Los católicos en la vida política

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19
Los católicos,
la política
y el Papa
Nota doctrinal Católicos y vida política
3
Nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Los católicos en la vida política:
compromiso y conducta
La Congregación para la Doctrina de la Fe, oído el parecer del Consejo Pontificio para los Laicos, ha estimado oportuno publicar
la presente Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política.
La Nota se dirige a los obispos de la Iglesia católica y, de modo especial, a los políticos católicos y a todos los fieles laicos
llamados a la participación en la vida pública y política en las sociedades democráticas
I. Una enseñanza constante
E
l compromiso del cristiano en el
mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes
modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política: Los cristianos –afirmaba un escritor eclesiástico
de los primeros siglo– «cumplen todos sus
deberes de ciudadanos»1. La Iglesia venera entre sus santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a
través de su generoso compromiso en las
actividades políticas y de gobierno. Entre
ellos, santo Tomás Moro, proclamado Patrono de los gobernantes y políticos, que
supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»2. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y, sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones»
que lo distinguía, afirmó con su vida y su
muerte que «el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral»3.
Las actuales sociedades democráticas,
en las que loablemente4 todos son hechos
partícipes de la gestión de la cosa pública
en un clima de verdadera libertad, exigen
nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los
ciudadanos, cristianos y no cristianos. En
efecto, todos pueden contribuir por medio
del voto a la elección de los legisladores y
gobernantes y, a través de varios modos, a
la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según
ellos, favorecen mayormente el bien común5. La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa, responsable y
generosa participación de todos, «si bien
con diversidad y complementariedad de
formas, niveles, tareas y responsabilidades»6.
Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su
conciencia cristiana»7, en conformidad
con los valores que son congruentes con
ella, los fieles laicos desarrollan también
sus tareas propias de animar cristianamente
el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía8, y cooperando
con los demás ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad9. Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano
II es que «los fieles laicos de ningún modo
pueden abdicar de la participación en la
política; es decir, en la multiforme y va-
Votar es un derecho y un deber moral
La vida
en un sistema
político
democrático
no podría
desarrollarse
con provecho
sin la activa,
responsable
y generosa
participación
de todos
riada acción económica, social, legislativa,
administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el
bien común»10, que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.
La presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia, resumida por otra parte, en sus
líneas esenciales, en el Catecismo de la
Iglesia católica, sino solamente recordar
algunos principios propios de la conciencia cristiana, que inspiran el compromiso
social y político de los católicos en las sociedades democráticas11. Y ello porque,
en estos últimos tiempos, a menudo por la
urgencia de los acontecimientos, han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones
discutibles, que hacen oportuna la clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión.
II. Algunos puntos críticos en el
actual debate cultural y político
2. La sociedad civil se encuentra hoy
dentro de un complejo proceso cultural
que marca el fin de una época y la incerti-
dumbre por la nueva que emerge al horizonte. Las grandes conquistas de las que
somos espectadores nos impulsan a comprobar el camino positivo que la Humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida más humanas. La mayor responsabilidad hacia
países en vías de desarrollo es, ciertamente, una señal de gran relieve, que muestra
la creciente sensibilidad por el bien común. Junto a ello, no es posible callar, por
otra parte, sobre los graves peligros hacia
los que algunas tendencias culturales tratan
de orientar las legislaciones y, por consiguiente, los comportamientos de las futuras generaciones.
Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la
teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley
moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es
extraño hallar en declaraciones públicas
afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de
la democracia12. Ocurre así que, por una
parte, los ciudadanos reivindican la más
completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra
4
parte, los legisladores creen que respetan
esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural,
limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias13, como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al
mismo tiempo, invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte
de los ciudadanos –incluidos los católicos– que renuncien a contribuir a la vida
social y política de sus propios países según la concepción de la persona y del bien
común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los medios lícitos que el orden jurídico democrático
pone a disposición de todos los miembros
de la comunidad política. La historia del
siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de la parte de aquellos ciudadanos
que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral,
arraigada en la naturaleza misma del ser
humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien
común y del Estado.
Matriz del compromiso católico
3. Esta concepción relativista del pluralismo no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos católicos de
elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural,
aquella que, según el propio criterio, se
conforma mejor a las exigencias del bien
común. La libertad política no está ni puede estar basada en la idea relativista, según la cual todas las concepciones sobre el
bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor, sino sobre el
hecho de que las actividades políticas
apuntan, caso por caso, hacia la realización extremadamente concreta del verdadero bien humano y social en un contexto
histórico, geográfico, económico, tecnológico y cultural bien determinado. La pluralidad de las orientaciones y soluciones,
que deben ser en todo caso moralmente
aceptables, surge precisamente de la concreción de los hechos particulares y de la
diversidad de las circunstancias. No es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas –y menos todavía soluciones únicas– para cuestiones temporales, que Dios
ha dejado al juicio libre y responsable de
cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el
derecho y el deber de pronunciar juicios
morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral14. Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»15, también
está llamado a disentir de una concepción
del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de
principios éticos que, por su naturaleza y
papel fundacional de la vida social, no son
negociables.
En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en
materia social, el hecho de que a menudo
sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo
valor sustancial de fondo, la posibilidad
de interpretar de manera diferente algunos
principios básicos de la teoría política, y
Nota doctrinal Católicos y vida política
La historia
del siglo XX
es prueba
suficiente
de que la razón
está de la parte
de quienes
consideran falsa
la tesis
relativista,
según la cual
no existe una
norma moral
arraigada
en la naturaleza
humana,
a cuyo juicio
ha de someterse
toda concepción
del hombre,
del bien común
y del Estado
La vía de la
democracia sólo
se hace posible
en la medida
en que se funda
sobre una recta
concepción
de la persona
la complejidad técnica de buena parte de
los problemas políticos, explican el hecho
de que, generalmente, pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan
militar los católicos para ejercitar –particularmente por la representación parlamentaria– su derecho-deber de participar
en la construcción de la vida civil de su
País16. Esta obvia constatación no puede
ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los
principios morales y los valores sustanciales a los cuales se hace referencia. La
legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que
hace posible en la medida en que se funda
sobre una recta concepción de la persona17. Se trata de un principio sobre el que
los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el
mundo y la unidad y coherencia interior
de los mismos fieles. La estructura democrática sobre la cual un Estado moderno
pretende construirse sería sumamente frágil si no pusiera como fundamento propio
la centralidad de la persona. El respeto de
la persona es, por lo demás, lo que hace
posible la participación democrática. Como enseña el Concilio Vaticano II, la tute-
proviene el compromiso de los católicos
en la política, que hace referencia directa a
la doctrina moral y social cristiana. Sobre
esta enseñanza los laicos católicos están
obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada
por una coherente responsabilidad hacia
las realidades temporales.
la «de los derechos de la persona es condición necesaria para que los ciudadanos,
como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en
la vida y en el gobierno de la cosa pública»18.
Derecho y deber de intervenir
La Iglesia es consciente de que la vía
de la democracia, aunque sin duda expresa mejor la participación directa de los ciudadanos en las opciones políticas, sólo se
4. A partir de aquí se extiende la compleja red de problemáticas actuales, que
no pueden compararse con las temáticas
tratadas en siglos pasados. La conquista
científica, en efecto, ha permitido alcanzar objetivos que sacuden la conciencia e
imponen la necesidad de encontrar soluciones capaces de respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos. Se
5
Nota doctrinal Católicos y vida política
asiste, en cambio, a tentativas legislativas
que, sin preocuparse de las consecuencias
que se derivan para la existencia y el futuro de los pueblos en la formación de la
cultura y los comportamientos sociales,
se proponen destruir el principio de la intangibilidad de la vida humana. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la
vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la
enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de
oponerse» a toda ley que atente contra la
vida humana. Para ellos, como para todo
católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les
está permitido apoyarlas con el propio voto19. Esto no impide, como enseña Juan
Pablo II en la encíclica Evangelium vitae
a propósito del caso en que no fuera posible evitar o abrogar completamente una
ley abortista en vigor o que está por ser
sometida a votación, que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al
aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas
encaminadas a limitar los daños de esa
ley y disminuir así los efectos negativos en
el ámbito de la cultura y de la moralidad
pública»20.
En tal contexto, hay que añadir que la
conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto
la realización de un programa político o
la aprobación de una ley particular que
contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de
la fe y la moral. Ya que las verdades de fe
constituyen una unidad inseparable, no es
lógico el aislamiento de uno solo de sus
contenidos en detrimento de la totalidad
de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la
doctrina social de la Iglesia no basta para
satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. Ni
tampoco el católico puede delegar en otros
el compromiso cristiano que proviene del
Evangelio de Jesucristo, para que la verdad
sobre el hombre y el mundo pueda ser
anunciada y realizada.
Tutela de la familia
Cuando la acción política tiene que ver
con principios morales que no admiten
derogaciones, excepciones o compromiso
alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de
responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en
efecto, los creyentes deben saber que está
en juego la esencia del orden moral, que
concierne al bien integral de la persona.
Éste es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay
que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción
hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar
y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salva-
III. Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo
5. Ante estas problemáticas, si bien es lícito pensar en la utilización de una pluralidad de metodologías que reflejen sensibilidades y culturas diferentes, ningún fiel
puede, sin embargo, apelar al principio del
pluralismo y autonomía de los laicos en
política, para favorecer soluciones que
comprometan o menoscaben la salvaguardia de las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. No se trata en sí de valores confesionales, pues tales exigencias éticas están
radicadas en el ser humano y pertenecen a
la ley moral natural. Éstas no exigen de
suyo, en quien las defiende, una profesión
de fe cristiana, si bien la doctrina de la
Iglesia las confirma y tutela siempre y en
todas partes, como servicio desinteresado
a la verdad sobre el hombre y el bien común de la sociedad civil. Por lo demás, no
se puede negar que la política debe hacer
también referencia a principios dotados de
valor absoluto, precisamente porque están
al servicio de la dignidad de la persona y
del verdadero progreso humano.
