EL LAUDO EXTEMPORÁNEO Manuel Olivencia Ruiz Spain Arbitration Review, nº 19/2014 SUMARIO I. II. III. IV. INTRODUCCIÓN ANTECEDENTES HISTÓRICOS 1. La Ley de Enjuiciamiento sobre los negocios y causas de comercio de 1830 2. La Ley de Enjuiciamiento Civil de 1855 3. La Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881 4. La Ley de Arbitraje de 22 de diciembre de 1953 5. La Ley 16/1988, de 5 de diciembre, de Arbitraje LA NORMA REFORMADA LA NORMA REFORMADORA 1. Tramitación parlamentaria 2. Alcance de la reforma 3. Posibles remedios A. El pacto en contrario B. La interpretación restrictiva C. La responsabilidad de los árbitros D. El último remedio: la remoción judicial de los árbitros I. INTRODUCCIÓN La Ley 11/2011, de 20 de mayo, de reforma de la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje, se propuso, como toda reforma, “mejorar” y “aclarar” el texto anterior, según expresa su Preámbulo. Pero la realidad es que ese buen propósito no siempre se ha visto cumplido, porque son muchas las modificaciones que, lejos de mejorar y de aclarar, empeoran y siembran dudas en la regulación del arbitraje 1. Tal sucede con la reforma introducida en el plazo del laudo, en la que la nueva Ley, según su Preámbulo (II), “modula una solución a favor del arbitraje, para los casos en que el laudo se dicta fuera de plazo, sin perjuicio de la responsabilidad de los árbitros”. Veremos cómo más que una “solución” se trata de un nuevo problema. II. ANTECEDENTES HISTÓRICOS 1. La Ley de Enjuiciamiento sobre los negocios y causas de comercio de 1830 La Ley de Enjuiciamiento sobre los negocios y causas de comercio, de 24 de julio de 1830, anunciada por el C. de c. de 1829 (art. 1.219) y, como éste, de la fértil 1 V. mi crítica en “El arbitraje en España. Impacto de la Ley 11/2011, de Reforma de la Ley 60/2003”, RJC, nº 4, 2012, pp. 128-152. pluma de D. PEDRO SAINZ DE ANDINO 2, reguló el “juicio arbitral” (Título VI), que comprendía tanto el de árbitros como el de amigables componedores. El art. 259 exigía que en el documento de compromiso constase (5ª) el plazo dentro del cual estarán obligados los árbitros a dar sentencia, y en el que deberá el tercero dirimir la discordia, si la hubiere. El art. 261 suplía la omisión de este requisito: “Cuando se hubiere omitido señalar el plazo para dar sentencia, será este el de cien días, y de treinta el que tendrá el tercero para dirimir la discordia”. El art. 272 establecía el dies a quo de ese plazo: “El término del compromiso convencional ó legal comenzará á correr desde el día de su aceptación tácita ó expresa”. El art. 271 establecía que la aceptación del nombramiento obligaba a los árbitros a cumplir el encargo, añadiendo que “el tribunal les apremiará a ello si no lo hicieren”. 2 Todas las fuentes citadas en estos Antecedentes históricos se encuentran transcritas en el Anexo Documental de mi trabajo Arbitraje: una justicia alternativa, Córdoba, 2006. Los arts. 278 y 279 fijaban los efectos extintivos del transcurso del plazo: “Art. 278. Cesarán los efectos del compromiso independientemente de la voluntad de los interesados: Por la muerte o recusación de alguno de los árbitros, si estuvieren nombrados de común acuerdo de la partes. Por el transcurso del término convencional o legal del compromiso. Art. 279. Los árbitros no procederán a acto alguno de su encargo después de la revocación del compromiso o de la cesación de sus efectos por causa legal, bajo pena de nulidad de lo que actuaren, y de responsabilidad a los perjuicios que ocasionen con sus procedimientos”. Interpretando sistemáticamente las normas referidas, ha de concluirse afirmando que el “apremio judicial” no podía referirse al dictado de sentencia arbitral fuera de plazo, que en todo caso caería en la sanción de nulidad de la norma interpretativa del art. 279. En el caso de los amigables componedores, “el transcurso del término” para dictar el laudo determinaba la cesación de sus funciones (art. 300), por lo que la consecuencia de la nulidad alcanzaba también al laudo extemporáneo. 2. La Ley de Enjuiciamiento Civil de 1855 Por su parte, la regulación del arbitraje civil en la LEC de 1855, más rigurosa y formalista, exigía escritura pública para la formalización del compromiso (art. 773) y sancionaba con nulidad la omisión del requisito del plazo para pronunciar la sentencia (arts. 774.5 y 775). El art. 782 ordenaba a los árbitros a pronunciar su fallo “dentro del plazo señalado en el compromiso”, contando desde que aceptare el último de aquéllos. El art. 786 incluía como causa de cese del compromiso “el transcurso del término sin haberse pronunciado sentencia”; sin perjuicio de la responsabilidad de los árbitros si por su culpa hubiere transcurrido inútilmente dicho término. También en la regulación del “juicio de amigables componedores” (Título XVI) el art. 822.5º de la LEC de 1855 exigía la constancia en la escritura del “plazo que tanto a los amigables componedores como al tercero en