Documentos Alfa Omega 19 Los católicos, la política y el Papa Nota doctrinal Católicos y vida política 3 Nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe Los católicos en la vida política: compromiso y conducta La Congregación para la Doctrina de la Fe, oído el parecer del Consejo Pontificio para los Laicos, ha estimado oportuno publicar la presente Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. La Nota se dirige a los obispos de la Iglesia católica y, de modo especial, a los políticos católicos y a todos los fieles laicos llamados a la participación en la vida pública y política en las sociedades democráticas I. Una enseñanza constante E l compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política: Los cristianos –afirmaba un escritor eclesiástico de los primeros siglo– «cumplen todos sus deberes de ciudadanos»1. La Iglesia venera entre sus santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, santo Tomás Moro, proclamado Patrono de los gobernantes y políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»2. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y, sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones» que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que «el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral»3. Las actuales sociedades democráticas, en las que loablemente4 todos son hechos partícipes de la gestión de la cosa pública en un clima de verdadera libertad, exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común5. La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa, responsable y generosa participación de todos, «si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades»6. Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana»7, en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía8, y cooperando con los demás ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad9. Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, en la multiforme y va- Votar es un derecho y un deber moral La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse con provecho sin la activa, responsable y generosa participación de todos riada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»10, que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc. La presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia, resumida por otra parte, en sus líneas esenciales, en el Catecismo de la Iglesia católica, sino solamente recordar algunos principios propios de la conciencia cristiana, que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades democráticas11. Y ello porque, en estos últimos tiempos, a menudo por la urgencia de los acontecimientos, han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones discutibles, que hacen oportuna la clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión. II. Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y político 2. La sociedad civil se encuentra hoy dentro de un complejo proceso cultural que marca el fin de una época y la incerti- dumbre por la nueva que emerge al horizonte. Las grandes conquistas de las que somos espectadores nos impulsan a comprobar el camino positivo que la Humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida más humanas. La mayor responsabilidad hacia países en vías de desarrollo es, ciertamente, una señal de gran relieve, que muestra la creciente sensibilidad por el bien común. Junto a ello, no es posible callar, por otra parte, sobre los graves peligros hacia los que algunas tendencias culturales tratan de orientar las legislaciones y, por consiguiente, los comportamientos de las futuras generaciones. Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la democracia12. Ocurre así que, por una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra 4 parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias13, como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al mismo tiempo, invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte de los ciudadanos –incluidos los católicos– que renuncien a contribuir a la vida social y política de sus propios países según la concepción de la persona y del bien común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos los miembros de la comunidad política. La historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de la parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral, arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado. Matriz del compromiso católico 3. Esta concepción relativista del pluralismo no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos católicos de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que, según el propio criterio, se conforma mejor a las exigencias del bien común. La libertad política no está ni puede estar basada en la idea relativista, según la cual todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor, sino sobre el hecho de que las actividades políticas apuntan, caso por caso, hacia la realización extremadamente concreta del verdadero bien humano y social en un contexto histórico, geográfico, económico, tecnológico y cultural bien determinado. La pluralidad de las orientaciones y soluciones, que deben ser en todo caso moralmente aceptables, surge precisamente de la concreción de los hechos particulares y de la diversidad de las circunstancias. No es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas –y menos todavía soluciones únicas– para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral14. Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»15, también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son negociables. En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios básicos de la teoría política, y Nota doctrinal Católicos y vida política La historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de la parte de quienes consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral arraigada en la naturaleza humana, a cuyo juicio ha de someterse toda concepción del hombre, del bien común y del Estado La vía de la democracia sólo se hace posible en la medida en que se funda sobre una recta concepción de la persona la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos, explican el hecho de que, generalmente, pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para ejercitar –particularmente por la representación parlamentaria– su derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País16. Esta obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales a los cuales se hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que hace posible en la medida en que se funda sobre una recta concepción de la persona17. Se trata de un principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia interior de los mismos fieles. La estructura democrática sobre la cual un Estado moderno pretende construirse sería sumamente frágil si no pusiera como fundamento propio la centralidad de la persona. El respeto de la persona es, por lo demás, lo que hace posible la participación democrática. Como enseña el Concilio Vaticano II, la tute- proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales. la «de los derechos de la persona es condición necesaria para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa pública»18. Derecho y deber de intervenir La Iglesia es consciente de que la vía de la democracia, aunque sin duda expresa mejor la participación directa de los ciudadanos en las opciones políticas, sólo se 4. A partir de aquí se extiende la compleja red de problemáticas actuales, que no pueden compararse con las temáticas tratadas en siglos pasados. La conquista científica, en efecto, ha permitido alcanzar objetivos que sacuden la conciencia e imponen la necesidad de encontrar soluciones capaces de respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos. Se 5 Nota doctrinal Católicos y vida política asiste, en cambio, a tentativas legislativas que, sin preocuparse de las consecuencias que se derivan para la existencia y el futuro de los pueblos en la formación de la cultura y los comportamientos sociales, se proponen destruir el principio de la intangibilidad de la vida humana. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto19. Esto no impide, como enseña Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae a propósito del caso en que no fuera posible evitar o abrogar completamente una ley abortista en vigor o que está por ser sometida a votación, que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública»20. En tal contexto, hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. Ni tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del Evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada. Tutela de la familia Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Éste es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salva- III. Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo 5. Ante estas problemáticas, si bien es lícito pensar en la utilización de una pluralidad de metodologías que reflejen sensibilidades y culturas diferentes, ningún fiel puede, sin embargo, apelar al principio del pluralismo y autonomía de los laicos en política, para favorecer soluciones que comprometan o menoscaben la salvaguardia de las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. No se trata en sí de valores confesionales, pues tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural. Éstas no exigen de suyo, en quien las defiende, una profesión de fe cristiana, si bien la doctrina de la Iglesia las confirma y tutela siempre y en todas partes, como servicio desinteresado a la verdad sobre el hombre y el bien común de la sociedad civil. Por lo demás, no se puede negar que la política debe hacer también referencia a principios dotados de valor absoluto, precisamente porque están al servicio de la dignidad de la persona y del verdadero progreso humano. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la precisa obligación de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana guardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuanto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio»21. Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz, mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»22; exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política. 6. La frecuente referencia a la laicidad, que debería guiar el compromiso de los católicos, requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la confesionalidad o la intolerancia religiosa. Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica –nunca de la esfera moral–, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado23. Juan Pablo II ha puesto varias veces en guardia contra los peligros derivados de cualquier tipo de confusión entre la esfera religiosa y la esfera política. «Son particularmente delicadas las situaciones en las que una norma específicamente religiosa se convierte o tiende a convertirse en ley del Estado, sin que se tenga en debida cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad política. Identificar la ley religiosa con la civil puede, de hecho, sofocar la libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos inalienables»24. Todos los fieles son bien conscientes de que los actos específicamente religiosos (profesión de fe, cumplimiento de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.) quedan fuera de la competencia del Estado, el cual no debe entrometerse ni para exigirlos o para impedirlos, salvo por razones de orden público. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos, no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos. La verdad es una Una cuestión completamente diferente es el derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de buscar sinceramente la verdad y pro- 6 mover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás derechos de la persona. El hecho de que algunas de estas verdades también sean enseñadas por la Iglesia, no disminuye la legitimidad civil y la laicidad del compromiso de quienes se identifican con ellas, independientemente del papel que la búsqueda racional y la confirmación procedente de la fe hayan desarrollado en la adquisición de tales convicciones. En efecto, la laicidad indica, en primer lugar, la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas, al mismo tiempo, por una religión específica, pues la verdad es una. Sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia. Con su intervención en este ámbito, el magisterio de la Iglesia no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio, –en cumplimiento de su deber– instruir e iluminar Nota doctrinal Católicos y vida política la conciencia de los fieles, sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común. La enseñanza social de la Iglesia no es una intromisión en el gobierno de los diferentes países. Plantea ciertamente, en la conciencia única y unitaria de los fieles laicos, un deber moral de coherencia. «En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida espiritual, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida secular, esto es, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento, arraigado en la vid que es Cristo, da fruto en cada sector de la acción y de la existencia. En efecto, todos los campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el lugar histórico de la manifestación y realización de la caridad de Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los hermanos. Toda actividad, situación, esfuerzo concreto –como, por ejemplo, la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la educación de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el Se quiere negar no sólo la relevancia política y cultural de la fe cristiana, sino hasta la posibilidad de una ética natural. Si así fuera, se abriría el camino a una anarquía moral, que no podría identificarse nunca con forma alguna de legítimo pluralismo ámbito de la cultura– constituye una ocasión providencial para un continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad»25. Vivir y actuar políticamente en conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones extrañas al compromiso político, o en una forma de confesionalidad, sino expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de la política, se instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana. En las sociedades democráticas todas las propuestas son discutidas y examinadas libremente. Aquellos que, en nombre del respeto de la conciencia individual, pretendieran ver en el deber moral de los cristianos de ser coherentes con la propia conciencia un motivo para descalificarlos políticamente, negándoles la legitimidad de actuar en política de acuerdo con las propias convicciones acerca del bien común, incurrirían en una forma de laicismo intolerante. En esta perspectiva, en efecto, se quiere negar no sólo la relevancia política y cultural de la fe cristiana, sino hasta la misma posibilidad de una ética natural. Si así fuera, se abriría el camino a una anarquía moral, que no podría identificarse nunca con forma alguna de legítimo plu- 7 Nota doctrinal Católicos y vida política La fe en Jesucristo exige a los cristianos la construcción de una cultura que reproponga el patrimonio de valores y contenidos de la tradición católica en consideración los principios a los que se ha hecho referencia. La fe en Jesucristo, que se ha definido a sí mismo «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14, 6), exige a los cristianos el esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura que, inspirada en el Evangelio, reproponga el patrimonio de valores y contenidos de la tradición católica. La necesidad de presentar en términos culturales modernos el fruto de la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con urgencia impostergable, para evitar además, entre otras cosas, una diáspora cultural de los católicos. Por otra parte, el espesor cultural alcanzado y la madura experiencia de compromiso político que los católicos han sabido desarrollar en distintos países, especialmente en los decenios posteriores a la segunda guerra mundial, no deben provo- de no se llama la atención sobre la verdad ni se la trata de alcanzar, se debilita toda forma de ejercicio auténtico de la libertad, abriendo el camino al libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela del bien de la persona y de la entera sociedad. 8. En tal sentido, es bueno recordar una verdad que hoy la opinión pública corriente no siempre percibe o formula con exactitud: el derecho a la libertad de conciencia, y en especial a la libertad religiosa, proclamada por la Declaración Dignitatis humanæ del Concilio Vaticano II, se basa en la dignidad ontológica de la persona humana, y de ningún modo en una inexistente igualdad entre las religiones y los sistemas culturales28. En esta línea, el Papa Pablo VI ha afirmado que «el Concilio de ningún modo funda este derecho a la libertad religiosa sobre el supuesto hecho de que todas las religiones y todas las doctrinas, incluso erróneas, tendrían un valor más o menos igual; lo funda en cambio sobre la dignidad de la persona humana, la cual exige no ser sometida a contradicciones externas, que tienden a oprimir la conciencia en la búsqueda de la verdadera religión y en la adhesión a ella»29. La afirmación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, por lo tanto, no contradice en nada la condena del indiferentísimo y del relativismo religioso por parte de la doctrina católica30, sino que le es plenamente coherente. V. Conclusión Una riada de jóvenes, ante el lago de Genesaret, para escuchar a Juan Pablo II ralismo. El abuso del más fuerte sobre el débil sería la consecuencia obvia de esta actitud. La marginalización del cristianismo, por otra parte, no favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad, ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y culturales de la civilización26. La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos IV. Consideraciones sobre aspecen un esquema tos particulares rígido, 7. En circunstancias recientes ha ocu- conciente de que rrido que, incluso en el seno de algunas la dimensión asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones histórica en que de apoyo a fuerzas y movimientos políticos el hombre vive que han expresado posiciones contrarias impone verificar a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tala presencia les opciones y posiciones, siendo contrade situaciones dictorias con los principios básicos de la imperfectas conciencia cristiana, son incompatibles con la pertenencia a asociaciones u orgay, a menudo, nizaciones que se definen católicas. Anárápidamente logamente, hay que hacer notar que, en mutables ciertos países, algunas revistas y periódicos católicos, en ocasión de toma de decisiones políticas, han orientado a los lectores de manera ambigua e incoherente, induciendo a error acerca del sentido de la autonomía de los católicos en política y sin tener car complejo alguno de inferioridad frente a otras propuestas que la historia reciente ha demostrado débiles o radicalmente fallidas. Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán siempre sobre fundamentos frágiles. La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido, conciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive impone verificar la presencia de situaciones imperfectas y, a menudo, rápidamente mutables. Bajo este aspecto deben ser rechazadas las posiciones políticas y los comportamientos que se inspiran en una visión utópica, la cual, cambiando la tradición de la fe bíblica en una especie de profetismo sin Dios, instrumentaliza el mensaje religioso, dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o redimensiona la tensión cristiana hacia la vida eterna. Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la auténtica libertad no existe sin la verdad. «Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente», ha escrito Juan Pablo II27. En una sociedad don- 9. Las orientaciones contenidas en la presente Nota quieren iluminar uno de los aspectos más importantes de la unidad de vida que caracteriza al cristiano: la coherencia entre fe y vida, entre Evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno». Alégrense los fieles cristianos «de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios»31. El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la Audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada. Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002, solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. +Joseph Card. Ratzinger Prefecto +Tarcisio Bertone, SDB arzobispo emérito de Vercelli Secretario Nota doctrinal Católicos y vida política 8 FOTO: REUTERS Notas Juan Pablo II con Mijail Gorbachov [1] Carta a Diogneto, 5, 5. Cf. Catecismo de la Iglesia católica, 2240. [2] Juan Pablo II, Carta apostólica, en forma de Motu Proprio, para la proclamación de santo Tomás Moro como Patrono de los gobernantes y de los políticos, 1. [3] Ibíd., 4. [4] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 31; Catecismo de la Iglesia católica, 1915. [5] Cf. Gaudium et spes, 75. [6] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Christifideles laici, 42. Esta Nota doctrinal se refiere, obviamente, al compromiso político de los fieles laicos. Los pastores tienen el derecho y el deber de proponer los principios morales también en el orden social; «sin embargo, la participación activa en los partidos políticos está reservada a los laicos» (Christifideles laici, 69). Cf. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (31-I-1994), 33. tale Dei, ASS 18 (1885/86) 162ss; encíclica Libertas præstantissimum, ASS 20 (1887/88) 593ss; encíclica Rerum novarum, ASS 23 (1890/91) 643ss; Benedicto XV, encíclica Pacem Dei munus pulcherrimum, AAS 12 (1920) 209ss; Pío XI, encíclica Quadragesimo anno, AAS 23 (1931) 190ss; encíclica Mit brennender Sorge, AAS 29 (1937) 145-167; encíclica Divini Redemptoris, AAS 29 (1937) 78ss; Pío XII, encíclica Summi Pontificatus, AAS 31 (1939) 423ss; Radiomessaggi natalizi 1941-1944; Juan XXIII, encíclica Mater et magistra, AAS 53 (1961) 401-464; encíclica Pacem in terris, AAS 55 (1963) 257-304; Pablo VI, encíclica Populorum progressio, AAS 59 (1967) 257-299; Carta apostólica Octogesima adveniens, AAS 63 (1971) 401-441. [12] Cf. Juan Pablo II, encíclica Centesimus annus, 46; encíclica Veritatis splendor, 101; Discurso al Parlamento italiano en sesión pública conjunta, en L’Osservatore Romano, 5 (14-XI-2002). [13] Cf. Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitæ, 22. [14] Cf. Gaudium et spes, 76. [15] Ibíd., 75. [7] Gaudium et spes, 76. [16] Cf. ibíd., 43 y 75. [8] Cf. ibíd. 36. [17] Cf. ibíd., 25. [9] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 7; Constitución Lumen gentium, 36; y Gaudium et spes, 31 y 43. [18] Ibíd., 73. [19] Cf. Evangelium vitæ, 73. [23] Cf. Gaudium et spes, 76. [24] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1991: Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada hombre, IV. [25] Christifideles laici, 59. La citación interna proviene del Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 4. [26] Cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, en L’Osservatore Romano (11-I-2002). [27] Juan Pablo II, encíclica Fides et ratio, 90. [28] Cf. Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae, 1: «En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia católica». Eso no quita que la Iglesia considere con sincero respeto las varias tradiciones religiosas, más bien reconoce «todo lo bueno y verdadero» presentes en ellas. Cf. Lumen gentium, 16; Decreto Ad gentes, 11; Declaración Nostra ætate, 2; Juan Pablo II, encíclica Redemptoris missio, 55; Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 2; 8; 21. [29] Pablo VI, Discurso al Sacro Colegio y a la Prelatura Romana, en Insegnamenti di Paolo VI, 14 (1976), 1088-1089. [10] Christifideles laici, 42. [20] Ibíd. [11] En los últimos dos siglos, muchas veces el magisterio pontificio se ha ocupado de las cuestiones principales acerca del orden social y político. Cf. León XIII, encíclica Diuturnum illud, ASS 20 (1881/82) 4ss; encíclica Immor- [21] Gaudium et spes, 75. [22] Catecismo de la Iglesia católica, 2304. [30] Cf. Pío IX, encíclica Quanta cura, ASS 3 (1867) 162; León XIII, encíclica Immortale Dei, ASS 18 (1885) 170-171; Pío XI, encíclica Quas primas, AAS 17 (1925) 604-605; Catecismo de la Iglesia católica, 2108; Dominus Iesus, 22. Textos de la V visita del Papa a España 9 Las 30 horas de Juan Pablo II en España Las imágenes que ha dejado la quinta visita del Santo Padre a España quedarán mucho tiempo en la retina de quienes tuvieron la suerte de verlo en persona, y también de quienes siguieron la visita desde sus casas, por televisión. Éstos son los textos íntegros de los discursos de esta Visita apostólica de Juan Pablo II a España, en Madrid, los días 3 y 4 de mayo de 2003, así como el balance que el propio Santo Padre hizo del viaje en Roma, y la Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española Llegada del Santo Padre al aeropuerto de Barajas Palabras de bienvenida del Rey: «Os acoge un país moderno y fiel a sus tradiciones» S antidad: para la Reina y para mí constituye un gran honor, y también un motivo de particular satisfacción, recibiros al inicio de esta Visita apostólica, que nos brinda la oportunidad de teneros nuevamente entre nosotros. Os damos, pues, Santidad, nuestra más cordial y afectuosa bienvenida. Al pisar de nuevo tierra española, no podemos dejar de recordar la primera visita de Vuestra Santidad a España en 1982, con motivo del IV centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús, dentro de un largo itinerario por nuestra geografía. Tenemos aún presente vuestra escala en Zaragoza en 1984, en vísperas de la festividad de la Virgen del Pilar, camino de la República Dominicana y Puerto Rico, en el marco de las celebraciones del V centenario de la evangelización de América. Tampoco olvidamos el alcance de vuestra visita como peregrino a Santiago de Compostela en el Año Santo de 1989, coincidiendo con la IV Jornada Mundial de la Juventud. Estamos seguros, Santo Padre, de que, una vez más, miles de jóvenes españoles os expresarán su más cálido afecto en el encuentro que, esta tarde, vais a celebrar con ellos en el aeródromo de Cuatro Vientos. Finalmente, mantenemos vivo el recuerdo de vuestra última visita hace diez años a España, con importantes actos que comenzaron en Sevilla, con la clausura del 45 Congreso Eucarístico Internacional, y que concluyeron en Madrid con la misa de canonización de Enrique de Ossó y Cervelló. La Visita pastoral que hoy iniciáis constituye el quinto viaje de Vuestra Santidad a España. Una distinción cuyo significado sabemos apreciar y agradecemos vivamente. Vuestra reiterada presencia entre nosotros, Santo Padre, constituye un reconocimiento a la intensidad y dinamismo de los vínculos que ligan a la Iglesia y a España, que se pondrán, una vez más, de relieve a lo largo de esta visita, que culminará con la canonización de cinco españoles por Vuestra Santidad. La España que hoy os acoge es un país moderno y dinámico, fiel a sus tradicio- El Papa saluda al Rey de España, en el aeropuerto de Barajas Los españoles agradecemos el afecto y el aliento que siempre hemos encontrado en Vuestra Santidad. En los momentos más felices, y también en los más duros y difíciles nes, lleno de ilusiones y esperanzas. Un país orgulloso de su diversidad y pluralidad, que ha crecido gracias al clima de tolerancia y convivencia forjado entre todos y basado