ANGUSTIA RELIGIOSA: UNA MIRADA A LA TRAGEDIA

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ANGUSTIA RELIGIOSA: UNA MIRADA A LA TRAGEDIA HUMANA A PARTIR
DEL PSICOANÁLISIS DE DREWERMANN.
Por Wilfrido Zúñiga Rodríguez1
Septiembre 8 de 2009
“La verdadera historiografía es una poesía creativa de la vida humana sólo en
apariencia “pequeña”, es siempre la manifestación de los enteros y secretos
deseos, y esperanzas de los hombres”
E. Drewermann
Resumen:
Las preocupaciones humanas de ayer y las de hoy, serán las mismas de mañana.
El pasado es un presente que pasó, el hoy un presente que se vive y el mañana
un futuro que será otro presente. Las intuiciones y deseos de cada hombre, que
busca incansablemente superar las circunstancias de la vida son constantes, a lo
único que ha estado condenado es al fracaso. Por ejemplo, la muerte que lo ha
vencido y lo seguirá venciendo. El destino es el mismo para todos los mortales: la
muerte. Unida a la obsesión de la inmortalidad, quizás hoy se exprese en un
lenguaje distinto al de los pueblos primitivos, se puede reflexionar acerca de las
ilusiones que dejaron plasmadas en el mito, el cómo concebía el hombre primitivo
la muerte al lado del sufrimiento y del dolor que les producía, el deseo de hacerse
inmortales, y, el politeísmo en el cual se manifestaba una creencia tolerante de la
que carece el mundo de hoy.
1
Filósofo. Especialista. Cursa Maestría en la UPB (Medellín) Docente de la Facultad de Filosofía y Teología de
la Fundación Universitaria Luis Amigó (Medellín)
Palabras claves: mito, vida, muerte, tragedia, hombre, Dios, inmortalidad,
angustia, fragilidad, moral
El mito, la muerte unida el sufrimiento y al dolor, la inmortalidad, la voracidad del
poder que reina por su obsesión en el hombre, la moral cristiana y en la última
instancia Dios a través de la predicación dogmática ha intensificado la angustia
religiosa en el hombre. No obstante, reflexionar sobre la angustia metafísica,
aquélla angustia que partió por la pregunta: ¿cómo se puede reconciliar el hombre
con su origen? Ante la frustración de no conseguir respuesta, sólo queda la
aceptación por parte del hombre de caminar con el sentimiento de la nada,
sentimiento de sólo volvo, y descubrir que dicho sentimiento lo debería hacer más
humano.
El escenario para reflexionar acerca de tales preocupaciones se concentra en las
obras de E. Drewermann que plasma un mensaje universal a partir de la
experiencia y el deseo por contemplar un mundo más humano, donde no importe
cuál credo religioso se profese, donde lo único que importe sea que los seres
humanos se manifiesten en lo posible un amor humano y una fraternidad
universal. La humanidad de Dios y la nuestra constituyen la única forma de sanar
la historia humana (Drewermann, 1996)
En efecto, el psicoanálisis asumido como un instrumento para explorar la angustia
humana y su historia en el corazón humano. Y si la filosofía se convierte en una
actividad del pensar, únicamente, con el propósito de hacer de la vida una obra de
arte a través del beneplácito por parte del hombre de lo que es: gravedad, fracaso,
tragedia, y con el deseo profundo de ascensión más hacia ningún lugar metafísico
que no sea más que su propio interior.
En este sentido, psicoanálisis y filosofía pueden aportar de alguna manera a la
sanación del miedo ante la angustia ya no sólo desde la angustia metafísica sino
también a partir de la angustia religiosa en la medida de colaborar a sofocar el
miedo a la muerte, miedo a un dios que como lo ha presentado y predicado el
cristianismo ha estado lleno de contradicciones, y como instrumento y actividad
pueden aportar en la construcción de un mundo más humano, que albergue como
pan de cada día, la justicia en todos los ámbitos humanos, la honestidad, el
respeto, y, la certeza de que el amor experimentado por parte del hombre es una
manera de retomar un camino sin pretendido ni esfuerzo por vencer a la muerte.
