Identidad y orientación sexual

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CENTRO SUPERIOR de TEOLOGÍA
Asambleas de Dios en España
Apartado 14 C.P. 14.100, La Carlota, Córdoba
Crtra. N IV, Km 428
E-mail: [email protected]; tfno: 957-301128; www.seminarioevangelico.es
Preparando hombres y mujeres para la obra de Dios en España y todo el mundo
Curso Teología Pastoral:
“Identidad y orientación sexual”
CSTAD
LA CARLOTA (CÓRDOBA)
ABRIL 2007
Carlos Veiga
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Identidad y orientación sexual
1. Introducción al desarrollo psicosexual del ser humano.
1.1 Principios biológicos de la sexualidad.
1.2 Diferencias genéticas, hormonas, desarrollo de las gónadas.
Trastornos genéticos y endocrinos.
1.3 Etapas del desarrollo psicosexual.
2. Antropología bíblica. El ser humano como ser sexuado y como imagen de
Dios.
3. Introducción a la patología de la sexualidad.
3.1 Trastornos de la sexualidad.
3.2 Algunas ideas (hipotéticas) sobre el origen de los trastornos de la
orientación y la identidad sexual.
4. Homosexualidad y cuidados pastorales en la iglesia.
4.1 Modelo de exclusión, modelo de reconciliación.
4.2 ¿Quién pide ayuda?
4.3 Algunas pautas sobre la escucha.
4.4 Algunas ideas sobre la intervención en el contexto de la consejería.
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Introducción a la introducción. Algunos conceptos básicos.
Identidad. La identidad es un concepto psicológico, esto es, subjetivo. Todo aquello
que cada uno puede asociar al concepto de sí mismo es su identidad: su procedencia
familiar, raza, profesión, sexo, señas sociales (estilo de ropa, estilo verbal…),
pertenencia a grupos, clubes sociales… En diferentes contextos y momentos de la vida
podemos usar uno u otro aspecto del si-mismo para identificarse (soy padre, soy
marido, soy de raza blanca, soy evangélico…). Otro aspecto importante de la identidad
es su estabilidad en el tiempo. A pesar de que algunos de nuestros rasgos físicos
puedan variar (cuando crecemos o envejecemos) o de encontrarnos en contextos
diferentes, la identidad es relativamente estable (con énfasis en “relativamente”, pues
puede sufrir remodelaciones importantes, por ejemplo cuando alguien nace de nuevo a
la vida en Cristo su identidad sufre un cambio).
Identidad sexual. Se supone que la identidad se adquiere, en sus aspectos básicos, a
edades tempranas de la vida, y cuanto más temprana, más estable. La identidad
sexual es uno de los aspectos básicos de nuestra identidad, y tiene que ver con el
hecho de identificarme como hombre o como mujer. La identidad influye en la
conducta, de forma que identificarse como hombre o mujer supone comportarse con
arreglo a los patrones de hombre o mujer que he ido construyendo a lo largo de mi
interacción temprana en el medio familiar y con los patrones sociales que luego he ido
interiorizando (los hombres no lloran, las mujeres son pasivas…).
Orientación sexual. Al llegar la madurez sexual, en la adolescencia, se expresa un
aspecto importante de la identidad sexual que hemos ido construyendo en la infancia.
Este aspecto es la orientación sexual. Parte de mi identidad sexual como hombre o
mujer supone que mi orientación sexual será complementaria, orientando mi elección
sexual hacia una mujer o un hombre, una persona de distinto sexo. En el caso de la
homosexualidad, hay que tener en cuenta los dos aspectos, identidad y orientación.
Una persona homosexual puede tener problemas con su identidad sexual, sentirse
identificada con el género contrario a su sexo biológico. Y por otro lado puede
orientarse sexualmente hacia personas de su mismo sexo biológico. Estos dos aspectos
no siempre coinciden (un hombre muy masculino, identificado con el género
masculino, puede orientarse sexualmente hacia los hombres, mientras que un hombre
que desea encontrar pareja heterosexual encuentra dificultades con su identidad
masculina).
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Sexo. El sexo es un concepto biológico. Se nace con órganos sexuales masculinos o
femeninos en función de la dotación genética, salvo las excepciones de síndromes
congénitos como el hermafroditismo.
Sexualidad. La sexualidad es un concepto a medio camino entre lo biológico, lo
corporal, y lo psicológico, y por supuesto influido por la cultura. La sexualidad es la
expresión física, mental, emocional, relacional, de nuestros deseos y necesidades
sexuales. Todas las personas tienen una sexualidad, independientemente de que
tengan o no relaciones sexuales con una pareja. Por ejemplo un adolescente o una
persona soltera, que no tengan relaciones sexuales, tienen una sexualidad, porque
tienen deseo, fantasía, pulsiones, tienen en definitiva un cuerpo sexuado y una vida
psíquica. En este sentido sexualidad y relaciones sexuales no coinciden
necesariamente.
Género. El género es un concepto que se acerca más a lo socio-cultural. El género es
la identidad social que se le reconoce a una persona hombre o mujer. En cada
sociedad se espera de las personas que reconocemos como de género masculino o
femenino que se comporten de determinada manera. A esto se denomina en sociología
y psicología “roles de género” (el marido trabaja fuera de casa y la mujer cuida a los
niños). Las alteraciones de la identidad sexual se manifiestan a través de conductas
de género (travestismo, estilos personales, amaneramiento…).
Deseo y necesidad. ¿La sexualidad es una necesidad como lo es el comer, o es un
deseo? La necesidad es algo físico, corporal, como lo es el hambre o el sueño. El deseo
es algo psíquico. Cuando una necesidad es elaborada psíquicamente ocurre el deseo.
Por ejemplo, un bebé puede sentir hambre, una necesidad. Pero cuando en su psique
aparece la representación del pecho materno, del cuidado materno, además de
hambre puede elaborar el deseo de estar cerca de su madre. La comida suple la
necesidad biológica de alimento, las caricias de la madre, la búsqueda de contacto del
niño con el pecho, el olor, la voz de la madre que habla al niño mientras lo alimenta,
tiene que ver con el deseo. No solo de comida vive el hombre. La sexualidad no tiene
que ver estrictamente con una necesidad física, tiene que ver con el deseo, que es
específico del ser humano (no se puede vivir sin dormir, pero se puede vivir sin sexo, y
de hecho muchas personas viven sin mantener relaciones sexuales).
Homosexualidad. Tendencia y conducta homosexual. La homosexualidad es la
orientación sexual por la que un sujeto elige como compañero sexual a alguien de su
mismo sexo. Se puede distinguir la tendencia de la conducta en cuanto que la
tendencia supone deseo, fantasía, tentación, intención, pero no relaciones concretas,
mientras que la conducta homosexual supone la existencia de relaciones reales
homosexuales.
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Motivación inconsciente. No todo lo que hacemos tiene una explicación racional.
Enamorarse y buscar pareja es por cierto bastante irracional, basta haber estado
enamorado alguna vez para darse cuenta de ello. En ocasiones en nosotros hay una
especie de “ley de nuestros miembros” que nos empuja, de modo que “lo que no
queremos hacer, eso hacemos” (Romanos 7). En estas frases Pablo se refiere al
principio de la carne y su influencia en la conducta del ser humano que ya conoce la
ley de Dios, y se deleita en ella con su mente, pero que experimenta impulsos que le
resultan contrarios a esa ley que conoce con su mente. Existen pensamientos,
recuerdos, afectos, que han dejado un poso muy arcaico en nuestra psique, y a los
que no podemos acceder conscientemente, pero que influyen en nuestra conducta en
una u otra manera. La existencia de motivaciones inconscientes puede parecer muy
peligrosa para quien pretende tener el control de su conducta, pero desde el punto de
vista cristiano podemos aceptar que nuestra naturaleza caída, la carne, el viejo
hombre…, siguen empujándonos para controlar nuestra conducta, con lo cual no
debería de sorprendernos la existencia de motivaciones inconscientes. Con esto no
pretendo reducir la carne a un principio psicológico, pues la carne es un concepto
espiritual, no psicológico. Pero sirve para ilustrar cómo la conducta humana no siempre
es tan racional, ni siempre tenemos tanto control como pudiéramos pensar sobre
nuestras decisiones. Desde luego este es un tema controvertido.