en el diálogo y el respeto mutuo. Un país que ha asumido la defensa de la libertad, de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, como valores que sustentan su vocación de solidaridad. Los españoles agradecemos el afecto y el aliento que siempre hemos encontrado en Vuestra Santidad. En los momentos más felices, y también en los más duros y difíciles. En las últimas décadas nuestras relaciones con la Santa Sede han cobrado una nueva dimensión, más acorde con los tiempos y, en particular, con el respeto al principio de libertad religiosa que garantiza nuestra Constitución y con el propio pensamiento contemporáneo de la Iglesia. El pueblo español recibe en la persona de Vuestra Santidad a un infatigable luchador de las causas más nobles. Reconocemos por ello en Vuestra Santidad a un sembrador ejemplar del mensaje universal de concordia y de paz que habéis sabido predicar en todas las latitudes. Una paz que, como señalara el Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris, se funda en los cuatro pilares de la verdad, la justicia, el amor y la libertad, como tarea permanente. Agradecemos asimismo, Santo Padre, vuestras reiteradas condenas del terrorismo, que los españoles padecemos muy en particular, y que es intrínsecamente perverso y nunca justificable. Nos confortan siempre, Santidad, vuestras palabras de repulsa al terrorismo y vuestro aliento y solidaridad hacia las personas que sufren el dolor que genera. Santidad: el generoso esfuerzo que vais a volcar estos días acercándonos vuestras palabras y enseñanzas servirá, sin duda, para reavivar la profunda huella de afecto, admiración y respeto que vuestras anteriores visitas dejaron en todos nosotros. Con nuestro sincero deseo de que Vuestra Santidad se encuentre en España como en su propia casa, os reitero nuestra más calurosa bienvenida, en nombre propio y de mi Familia, del Gobierno y demás instituciones del Estado, así como del pueblo español. Santidad, muchas gracias por visitarnos de nuevo y muy feliz estancia entre nosotros. Textos de la V visita del Papa a España 10 Respuesta del Santo Padre: «¡La paz esté contigo, España!» M ajestades, señores cardenales, señor Presidente y distinguidas autoridades, señores obispos, queridos hermanos y hermanas: Con intensa emoción llego de nuevo a España en mi quinto Viaje apostólico, a esta noble y querida nación. Saludo muy cordialmente a todos, a los que están aquí presentes y a cuantos siguen este acto a través de la radio o de la televisión, dirigiéndoles con mucho cariño las palabras del Señor resucitado: La paz sea con vosotros. Deseo para cada uno la paz que sólo Dios, por medio de Jesucristo, nos puede dar; la paz que es obra de la justicia, de la verdad, del amor, de la solidaridad; la paz que los pueblos sólo gozan cuando siguen los dictados de la ley de Dios; la paz que hace sentirse a los hombres y a los pueblos hermanos unos con otros. ¡La paz esté contigo, España! Agradezco a Su Majestad el Rey don Juan Carlos I su presencia aquí, junto con la Reina, y muy particularmente las palabras que me ha dirigido para darme la bienvenida en nombre del pueblo español. Agradezco también la presencia del Presidente del Gobierno y demás autoridades civiles y militares, manifestándoles mi aprecio por la colaboración prestada para la realización de los distintos actos de esta visita. Saludo con afecto al señor cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, a los señores cardenales, a los arzobispos y obispos, a los sacerdotes, personas consagradas y demás fieles que forman la comunidad católica, casi dos veces milenaria, de este país: ¡sois el pueblo de Dios que peregrina en España! Un pueblo que, a lo largo de su historia, ha dado tantas muestras de amor a Dios y al prójimo, de fidelidad a la Iglesia y al Papa, de nobleza de sentimientos, de dinamismo apostólico. Gracias a todos, pues, por esta cordial acogida. Mañana tendré la dicha de canonizar a cinco hijos de esta tierra. Ellos supieron acoger la invitación de Jesucristo: Seréis mis testigos, proclamándolo con su vida y con su muerte. En este momento histórico, ellos son luz en nuestro camino para vivir con valentía la fe, para alentar el amor al prójimo y para proseguir con esperanza la construcción de una sociedad basada en la serena convivencia y en la elevación moral y humana de cada ciudadano. Con vivo interés sigo siempre las vicisitudes de España. Constato con satisfacción su progreso para el bienestar de todos. El proceso de desarrollo de una nación debe fundamentarse en valores auténticos y permanentes, que buscan el bien de cada persona, sujeto de derechos y deberes, desde el primer instante de su existencia y acogida en la familia, y en las sucesivas etapas de su inserción y participación en la vida social. Esta tarde, me reuniré con los jóvenes, y espero con ilusión ese momento que me permitirá entrar en contacto con aquellos que están llamados a ser los protagonistas de los nuevos tiempos. Tengo plena con- Casi un millón de jóvenes españoles aclamaron al Papa fianza en ellos y estoy seguro de que tienen la voluntad de no defraudar ni a Dios, ni a la Iglesia, ni a la sociedad de la que provienen. En estos momentos trascendentales para la consolidación de una Europa unida, deseo evocar las palabras con las que, en Santiago de Compostela, me despedía al finalizar mi primer Viaje apostólico por tierras españolas en noviembre de 1982. Desde allí exhortaba a Europa con un grito lleno de amor, recordándole sus ricas y fecundas raíces cristianas: «¡Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Aviva tus raíces!» Estoy seguro de que España aportará el rico legado cultural e histórico de sus raíces católicas y los propios valores para la integración de una Europa que, desde la pluralidad de sus culturas y respetando la identidad de sus Estados miembros, busca una unidad basada en unos criterios y principios en los que prevalezca el bien integral de sus ciudadanos. [En respuesta a las aclamaciones: «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo] Puede ser. Es verdad para España. Imploro del Señor para España y para el mundo entero una paz que sea fecunda, estable y duradera, así como una convivencia en la unidad, dentro de la maravillosa y variada diversidad de sus pueblos y ciudades. ¡Que por la intercesión de la Virgen Inmaculada y del Apóstol Santiago Dios bendiga a España! Textos de la V visita del Papa a España 11 Juan Pablo II, a su llegada al aeródromo de Cuatro Vientos Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos Saludo de monseñor Rodríguez Plaza: Testigos de algo grande M e ha tocado la inmensa suerte de saludar y dar la bienvenida a Su Santidad en nombre de los miles de jóvenes aquí reunidos, y a la vez de presentárselos a Usted, Santo Padre. Ellos son una muestra representativa de los jóvenes católicos españoles, también de los que no están presentes en este lugar. Nos está sucediendo algo grande esta tarde: podemos y queremos orar con nuestro Papa, aquel en quien hoy vive Pedro, que nos preside en la caridad; ¡queremos y podemos orar con el sucesor de Pedro! Es algo muy hermoso y de significado muy profundo. Queremos orar con Su Santidad y escuchar su palabra. Lo hacemos acompañados de los obispos de España y de otros hermanos obispos de Iglesias de fuera de nuestras fronteras, haciendo presente a la Iglesia universal. Y queremos hacerlo de la mano de María, la Madre de nuestro Señor. ¿Cómo lo haremos? De un modo sencillo. Recorreremos los misterios de la historia de la salvación, siguiendo la propuesta que nos hace el Santo Rosario, fijando nuestros ojos en el rostro de Cristo. Él ilumina nuestra peripecia humana, de hombres y mujeres del siglo XXI, que, al acoger el misterio de Cristo, experimenta el amor del Padre y el gozo de la alegría del Espíritu Santo. El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma «No se trata sólo –escribió no hace mucho Su Santidad– de comprender las cosas que Él (Jesús) ha enseñado, sino de comprenderle a Él. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio». En esta oración, Santo Padre, queremos que ya estén con nosotros los cinco Beatos que mañana canonizará. Son para nosotros grandes testigos del amor de Jesucristo. Esta oración la hacen con vuestra Santidad los jóvenes, que sienten y viven la fuerza de la fe como jóvenes, y sienten el gozo inmenso de la presencia de Cristo resucitado y de su Santísima Madre. Ellos, los jóvenes, y Vuestra Santidad son garantía de éxito y de la frescura de la fe. Nos hemos retirado a esta inmensa explanada para orar. Gracias, Santo Padre, por estar en medio de nosotros. Le queremos. Palabras del Santo Padre: «Las ideas no se imponen, sino que se proponen» O s saludo con cariño, jóvenes de Madrid y de España! Muchos de vosotros habéis venido de lejos, desde todas las diócesis y regiones del país, de América y de otros países del mundo. Estoy profundamente emocionado por vuestra calurosa y cordial acogida. Os confieso que deseaba mucho este encuentro con vosotros. Os saludo y os repito las mismas palabras que dirigí a los jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu, durante mi primera visita a España, hace ya más de veinte años: «Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. Sigo creyendo en vosotros, en los jóvenes». Os abrazo con gran afecto, y junto con vosotros saludo también a los obispos, sacerdotes y demás colaboradores que os acompañan en vuestro camino de fe. Agradezco la presencia de Sus Altezas Reales (por lo menos espiritualmente, están con nosotros), el Príncipe de Asturias, los duques de Lugo y los duques de Palma, así como de las autoridades del Gobierno español. Quiero agradecer también las amables palabras de bienvenida que, en nombre de todos los presentes, me han dirigido monseñor Braulio Rodríguez, Presidente de la Comisión episcopal de Apostolado seglar, y los jóvenes Margarita y José. Saludo también a monseñor José Manuel Estepa… (¿Sabéis quién es? Es el arzobispo castrense). Saludo a las autoridades militares que nos acogen en esta base aérea. Queridos jóvenes, en vuestra existencia ha de brillar la gracia de Dios, la misma que resplandeció en María, la llena de gracia. Con gran acierto habéis querido en esta Vigilia meditar los misterios del Rosario llevando a la práctica la antigua máxima espiritual: A Jesús por María. Ciertamente, en el Rosario aprendemos de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Al comenzar esta oración, por lo tanto, dirijamos la mirada a la Madre del Señor, y pidámosle que nos guíe hasta su Hijo Jesús: «Reina del cielo, ¡alégrate!/ 12 Textos de la V visita del Papa a España ¿De qué es capaz la Humanidad sin interioridad? Porque Aquel, a quien mereciste llevar en tu seno,/ ¡ha resucitado! ¡Aleluya!» Discurso de Juan Pablo II Conducidos de la mano de la Virgen María y acompañados por el ejemplo y la intercesión de los nuevos santos, hemos recorrido en la oración diversos momentos de la vida de Jesús. El Rosario, en efecto, en su sencillez y profundidad, es un verdadero compendio del Evangelio y conduce al corazón mismo del mensaje cristiano: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna». María, además de ser la madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación. El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la Humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad. Queridos jóvenes, os invito a formar parte de la Escuela de la Virgen María. Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora. Ella os enseñará a no separar nunca la acción de la contemplación, así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu. Una Europa fiel a sus raíces cristianas, no encerrada en sí misma, sino abierta al diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la tierra; una Europa consciente de estar llamada a ser faro de civilización y es- Hoy quiero comprometeros a ser artífices de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con la vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! tímulo de progreso para el mundo, decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos. Amados jóvenes, sabéis bien cuánto me preocupa la paz en el mundo. La espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz –lo sabemos– es ante todo un don de lo Alto, que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior. Por eso, hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser los constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores. Mañana tendré la dicha de proclamar cinco nuevos santos, hijos e hijas de esta noble nación y de esta Iglesia. Ellos «fueron jóvenes como vosotros, llenos de energía, ilusión y ganas de vivir. El encuentro con Cristo transformó sus vidas. Por eso, fueron capaces de arrastrar a otros jóvenes, amigos suyos, y de crear obras de oración, evangelización y caridad que aún perduran». Queridos jóvenes, ¡id con confianza al encuentro de Jesús!, y, como los nuevos santos, ¡no tengáis miedo de hablar de Él! pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros, jóvenes, os convirtáis en apóstoles de vuestros coetá- neos. Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías: «¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho». No os desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu. Esta presencia fiel del Señor os hace capaces de asumir el compromiso de la nueva evangelización, a la que todos los hijos de la Iglesia están llamados. Es una tarea de todos. En ella los laicos tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: ¡Sígueme!, no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida. Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. [Continúa, en respuesta a los jóvenes que le interrumpen:] ¡56 años! ¿Cuántos años tiene el Papa? ¡Casi 83! [Los jóvenes corean: «Eres joven»] ¡Un joven de 83 años! ¡Bien! Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos! [Los jóvenes no quieren dejarle marcharse] ¿Cuántas horas quedan para la medianoche? 3 horas para la medianoche. Bueno, ¡hay velas! Al concluir mis palabras [protestas]… Al concluir mis palabras… [protestas]. Al concluir mis palabras... Se debe concluir. Quiero invocar a María, la estrella luminosa que anuncia el despuntar del Sol que nace de lo Alto, Jesucristo: ¡Dios te salve, María, llena de gracia!/ Esta noche te pido por los jóvenes de España,/ jóvenes llenos de sueños y esperanzas./Ellos son los centinelas del mañana,/ el pueblo de las Bienaventuranzas;/ son la esperanza viva de la Iglesia y del Papa. Santa María, Madre de los jóvenes,/ intercede para que sean testigos de Cristo resucitado,/ apóstoles humildes y valientes del tercer milenio,/ heraldos generosos del Evangelio./ Santa María, Virgen Inmaculada,/ reza con nosotros,/ reza por nosotros./ Amén. Eucaristía en la plaza de Colón Saludo del cardenal Rouco Varela: «¡Queremos ser tus testigos!» S anto Padre: los obispos, presbíteros y fieles de las Iglesias particulares que peregrinan en España, esta tierra bendita desde los albores mismos de la evangelización por el anuncio apostólico de Jesucristo resucitado, os reciben y saludan en esta vuestra nueva visita a nuestra pa- Textos de la V visita del Papa a España 13 Una inmensa multitud abarrotó la madrileña plaza de Colón, para la Misa de las canonizaciones tria con los sentimientos de veneración y cariño filiales, de gratitud eclesial y de júbilo pascual que han distinguido siempre nuestras relaciones históricas con el sucesor de Pedro y, de manera totalmente singular, con Vuestra Santidad. Desde aquella vuestra primera Visita pastoral, verdaderamente histórica, del otoño del año 1982, larga, minuciosa, extraordinariamente sensible y cercana a nuestra realidad social y eclesial, vibrante de esperanza, no habéis cejado nunca de recordarnos el don tan extraordinario y singular que supone para la identidad interior de España le fe cristiana. Luego, en el verano de 1989, os poníais a la cabeza de aquella inmensa riada juvenil de peregrinos, nacida de todas las fuentes de la catolicidad, Camino de Santiago. Y entonces no sólo reverdecía el viejo y venerable itinerario de la peregrinación cristiana medieval de los pueblos de España y de los países hermanos de Europa, sino que también se nos revelaba la actualidad del Evangelio de Jesucristo, su vigor juvenil inmarchitable, su frescura pascual; en suma, el ser la llave que abre las puertas del futuro salvador para la Humanidad. Con una claridad radiante les enseñabais a los jóvenes del mundo que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. La Iglesia en España y sus jóvenes aprendíamos con nueva certeza, confirmada por el sucesor de Pedro, que había que retornar decididamente a lo más auténtico de nuestra tradición cristiana si queríamos descubrir, con creatividad histórica, las más ricas, vivas y actuales posibilidades de presente y de futuro para la Iglesia y para la sociedad. Ese horizonte de nuestra historia, por cristiana y El sucesor de Pedro, peregrino en tierras españolas, os repite: España, siguiendo un pasado de valiente evangelización: ¡sé también hoy testigo de Jesucristo resucitado! católica verdaderamente universal, quedaba más nítidamente iluminado y abierto en Sevilla, los lugares colombinos y Madrid –desde esta misma Plaza de Colón donde nos encontramos–, en junio de 1993, por vuestra llamada apremiante a nuestras comunidades diocesanas y a España entera para que reencontrásemos y recreásemos nuestra vocación misionera hacia dentro y hacia fuera de nuestras fronteras. Hoy, en este vuestro quinto Viaje apostólico, como en una síntesis pastoral de vuestros constantes mensajes, dirigidos a vuestros hijos de las Iglesias particulares de España, nos aseguráis en el nombre y con la autoridad de quien es el Vicario de Jesucristo resucitado para toda la Iglesia: ¡Seréis mis testigos! Y nos proponéis los modelos y el estilo imprescindibles para cumplir con el mandato y envío del Señor en este tiempo, tan lleno de incertidumbres y de esperanzas. Los modelos son los cinco Beatos –¡santos de la España contemporánea!