Juan Pablo II,
en línea con
la enseñanza
constante
de la Iglesia,
ha reiterado
muchas veces
que quienes
se comprometen
directamente
en la acción
legislativa
tienen la precisa
obligación
de oponerse
a toda ley que
atente contra
la vida humana
guardada la tutela y la promoción de la
familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y
protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio.
A la familia no pueden ser jurídicamente
equiparadas otras formas de convivencia,
ni éstas pueden recibir, en cuanto tales,
reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de
sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos.
Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo,
en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este
elenco el derecho a la libertad religiosa y
el desarrollo de una economía que esté al
servicio de la persona y del bien común, en
el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de
las asociaciones, así como su ejercicio»21.
Finalmente, cómo no contemplar entre los
citados ejemplos el gran tema de la paz.
Una visión irenista e ideológica tiende a
veces a secularizar el valor de la paz,
mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es
siempre «obra de la justicia y efecto de la
caridad»22; exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y
requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política.
6. La frecuente referencia a la laicidad,
que debería guiar el compromiso de los
católicos, requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en
conciencia del bien común de la sociedad
política no tiene nada qué ver con la confesionalidad o la intolerancia religiosa. Para la doctrina moral católica, la laicidad,
entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica –nunca de la esfera moral–, es un
valor adquirido y reconocido por la Iglesia,
y pertenece al patrimonio de civilización
alcanzado23. Juan Pablo II ha puesto varias
veces en guardia contra los peligros derivados de cualquier tipo de confusión entre
la esfera religiosa y la esfera política. «Son
particularmente delicadas las situaciones en
las que una norma específicamente religiosa se convierte o tiende a convertirse
en ley del Estado, sin que se tenga en debida cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad
política. Identificar la ley religiosa con la
civil puede, de hecho, sofocar la libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos inalienables»24. Todos
los fieles son bien conscientes de que los
actos específicamente religiosos (profesión de fe, cumplimiento de actos de culto
y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.) quedan fuera de la competencia del Estado, el cual
no debe entrometerse ni para exigirlos o
para impedirlos, salvo por razones de orden
público. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos, no pueden ser
condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de
los ciudadanos.
La verdad es una
Una cuestión completamente diferente es el derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás,
de buscar sinceramente la verdad y pro-
6
mover y defender, con medios lícitos, las
verdades morales sobre la vida social, la
justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás derechos de la persona. El
hecho de que algunas de estas verdades
también sean enseñadas por la Iglesia, no
disminuye la legitimidad civil y la laicidad del compromiso de quienes se identifican con ellas, independientemente del
papel que la búsqueda racional y la confirmación procedente de la fe hayan desarrollado en la adquisición de tales convicciones. En efecto, la laicidad indica, en
primer lugar, la actitud de quien respeta
las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas, al mismo tiempo, por una religión
específica, pues la verdad es una. Sería un
error confundir la justa autonomía que los
católicos deben asumir en política, con la
reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la
Iglesia.
Con su intervención en este ámbito, el
magisterio de la Iglesia no quiere ejercer un
poder político ni eliminar la libertad de
opinión de los católicos sobre cuestiones
contingentes. Busca, en cambio, –en cumplimiento de su deber– instruir e iluminar
Nota doctrinal Católicos y vida política
la conciencia de los fieles, sobre todo de los
que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común. La enseñanza social de la Iglesia no es una intromisión en
el gobierno de los diferentes países. Plantea ciertamente, en la conciencia única y
unitaria de los fieles laicos, un deber moral de coherencia. «En su existencia no
puede haber dos vidas paralelas: por una
parte, la denominada vida espiritual, con
sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida secular, esto es, la vida de
familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento, arraigado en la vid que
es Cristo, da fruto en cada sector de la acción y de la existencia. En efecto, todos
los campos de la vida laical entran en el
designio de Dios, que los quiere como el
lugar histórico de la manifestación y realización de la caridad de Jesucristo para
gloria del Padre y servicio a los hermanos.
Toda actividad, situación, esfuerzo concreto –como, por ejemplo, la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la
educación de los hijos, el servicio social
y político, la propuesta de la verdad en el
Se quiere negar
no sólo
la relevancia
política
y cultural de
la fe cristiana,
sino hasta
la posibilidad
de una ética
natural.
Si así fuera,
se abriría
el camino a una
anarquía moral,
que no podría
identificarse
nunca con
forma alguna
de legítimo
pluralismo
ámbito de la cultura– constituye una ocasión providencial para un continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad»25. Vivir y actuar políticamente en
conformidad con la propia conciencia no es
un acomodarse en posiciones extrañas al
compromiso político, o en una forma de
confesionalidad, sino expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de
la política, se instaure un ordenamiento
social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana.
En las sociedades democráticas todas
las propuestas son discutidas y examinadas
libremente. Aquellos que, en nombre del
respeto de la conciencia individual, pretendieran ver en el deber moral de los cristianos de ser coherentes con la propia conciencia un motivo para descalificarlos políticamente, negándoles la legitimidad de
actuar en política de acuerdo con las propias convicciones acerca del bien común,
incurrirían en una forma de laicismo intolerante. En esta perspectiva, en efecto, se
quiere negar no sólo la relevancia política
y cultural de la fe cristiana, sino hasta la
misma posibilidad de una ética natural. Si
así fuera, se abriría el camino a una anarquía moral, que no podría identificarse
nunca con forma alguna de legítimo plu-
7
Nota doctrinal Católicos y vida política
La fe
en Jesucristo
exige
a los cristianos
la construcción
de una cultura
que reproponga
el patrimonio
de valores
y contenidos
de la tradición
católica
en consideración los principios a los que se
ha hecho referencia.
La fe en Jesucristo, que se ha definido
a sí mismo «Camino, Verdad y Vida» (Jn
14, 6), exige a los cristianos el esfuerzo de
entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura que, inspirada en el
Evangelio, reproponga el patrimonio de
valores y contenidos de la tradición católica. La necesidad de presentar en términos
culturales modernos el fruto de la herencia
espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con urgencia impostergable, para evitar además, entre otras
cosas, una diáspora cultural de los católicos. Por otra parte, el espesor cultural alcanzado y la madura experiencia de compromiso político que los católicos han sabido desarrollar en distintos países, especialmente en los decenios posteriores a la
segunda guerra mundial, no deben provo-
de no se llama la atención sobre la verdad
ni se la trata de alcanzar, se debilita toda
forma de ejercicio auténtico de la libertad,
abriendo el camino al libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela
del bien de la persona y de la entera sociedad.
8. En tal sentido, es bueno recordar una
verdad que hoy la opinión pública corriente
no siempre percibe o formula con exactitud: el derecho a la libertad de conciencia,
y en especial a la libertad religiosa, proclamada por la Declaración Dignitatis humanæ del Concilio Vaticano II, se basa en
la dignidad ontológica de la persona humana, y de ningún modo en una inexistente igualdad entre las religiones y los
sistemas culturales28. En esta línea, el Papa Pablo VI ha afirmado que «el Concilio
de ningún modo funda este derecho a la
libertad religiosa sobre el supuesto hecho
de que todas las religiones y todas las doctrinas, incluso erróneas, tendrían un valor
más o menos igual; lo funda en cambio
sobre la dignidad de la persona humana,
la cual exige no ser sometida a contradicciones externas, que tienden a oprimir la
conciencia en la búsqueda de la verdadera
religión y en la adhesión a ella»29. La afirmación de la libertad de conciencia y de
la libertad religiosa, por lo tanto, no contradice en nada la condena del indiferentísimo y del relativismo religioso por parte
de la doctrina católica30, sino que le es plenamente coherente.
V. Conclusión
Una riada de jóvenes, ante el lago de Genesaret, para escuchar a Juan Pablo II
ralismo. El abuso del más fuerte sobre el
débil sería la consecuencia obvia de esta
actitud. La marginalización del cristianismo, por otra parte, no favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad, ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría más bien en peligro los
mismos fundamentos espirituales y culturales de la civilización26.
La fe nunca
ha pretendido
encerrar
los contenidos
socio-políticos
IV. Consideraciones sobre aspecen
un esquema
tos particulares
rígido,
7. En circunstancias recientes ha ocu- conciente de que
rrido que, incluso en el seno de algunas
la dimensión
asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones
histórica en que
de apoyo a fuerzas y movimientos políticos
el hombre vive
que han expresado posiciones contrarias
impone
verificar
a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tala presencia
les opciones y posiciones, siendo contrade
situaciones
dictorias con los principios básicos de la
imperfectas
conciencia cristiana, son incompatibles
con la pertenencia a asociaciones u orgay, a menudo,
nizaciones que se definen católicas. Anárápidamente
logamente, hay que hacer notar que, en
mutables
ciertos países, algunas revistas y periódicos
católicos, en ocasión de toma de decisiones
políticas, han orientado a los lectores de
manera ambigua e incoherente, induciendo a error acerca del sentido de la autonomía de los católicos en política y sin tener
car complejo alguno de inferioridad frente a otras propuestas que la historia reciente ha demostrado débiles o radicalmente fallidas. Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los
católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la
base no hay una cultura capaz de acoger,
justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán siempre sobre fundamentos frágiles.