Relación psicología-Biblia. La psicología es una disciplina científica, relativamente
moderna (siglos XVIII) que se ocupa de la vida psíquica (pensamientos, recuerdos,
emociones, afectos…) y la conducta. En psicología existen diversas escuelas y
orientaciones y se aplica a ámbitos diversos (clínica, educación, empresa). La Biblia es
la palabra revelada de Dios a los hombres que nos informa acerca de la condición
espiritual del ser humano, pecador, y del plan de Dios, la salvación. La Biblia también
contiene textos que nos hablan acerca del psiquismo humano, aunque evidentemente
la Biblia no es un libro de psicología. La psicología por su lado no dice nada acerca de
la espiritualidad del ser humano, y conceptos como el de pecado, salvación,
resurrección, carne…, le son ajenos. La psicología puede resultarle útil a quien sirve al
Señor en el ministerio para entender los problemas de las personas, igual que le puede
resultar útil un programa de ordenador para hacer la contabilidad de la iglesia. Pero la
psicología no es una “nueva religión”, ni una “nueva vía de salvación”, se trata
simplemente de examinarlo todo, retener lo bueno, lo útil, y desechar lo otro.
Orden creacional, orden redentor, sexualidad. El orden creacional es todo aquello que
Dios instauró antes de la caída de Adán y Eva. El orden redentor es lo establecido por
Dios tras la caída, que apunta a la redención que Cristo efectuaría por la muerte en la
Cruz, y que tiene por resultado la reconciliación con Dios de lo que está afectado por el
pecado. La creación del hombre y la mujer como seres diferenciados sexualmente, la
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orden de procrear y de hacerse una sola carne, son aspectos de la sexualidad que
pertenecen al orden creacional, a la sexualidad antes de la aparición del pecado. Que
el deseo de la mujer sería para su marido y él se enseñorearía de ella, los dolores del
parto y el cubrir la desnudez del cuerpo (el pudor sexual) son aspectos de la
sexualidad afectados por el pecado y la culpa. Los textos de Génesis nos enseñan que
la sexualidad, al igual que otros aspectos de la vida humana, esperan ser reconciliados
con Dios por Cristo. Creemos pues que la sexualidad debe ser redimida en el seno de
las relaciones estables entre un hombre y una mujer, instituidas en el matrimonio y
vividas de forma diferente a lo largo de la Historia (a lo largo de la Historia no siempre
ha habido iglesia o juzgado en el que celebrar una boda “de blanco”, pero siempre ha
habido institución de la familia).
Ya pero todavía no. Se trata de un principio teológico rescatado por G. Ladd en su obra
Teología del Nuevo Testamente. Ladd considera que el Reino es una realidad que ya
ha venido a nosotros con la muerte y resurrección de Jesús, pero que al mismo tiempo
debe de manifestarse plenamente al final de los tiempos, de ahí el YA PERO TODAVÍA
NO. Este principio del reino puede aplicarse a la vida cristiana y a la consejería:
Aunque ya somos santos, todavía no somos a la imagen de Cristo. La santificación es
ese proceso de transformación, de reconciliación progresiva con Dios de aquello de
nosotros que está afectado por la caída y el pecado. La consejería cristiana es un
acompañar al creyente en ese camino de reconciliación con Dios, de transformación a
la imagen del Señor. Podemos pensar lo que ello implica para quien aspira a ejercer el
ministerio en la iglesia.
La Biblia y lo dicho anteriormente. Para cada uno de estos conceptos existen principios
bíblicos que ilustran el pensamiento de la Escritura sobre estos temas. Una cuestión
importante es la de discernir qué aspectos de la Escritura corresponden a la cultura de
la época bíblica (la poligamia, la lapidación de los adúlteros, la institución del
repudio…) y cuáles a principios espirituales atemporales (el amor, la obediencia…). En
torno a esto también debemos reflexionar sobre los principios culturales de nuestro
entorno, no solo la cultura en general (occidental, capitalista, hedonista…), sino
también nuestra cultura religiosa, y tratar de filtrar todo ello a través de un
pensamiento bíblico sólido y bien construido.
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1. Introducción al desarrollo psicosexual del ser humano
1.1 Principios biológicos de la sexualidad.
Cada ser humano es único, no existen dos seres humanos iguales, con una excepción,
los gemelos idénticos (monocigóticos). Los seres humanos que comparten parentesco
consanguíneo (hermanos, padres e hijos, abuelos) se parecen más entre si. Por otro
lado los hombres y las mujeres somos diferentes a simple vista. Los responsables de
nuestros parecidos y nuestras diferencias físicas son los genes. Cada célula de nuestro
cuerpo tiene 23 pares de cromosomas (ADN), y en cada cromosoma miles de genes
que encierran un código escrito con cuatro letras, cuatro bases. Los genes sintetizan
proteínas que son las responsables de organizar nuestro organismo. Los caracteres
ligados al sexo son codificados por los cromosomas sexuales, en las mujeres XX, en los
hombres XY. La mujer aporta un cromosoma X en su óvulo, y el esperma del hombre
aporta una X o una Y. Estos genes determinan los caracteres sexuales primarios, los
órganos sexuales, y secundarios, el vello, la distribución de la grasa corporal…
1.2 Diferencias genéticas, hormonas, desarrollo de las gónadas. Trastornos genéticos y
endocrinos.
Los órganos reproductores externos humanos parten de un mismo precursor
potencialmente masculino o femenino. El que los órganos se desarrollen como un
clítoris o como un pene, como los labios externos de la vagina o como el escroto,
depende de la acción de las hormonas masculinas o andrógenos (testosterona) o
femeninas, estrógenos (estradiol). El efecto de las hormonas sobre el organismo se
hace evidente en las personas que quieren cambiar su sexo de hombre a mujer, y que
tras ser sometidos a un tratamiento con estrógenos feminizan su cuerpo, le crecen los
pechos, pierden el vello del cuerpo y de la cara, le aumentan las caderas y cambia su
voz.
Existen alteraciones genéticas y endocrinas que provocan alteraciones físicas que
afectan al aspecto sexual de la persona:
9 Síndrome de la insensibilidad androgénica.
9 Síndrome androgenital.
9 Hermafroditismo.
La influencia de los genes y la biología en el desarrollo sexual es un argumento que los
grupos homosexuales tienen en cuenta para defender su diferencia y su orientación
sexual como “no desviada”. El problema de este argumento es que confunde sexo,
sexualidad, identidad y orientación sexual. La identidad sexual no es algo codificado en
los genes al igual que el color de los ojos o la estatura. Sin embargo no podemos pasar
por alto que los seres humanos somos “tierra”, vivimos en un cuerpo, somos un
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cuerpo, y que nuestro cuerpo está sujeto a un sistema caído, afectado por el pecado, y
lo biológico debe formar parte de nuestra comprensión del ser humano.
1.3 Etapas del desarrollo psicosexual.
¿Qué queremos decir con desarrollo psicosexual? Cuando nace un ser humano, lo hace
dotado de un organismo, de un sexo genético, de un cuerpo, y nace en un entorno
familiar y social. La interacción entre la materia prima corporal y los cuidados que le
ofrezca su medio, junto con sus logros y aprendizajes vitales son los determinantes de
lo que será. Aquí podemos incluir por supuesto el desarrollo de su espiritualidad y su
posicionamiento respecto a Dios. Dicho de otro modo, no nacemos acabados, nacer es
solo empezar. Podemos vivir muchas vidas diferentes, pero de hecho, acabamos
viviendo solo una. Y esto es válido para el tema que nos ocupa; la identidad y la
orientación sexual.
Antes de describir más en detalle algunas cosas del desarrollo psicosexual vamos a
establecer algunos hechos que son importantes:
Los seres humanos nacemos extremadamente inmaduros. Nuestro cerebro no termina
de desarrollarse hasta varios años después de haber nacido. Cuando nacemos no
sabemos hablar, ni andar, vemos mal, no somos capaces de sentarnos, no somos
capaces de alimentarnos solos…
Esto último significa que los seres humanos somos absolutamente dependientes del
cuidado de otro para sobrevivir. Este otro, por lo general, es la madre. En los primeros
años de vida la relación con la madre, y luego con el padre, será crucial para los
cimientos de nuestro psiquismo.
Los niños tienen deseo. Esto es, buscan activamente el placer y evitan el displacer.
Lloran cuando están incómodos y se calman cuando su cuidador principal, su madre,
los atiende y gratifica. Los niños comen porque tienen hambre, y porque estar cerca de
su madre les produce placer. De hecho en el primer año de vida se consuelan llevando
objetos a la boca, o exploran las cosas nuevas chupándolas. Esto tiene que ver con el
deseo, no solo con la necesidad. Los cuidados suficientemente buenos de las madres
atienden a estos dos aspectos, las necesidades físicas y el soporte emocional. Tanto las
unas como lo otro son básicos en nuestro desarrollo. Repito, no solo de pan vive el
hombre…
En relación con la sexualidad, los niños tienen su forma de sexualidad, la sexualidad
infantil, evidentemente distinta de la adulta. Los niños exploran sus órganos genitales y
se interesan por descubrir el cuerpo de los demás. A partir de determinado momento
se interesan por saber qué tienen “ahí” los niños o las niñas, por donde salen los niños,
o cómo apareció él o ella en la barriga de mamá, y muy pronto adquieren la noción del
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género; igual que papá es distinto que mamá, los niños son distintos de las niñas. Del
mismo modo que los niños buscan explicaciones a porqué llueve o porqué sale la luna,
los niños exploran su cuerpo y buscan explicaciones concernientes a porqué su cuerpo
es así y no de otra forma, porqué los bebés están en la barriga de mamá y no de papá,
o porqué unos tienen lo que a otros les falta.
