NO TE PIDO QUE ME QUIERAS, ME BASTA CON SOÑARLO El hombre es lo que hace con lo que hicieron de él. Jean-Paul Sartre, existencialista francés que renunció al premio Nobel. Lo hice lo mejor que pude con lo que tenía. Joe Louis, campeón del mundo de los pesos pesados, prácticamente analfabeto. Cada noche, cuando el carcelero apaga las luces y bajo los jirones de sombras sólo escucho toses y suspiros, existe un momento mágico en el que me vuelvo osado. Entonces aprieto los ojos, muevo los labios y con el corazón desnudo te pido que me quieras. No te sientas violenta, por favor, soy plenamente consciente de lo absurdo de mi propuesta. Una aporía del orden moral y práctico, como dice la voluntaria que viene a darnos clase. «Aporía», jamás pensé que iba a utilizar una palabra así. Sin embargo, la apunté con mi mejor letra en el pequeño cuaderno que siempre va en mi bolsillo, y antes de escribirla (con la petulancia propia de cualquier enamorado) la consulté de nuevo en el diccionario: «Aporía: Inviabilidad del orden racional». En el barrio en el que crecí no abundaban este tipo de expresiones. Sólo las pronunciaban los pardillos, y éstos, créeme, tenían que cuidarse muy mucho de quien caminaba a sus espaldas. De mí el primero. No, tú y yo no hemos sido llamados a vivir una historia irrepetible, de ésas que llenan las páginas de las revistas de papel cuché. No, qué sinsentido. Sería ir en contra de las tozudas fuerzas que mueven esos hilos del mundo que parecen hechos de acero. Estamos separados por el insalvable muro de la moral, y por detrás de éste han levantado otro más elevado aún: el de la realidad diáfana. Te preguntarás por qué te escribo, para qué malgastar mi tiempo en una fantasía disparatada. Yo te lo digo: porque aquí tengo tiempo para los disparates. De hecho, tiempo es mi única moneda de cambio. Y aunque es inadmisible pensar que alguien como tú pudiera compartir siquiera un inocente paseo conmigo, mientras tenga este bolígrafo en la mano siento que estás tan cerca de mí como lo está el papel en el que escribo. ¿Acaso puedo aspirar a más? Estas migajas para mí son más que suficiente. Para mí escribirte de tú a tú, justifica sobradamente mi existencia. No te pido que me quieras, me basta con soñarlo [1] Los truenos retumban en la lejanía. Va a ser una noche difícil. Pronto apagarán las luces y entonces regresarán los penachos que pintan de gris marengo las paredes de mi celda, así que mejor no me ando con rodeos. La verdad por delante: no soy un tipo que despierte empatía. Todos mis familiares me han dado la espalda. Uno tras otro. Nada les reprocho, motivos no les faltan. Soy lo que se dice un alma sucia. Para qué detenerse en detalles morbosos. Estoy seguro de que a ti no te interesan. Dejémoslo, entonces, estar. Estoy aquí por méritos propios, no porque la sociedad me señalara el camino y demás historias al uso. No soy tan cobarde como para no aceptar mi destino. Dentro del penal tampoco he hecho amigos. Por mucho que veas en las películas que en las cárceles los presos son una piña, es una verdad a medias. En todos los sitios cuecen habas y esto no iba a ser una excepción. Hay gente noble, no lo discuto. Tienen sus códigos y los respetan, y aunque no te gusten sus reglas, al menos sabes a qué atenerte, lo cual es bastante para no tropezar con ellos. Pero esa gente es minoría. La mayoría de los reclusos va a lo suyo, y desde hace semanas, por no decir meses, lo mío eres tú. Te preguntarás cómo he sabido de tu existencia. El azar hizo bien su trabajo. Me explico: en uno de los espacios comunes han instalado cuatro ordenadores con conexión a internet. Como te podrás imaginar hay mucha demanda entre los reclusos. La mayoría de las mañanas tienes que hacer cola para navegar unos minutos. Las páginas están restringidas, y las que no, vigiladas. Nadie va a planificar una fuga sirviéndose de los ordenadores de la cárcel, puedes apostar por ello. Navegando sin rumbo fijo entré en una de esas redes sociales. Me llaman poderosamente la razón por el hecho de que en ellas la gente intenta desesperadamente aparentar que es feliz. Publican mensajes optimistas, llenos de simbolismo, que si los lees con detenimiento no resisten la prueba del nueve, pero a ellos les da igual, su único objetivo es que los demás piensen lo plenas que son sus vidas, que la felicidad les desborda, que todo tiene un sentido y ellos han dado con la combinación secreta. Pero por mucho que aparenten a mí no me engañan, no. Lo que ellos intentan hacer pasar por felicidad en realidad se llama incertidumbre. Lo he visto cientos de veces. Gente que camina por las calles dudando de lo que hacen, de lo que creen, de su pasado y de su futuro, y cuando alguien duda de todo y de todos, se aferra