La fe nunca ha pretendido encerrar los
contenidos socio-políticos en un esquema
rígido, conciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive impone verificar la presencia de situaciones imperfectas y, a menudo, rápidamente mutables.
Bajo este aspecto deben ser rechazadas las
posiciones políticas y los comportamientos
que se inspiran en una visión utópica, la
cual, cambiando la tradición de la fe bíblica en una especie de profetismo sin
Dios, instrumentaliza el mensaje religioso,
dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o redimensiona la tensión cristiana hacia la vida
eterna.
Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que
la auténtica libertad no existe sin la verdad. «Verdad y libertad, o bien van juntas
o juntas perecen miserablemente», ha escrito Juan Pablo II27. En una sociedad don-
9. Las orientaciones contenidas en la
presente Nota quieren iluminar uno de los
aspectos más importantes de la unidad de
vida que caracteriza al cristiano: la coherencia entre fe y vida, entre Evangelio y
cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los fieles a «cumplir
con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se
equivocan los cristianos que, pretextando
que no tenemos aquí ciudad permanente,
pues buscamos la futura, consideran que
pueden descuidar las tareas temporales,
sin darse cuenta de que la propia fe es un
motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno». Alégrense los
fieles cristianos «de poder ejercer todas
sus actividades temporales haciendo una
síntesis vital del esfuerzo humano, familiar,
profesional, científico o técnico, con los
valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios»31.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la
Audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha
aprobado la presente Nota, decidida en la
Sesión Ordinaria de esta Congregación, y
ha ordenado que sea publicada.
Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de
noviembre de 2002, solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.
+Joseph Card. Ratzinger
Prefecto
+Tarcisio Bertone, SDB
arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
Nota doctrinal Católicos y vida política
8
FOTO: REUTERS
Notas
Juan Pablo II con Mijail Gorbachov
[1] Carta a Diogneto, 5, 5. Cf. Catecismo de la Iglesia
católica, 2240.
[2] Juan Pablo II, Carta apostólica, en forma de Motu
Proprio, para la proclamación de santo Tomás Moro como
Patrono de los gobernantes y de los políticos, 1.
[3] Ibíd., 4.
[4] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium
et spes, 31; Catecismo de la Iglesia católica, 1915.
[5] Cf. Gaudium et spes, 75.
[6] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Christifideles laici, 42. Esta Nota doctrinal se refiere, obviamente, al
compromiso político de los fieles laicos. Los pastores tienen el derecho y el deber de proponer los principios morales también en el orden social; «sin embargo, la participación activa en los partidos políticos está reservada a los
laicos» (Christifideles laici, 69). Cf. Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (31-I-1994), 33.
tale Dei, ASS 18 (1885/86) 162ss; encíclica Libertas præstantissimum, ASS 20 (1887/88) 593ss; encíclica Rerum novarum, ASS 23 (1890/91) 643ss; Benedicto XV, encíclica
Pacem Dei munus pulcherrimum, AAS 12 (1920) 209ss; Pío
XI, encíclica Quadragesimo anno, AAS 23 (1931) 190ss;
encíclica Mit brennender Sorge, AAS 29 (1937) 145-167;
encíclica Divini Redemptoris, AAS 29 (1937) 78ss; Pío
XII, encíclica Summi Pontificatus, AAS 31 (1939) 423ss;
Radiomessaggi natalizi 1941-1944; Juan XXIII, encíclica
Mater et magistra, AAS 53 (1961) 401-464; encíclica Pacem in terris, AAS 55 (1963) 257-304; Pablo VI, encíclica
Populorum progressio, AAS 59 (1967) 257-299; Carta
apostólica Octogesima adveniens, AAS 63 (1971) 401-441.
[12] Cf. Juan Pablo II, encíclica Centesimus annus,
46; encíclica Veritatis splendor, 101; Discurso al Parlamento italiano en sesión pública conjunta, en L’Osservatore Romano, 5 (14-XI-2002).
[13] Cf. Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitæ, 22.
[14] Cf. Gaudium et spes, 76.
[15] Ibíd., 75.
[7] Gaudium et spes, 76.
[16] Cf. ibíd., 43 y 75.
[8] Cf. ibíd. 36.
[17] Cf. ibíd., 25.
[9] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 7; Constitución Lumen gentium, 36; y Gaudium et spes, 31 y 43.
[18] Ibíd., 73.
[19] Cf. Evangelium vitæ, 73.
[23] Cf. Gaudium et spes, 76.
[24] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz 1991: Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada hombre, IV.
[25] Christifideles laici, 59. La citación interna proviene del Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 4.
[26] Cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, en L’Osservatore Romano (11-I-2002).
[27] Juan Pablo II, encíclica Fides et ratio, 90.
[28] Cf. Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis
humanae, 1: «En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por
el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia católica». Eso no quita que la
Iglesia considere con sincero respeto las varias tradiciones
religiosas, más bien reconoce «todo lo bueno y verdadero» presentes en ellas. Cf. Lumen gentium, 16; Decreto
Ad gentes, 11; Declaración Nostra ætate, 2; Juan Pablo
II, encíclica Redemptoris missio, 55; Congregación para la
Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 2; 8; 21.
[29] Pablo VI, Discurso al Sacro Colegio y a la Prelatura Romana, en Insegnamenti di Paolo VI, 14 (1976),
1088-1089.
[10] Christifideles laici, 42.
[20] Ibíd.
[11] En los últimos dos siglos, muchas veces el magisterio pontificio se ha ocupado de las cuestiones principales
acerca del orden social y político. Cf. León XIII, encíclica
Diuturnum illud, ASS 20 (1881/82) 4ss; encíclica Immor-
[21] Gaudium et spes, 75.
[22] Catecismo de la Iglesia católica, 2304.
[30] Cf. Pío IX, encíclica Quanta cura, ASS 3 (1867)
162; León XIII, encíclica Immortale Dei, ASS 18 (1885)
170-171; Pío XI, encíclica Quas primas, AAS 17 (1925)
604-605; Catecismo de la Iglesia católica, 2108; Dominus
Iesus, 22.
Textos de la V visita del Papa a España
9
Las 30 horas de Juan Pablo II
en España
Las imágenes que ha dejado la quinta visita del Santo Padre a España quedarán mucho tiempo en la retina de quienes tuvieron
la suerte de verlo en persona, y también de quienes siguieron la visita desde sus casas, por televisión. Éstos son los textos íntegros
de los discursos de esta Visita apostólica de Juan Pablo II a España, en Madrid, los días 3 y 4 de mayo de 2003, así como el balance
que el propio Santo Padre hizo del viaje en Roma, y la Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española
Llegada del Santo Padre
al aeropuerto de Barajas
Palabras de bienvenida del Rey:
«Os acoge un país moderno
y fiel a sus tradiciones»
S
antidad: para la Reina y para mí constituye un gran honor, y también un motivo de particular satisfacción, recibiros al
inicio de esta Visita apostólica, que nos
brinda la oportunidad de teneros nuevamente entre nosotros. Os damos, pues,
Santidad, nuestra más cordial y afectuosa
bienvenida.
Al pisar de nuevo tierra española, no
podemos dejar de recordar la primera visita
de Vuestra Santidad a España en 1982, con
motivo del IV centenario de la muerte de
santa Teresa de Jesús, dentro de un largo
itinerario por nuestra geografía. Tenemos
aún presente vuestra escala en Zaragoza
en 1984, en vísperas de la festividad de la
Virgen del Pilar, camino de la República
Dominicana y Puerto Rico, en el marco
de las celebraciones del V centenario de
la evangelización de América. Tampoco
olvidamos el alcance de vuestra visita como peregrino a Santiago de Compostela
en el Año Santo de 1989, coincidiendo con
la IV Jornada Mundial de la Juventud. Estamos seguros, Santo Padre, de que, una
vez más, miles de jóvenes españoles os
expresarán su más cálido afecto en el encuentro que, esta tarde, vais a celebrar con
ellos en el aeródromo de Cuatro Vientos.
Finalmente, mantenemos vivo el recuerdo de vuestra última visita hace diez años
a España, con importantes actos que comenzaron en Sevilla, con la clausura del
45 Congreso Eucarístico Internacional, y
que concluyeron en Madrid con la misa
de canonización de Enrique de Ossó y Cervelló.
La Visita pastoral que hoy iniciáis constituye el quinto viaje de Vuestra Santidad
a España. Una distinción cuyo significado sabemos apreciar y agradecemos vivamente. Vuestra reiterada presencia entre
nosotros, Santo Padre, constituye un reconocimiento a la intensidad y dinamismo de los vínculos que ligan a la Iglesia
y a España, que se pondrán, una vez más,
de relieve a lo largo de esta visita, que culminará con la canonización de cinco españoles por Vuestra Santidad.
La España que hoy os acoge es un país
moderno y dinámico, fiel a sus tradicio-
El Papa saluda al Rey de España, en el aeropuerto de Barajas
Los españoles
agradecemos
el afecto
y el aliento que
siempre hemos
encontrado
en Vuestra
Santidad. En
los momentos
más felices,
y también
en los más
duros y difíciles
nes, lleno de ilusiones y esperanzas. Un
país orgulloso de su diversidad y pluralidad, que ha crecido gracias al clima de tolerancia y convivencia forjado entre todos
y basado en el diálogo y el respeto mutuo.
Un país que ha asumido la defensa de la
libertad, de la dignidad de la persona y de
los derechos humanos, como valores que
sustentan su vocación de solidaridad.