Y evidentemente los padres responden de muy diversa forma a esta sexualidad infantil.
Se les prohíbe “tocar”, “mirar”, se les indica dónde se puede y dónde no se puede uno
quitar la ropa. Dicho de otro modo, los adultos reconocen y educan el interés de los
niños por “el cuerpo”, un cuerpo sexuado desde el principio. Las niñas van de rosa y
los niños de azul.
Los puntos generales expuestos más arriba nos llevan a considerar de qué modo la
identidad y la orientación sexual no es algo que ocurra de golpe en la adolescencia, sin
duda un momento importante, sino que es algo que se va construyendo desde que los
padres saben que esperan un bebé y empiezan a fantasear con que será una niña, o
un niño, o se llamará como el abuelo fallecido o la tía Carmen.
Hasta los tres años aproximadamente la figura principal en la vida del bebé es la
madre, y cuando aparece el padre, lo hace por lo general en función materna, esto es,
proporcionando cuidados (el baño, el aseo, la ropa…) o alimento (el biberón…). En los
primeros meses de vida el bebé y la madre son un casi un mismo organismo, o dos en
simbiosis, el bebé aún no hace diferencia entre yo y no-yo. La madre atenta “sabe”
cuando el llanto significa hambre o sueño, y así va ayudando al niño a elaborar las
sensaciones que va teniendo y que él no puede simbolizar (no puede decir “tengo
sueño”). Paulatinamente, gracias a que la madre no satisface todos los deseos del
niño, el bebé va aprendiendo que hay otro, distinto a mí, que a veces está disponible y
a veces no. Entonces el niño va accediendo a un espacio propio, simbólico, que va
aprendiendo a utilizar para suplir la ausencia de la madre, por ejemplo el chupete, un
osito… Esto indica que la construcción del yo diferenciado está en marcha. Cuando el
niño se siente seguro, y adquiere la marcha (gatea o camina), empieza a explorar el
medio, se interesa por lo que le rodea, se separa de la madre, volviendo la vista de vez
en cuando para asegurarse de que “sigue allí la fuente de seguridad”. La llegada del
habla, de la palabra, supone ya un cambio importante en las relaciones, si bien el niño
se ha comunicado desde el principio. A los tres años termina el periodo de
individuación. El niño ya sabe que su madre no es una prolongación de si mismo, sino
que es un ser aparte, distinto.
A los tres años entra de forma importante la función del padre. ¿Quién va a separar al
bebé de su madre? El padre. El niño desearía tener para sí en exclusiva a su madre,
que suple sus deseos y necesidades, pero la madre, suficientemente sana, va
mostrando al niño que ella tiene más intereses en la vida que estar con él, que ella
también desea, desea a papá, al tercero. En este momento la figura del padre produce
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un corte, impone la “ley del padre”. La ley del padre consiste en aprender que los
deseos del niño no son omnipotentes, que hay que aprender a frustrarse, a renunciar a
tenerlo todo siempre. En concreto, hay que renunciar a tener a la madre en exclusiva.
Este aprendizaje no ocurre sin conflicto; el niño se levanta de su cama por la noche y
se mete en la cama de los padres, “entre” los padres, rivalizando por acaparar los
cuidados maternos y desplazando al padre de su lugar simbólico de “el hombre con
quien desea estar mamá cuando no está conmigo”. Un padre o una madre
suficientemente sanos operarán en función paterna, imponiendo la ley del padre,
devolviendo al niño a su cama, con gran disgusto para él (y a veces para los padres), y
recordándole cual es su lugar en la casa: “Hay lugares de mayores en los que tú no
puedes estar, cariño”. Cuando se va aceptando esta frustración, absolutamente
necesaria para ordenar el deseo, cambia la función del padre. Cuando el niño acepta
cual es su lugar y cual el de su padre, el padre se idealiza. Entonces el padre pasa a
ser el “más fuerte”, “el que sabe más cosas”. El niño conserva así el cariño de la madre
y se identifica a la figura paterna. La niña conserva el cariño de la madre, admira al
padre, y se identifica con la figura materna. La identidad sexual encuentra un primer
fundamento; “ser como papá” o “ser como mamá”. El niño ha interiorizado la ley del
padre, no se puede tener todo, y se ha identificado al progenitor de su mismo sexo. Es
entonces, ya entrados los cinco años, que el niño viene del colegio diciendo que “tiene
novia”, y la niña diciendo que “tiene novio”. En otras palabras, se han abierto al mundo
social, al mundo de iguales, han conseguido individuarse, despegarse del mundo de la
familia lo suficiente como para desear estar con sus iguales, en los que irá encontrando
progresivamente más y más satisfacción en su entorno social recién descubierto. El
siguiente puerto es la adolescencia.
En la adolescencia ocurren cambios hormonales, aparecen los signos sexuales
primarios y secundarios y el niño o la niña maduran sexualmente, esto es, ya son
capaces de procrear. Aquí la sexualidad cobra una gran importancia. La sexualidad ya
significa genitalidad, coito, contacto íntimo, al tiempo que riesgo, amenaza, control: Es
una sexualidad biológicamente adulta. La paradoja de la adolescencia es que
físicamente ya pueden tener hijos, pero ni psíquica ni socialmente están preparados
para ello. Aquí hay que recordar la ley del padre, la educación del deseo, de la
frustración, para entender de qué modo el adolescente tiene que ir aprendiendo a
desear, pero dentro de un límite.
La identidad se afianza, y se afianza en torno a varios temas (vocación profesional,
pertenencia a grupos sociales…), uno importante es la identidad sexual. Los
adolescentes se descubren como hombre o mujer, y descubren su orientación sexual,
descubren que les atraen las chicas o los chicos. Lógicamente no se puede hablar de
homosexualidad hasta que no ha habido una relación sexual homosexual. Lo primero
que aparece es un deseo de elección sexual homosexual, una tendencia homosexual;
el chico o la chica descubren que lo que les apetece es tener relaciones con chicos de
su mismo sexo. Muchos adolescentes experimentan deseos ambiguos y se mantienen
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en un primer momento en una cierta bisexualidad, en la que, descubriendo que le
gustan los de su mismo sexo, no rechazan tampoco el contacto con los del sexo
opuesto. Esta cuestión de la orientación sexual puede venir acompañada o no de
problemas en la identidad sexual, sintiéndose más identificado con los signos de
identidad del otro sexo, su compañía o sus conversaciones e intereses. Por lo general,
es frecuente una etapa de bisexualidad y ambigüedad previa a la aceptación de la
tendencia homosexual. Y por lo general, también es frecuente que ocurra primero una
identificación con el otro sexo, y después una orientación homosexual. Y, por lo
general, estos sentimientos de identidad y orientación homosexual son vividos por el
adolescente de forma conflictiva. Si encuentran un grupo social o un compañero que
haya tenido experiencias homosexuales y le inicia en ellas, a través de la pornografía,
de contactos sexuales y de pertenencia a grupos con identidades homosexuales
(Colectivos de gays y lesbianas, iglesias homo…), el adolescente va encontrando
patrones que resuelven su ambivalencia respecto a su sexualidad y van afianzando su
tendencia homosexual progresivamente. Quiero señalar con esto que la
homosexualidad como práctica sexual no es “algo que ocurre caído del cielo”, sino un
proceso que por otro lado se puede comparar a cómo se inician los adolescentes
heterosexuales en su sexualidad; a través de un descubrimiento progresivo de los
propios deseos, la propia orientación sexual, en contacto con grupos y culturas propias
de la edad, y en contacto con un contexto socio-cultural más amplio.
2. Antropología bíblica. El ser humano como ser sexuado y como imagen de
Dios.
En este párrafo vamos a detenernos en la descripción que la Biblia hace del ser
humano como hombre y mujer, con el propósito de entender mejor lo que concierne a
la identidad sexual desde la perspectiva de la Escritura. Esto es lo que se denomina en
los currícula de teología “antropología bíblica”.
Hombre y mujer.
Considero importante detenerme unos instantes sobre la cuestión del ser humano
como ser sexuado, es decir como ser compuesto de dos diferentes géneros, hombre y
mujer.
Vamos a considerar dos textos, Gn. 1.27, y 2.21, y nos vamos a detener en las
distintas interpretaciones que se han dado al hecho del ser humano varón y hembra.
Esto nos conducirá a las relaciones que se establecen entre el hombre y la mujer.
