ELEMENTOS DE LA TRADICIÓN ANIMISTA-PLATÓNICA EN LA REALIDAD Y EL DESEO Eleonora Basso Universidad de la República Uruguay La afinidad de Cernuda con esta tradición se hace evidente en su preferencia por los poetas españoles del siglo XVI, imbuidos del neoplatonismo renacentista –Garcilaso, Aldana, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz-, por los metafísicos ingleses del siglo XVII y por el romanticismo alemán e inglés, en que esta herencia es reacuñada, para prolongarse luego en el simbolismo (entendido éste en sentido amplio). Al ancho caudal de esta herencia remiten algunos motivos centrales de la poesía cernudiana: la intuición de una esencial unidad del cosmos cohesionado por el amor (cifra del bien, la verdad y la belleza); el anhelo de fusión con la naturaleza; la hermosura corporal como trasunto o vislumbre de una perfección suprasensible; el poder creador del amor a través de la mirada; el amado como alma gemela o reflejo especular del yo; la estrecha vinculación del eros con la inspiración poética; el carácter previo de la experiencia intuitiva respecto a su “expresión”; el valor de la dimensión interior del sujeto y el elogio de la soledad como vía de su descubrimiento y afirmación. Relacionados con esta temática aparecen constelaciones retóricas que proceden de la misma tradición, por ejemplo, la imaginería de los cuatro elementos, en especial, por su frecuencia y significación, el fuego (o la luz) y el agua. Como se puede ver, alguno de estos motivos se han convertido en tópicos de la poesía amorosa occidental de cualquier época, no necesariamente integrados a un sistema conceptual coherente. Recordemos los puntos nodales de la concepción del amor en Platón, que gozarían de vigorosa salud, sacra y profana, a lo largo de siglos. En El banquete Aristófanes narra el mito del Andrógino, escindido por castigo de los dioses, cuyas mitades se afanan por reunirse, una vez que se han reconocido y constatado su semejanza. El amor –dice Aristófanes- es “el aglutinador de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo de dos y de curar la naturaleza humana.” [191 d] (68). Más adelante, en el discurso de Diotima reproducido por Sócrates, Eros es definido como un “gran demon”, intermediario entre los dioses y los hombres, que “al estar en medio de unos y otros, rellena el espacio entre ambos, de suerte que todo quede unido consigo mismo”[202e] (85-86). En el Fedro el amor se define como una “manía” de origen divino, y sus efectos se ilustran con el famoso mito de los dos caballos alados: uno que se desenfrena en busca del goce inmediato y otro que contiene su ímpetu. El auriga que los conduce, al contemplar el rostro resplandeciente del amado, se transporta al recuerdo de la naturaleza de lo bello, de la que es partícipe, es decir, la belleza eterna del mundo de las ideas de donde procede. De quien realmente se enamora es de su propia naturaleza vista en el otro, o de la naturaleza común de ambos. Si hay correspondencia, amante y amado actúan como espejos uno para el otro. El verdadero amor supone, pues, reciprocidad. Según Platón, para que el amor pueda alcanzar su más alta meta –la unión con el alma del mundo, la participación en la divinidad- el apetito deberá trascender su meta primaria. No obstante, son necesarios los dos caballos, porque sin el impulso inicial, ese rapto o entusiasmo (literalmente “endiosamiento”), no existiría el amor. Según observa Guillermo Serés (21), la jerarquía entre las dos clases de amor señaladas no se basa en principios morales sino en conceptos tanto metafísicos, relativos al orden ideal del cosmos, como sicofisiológicos, tomados de la medicina hipocrática. Nada comparable, pues, a la estigmatización de la sensualidad en el universo judeocristiano. Esa concepción platónica dará fundamento a la visión sublimada del amor pasión en el neoplatonismo renacentista, con su afirmación de la bondad y perfección de la Naturaleza, frente a la idea de una creación degradada por el pecado, propia del organicismo medieval. Interesa recordar asimismo la equiparación que se establece en el Fedro entre el eros, la inspiración poética, la profética y la mística, todas formas de “manía” o rapto de origen divino. Luego de Platón, un hito fundamental en la evolución de su legado, que le imprimirá una dirección perdurable, será la interiorización de la divinidad concebida por Plotino y retomada por San Agustín. Para J. Kristeva, el mito rector será ahora el de Narciso: “Al alma platónica con plumas le sucederá el alma plotiniana ante el espejo narcisista. Y esta mini-revolución nos legará una nueva concepción del amor: amor centrado en sí mismo, aunque atraído hacia el Otro ideal.”