Los españoles agradecemos el afecto y
el aliento que siempre hemos encontrado
en Vuestra Santidad. En los momentos más
felices, y también en los más duros y difíciles.
En las últimas décadas nuestras relaciones con la Santa Sede han cobrado una
nueva dimensión, más acorde con los tiempos y, en particular, con el respeto al principio de libertad religiosa que garantiza
nuestra Constitución y con el propio pensamiento contemporáneo de la Iglesia.
El pueblo español recibe en la persona
de Vuestra Santidad a un infatigable luchador de las causas más nobles. Reconocemos por ello en Vuestra Santidad a un
sembrador ejemplar del mensaje universal de concordia y de paz que habéis sabido predicar en todas las latitudes. Una
paz que, como señalara el Papa Juan XXIII
en su encíclica Pacem in terris, se funda en
los cuatro pilares de la verdad, la justicia,
el amor y la libertad, como tarea permanente.
Agradecemos asimismo, Santo Padre,
vuestras reiteradas condenas del terrorismo, que los españoles padecemos muy en
particular, y que es intrínsecamente perverso y nunca justificable. Nos confortan
siempre, Santidad, vuestras palabras de repulsa al terrorismo y vuestro aliento y solidaridad hacia las personas que sufren el
dolor que genera.
Santidad: el generoso esfuerzo que vais
a volcar estos días acercándonos vuestras
palabras y enseñanzas servirá, sin duda,
para reavivar la profunda huella de afecto,
admiración y respeto que vuestras anteriores visitas dejaron en todos nosotros.
Con nuestro sincero deseo de que Vuestra Santidad se encuentre en España como
en su propia casa, os reitero nuestra más
calurosa bienvenida, en nombre propio y
de mi Familia, del Gobierno y demás instituciones del Estado, así como del pueblo español.
Santidad, muchas gracias por visitarnos de nuevo y muy feliz estancia entre
nosotros.
Textos de la V visita del Papa a España
10
Respuesta del Santo Padre:
«¡La paz esté contigo,
España!»
M
ajestades, señores cardenales, señor
Presidente y distinguidas autoridades, señores obispos, queridos hermanos y
hermanas:
Con intensa emoción llego de nuevo a
España en mi quinto Viaje apostólico, a
esta noble y querida nación. Saludo muy
cordialmente a todos, a los que están aquí
presentes y a cuantos siguen este acto a
través de la radio o de la televisión, dirigiéndoles con mucho cariño las palabras
del Señor resucitado: La paz sea con vosotros.
Deseo para cada uno la paz que sólo
Dios, por medio de Jesucristo, nos puede
dar; la paz que es obra de la justicia, de la
verdad, del amor, de la solidaridad; la paz
que los pueblos sólo gozan cuando siguen
los dictados de la ley de Dios; la paz que
hace sentirse a los hombres y a los pueblos hermanos unos con otros. ¡La paz esté contigo, España!
Agradezco a Su Majestad el Rey don
Juan Carlos I su presencia aquí, junto con
la Reina, y muy particularmente las palabras que me ha dirigido para darme la bienvenida en nombre del pueblo español.
Agradezco también la presencia del Presidente del Gobierno y demás autoridades
civiles y militares, manifestándoles mi
aprecio por la colaboración prestada para
la realización de los distintos actos de esta visita.
Saludo con afecto al señor cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de
Madrid y Presidente de la Conferencia
Episcopal Española, a los señores cardenales, a los arzobispos y obispos, a los sacerdotes, personas consagradas y demás
fieles que forman la comunidad católica,
casi dos veces milenaria, de este país: ¡sois
el pueblo de Dios que peregrina en España! Un pueblo que, a lo largo de su historia, ha dado tantas muestras de amor a Dios
y al prójimo, de fidelidad a la Iglesia y al
Papa, de nobleza de sentimientos, de dinamismo apostólico. Gracias a todos, pues,
por esta cordial acogida.
Mañana tendré la dicha de canonizar a
cinco hijos de esta tierra. Ellos supieron
acoger la invitación de Jesucristo: Seréis
mis testigos, proclamándolo con su vida
y con su muerte. En este momento histórico, ellos son luz en nuestro camino para
vivir con valentía la fe, para alentar el amor
al prójimo y para proseguir con esperanza
la construcción de una sociedad basada en
la serena convivencia y en la elevación
moral y humana de cada ciudadano. Con
vivo interés sigo siempre las vicisitudes
de España. Constato con satisfacción su
progreso para el bienestar de todos. El proceso de desarrollo de una nación debe fundamentarse en valores auténticos y permanentes, que buscan el bien de cada persona, sujeto de derechos y deberes, desde
el primer instante de su existencia y acogida en la familia, y en las sucesivas etapas
de su inserción y participación en la vida
social.
Esta tarde, me reuniré con los jóvenes,
y espero con ilusión ese momento que me
permitirá entrar en contacto con aquellos
que están llamados a ser los protagonistas
de los nuevos tiempos. Tengo plena con-
Casi un millón de jóvenes españoles aclamaron al Papa
fianza en ellos y estoy seguro de que tienen
la voluntad de no defraudar ni a Dios, ni a
la Iglesia, ni a la sociedad de la que provienen.
En estos momentos trascendentales para la consolidación de una Europa unida,
deseo evocar las palabras con las que, en
Santiago de Compostela, me despedía al
finalizar mi primer Viaje apostólico por
tierras españolas en noviembre de 1982.
Desde allí exhortaba a Europa con un grito lleno de amor, recordándole sus ricas y
fecundas raíces cristianas: «¡Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Aviva tus
raíces!» Estoy seguro de que España aportará el rico legado cultural e histórico de
sus raíces católicas y los propios valores
para la integración de una Europa que, desde la pluralidad de sus culturas y respetando la identidad de sus Estados miembros, busca una unidad basada en unos criterios y principios en los que prevalezca
el bien integral de sus ciudadanos.
[En respuesta a las aclamaciones:
«Juan Pablo II, te quiere todo el mundo]
Puede ser. Es verdad para España.
Imploro del Señor para España y para el
mundo entero una paz que sea fecunda,
estable y duradera, así como una convivencia en la unidad, dentro de la maravillosa y variada diversidad de sus pueblos y
ciudades. ¡Que por la intercesión de la Virgen Inmaculada y del Apóstol Santiago
Dios bendiga a España!
Textos de la V visita del Papa a España
11
Juan Pablo II, a su llegada al aeródromo de Cuatro Vientos
Vigilia de oración con los
jóvenes en Cuatro Vientos
Saludo de monseñor Rodríguez
Plaza:
Testigos de algo grande
M
e ha tocado la inmensa suerte de saludar y dar la bienvenida a Su Santidad en nombre de los miles de jóvenes
aquí reunidos, y a la vez de presentárselos a Usted, Santo Padre. Ellos son una
muestra representativa de los jóvenes católicos españoles, también de los que no
están presentes en este lugar.
Nos está sucediendo algo grande esta
tarde: podemos y queremos orar con nuestro Papa, aquel en quien hoy vive Pedro,
que nos preside en la caridad; ¡queremos y
podemos orar con el sucesor de Pedro! Es
algo muy hermoso y de significado muy
profundo. Queremos orar con Su Santidad
y escuchar su palabra. Lo hacemos acompañados de los obispos de España y de
otros hermanos obispos de Iglesias de fuera de nuestras fronteras, haciendo presente a la Iglesia universal. Y queremos hacerlo de la mano de María, la Madre de
nuestro Señor.
¿Cómo lo haremos? De un modo sencillo. Recorreremos los misterios de la historia de la salvación, siguiendo la propuesta
que nos hace el Santo Rosario, fijando
nuestros ojos en el rostro de Cristo. Él ilumina nuestra peripecia humana, de hombres y mujeres del siglo XXI, que, al acoger el misterio de Cristo, experimenta el
amor del Padre y el gozo de la alegría del
Espíritu Santo.
El drama
de la cultura
actual
es la falta
de interioridad,
la ausencia de
contemplación.
Sin interioridad
la cultura
carece
de entrañas,
es como un
cuerpo que no
ha encontrado
todavía su alma
«No se trata sólo –escribió no hace mucho Su Santidad– de comprender las cosas que Él (Jesús) ha enseñado, sino de
comprenderle a Él. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Entre las
criaturas nadie mejor que Ella conoce a
Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de
su misterio».
En esta oración, Santo Padre, queremos que ya estén con nosotros los cinco
Beatos que mañana canonizará. Son para
nosotros grandes testigos del amor de Jesucristo. Esta oración la hacen con vuestra
Santidad los jóvenes, que sienten y viven
la fuerza de la fe como jóvenes, y sienten
el gozo inmenso de la presencia de Cristo
resucitado y de su Santísima Madre. Ellos,
los jóvenes, y Vuestra Santidad son garantía de éxito y de la frescura de la fe.
Nos hemos retirado a esta inmensa explanada para orar. Gracias, Santo Padre,
por estar en medio de nosotros. Le queremos.
Palabras del Santo Padre:
«Las ideas no se imponen,
sino que se proponen»
O
s saludo con cariño, jóvenes de Madrid y de España! Muchos de vosotros habéis venido de lejos, desde todas
las diócesis y regiones del país, de América y de otros países del mundo. Estoy profundamente emocionado por vuestra calurosa y cordial acogida. Os confieso que
deseaba mucho este encuentro con vosotros.