su caso, se señale para pronunciar su fallo” sancionaba, y el art. 823 con nulidad de la escritura la omisión de este requisito. El art. 828 establecía que “el término para pronunciar el fallo empieza a contarse para los amigables componedores desde el día siguiente al en que aceptare el último”, y el 829 añadía que para el tercero, corría desde el siguiente al en que se le diera conocimiento de la discordia. El art. 830 facultaba a “compeler” a los amigables componedores “a que dicten su fallo”. Esta regulación civil pasó también a regir en materia mercantil cuando el Decreto de 6 de diciembre de 1868, dictado por el Gobierno provisional surgido de la revolución liberal de septiembre de ese año (“la Gloriosa”) no sólo suprimió la jurisdicción especial de comercio y pasó a la civil el conocimiento de los asuntos mercantiles sino que derogó la Ley de Enjuiciamiento mercantil de 1830. Fue un error de los revolucionarios de 1868; más aún, una “contradicción” 3 y hasta una paradoja, porque, llevados de su obsesión anticlasista y aferrados al principio abstracto de la igualdad, privaron a los litigios mercantiles de procedimientos “más rápidos y expeditos” (como reconoció poco después el Decreto de 20 de septiembre de 1869), no sólo judiciales sino arbitrales. Y con ello desapareció en España un específico arbitraje mercantil. 3. La Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881 La Ley de 1881 siguió en esta materia el esquema de su predecesora de 1855, al exigir la mención en la escritura de compromiso del “plazo en que los árbitros hayan de pronunciar la sentencia”, “bajo pena de nulidad” (art. 793), así como al fijar el dies a quo para su 3 V. mi trabajo “Una contradicción de los revolucionarios de 1868: la regulación del arbitraje”, en Anales de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, nº 39, Madrid, 2009, pp. 155-175. cómputo (art. 803) y los efectos extintivos de su transcurso (art. 800.2º). No obstante, introdujo algunas novedades: - El art. 797 resolvía el problema de interpretación que planteaba en la LEC de 1855 el art. 783 (norma reproducida en el art. 796 de la LEC de 1881), al añadir: “En el caso del artículo anterior, el Juez de primera instancia del partido en que se siga, ó deba seguirse el juicio arbitral, y en su defecto el del lugar donde resida cualquiera de los árbitros, prevendrá á éstos, á instancia de parte legítima, que procedan sin dilación al cumplimiento de su encargo, bajo apercibimiento de responder de los daños y perjuicios. Si se oponen los árbitros, ó alegan alguna excusa, se sustanciará la oposición por los trámites y con los recursos establecidos para los incidentes, quedando mientras tanto en suspenso el término del compromiso. Desestimada la oposición ó consentida aquella providencia, la parte perjudicada podrá entablar la demanda de daños y perjuicios contra el árbitro o los árbitros que los hayan causado, la cual se sustanciará en el Juzgado de primera instancia por los trámites del juicio declarativo que corresponda”. Queda así claro que la intervención judicial había de producirse durante el plazo del arbitraje, con suspensión de éste, por lo que la sentencia debía dictarse en el restante; transcurrido éste, o su prórroga, se producían los efectos extintivos del art. 800; así resulta también del art. 815: “Los árbitros pronunciarán su fallo sobre todos los puntos sujetos a su decisión, dentro del plazo que reste por correr del señalado en el compromiso, ó de su prórroga, si se hubiere otorgado”. El art. 803 admitía, junto a la prórroga por acuerdo de las partes, la acordada por los árbitros cuando expresamente se les hubiese concedido esta facultad en la escritura; pero en este caso no podía exceder la prórroga de la mitad del término señalado en el compromiso, y había de tomarse el acuerdo por unanimidad de votos. También en el juicio de amigables componedores, era esencial, bajo la LEC 1881, la mención en la escritura de compromiso del plazo en que había de dictarse la sentencia (art. 828, con remisión al 793.41), y resultaban aplicables los arts. 796, 797, 800, 802 y 803, antes citados. La LEC de 1881 admitía los recursos de apelación y de nulidad contra la sentencia arbitral (arts. 818 a 823) y, en su caso, el de casación contra la que dictase la Audiencia (art. 823). Contra la pronunciada por los amigables componedores admitía el de casación (art. 826, en relación con el 1.688.3º y 1.691.3º), pero sólo por estas causas: “Haber dictado los amigables componedores la sentencia fuera del plazo señalado en el compromiso, o resuelto puntos no sometidos a su decisión”. - Los artículos 1.774 a 1.780 de la LEC de 1881, regulaban “los recursos contra las sentencias de los amigables componedores”. 