Gn 1.27. Varón y Hembra.
1. Primer punto de vista, el ideal andrógino (andros-hombre, ginos-mujer).
Este es un punto de vista sostenido por la iglesia oriental, por algunas tendencias
judías cabalistas, y por el cristianismo gnóstico de los primeros siglos. La idea central
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de la interpretación es que el “hagamos al hombre” representa a un hombre ideal,
andrógino, asexuado, sin sexo diferenciado, medio hombre medio mujer. Este es el
ideal del ser humano, como un ser que combina lo masculino y lo femenino al mismo
tiempo. La posterior separación hombre-mujer hace a cada uno un ser incompleto, que
busca completarse en el otro (un poco como la media naranja, el soltero incompleto).
Esta separación hombre mujer y su imperfección habrían sido consecuencia del
pecado.
De esta perspectiva se desprenden ideas como que el sexo es malo, que lo deseable es
la castidad, en busca de la recuperación del ideal andrógino. En nuestros medios
evangélicos encontramos la idea de que los solteros son personas incompletas, que
necesitan encontrar una media naranja ideal, preparada para él o ella, para que
puedan ser seres completos. Con esto no pretendemos afirmar que en la iglesia se
conozca o se predique esta teología, se trata más bien de creencias culturales en las
que estamos inmersos.
2. El enfoque tradicional. Este es el punto de vista que persiste en la práctica
mayoría de las iglesias, tanto católicas como protestantes o evangélicas.
Dios creó primero a un varón, como afirma Pablo en 1 Tm. 2.13. Y Dios le dio el
dominio sobre la naturaleza, pero encontró que para llenar la tierra necesitaba a un
ayudante. Así que creó la mujer, a partir del hombre, como la auxiliar del hombre en
su responsabilidad de sojuzgar la tierra.
Desde esta perspectiva, la mujer cumple su propósito teniendo hijos y sujetándose al
hombre. El matrimonio es pues el único medio de realización del hombre y la mujer.
La mujer no puede ocupar puestos de responsabilidad, pues ese no es su puesto
natural. El sexo es un medio para la reproducción, y no para el disfrute.
Este enfoque tradicional se llama también en la obra de Jewett, jerárquico. En los
medios evangélicos ha sido históricamente el predominante, y sirve para negar a la
mujer los puestos de responsabilidad en la iglesia.
El punto fuerte de este enfoque es la interpretación de algunos textos de Pablo (1 Co
11, Ef 5, 1 Tm).
3. El enfoque relacional. Esta postura es sostenida primeramente por Karl Barth, y
yo la encontré reflejada en Jewett.
Según este enfoque, 1.27b, “varón y hembra los creó”, es la explicación de 1.27a, “a
imagen de Dios”. La imagen de Dios es la relación entre dos seres distintos, y sin
embargo semejantes. Solo el varón o solo la hembra serían insuficientes para reflejar
la imagen de Dios, pues la imagen es la relación entre diferentes iguales.
Son diferentes porque son creados por Dios en momentos diferentes y con anatomías
diferentes, pero son semejantes porque difieren del resto de los animales creados.
Barth propone un enfoque dinámico de la imagen de Dios, la imagen de Dios en el ser
humano supone que es un ser en relación con otro. Dado que Dios no es un Dios
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solitario sino un Dios trino, es decir, Dios-en-relación, no hay posibilidad de que el ser
humano sea un ser solitario y pueda semejarse al Dios trino (Jewett, 1975, p.38). La
naturaleza humana, un ser a imagen de Dios, no se puede realizar en soledad, sino en
relación. El varón y la hembra son el prototipo de toda relación entre dos sujetos que
se pueden relacionar porque son de la misma especie, pero son dos sujetos distintos.
La imagen pues está en la relación. Este enfoque renuncia al ser ideal y abstracto,
asexuado, del primer enfoque, y renuncia a la jerarquía del segundo enfoque. En este
enfoque el énfasis está en la necesidad de estar en relación con otro, en la dimensión
personal y social que encierra la imagen de Dios en el “varón y hembra”.
Sobre este segundo enfoque conviene aclarar dos cosas:
a. La imagen de la Trinidad, el Dios relacional, y la relación hombre mujer, tiene ciertos
límites. Dios es uno, y el hombre y la mujer son dos, que más adelante, pueden
hacerse una sola carne, pero que siguen siendo dos personas distintas. Por ello, la
Trinidad pertenece al aspecto misterioso de la unidad y trinidad de Dios, mientras que
la relación hombre mujer pertenece al ámbito de lo creado. La imagen tiene sus
limitaciones. No se podría hacer una teología de la Trinidad a partir de la analogía del
matrimonio.
b. Debemos distinguir entre creación del hombre y la mujer, y el matrimonio. En el
segundo enfoque tradicional o jerárquico, la creación de Eva es la primera boda. Crear
a la mujer tiene por objetivo el matrimonio, por eso la mujer solo se realiza como
esposa.
Sin embargo debemos distinguir la creación de la mujer y el matrimonio. La mujer
aparece en el 2.22, mientras que el matrimonio aparece en el 24. La creación del
hombre y la mujer como seres en relación, que reflejan la imagen de Dios en la
relación, es anterior y más fundamental que la institución del matrimonio. Jewett
(p.128) dirá que la creación de la mujer es un acto de Dios, mientras que el
matrimonio es un acto del hombre (dejará… y se unirá… el hombre y la mujer).
Esta aclaración entre creación y matrimonio es importante. Implica que la realización
de la imagen de Dios no está en las relaciones en el seno del matrimonio, sino que
está en las relaciones humanas, entre hombres y mujeres, de cualquier generación y
condición. Vivimos en sociedades compuestas de hombres y mujeres, y es en estas
relaciones personales donde encarnamos al Dios-en-relación.
Si confundiésemos la creación de la mujer y la institución del matrimonio, afirmando
que solo en las relaciones matrimoniales nos realizamos como seres a imagen de Dios,
entonces estaríamos negándoles a solteros y viudos, o a personas que viven el celibato
(como el apóstol Pablo), la posibilidad de realizarse como personas a imagen de Dios.
La imagen está en las relaciones entre seres distintos y a la vez semejantes, y no en el
matrimonio.
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Las relaciones hombre/mujer.
Al explicar los distintos enfoques, hemos hechos alusión a las relaciones entre hombres
y mujeres. El enfoque clásico ha sido el jerárquico. Y la historia del pensamiento
cristiano así lo testifica.
Ella (la mujer) fue quien ocasionó la caída del hombre en el pecado. Una criatura que
es defectuosa, de fortaleza, dignidad y honor menores, y que fue la ocasión para que
el hombre cometiera una vileza moral, ¿cómo puede pertenecer a la primera y original
creación descrita como buena? Tomás de Aquino, en Summa Theologica.
A los hombres se les ordenó gobernar y reinar sobre sus esposas y familias. Sin
embargo, si la mujer, abandonando su oficio, presume gobernar a su esposo, entonces
y allí se entromete en una tarea para la cual no fue creada, tarea que surge de su vicio
o fracaso y es mala. Porque Dios no creó este sexo para que gobernase. Lutero en una
exposición de Ec. 7.26, en una carta a su amigo Stephen Roth.
Las mujeres han nacido para obedecer, porque todos los hombres sabios han
rechazado siempre el gobierno femenino como una monstruosidad natural. De manera
que para una mujer usurpar el derecho de enseñar sería algo así como mezclar el cielo
y la tierra. Por tanto el apóstol les urge a guardar silencio y a permanecer dentro de
los límites de su sexo. Calvino, comentando 1 Tm. 2.12.
Los comentarios de Tomás, Lutero y Calvino nos pueden parecer desfasados, pero no
son otra cosa que comentarios de textos bíblicos. Podemos desechar el punto de vista
de estos teólogos como puramente humano, si acaso no estuviésemos de acuerdo con
ellos, pero qué hacer con textos como 1 Co. 11.2-16, Ef 5.22-33, 1 Tm. 2.11-15.
Pablo establece una jerarquía en las relaciones hombre-mujer que parece insalvable.
Parece que la posición de la mujer como un ser de segunda clase se presenta como
evidente, con el argumento de la segunda creación, de un ser creado a partir del
hombre, que es la verdadera imagen de Dios (1 Co. 11.7), y ella es la responsable del
pecado (1 Tm. 2.12).
Sin embargo cómo entender estos textos junto a Gal. 3.28, que afirma que igual que
en Cristo la división entre judíos y griegos ya no tiene valor, la separación entre
hombre y mujer tampoco lo tiene.