con fuerza de titán al tablón que le ofrecen otros náufragos. Allí, a punto de ahogarse No te pido que me quieras, me basta con soñarlo [2] acuerdan todo tipo de conjeturas que les salvarán de un destino fatal. Tienen medio cuerpo bajo el agua y las piernas atenazadas por el frío, pero mientras alguien comparta con ellos sus falacias se sentirán seguros. Aunque suene grotesco viniendo de un tipo en mi situación, en el fondo me dan pena. Entre ese nubarrón de presuntuosos que se intercambian «me gustas» y felicitaciones inocuas (porque no importa lo que escribas, lo que importa es que los demás reaccionen) apareciste tú. No me preguntes cuándo ni cómo, ya te dije que el azar jugó su papel. Lo que sí recuerdo es que te encontré justo cuando se me agotaban los escasos minutos que nos conceden para el uso del ordenador, y lo realmente fascinante fue que sólo tuve que ver por un instante esa sonrisa sincera para leer cada una de las páginas que guardas en esa biblioteca tuya que llamas alma. No me malinterpretes. No estoy insinuando que seas una persona predecible, nada más lejos de mi intención. Lo que quiero decir es que sin conocerte, sin haber jamás tratado a nadie mínimamente parecido, horas más tarde, de vuelta en la celda, pude dibujarte en mi mente sin que se me torciera el trazo. Fue como una revelación, el descubrimiento de un mundo paralelo hasta entonces vedado, o si lo prefieres, como si por primera vez te hubieras detenido a mirar a través de las ventanas de una casa por la que pasas indiferente todos los días, para acabar descubriendo tras los cristales un universo limpio y nítido. Pensarás que estoy loco, que nunca hemos cruzado una palabra y que nunca lo haremos, y que aun así presumo de saber todo de ti. Precisamente este hecho inconsistente es lo que me ha hecho enamorarme de manera irracional. Y todavía te sonará más ridículo cuando te reconozca que nunca antes he estado enamorado. Claro que me gustan las mujeres, no te equivoques, he estado con muchas. Pero si enamorarse es aceptar que te pongan patas arriba para vaciar tus bolsillos de toda esa falsa reciedumbre, yo estoy enamorado de ti hasta los tuétanos. Al día siguiente guardé de nuevo cola y tras una hora de espera, conseguí que me dejaran un ordenador. Entré en la red social y me entretuve visionando el resto de fotos que habías publicado, y éstas no hicieron más que confirmar lo excepcional de mi descubrimiento. En particular me detuve en una fotografía en la que estás con tu marido. Salta a la vista que es una buena persona. La vida le pasa factura, sí, pero es una lucha digna. Las canas y el pelo ralo son medallas No te pido que me quieras, me basta con soñarlo [3] ganadas en el campo de batalla. Estoy seguro de que nunca tendrá que avergonzarse de sus actos. Luego están tus dos hijos. No puedo precisar la edad, soy muy malo para esas cosas, puede que diez, doce años, qué se yo. Una de las últimas fotos que has subido es de ellos en una procesión. En otra fotografía de ese mismo día posan contigo y tú sonríes orgullosa de su fe, la fe que tú y tu marido les habéis trasmitido. Para ti la religión es un baluarte, el pegamento que une las piezas rotas. Yo no soy una persona religiosa. Creo en Dios, pero es evidente que Él no cree en mí. Tampoco le culpo, ni a Él, ni a mis padres, ni a mis amigos, ni al barrio donde crecí. Son ellos los que tienen que estar enojados conmigo. Yo soy el tipo que corrompía a los que estaban a su lado, el que humillaba, el que conminaba a saltarse las reglas. Uno de los rudos peones de los que se sirve el diablo para emborronar el mundo. Pero de todo eso de lo que en su día me jacté, ahora me arrepiento. Y no vayas a pensar que es por estar aquí prisionero, de ser así la catarsis se hubiera producido mucho antes. No, el origen de mi contrición está muy lejos de este lugar, y sólo tú sabes dónde. Porque desde la mañana en la que te descubrí veo las cosas bajo un prisma distinto. Para empezar intento aprender todo lo posible. Es como una obsesión. Consulto los periódicos de la biblioteca, revistas de ciencia, de historia, lo que sea. Abro bien los ojos para leer entre líneas. Mi cuaderno está repleto de palabras nuevas. Los martes y jueves espero ansioso la llegada de la voluntaria. A sus clases asistimos cuatro pelagatos. No es una mujer que se haga querer. No te mira a los ojos. Se mantiene distante, como si nos tuviera miedo, lo cual entra dentro de la lógica. El otro día el Trucho nos dijo que un tipo de administración le comentó que el director del penal todos los meses le firma una especie de certificado para que en el futuro le sirva para puntuar en una oposición. El Trucho lo dijo con rabia en los labios, animándonos a que dejáramos de asistir. A