4. La Ley de Arbitraje de 22 de diciembre de 1953 La primera de las leyes especiales españolas de arbitraje acabó con la dualidad arbitraje escrito/amigable composición y reconoció un solo tipo de arbitraje, ya fuese de derecho o de equidad (art. 4); pero introdujo la diferencia entre el contrato preliminar de arbitraje y el de compromiso (arts. 6 y 12). En la escritura en que este último debía formalizarse (art. 16) se imponía la mención del “plazo o término en que los árbitros hayan de pronunciar el laudo”. Conforme al art. 25 de esta Ley, la aceptación de los árbitros daba derecho a cada parte “para compeler a los árbitros a que cumplan con su encargo, bajo la pena de responder de los daños y perjuicios”. El art. 27 regulaba el procedimiento en el arbitraje de derecho y su norma 6ª concluía así: “Finalmente, los árbitros dictarán su laudo ante Notario, con arreglo a derecho, sobre cada uno de los puntos sometidos a su decisión, dentro del tiempo que reste por correr del señalado en el compromiso”. La norma era imperativa y aunque no preveía sanción a su incumplimiento, no hay duda de que trataba de la nulidad del laudo extemporáneo 4. la se En cuanto al laudo de equidad, el art. 29 se limitaba a decir que “habrá de dictarse por escrito ante Notario y por mayoría de votos”. Pero contra el dictado 4 Bajo la vigencia de la LA de 22 de diciembre de 1953, OTERO LASTRES, J.M., “El plazo para dictar el laudo arbitral” (Comentario a la STS, Sala 1ª, de 20 de mayo de 1982), en Revista de la Corte Española de Arbitraje, 1984-1, pp. 8187, mantuvo que el plazo era mención de carácter necesario en la escritura de compromiso como elemento esencial de éste, por sus efectos jurídicos: acudir a la vía arbitral renunciando a la judicial, efectos que han de estar “temporalmente limitados”, por lo que “se ha de fijar un tiempo” para resolver la controversia, pasado el cual, “por razones de seguridad jurídica, cesará en su función jurisdiccional el sujeto privado al que han recurrido las partes y se abrirá nuevamente la posibilidad de que la controversia sea sometida al conocimiento de los jueces ordinarios”. En igual sentido, GONZÁLEZ SORIA, J., La intervención judicial en el arbitraje. Recursos jurisdiccionales y ejecución judicial del laudo arbitral, Madrid, 1988, p. 88, afirmaba que el motivo de nulidad del laudo extemporáneo era “absolutamente lógico y coherente con la naturaleza misma del arbitraje”. “El incumplimiento de ese plazo -añadía- lleva consigo la extinción del convenio y la pérdida, por parte de los árbitros, de su función jurisdiccional, de su p otestad para proceder a la composición del conflicto decidiendo la controversia sometida a su juicio, como ha sido unánime y reiteradamente reconocido por la jurisprudencia de nuestro Tribunal Supremo”. fuera de plazo cabía el recurso que la Ley de Arbitraje calificaba “de nulidad” (art. 30). La Ley de 1953 suprimió el recurso de apelación contra el falo arbitral; pero admitió el de casación, por infracción de ley o quebrantamiento de forma contra el laudo de derecho, y llamó de “nulidad” al recurso contra el de equidad “por los motivos y según el procedimiento que se establece en el artículo 1.691, número 3º” de la LEC de 1881. 5. La Ley 36/1988, de 5 de diciembre, de Arbitraje Esta Ley eliminó la distinción entre el contrato preliminar de arbitraje y el de compromiso e introdujo la figura del arbitraje administrado (art. 10). La mención del plazo dejó de ser requisito del convenio arbitral y vino remitido por la Ley a la voluntad de las partes; en su defecto, el art. 30.1 disponía el de seis meses “contados desde la fecha de la aceptación o sustitución del último árbitro”. Sólo se admitía la prórroga por acuerdo de las partes notificado a los árbitros antes de la expiración del plazo inicial. Los efectos del transcurso del plazo sin que se hubiese dictado el laudo eran extintivos del convenio arbitral y dejaban expedita la vía judicial (art. 30.2). Era causa de anulación del laudo su “dictado fuera de plazo” (art. 45.3), sin que cupiese recurso alguno contra el laudo. III. LA NORMA REFORMADA El art. 37.2 de la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, decía así en su versión original: “Si las partes no hubieren dispuesto otra cosa, los árbitros deberán decidir la controversia dentro de los seis meses siguientes a la fecha de presentación de la contestación a que se refiere el artículo 29 o de expiración del plazo para presentarla. Salvo acuerdo en contrario de las partes, este plazo podrá ser prorrogado por los árbitros, por un plazo no superior a dos meses, mediante decisión motivada. La expiración del plazo sin que se haya dictado laudo definitivo determinará la terminación de las actuaciones arbitrales y el cese de los árbitros. No obstante, no afectará a la eficacia del convenio arbitral, sin perjuicio de la responsabilidad en que hayan podido incurrir los árbitros”. Conviene recordar que, respecto a la responsabilidad de los árbitros, el art. 21.1 de esta Ley dispone: “La aceptación obliga a los árbitros y, en su caso, a la institución arbitral, a cumplir fielmente el encargo, incurriendo, si no lo hicieren, en responsabilidad por los daños