Os saludo y os repito las mismas palabras que dirigí a los jóvenes en el estadio
Santiago Bernabéu, durante mi primera
visita a España, hace ya más de veinte
años: «Vosotros sois la esperanza de la
Iglesia y de la sociedad. Sigo creyendo en
vosotros, en los jóvenes». Os abrazo con
gran afecto, y junto con vosotros saludo
también a los obispos, sacerdotes y demás
colaboradores que os acompañan en vuestro camino de fe. Agradezco la presencia de
Sus Altezas Reales (por lo menos espiritualmente, están con nosotros), el Príncipe
de Asturias, los duques de Lugo y los duques de Palma, así como de las autoridades
del Gobierno español.
Quiero agradecer también las amables
palabras de bienvenida que, en nombre de
todos los presentes, me han dirigido monseñor Braulio Rodríguez, Presidente de la
Comisión episcopal de Apostolado seglar,
y los jóvenes Margarita y José. Saludo también a monseñor José Manuel Estepa…
(¿Sabéis quién es? Es el arzobispo castrense). Saludo a las autoridades militares
que nos acogen en esta base aérea.
Queridos jóvenes, en vuestra existencia ha de brillar la gracia de Dios, la misma que resplandeció en María, la llena de
gracia. Con gran acierto habéis querido en
esta Vigilia meditar los misterios del Rosario llevando a la práctica la antigua máxima espiritual: A Jesús por María. Ciertamente, en el Rosario aprendemos de María a contemplar la belleza del rostro de
Cristo y a experimentar la profundidad de
su amor. Al comenzar esta oración, por lo
tanto, dirijamos la mirada a la Madre del
Señor, y pidámosle que nos guíe hasta su
Hijo Jesús: «Reina del cielo, ¡alégrate!/
12
Textos de la V visita del Papa a España
¿De qué es capaz la Humanidad sin interioridad?
Porque Aquel, a quien mereciste llevar en
tu seno,/ ¡ha resucitado! ¡Aleluya!»
Discurso de Juan Pablo II
Conducidos de la mano de la Virgen
María y acompañados por el ejemplo y la
intercesión de los nuevos santos, hemos
recorrido en la oración diversos momentos
de la vida de Jesús.
El Rosario, en efecto, en su sencillez y
profundidad, es un verdadero compendio
del Evangelio y conduce al corazón mismo
del mensaje cristiano: «Tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en Él no perezca, sino que
tenga vida eterna».
María, además de ser la madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor
maestra para llegar al conocimiento de la
verdad a través de la contemplación. El
drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación.
Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz
la Humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el
hombre moderno pone en peligro su misma integridad.
Queridos jóvenes, os invito a formar
parte de la Escuela de la Virgen María.
Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad
fecunda, gozosa y enriquecedora. Ella os
enseñará a no separar nunca la acción de la
contemplación, así contribuiréis mejor a
hacer realidad un gran sueño: el nacimiento
de la nueva Europa del espíritu. Una Europa fiel a sus raíces cristianas, no encerrada en sí misma, sino abierta al diálogo y
a la colaboración con los demás pueblos
de la tierra; una Europa consciente de estar llamada a ser faro de civilización y es-
Hoy quiero
comprometeros
a ser artífices
de paz.
Responded
a la violencia
ciega y al odio
inhumano
con el poder
fascinante
del amor.
Venced
la enemistad
con la fuerza
del perdón.
Manteneos
lejos de toda
forma de
nacionalismo
exasperado,
de racismo y
de intolerancia.
Testimoniad
con la vida
que las ideas
no se imponen,
sino que
se proponen.
¡Nunca
os dejéis
desalentar
por el mal!
tímulo de progreso para el mundo, decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad
entre los pueblos.
Amados jóvenes, sabéis bien cuánto me
preocupa la paz en el mundo. La espiral
de la violencia, el terrorismo y la guerra
provoca, todavía en nuestros días, odio y
muerte. La paz –lo sabemos– es ante todo un don de lo Alto, que debemos pedir
con insistencia y que, además, debemos
construir entre todos mediante una profunda conversión interior. Por eso, hoy
quiero comprometeros a ser operadores y
artífices de paz. Responded a la violencia
ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con
la fuerza del perdón. Manteneos lejos de
toda forma de nacionalismo exasperado,
de racismo y de intolerancia. Testimoniad
con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os
dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con
Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia
del amor de Dios e irradiando la fraternidad
evangélica, podréis ser los constructores
de un mundo mejor, auténticos hombres y
mujeres pacíficos y pacificadores.
Mañana tendré la dicha de proclamar
cinco nuevos santos, hijos e hijas de esta
noble nación y de esta Iglesia. Ellos «fueron jóvenes como vosotros, llenos de energía, ilusión y ganas de vivir. El encuentro
con Cristo transformó sus vidas. Por eso,
fueron capaces de arrastrar a otros jóvenes, amigos suyos, y de crear obras de oración, evangelización y caridad que aún
perduran».
Queridos jóvenes, ¡id con confianza al
encuentro de Jesús!, y, como los nuevos
santos, ¡no tengáis miedo de hablar de Él!
pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros, jóvenes, os
convirtáis en apóstoles de vuestros coetá-
neos. Sé muy bien que esto no es fácil.
Muchas veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías: «¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy
un muchacho». No os desaniméis, porque
no estáis solos: el Señor nunca dejará de
acompañaros, con su gracia y el don de su
Espíritu.
Esta presencia fiel del Señor os hace
capaces de asumir el compromiso de la
nueva evangelización, a la que todos los
hijos de la Iglesia están llamados. Es una
tarea de todos. En ella los laicos tienen un
papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con
urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir
a cada uno de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: ¡Sígueme!, no la acalles. Sé generoso, responde
como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida.
Os doy mi testimonio: yo fui ordenado
sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56.
[Continúa, en respuesta a los jóvenes
que le interrumpen:] ¡56 años! ¿Cuántos
años tiene el Papa? ¡Casi 83! [Los jóvenes corean: «Eres joven»] ¡Un joven de
83 años!
¡Bien! Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse
al servicio del hombre. ¡Merece la pena
dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!
[Los jóvenes no quieren dejarle marcharse] ¿Cuántas horas quedan para la medianoche? 3 horas para la medianoche.
Bueno, ¡hay velas!
Al concluir mis palabras [protestas]…
Al concluir mis palabras… [protestas]. Al
concluir mis palabras... Se debe concluir.
Quiero invocar a María, la estrella luminosa que anuncia el despuntar del Sol que
nace de lo Alto, Jesucristo:
¡Dios te salve, María, llena de gracia!/
Esta noche te pido por los jóvenes de España,/ jóvenes llenos de sueños y esperanzas./Ellos son los centinelas del mañana,/ el pueblo de las Bienaventuranzas;/
son la esperanza viva de la Iglesia y del
Papa.
Santa María, Madre de los jóvenes,/ intercede para que sean testigos de Cristo
resucitado,/ apóstoles humildes y valientes
del tercer milenio,/ heraldos generosos del
Evangelio./ Santa María, Virgen Inmaculada,/ reza con nosotros,/ reza por nosotros./ Amén.
Eucaristía
en la plaza de Colón
Saludo del cardenal
Rouco Varela:
«¡Queremos ser tus testigos!»
S
anto Padre: los obispos, presbíteros y
fieles de las Iglesias particulares que
peregrinan en España, esta tierra bendita
desde los albores mismos de la evangelización por el anuncio apostólico de Jesucristo resucitado, os reciben y saludan
en esta vuestra nueva visita a nuestra pa-
Textos de la V visita del Papa a España
13
Una inmensa multitud abarrotó la madrileña plaza de Colón, para la Misa de las canonizaciones
tria con los sentimientos de veneración y
cariño filiales, de gratitud eclesial y de
júbilo pascual que han distinguido siempre nuestras relaciones históricas con el
sucesor de Pedro y, de manera totalmente singular, con Vuestra Santidad. Desde
aquella vuestra primera Visita pastoral,
verdaderamente histórica, del otoño del
año 1982, larga, minuciosa, extraordinariamente sensible y cercana a nuestra
realidad social y eclesial, vibrante de esperanza, no habéis cejado nunca de recordarnos el don tan extraordinario y singular que supone para la identidad interior
de España le fe cristiana. Luego, en el verano de 1989, os poníais a la cabeza de
aquella inmensa riada juvenil de peregrinos, nacida de todas las fuentes de la catolicidad, Camino de Santiago. Y entonces no sólo reverdecía el viejo y venerable itinerario de la peregrinación cristiana medieval de los pueblos de España y
de los países hermanos de Europa, sino
que también se nos revelaba la actualidad del Evangelio de Jesucristo, su vigor
juvenil inmarchitable, su frescura pascual; en suma, el ser la llave que abre las
puertas del futuro salvador para la Humanidad. Con una claridad radiante les
enseñabais a los jóvenes del mundo que
Jesucristo es el Camino, la Verdad y la
Vida. La Iglesia en España y sus jóvenes
aprendíamos con nueva certeza, confirmada por el sucesor de Pedro, que había
que retornar decididamente a lo más auténtico de nuestra tradición cristiana si
queríamos descubrir, con creatividad histórica, las más ricas, vivas y actuales posibilidades de presente y de futuro para
la Iglesia y para la sociedad. Ese horizonte de nuestra historia, por cristiana y
El sucesor
de Pedro,
peregrino
en tierras
españolas,
os repite:
España,
siguiendo
un pasado
de valiente
evangelización:
¡sé también hoy
testigo
de Jesucristo
resucitado!
católica verdaderamente universal, quedaba más nítidamente iluminado y abierto en Sevilla, los lugares colombinos y
Madrid –desde esta misma Plaza de Colón
donde nos encontramos–, en junio de
1993, por vuestra llamada apremiante a
nuestras comunidades diocesanas y a España entera para que reencontrásemos y
recreásemos nuestra vocación misionera
hacia dentro y hacia fuera de nuestras
fronteras.
