Ciudadanos o milicianos - Visitar Sitio Antiguo del Congreso de la

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 Construir ciudadanía o afianzar el militarismo.

Un dilema de la transición democrática.
Víctor Ferrigno F.
1. Introducción.
El Estado no es otra cosa que el establecimiento de un orden económico, jurídico, político y
social para normar a nuestra nación, compuesta por población, territorio, cultura, riqueza y
poder soberano. El conflicto social y la guerra surgieron por la imposición de diferentes
modelos de Estado antidemocráticos, racistas, excluyentes y militarizados, que no
respondían a las aspiraciones de libertad, equidad, desarrollo y justicia de un pueblo cuya
diversidad abarca las dimensiones política, religiosa, étnica, cultural e idiomática.
Durante la última década, la voluntad ciudadana demandó el establecimiento de un
nuevo pacto social para que ese gran orden nacional, llamado Estado, representara a todos
los guatemaltecos; en los Acuerdos de Paz se delineó la ruta de la transición para alcanzar
ese fin. Esa es la asignatura pendiente de ciudadanos y partidos políticos, que ahora ha sido
puesta en cuestión por los poderes Ejecutivo y Legislativo al aceptar, bajo amenazas
violentas, resarcir económicamente a una fuerza paramilitar al margen de la ley.
En el marco del conflicto armado interno, el Ejército desarrolló su propia doctrina
contrainsurgente, la que se sintetizó en la convicción castrense de que para desarticular la
estrategia guerrillera era preciso anteponerle una estrategia proporcional en complejidad,
globalidad, extensión territorial y duración.
Además, partió del criterio de que la acción militar constituía el factor decisivo en la
confrontación de ambas estrategias, sosteniendo que los resultados de la lucha armada
deberían ser complementados con acciones políticas, sociales y económicas –en el plano
nacional e internacional- por lo que buscó involucrar a los demás factores de poder en la
lucha contrainsurgente.
Para conseguir tales propósitos, el Ejército sometió la economía del Estado
guatemalteco, su orden jurídico institucional y las políticas interior y exterior a dos
objetivos fundamentales: la lucha contrainsurgente y el acceso a los poderes económico y
político. De allí deviene la necesidad de considerar el papel del Ejército desde su doble
carácter de fuerza militar y factor de poder.
En tanto fuerza militar, la institución armada debe ser analizada desde la perspectiva
de la ciencia y el arte militar, a fin de entender su doctrina, sus órdenes estructural y
operativo, y su funcionamiento interno.
La constitución de las Patrullas de Autodefensa Civil –PAC- respondió al interés
del Ejército de resolver la contradicción clásica que se establece entre concentración de
fuerza y cobertura territorial. Al concentrar sus efectivos en Fuerzas de Tarea para lanzar
ataques de aniquilamiento a la guerrilla perdió capacidad para controlar el territorio,
debilidad que suplió con una fuerza paramilitar masiva, que inicialmente fue forzada pero
posteriormente se convirtió en un factor de poder con una dinámica propia, que hoy se
vuelve en contra de sus creadores.
Para entender las implicaciones del accionar de las ex PAC, hay que interpretar su
triple papel de fuerza paramilitar, base electoral y –en el plano comunitario- de
organización social. En el presente artículo, el análisis se centra en los dos primeros
aspectos.
2. Los sujetos sociales de la transición democrática.
El Estado, como la suma de nuestras instituciones republicanas, deberá modernizarse tanto
técnica como políticamente. En términos políticos la modernización del Estado implica
legitimarlo; o sea, refundarlo para que responda a la naturaleza de la nación guatemalteca y
no sea solamente expresión de las elites dominantes.
El fortalecimiento institucional no es otra cosa que el impulso de un proceso, tirante
y conflictivo, para convertir el viejo Estado contrainsurgente y de hecho, en uno
democrático y de Derecho. Es el tránsito convulso de la guerra a la democracia –política,
económica y social- que implica la modernización integral del Estado.