Yo me hago aquí eco de la interpretación que el propio Jewett ofrece en su libro,
acerca de esta aparente contradicción en la visión que Pablo ofrece de una relación
jerárquica y una relación igualitaria. En Ef. 6.5, o en 1 Tm. 6.1, Pablo exhorta a los
esclavos a ser obedientes. La pregunta es, ¿se trata de una visión normativa, doctrinal,
el que unos hombres sirvan a otros como esclavos? ¿El Dios que liberó a Israel de la
servidumbre de Egipto, pretendía ahora que los cristianos siguieran siendo esclavos,
una vez redimidos? O bien aceptamos que como Pablo escribía bajo inspiración, el
cristianismo predica el esclavismo, o bien aceptamos que hay aspectos históricos en la
Escritura que son históricos, y sujetos al cambio con el paso del tiempo. La revelación
del evangelio parece ser que en Cristo no hay libres ni esclavos (Gal. 3.28), y que la
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sujeción de los esclavos era algo circunstancial. ¿Puede ocurrir algo semejante con las
relaciones hombre-mujer? Que la revelación sea que en Cristo no hay hombre ni
mujer, y que la subordinación de la mujer en la iglesia fuese algo circunstancial. Puede
ser. El inconveniente de este punto de vista es que Pablo usa los textos de Gn. 2 y 3
para argumentar a favor de la jerarquía, y no de la igualdad en una relación de
iguales. Los argumentos de Pablo para la jerarquía hombre-mujer son teológicos, y no
culturales, mientras que para el esclavismo no tiene argumentos teológicos que lo
justifiquen.
El debate está abierto para algunos, para otros las cosas ya están bien claras.
Voy a
•
•
•
resumir brevemente los puntos principales de la creación del hombre y la mujer.
Dios creó a los dos, al hombre y a la mujer, y los dos son imagen de Dios.
La relación hombre-mujer encarna la imagen de un Dios-en-relación.
Los diferentes enfoques del ser humano presentan relaciones hombre-mujer que
difieren en el grado de jerarquía que admiten. La postura relacional es
igualitaria, y la clásica es plenamente jerárquica.
Quizás como conclusión personal diría lo siguiente: Dios no creó a la mujer como un
ser subordinado, sino como una compañera, igual en dignidad al hombre. Esto fue así
en el orden creacional. Después, en el orden redencional, tras la caída, las relaciones
se han jerarquizado a causa de las influencias culturales. Pero con la llegada del
evangelio, y del reino ya presente e inaugurado por Jesús, la revelación es que
aparece un nuevo orden, en el que no hay diferencias sociales (esclavo ni libre),
étnicas (judío o griego) ni de sexo (hombre ni mujer). En esta óptica, los textos de
Pablo reflejan la tensión de la iglesia entre el orden del cosmos tras la caída, con la
mujer subordinada al hombre a causa del pecado, y otro nuevo orden de cosas, propio
del reino, en el que la dignidad y valor de la mujer es plenamente restaurado. En este
sentido me parece que el evangelio debería de ser un mensaje librador para hombres y
mujeres, libres y esclavos, judíos y griegos, y no un nuevo yugo cultural que sirva para
hacer perdurar la desigualdad, la explotación o el racismo. Conoceréis la Verdad y la
Verdad os hará libres.
3. Introducción a la patología de la sexualidad
3.1 Trastornos de la sexualidad.
En Salud Mental se utiliza un código para diagnosticar los trastornos mentales, la
Clasificación Internacional de Enfermedades, en su versión americana, la DSM. Los
trastornos sexuales se dividen en los siguientes apartados:
Trastornos del deseo sexual
Falta de deseo sexual
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Aversión al sexo
Trastornos de la excitación sexual
TES en la mujer
T de la erección en el varón
Trastornos orgásmicos
En la mujer o en el varón, anorgasmia
Eyaculación precoz
Trastornos sexuales por dolor
Dispareunía
Vaginismo
Parafilias (elección de un objeto sexual desviado o inusual)
Exhibicionismo
Fetichismo
Frotteurismo
Pedofilia
Masoquismo
Sadismo
Fetichismo travestista
Voyeurismo
Trastorno de la identidad sexual
La Homosexualidad fue en su día un trastorno de la elección de objeto sexual, una
parafilia, hasta que en los años ochenta se sacó de las clasificaciones de trastornos
mentales. Hoy en día no se considera la homosexualidad un trastorno de salud mental.
Cabe decir algo más acerca del Trastorno de la Identidad Sexual, definido en el
manual de la DSM del siguiente modo:
Identificación acusada y persistente con el otro sexo
En los niños:
Deseos repetidos de ser del otro sexo.
Travestismo o preferencia por ropa del otro sexo.
Preferencias por el papel del otro sexo, o fantasías referentes a
pertenecer al otro sexo.
Participación en juegos del otro sexo.
Preferencia por compañeros del otro sexo.
En adolescentes y adultos se manifiesta como un deseo persistente de ser del otro
sexo, deseo de vivir y ser tratado como del otro sexo o la convicción de experimentar
reacciones y sensaciones típicas del otro sexo.
Malestar persistente con el propio sexo o sentimiento de inadecuación con su rol.
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En los niños existe el sentimiento de que el pene o los testículos son horribles o van a
desaparecer, en las niñas rechazo a orinar en posición sentada, sentimiento de tener
pene o de que aparecerá con el tiempo, no querer tener pechos ni tener la regla. En
los adultos y adolescentes aparece una marcada preocupación por eliminar las
características sexuales primarias y secundarias (p.e. tratarse con hormonas, cirugía u
otros procedimientos para modificar físicamente los rasgos sexuales), y creer que se ha
nacido con el sexo equivocado.
En la actualidad se está implantando en países del ámbito de la salud pública, en
varios países de Europa, la cirugía de reasignación de sexo, tanto de hombre hacia
mujer como viceversa, a las personas que son diagnosticadas con este trastorno.
Cirugía que por otro lado lleva tiempo practicándose en clínicas privadas.
3.2 Algunas ideas (hipotéticas) sobre el origen de los trastornos de la orientación y la
identidad sexual.
La importancia del modelo que adoptemos sobre el posible origen de la
homosexualidad es relevante a la hora de abordar el cómo acompañar a alguien que
pide ayuda para aclarar su identidad sexual. No vamos a ayudar del mismo modo si
pensamos que el problema es uno u otro. Un aspecto importante al respecto es el
siguiente: ¿En qué medida la identidad sexual es algo que el sujeto puede elegir
libremente o está determinado por otras fuerzas (desarrollo psicológico, espíritus…)?
Modelos morales
La homosexualidad es una conducta inmoral, y como tal, elegida libremente por la
persona, pues si no hay elección tampoco hay inmoralidad. El único responsable de la
identidad y la orientación sexual es el sujeto, que también puede libremente dejar de
ser homosexual. Si no deja de ser homosexual es porque o bien decide no hacerlo, o
bien ya ha perdido su libertad de elección (está depravado) y por lo tanto está
condenado. Aunque desde una visión bíblica también se puede sostener que nacemos
pecadores, herederos de la naturaleza de Adán, que se manifiesta en cada ser humano
en forma de conductas pecaminosas, y por lo tanto está determinado moralmente por
su condición de “ser caído”.
Modelos espirituales
La homosexualidad es producto de una influencia diabólica, la persona no es libre para
decidir, pero con su actitud permite el control diabólico sobre vida. La solución pasa
por la liberación de las cadenas de homosexualidad.
Modelos psicológicos
Identificaciones
El sujeto, en su proceso de crecimiento, se ha identificado con uno de sus progenitores
y ha adoptado una determinada forma de identidad sexual que condiciona su elección
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de objeto sexual. El varón, identificado con su madre en su aspecto femenino pasivo,
busca en su compañero sexual ser amado pasivamente por su padre. Identificado
activamente con su madre, busca amar a un padre pasivo. La mujer, identificada a su
padre, busca amar y ser amada por su compañera como lo haría una madre. Aquí lo
que está en juego son las figuras parentales, la identificación que el sujeto hace con
ellas y la sexualidad infantil.
Narcisismo
Otro aspecto de la homosexualidad es el elegir un objeto sexual de forma narcisista. Se
busca a otro que sea un reflejo de uno mismo, uno igual. El homosexual narcisista se
gusta a si mismo, y su pareja homosexual no es otra cosa que una forma de admirarse
a si mismo como hombre o mujer.
Modelos biológicos
La homosexualidad es una cuestión biológica, bien genética, bien relacionada con el
desarrollo hormonal del feto-recién nacido. No habría manera de corregirlo, de hecho,
no hay nada que “corregir”. El sujeto no elige su biología y por lo tanto no se puede
responsabilizar a nadie de ello. La conducta sexual no es un tema moral, es un tema
biológico. Este planteamiento se relaciona con el evolucionismo biológico y se apoya en
el hecho de que se hayan encontrado especies animales con conductas homosexuales.
La homosexualidad sería un comportamiento sexual compartido por especies animales
a lo largo de la cadena evolutiva.