La aspiración de que el hombre llegue a experimentar plenamente un estado de
ataraxia como lo busca la reflexión filosófica de la Grecia antigua es una
utopía inalcanzable. Ante todo y sobre todo, no es posible encontrarse consigo
mismo sin agradecer la gracia de existir y de ser como se es, gracia que ningún
hombre puede otorgar, porque engloba a todo ser vivo. (Drewermann, 1.996). O
quizá la historia de los hombres se haya escrito definitivamente a partir de un
fracaso que tuvo su manifestación a través de una mancha en el frente, la cual
cada vez se ha hecho más grande. Es el signo con que fue marcado Caín por
haber asesinado a su hermano Abel. La historia de los hombres es la historia de
sus desencuentros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo
entendemos a él. (Saramago, 2.009)
La angustia ha sido motivo de estudio para el psicoanálisis de Drewermann a
partir del existencialismo de Kierkegaard. Un interés profundo por ayudar al
hombre a no superar la experiencia de la nada antes bien a ayudarle a
encontrarse consigo mismo. La cuestión decisiva no es cómo pueden los
hombres, marcados por la experiencia de su nada y el odio de sí mismo,
conferirse una cierta solidez y recuperar hasta cierto punto su valor y dignidad,
luchando por trazar su propio retrato en la arena movediza, sino más bien cómo
van a ser capaces de superar su miedo a la nada mediante una confianza más
profunda en la justificación de su existencia y poder así hallar de nuevo la medida
tranquila de su existencia (Drewermann, 1.996) El sentimiento de la nada es una
experiencia atormentadora e ineluctable. Cuando el hombre aparece como figura
de un teatro, en el que los dioses inmortales o las potencias divinas, más
poderosos que los hombres, la mueve en función de unos designios
incomprensibles y nadie, por más que lo quiera, puede oponerles resistencia
(Drewermann, 1996)
El teatro revela un sentido oculto, en donde lo trágico consiste precisamente en un
conflicto entre la conciencia individual y las imposiciones de lo general (la creencia
en un dios personificado, un dios omnisciente, omnipresente, todopoderoso, y ser
que decide qué es bueno y qué es malo para el hombre). Mas, el querer moral del
individuo se encalla en las fatalidades del destino, y el mal que a la postre tiene
que cometer, es la consecuencia de un contexto, que él no ha causado, pero en el
que queda intrincado y encarcelado de modo insoslayable (Drewermann, 1.996)
El mito cosmogónico cristiano ha narrado el deseo del hombre por buscar una
posible respuesta a la pregunta trágica de la vida humana: ¿quién soy yo? En
unión con ¿quién es dios? ,dará la apertura a la presente reflexión.
NARRACIÓN MÍTICA: UNA MANERA DE HABLAR DEL ORIGEN DE LA VIDA
HUMANA
"La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba
cuando era niño."
Nietzsche
El mito se ha visto en el trabajo difícil de narrar el origen de la vida humana. De
igual manera ha desvelado ¿cómo se acrecienta la angustia en el hombre a través
de unos relatos adornados de figuras que posiblemente se encuentran escondidas
en la psique humana?, en aquélla parte donde los sueños hacen su presencia y
hace que lo real y lo ficticio se complementen y se confundan hasta llegar al punto
de que no haya diferencia entre el sueño y la vigilia. Y hace que el tiempo sea un
eterno presente. La historia humana se ha valido del mito para dejar por sentado
que la única manera de hablar de nuestro origen es a través de él; y recordar
siempre que esa narración sirvió de base para la filosofía.
El mal enfoque del mito en determinada época, ha generado controversia e incluso
se le ha definido como fantasía o leyenda, por tal causa, sus contenidos en
ocasiones han sido tergiversados. Ninguna cultura se escapa de las narraciones
míticas, que de alguna manera, pretendían recrear el mundo, y a la vez buscar el
acercamiento con la divinidad. No obstante la intuición en distintas culturas fue la
misma, en cada cultura primitiva trataron de prefigurar el origen del cosmos y del
hombre a través de una pareja un hombre y una mujer como los primeros posibles
habitantes. La historia de los orígenes no son en el pensamiento bíblico-mítico
relatos históricos sobre un origen pasado. (Drewermann, 1.994) Es ante todo el
equivalente a <propio ser>
La narración del pueblo de Israel en lo que respecta al origen de la creación,
colocó a un Adán y a una Eva que habitaba un paraíso. Ante esta acción y
acontecimiento surgió la pregunta ¿cómo llega el hombre a apartarse del origen
de su ser y qué significa para él querer vivir sólo en lo creado? Y ¿qué significa
estar excluido del paraíso? Es cuando una serpiente como símbolo representativo
del miedo, angustia, desesperación, generadora del mal habla. Por ejemplo, el
mito germánico de la serpiente Midgard, que con su cuerpo gigantesco rodea la
tierra, cuando la contrae, reduce el espacio del hombre en el mundo y lo conduce
a una angustia imposible. A todo hombre, en el acto de la concienciación, habla la
“serpiente” por emplear el lenguaje yahvista, que encarna en los mitos el no-ser, el
vacío de todo lo creado (Drewermann, 1.996)
Hablar de mito es hablar de sueños, anhelos, que tienen su morada en el corazón
del hombre. El principal anhelo es quizás habitar en un lugar distinto al que nos ha
tocado vivir; y no es una idea que pueda sofocar-se en el hombre. Todas las ideas
pueden sofocar en el hombre menos la idea del absoluto (Cioran, 1985). Ser
dueño de una vida donde no exista el miedo a la muerte, donde el ciclo biológico
sea aceptado como propio, que ese lugar tenga como insignia las frases del libro
del Apocalipsis: “y oí una fuerte voz que venía del trono, y que decía: “aquí está el
lugar donde Dios vive con los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y
Dios mismo estará con ellos como su Dios”. Secará todas las lágrimas de ellos, y
ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo que antes existía
ha dejado de existir”. Un pasaje lleno de figuras que seguramente se hospedan en
el inconsciente. Aceptado por algunos hombres y rechazados por otros.