En Guatemala está en boga el tema de la gobernabilidad, aunque cada quien la
entiende a su manera. De todas las acepciones que existen sobre gobernabilidad, me parece
que la más acertada es aquella que la define como el funcionamiento aceptable del conjunto
de los órganos a los que, institucionalmente, les está confiado el ejercicio del poder
político. Vale recordar que, independientemente de cómo se la interprete, la gobernabilidad
democrática presupone la existencia de un Estado de Derecho legítimamente constituido.
Desde esa perspectiva es previsible que la gobernabilidad en Guatemala fluctúe entre el
autoritarismo y la anarquía hasta que no consolidemos un Estado democrático y
multicultural de Derecho, reduciendo la enorme la brecha que media entre los aspectos
formales y el funcionamiento cotidiano de nuestras instituciones.
En ese esfuerzo, debemos asumir que nuestra institucionalidad sigue bajo permanente
amenaza. Primero la instrumentalizaron los oligarcas, luego los militares, después los
corruptos y ahora los paramilitares. El pago a las ex Patrullas de Autodefensa Civil –PACno es solamente un grave problema de recursos públicos; es, ante todo, un asunto político
de la más alta envergadura, pues hay que dilucidar, de una buena vez, si el nuestro es un
Estado de Derecho o uno de hecho. Ese es el trasfondo de la cuestión, y de su correcto
esclarecimiento depende el afianzamiento de la democracia y la paz, o la vuelta a la
confrontación violenta entre sectores sociales, y entre éstos y el Estado.
La lógica con la que están actuando los ex PACs es la de la guerra, la única que
ellos conocen: “el objetivo perseguido debe lograrse con la mayor rapidez y con el menor
número de bajas, para lo cual hay que operar con coherencia estratégica y táctica,
desplegando la mayor fuerza posible, para aniquilar o anular al adversario” que, en este
caso, es la institucionalidad, la democracia y la paz.
Este es el inaceptable trasfondo político-militar que los presidentes Portillo y Berger
alentaron al permitir que una fuerza paramilitar se tome carreteras y aeropuertos, secuestren
turistas y negocios, sitien el Congreso de la República y amenacen a los diputados, sus
dirigentes lancen llamamientos públicos para romper el orden constitucional y hagan
apología del delito para demandar un resarcimiento al que no tienen derecho ni legal ni
éticamente.
El conflicto ha evidenciado, además, que las PAC fueron desarmadas y
desmovilizadas, pero nunca de desarticularon política y orgánicamente. Bastó un aviso para
que todos acudieran, se reorganizaran y se convirtieran en sujeto político-militar. Este
accionar patentiza cuán escasos son los avances en la desmilitarización de la sociedad.
La constitución de un auténtico Estado de Derecho implica, en primer lugar, plena
vigencia de la democracia, en cuyo contexto el pueblo ejerce su poder soberano, en
condiciones de igualdad, para definir los órdenes legal, económico, político y social que
regirán a la nación. En segundo término, subordinación de toda la ciudadanía al imperio de
una legislación legítima y consensuada, en cuyo marco se dilucidan, pacíficamente, los
conflictos. Finalmente, división y control democrático del poder del Estado, en función del
bien común. Ese es el andamiaje político que hemos venido construyendo desde 1985; hoy
está en peligro y debemos defenderlo.
Una hipótesis plausible es que el sector duro del Frente Republicano Guatemalteco
–FRG- azuzó a los ex PAC con el triple propósito de reactivar y controlar su organización,
condicionar el resarcimiento al apoyo electoral futuro, y contar con fondos públicos para
articular su base electoral1.
Después de la primera ronda electoral –con el FRG fuera de la contienda- Oscar
Berger prometió, por medio del Partido Patriota, resarcir a los ex patrulleros a cambio de su
voto, en una desenfrenada carrera por el poder, afectando a la institucionalidad, a la
democracia y a la paz.
Honradamente, creí que la clase política ya había entendido que su propia
sobrevivencia depende de la construcción democrática, pero los diputados que votaron a
favor del resarcimiento a las ex PAC demostraron que están dispuestos a hundir al país en
un conflicto violento, con tal de mantenerse o alcanzar el poder.
