En la opinión de... Arturo Damm Arnal El empresario, el poder monopólico I Lo mejor para el consumidor resulta, a la larga, lo mejor para la economía en su conjunto, incluidas las empresas, y lo mejor para el consumidor es menores precios, mayor calidad y mejor servicio, todo lo cual se consigue a partir de la mayor competencia posible entre oferentes de bienes y servicios, lo cual es posible siempre y cuando el gobierno no limite o impida la entrada, a cualquier sector de la producción, y a cualquier mercado, de todo aquel, nacional o extranjero, que quiera y pueda participar. Esto es lo único que se requiere para que se alcance el mayor grado de competencia posible, y por lo tanto la mayor competitividad viable, siempre en beneficio de los consumidores y, por lo tanto, de la economía en su conjunto. II Por muchas razones (que van desde la competitividad que alcanza una empresa, lo cual le permite sacar del mercado a la competencia, hasta el privilegio del que, otorgado por el gobierno, disfruta una empresa, prerrogativa que la mantiene al margen de la competencia), en la economía operan monopolios, que reducen la oferta de la mercancía que ofrecen, lo cual les permite elevar el precio de la misma, obteniendo así una ganancia extraordinaria, lo cual es calificado por muchos, no sólo como económicamente ineficaz, sino como éticamente cuestionable, calificaciones que se sintetizan en un solo concepto: precio injusto. Al monopolista se le condena porque cobra un precio injusto, entendiendo por ello el precio que le da la gana, lo 38 ENTORNO precio justo cual no es cierto: ningún monopolista cobra el precio que le da la gana y cualquier precio cobrado, ¡cualquiera!, es un precio justo. El poder del monopolista nunca es tan grande como para permitirle cobrar el precio que le venga en gana, por una razón muy sencilla: aún el monopolista que ofrece un bien o servicio de primera necesidad, y de quien puede pensarse que tiene “capturado” al consumidor, debe preguntarse lo siguiente: ¿Cuál es el precio máximo que el consumidor quiere, ¡o puede!, pagar por lo que le ofrezco? No es verdad que el monopolista pueda cobrar el precio que la dé la gana, ya que tiene que tomar en cuenta la valoración del consumidor (¿cuánto quiere pagar?) y, mucho más importante, su poder adquisitivo (¿cuánto puede pagar?). Si el monopolista pudiera cobrar el precio que le viniera en gana, entonces no entenderíamos por qué toda mercancía ofrecida monopólicamente no se ofrece a un precio, dos, tres cuatro, cinco, veces mayor del que se ofrece. ¿Por qué no? Porque dicho monopolista debe responder: ¿cuál es el precio máximo que el consumidor quiere, en función de su valoración, y puede, en términos de su poder adquisitivo, pagar por la mercancía que se le ofrece? III Además de lo anterior hay que considerar que cualquier precio al que venda el monopolista es un precio justo, y ello por una razón muy sencilla: el monopolista será eso, el único oferente de un bien o servicio, pero no obliga al consumidor a adquirirlo; consumidor que al final de cuentas lo compra porque le da la gana, independientemente de por qué le dio la gana comprarlo, motivo que puede ir desde la intención de satisfacer una necesidad básica hasta el propósito de cumplir un capricho. El precio justo, tema que ha sido tratado desde la Edad Media, y que muchos disparates ha suscitado entre economistas y filósofos, es aquel al que se lleva a cabo la transacción, es decir, aquel al que el oferente está dispuesto a vender, y aquel al que el demandante está dispuesto a comprar, ¡independientemente de cuántos oferentes o demandantes haya en el mercado! Lo cual quiere decir que todo precio es justo. Lo cual no quiere decir que, si pudiera, el oferente no estaría dispuesto a cobrar más, de la misma manera que, si pudiera, el demandante no estaría dispuesto a pagar menos, pero ello es algo distinto del tema aquí tratado. IV Cualquier precio se mueve dentro de los márgenes de una banda de fluctuación, cuyo límite inferior está determinado por el costo de producción de la mercancía (costo en el cual se incluye la ganancia normal del empresario), al tiempo que el límite superior está definido por la proporción de su ingreso que el consumidor