mí me da igual que la profesora lo haga desinteresadamente o no. Yo voy a sus clases porque me hacen pensar. Cuando salga de aquí no quiero que mi vida se resuma en un vaso de cerveza y un partido de fútbol. No. Ahelo a pensar en cosas que tal vez a ti también te interesen. En mi imaginación hablo contigo y juntos le damos la vuelta a los temas más variopintos. Por ejemplo, el otro día la profesora nos habló del No te pido que me quieras, me basta con soñarlo [4] hombre que estableció la ecuación de la desesperanza. No me dio tiempo a apuntar su nombre, pero recuerdo perfectamente la fórmula: D=S-P Desesperanza es sufrimiento sin propósito. ¿No te parece una idea extraordinaria? Este tipo de reflexiones que antes me pasaban desapercibidas ahora me sirven de estímulo. Porque en esa ecuación se establece el comportamiento de mucha gente con quien me topé en la vida. Representa el veneno de quien tiene de todo y, sin embargo, en lugar de apreciarlo se obsesiona en sufrir por cualquier ñoñería. Tal vez la profesora no fuera consciente, pues se estaba dirigiendo a un puñado de hombres que tenemos motivos sobrados para hundirnos en la desazón, pero el saber que otras personas viven en una cárcel sin jamás haber pisado una, a mí me da pistas sobre lo que debo hacer una vez salga de aquí. Yo a esta ecuación le voy a cambiar el nombre y la llamaré la ecuación de «La Esperanza», porque te juro que cuando salga no perderé un solo segundo en andar lamentándome sobre si existen fuerzas oscuras que conspiran contra mí. Ningún pensamiento inanimado va a bloquearme. Tampoco me quedaré cruzado de brazos esperando a que alguien me ponga un “me gusta” en una fotografía. Me moveré, haré cosas que me hagan sentirme digno, seguiré tu ejemplo, porque yo sé que tus acciones son lo que en realidad provocan tu sonrisa, y que ésa es la razón de que sea una sonrisa sincera, fruto de un acto que te llena (no de un pensamiento o de un deseo), un acto que tiene trascendencia entre la gente que está a tu alrededor. Ellos te quieren por el efecto que producen en ellos tus acciones. Sentirse querido debe ser emocionante. Sólo así se puede ser feliz. El otro jueves la voluntaria nos pidió que escribiéramos un párrafo sobre lo que pensamos que es el amor. Nos dijo que iba a emplearlo en no sé qué estudio que está llevando a cabo. Tuvo mucho valor al pedírselo a unos reos, algunos de ellos condenados por delitos de sangre. Nos dio hasta el martes siguiente para terminar la redacción. Yo me lo tomé en serio. De hecho escribí varios borradores. Al final le presenté éste: «Llueve. Las gotas caen sobre los tejados, golpean los parabrisas de los coches, amedrentan a los pájaros. Los paseantes corren a buscar No te pido que me quieras, me basta con soñarlo [5] refugio en los soportales. Las gotas de lluvia se escriben en tiempo presente. Para ellas el pasado fue una génesis imperceptible y no existe más destino que el futuro inmediato. Hay algo humano en las gotas de lluvia, la respuesta inconsciente en los momentos dramáticos. En el amor, sin ir más lejos. El amor está reñido con la cordura. Ciegos de amor somos capaces de justificar la más absurda de las fruslerías a las que nos aboca el instinto. Sufrimos, lloramos, la melancolía nos aprieta fuerte el corazón. Y a pesar de todo, a nadie le disgusta que el amor le sorprenda como la lluvia de septiembre, sin paraguas ni capucha». A la salida de clase, la profesora me llevó a un aparte y me felicitó. Creo que no estaba fingiendo como la he visto hacer en otras ocasiones. Me regaló un diccionario que escondo bajo el colchón. Debo ir terminando. Dentro de poco van a apagar la luz. Según el calendario en un par de meses estaré fuera. No te preocupes, que no pienso ir en tu busca. No te abordaré en la calle para pedirte que tomes un café conmigo. No tendrás que pasar un rato incómodo escuchando mi historia, preguntándote a cada momento qué querrá de mí éste, un exconvicto con ojos de perturbado. Ni siquiera pienso mandarte una carta anónima que te haga partícipe de lo que no deseas. Sigue con tu vida que yo emprenderé la mía. Lo que me has dado durante todo este tiempo es más que suficiente para llenarme de gratitud. Porque me has dado ESPERANZA, y aquí esa es una palabra que se escribe con mayúsculas. Tú y yo seremos lo que dijo un filósofo llamado Spinoza (éste sí que me dio tiempo a apuntar su nombre): «No existen buenas ni malas personas. Las personas simplemente nos complementamos». Voy a dejar el cuaderno debajo de la almohada. Entonces cerraré los ojos y moviendo los labios con el corazón en la mano una vez más te pediré que me quieras. Ya sabes que a nada te obligo, me basta con soñarlo. —Fin— No te pido que me quieras, me basta con soñarlo [6]