Pero que ese lugar sea conocido por parte del hombre es una tarea propia del
hombre en la medida en que sea consciente de reconocerse en su condición de
humano. Y contribuya a mejorar un mundo que ha tenido acciones irracionales,
según el cual, espera que se manifieste la justicia divina, algo que le corresponde
en primera instancia al hombre. El grave error es pensar que ese lugar se dará en
un futuro incierto, mientras que permanece aguardando la justicia divina, que
quién sabe cuándo llegará, y sigue el relato del Apocalipsis: “El que estaba
sentado en el trono dijo: yo hago nuevas todas las cosas”. Las cosas se hacen
nuevas siempre y cuando se tenga la certeza de que la vida humana es como una
flor que se marchita pero que se revive una y otra vez.
Los mitos de la cultura griega, mesopotámica, germánica, babilónica, confirman el
deseo por descubrir ese otro lugar que es la morada de Dios con los hombres
donde no existen nociones de tiempo y espacio, ese lugar es la eternidad. Una
eternidad vivida en la cotidianidad (André Comte-Sponville, 2009)
También ese lugar ha sido prefigurado por medio de las narraciones mitológicas,
como única posibilidad de acercarse a si sea a contemplarlo. Por ejemplo, en el
relato del evangelio de Lucas, en su capítulo 16 la historia del mendigo Lázaro y el
rico, que es un relato propio de la cultura egipcia, se imagina la necesidad de
volver a contar la vida e imaginarla a través de los mitos; soñar con un banquete
sagrado como lo prefiguraban los antiguos rituales, que encerraban una doctrina
de participación universal donde cada ser humano a medida de recordar su
condición humana era capaz de acercarse a la divinidad.
Es conveniente que el hombre de hoy, vuelva a creer en los mitos como un
arquetipo profundo, así podría recrear el eterno y lo verdadero que hay en él.
Hambre de aliento, de justicia, de vestido y, sobre todo, de dignidad, de
humanidad, de grandeza y los sueños de contemplar un mundo más humano.
Será un empeño hacer de la vida un banquete humano, en el que no importe
religión específica, ni conceptos de Dios, ni pluralidad de nombres con respecto a
Dios, sino que es ese banquete humano se escuche como eco la frase de la
moabita Rut “tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1, 15-16), y
pueda el hombre descubrir que Dios no es un objeto, sino que es una experiencia
de vida.
El psicoanálisis, con su vasto rechazo de la religión, incurre en el peligro de
propagar unas formas de auxilio a los apremios humanos que en determinadas
circunstancias más encogen a los hombres que los maduran (Drewermann, 1.996)
MUERTE: MADRE DE UNA RAZA EFÍMERA
“La muerte hace preciosos y patéticos a los hombres”
Borges
Lo existente en el hombre en primer instancia, tiene desde su génesis el valor de
una vida eterna, la fuerza, el deseo indestructible, la creencia absoluta en una
divinidad que lo invita a la inmortalidad, experiencia que tiene su origen a partir de
la contemplación de la muerte, quizás se haya convertido en la primera etapa para
reflexionar acerca de la limitación y de la finitud existencial humana, pero también,
en la intuición de una vida nueva y eterna.
La muerte siempre estará unida a la angustia. Representa un movimiento entre el
comienzo y el final, permite al hombre hacerse sabios y de alguna manera, enseña
a adaptarse a la finitud y limitación de la vida. El hombre está vinculado y
entregado a la finitud; y que a través de la muerte, debe estar en condiciones de
proceder de una manera racional y humana (Drewermann, 1.996)
La muerte siempre se ha intentado superar y en el mayor de los casos no es
aceptada. Pero, existen riquezas que involucran al hombre en un escenario de
esperanzas. Narraciones mitológicas que hablan del mundo y lo recrean. En “el
sentido de una casa, que se entra en ella con la salida del sol girando por el sur, el
oeste y el norte. Como lo expresó el chamán indio Ciervo negro: “piensa que cada
tienda india es redonda, entras por allí, donde el sol brilla amarillo en el cielo con
toda su fuerza; después te vuelves hacia ponente, donde negras nubes
tormentosas recorren la tierra, y entras a la fuerza del país; giras después al norte,
de donde llega el blizzard, y tus propios cabellos se vuelven blancos como la
nieve; y finalmente te adentras en el oriente, donde el sol se alza rojo como la
sangre, y aprenderás que la muerte es tu vida” (Drewermann, 1.996)
Antiguamente se tenía la mirada hacia el extenso viaje sin regreso predicado por
los egipcios; la armonía del hombre con su comienzo y con su fin, y con el mismo
Dios. Kierkegaard pensaba que el hombre sólo podía realizar su mismidad si era
capaz de aceptarse a sí mismo como ser espiritual en su condición de criatura
(Drewermann, 1.996). Que el hombre tuviera espíritu no significaba que fuera
Dios. Porque su espíritu estaba ligado a los sentidos, al cuerpo, a la finitud, y así el
hombre resultaba ser una contradicción, que en sus antítesis tiene que ponerse
como síntesis. El hombre para realizar su mismidad tiene la tarea de simultanear
lo finito y lo infinito. El secreto está en vivir la vida con intensidad, como lo
insinuado por Nietzsche en el siglo XIX, así la muerte se asume como vida, porque
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da
mucho fruto. El que ama su vida, la pierde y el que odia su vida en este mundo, la
guardará para una vida eterna (Juan 12, 24-25).