(51); “...una hipóstasis sublime del amor narcisista, constituiría el paso decisivo en la asunción del espacio interior, espacio autorreflexivo del psiquismo occidental” (96). Observaré la inflexión que adquieren en La realidad y el deseo algunos motivos propios de ese conglomerado poético-ideológico, incorporados por el autor, sin duda consciente de su procedencia. Hay en la poesía amorosa de Cernuda una reivindicación paganizante de la belleza corporal como condición excluyente del amor, que no admite en su universo distinción con el deseo. La fascinación del cuerpo joven y bello y la arrasadora apetencia de su goce se afirma con la rotundidad de una certeza que desdeña cada vez más, con el tiempo, explicitar su polémica contra los “adoradores del triste dios cristiano”. Pero todo cuerpo amado es para Cernuda cuerpo glorioso, pues de lo que se trata siempre es del Eros sagrado, del impulso hacia su más alta realización del ser indiviso. Si ello entraña una afirmación moral, como subrayaba Octavio Paz (151), más acertado aún es hablar, como lo hacía Lezama Lima, de un “misticismo corporal” (52). La visión del amado como figura especular, como otro yo –o hábito cortado a su medida por el amante, según un transitado tópico de la retórica neoplatónica presente en Garcilaso– hace su aparición en Los placeres prohibidos, donde encontramos su enunciación más explícita: Sabes bien, recuerdo de siglos, Cómo el amor es lucha Donde se muerden dos cuerpos iguales. .... El dolor enseñaba Cómo una forma opaca, copiando luz ajena, Parece luminosa. “Quisiera saber por qué esta muerte”(RD, 80) “Recuerdo de siglos” evoca, además, la noción platónica de reminiscencia. Un roce al paso, Una mirada fugaz entre las sombras, Bastan para que un cuerpo se abra en dos, Ávido de recibir en sí mismo Otro cuerpo que sueñe; Mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Aunque sólo sea una esperanza, Porque el deseo es una pregunta que nadie sabe. “No decía palabras” (76) El último verso introduce una variación de lo enunciado en la primera estrofa (vs. 3 y 4): “...el deseo es una pregunta / Cuya respuesta no existe”, que contradice la ilusión narcisista, al implicar la irrealidad de la milagrosa concordancia, tal vez no sólo de imposible realización, sino también en sí misma insuficiente para la interrogante siempre abierta y enigmática del deseo (lo que evocaría la noción freudiano-lacaniana del deseo como huida incesante y siempre abocada al fracaso, tras un objeto perdido desde siempre). Aunque en otro contexto, ya decía Platón en el Fedro que el enamorado no sabe qué ama. La misma incertidumbre, según Aristófanes en El banquete, manifestarían los andróginos seccionados si les preguntaran qué desean el uno del otro: “el alma de cada uno es evidente que desea otra cosa [que los placeres sexuales] que no puede decir con palabras, sino que adivina lo que desea y lo expresa enigmáticamente.” [192d] (70). “...afán si nombre / Que no me pertenece y sin embargo soy”, leemos en “Como leve sonido” (86). Al desgarro del Andrógino alude la imagen del cuerpo abierto en dos de “No decía palabras”, reiterada en otros textos del mismo poemario, como “En medio de la multitud”, en que una figura fascinante pasa “abriendo el aire y los cuerpos”(74), o “Telarañas cuelgan de la razón”: Alguien Cruel como un día de sol en primavera Con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo.(73) No es indiferente que las dos mitades pertenezcan al mismo cuerpo, ya que ello resultaría consistente con la existencia sólo intrasubjetiva del otro, según se hará explícito en libros posteriores. Percibimos que la interdicción a que hace referencia el título del libro, Los placeres prohibidos, no procede sólo de “las leyes hediondas, los códigos, ratas de paisajes derruidos” (72), como podría pensarse a primera vista, sino que obedece también a que “el sueño es más alto que la vida”, y la ansiada fusión entraña la muerte, tan erotizada en esta tradición como apoteosis del amor, como exaltación suprema de la vida, según señalara Denis de Rougemont. El deseo en la poesía de Occidente siempre se opone a la ley desde que su propia ley interna es el conflicto. Así lo manifiestan los oxímoros en que es tan pródiga la tradición cortés y petrarquista, presentes también en la poesía de Cernuda. Imágenes como “llaga suave, dulce cauterio”(306) -que toma, con leve variación, de San Juan de la Cruz- y otras afines, señalan la presencia del dolor y la muerte, no ya en la experiencia de privación, sino en el momento mismo del clímax extático, como lo expresan los místicos. El “amor mortis” -implícito en el anhelo fusional, que entraña la disolución del yo- se enuncia con particular intensidad en “El joven marino” (Invocaciones), entregado a grandiosas nupcias con el mar, símbolo del poder creador y destructor del cosmos: El mar, única criatura Que pudiera asumir tu vida poseyéndote. (126) .... Y despertar en ti su inmenso amor El breve espasmo de tu placer sometido, Desposados el uno con el otro, Vida con vida, muerte con muerte. (131) Variación de esta temática es otro motivo de inspiración platónica: el de la transformación del amante en el amado y viceversa -de sostenida vigencia desde la Antigüedad, según documenta minuciosamente Guillermo Serés-, cuya frecuentación por Cernuda ilustran los versos siguientes: Tú fluyes en mis venas, respiras en mis labios, Te siento en mi dolor; Bien vivo estás en mí, vives en mi amor mismo (104) “Mi arcángel” (Donde habite el olvido) Esta interiorización del amado, que conjura la ausencia y la fugacidad de los encuentros, es el presupuesto de un desplazamiento que convertirá a aquél en una creación de la mirada del amante. Particularmente significativo de esta transición es el poema “La ventana”, de Vivir sin estar viviendo. Recordemos que en la tradición platónica los ojos constituían las ventanas del alma, por las que se operaba la anagnórisis de los amantes y se encendía la pasión. El inicio del poema mencionado evoca una ventana abierta sobre un jardín nocturno, que comunica a la vez con la intimidad del sujeto, desdoblado en un “tú”. La presencia interior de la figura amada da paso a una vivencia de fusión con el mundo que suspende el tiempo (“contra el tiempo”, dirá más adelante): ...el tiempo, Lleno de la presencia y la figura amada, Sobre la eternidad un ala inmóvil, Hace ya de tu vida Centro cordial del mundo, De ti puesto en elvido, Enajenado entre las cosas. (245) A medida que avanza el poema la ventana se irá perfilando como una metáfora de los ojos, “unos ojos donde amanece el alma”. La mirada será ambigüamente vía de reconocimiento y creación: El amor nace en los ojos, .... La mirada es quien crea, Por el amor, el mundo, Y el amor quien percibe, Dentro del hombre oscuro, el ser divino, Criatura de luz entonces viva En los ojos que ven y que comprenden. (246) El agente de esta creación es el amor, “su voluntad maestra de la tuya”. Sin embargo, su arbitrio, tanto como el dominio discursivo, devienen patrimonios exclusivos del sujeto de la enunciación, que se ha experimentado desde el principio como “centro cordial del mundo”. Un astro fijo iluminando el Tiempo Es hoy tu amor que quiere Exaltar un destino (247) Más allá del “tú” del que el yo se apropia en este diálogo consigo mismo, la autonomía del otro naufraga. En “Poemas para un cuerpo”, sección del siguiente libro, Con las horas contadas, el amado se reduce a un “pretexto” de la invención solipsista del amante: Pero de mí qué sería Sin este pretexto tuyo Que acompaña así la vida. .... Lo raro es que al mismo tiempo Conozco que tú no existes Fuera de mi pensamiento. “Viviendo sueños”(319) Bien sé yo que esta imagen Fija