está dispuesto a pagar, lo cual depende de su valoración (¿cuánto quiere pagar?) y poder adquisitivo (¿cuánto puede pagar?). Foto: Ana Lourdes Herrera / Indexopen y el $ El intercambio se llevará a cabo a cualquier precio dentro de la banda de fluctuación, lo cual quiere decir que el consumidor debe preguntarse cuál es el precio mínimo al que el oferente está dispuesto a vender, lo cual dependerá de su costo de producción, de la misma manera que el oferente debe preguntarse cuál es el máximo precio que el consumidor está dispuesto a pagar, lo cual dependerá de su valoración y poder adquisitivo. En la medida en la que haya más competencia por el lado de la oferta, y el consumidor tenga más opciones entre las que elegir, el precio se acercará al límite inferior de la banda de fluctuación. Por el contrario, en la medida en que haya menos competencia, el precio se acercará al límite superior de la banda. En el caso extremo, el del monopolio, el precio se ubicará en el límite superior, y el consumidor pagará el máximo precio que, en función de su valoración y de su poder adquisitivo, está dispuesto a pagar, lo cual quiere decir que pretende estar mejor después de haber comprado y consumido la mercancía en cuestión, que con cualquiera de las otras opciones de consumo o ahorro a las que podría haber destinado esa cantidad de dinero. En síntesis: aún pagando el mayor precio que está dispuesto a pagar, y precisamente porque está dispuesto a pagarlo, el consumidor obtiene un beneficio, ¡pese a que la oferta es monopólica y el precio se ubica en el margen superior de la banda de fluctuación! V Para comprender mejor lo anterior supongamos que un consumidor le compra, a un monopolista, una determinada mercancía, y que una vez hecha la transacción se queja en los siguientes términos: “¡He sido objeto de una injusticia! ¡Me cobraron en precio injusto por la mercancía!”. Uno debe razonar en los 99.90 siguientes términos: “Qué injusticia más rara aquella a la cual la víctima accede voluntariamente, porque más que haber cobrado el oferente un precio, lo que sucedió es que el consumidor lo pagó voluntariamente, libre desembolso que me lleva a la siguiente pregunta: “¿Si el mentado consumidor considera que el precio es injusto, por qué lo paga?” VI A la hora de analizar el monopolio, hay que tener en cuenta, uno, que ningún monopolista puede vender al precio que le dé la gana y, dos, que cualquier precio al que se lleve a cabo cualquier transacción, independientemente de qué tanta competencia haya por el lado de la oferta, es un precio justo, entendiendo por tal aquel al que ambas partes ganan, razón por la cual están dispuestos a intercambiar. Dicho lo anterior, regreso a la idea con la que inicié: lo mejor para el consumidor es menores precios, mayor calidad y mejor servicio, todo lo cual se consigue con la competencia entre oferentes, lo cual es posible siempre y cuando el gobierno no limite o impida la entrada, a cualquier sector de la actividad económica, y a cualquier mercado, de todo aquel, nacional % o extranjero, que pueda participar produciendo, distribuyendo y ofreciendo bienes y servicios. Pero una cosa es decir que lo mejor para el consumidor es lo dicho, comenzando por menores precios, y otra muy distinta que el monopolista cobre el precio que le da la gana, razón por la cual ese precio es injusto. Quien afirme tales cosas no tiene la menor idea de cómo se determinan los precios. Por último, por si hiciera falta, una aclaración: yo no estoy justificando al monopolio, mucho menos al gubernamental, o al privado producto de la concesión monopólica otorgada por el gobierno, sino aclarando que las dos afirmaciones —El monopolio cobra el precio que le da la gana y El precio cobrado por el monopolio es injusto— no son ciertas, razón por la cual los monopolios distan mucho de tener el poder que muchos les suponen. E Arturo Damm, Licenciado en Economía y Filosofía, es profesor de la Escuela de Economía y la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana. Articulista en varios periódicos y revistas y comentarista de radio y televisión, es autor de diez libros sobre temas de economía y filosofía, y coautor de otros cuatro. E-mail: [email protected] ENTORNO 39