La producción cambia

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La producción cambia
La producción intensiva de
alimentos vive horas bajas por su
agresividad con el medio
ambiente, su asociación con
impopulares crisis alimentarias y
su cuestionada capacidad para
abastecernos en el futuro.
La mayor parte de las tierras y ganados
que abastecen los mercados del mundo
desarrollado son objeto de una
explotación intensiva, que pretende
obtener rendimientos altos y continuados
en plazos muy breves. Esta filosofía
justifica una serie de prácticas que
muchos consideran insostenibles a largo
plazo, pues implican la degradación
progresiva del medio ambiente. Se trata
de los monocultivos, los abonados
masivos con fertilizantes químicos, el uso
sistemático de plaguicidas, el engorde
forzado del ganado, su hacinamiento y
estabulación ininterrumpida... Estos
métodos tienen, entre otros efectos
indeseados, la destrucción de la fertilidad
natural de los suelos y la contaminación
tanto de los suelos como de los acuíferos,
por acumulación de residuos químicos,
concentración de detritos, etc.
La agricultura ecológica
La agricultura ecológica, también llamada
biológica u orgánica, no es el experimento
de pequeños grupos alternativos, como
muchos consumidores creen todavía, sino
un proyecto ambicioso y bien estudiado,
que cuenta con su propia normativa y se
desarrolla bajo el control de diversos
organismos oficiales. Veamos en qué se
basan sus normas de producción:
• El respeto del suelo: el suelo es un
sistema delicado cuya fertilidad natural
tarda miles de años en gestarse. Se forma
por la interacción del sustrato rocoso, que
se disgrega bajo la lluvia, el viento, los
cambios de temperatura, etc., y la materia
orgánica que aportan los vegetales,
animales y microorganismos que
desarrollan su actividad en la superficie.
La materia orgánica, además de fertilizar
el suelo, se amalgama con las partículas
arcillosas formando complejos que le
confieren al suelo una buena estructura,
estable y porosa, capaz de retener el agua
y los nutrientes.
La agricultura intensiva recurre al arado
con frecuencia y abusa de los plaguicidas y
la eliminación de las malas hierbas,
reduciendo los aportes de materia orgánica
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al suelo; aunque el abono
químico suple la virtudes
fertilizantes de ésta, no tiene efectos a la
hora de estructurar el suelo. Por eso, las
tierras de cultivo intensivo pierden
estabilidad y capacidad para retener el agua
y cuando son abandonadas, están agotadas
para el crecimiento espontáneo de la
vegetación y se erosionan velozmente (sus
partículas son arrastradas sin resistencia por
las lluvias, el viento, etc). Este problema es
especialmente grave en España, donde la
desertización avanza sin parar. Pues bien, la
agricultura ecológica no sólo pretende
preservar la fertilidad natural del suelo sino
aumentarla:
– No permite el uso de abonos químicos
salvo en casos puntuales, con productos
muy determinados y con el permiso de los
organismos de control pertinentes.
– Emplea como abonos productos de
origen animal y vegetal: estiércol,
compost, restos de poda triturados, restos
de la siega, deyecciones de lombriz, algas,
harinas de sangre, cuerno, etc.
– En lo posible, se evita el monocultivo,
pues restringe el aporte de materia
orgánica al suelo y lo empobrece, al
demandarle siempre los mismos nutrientes.
En vez de eso, se alternan o compaginan
distintos cultivos y se practica el barbecho,
o descanso periódico de la tierra.
– Se fomenta la actividad de la flora,
la fauna y los microorganismos propios de
cada suelo y se protegen los hábitats de
plantas y animales silvestres.
– Las malas hierbas se retiran de forma
mecánica, no con herbicidas, para lograr
la eliminación de las raíces y la
desaparición de las semillas del suelo;
además, se siembra de forma calculada
para evitar que germinen a
la vez las malas hierbas más
frecuentes y las plantas cultivadas. Se
persigue un buen desarrollo de las raíces
de los cultivos, para que sean
competitivos frente a otras plantas.
– Para luchar contra las plagas de
insectos, parásitos, etc., sólo se permite el
uso restringido de algunos pesticidas que
se degradan fácilmente y no se acumulan
ni en las cosechas ni en el medio ambiente.
También se recurre a la "lucha biológica",
es decir, a la utilización de otros animales o
microorganismos competidores de las
plagas pero inofensivos para los cultivos, o
se desvían las plagas hacia otros lugares.
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La agricultura ecológica pretende
preservar y aumentar la riqueza natural
del suelo, desarrollando agroecosistemas
sostenibles.
• El bienestar animal: la agricultura
ecológica trata de compatibilizar
explotación ganadera y bienestar animal,
no sólo por escrúpulo moral, sino también
como una forma de obtener alimentos de
mayor calidad y valor nutritivo.