Hoy, en este vuestro quinto Viaje
apostólico, como en una síntesis pastoral de vuestros constantes mensajes, dirigidos a vuestros hijos de las Iglesias
particulares de España, nos aseguráis en
el nombre y con la autoridad de quien es
el Vicario de Jesucristo resucitado para
toda la Iglesia: ¡Seréis mis testigos! Y
nos proponéis los modelos y el estilo imprescindibles para cumplir con el mandato y envío del Señor en este tiempo,
tan lleno de incertidumbres y de esperanzas. Los modelos son los cinco Beatos
–¡santos de la España contemporánea!–
que vais a canonizar: Pedro Poveda, José María Rubio, Genoveva Torres, Ángela de la Cruz, Maravillas de Jesús. El estilo: el de la santidad, el de la perfección
de la caridad que transforma los corazones, las familias, las sociedades y los pueblos.
Santidad: ¡queremos ser sus testigos!
¡Queremos ser testigos humildes y valientes del Evangelio de Jesucristo resucitado, nuestro Señor y Salvador! ¡Gracias
desde lo más hondo del alma por haber venido de nuevo a España, por el servicio de
confirmarnos en la fe, de fortalecernos en
la comunión eclesial, de enviarnos a evangelizar a los que más lo necesitan, en el
alma y en el cuerpo, entre nosotros y en
todos los países más pobres y atormentados
del mundo! ¡Gracias por vuestra visita, por
vuestra delicadeza exquisita de padre y
pastor de nuestras almas! ¡Gracias por la
Vigilia de ayer con los jóvenes de España, que han sintonizado con Vuestra Santidad, con lo más hondo, lo más íntimo y lo
más entusiasmado de su corazón! Los jóvenes han estado con Su Santidad con el alma, con el corazón y con la vida, y con las
promesas más firmes y más comprometedoras de su recuerdo. Los jóvenes están
con el Papa, con el Evangelio y con Cristo.
A nuestra gratitud se suman, con fina
y cálida cortesía, Sus Majestades los Reyes
de España y la Real Familia, los representantes de las más altas instituciones del Estado –Gobierno, Congreso y Senado, los
Tribunales Constitucional y Supremo, las
Comunidades Autónomas...–, que quieren
sintonizar con los sentimientos más nobles de todos sus ciudadanos, y que ven
en Vuestra Santidad el defensor más firme e inquebrantable del hombre, de cada
ser humano, de su dignidad inviolable, de
sus derechos fundamentales, del derecho a
la vida frente a toda agresión que la amenaza, especialmente frente a la violencia
terrorista; al que promueve incansablemente el bien del matrimonio y de la familia, el bien común de la Humanidad, y el
bien preciadísimo de la paz.
¡Gracias! ¡Muchas gracias, Santo Padre! ¡Gracias de corazón, Santo Padre!
¡Muchas gracias por estar con nosotros,
por presidir esta Eucaristía, abierta a todos los cielos de España sobre el altar de
esta ciudad de Madrid! ¡Muchísimas gracias, Santo Padre!
14
Textos de la V visita del Papa a España
Homilía del Santo Padre:
«Se puede ser moderno
y profundamente fiel
a Cristo»
S
ed testigos de mi resurrección», Jesús
dice a sus apóstoles en el relato del
evangelio apenas proclamado. Misión difícil y exigente, confiada a hombres que
aún no se atreven a mostrarse en público
por miedo de ser reconocidos como discípulos del Nazareno. No obstante, la primera lectura nos ha presentado a Pedro
que, una vez recibido el Espíritu Santo en
Pentecostés, tiene la valentía de proclamar ante el pueblo la resurrección de Jesús
y exhortar al arrepentimiento y a la conversión.
Desde entonces, la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, sigue proclamando
esta noticia extraordinaria a todos los hombres de todos los tiempos. Y el sucesor de
Pedro, peregrino en tierras españolas, os
repite: España, siguiendo un pasado de valiente evangelización: ¡sé también hoy testigo de Jesucristo resucitado!
Saludo con afecto a todo el pueblo de
Dios venido desde las distintas regiones
del país, y aquí reunido para participar
en esta solemne celebración. Un respetuoso y deferente saludo dirijo a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real. Agradezco cordialmente las
amables palabras del cardenal Antonio
María Rouco Varela, arzobispo de Madrid. Saludo a los cardenales y obispos
españoles, a los sacerdotes y a las personas consagradas; saludo también con
afecto a los miembros de los Institutos
relacionados con los nuevos santos.
Agradezco particularmente la presencia
aquí de los Presidentes de las Comunidades Autónomas, de las autoridades civiles y sobre todo la colaboración que
han prestado para los distintos actos de
esta visita.
Los nuevos santos se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos
del Señor y testigos de su resurrección.
San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación,
realizó una importante tarea humanitaria
y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración,
pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar
valores y compromisos sustanciales para la
construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio.
San José María Rubio vivió su sacerdocio, primero como diocesano y después
como jesuita, con una entrega total al apostolado de la Palabra y de los sacramentos,
dedicando largas horas al confesionario y
dirigiendo numerosas tandas de ejercicios
espirituales en las que formó a muchos
cristianos que luego morirían mártires durante la persecución religiosa en España.
Hacer lo que Dios quiere y querer lo que
Dios hace era su lema.
Santa Genoveva Torres fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su
espíritu. La nota característica que impulsaba su espiritualidad era la adoración
«La fe católica
constituye
la identidad
del pueblo
español»,
dije cuando
peregriné
a Compostela.
¡No rompáis
con vuestras
raíces
cristianas!
Sólo así
seréis capaces
de aportar
al mundo
y a Europa
la riqueza
cultural
de vuestra
historia
Los cinco nuevos santos españoles, canonizados en Madrid
reparadora a la Eucaristía, fundamento
desde el que desplegaba un apostolado
lleno de humildad y sencillez, de abnegación y caridad.
Semejante amor y sensibilidad hacia los
pobres llevó a santa Ángela de la Cruz a
fundar su Compañía de la Cruz, con una
dimensión caritativa y social a favor de los
más necesitados y con un impacto enorme
en la Iglesia y en la sociedad sevillanas de
su época. Su nota distintiva era la naturalidad y la sencillez, buscando la santidad con
un espíritu de mortificación, al servicio de
Dios en los hombres.
Santa Maravillas de Jesús vivió animada por una fe heroica, plasmada en la
respuesta a una vocación austera, poniendo a Dios como centro de su existencia.
Superadas las tristes circunstancias de la
guerra civil española, realizó nuevas fundaciones de la Orden del Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma teresiana. Su vida contemplativa y la
clausura del monasterio no le impidieron
atender a las necesidades de las personas
que trataba y a promover obras sociales y
caritativas a su alrededor.
Los nuevos santos tienen rostros muy
concretos y su historia es bien conocida.
¿Cuál es su mensaje? Sus obras, que admiramos y por las que damos gracias a
Dios, no se deben a sus fuerzas o a la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del Espíritu Santo, que ha suscitado en
ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado, y el propósito
de imitarlo. Queridos fieles católicos de
España: ¡dejaos interpelar por estos maravillosos ejemplos!
Al dar gracias al Señor por tantos dones
que ha derramado en España, os invito a
pedir conmigo que, en esta tierra, sigan
floreciendo nuevos santos. Surgirán otros
frutos de santidad si las comunidades eclesiales mantienen su fidelidad al Evangelio que, según una venerable tradición, fue
predicado desde los primeros tiempos del
cristianismo y se ha conservado a través
de los siglos.
Surgirán nuevos frutos de santidad si
la familia sabe permanecer unida, como
auténtico santuario del amor y de la vida.
«La fe cristiana y católica constituye la
identidad del pueblo español», dije cuando peregriné a Santiago de Compostela.
Conocer y profundizar el pasado de un
pueblo es afianzar y enriquecer su propia
identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de
aportar al mundo y a Europa la riqueza
cultural de vuestra historia.
«Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras». Cristo resucitado
ilumina a los apóstoles para que su anuncio pueda ser entendido y se transmita íntegro a todas las generaciones; para que el
hombre oyendo crea, creyendo espere, y
esperando ame. Al predicar a Jesucristo
resucitado, la Iglesia desea anunciar a todos los hombres un camino de esperanza y
acompañarles al encuentro con Cristo.
Celebrando esta Eucaristía, invoco sobre todos vosotros el gran don de la fidelidad a vuestros compromisos cristianos.
Que os lo conceda Dios Padre por la intercesión de la Santísima Virgen –venerada en España con tantas advocaciones– y
de los nuevos santos.
15
Textos de la V visita del Papa a España
Regina Coeli:
«Ha valido la pena»
A
l concluir esta celebración, en la que
he canonizado a cinco nuevos santos,
quiero dar gracias a Dios que me ha permitido realizar el quinto Viaje apostólico a
vuestra nación, tierra de fieles hijos de la
Iglesia que ha dado tantos santos y misioneros. Mi primera visita tuvo como lema
Testigo de la esperanza; y esta vez ha tenido Seréis mis testigos. Recordad siempre
que el distintivo de los cristianos es dar
testimonio audaz y valiente de Jesucristo,
muerto y resucitado por nuestra salvación.