La muerte ha tenido como aliado el sufrimiento y el dolor que agobian al hombre,
las distintas confesiones religiosas han tratado de superarlos. Por ejemplo, en el
campo del budismo, se propone liberar al hombre del sufrimiento de un mundo
finito y sacarlo de la vinculación a una naturaleza que sólo puede dejar
insatisfecho
un
ser
específico
banal. (Drewermann, 1.996)
y que
por
lo
mismo
parece
vacía
y
El paralelo entre Buda y Jesús de Nazaret, está lleno de contradicción con
respecto al sufrimiento, al dolor y a la misma muerte. Buda enseña una doctrina de
autorredención, en el sentido que un individuo debe tener conciencia clara y
profunda de lo que es su ser y de aquello con lo que no se identifica en el mundo
para encontrar su verdad personal; caso contrario a la actitud de Jesús de
Nazaret, cuyo problema no es el del sufrimiento por la naturaleza o por la finalidad
del mundo; de forma mucho más concreta está el miedo que produce la muerte. E
invade al hombre en un estado de angustia, que deforma a la vida misma.
(Drewermann, 1.996)
El miedo de vivir en un mundo que no da respuesta real a ninguna de las
preguntas que a lo largo de existencia humana se le ha dirigido. El estar expuesto
a la muerte, que asume el hombre continuamente en una propia práctica es, el
crédito de una decadencia.
La
muerte
conduce
al hombre
hacia
un
abismo
que
según criterios
kiekergaardianos lo lleva a descifrar un enigma. Jesús de Nazaret, enseñó el
cómo deben asumir los demás mortales la muerte, el sufrimiento, el dolor, y quedó
consignado y plasmado, en los dos momentos cruciales de su vida Getsemaní y el
Gólgota, momentos que superaron a la tragedia griega de dionisiaco y lo apolíneo,
la mesura y la desmesura y mientras. Para Buda bastaba con meditar debajo de
un árbol, sin embargo, el miedo humano hacia la muerte ganaba en extensión. No
basta ninguna otra respuesta, que no sea la de aprender que un máximo de miedo
a la muerte en la figura de Jesús de Nazaret, no puede impedir el confiar en Dios,
cuando sea contra el mundo entero. (Drewermann, 1.996)
Ante la instancia de la muerte, que avisa el final del proceso biológico, debe existir
la esperanza de un nuevo comienzo.
(Kierkegaard, 1948) En los egipcios,
encontrar la realización de los sueños, concretamente en el campo del amor era
pasar al otro lado donde estaba la vida verdadera. Cuando la amada moría se
tenía la certeza que el amor es la fuente de encuentro entre la amada y el amado,
en el otro lado del río, la barca conducía al amado al encuentro con su amada
donde no existe temporalidad. En una palabra, el hombre no vive para la muerte,
sino para alcanzar la plenitud de la vida en la brevedad del tiempo. (Drewermann,
1.996). ¿Cómo sofocar nuestro destino? Si la muerte está presente de manera
constante.
1
Si estoy, está conmigo.
Si me atareo en mis asuntos,
me sigue.
Ojea por sobre mi hombro si leo,
Atisba por sobre mi hombro si hago.
2
Con un sobresalto,
de un salto,
Me pongo de pies.
¿Quién era?
Miro en torno mío.
Nadie, nada.
3
Acaso, cuando giro
sobre mi calcañar,
gira también
con una pirueta,
con un esguince silencioso.
4
Y si voy va detrás,
si vengo viene,
si me detengo se detiene.
Siento sus artejos en mi nuca,
Su acezo en mi oreja.
5
Hago, pues, que voy y vengo,
hago que estoy,
hago que hago,
que me atareo en mis asuntos.
6
Y si también esto que digo,
este verso que hago
fuera tan sólo,
y de nuevo, la vieja
mentira del lobo.
PRESENCIA (José Manuel Arango)
INMORTALIDAD: UN SUEÑO ANGUSTIOSO
“Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos:
estaré muerto”
Borges
El sueño es una expresión de la esencia del espíritu, representado por los griegos
en la diosa Venus que siempre estaba durmiendo. La aceptación de la
incapacidad en términos de inmortalidad por parte de los mortales hizo de éstos
vulnerables por siempre esclavos de los misteriosos designios divinos, su
aceptación es la sumisión a los dioses, y quien no la acepta es entrar a
desafiarlos, eso hizo Marsias2. El sátiro oscuro. Armado con su flauta, desafió a
2
En la mitología griega Marsias (en griego Μαρσύας) era un sátiro que desafió a Apolo en un concurso musical. Se creía
que había nacido en Celea (Frigia), en la fuente principal del río Meandro. Marsias era un experto tocando el aulos, una
especie de flauta doble. Había hallado el instrumento en el suelo, donde lo dejó su inventora Atenea, después de que los
demás dioses se burlaran de cómo hinchaba las mejillas al tocarlo. Apolo y Marsias se enfrentaron en un concurso musical
en el que el ganador podría tratar al perdedor como quisiera. Los jueces fueron las Musas, por lo que naturalmente Marsias
perdió y fue desollado vivo en una cueva cerca de Celea por su hibris al desafiar a un dios. Apolo clavó entonces la piel de
Marsias en un árbol, cerca del lago Aulocrene, y su sangre formó el río Marsias (afluente del Meandro, que desemboca en
éste cerca de Celea). Hay varias versiones del concurso. Según algunas Marsias tocó mejor que Apolo, pero éste puso la
lira boca abajo y tocó la misma melodía. Marsias no pudo hacer lo mismo con su flauta, por lo que perdió. Según otra
versión Marsias fue derrotado cuando Apolo acompañó con su voz el sonido de la lira. Marsias protestó, arguyendo que el
Apolo, dios de la lira y las tempestades de luz. El premio: el poder sobre el otro.