y perjuicios que causaren por mala temeridad o dolo. En os arbitrajes encomendados a tendrá acción independencia de asistan a aquella una institución, el perjudicado directa contra la misma, con las acciones de resarcimiento que contra los árbitros”. Finalmente, el laudo dictado fuera de plazo desaparece de los casos expresos de nulidad del art. 41, aunque éste recoge bajo su apartado 1,d), el siguiente: “Que la designación de los árbitros o el procedimiento arbitral no se han ajustado al acuerdo entre las partes, salvo que dicho acuerdo fuera contrario a una norma imperativa de esta Ley, o, a falta de dicho acuerdo, que no se han ajustado a esta ley”. La norma se inspira en el art. 34, iv), de la Ley Modelo de UNCITRAL sobre arbitraje comercial internacional, de 21 de junio de 1985 (en adelante, LM). Confrontadas estas normas con sus antecedentes históricos, se desprenden las siguientes novedades introducidas por la Ley de 2003: - El cambio del dies a quo para el cómputo del plazo para dictar laudo, que pasa a ser el de la fecha de presentación de la contestación, momento en que los árbitros pueden tener conocimiento de los términos de la litis, y no en el de su aceptación. - La admisión de la prórroga arbitral del plazo para dictar laudo, en los términos del art. 37.2 (salvo acuerdo en contrario de las partes, por plazo no superior a dos meses y por acuerdo motivado). - Los efectos del transcurso del plazo sin dictar laudo, extintivos de las actuaciones y de la misión de los árbitros, pero no de la eficacia del convenio arbitral, que continúa vivo y, en consecuencia, impide la vía arbitral si la parte interesada opone la declinatoria (art. 11.1). La potestad de que fueron investidos los árbitros por las partes para dirimir el litigio cesa por falta de cumplimiento de su misión. - La omisión del transcurso del plazo sin dictar laudo como causa expresa de nulidad (art. 41). Salvo en este último extremo, el art. 37.2 no planteó dudas de interpretación ni de aplicación ni suscitó críticas doctrinales; por el contrario, sus comentaristas pusieron de manifiesto la temporalidad del arbitraje como una de sus principales ventajas, que permite a las partes prever su duración, a diferencia del procedimiento judicial, y beneficiarse de una rapidez superior a la de éste, porque, en definitiva, su limitación temporal es consecuencia necesaria de la índole excepcional de la institución arbitral, en relación con la normalidad de la jurisdicción, de manera que “el plazo para dictar el laudo vincula a los árbitros hasta tal punto que marca los límites de su potestad” 5. 5 V. HIERRO, A. e HINOJOSA, R., Comentario al art. 37, “Plazo, forma, contenido y notificación del laudo”, en Comentarios a la Nueva Ley de Arbitraje, 60/2003, de 23 de diciembre, coord. GONZÁLEZ SORIA, J., Pamplona, 2005, pp. 393-396. Por su parte, FERNÁNDEZ-ARMESTO, J., “El arbitraje internacional en la nueva Fue la omisión en el art. 41 de la LA de 2003 del laudo dictado fuera de plazo como causa de anulación la que abrió el portillo a la tesis favorable asu eficacia. La doctrina que consideramos correcta admite la anulación del laudo extemporáneo a través de la vía del apartado 1.d) del art. 41, por infracción del 6 procedimiento . Ley de Arbitraje española”, RDM, nº 258, 2005, pp. 1469-1531, especialmente pp. 1528 y 1529, elogia que la LA de 2003 mantuviera la brevedad de los plazos para dictar laudo y el “carácter fulminante y preclusivo de su incumplimiento”, efectos que califica de “draconianos” y “automáticos”: “los árbitros cesan, las actuaciones arbitrales terminan ex lege y los árbitros incurren en responsabilidad”. Y eso, que generalmente se considera como una virtud del arbitraje interno español, pues permite a las partes conocer de antemano el tiempo que ha de mediar hasta la resolución de la controversia, no lo estima apropiado para el internacional, que exige “plazos más dilatados y mucho más flexibles”, como lo prueba que la LM de UNCITRAL no contenga regla de limitación temporal del procedimiento, que deja al pacto entre las partes. V. también SENES MOTILLA, C., La intervención judicial en el arbitraje, Cizur Menor, Madrid, 2007, p. 118, que califica de “mayúscula” la infracción que supone el no dictar laudo dentro de plazo, con el efecto privativo de legitimidad a la “actuación extemporánea de los árbitros”. En la misma línea, CORDÓN MORENO, F., “El laudo arbitral dictado fuera de plazo”, en Actualidad Jurídica Aranzadi, 747/2008, Pamplona, p. 1-2, subraya la “nulidad radical” de éste, con cita de jurisprudencia contradictoria ya bajo la normativa de la LA de 2003. Para CAMPO VILLEGAS, “Ineficacia del laudo fuera de plazo. Su protocolización notarial e inscripción registral”, en Boletín del TAB, 1991, nº 4, pp. 77 y ss., y ORMAZÁBAL SÁNCHEZ, G., La ejecución de laudos arbitrales, Barcelona, CizurMenor, 1995, p. 163, el laudo extemporáneo adolece de vicio que “cae de lleno en la inexistencia”. En igual sentido, PARDO IRANZO, V., “La ejecución del laudo arbitral”, en Estudios de Derecho Concursal, Pamplona, 2010, p. 10; GONZÁLEZMONTES, J.L., “Los motivos de impugnación del laudo”, en El control judicial del arbitraje, La Ley, Madrid, 2008, pp. 44-46. 