No sé si te querría más si supiera quién eres,

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SIN QUE LO SEPAS
A ESE “ALGUIEN”.
Tengo el corazón lleno de tardes de domingo y hierbabuena,
tardes en las que te he querido con cada segundo de mi cuerpo,
con toda mi debilidad y todas mis fuerzas,
como quiere a la vida quien ha estado al filo de perderla.
Atardeceres que hacen llorar porque el alma no puede sentir más,
ni los ojos, estando solos, recoger tanta belleza.
Cuando el viento te trae memorias que nunca existieron
y te recuerda que todo han sido sueños de mañanas sin espera,
de caricias con tacto y abrazos llenos.
Hacia algún lugar dirigí yo mis besos y la locura de mi diálogo,
entre ese silencio con acuse de recibo emborronado por el tiempo
y por la huella torpe de mis manos.
Tengo en el corazón grabado el número exacto de las estrellas,
y un reloj de Tú - Tú que cuenta los segundos por días,
por si me preguntaras cuánto larga fue la espera.
No sé quién eres,
todavía,
pero te he estado anhelando sin que lo supieras.
No sé si mi amor podría ser mayor,
porque es tanto lo que siento ya por ti, por ese “Alguien”,
que si quisiera un poco más, sería sólo amor mi carne.
Te quiero como se puede querer al aire que nos alberga,
como al mismo viento que nos hace sentir vivos cuando nos roza:
sin rostro, sin pasado, sin más atributo que ser Viento
y existir, aunque sólo sea en la piel de quien lo sienta.
Siento quererte tanto que sería capaz de nacer de nuevo
para quererte todos los segundos de mi vida, si me lo pidieras;
para quererte con todas las palabras y en todas las metáforas
de todos los poemas – escritor de corazones en la arena −.
Componer el collage de mis entrañas con los versos más sentidos,
e inventar las formas de expresar este amor que no existieran.
Siento quererte tanto que me gustaría ser agricultor de oficio
para regar cada día las ramblas de nuestra dicha
y darte todo el amor que fuera capaz de engendrar la Tierra.
No sé quién eres,
todavía,
pero me has estado enamorando sin que lo supieras.
La Luna sabe lo que digo. Ella me ha visto llamarte a gritos
por las noches, cuando huele a hierba mojada porque ha llovido,
y las crisálidas tejen y destejen la paz de lo inocente.
Una tristeza amiga mía anega los campos de mi templanza,
y se me abre de par en par el alma para mostrarme el vacío
de no tenerte, y saber que me faltas.
La Luna sabe en silencio de mis secretos más íntimos,
de las caricias, de los recónditos suspiros, de los abrazos
que te he dado y no has sentido.
Ella sabe las veces que te he buscado entre la soledad
de mi desconsuelo, y la de estar rodeado de miradas sin tus ojos.
Las veces que te amé en carne viva, como si fueras el remedio
de la herida que tengo en el pecho, y que me abrasa lentamente
por no estar todavía contigo.
¿Cuánto más durará esta agonía sin enfermo, este luto sin muerto
que está deshaciendo el cáliz de este amor imbebido?
Espero poder estar pronto – corazón en mano −
al otro lado de los versos que te dirijo.
No sé quién eres,
esperanza mía,
pero si me estás oyendo, como quiera que fuera,
allá donde estés,
siento no habernos encontrado todavía;
por eso he escrito este poema para decirte
− quien quiera que seas −
que te estoy amando en cada palabra sin que lo sepas.
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