Qué podemos jugarnos los simples mortales ante la tragedia inevitable de la vida
humana sino todo ante los dioses. El espíritu santo de la iglesia cristiana, católica,
romana e infalible, jamás estará de nuestra parte, como tampoco lo han estado las
Musas, que nunca estarán al servicio de aquello que está destinado a la muerte.
El pedir justicia a los dioses, es pedir demasiado, Marsias lo comprendió
demasiado tarde. El sátiro fue degollado por el dios (Apolo); su piel, clavada en un
árbol donde el viento la hará retumbar hasta el fin de los tiempos. Cuando el último
grano de arena haya caído y se cierre la cuenta y todo lo que ardió se apague en
muda ceniza intangible. El enfrentamiento entre el sátiro Marsias y el dios Apolo
es el reflejo de la disputa entre el mortal y el inmortal. La calma satisfecha y
sobrehumana del verdugo y el desgarro alarido de ira y terror de su víctima. Qué
vulnerable la carne mortal, qué ridícula su agonía ante la indiferencia inconmovible
de los dioses. A los simples mortales sólo somos herederos de una búsqueda de
un río sagrado, poseedor de la eterna juventud e inmortalidad. El río acreedor y
dador de la eternidad del instante. Otro es el río que persigo.
El río secreto que purifica de la muerte a los hombres (Borges, 2001). La sangre
derramada del sátiro Marsias se convirtió en río. Donde ningún mortal podrá
bañarse dos veces como promulgaba Heráclito, y que se precipita incesantemente
hacia la mar. Hacia el morir. Los mortales están condenados a congregar-se a la
orilla de ese río de sangre que es y será el vínculo con los dioses. Es el lugar en
donde posiblemente se engendró la vida de humana que haya existido sobre la
tierra y ante la fascinación y la languidez
de la existencia y aun ante la
concurso era de habilidad tocando un instrumento y no con la voz, pero Apolo replicó que Marsias soplaba en su flauta, lo
que era casi lo mismo. Las Musas estuvieron de acuerdo con Apolo, otorgándole la victoria.
Diccionario: Mitos griegos. Autor: Friedrich Georg Jünger, traducido por Carlota Rubies. Herder, 2006.
estupefacción muda de los que nunca mueren, repiten un desafío que será
castigado a la postre. Una raza condenada al fracaso, a un destino ineluctable.
Elevar plegarias al cielo, al escenario donde supuestamente viven los dioses,
parece ser la resignación de algunos mortales pertenecientes a este vasto e
infinito mundo, pero sin conseguir repuestas a tantas rogativas. Y, como Marsias,
no temen agotar su aliento ni resultar vulnerables y ridículos, destinados al polvo o
a un hilo que los vincula y los hace latir y arder en esa eternidad humana que sólo
dura un instante. El hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal
(el gato), en la actualidad, en la eternidad del instante (Borges, 2001). La flauta fue
inventada por el sátiro Marsias para enfrentarse al dios Apolo, mas para qué
inventar algo que le produjo la muerte, quizás haya tenido razón su desafío para
pretender también ser indestructible como los dioses:
Yo la tocaré,
Para así romper los muros,
que me privan de mi fragilidad.
Para así volver a sentir
La vulnerabilidad de ese mar
Que es morir y que también es amar
El hombre es tiempo, en la medida en que nace, vive, re-crea, descubre, muere,
se afianza en la tierra y cumple el papel que le ha tocado desempeñar en el
transcurso por la vida, que con el paso de la historia, de lo que es y de lo que
constituye se configura en toda su existencia.
El mundo es un teatro, ya lo decían los antiguos griegos. Un escenario, en donde
cada quien debería asumir la vida con una máscara, , sin olvidar que
el gesto de ponerse dicha máscara implicaba convertirse en el centro que
equilibraba los polos de la tragedia y la comedia, para ellos, la vida humana
estaba en medio de la tragedia y la comedia.