6 V., en este sentido, CADARSO PALAU, J., Comentario al artículo 41, en Comentarios, op. cit., coord.. GONZÁLEZ SORIA, I., pp. 427-432. HIERRO, A., e HINOJOSA, R., en la misma obra, p. 396, entienden que al no preverse por el art. 41 como causa de anulación la extemporaneidad del laudo, la acción de nulidad podrá ejercitarse en el proceso declarativo ordinario que corresponda, No obstante, frente a esa doctrina se alzó otra que, fundándose en una interpretación histórico-legislativa, al confrontar el art. 41 de la LA de 2003 con su precedente, el 45 de la de 1988, entendió que ya no cabía la acción de anulación contra el laudo extemporáneo. Esta contraposición entre las dos doctrinas trascendió también al plano jurisprudencial 7. A la tesis negativa de la anulación ex art. 41 del laudo extemporáneo contribuyó poderosamente la posición doctrinal de XIOL RIOS, J.A. 8, defensor de la aplicación del principio general de conservación de los actos procesales, para concluir que “sólo en el caso de haberse producido la denuncia de alguna de las partes por incumplimiento del plazo, la infracción adquirirá carácter sustancial” (art. 6 LA) y podrá denegarse su ejecución. Con razón alarmaban a otro importante sector doctrinal las consecuencias de una interpretación en este sentido del art. 41 LA de 2003, que deja en manos “sin perjuicio de la posibilidad oponer la nulidad del laudo, ex, art. 559.1.3º LEC/2000, cuando se interese su ejecución”. 7 V. en esta materia, con cita de la jurisprudencia contradictoria, CORDÓN MORENO, F., “El laudo arbitral…”, op. cit. (5), pp. 1-2. 8 Presidente a la sazón de la Sala 1ª del TS y autor de “Notas sobre la ejecución de los laudos arbitrales”, en Revista del Club Español del Arbitraje, nº 5, 2009, pp. 93-110. del árbitro dictar el laudo cuando estime conveniente, sin limitación de tiempo 9. A mi juicio, esta interpretación favorable a la eficacia del laudo extemporáneo carecía de fundamento bajo la versión original de la LA de 2003. La desaparición de la causa específica de anulación que dedicaba su precedente de 1988 al laudo extemporáneo (art. 45.3), se debe al propósito de política legislativa de inspirar la normativa en la LM de UNCITRAL, cuyo art. 34.2 no la prevé expresamente, sino que enuncia genéricamente el supuesto de que el procedimiento arbitral no se hubiese ajustado al acuerdo de las partes o a la ley en los términos literales que recoge el art. 41.1.d) de la LA de 2003. Además, la norma imperativa del at. 37.2, párrafo segundo, de esta Ley en su versión original atribuía efectos extintivos y preclusivos a la expiración del plazo, por lo que no resultan aplicables la renuncia tácita de su art. 6 ni el principio general de conservación de los actos procesales a un pronunciamiento dictado por quienes ya no son árbitros y fuera de un procedimiento ya terminado. En forma alguna podían los árbitros cesados prevalerse de la falta de mención expresa como causa de anulación del laudo extemporáneo para dictarlo en el momento que estimaren conveniente. La ineficacia de ese laudo resultaba incuestionable. La duda surgía en su atacabilidad por la vía de la acción de anulación y la causa de procedimiento no ajustado a la 9 CHILLÓN MEDINA, J.Mª, y MERINO MERCHÁN, J.F., “Valoración crítica de la nueva ley de Arbitraje”, en La Ley, nº 5945, 2004, p. 133. La falta de causa para la acción de anulación en este caso la consideran estos autores “fuga y desnaturalización de la institución arbitral”. voluntad de las partes ni a la ley, o por oposición a la ejecución, si esta se solicitase y acordase, ex art. 559.1.3º LEC 2000. IV. LA NORMA REFORMADORA 1. Tramitación parlamentaria La Ley 11/2011, de 20 de mayo, de reforma de la LA 60/2003, de 23 de diciembre, lejos de mejorar o aclarar la norma contenida en el art. 37.2, la ha empeorado y ha creado más dudas de las que ésta planteaba en su redacción original. Cierto es que el Proyecto del Gobierno no preveía la reforma del art. 37.2. Ésta se introdujo en virtud de la enmienda nº 59, del Grupo Socialista (el partido del Gobierno), en su tramitación en el Congreso de los Diputados, bajo la justificación de “mejora técnica”; sin más, la enmienda propuso el siguiente texto: “Si las partes no hubieren dispuesto otra cosa, los árbitros deberán decidir la controversia dentro de los seis meses siguientes a la fecha de presentación de la contestación a que se refiere el artículo 29 o de expiración del plazo para presentarla. Salvo acuerdo en contrario de las partes, este plazo podrá ser prorrogado por los árbitros, por un plazo no superior a dos meses, mediante decisión motivada. Salvo acuerdo en contrario de las partes, la expiración del plazo sin que se haya dictado laudo definitivo no afectará a la eficacia del convenio arbitral ni a la validez del laudo dictado, sin perjuicio de la responsabilidad en que hayan podido incurrir los árbitros” 10. Tramitándose el Proyecto en Comisión, con competencia legislativa plena, ésta, sin debate, acordó incorporar la enmienda y así pasó al Senado, que introdujo una sola modificación: sustituir la frase inicial, “Si las partes no hubieren dispuesto otra cosa”, por la de “Salvo acuerdo contrario de las partes”, con lo que los tres incisos del párrafo comienzan con las mismas palabras. Así, sin debate y con celeridad, se dictó una norma cuyo alcance no valoraron suficientemente ni los enmendantes ni los demás parlamentarios participantes. 