– Se limita el número de animales por
unidad de superficie y se obliga a su
transporte en buenas condiciones.
– Se prohíbe el corte de picos, rabos,
cuernos, etc. y sólo se tolera la castración
física cuando no hacerlo influye
negativamente en el sabor de la cane.
– Se prohíbe atar a los animales, que
deben pasar una parte del día al aire libre,
y se respetan sus instintos y
La agricultura intensiva degrada el
suelo, favoreciendo la erosión y el
arrastre de las tierras de cultivo
abandonadas.
comportamientos sociales.
– Los pollos se crían sueltos y no se
sacrifican hasta llegar a una edad mínima,
que les permite crecer pausadamente. Se
limita el uso de la luz artificial para
manipular la puesta de huevos.
– La base de la alimentación es de pasto
y cereal, y los únicos alimentos de origen
animal permitidos provienen de pescados o
lácteos. Los piensos deben proceder
obligatoriamente de agricultura ecológica,
para garantizar la ausencia de residuos
químicos. Se permite una pequeña cantidad
de suplementos de vitaminas y minerales
pero están prohibidos los promotores del
crecimiento y la alimentación forzada.
• Productos "al natural": la agricultura
ecológica no tolera el uso de organismos
modificados genéticamente ni tampoco el
uso de alimentos irradiados. Además, los
productos elaborados sólo pueden
contener ingredientes ecológicos o bien
algunos ingredientes no ecológicos
autorizados (especias, cacao, algunas
grasas...), que no se encuentran de otra
forma. Sólo se autorizan unos pocos
aditivos, considerados aceptables por la
Organización de Consumidores y Usuarios.
¿Quién controla los productos
ecológicos?
A diferencia de las explotaciones
corrientes, las ecológicas son supervisadas
regularmente por organismos
certificadores dependientes de la
Administración o autorizados por ella. Así
se vigila el cumplimiento de la normativa
y se garantiza que los productos que se
presentan como ecológicos lo son
realmente (ver la ficha número 6, sobre
etiquetados especiales).
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La agricultura integrada
La agricultura integrada sólo está
regulada y reconocida en algunas
comunidades autónomas y para
algunos cultivos (por ejemplo, en
Valencia hay plantaciones integradas
de cítricos), donde también se
llevan a cabo controles certificadores y
se cuenta con un etiquetado específico.
Se trata de una agricultura intensiva
dulcificada, pues pretende reducir al
mínimo el impacto ambiental de los
cultivos, utilizando sistemas de riego de
precisión, haciendo un uso racional de los
plaguicidas y los abonos (aunque sean
químicos) e intentando reducir los
residuos en el producto final, al menos a
la mitad de lo autorizado.
Los "transgénicos"
Desde hace mucho tiempo se practica
el cruce de individuos de la misma especie
o de especies parecidas, en busca de la
mejora genética. Pero este sistema es
lento y azaroso. La novedad que
introducen los organismos genéticamente
modificados (OGM), conocidos como
"transgénicos", es que se logran al
manipular los genes de una especie o al
insertar genes de una especie en otra
distinta, para obtener un producto de
nuevas características, de forma
rápida y determinada.
Así se han conseguido, por
ejemplo, los únicos OGM que
pueden comercializarse en la Unión
Europea por el momento: el maíz de
la compañía Syngenta, que tiene un
gen de la bacteria Bacillus turigensis y
resiste al taladro, un insecto muy dañino
para las cosechas, y la soja Round-upready de Monsanto, resistente a los
herbicidas usados contra las malas hierbas.
Aunque actualmente no es posible
afirmar que los OGM presenten riesgos
para la salud humana, los consumidores
europeos los han recibido con mucha
desconfianza. Las críticas a estos
productos son de signo muy distinto: hay
quien duda de sus efectos a largo plazo
sobre la salud y quien percibe en ellos la
concentración de la agricultura en manos
de las compañías productoras de OGM;
otros temen sus efectos en el medio
ambiente (cruces espontáneos con plantas
similares, aparición de hierbas y plagas
resistentes, etc.); también se critica que
sólo supongan un paso más en las
prácticas agrícolas intensivas... En
realidad, las ventajas directas de los OGM
sólo alcanzan por el momento a
productores y distribuidores, pues se
pierden menos cosechas por la acción de
plagas, se gasta menos en tratamientos
fitosanitarios, se prolonga la vida
comercial del producto, etc. Sus
defensores indican que, al rendir más,
permiten reducir la superficie cultivada y
abastecer a más gente, y que pueden
potenciar las ventajas nutricionales
originales. (Vea la ficha número 6, acerca
de los etiquetados especiales).
Información elaborada por el equipo de
OCU
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