En el laberinto se congregan todos los momentos de la niñez, de la infancia, de la
juventud, la adolescencia e incluso el ocaso de la vida, es decir, la vejez, como
también los momentos de seguridad e inseguridad, perdidos a la vez
experimentados, en fin los seres humanos somos salvados y perdidos, lo uno y lo
otro, no se requiere elección. Un laberinto es una casa labrada para confundir a
los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías (Borges, 2001) está
subordinada a un fin. Está determinado con las categorías de infierno y de paraíso
que, no son más que uno, y es el mundo. Mientras se haga una diferencia entre la
salvación y la propia vida tal cual es- imperfecta, dolorosa, insatisfactoria, se está
en la propia vida tal cual. Mientras se haga una diferencia entre la eternidad y el
tiempo, se está en el tiempo.
Todo cambia, todo fluye, todo pasa. Es la verdad de Heráclito o más bien es la
verdad del mundo, pero esta verdad, ella, no pasa, permanece. Que todo fluye
será verdad siempre. (André Comte-Sponville, 2007) Así pues, el devenir, el cual
tanto inquietó a los antiguos griegos es eterno: el devenir es la eternidad misma.
Por eso no hay que escoger entre Parménides y Heráclito ambos tienen razón,
incluso cuando se oponen. Es lo que le da razón a Heráclito, por la unidad de los
contrarios, y a Parménides por la unicidad de lo verdadero (André ComteSponville, 2007)
La luz de la mañana, la contemplación del canto de un pájaro o el canto del animal
suigeneris que sabe distinguir entre la noche y la mañana (el gallo), ese viento
mañanero que siente mi piel, mi mejilla, nada de todo esto es inmutable; nada de
todo esto durará para siempre. No es más que el presente del mundo: no es más
que el mundo mismo como presente. Siempre cambiante. Siempre nuevo. Que
nos invita a preguntar: ¿qué había antes? Otro presente o más bien el mismo
(enteramente junto, uno, continuo escribe Parménides), pero otro, el mismo pero
distinto. Y ¿qué habrá después? Otro presente, o más bien la continuación
diferenciada del mismo. Todo pasa, es cierto, es evidente. Mas nada ocurre fuera
del presente. El pasado no es nada; el futuro no es nada. ¿Era? Pues ya no es.
¿Será? Pues no es. No hay más que el presente. El ahora del hombre es único.
Todo cambia, pero nada cambia más que en el presente. Todo es presente, pero
nada es presente más que el devenir. (André Comte-Sponville, 2007)
¿Qué es el tiempo? Si me preguntan no sé, pero si no me lo preguntan diría que
es la suma no totalizable de un pasado que ya no es y de un futuro que aún no es,
diría de una manera explícita Agustín de Hipona. Sólo existe en el pensamiento,
puesto que sólo toma consistencia verdaderamente- No hay placer más complejo
que el pensamiento y a él nos entregamos (Borges, 2001) Y aún con la palabra
que sirven para meditarlo. Todo hombre tiende a permanecer en su ser, lo re-creó
el poema de Gilgamesh (mitología babilónica) sentencia y pretendido cierto, pero
nadie lo consigue. Ser inmortal es baladí, menos el hombre, todas las criaturas lo
son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse
inmortal (Borges, 2001)
No se puede separar la inmortalidad del ámbito religioso, específicamente de las
narraciones mitológicas. En sus primeras narraciones escritas acerca de la
inmortalidad la contiene la epopeya mesopotámica de Gilgamesh, cuyo
protagonista del poema, turbado por la muerte de Enkindú primero enemigo y
luego amigo, y deseoso de gozar de la inmortalidad, inicia un largo y complicado
viaje en busca de Utnapishtim, a quienes los dioses le consideraron el privilegio de
la inmortalidad. Utnapishtim le revela el primer camino de la inmortalidad, consiste
en permanecer sin dormir seis días con sus respectivas noches. Gilgamesh no
resiste la prueba. Después le habla de la planta de la juventud que se encuentra
en el fondo del mar. Si la consigue, recuperará la juventud, logra encontrarla, pero
en un descuido, se la arrebata una serpiente. Quizás el protagonista de esta
epopeya antigua es la prueba de una búsqueda incansable por parte del hombre
que quiere perdurar en el tiempo; ante esta búsqueda, encuentra la muerte
quedando bloqueado tal pretendido, de igual manera, acontece con el Hércules de
la Ilíada de Homero en el contexto griego. Hércules les está representado por el
mito de Adapa, hijo del dios Ea y ser semi-dios como Gilgamesh, posee la
sabiduría divina, pero no la inmortalidad. Por consiguiente, este deseo e intuición
universal, hoy se refleja en el campo científico. Pero la realidad humana es que el
hombre siempre se encontrará con la muerte, como se encontraron los héroes, los
semi-dioses de los mitos.
SENTIDO DE LA MORAL CRISTIANA: UNA CARGA TORMENTOSA PARA EL
HOMBRE
La narración de mitos que en su contenido buscaba revelar y responder no sólo la
lucha por la supervivencia, el enfrentamiento a Dios, una experiencia parecida a la
de Job. O el esfuerzo por parte del hombre ha ido encaminado a desocultar
necesariamente algo que hay dentro, en el corazón, en el alma, en todo su ser,
que lo ha impulsado a ir más allá de la soledad y el desamparo. Sin embargo,
siempre se ha encontrado con un miedo latente que se ha reproducido en el
círculo que envuelve a la propia vida.