2. Alcance de la reforma Con excepción del cambio en la frase inicial del apartado, ninguna reforma afecta a sus dos primeros incisos; es en el tercero en el que se introduce una modificación sustantiva del precepto para reconocer validez al laudo extemporáneo y suprimir los efectos extintivos de las actuaciones y de la función de los árbitros. 10 Boletín Oficial de las Cortes Generales, Congreso de los Diputados, A-22, diciembre 2010, nº 85-15. El supuesto de hecho de la norma sigue siendo el mismo: “la expiración del plazo sin que se haya dictado laudo definitivo”; las consecuencias jurídicas son las que cambian. Señalemos, ante todo, que la expresión “laudo definitivo” proviene de la norma objeto de reforma, la de la LA de 2003 en su redacción original. El adjetivo “definitivo” es equívoco y plantea al intérprete una cuestión delicada, como es la de su equivalencia con el calificativo de las resoluciones judiciales, que define el art. 207.1 LEC 2000: “Son resoluciones definitivas las que ponen fin a la primera instancia y las que decidan los recursos interpuestos frente a ellas”. Pero en el arbitraje ni hay “primera instancia” ni recursos contra el laudo. Aquí, ha de entenderse la expresión “laudo definitivo” en el sentido en que lo usa el art. 38.1 LA, esto es, en el de laudo con el que se pone fin a las actuaciones arbitrales, precisamente porque resuelve la controversia objeto del arbitraje. Si se trata de un laudo único, no cabe duda de que es el definitivo; si, por el contrario, se trata de laudos parciales, sólo el último, con el que se decide la parte de controversia pendiente, puede calificarse de definitivo. Por eso, podemos afirmar que con el laudo parcial final se resuelve toda la controversia; mientras que por el laudo único se alcanza esa resolución, Por es aquí la preposición que introduce al agente: el laudo, como se comprueba mejor en la voz pasiva del verbo: la controversia es resuelta por el laudo único. Mientras que la preposición con introduce un complemento de la oración que significa compañía o colaboración: con el laudo parcial último –junto a los precedentes- se resuelve la controversia. En la versión inglesa de la LM se denomina final award, a lo que en la francesa se llama sentence definitive y en la española, laudo definitivo (art. 32 LM). Pero la LA utiliza indebidamente el calificativo en el art. 40: “Contra un laudo definitivo podrá ejercitarse la acción de anulación en los términos previstos en este título”. La acción de anulación puede ejercitarse contra todo laudo, único o parcial, definitivo o no. El art. 34 LM, en el que se inspira la LA española no califica al laudo de final ni definitivo a esos efectos. En Derecho español, la posibilidad de ejercitar la acción de anulación contra laudos no definitivos está expresamente reconocida en el art. 22.3 LA para los laudos desestimatorios de aquellas excepciones cuya estimación impide entrar en el fondo del asunto, y en el art. 23.2 para las decisiones arbitrales sobre medidas cautelares, incluso si no revisten forma de laudo. Y esos laudos no son definitivos. El que estime las excepciones del art. 22.3 LA si lo será. Del mismo supuesto de hecho se siguen ahora consecuencias distintas. Cierto es que la norma continúa siendo dispositiva (“Salvo acuerdo en contrato de las partes”); pero, ahora, de la expiración del plazo sin haberse dictado laudo definitivo se siguen, parcialmente, consecuencias distintas de las previstas en la redacción original del precepto. Persiste en la norma tras la reforma de 2011 la continuación de la eficacia del convenio arbitral, pero a ella se añade ahora la de “validez del laudo dictado”, expresión que no deja de plantear dudas en su interpretación literal, porque encierra una contradictio in terminis con el supuesto de hecho: si el plazo ha expirado sin haberse dictado laudo definitivo, no se comprende el sentido literal del sintagma “laudo dictado”, participio pasivo que expresa lo ya acaecido en la acción del verbo, que se ha dictado. La contradicción no puede salvarse en el sentido de que quede a salvo la eficacia del laudo parcial o de los laudos parciales pronunciados antes de expirar el plazo, sino en el de “laudo que se dicte” posteriormente, en