Modelos culturales
La identidad y la orientación sexual es una cuestión cultural (entendiendo la cultura
como la forma de vida, las normas y creencias socialmente compartidas). En diferentes
culturas existe mayor o menor permisividad sobre asuntos sexuales, y se permite o se
castiga una determinada sexualidad. En la Grecia clásica los hombres de cierto estatus
tenían amantes homosexuales jóvenes. El Islam condena la homosexualidad, por lo
que en países islamistas no se practica la homosexualidad, al menos públicamente. La
cultura postmoderna ha hecho de las minorías sociales identidades que deben de ser
reivindicadas, lo que implica todo el desarrollo de la “cultura queer”, la “cultura gay”...
El sujeto es relativamente responsable, pero sobre todo está determinado por su
medio cultural. La conducta sexual es del orden de lo cultural y no de lo moral. En este
sentido la iglesia cristiana, desde el emperador Constantino (siglo IV) pasando por los
reinos cristianos medievales europeos, ha intentado influir en la cultura a través del
gobierno secular, tratando de imponer el estilo de vida cristiano a base de leyes y
decretos, creyendo que de este modo se conseguiría implantar el reino de los cielos en
las naciones cristianas. Desgraciadamente las leyes y los gobernantes cristianos no
parecen haber sido muy eficaces a la hora de regenerar el corazón de los hombres y
mujeres de su tiempo. Quizá debamos aceptar que la cultura, la política, etc.
pertenecen al reino de este siglo, y el papel de la iglesia tenga más que ver con un
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reino de otro orden, pero evidentemente no todos los cristianos comparten esta visión,
y hay quien entiende que la iglesia debe de gobernar en este siglo a través de líderes
políticos creyentes, como propuso San Agustín en su obra la Ciudad de Dios.
Propuesta de modelo integrador
A continuación recojo algunos puntos de diferentes modelos a modo de “modelo
integrador” que permita un punto de vista válido para trabajar con él, y no solo para
“teorizar” al respecto.
1. Los seres humanos nacemos con una naturaleza caída. Somos pecadores de
entrada, antes de haber podido pecar con nuestra conducta.
2. La sexualidad no es pecaminosa en sí. La sexualidad puede ser vivida fuera del
orden de Dios, y es pecado, igual que puede ser una bendición y una oportunidad de
disfrutar del cuerpo y de la relación con la persona amada en el contexto de la
responsabilidad conyugal y familiar.
3. La homosexualidad es una forma de sexualidad sancionada en la Biblia como
pecado, teniendo claro que lo que condena a los seres humanos no es su orientación
sexual sino su condición de seres apartados de la Gracia. La homosexualidad, al igual
que cualquier otra forma de pecado, es una manifestación más de la naturaleza caída
del hombre.
4. Los seres humanos crecemos en un ambiente que nos influye, y una parte crucial de
ese ambiente se encuentra en las relaciones familiares al inicio de la vida, que nos
determinan de forma importante, incluido en lo tocante a la identidad sexual.
5. Los seres humanos somos un cuerpo, con sus genes, sus hormonas… Al igual que
somos seres culturales, socializados en un grupo con unos valores y creencias, y seres
espirituales, capaces de tener comunión con Dios.
6. Desde este punto de vista, la identidad y la orientación sexual están determinadan
por varios factores (el cuerpo, las relaciones tempranas en la vida, la condición de ser
caído, apartado de la Gracia, la cultura…).
7. Cuando una persona decide ser cristiano adquiere un compromiso de vida, que no
se alcanza nunca plenamente, pero al que tendemos constantemente (el “ya pero
todavía no” del Reino: Ya somos santos, pero aún tenemos que seguir
santificándonos). Este compromiso de vida cristiana incluye una sexualidad. Tener una
única pareja heterosexual a la que le debemos fidelidad, o permanecer célibes (1 Co.
7.1).
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8. Cada persona lucha contra aspectos de su naturaleza caída. En algunas personas la
sexualidad es una de esas “zonas de lucha”. Al igual que cualquier otro aspecto de la
vida, al pasar de muerte a vida en Cristo se requiere un trabajo progresivo de
reconciliación, de nuevo desde la perspectiva del “ya pero todavía no”, del proceso. Ya
hemos sido reconciliados con Dios en Cristo, pero todavía seguimos reconciliando
aspectos de nosotros mismos con Dios.
9. El proceso de reconciliación de la sexualidad, igual que cualquier otro ámbito de la
vida que nace de nuevo, requiere de los dos elementos de la santidad: El esfuerzo
constante por agradar a Dios, el elemento de ley, y por otro lado el elemento de la
Gracia: Nos esforzamos por practicar una ética cristiana, pero sin la Gracia ese
esfuerzo es una tarea imposible. Esto es tan válido para la sexualidad reconciliada
como para cualquier otro aspecto de la vida (el amor al dinero, la envidia, la falta de
amor, la mentira, el odio, la murmuración…).
10. En nuestra lucha por ajustarnos al modelo de vida bíblico tenemos que tener en
cuenta varios elementos: Primero deberíamos de tener una comprensión adecuada de
la enseñanza bíblica. Segundo, debemos de reconocer qué aspectos de la cultura en la
que hemos sido socializados entra en contradicción con la Escritura. Tercero, debemos
de trabajar sobre los aspectos adquiridos en nuestro proceso de desarrollo que
suponen un obstáculo al crecimiento espiritual. Cuarto, no debemos despreciar el
cuerpo y la biología como un elemento constante de tensión (¿puede ser esto lo que
Pablo llama en Romanos 7 “la ley de mis miembros”?).
4. Homosexualidad y cuidados pastorales en la iglesia
4.1 Modelo de exclusión, modelo de reconciliación
En el apartado anterior, al hablar del modelo integrador de la homosexualidad, ya
hemos mencionado algunas claves sobre el abordaje de identidad sexual. Vamos a
puntualizar alguna cosa más.
No hace falta decir que el ministerio de la iglesia consiste en pedir a los seres humanos
que se reconcilien con Dios, básicamente porque Dios nos ama y desea reconciliarse
con nosotros. Esa reconciliación pasa por descubrir que Dios nos ama, para
progresivamente ir abandonando aquellos deseos y conductas que no se ajustan al
modelo de vida que Dios propone en la Escritura. Se trata pues de conocer a Dios,
para después entrar en un proceso progresivo, largo y costoso, de santificación, en el
que la Cruz va tratando nuestra carne, y vamos siendo trasformados a la imagen de
Cristo. La palabra progresivo implica que la reconciliación tiene dos momentos. Cuando
recibimos el perdón de Dios y somos adoptados como hijos ya estamos por completo
reconciliados con Dios. Pero después deberemos de vivir un proceso de transformación
en el que iremos reconciliando progresivamente aspectos de nuestra vida con Dios (el
modelo del Reino que ya está aquí, pero todavía no se ha manifestado plenamente).
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La sexualidad no es pecado, igual que no es pecado tener dinero, es pecado un uso de
la sexualidad no reconciliado con Dios, igual que lo es un uso egoísta del dinero. Por
ello la sexualidad es una parte de nuestra vida que debe de pasar por el proceso de
reconciliación con Dios, igual que nuestra economía (uso el ejemplo del dinero porque
en la cultura capitalista es el que mejor se entiende).
En el tema que nos ocupa, cuando alguien llegado a la adolescencia o en la edad
adulta manifiesta tendencias o conductas homosexuales, al enfrentarse a su proceso
de reconciliación con Dios deberá de reconciliar su identidad y su orientación sexual,
adecuándola al modelo bíblico de sexualidad.
Otra forma de ver las cosas es la de un modelo excluyente, en el que si alguien
practica o tiene deseos de practicar una sexualidad no reconciliada, debería de
separársele de la comunión con la iglesia. Dicho de otro modo, los homosexuales no
deberían de formar parte de la iglesia. El problema de este modelo excluyente es
doble. Primero, si tuviésemos que excluir de la iglesia a los que aman el dinero,
murmuran, son hipócritas, discuten con los demás, tienen problemas para controlar la
bebida o el tabaco, etc., etc., seamos honestos, no sé quién podría tirar la primera
piedra. Por otro lado la iglesia está llamada a ser sanidad para las naciones, una
comunidad terapéutica, que facilita la sanidad y el crecimiento espiritual. Si excluimos
a los “problemáticos” no estaríamos haciendo nuestra función. Si fuésemos sinceros
quizá no habría nadie en la iglesia para hacerla. Jesús no vino a por los sanos (esto lo
dijo irónicamente por los fariseos) sino a por los que tenían necesidad de un sanador.
La redención es el ADN del evangelio, la búsqueda constante de la oveja perdida,
metáfora de la condición humana.