Deseo reiterar mi agradecimiento a Sus
Majestades los Reyes de España y a la Familia Real aquí presente. Mi reconocimiento al Gobierno y autoridades de la nación por la ayuda ofrecida. Manifiesto mi
particular gratitud al señor cardenal arzobispo de Madrid y a todos los demás obispos de España, por su invitación y acogida,
así como a todos los que han prestado un
generoso servicio antes y durante mi viaje.
Saludo, además, con gran afecto a los
numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas, a tantos jóvenes, familias, hombres
y mujeres de buena voluntad. Me llevo el
recuerdo de vuestros rostros esperanzados, que he encontrado estos días, y comprometidos con Jesucristo y su Evangelio.
Sois depositarios de una rica herencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar
vuestra vitalidad cristiana, unida al gran
amor a la Iglesia y al sucesor de Pedro.
Con mis brazos abiertos os llevo a todos
en mi corazón. El recuerdo de estos días
se hará oración pidiendo para vosotros la
paz en fraterna convivencia, alentados por
la esperanza cristiana que no defrauda. Y
con gran afecto os digo, como en la primera vez: ¡hasta siempre, España! ¡Hasta
siempre, tierra de María!
Telegramas del Papa al Rey y al cardenal arzobispo
de Madrid, al dejar tierra española:
Afecto y cercanía
Un adios improvisado
[A continuación, el Santo Padre añadió estas palabras, no previstas en el discurso oficial]
Gracias por vuestra presencia aquí hoy,
viniendo desde todos los puntos de la geografía española. Aunque os haya costado
sacrificio, ha valido la pena. La Plaza de
Colón se ha convertido hoy en un gran templo para acoger esta magna celebración,
donde hemos rezado con devoción y se ha
cantado con entusiasmo. Nos encontramos
en el corazón de Madrid, cerca de grandes
museos, bibliotecas y centros de cultura
fundada en la fe cristiana que España, parte de Europa, ha sabido entregar a América y, después, a otras partes del mundo. El
lugar evoca, pues, la vocación de los católicos españoles a ser constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo.
¡España evangelizada, España evangelizadora! ¡Ése es el camino! No descuidéis la misión que hizo noble a vuestro
país en el pasado y es el reto intrépido para el futuro.
Gracias a la juventud española, que ayer
vino tan numerosa para demostrar a la moderna sociedad que se puede ser moderno
y profundamente fiel a Jesucristo. Ellos son
la gran esperanza del futuro de España y de
la Europa cristiana. El futuro les pertenece.
Vuelvo a Roma contento. ¡Adiós, España!
¡España
evangelizada,
España
evangelizadora!
¡Ése
es el camino!
No descuidéis
la misión
que hizo noble
a vuestro país
en el pasado
y es el reto
intrépido
para el futuro
S
u Majestad Juan Carlos I Rey de España. Palacio de la Zarzuela. Madrid: Al finalizar mi grata permanencia en la capital de España, me complace expresar mi vivo agradecimiento a Vuestra Majestad y a la Reina, a las autoridades y a todo el pueblo español por la hospitalidad que me han dispensado, así como por las sentidas y continuas muestras de afecto y cercanía con las que me han acompañado en cada momento.
Mientras les reitero mi aprecio, renuevo mis mejores votos por su progreso humano
y cristiano, en conformidad con sus profundas raíces cristianas, así como por el
bienestar espiritual y material de esa querida nación, a la vez que, por mediación de
la Virgen Inmaculada, pido para todos y cada uno de ellos la constante protección del
Altísimo.
Ioannes Paulus PP. II
C
ardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid: Al regreso de mi
quinta Visita pastoral a España, agradezco profundamente a usted, a los demás hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de toda la nación, las constantes muestras de afecto y cercanía que, de modo tan significativo,
han manifestado durante mi visita, de la que conservo un recuerdo muy grato, que se
convierte en plegaria por la continua fidelidad a las raíces católicas y progreso espiritual y humano, basado en los valores sólidos del Evangelio, de los amadísimos hijos e hijas de la noble nación española.
Mientras aliento a todos, pastores y fieles, a continuar siendo testigos de Jesucristo resucitado en la sociedad, les encomiendo a todos a la maternal protección de
la Virgen Inmaculada para que las entrañables celebraciones de fe y amor que han tenido lugar en los dos días de mi permanencia en esas tierras produzcan abundantes frutos de vida cristiana, que contribuyan también a la edificación de la nueva Europa de
los valores.
Con estos sentimientos les imparto, en señal de benevolencia y prenda de la constante asistencia divina, la bendicción apostólica.
Ioannes Paulus PP. II
Textos de la V visita del Papa a España
16
Balance de Juan Pablo II, de su visita a España
Que también hoy España
siga dando frutos de santidad
En la Audiencia General del miércoles siguiente a su visita a España, el Papa dijo en el Aula Pablo VI:
A
madísimos hermanos y hermanas:
Deseo comentar hoy el Viaje apostólico que realicé, el sábado y domingo pasados, a España y que tuvo por tema: Seréis mis testigos.
Doy gracias al Señor que me concedió
visitar por quinta vez esa noble y amada
nación, y renuevo la expresión de mi cordial agradecimiento al cardenal arzobispo
de Madrid, a los pastores y a toda la Iglesia que está en España, a Sus Majestades el
Rey y la Reina, así como al jefe del Gobierno y a las demás autoridades, que me
acogieron con tanta solicitud y afecto.
Desde mi llegada, expresé la estima del
sucesor de Pedro por esa porción del pueblo de Dios, que desde hace dos mil años
peregrina en tierra ibérica y ha desempeñado un papel destacado en la evangelización de Europa y del mundo. Al mismo
tiempo, quise manifestar mi aprecio por
los progresos sociales del país, invitando a
fundarlos siempre en los auténticos y perennes valores que constituyen el valioso
patrimonio de todo el continente europeo.
2. Fueron dos los momentos principales de esta peregrinación pastoral: el gran
encuentro con los jóvenes, en la tarde del
sábado, y la santa misa con la canonización
de cinco Beatos, el domingo por la mañana.
En la base aérea de Cuatro Vientos, en
Madrid, la Vigilia de los jóvenes, que tuvo
como telón de fondo la oración del Rosario, me permitió volver a proponer en síntesis el mensaje de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae y del Año del Rosario que estamos celebrando. Invité a los
jóvenes a ser cada vez más hombres y mujeres de sólida interioridad, contemplando asiduamente, junto con María, a Cristo
y sus misterios. Precisamente en esto reside
el antídoto más eficaz contra los peligros
del consumismo, al que se encuentra expuesto el hombre de hoy. A la sugestión
de los valores efímeros del mundo visible,
que proponen algunos medios de comunicación, es urgente contraponer los valores
duraderos del espíritu, que sólo se pueden
alcanzar entrando de nuevo en la propia
interioridad mediante la contemplación y
la oración.
Asimismo, constaté con alegría que los
jóvenes saben ser entre sus coetáneos, cada vez más, protagonistas de la nueva
evangelización, dispuestos a gastar sus
energías al servicio de Cristo y de su reino.
A la Virgen encomendé a los jóvenes de
Madrid y de toda España, que son el futuro y la esperanza de la Iglesia y de la sociedad de esa gran nación.
3. Al día siguiente tuvo lugar la solemne celebración eucarística en la central pla-
El Santo Padre, en el Aula Pablo VI del Vaticano
Este Vº Viaje
apostólico
a España
ha confirmado
en mí una
profunda
convicción:
las antiguas
naciones
de Europa
conservan un
alma cristiana,
que constituye
una sola cosa
con el genio
y la historia
de los pueblos
respectivos
za de Colón. En presencia de la Familia
Real, del episcopado y de las autoridades
del país, ante una vasta asamblea con representantes de todos los componentes
eclesiales, tuve la alegría de proclamar
santos a cinco hijos de España: Pedro Poveda Castroverde, sacerdote y mártir; José María Rubio y Peralta, sacerdote; y las
religiosas Genoveva Torres Morales,
Ángela de la Cruz y María Maravillas de
Jesús.
Estos auténticos discípulos de Cristo y
testigos de su resurrección son un ejemplo para los cristianos del mundo entero:
sacando de la oración la fuerza necesaria,
supieron cumplir las tareas que Dios les
confió en la vida contemplativa, en el ministerio pastoral, en el campo de la educación, en el apostolado de los ejercicios
espirituales y en la caridad con los pobres.
En ellos, de manera particular, han de inspirarse los creyentes y las comunidades
eclesiales de España, para que también en
nuestros días esa tierra bendecida por Dios
siga produciendo abundantes frutos de perfección evangélica.
Con este fin, exhorté a los cristianos
de España a permanecer fieles al Evange-
lio, a defender y promover la unidad de
la familia, a conservar y renovar continuamente la identidad católica que constituye el orgullo de la nación. En virtud
de los valores perennes de su tradición será como ese noble país podrá dar su contribución eficaz a la construcción de la
nueva Europa.
4. Este quinto Viaje apostólico a España ha confirmado en mí una profunda convicción: las antiguas naciones de Europa
conservan un alma cristiana, que constituye una sola cosa con el genio y la historia de los pueblos respectivos. Por desgracia, el secularismo amenaza los valores fundamentales, pero la Iglesia desea
trabajar para mantener siempre viva esta
tradición espiritual y cultural.
Apelando a la grandeza del alma española, formada en sólidos principios humanos y cristianos, dirigí especialmente a
los jóvenes las palabras de Cristo: «Seréis
mis testigos». Repito hoy esas mismas palabras, asegurando a la Iglesia y al pueblo
de España, así como a todos vosotros, aquí
presentes, mi oración, avalada por una especial bendición apostólica.