– que vais a canonizar: Pedro Poveda, José María Rubio, Genoveva Torres, Ángela de la Cruz, Maravillas de Jesús. El estilo: el de la santidad, el de la perfección de la caridad que transforma los corazones, las familias, las sociedades y los pueblos. Santidad: ¡queremos ser sus testigos! ¡Queremos ser testigos humildes y valientes del Evangelio de Jesucristo resucitado, nuestro Señor y Salvador! ¡Gracias desde lo más hondo del alma por haber venido de nuevo a España, por el servicio de confirmarnos en la fe, de fortalecernos en la comunión eclesial, de enviarnos a evangelizar a los que más lo necesitan, en el alma y en el cuerpo, entre nosotros y en todos los países más pobres y atormentados del mundo! ¡Gracias por vuestra visita, por vuestra delicadeza exquisita de padre y pastor de nuestras almas! ¡Gracias por la Vigilia de ayer con los jóvenes de España, que han sintonizado con Vuestra Santidad, con lo más hondo, lo más íntimo y lo más entusiasmado de su corazón! Los jóvenes han estado con Su Santidad con el alma, con el corazón y con la vida, y con las promesas más firmes y más comprometedoras de su recuerdo. Los jóvenes están con el Papa, con el Evangelio y con Cristo. A nuestra gratitud se suman, con fina y cálida cortesía, Sus Majestades los Reyes de España y la Real Familia, los representantes de las más altas instituciones del Estado –Gobierno, Congreso y Senado, los Tribunales Constitucional y Supremo, las Comunidades Autónomas...–, que quieren sintonizar con los sentimientos más nobles de todos sus ciudadanos, y que ven en Vuestra Santidad el defensor más firme e inquebrantable del hombre, de cada ser humano, de su dignidad inviolable, de sus derechos fundamentales, del derecho a la vida frente a toda agresión que la amenaza, especialmente frente a la violencia terrorista; al que promueve incansablemente el bien del matrimonio y de la familia, el bien común de la Humanidad, y el bien preciadísimo de la paz. ¡Gracias! ¡Muchas gracias, Santo Padre! ¡Gracias de corazón, Santo Padre! ¡Muchas gracias por estar con nosotros, por presidir esta Eucaristía, abierta a todos los cielos de España sobre el altar de esta ciudad de Madrid! ¡Muchísimas gracias, Santo Padre! 14 Textos de la V visita del Papa a España Homilía del Santo Padre: «Se puede ser moderno y profundamente fiel a Cristo» S ed testigos de mi resurrección», Jesús dice a sus apóstoles en el relato del evangelio apenas proclamado. Misión difícil y exigente, confiada a hombres que aún no se atreven a mostrarse en público por miedo de ser reconocidos como discípulos del Nazareno. No obstante, la primera lectura nos ha presentado a Pedro que, una vez recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, tiene la valentía de proclamar ante el pueblo la resurrección de Jesús y exhortar al arrepentimiento y a la conversión. Desde entonces, la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, sigue proclamando esta noticia extraordinaria a todos los hombres de todos los tiempos. Y el sucesor de Pedro, peregrino en tierras españolas, os repite: España, siguiendo un pasado de valiente evangelización: ¡sé también hoy testigo de Jesucristo resucitado! Saludo con afecto a todo el pueblo de Dios venido desde las distintas regiones del país, y aquí reunido para participar en esta solemne celebración. Un respetuoso y deferente saludo dirijo a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real. Agradezco cordialmente las amables palabras del cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid. Saludo a los cardenales y obispos españoles, a los sacerdotes y a las personas consagradas; saludo también con afecto a los miembros de los Institutos relacionados con los nuevos santos. Agradezco particularmente la presencia aquí de los Presidentes de las Comunidades Autónomas, de las autoridades civiles y sobre todo la colaboración que han prestado para los distintos actos de esta visita. Los nuevos santos se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su resurrección. San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio. San José María Rubio vivió su sacerdocio, primero como diocesano y después como jesuita, con una entrega total al apostolado de la Palabra y de los sacramentos, dedicando largas horas al confesionario y dirigiendo numerosas tandas de ejercicios espirituales en las que formó a muchos cristianos que luego morirían mártires durante la persecución religiosa en España. Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace era su lema. Santa Genoveva Torres fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu. La nota característica que impulsaba su espiritualidad era la adoración «La fe católica constituye la identidad del pueblo español», dije cuando peregriné a Compostela. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia Los cinco nuevos santos españoles, canonizados en Madrid reparadora a la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba un apostolado lleno de humildad y sencillez, de abnegación y caridad. Semejante amor y sensibilidad hacia los pobres llevó a santa Ángela de la Cruz a fundar su Compañía de la Cruz, con una dimensión caritativa y social a favor de los más necesitados y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad sevillanas de su época. Su nota distintiva era la naturalidad y la sencillez, buscando la santidad con un espíritu de mortificación, al servicio de Dios en los hombres. Santa Maravillas de Jesús vivió animada por una fe heroica, plasmada en la respuesta a una vocación austera, poniendo a Dios como centro de su existencia. Superadas las tristes circunstancias de la guerra civil española, realizó nuevas fundaciones de la Orden del Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma teresiana. Su vida contemplativa y la clausura del monasterio no le impidieron atender a las necesidades de las personas que trataba y a promover obras sociales y caritativas a su alrededor. Los nuevos santos tienen rostros muy concretos y su historia es bien conocida. ¿Cuál es su mensaje? Sus obras, que admiramos y por las que damos gracias a Dios, no se deben a sus fuerzas o a la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del Espíritu Santo, que ha suscitado en ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado, y el propósito de imitarlo. Queridos fieles católicos de España: ¡dejaos interpelar por estos maravillosos ejemplos! Al dar gracias al Señor por tantos dones que ha derramado en España, os invito a pedir conmigo que, en esta tierra, sigan floreciendo nuevos santos. Surgirán otros frutos de santidad si las comunidades eclesiales mantienen su fidelidad al Evangelio que, según una venerable tradición, fue predicado desde los primeros tiempos del cristianismo y se ha conservado a través de los siglos. Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida. «La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español», dije cuando peregriné a Santiago de Compostela. Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia. «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras». Cristo resucitado ilumina a los apóstoles para que su anuncio pueda ser entendido y se transmita íntegro a todas las generaciones; para que el hombre oyendo crea, creyendo espere, y esperando ame. Al predicar a Jesucristo resucitado, la Iglesia desea anunciar a todos los hombres un camino de esperanza y acompañarles al encuentro con Cristo. Celebrando esta Eucaristía, invoco sobre todos vosotros el gran don de la fidelidad a vuestros compromisos cristianos. Que os lo conceda Dios Padre por la intercesión de la Santísima Virgen –venerada en España con tantas advocaciones– y de los nuevos santos. 15 Textos de la V visita del Papa a España Regina Coeli: «Ha valido la pena» A l concluir esta celebración, en la que he canonizado a cinco nuevos santos, quiero dar gracias a Dios que me ha permitido realizar el quinto Viaje apostólico a vuestra nación, tierra de fieles hijos de la Iglesia que ha dado tantos santos y misioneros. Mi primera visita tuvo como lema Testigo de la esperanza; y esta vez ha tenido Seréis mis testigos. Recordad siempre que el distintivo de los cristianos es dar testimonio audaz y valiente de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación. Deseo reiterar mi agradecimiento a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real aquí presente. Mi reconocimiento al Gobierno y autoridades de la nación por la ayuda ofrecida. Manifiesto mi particular gratitud al señor cardenal arzobispo de Madrid y a todos los demás obispos de España, por su invitación y acogida, así como a todos los que han prestado un generoso servicio antes y durante mi viaje. Saludo, además, con gran afecto a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas, a tantos jóvenes, familias, hombres y mujeres de buena voluntad. Me llevo el recuerdo de vuestros rostros esperanzados, que he encontrado estos días, y comprometidos con Jesucristo y su Evangelio. Sois depositarios de una rica herencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana, unida al gran amor a la Iglesia y al sucesor de Pedro. Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda. Y con gran afecto os digo, como en la primera vez: ¡hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María! Telegramas del Papa al Rey y al cardenal arzobispo de Madrid, al dejar tierra española: Afecto y cercanía Un adios improvisado [A continuación, el Santo Padre añadió estas palabras, no previstas en el discurso oficial] Gracias por vuestra presencia aquí hoy, viniendo desde todos los puntos de la geografía española. Aunque os haya costado sacrificio, ha valido la pena. La Plaza de Colón se ha convertido hoy en un gran templo para acoger esta magna celebración, donde hemos rezado con devoción y se ha cantado con entusiasmo. Nos encontramos en el corazón de Madrid, cerca de grandes museos, bibliotecas y centros de cultura fundada en la fe cristiana que España, parte de Europa, ha sabido entregar a América y, después, a otras partes del mundo. El lugar evoca, pues, la vocación de los católicos españoles a ser constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo. ¡España evangelizada, España evangelizadora! ¡Ése es el camino! No descuidéis la misión que hizo noble a vuestro país en el pasado y es el reto intrépido para el futuro. Gracias a la juventud española, que ayer vino tan numerosa para demostrar a la moderna sociedad que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo. Ellos son la gran esperanza del futuro de España y de la Europa cristiana. El futuro les pertenece. Vuelvo a Roma contento. ¡Adiós, España! ¡España evangelizada, España evangelizadora! ¡Ése es el camino! No descuidéis la misión que hizo noble a vuestro país en el pasado y es el reto intrépido para el futuro S u Majestad Juan Carlos I Rey de España. Palacio de la Zarzuela. Madrid: Al finalizar mi grata permanencia en la capital de España, me complace expresar mi vivo agradecimiento a Vuestra Majestad y a la Reina, a las autoridades y a todo el pueblo español por la hospitalidad que me han dispensado, así como por las sentidas y continuas muestras de afecto y cercanía con las que me han acompañado en cada momento. Mientras les reitero mi aprecio, renuevo mis mejores votos por su progreso humano y cristiano, en conformidad con sus profundas raíces cristianas, así como por el bienestar espiritual y material de esa querida nación, a la vez que, por mediación de la Virgen Inmaculada, pido para todos y cada uno de ellos la constante protección del Altísimo. Ioannes Paulus PP. II C ardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid: Al regreso de mi quinta Visita pastoral a España, agradezco profundamente a usted, a los demás hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de toda la nación, las constantes muestras de afecto y cercanía que, de modo tan significativo, han manifestado durante mi visita, de la que conservo un recuerdo muy grato, que se convierte en plegaria por la continua fidelidad a las raíces católicas y progreso espiritual y humano, basado en los valores sólidos del Evangelio, de los amadísimos hijos e hijas de la noble nación española. Mientras aliento a todos, pastores y fieles, a continuar siendo testigos de Jesucristo resucitado en la sociedad, les encomiendo a todos a la maternal protección de la Virgen Inmaculada para que las entrañables celebraciones de fe y amor que han tenido lugar en los dos días de mi permanencia en esas tierras produzcan abundantes frutos de vida cristiana, que contribuyan también a la edificación de la nueva Europa de los valores. Con estos sentimientos les imparto, en señal de benevolencia y prenda de la constante asistencia divina, la bendicción apostólica. Ioannes Paulus PP. II Textos de la V visita del Papa a España 16 Balance de Juan Pablo II, de su visita a España Que también hoy España siga dando frutos de santidad En la Audiencia General del miércoles siguiente a su visita a España, el Papa dijo en el Aula Pablo VI: A madísimos hermanos y hermanas: Deseo comentar hoy el Viaje apostólico que realicé, el sábado y domingo pasados, a España y que tuvo por tema: Seréis mis testigos. Doy gracias al Señor que me concedió visitar por quinta vez esa noble y amada nación, y renuevo la expresión de mi cordial agradecimiento al cardenal arzobispo de Madrid, a los pastores y a toda la Iglesia que está en España, a Sus Majestades el Rey y la Reina, así como al jefe del Gobierno y a las demás autoridades, que me acogieron con tanta solicitud y afecto. Desde mi llegada, expresé la estima del sucesor de Pedro por esa porción del pueblo de Dios, que desde hace dos mil años peregrina en tierra ibérica y ha desempeñado un papel destacado en la evangelización de Europa y del mundo. Al mismo tiempo, quise manifestar mi aprecio por los progresos sociales del país, invitando a fundarlos siempre en los auténticos y perennes valores que constituyen el valioso patrimonio de todo el continente europeo. 2. Fueron dos los momentos principales de esta peregrinación pastoral: el gran encuentro con los jóvenes, en la tarde del sábado, y la santa misa con la canonización de cinco Beatos, el domingo por la mañana. En la base aérea de Cuatro Vientos, en Madrid, la Vigilia de los jóvenes, que tuvo como telón de fondo la oración del Rosario, me permitió volver a proponer en síntesis el mensaje de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae y del Año del Rosario que estamos celebrando. Invité a los jóvenes a ser cada vez más hombres y mujeres de sólida interioridad, contemplando asiduamente, junto con María, a Cristo y sus misterios. Precisamente en esto reside el antídoto más eficaz contra los peligros del consumismo, al que se encuentra expuesto el hombre de hoy. A la sugestión de los valores efímeros del mundo visible, que proponen algunos medios de comunicación, es urgente contraponer los valores duraderos del espíritu, que sólo se pueden alcanzar entrando de nuevo en la propia interioridad mediante la contemplación y la oración. Asimismo, constaté con alegría que los jóvenes saben ser entre sus coetáneos, cada vez más, protagonistas de la nueva evangelización, dispuestos a gastar sus energías al servicio de Cristo y de su reino. A la Virgen encomendé a los jóvenes de Madrid y de toda España, que son el futuro y la esperanza de la Iglesia y de la sociedad de esa gran nación. 3. Al día siguiente tuvo lugar la solemne celebración eucarística en la central pla- El Santo Padre, en el Aula Pablo VI del Vaticano Este Vº Viaje apostólico a España ha confirmado en mí una profunda convicción: las antiguas naciones de Europa conservan un alma cristiana, que constituye una sola cosa con el genio y la historia de los pueblos respectivos za de Colón. En presencia de la Familia Real, del episcopado y de las autoridades del país, ante una vasta asamblea con representantes de todos los componentes eclesiales, tuve la alegría de proclamar santos a cinco hijos de España: Pedro Poveda Castroverde, sacerdote y mártir; José María Rubio y Peralta, sacerdote; y las religiosas Genoveva Torres Morales, Ángela de la Cruz y María Maravillas de Jesús. Estos auténticos discípulos de Cristo y testigos de su resurrección son un ejemplo para los cristianos del mundo entero: sacando de la oración la fuerza necesaria, supieron cumplir las tareas que Dios les confió en la vida contemplativa, en el ministerio pastoral, en el campo de la educación, en el apostolado de los ejercicios espirituales y en la caridad con los pobres. En ellos, de manera particular, han de inspirarse los creyentes y las comunidades eclesiales de España, para que también en nuestros días esa tierra bendecida por Dios siga produciendo abundantes frutos de perfección evangélica. Con este fin, exhorté a los cristianos de España a permanecer fieles al Evange- lio, a defender y promover la unidad de la familia, a conservar y renovar continuamente la identidad católica que constituye el orgullo de la nación. En virtud de los valores perennes de su tradición será como ese noble país podrá dar su contribución eficaz a la construcción de la nueva Europa. 4. Este quinto Viaje apostólico a España ha confirmado en mí una profunda convicción: las antiguas naciones de Europa conservan un alma cristiana, que constituye una sola cosa con el genio y la historia de los pueblos respectivos. Por desgracia, el secularismo amenaza los valores fundamentales, pero la Iglesia desea trabajar para mantener siempre viva esta tradición espiritual y cultural. Apelando a la grandeza del alma española, formada en sólidos principios humanos y cristianos, dirigí especialmente a los jóvenes las palabras de Cristo: «Seréis mis testigos». Repito hoy esas mismas palabras, asegurando a la Iglesia y al pueblo de España, así como a todos vosotros, aquí presentes, mi oración, avalada por una especial bendición apostólica. 