No está de más insistir en que es inadmisible que se resarza económicamente a
quienes asesinaron y violaron los derechos fundamentales de población civil no
combatiente. Jurídica y políticamente, el resarcimiento tiene como objetivo reparar un daño
o una injusticia –presuntamente, la de haberlos forzado a patrullar- pretendiendo ignorar
que la acción paramilitar desembocó en masacres, asesinatos, violaciones y saqueos.
Los presidentes Alfonso Portillo y Oscar Berger han reconocido, ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, la responsabilidad del Estado guatemalteco en la
comisión de crímenes de lesa humanidad; sin embargo, cada uno en su momento ha
aceptado resarcir a una parte de los victimarios, encarnados en los ex patrulleros,
evidenciando una inaceptable inconsistencia política.
Si desde el punto de vista ético y político es inadmisible el pago a los ex patrulleros,
desde una óptica legal es inviable. Los Acuerdos Gubernativos y Decretos Ley2 que, desde
1983, legalizaron a las PAC y establecieron el fondo de protección militar para las mismas,
1
La previsión sobre el peso electoral de las PAC no es nueva; en enero de 1984, en el marco de las elecciones de la Asamblea Nacional
Constituyente, el General retirado, Gustavo Echeverría Vielman, en carta abierta al Jefe de Estado, General Mejía Víctores, advirtió que
“se perfila perfila una gran maniobra del gobierno tendiente a aprovechar las llamadas organizaciones de autodefensa civil para
controlar así los resultados electorales... Si el gobierno las lleva a las urnas habrá montado la más burda maniobra política para
efectuar un fraude electoral”. En las cuatro últimas elecciones generales (1985, 1990, 1995 y 1999) partidos, sectores de iglesia y ONG
cuestionaron el voto de las ex PAC en el marco de procesos electorales democráticos.
2
Acuerdo Gubernativo 222-83, y Decretos Ley 160-83 y 19-86 de la Jefatura de Estado.
estatuyeron que solamente podría resarcirse a los patrulleros en el caso de ser heridos o
muertos en servicio.
Esta normativa invalida el argumento que se debe pagar a los ex patrulleros por
haber trabajado para el Estado, invocando un derecho constitucional, pues el Artículo 102,
inciso b), de nuestra Carta Magna establece que todo trabajo será equitativamente
remunerado, salvo lo que al respecto determine la ley. La ley en cuestión, determina que
solamente se podrá resarcir a los paramilitares en caso de heridas o muerte.
Además, se debe recordar que el Congreso de la República disolvió legalmente a las
PAC (Dto. 143-96), por lo que no se pueden adjudicar fondos a miembros de un ente que
no existe jurídicamente. De lo anterior se colige que el Decreto Legislativo 24-04, que
aprobó el pago a los ex patrulleros, será impugnado legalmente por las organizaciones de
Derechos Humanos, lo cual dará pie a airadas protestas de una fuerza paramilitar que ha
sido burlada, en un contexto de pobreza lacerante.
Para colmo, la Ministra de Finanzas ha declarado, en reiteradas oportunidades, que
el Estado no cuenta con más de Q. 300 millones anuales para el pago a las ex PAC, por lo
cual es previsible que la aprobación del resarcimiento generará serios desequilibrios
macroeconómicos, en detrimento de la inversión pública en materia de salud, educación,
vivienda, trabajo y seguridad.
Es innegable que la mayoría de los ex patrulleros son campesinos pobres, con
derecho a que el Estado los provea del bienestar social que se establece en la Constitución
Política. Sin embargo, exigir derechos sociales implica asumir obligaciones cívicas, como
respetar la institucionalidad democrática y someterse al imperio de la Ley.
En este caso, el mensaje político del Gobierno y del Congreso de la República es
negativo y le da carta de legitimidad al reclamo violento de los sectores sociales. Un millón
de desplazados internos, cien mil refugiados, medio millón de viudas y huérfanos y miles
de perseguidos políticos se podrían sentir impelidos a reclamar, por la fuerza, que se les
indemnice; si se resarció a los victimarios por que no hacerlo con las víctimas.
No se puede construir democracia sin demócratas; el avance institucional implica
fortalecer el poder de los ciudadanos, no el de los milicianos, como los legítimos actores de
la transición a la democracia. Esa es la disyuntiva: avanzar o retroceder. De nosotros
depende.
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