subjuntivo. Así resulta del propio Preámbulo de la Ley 11/2011 (II), que expresamente se refiere a que “se modula una solución a favor del arbitraje, para los casos en que el laudo se dicte fuera de plazo, sin perjuicio de la responsabilidad de los árbitros”. Se trata, evidentemente, de salvar la eficacia del laudo extemporáneo. Apoya esa interpretación, también, la desaparición de las consecuencias extintivas que en su redacción original tenía el transcurso de ese plazo: “la terminación de las actuaciones y el cese de los árbitros”; de manera que ahora, bajo la reforma de la norma, pese a la expiración del plazo, las actuaciones continúan y los árbitros se mantienen en su cargo. Y la novedad es grave. En pretendido “favor del arbitraje” se introduce un factor de inseguridad jurídica peligrosísimo, que atenta contra la virtud de la limitación temporal en la duración del arbitraje: la validez de laudo extemporáneo sine die, sin límite temporal alguno y sin la debida protección de las partes frente al incumplimiento de los árbitros. 3. Posibles remedios A. El pacto en contrario Es cierto que la norma es dispositiva y que las partes pueden (y deben) acordar en contrario. Digo “deben” como buen consejo preventivo para evitar las complicaciones jurídicas derivadas de la norma. Puede hacerse al pactar el convenio arbitral (art. 9 LA) o al elegir el Reglamento de una entidad administradora que así lo establezca [art. 4,b) y 14.1 LA], o al convenir el procedimiento (art. 25 LA), o en cualquier momento antes de que se dicte el laudo; pero el acuerdo tardío será más difícil, en cuanto que, lógicamente, habrá una parte más interesada que otra en impedir la validez del laudo extemporáneo. El primer antídoto contra tan peligrosa norma es, pues, el de evitar su aplicación a través de un pacto en contrario. B. La intepretación restrictiva Con independencia de ese acuerdo específico, la norma en cuestión exige una interpretación restrictiva, si no correctora, que evite o aminore sus nocivos efectos11. En primer lugar, cabe plantear la cuestión del plazo a que se refiere esta norma, si es el convencional, el legal o el prorrogado por las partes o por los árbitros. La ubicación de la norma en el último inciso del apartado 2 del art. 37 pudiera llevar a la conclusión de que se refiere a todo plazo comprendido en el contexto de ese apartado. Pero estimo más acertada la interpretación que excluya del supuesto el plazo convencional, porque cuando las partes han acordado un plazo distinto del legal ya han fijado, por su propia voluntad, un límite a las actuaciones y a la misión arbitral, que debe considerarse 11 Una interpretación “correctora” propone CAMPO VILLEGAS, E., “¿Hacia el arbitraje de plazo indefinido?”, en Anuario de Justicia Alternativa, nº 11, 2011, pp. 27-37. Pero la interpretación “correctora” consiste en la radical de “tener por no escrito” el último inciso del art. 37.2, “considerado totalmente inaplicable” y entender “inexistente” el laudo que se dicte fuera de plazo. Una solución “drástica”, como reconoce el propio autor, que no puede compartirse, por muy “irracional” y causante de “inseguridad jurídica” que sea la norma interpretada. En la doctrina hermenéutica, la interpretación correctora es crítica de la letra de la norma y la rectifica para que concuerde con su espíritu, extendiendo o reduciendo el sentido literal. Pero lo que propone este autor en su crítica a la norma nueva es una interpretación “derogatoria” (interpretatio abrogans), para evitar su aplicación. V. DE CASTRO, F., Derecho Civil de España, I, Madrid, 1949, reed. 1984, pp. 473-474. esencial. Si, por ej., las partes acuerdan que el plazo se reducirá a un mes, no cabe, a mi juicio, mantener que no han pactado en contra de la validez del laudo dictado fuera de plazo. O si han acordado hasta un año, ya han fijado un margen más que suficiente para evitar precisamente que se dicte un laudo válido fuera de él. Lo mismo cabe mantener cuando las partes hayan prorrogado de común acuerdo el plazo legal o el convencional inicial: la fijación por las partes de un plazo debe ser considerada, a mi juicio, como “acuerdo en contrario” de la validez del laudo dictado fuera del límite convenido. Queda así reducido el supuesto de la norma dispositiva a la expiración del plazo legal y a la prórroga de éste por los árbitros. El plazo legal es el fijado en el inciso primero del apartado 2 (“seis meses siguientes a la fecha de presentación de la contestación…”). Y entiendo que es a “este plazo” al que se refiere exclusivamente el inciso segundo al habilitar su prórroga por los árbitros, con el límite de los dos meses. El plazo convencional no puede alterarse por los árbitros sino por nuevo acuerdo de las partes 12. Para justificar esa interpretación no puede olvidarse que una de las ventajas del arbitraje es su economía de tiempo, su celeridad, la previsibilidad de su duración. Y esa finalidad del arbitraje debe ser atendida al interpretar