Desde un modelo de ser humano “libre-racional”, muy acorde con el modelo
protestante, para vencer el pecado, cambiar un hábito de vida contrario a la ética
bíblica, serían suficientes dos cosas: información y voluntad. Si alguien sabe que algo
es perjudicial o pecaminoso, decide cambiar y puede conseguirlo. En la versión
cristiana de este modelo añadiríamos que seríamos ayudados por el Señor a tomar la
decisión correcta. Pero a esta visión del ser humano le falta algo; le falta el deseo, la
pulsión, el amor. Pablo declara en Romanos 7 que él “conoce” la ley de Dios, pero que
la ley de sus miembros le empuja a hacer lo que no quiere. ¿No es suficiente con
“conocer” para cambiar? Juan afirma que el que ama al Señor guarda sus
mandamientos (y no al revés). Esto añade un elemento cualitativamente distinto al
modelo de ser humano racional. Conocer las normas no es suficiente para guardarlas,
de ahí el fracaso de la ley para cambiar el corazón. El elemento nuevo es el amor. Solo
si amamos al Señor más que a aquello que nos mantiene atados podemos abandonar
nuestra atadura. El amor al pecado se vence con un amor más intenso, el amor a
Jesús. Lo contrario es idolatría racionalizada, disfrazada de religión (yo amo al Señor,
pero El sabe lo importante que mi… es para mí). La redención, objetivo último de la
obra de Cristo, pasa por el amor antes que por la intelectualización. Así, el objetivo de
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la consejería pasa por ese doble trabajo; informar sobre lo que entendemos que la
Biblia enseña y acompañar al otro en su descubrimiento del amor de Dios.
4.2 ¿Quién pide ayuda?
Para abordar los problemas que alguien pueda encontrar con su sexualidad, ya sea de
un cristiano o de alguien que se acerca por primera vez a una iglesia, es el poder
hablar de ello. No todo el mundo tiene libertad para hablar de todo con alguien de la
iglesia. Los adolescentes, por ejemplo, puede que no perciban la iglesia como un lugar
para hablar de sexo, porque el sexo es sucio, pecaminoso, peligroso… La gente pide
ayuda cuando se da cuenta de que la necesita, y alguien se la puede prestar. Y si
piensan que necesitan ayuda, la buscarán allí donde les escuchen y les ofrezcan
respuestas.
Personas que están en la iglesia.
La persona idónea para ser ayudada en la iglesia en lo concerniente a su identidad
sexual sería un adolescente que manifiesta cierta ambigüedad bisexual, que ha
interiorizado en su educación modelos bíblicos de vida, y que experimenta sus
primeros deseos homosexuales ambivalentes de forma conflictiva o culpable.
En el otro extremo, una persona que no perciba la homosexualidad como “pecado”,
que crea poder relacionarse con Dios siendo homosexual, probablemente no pida
ayuda a la iglesia. Confrontar a estas personas que ya tienen conocimientos bíblicos, y
que siempre se han sentido excluidos, diferentes, incomprendidos en la iglesia,
refuerza su posición de incomprendidos, de fuera del rebaño.
Por ello, el trabajo desde dentro de la iglesia debería enfocarse a preadolescentes o
adolescentes jóvenes que empiezan a afirmar su orientación sexual.
Personas que vienen a la iglesia.
Las personas que entran en contacto con la iglesia y tienen tendencias o conductas
homosexuales antes de ser ayudadas deben de manifestar su deseo de serlo. Primero
deberían de ser discipuladas en el cristianismo, para que después decidan si quieren
ser ayudadas en caso de sentir que necesitan reconciliar su sexualidad con Dios. La
dificultad en este punto radica en la capacidad que la iglesia tenga de tolerar o no
tolerar en su comunidad a personas que se encuentren en este proceso de conocer la
fe y decidir si quieren o no quedarse en la iglesia con lo que ello implica respecto a su
sexualidad. Las personas son libres (al menos según Arminio) de aceptar el estilo de
vida que se le ofrece en la iglesia, y la iglesia es libre de aceptar o no a alguien como
miembro de su comunidad.
En principio solo podemos ayudar a aquellas personas que vivan su sexualidad de
forma conflictiva, hayan abrazado la fe cristiana, y manifiesten su deseo de trabajar
sobre su identidad y orientación sexual. Solo podemos ayudar a quien nos lo pida.
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Personas no cristianas.
El principal problema que tiene una persona no cristiana en términos espirituales es
que no tiene la vida de Cristo. En este sentido los homosexuales no están ni más ni
menos condenados que los heterosexuales. Por lo tanto a una persona homosexual no
cristiana se le predica el evangelio del mismo modo que a una heterosexual: Estás
separado de Dios, Dios te ama, vuélvete a Él por la fe en Jesucristo.
Por lo tanto, el proceso que propondría sería el siguiente:
1. Invitar a la persona a reconciliarse con Dios (evangelismo).
2. Enseñar a la persona lo que la Biblia dice sobre la sexualidad (discipulado).
3. Permitir en la iglesia la expresión de dudas, conflictos, problemas a este
respecto (cuidado pastoral).
4. Acompañar a la persona en el proceso de reconciliar su sexualidad con el
modelo propuesto en la Biblia (consejería).
A continuación ofrecemos una especie de pirámide de las distintas etapas del
ministerio de la iglesia y del crecimiento espiritual que pasan por la salvación, la
santificación y la sanidad.
Cuidado pastoral:
relación personal de
cuidado.
Consejería
Sanidad
Discipulado: conocimiento
bíblico.
Santificación
Evangelismo: arrepentirse y creer
Salvación
4.3 Algunas pautas sobre la escucha
Estar abierto a hablar y oír hablar de sexo
La Biblia habla de sexo, habla de cosas que no se pueden hacer, y de cosas de las que
sí se puede disfrutar (Para una teología de la sexualidad, estudiar 1 Co. 7.1-5, un texto
plenamente “sexual” que enmarca el sexo en el límite de la responsabilidad conyugal y
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la familia). Para ayudar a personas con dificultades con su identidad sexual lo primero
es poder hablar de sexo, y ser capaz de escuchar al otro lo que tenga que decirnos
sobre su sexualidad. Hay muchas maneras de decir al otro que no estamos dispuestos
a escuchar. Si empezamos confrontando puede que consigamos que el que tenemos
enfrente se sienta culpable y se arrepienta de sus pecados. Pero en los primeros
contactos también podemos conseguir que se cierre y considere que no estamos
dispuestos a escuchar. Conseguir una actitud facilitadora es un arte que se adquiere
escuchando mucho, juzgando poco y tratando de ponernos en el lugar del otro.
Vivir una sexualidad reconciliada
No podemos llevar a nadie más lejos de donde hemos llegado nosotros. Para
dedicarnos a escuchar a otros deberíamos de tener nuestra sexualidad mínimamente
reconciliada. Excesiva culpa, vergüenza, una actitud excesivamente crítica,
culpabilizante, controladora, o el no reconocer que existen límites para determinadas
conductas, quizá nos esté indicando que necesitamos defendernos de algún miedo a
que nuestro deseo se descontrole, y quizá debamos de hablar con alguien sobre
nuestra sexualidad antes de proponernos como ayuda a otros. No todo el mundo está
en disposición de ayudar a otro.
Explorar nuestras motivaciones y lo que la persona nos hace sentir
¿Por qué queremos ayudar a los demás? ¿Qué nos motiva a querer escuchar a otras
personas acerca de su sexualidad? Estas son cuestiones que nadie tiene por completo
contestadas, pero en las que podemos pensar y sobre las que podemos trabajar. ¿Qué
nos está haciendo sentir lo que estamos oyendo? Para ayudar debemos ser capaces de
sentir interés por el otro, interés por descubrir quién es como persona, qué le sucede,
cómo ha llegado a ser quién es… Acercarnos con prejuicios, emitir sentencia antes de
haber escuchado, no ayuda a acercase.
Estar libre del odio al homosexual (homofobia)
Algunas emociones son incompatibles con el oficio de ayudar a otros. Y entre estas
emociones, el odio, el rechazo, es la principal. No debemos tratar de ayudar a nadie
que no podamos amar y aceptar cálidamente. Si los homosexuales nos dan asco, nos
parecen enfermos o depravados, debemos de abstenernos de ayudar a nadie que
manifieste su deseo de reconciliar su identidad sexual. Sentir rechazo y asco puede ser
un indicio de que algo en nuestro carácter necesita reconciliarse con Dios. Se puede
racionalizar que Dios odia el pecado y va a juzgar a los pecadores con un juicio justo.
Pero debemos recordar que nosotros no somos dioses.