siempre en la mente No eres tú, sino sombra Del amor que en mí existe Antes que el tiempo acabe. “Sombra de mí”(315) El amante se conforma ahora con la “hermosa materia” que el amado le brinda para “forjar su mito”. La autoconciencia se erige en escudo que preserva el deseo de la fugacidad y el desengaño, de la realidad asechante allende el sueño. Esta inflexión intrasubjetiva del tema de la creación por el amor constituye una nota contemporánea, ausente, claro está, de la tradición platónica clásica, donde nunca se pone en cuestión la realidad del amado tal como el amante lo percibe, a la medida de su deseo. La encontramos en la poesía Antonio Machado, quien sin embargo no renuncia a postular la existencia real de ese tú inconoscible tras las trampas especulares. Sintoniza con líneas de la reflexión filosófica contemporánea que conciben al “otro”como invención del yo, o derivación del conocimiento privilegiado de sí mismo (Dilthey, Lipps, Unamuno, por ejemplo); desde otro ángulo, la teoría freudiana considera que el objeto amoroso es una proyección del “yo ideal”, relevo de un narcisimo originario. Otro tema que guarda relación con el que venimos considerando –la desustanciación del otro convertido en fantasma del yo- es el de la encarnación sucesiva del amor único en distintos cuerpos. Así se enuncia en “El joven marino” (Invocaciones): Cambiantes sentimientos nos enlazan con este o aquel cuerpo, Y todos ellos no son sino sombras que velan La forma suprema del amor, que por sí mismo late, Ciego ante las mudanzas de los cuerpos, Iluminado por el ardor de su propia llama invencible. (129) En “Vereda del cuco” (Como quien espera el alba) el amor es simbolizado en una fuente que permanece idéntica aunque sus aguas nunca sean las mismas.: Cuántas veces pisaste Este sendero oscuro Adonde el cuco silba entre los olmos, Aunque no puede el labio Beber dos veces de la misma agua, Y al invocar la hondura Una imagen distinta respondía, Evasiva a la mente, Ofreciendo, escondiendo La expresión inmutable, La compañía fiel en cuerpos sucesivos, Que el amor es lo eterno y no lo amado. (239) Y en “Los fantasmas del deseo” (Donde habite el olvido): El amor no tiene esta o aquella forma, No puede detenerse en criatura alguna. (108) El motivo tiene raíces remotas. Según Juan Carlos Rodríguez (1990, 87-111), en el neplatonismo renacentista la concepción de la unidad esencial de las almas y la movilidad permanente de la vida cósmica fundamenta la intercambiabilidad de los cuerpos, la ductilidad de las formas, sus transformaciones. Así se explicaría la proliferación de las metamorfosis, la permutación de los sexos y la volubilidad amorosa en el marco de esa corriente. Aunque la poesía renacentista herede del código cortés la fidelidad a una sola dama, repárese en la vertiginosa mudanza de los afectos en la novela pastoril, la confusión de identidades y los travestismos, que como tópicos pasan a la comedia áurea. La figura del Andrógino representa en la época el ideal de perfección cifrado en el regreso a la unidad primera. El símbolo revive con el mismo prestigio en el romanticismo y se prolonga en el arte finisecular. (Conviene tenerlo en cuenta para no interpretar la presencia de los jóvenes efebos “angélicos” en la poesía de Cernuda como indicación exclusiva de una preferencia sexual del autor). No obstante lo dicho, considero que la intuición cernudiana de la fluidez y precariedad de las formas, movilizadas por una fuerza universal, que él llama amor o deseo, tiene su inspiración más cercana en el pensamiento de Schopenhauer -quien reconoce explícitamente su deuda con la filosofía de Platón. Según Schopenhauer, existe una realidad esencial única que él lama “voluntad de vivir”, o voluntad a secas. La concibe como principio irreductible e inexplicable, por ser el fundamento de su propia explicación; fuerza ciega que fundamenta el universo, afán perpetuo nunca satisfecho. La voluntad se manifiesta en el mundo fenoménico como “representación”, apariencia ilusoria en su multiplicidad y devenir, por estar sujeta a las categorías de tiempo y espacio, ajenas a su esencia. Como se sabe, estas