sus normas reguladoras, ex art. 3.1 C.c. 12 Coincido así con HIERRO, A., e HINOJOSA, R., op. cit., p. 395, quienes mantienen que cuando la Ley establece que “este plazo podrá ser prorrogado por los árbitros” se refiere “obviamente” al plazo legal. No cabe aquí invocar el régimen propio de las sentencias judiciales, cuya extemporaneidad sólo desencadena una responsabilidad disciplinaria (art. 211 en relación con el 447 LEC). El Juez está investido de jurisdicción y sometido a un régimen disciplinario, a diferencia e los árbitros. Mediante el arbitraje, las partes invisten a una o más personas de la facultad de dirimir su discordia; pero esa investidura tiene un límite temporal para el cumplimiento de su misión. No cabe admitir una interpretación protectora de “dilaciones indebidas” en materia arbitral. C. La responsabilidad de los árbitros La salvedad de la responsabilidad de los árbitros es insuficiente, dado el régimen legal nada riguroso, más bien mitigado, que regula esta materia, conforme al art. 21.1 LA, antes transcrito 13. La obligación de los árbitros es “cumplir fielmente el encargo”, lo que incluye el dictado del laudo en plazo; pero el incumplimiento de esa obligación sólo engendra responsabilidad en caso de “mala fe, temeridad o dolo”. La simple negligencia culposa por dejar transcurrir el tiempo, la pasividad, la omisión de la diligencia debida para cumplir la obligación principal del encargo, que es la de dictar laudo, no origina responsabilidad. 13 Sobre la diferencia entre sentencia judicial y laudo dictados fuera de plazo, v. CORDÓN MORENO, op. cit. (7); PARDO IRANZO, V., op. cit. (5). Aunque la Ley de reforma haya impuesto un seguro de responsabilidad civil, en otra de las modificaciones discutibles injertadas en la LA, el sistema no satisface los intereses dañados en caso de dictado de laudo extemporáneo por incumplimiento del encargo en plazo. D. El último remedio: la remoción judicial de los árbitros Pero, si no se han utilizado las medidas preventivas contra el laudo extemporáneo, por acuerdo de las partes que evite la aplicación de la norma legal contenida en el art. 37.2, reformado, de la LA, no basta con una interpretación restrictiva que reduzca al mínimo posible la aplicación de aquélla ni con la responsabilidad de los árbitros incumplidores; es necesario arbitrar medidas que resulten idóneas una vez producido el transcurso del plazo en que se haya dictado laudo final. Una vez expirado el plazo, la sola voluntad de una de las partes no impedirá la validez legal del laudo que se dicte. La fórmula legal “salvo acuerdo en contrario” exige la coincidencia de voluntades de las partes y hace inútil la reacción contraria de una de ellas, que denuncie el incumplimiento del encargo y pretenda desvestir a los árbitros de la facultad de dictar laudo válido fuera de plazo. Cuando es el laudo definitivo el que produce la terminación de las actuaciones y el cese de los árbitros, éstos pueden seguir en ejercicio de su cargo, salvo que las partes “acuerden” lo contrario [art. 38.1 y 2b)]. Una sola de ellas no Mientras tanto, habrá litispendencia. puede impedirlo. La “eficacia del convenio” impide acudir a la vía judicial, pero, si no hay acuerdo, no faculta a una parte para solicitar el nombramiento de nuevos árbitros ex art. 15 LA, sin remover previamente a los nombrados. El panorama es suficientemente sombrío y justifica cuantas medidas puedan adoptar preventivamente las partes para enervar esa exorbitante facultad que permite a los árbitros prolongar el encargo y continuar en sus cargos hasta dictar, sin límite temporal, laudo definitivo. Si hay acuerdo entre las partes, podrá evitarse tal extralimitación, ya por la vía del art. 37.2, ya por la del 38.2,b), dando por terminadas las actuaciones. Si no, creo que el remedio a favor de la parte disconforme con tan grave mal, una vez expirado el plazo, estará en el art. 19 LA, en el mecanismo de la remoción judicial: “1.- Cuando un árbitro se vea impedido de hecho o de derecho para ejercer sus funciones, o por cualquier otro motivo no las ejerza dentro de un plazo razonable, cesará en su cargo si renuncia o si las partes acuerdan su remoción. Si existe desacuerdo sobre la remoción y las partes no han estipulado un procedimiento para salvar dicho desacuerdo, se aplicarán las siguientes reglas: a) La pretensión de remoción se sustanciará por los trámites del juicio verbal. Se podrá acumular la solicitud de nombramiento de árbitros, en los términos previstos en el artículo 15, para el caso de que se estime la de remoción. Contra las resoluciones definitivas que se dicten no cabrá recurso alguno”. La competencia es de la Sala de lo Civil y de lo Penal del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Autónoma del lugar del arbitraje, ex art. 8, reformado, LA. De este modo, la parte interesada podrá evitar el laudo extemporáneo y alejar la incertidumbre de un plazo abierto que deje pendiente un litigio irresoluto.