Contener historias de violencia dentro de sus narraciones ha sido la manera más
adecuada para explicar: ¿qué tan inhumanos somos para practicar la crueldad?,
¿por qué hacemos la guerra los hombres?, ¿por qué el otro es nuestro enemigo?,
o ¿por qué el miedo a la muerte? y ¿por qué la obsesión de poder, de perdurar en
el tiempo como la concibe la ciencia hoy?
No sabemos a ciencia cierta lo que esos mitos primitivos en verdad quisieron
transmitirnos, lo cierto es que cada vez sus narraciones han adquirido relevancia
en la historia humana porque en el fondo son como un espejo donde se refleja el
rostro no sólo de un hombre sino el de todos los hombres.
La historia humana ha comprobado que lo que la dogmática cristiana ha llamado
pecado original, no es más que el fracaso por parte del hombre en buscar un
origen y un sentido a la existencia. Pero se ha encontrado con una tragedia
ineluctable, y así se ha incrementado el miedo en la vida del hombre. El miedo es
un factor capital, quien lo comprende, sabrá que un hombre no conoce escape
alguno (Drewermann, 1994). Miedo infundido por la culpa. No hay ningún
comienzo ni ningún final en términos de culpa. (Drewermann, 1.994) La categoría
de mal ha sido infundida en la vida del hombre a través de una narración mítica
(Génesis, Cáp. 1 y 2) que ha confirmado que uno de los más grandes errores de la
moral cristiana ha sido el sentido de la moral. Anulando que las cosas adquieren el
sentido de acuerdo al que cada hombre le imprime. Cada quien decide qué es
bueno o qué es malo. Lo bueno y lo malo se decide por la medida de humanidad
que se alberga en el corazón de cada hombre. (Drewermann, 136)
La falsa auto-relación del hombre que se ha establecido a partir de un sentido
moralista ha sido una de la causa del incremento de la angustia ante el fracaso de
no conocerse a sí mismo y mucho menos conocer a Dios. Ha predicado el
cristianismo a lo largo de la historia en occidente que el hombre pecó por
desobediencia. Todo mal de la psique proviene, desde la óptica psicoanalítica de
la angustia (Drewermann, 1.996).
En este sentido, el daño que se le ha ocasionado al hombre por el hecho de
pensar que es culpable por desobedecer ha sido irreparable. Precisamente, la
historia del génesis en lo que tiene que ver con la creación y el hecho de que el
hombre pecó por desobediencia es una falacia. Porque, si es así la solución de
nuestros problemas sería realmente sencilla.
Mucho antes que la Biblia plasmara la desobediencia como fundamento del
pecado, en Mesopotamia existía un mito según el cual el dios Marduk había
creado al hombre de la sangre de un demonio rebelde. Los hombres así descrito
son portadores de una vida que circula en sus venas a impulsos del desacato y de
la revolución (Drewermann, 1.996) El hombre no ha pecado contra ningún dios ni
muchos menos ha desobedecido ninguna norma, sino es que se ha avergonzado
de su propia desnudez, en muchos de los casos ha vivido de la apariencia. La
sensación de sentirse observado agravó, como siempre, sus vergüenzas: se veía
feo, desproporcionado, torpe. (Sábato, 2006) Ha sido intensa la lucha que ha
sostenido dentro de sí. El espíritu según la predicación cristiana es el que sale a la
defensa de la arremetida de la tentación mas se ha comprobado que es el que
sucumbe ante los deleites de la carne.
Ante esta caracterización humana la sombra de la pregunta ¿qué es el hombre?
que ha servido de fundamento a la filosofía sale a resplandecer y se comprueba
de que es un ser arrojado al mundo con las manos vacías en medio de orina y
sangre, y con el profundo miedo por lo desconocido, con una promesa de libertad
tan insoportable.
Ahora bien, ¿para qué ha servido a los hombres las categorías del bien y del mal?
Sólo para atormentarlos y sobrecargarlos y hacer la vida más pesada, sin
oportunidad de que vivan en un mundo abierto y sin imposiciones moralistas, en
donde cada hombre sea capaz de enfrentar la existencia desde la convicción
espiritual a la que es capaz de descubrir y mostrar como característica propia y
distintiva de los seres humanos.
La dogmática cristiana ha estado errada y ha sido inverosímil la arrogancia al
pretender que el hombre alcance una perfección a la manera como ha hablado de
Dios. Ha estado lejos de la verdadera preocupación por el hombre. Ha creado un
abismo más profundo del que no imaginaba. Lo que ha hecho con tales
pretendidos es aumentar los niveles de angustia en el hombre. Se tiene a hombres
con una obsesión sobre el sacramento de confesión. Un sacramento que antes de
hablar de reconciliación lo que desvela es lo enfermo del hombre y la falta de
interés por el mismo. En vez de hablarle de una aceptación de la miseria, de que
no es culpable de nada, de ninguna falta, de ningún crimen, y decirle con toda la
sinceridad de que todo esfuerzo es inútil. Sólo se sana con una confianza en sí
mismo. Que Dios no es en primera instancia una experiencia externa. Dios es una
experiencia individual. Y la dogmática cristiana infringe y atenta contra la vida
humana al predicar que el hombre debe esforzarse para alcanzar la vida eterna.