17 Textos de la V visita del Papa a España Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española Avivar las raíces cristianas El 8 de mayo de 2003, el Comité Ejecutivo del episcopado español hizo pública la siguiente valoración de la Visita pastoral de Juan Pablo II a España Los obispos españoles, momentos antes de la llegada del Santo Padre a Madrid L a Visita del Santo Padre a España en los pasados días 3 y 4 de mayo ha sido un acontecimiento de gracia y salvación. El Señor nos lo ha concedido generosamente como regalo pascual, respondiendo a nuestra plegaria por el fruto espiritual de la Visita. Gracias sean dadas al Padre de quien procede todo don, porque nos ha permitido a los católicos, y a muchos hombres y mujeres de buena voluntad, disfrutar una vez más de la presencia del Papa, escuchar su palabra evangélica y sentirnos fortalecidos en la comunión eclesial, alentados en la fe e impulsados a un nuevo y más vigoroso compromiso apostólico. Gracias sean dadas a Jesucristo, de quien el Papa, como hiciera el apóstol san Pedro tras la resurrección del Señor, nos ha dado testimonio con mucho valor, invitándonos a ser sus testigos y proclamando que «Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino», y que «vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre». Gracias sean dadas al Espíritu Santo, que santifica y rejuvenece a la Iglesia, por los cinco españoles contemporáneos nuestros –Pedro Poveda, José María Rubio, Genoveva Torres, Ángela de la Cruz y Maravillas de Jesús– que el Papa Juan Pablo Gracias sean dadas a Cristo, de quien el Papa nos ha dado testimonio, invitándonos a ser sus testigos y proclamando que Él es la respuesta a las preguntas sobre el hombre y su destino, y que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre II ha inscrito en el Catálogo de los santos en la solemne Eucaristía del domingo ante más de un millón de personas, al tiempo que nos exhortaba a imitar sus admirables ejemplos de santidad, fruto de «la acción del Espíritu Santo, que ha suscitado en ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado y el propósito de imitarlo». Gratitud Los miembros del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, en nombre de todos nuestros hermanos obispos de España, queremos manifestar nuestra gratitud emocionada al Santo Padre, que en su solicitud por todas las Iglesias acogió desde el principio, con sumo interés, nuestra invitación, y durante estos días nos ha dado tantas muestras de afecto entrañable y orientaciones preciosas para el futuro de la Iglesia en España. Su cercanía física y espiritual nos ha ayudado a fortalecer «los lazos de unidad, de amor y de paz» con el Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia. Queremos manifestar también nuestro agradecimiento sincero a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real, que tantos detalles de afecto y respeto han tenido con el Santo Padre; al Gobierno de España, a las Administraciones autonómi- ca y municipal de Madrid y a los servidores del orden, cuya eficaz y generosa colaboración ha sido decisiva para el feliz resultado que todos celebramos. Nuestra gratitud a todos los representantes de las altas instituciones del Estado, que han tenido a bien participar en los actos presididos por el Papa. En este capítulo de agradecimientos no podemos olvidar la colaboración entusiasta del personal de la Conferencia Episcopal y de la Comisión para la Visita del Papa del Arzobispado de Madrid, el quehacer abnegado de los Delegados diocesanos para la Visita y de los responsables de la Pastoral de Juventud de todas las diócesis de España. No olvidamos el servicio impagable que nos han prestado los miles de voluntarios que tan eficazmente han trabajado en la preparación y desarrollo de este gran acontecimiento eclesial, así como la generosidad de instituciones y particulares que han querido colaborar con sus aportaciones económicas. No olvidamos tampoco la colaboración importante de los medios de comunicación social, que en buena medida han tratado la Visita del Santo Padre con objetividad, respeto y afecto. Mención especial merece Radio Televisión Española, que no ha escatimado medios para hacer presente la voz, la imagen y el mensaje del Papa en España y en el mundo. 18 Textos de la V visita del Papa a España El cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, despide, agradecido, a Juan Pablo II en Barajas, en presencia de los Reyes de España El cariño, afecto y devoción que tantos miles de jóvenes y adultos han manifestado al Santo Padre, la numerosísima participación en los actos programados y los altos índices de audiencia de las transmisiones por radio y televisión, nos llenan de alegría y confianza, al comprobar que los corazones de muchos españoles siguen abiertos a la persona de Jesucristo y a la luz del Evangelio. Junto a estos sentimientos de gratitud, abrigamos la esperanza de que la buena semilla, que el Papa ha sembrado con su palabra y el testimonio de su vida, fructifique generosamente entre nosotros. Es responsabilidad nuestra cuidarla, abonarla y regarla como servidores de la heredad del Señor. Tenemos todavía grabado en el alma el mensaje, lleno de fe y de vigor religioso, que dirigió a los numerosísimos jóvenes presentes en el encuentro inolvidable de Cuatro Vientos, tan pleno de emociones, de sintonía de afectos y de pensamientos, de alegría y esperanza pascual, de gozo en el Espíritu. Recordamos conmovidos su llamada a la interioridad y a la contemplación, al estilo de la Virgen María, porque, «sin interioridad, la cultura carece de entrañas»; su invitación a ser artífices de la verdadera paz («testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino Abrigamos la esperanza de que la buena semilla, que el Papa ha sembrado con su palabra y el testimonio de su vida, fructifique generosamente entre nosotros. Es nuestra responsabilidad cuidarla, abonarla y regarla como servidores de la heredad del Señor que se proponen») y su exhortación a hablar de Jesucristo sin miedo ni complejos, y a convertirse en apóstoles de los propios jóvenes. Una pauta imprescindible Recordamos también su invitación a seguir a Jesucristo en el sacerdocio o en la vida consagrada, brindándoles el testimonio personal de sus 56 años de vida entregada como sacerdote. Todo ello constituye una pauta imprescindible, honda y fecunda para nuestra pastoral juvenil y para nuestro trabajo en el campo de la promoción vocacional. De igual modo, y como regalo precioso de esta Visita memorable, el Santo Padre nos deja a los católicos españoles la exhortación insistente a mantener y avivar el rasgo más sobresaliente de nuestra identidad: «¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia»; «así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu, una Europa fiel a sus raíces cristianas»; «sois depositarios de una rica herencia espiritual, que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana». Tenemos aquí marcado el camino para la auténtica renovación de la Iglesia, para una nueva primavera de santidad y de vida cristiana, y para una realización más honda de nuestro Plan Pastoral. La savia del catolicismo que, a lo largo de nuestra historia, ha generado tantas vidas heroicas y ha aportado a la Iglesia universal tantos frutos de cultura, de evangelización y de servicio al hombre, sigue latiendo en las raíces más profundas de nuestra personalidad e identidad cultural. Preciso es ahora reconocer esa rica savia, apreciarla y avivarla, de modo que robustezca la vida interior de nuestras comunidades y produzca en nuestras diócesis frutos nuevos de dinamismo pastoral y audacia evangelizadora en los inicios de este nuevo milenio, para gloria de Dios y plenitud del hombre. Para la tierra de María, como al Papa le gusta llamar a España, en el Año del Rosario, invocamos la protección de la Virgen. Le pedimos que nos conceda el don de la paz y que nos acompañe en la contemplación del rostro de Cristo, que el Santo Padre nos ha iluminado en estas jornadas inolvidables. Le pedimos, por fin, que proteja al Papa y a todos nos aliente en el camino de la santidad para ser testigos creíbles de Jesucristo resucitado, con la palabra y con el testimonio elocuente de la propia vida. Índice NOTA DOCTRINAL DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE SOBRE ALGUNAS CUESTIONES RELATIVAS AL COMPROMISO Y LA CONDUCTA DE LOS CATÓLICOS EN LA VIDA POLÍTICA I. Una enseñanza constante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3 II. Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3 III. Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5 IV. Consideraciones sobre aspectos particulares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7 V. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7 Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8 LAS 30 HORAS DE JUAN PABLO II EN ESPAÑA: TEXTOS DE LA QUINTA VISITA DEL PAPA Llegada del Santo Padre al aeropuerto de Barajas Palabras de bienvenida del Rey . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9 Respuesta del Santo Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .10 Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos Saludo de monseñor Rodríguez Paza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11 Palabras del Santo Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11 Discurso de Juan Pablo II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .12 Eucaristía en la plaza de Colón Saludo del cardenal Rouco Varela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .12 Homilía del Santo Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .14 Regina Coeli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15 Telegramas del Papa al Rey y al cardenal arzobispo de Madrid, al dejar tierra española . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15 Balance de Juan Pablo II de su visita a España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .16 Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Españolavalorando la Visita pastoral de Juan Pablo II a España . . .17