No decidir por la persona que lo que necesita es una pareja heterosexual para curar su
homosexualidad
En ocasiones he sido testigo de actitudes así en la iglesia. La homosexualidad se
resuelve con la heterosexualidad. El paso siguiente es buscar pareja heterosexual. Dos
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cosas al respecto. La primera es que la elección de una pareja heterosexual no es el
principio, sino el fin de un proceso. Sólo alguien que tiene clara su identidad y
orientación sexual puede elegir así. Para alguien que no ha tenido mayor problema,
que eligió su pareja de forma no conflictiva llegada la edad adulta, puede no entender
que para alguien que está tratando de aclarar su identidad sexual esa “simple” elección
es precisamente la elección más difícil que tiene que hacer. En segundo lugar, se debe
respetar la libertad para decidir de la persona, que puede elegir libremente permanecer
célibe, si así lo siente y se le permite.
4.4 Algunas ideas sobre la intervención en el contexto de la consejería
De lo dicho en el párrafo anterior se desprende una actitud que parece evidente:
Aceptar sin juzgar. Esta actitud es difícil, sobre todo porque en muchos contextos
estamos excesivamente familiarizados con el “juicio rápido y sumario”. Aceptar sin
juzgar a alguien no significa compartir todo lo que hace o piensa (faltaría más).
Simplemente significa que vamos a manifestar nuestra aceptación estando junto a él,
escuchando, compartiendo nuestro tiempo y nuestro interés por él o ella.
Otra idea importante es la de acompañar. Nosotros no tenemos el poder de cambiar a
nadie, y además tampoco tenemos el derecho a obligar a nadie a cambiar. La gente es
libre de entrar y salir de la iglesia (de hecho lo hacen), y nosotros no podemos
imponerles un estilo de vida. Lo más (y lo menos) que podemos hacer por una persona
que vive un conflicto con su identidad sexual es acompañarle, ponernos junto a él o
ella, y sólo de vez en cuando, indicarle algún escollo en el camino, confrontarle con
amor con lo que dice la Escritura que ha decidido libremente creer. Lo que no podemos
hacer es caminar el camino por él, ni decidir por él, ni organizarle la vida. En una
situación de consejería con personas en situaciones críticas o difíciles es muy fácil
arrastrar a la gente a una situación de dependencia y admiración hacia el consejero.
Llegado este punto deberíamos de preguntarnos por nuestras motivaciones para
ayudar a los demás. Sustituir la voluntad de la persona por nuestra voluntad, a demás
de ser una manipulación espiritual grave, es también una ofensa al Espíritu Santo. Es
el Espíritu el encargado de transformar los corazones de la gente, y el consejero está
ahí al lado para acompañar ese cambio. Recordamos que no somos dioses, ni tenemos
el monopolio de Dios en la tierra, y reconocer esto exige mucha humildad.
Una tercera actitud propia de quien pretende comprometerse en una labor de
consejería es la capacidad para establecer una relación de confianza, cálida y
colaboradora, al tiempo que suficientemente distante. Hablar de la propia sexualidad, y
más en el contexto de una iglesia, no le resulta fácil a la mayoría de la gente. Por ello,
para comenzar, debemos de ser capaces de establecer una relación en la que el otro
se sienta cómodo, que sienta que puede hablar y ser escuchado. Al mismo tiempo la
implicación excesiva, la sobreimplicación emocional, también supone una traba al
proceso de acompañar. Puede parecer exagerado lo que voy a decir, pero creo que es
justo decirlo: Las relaciones de consejería pueden fácilmente “erotizarse”, y no sería la
primera vez que “nace un romance” extraordinariamente peligroso y destructivo de
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una relación de este tipo. Por ello aquí cabe dar dos pautas importantes: No deben
dedicarse a ayudar a otras personas quienes por un lado no sean capaces de
establecer relaciones de confianza, cálidas y cercanas, y por otro lado quien corra el
riesgo de “enzarzarse” en relaciones excesivamente intensas. La palabra clave sería
“distancia de trabajo”. Cercano pero no enzarzado, generando confianza pero no
dependencia o control patológico. ¿Cómo no contar aquí con la asistencia del Espíritu
Santo?
Lo dicho hasta aquí puede sonar demasiado “dulce”, poco confrontativo, poco duro. Mi
escasa experiencia me ha enseñado que lo que ayuda a cambiar es la Gracia y el
Amor, aliñadas con confrontaciones bien dosificadas, siempre sobre la base de una
relación de confianza y respeto. Por supuesto habrá quien tenga otra opinión.
Cuando retirarse del proceso
En algún momento el proceso de acompañar a alguien en este camino de
reconciliación de la identidad sexual tiene que acabar. En ese sentido podemos
describir algunas situaciones en las que entendemos que podemos poner fin al
proceso.
Un caso “exitoso”
Es relativamente frecuente que los adolescentes atraviesen por etapas de cierta
bisexualidad, de cierta duda respecto a su orientación sexual. Poder abordar con un
adolescente la cuestión de su identidad puede convertir ese momento crítico en nada
más que eso, un momento crítico, sin que haya mayor problema más adelante. Aquí el
apoyo puede haber sido solo puntual, y terminar el proceso de consejería cuando el
adolescente haya aclarado los aspectos de su identidad sexual.
Un caso “relativamente exitoso”
Algunas personas que desean vivir una vida cristiana ajustada a la ética sexual bíblica
sienten constantes deseos homosexuales, sin llegar nunca a tener relaciones sexuales
de tipo homosexual, y en ocasiones tampoco heterosexual. El apoyo a estas personas
puede consistir en ir conviviendo con esas tentaciones, recibiendo la Gracia de Dios, y
manteniéndose en una especie de “batalla” constante con esas tentaciones. Es lo ideal
que se pueda mantener la comunicación siempre abierta con alguien de confianza al
respecto con quien uno se sienta seguro.
Un caso que se complica
Si habiendo entrado en un proceso de consejería la tendencia homosexual se fija en el
consejero (la persona se enamora del consejero-a), se debería de suspender la relación
de consejería y pedir a otra persona que se haga cargo.
Un caso “relativamente fracasado”
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El proceso puede interrumpirse cuando la persona que recibe ayuda decide poner fin a
su relación con la iglesia y con el consejero. El fracaso siempre es relativo porque
“mientras hay vida hay esperanza”.
Tratar con la identidad: Una técnica
Reconstrucción narrativa de la historia personal atendiendo a los hitos de la
historia vital y a las figuras especialmente relevantes. Al ir reconstruyendo la narrativa
de la historia personal debemos de ir haciéndonos una serie de preguntas que nos
sirvan para orientar la consejería. A continuación propongo solo algunos ejemplos que
pueden servir de guía:
1. ¿De qué forma se manifiesta el pecado en la vida de esta persona? ¿Envidia,
rivalidad, codicia, orgullo, odio, inmoralidad sexual, idolatría, dificultad para
amar, para perdonar…?
2. ¿Cómo se puede relacionar esa manifestación de pecado con su historia
personal? ¿En qué momento, con qué persona significativa?
3. ¿Sobre qué temas tenemos más dificultad para hablar?
4. ¿Tiene conciencia de que hay algo que es pecado, o parece no darse cuenta
(falta de límites, de ley)? ¿Hace falta confrontar algo de su conducta con algún
principio bíblico (ley del padre)? ¿Qué conocimiento tiene la persona de la
enseñanza cristiana?
5. ¿Qué está por reconciliar, qué está todavía sin redimir, por dónde empezar?
¿Qué cosas le hacen sentir culpable? ¿Dónde hace falta que llegue el perdón?
6. ¿Cómo vive a Dios Padre? ¿Habla mucho de juicio y castigo? ¿Dios es distante y
frío? ¿Quién le ha enseñado que Dios es así? ¿Cómo es un padre y una madre
para esta persona?
7. ¿Qué patrones se repiten a lo largo de su vida? ¿Abandonos, rupturas,
violencia…? ¿Siente que Dios le ha abandonado en los momentos difíciles
(abandono, falta de amor, sentimiento depresivo)?
8. ¿Cómo nos sentimos al escuchar hablar a la persona? ¿Tristes, enfadados,
aburridos, engañados…? ¿Está tratando de agradarnos con sus palabras? ¿Nos
idolatra? ¿Nos desprecia? ¿Soy capaz de sentir amor por la persona que está
delante de mí? ¿Puedo ayudarle? ¿Alguno de sus problemas me hace sentir
especialmente incómodo? ¿Necesitará ayuda de otra persona distinta a mí?
¿Necesito algo de él?
9. ¿Hay alguna palabra del Señor que le pueda ayudar en este momento? ¿Qué
puede estar haciendo la vida del Espíritu en su vida? ¿Qué le diría Jesús? ¿Sobre
qué temas es mejor callarse de momento y dejarlo para más adelante?
10. ¿En qué debemos de fijar más atención? ¿En el presente o en el pasado?
¿Debemos de confrontar o debemos de buscar más la Gracia y el perdón?
¿Predomina la ausencia de culpa (falta de ley) o la culpa excesiva (falta de
amor)?
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