La salvación dado el caso que existiera no se alcanzaría por las acciones del
hombre.
La arrogancia de creer que la única posibilidad de leer el mundo y la vida humana
en términos de la categoría del bien y del mal es algo que a lo largo de la historia
ha atentado contra los rasgos pertinentes de la individualidad del hombre,
¿cuándo se instituyeron éstas categorías en la conciencia de los hombres?,
¿dónde ha nacido esa peregrina idea de que Dios, simplemente, porque es Dios,
debe gobernar la vida íntima de sus creyentes, estableciendo reglas,
prohibiciones, denegaciones y otras patrañas del mismo calibre? Quizás hayan
sido unos de los interrogantes que tanto ha cuestionado a la filosofía.
A Jesús de Nazaret le pareció inverosímil el decidir la vida del hombre en términos
del bien y del mal. En el discurso de la montaña (las Bienaventuranzas) “el sol
sale para buenos y malos, justos e injustos” (Evangelio de Mateo v, 44-45) y
cuando a sus pies le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio que según la
ley Moisés había que apedrearle, de cuyos pasajes se deduce dado el caso de
que existiera o no Dios para, Dios seguramente no existiría la ley que esté por
encima de los seres humanos.
Así, la cultura de occidente por el influjo del cristianismo ha leído el mundo, no
obstante, sería un absurdo pensar dejar un mundo que se ha edificado bajo el
fundamento de la moral para presentarnos a vivir lo mismo delante de Dios, qué
contradicción reflejaría ese mundo construido a la manera de los seres humanos,
qué sentido tendría volver a repetir la existencia del absurdo. De alguna manera
cabe resaltar que las categorías del bien y del mal para nada han ayudado a que
los seres humanos a superar el fracaso y la reprobación de la existencia humana.
Fracaso y reprobación de la existencia humana sólo se supera por gratuidad, al
menos es lo que sale a relucir al final de la vida de Jesús de Nazaret al asumir el
absurdo de la existencia humana. Alcanzar armonía entre vida y muerte es
salvación.
En todo éste itinerario la conciencia es el fundamento que de alguna manera
determina la individualidad del ser humano. La conciencia es la que posibilita al
ser
humano
tomar
sus
propias
decisiones
independientemente
de
las
imposiciones del sistema eclesiástico y civil. La conciencia la hago yo mismo, ¿por
qué me atormento? Por la fuerza de la costumbre. Por la fuerza de la costumbre
de toda la humanidad. Al construir nuestra propia conciencia la costumbre se
pierde, y deja de atormentarnos. (Dostoievski, 2000)
La conciencia es el aspecto que resalta la individualidad en el ser humano y
dictamina que los seres humanos no tienen nada que cambiar en la vida exterior,
hay que cambiarlo todo adentro, para empezar a ver la obra perfecta, la flor
verdadera, la recta intención, el vino nuevo que se echa en odres nuevos, la
piedra angular de la naturaleza.
Para vivir y para entrar en armonía con el mundo, con la sociedad no hay que
concebir las leyes, normas, preceptos como fundamentos que castigan a los
hombres como se establece actualmente. Las leyes a lo largo de la historia se ha
comprobado que ha esclavizado al hombre y ha hecho insoportable el sin sentido
de su existencia. Hay que deshelar su corazón, con una confianza en sí mismo.
Para lograr un mundo mejor en expresiones individuales y dignificación de la
especie humana se tendría que dar una transformación radical en el propio ser
humano, porque el mundo es el mundo que existe para el ser humano. El mundo
configurado desde siempre más allá no tenemos acceso y los límites de la
conciencia son también los límites del mundo, de ahí que la transformación de la
realidad pase necesariamente por la completa transformación del propio ser
humano, que es quien impone al mundo sus condiciones. El mundo no lo
transforma innovaciones y reformas políticas, máquinas, aparatos tecnocientíficos, ni los avances científicos, el mundo lo transforma el rasgo inherente de
la individualidad del ser humano. Y ningún veto moral resuelve la tragedia de la
condición humana, toda moral y toda ley llegan demasiado tarde (Drewermann,
1.996).
BIBLIOGRAFÍA
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DREWERMANN, E. Psicoanálisis y Teología moral – Angustia y culpa- Bilbao:
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---------------------- No os dejéis arrebatar la libertad. Barcelona: Herder, 1994,
páginas 79, 80 y 92.
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----------------------La palabra de sanación y salvación. Barcelona: Herder, 1996,
páginas 19, 20, 21, 24, 27, 30, y 35.
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----------------------El mensaje de las mujeres. Barcelona: Herder, 1996, página
136.
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----------------------Clérigos. Madrid: Trotta, S.A, 1995, páginas 614, 634 y 651.
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SÁBATO, E. Sobre Héroes y Tumbas. Barcelona : Seix Barral, S.A, 2006,
página
15.
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SARAMAGO, J. Caín. Bogotá: Seix Barral, S.A, página 98 y 174.
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