categorías serán retomadas por el primer Nietzsche. Ahondar en las concomitancias de la visión cernudiana con las ideas de Schopenhauer excede los cometidos de esta comunicación. Sólo apuntaré, para terminar, algunas observaciones que justificarían una mayor indagación. En Historial de un libro, al hablar de su formación juvenil, Cernuda menciona especialmente a Schopenhauer y Nietzsche, cuya lectura emprendió tempranamente al margen de exigencias escolares, “por mi cuenta”, llevado por una “curiosidad intelectual que no reservaba sólo para la poesía” (628). Schopenhauer y Nietzsche, precisamente -y más éste último- operan como abonos fundamentales del vitalismo que impregna las corrientes intelectuales de avanzada en España desde finales del siglo XIX. A entender de Juan Carlos Rodríguez (2001, 241278) el vitalismo fenomenológico llega a constituir el “inconsciente ideológico” o “humus” de base de la cultura española de los años 20 y 30, años de juventud y primera madurez de los poetas de la llamada “generación del 27”. A partir de supuestos vitalistas Cernuda aprehende y elabora poéticamente su experiencia, así como explica y justifica su dedicación a la poesía: “El poeta –dicetiene una razón fatal anterior a su propia existencia y superior a su propia voluntad que le lleva a escribir versos”; “la poesía...no es sino expresión de esa oscura fuerza daimónica que rige el mundo” (PAL, 605), algo de la misma índole que el imperativo amoroso (“verdad de vida”), que en su visión ya comentada, excede y precede a los individuos. Considero que las categorías de “voluntad” y “representación” de Schopenhauer constituyen un importante trasfondo de la dupla realidad / deseo de Cernuda, más que los principios freudianos de placer y realidad con los que Luis Maristany percibe “un cierto paralelo” (14). Sin pretender establecer correpondencias estrictas en un discurso poético al que son ajenas las definiciones conceptuales precisas, subrayo el carácter de “verdad” irreductible –fundamento ontológico y ético- que reviste el deseo en el universo cernudiano, imposible de satisfacer por la realidad, entendida como apariencia ilusoria, manifestación imperfecta de aquél. En consonancia con “la experiencia de algunos filósofos y poetas que admiro” –declara Cernuda en Palabras antes de una lectura- “concluyo que la realidad exterior es un espejismo y lo único cierto mi propio deseo de poseerla. Así pues, la esencia del problema poético, a mi entender, la constituye el conflicto entre realidad y deseo, entre apariencia y verdad, permitiéndonos alcanzar alguna vislumbre de la imagen completa del mundo que ignoramos, la `idea divina del mundo que yace al fondo de la apariencia´, según la frase de Fichte” (602). REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Cernuda, Luis. La realidad y el deseo. Madrid: Alianza, 2001. ___________. “Historial de un libro”. En Poesía y literatura III. Prosa I. Obra completa, vol. II. Madrid: Siruela, 1994. ___________. “Palabras antes de una lectura”.En Poesía y literatura, III. Prosa I. Obra competa, vol. II. Madrid: Siruela, 1994. Kristeva, Julia. Historias de amor. México: Siglo XXI, 1987. Lezama Lima, José. “Soledades habitadas por Cernuda”. En Luis Cernuda, ed. Derek Harris. Madrid: Taurus, 1977. Maristany, Luis. “Prólogo” a Luis Cernuda. Crítica, ensayos y evocaciones. Barcelona: Seix Barral, 1970. Paz, Octavio. “La palabra edificante”. En Luis Cernuda, ed. Derek Harris. Madrid: Taurus, 1977. Platón. El banquete. Trad. Fernando García Romero. Madrid: Alianza, 1989. _____. Fedro. En Obras completas. Madrid: Aguilar, 1966. Rodríguez, Juan Carlos. Teoría de la producción ideológica. Madrid: Akal, 1990. ___________________. La norma literaria. Madrid: Debate, 2001. Rougemont, Denis de. El amor y Occidente. Barcelona: Kairós, 1986. Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Buenos Aires: Biblioteca Nueva, 1942. Serés, Guillermo. La transformación de los amantes. Barcelona: Crítica, 1996. Ponencia publicada en el CD de Actas de las “Jornadas Luis Cernuda”, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 5 al 7 de marzo de 2003.