control constitucional en la vía de ser identificado como una institución de naturaleza político-representativa, en la que sus figuras rectoras fueran más importantes para el sistema por su perfil público o por determinadas atribuciones (por ejemplo, el voto de calidad), que por la función de coordinación interna y alta representación de un órgano constitucional de naturaleza compleja, pero en ningún caso tendente a representar sectores o bandos. Precisamente, la esencia de la renovación parcial está en impedir los controles de las mayorías políticas representadas en las Cortes Generales o reflejadas por el Gobierno, y carece de argumentación jurídica trasladar al interior del órgano una pretendida falta de representación del Presidente que está, o que se ha elegido pasados los tres años, porque no vaya a reflejar la realidad del Tribunal una vez efectuada la renovación del tercio correspondiente. Las funciones del Tribunal Constitucional carecen de la carga de discrecionalidad política que permita utilizar estos esquemas de vinculación de los cargos “de representación” con los propios de los cargos “representativos”. Cuarto. La alteración del modelo organizativo del Título IX y la ausencia de fundamentación jurídica del cambio. En este último razonamiento jurídico es preciso resaltar una nota común a los dos anteriores que contribuye a evidenciar la inadecuación constitucional de los nuevos arts. 16.1.II y 16.3 LOTC: se opera con ellos una transformación fundamental de organización (modificación muy sustancial del origen de sus miembros y alteración del mandato de su presidencia –y vicepresidencia-, respectivamente) sin que el legislador a través de la extensa Exposición de Motivos que preside el texto articulado de la LO 6/2007 de 24 de mayo, justifique lo más mínimo tan trascendentales cambios. Se trata pues de una actuación puramente arbitraria, carente de cualquier justificación jurídica, y derivada de criterios de oportunismo político que no admiten explicación ni tienen encaje constitucional. Es más, parece evidente que el legislador oculta sus posibles motivos con decisión entre los relatos de los problemas organizativos y procesales con una confesada omisión sobre su pertinencia constitucional. Este espacio de exposición habría servido para conocer, si es que existían, las motivaciones jurídicas tendentes a admitir que el Senado debe renunciar a determinar el contenido efectivo de sus atribuciones, la presunta habilitación constitucional de los órganos legislativos de las Comunidades Autónomas para asumir las mismas; o, sobre la presidencia, las razones estructurales o extraordinarias que “prorrogan” su mandato. Se trata nada menos que de variar la interpretación literal primera y más evidente de dos artículos constitucionales (art. 159.1 y art. 160), en atención a cualesquiera razones que no se mencionan en la ley, y, sobre ello, el legislador ni se ha atrevido ni ha podido dar explicación alguna. En su virtud, al Tribunal en Pleno SUPLICO que, con admisión de este escrito, documentos que lo acompañan y copias, tenga por interpuesto recurso de inconstitucionalidad frente al Artículo Único, apartados Seis y Siete de la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal Constitucional, en sus artículos 16. 1 y 16. 3; por su contradicción, respectivamente, con el artículo 159, apartado 1 de la Constitución, y con el artículo 160 de la misma Norma Fundamental; y previos los trámites legales, dicte en su día sentencia estimando íntegramente este recurso y, en consecuencia, declarando inconstitucional y nulo el precepto impugnado en las materias y con el alcance precisado y razonado en los fundamentos jurídicos aportados. Es justicia, Madrid, a 25 de julio de 2007. OTROSI DIGO: Que se solicita del Tribunal Constitucional acuerde la tramitación prioritaria y urgente del presente recurso de inconstitucionalidad, atendiendo a las circunstancias extraordinarias de este caso. En primer lugar porque los preceptos impugnados forman parte de la norma estructural de organización y funcionamiento del propio Tribunal, resultando inaplazable despejar cualquier sospecha de inconstitucionalidad en el ámbito donde la misma se decide. En segundo lugar, porque uno de los motivos del recurso afecta a la prolongación del mandato de la Presidencia y la dilación en el conocimiento del mismo provocaría la consumación del supuesto evidenciado en el precepto sobre cuya constitucionalidad se alerta. Es justicia que reitero en el mismo lugar y fecha.