17
Textos de la V visita del Papa a España
Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española
Avivar las raíces cristianas
El 8 de mayo de 2003, el Comité Ejecutivo del episcopado español hizo pública la siguiente valoración
de la Visita pastoral de Juan Pablo II a España
Los obispos españoles, momentos antes de la llegada del Santo Padre a Madrid
L
a Visita del Santo Padre a España
en los pasados días 3 y 4 de mayo ha
sido un acontecimiento de gracia y
salvación. El Señor nos lo ha concedido
generosamente como regalo pascual, respondiendo a nuestra plegaria por el fruto
espiritual de la Visita.
Gracias sean dadas al Padre de quien
procede todo don, porque nos ha permitido a los católicos, y a muchos hombres y
mujeres de buena voluntad, disfrutar una
vez más de la presencia del Papa, escuchar su palabra evangélica y sentirnos fortalecidos en la comunión eclesial, alentados en la fe e impulsados a un nuevo y más
vigoroso compromiso apostólico.
Gracias sean dadas a Jesucristo, de
quien el Papa, como hiciera el apóstol
san Pedro tras la resurrección del Señor,
nos ha dado testimonio con mucho valor, invitándonos a ser sus testigos y proclamando que «Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el
hombre y su destino», y que «vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por
amor a Él, consagrarse al servicio del
hombre».
Gracias sean dadas al Espíritu Santo,
que santifica y rejuvenece a la Iglesia, por
los cinco españoles contemporáneos nuestros –Pedro Poveda, José María Rubio,
Genoveva Torres, Ángela de la Cruz y Maravillas de Jesús– que el Papa Juan Pablo
Gracias sean
dadas a Cristo,
de quien el Papa
nos ha dado
testimonio,
invitándonos a
ser sus testigos
y proclamando
que Él es
la respuesta
a las preguntas
sobre el hombre
y su destino, y
que vale la pena
dedicarse
a la causa
de Cristo y,
por amor a Él,
consagrarse
al servicio
del hombre
II ha inscrito en el Catálogo de los santos
en la solemne Eucaristía del domingo ante más de un millón de personas, al tiempo
que nos exhortaba a imitar sus admirables
ejemplos de santidad, fruto de «la acción
del Espíritu Santo, que ha suscitado en
ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado y el propósito
de imitarlo».
Gratitud
Los miembros del Comité Ejecutivo de
la Conferencia Episcopal Española, en
nombre de todos nuestros hermanos obispos de España, queremos manifestar nuestra gratitud emocionada al Santo Padre,
que en su solicitud por todas las Iglesias
acogió desde el principio, con sumo interés, nuestra invitación, y durante estos
días nos ha dado tantas muestras de afecto entrañable y orientaciones preciosas para el futuro de la Iglesia en España. Su cercanía física y espiritual nos ha ayudado a
fortalecer «los lazos de unidad, de amor y
de paz» con el Vicario de Cristo y Cabeza
visible de toda la Iglesia.
Queremos manifestar también nuestro
agradecimiento sincero a Sus Majestades
los Reyes de España y a la Familia Real,
que tantos detalles de afecto y respeto han
tenido con el Santo Padre; al Gobierno de
España, a las Administraciones autonómi-
ca y municipal de Madrid y a los servidores del orden, cuya eficaz y generosa colaboración ha sido decisiva para el feliz
resultado que todos celebramos. Nuestra
gratitud a todos los representantes de las altas instituciones del Estado, que han tenido a bien participar en los actos presididos por el Papa.
En este capítulo de agradecimientos no
podemos olvidar la colaboración entusiasta
del personal de la Conferencia Episcopal y
de la Comisión para la Visita del Papa del
Arzobispado de Madrid, el quehacer abnegado de los Delegados diocesanos para
la Visita y de los responsables de la Pastoral de Juventud de todas las diócesis de
España. No olvidamos el servicio impagable que nos han prestado los miles de
voluntarios que tan eficazmente han trabajado en la preparación y desarrollo de
este gran acontecimiento eclesial, así como
la generosidad de instituciones y particulares que han querido colaborar con sus
aportaciones económicas. No olvidamos
tampoco la colaboración importante de los
medios de comunicación social, que en
buena medida han tratado la Visita del Santo Padre con objetividad, respeto y afecto. Mención especial merece Radio Televisión Española, que no ha escatimado medios para hacer presente la voz, la imagen
y el mensaje del Papa en España y en el
mundo.
18
Textos de la V visita del Papa a España
El cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, despide, agradecido, a Juan Pablo II en Barajas, en presencia de los Reyes de España
El cariño, afecto y devoción que tantos
miles de jóvenes y adultos han manifestado al Santo Padre, la numerosísima participación en los actos programados y los
altos índices de audiencia de las transmisiones por radio y televisión, nos llenan
de alegría y confianza, al comprobar que
los corazones de muchos españoles siguen
abiertos a la persona de Jesucristo y a la
luz del Evangelio.
Junto a estos sentimientos de gratitud,
abrigamos la esperanza de que la buena
semilla, que el Papa ha sembrado con su
palabra y el testimonio de su vida, fructifique generosamente entre nosotros. Es
responsabilidad nuestra cuidarla, abonarla y regarla como servidores de la heredad del Señor. Tenemos todavía grabado en el alma el mensaje, lleno de fe y
de vigor religioso, que dirigió a los numerosísimos jóvenes presentes en el encuentro inolvidable de Cuatro Vientos,
tan pleno de emociones, de sintonía de
afectos y de pensamientos, de alegría y
esperanza pascual, de gozo en el Espíritu. Recordamos conmovidos su llamada
a la interioridad y a la contemplación, al
estilo de la Virgen María, porque, «sin
interioridad, la cultura carece de entrañas»; su invitación a ser artífices de la
verdadera paz («testimoniad con vuestra
vida que las ideas no se imponen, sino
Abrigamos
la esperanza
de que la buena
semilla,
que el Papa
ha sembrado
con su palabra
y el testimonio
de su vida,
fructifique
generosamente
entre nosotros.
Es nuestra
responsabilidad
cuidarla,
abonarla
y regarla como
servidores
de la heredad
del Señor
que se proponen») y su exhortación a
hablar de Jesucristo sin miedo ni complejos, y a convertirse en apóstoles de
los propios jóvenes.
Una pauta imprescindible
Recordamos también su invitación a
seguir a Jesucristo en el sacerdocio o en
la vida consagrada, brindándoles el testimonio personal de sus 56 años de vida entregada como sacerdote. Todo ello constituye una pauta imprescindible, honda y
fecunda para nuestra pastoral juvenil y para nuestro trabajo en el campo de la promoción vocacional.
De igual modo, y como regalo precioso de esta Visita memorable, el Santo
Padre nos deja a los católicos españoles
la exhortación insistente a mantener y
avivar el rasgo más sobresaliente de nuestra identidad: «¡No rompáis con vuestras
raíces cristianas! Sólo así seréis capaces
de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia»; «así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran
sueño: el nacimiento de la nueva Europa
del espíritu, una Europa fiel a sus raíces
cristianas»; «sois depositarios de una rica herencia espiritual, que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana».
Tenemos aquí marcado el camino para la auténtica renovación de la Iglesia,
para una nueva primavera de santidad y
de vida cristiana, y para una realización
más honda de nuestro Plan Pastoral. La
savia del catolicismo que, a lo largo de
nuestra historia, ha generado tantas vidas heroicas y ha aportado a la Iglesia
universal tantos frutos de cultura, de
evangelización y de servicio al hombre,
sigue latiendo en las raíces más profundas
de nuestra personalidad e identidad cultural. Preciso es ahora reconocer esa rica
savia, apreciarla y avivarla, de modo que
robustezca la vida interior de nuestras
comunidades y produzca en nuestras diócesis frutos nuevos de dinamismo pastoral y audacia evangelizadora en los inicios de este nuevo milenio, para gloria
de Dios y plenitud del hombre.
Para la tierra de María, como al Papa le
gusta llamar a España, en el Año del Rosario,
invocamos la protección de la Virgen. Le
pedimos que nos conceda el don de la paz y
que nos acompañe en la contemplación del
rostro de Cristo, que el Santo Padre nos ha
iluminado en estas jornadas inolvidables.
Le pedimos, por fin, que proteja al Papa y a
todos nos aliente en el camino de la santidad
para ser testigos creíbles de Jesucristo resucitado, con la palabra y con el testimonio
elocuente de la propia vida.
Índice
NOTA DOCTRINAL DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE SOBRE ALGUNAS CUESTIONES RELATIVAS
AL COMPROMISO Y LA CONDUCTA DE LOS CATÓLICOS EN LA VIDA POLÍTICA
I. Una enseñanza constante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3
II. Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3
III. Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5
IV. Consideraciones sobre aspectos particulares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7
V. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8
LAS 30 HORAS DE JUAN PABLO II
EN ESPAÑA: TEXTOS DE LA QUINTA VISITA DEL PAPA
Llegada del Santo Padre al aeropuerto de Barajas
Palabras de bienvenida del Rey . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9
Respuesta del Santo Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .10
Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos
Saludo de monseñor Rodríguez Paza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11
Palabras del Santo Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11
Discurso de Juan Pablo II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .12
Eucaristía en la plaza de Colón
Saludo del cardenal Rouco Varela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .12
Homilía del Santo Padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .14
Regina Coeli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15
Telegramas del Papa al Rey y al cardenal arzobispo de Madrid, al dejar tierra española . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15
Balance de Juan Pablo II de su visita a España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .16
Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Españolavalorando la Visita pastoral de Juan Pablo II a España . . .17
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