las políticas sociales en las sociedades complejas

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secuencia de todo ello, se ha modificado también el propio concepto de política social y ha
sobrepasado los límites de la política pública.
La nueva política social, ha llegado a la esfera próxima al ciudadano, con un concepto
local que impregna todas sus acciones.
«LAS POLÍTICAS SOCIALES
EN LAS SOCIEDADES
COMPLEJAS»
MANUEL HERRERA GÓMEZ
PEDRO CASTÓN BOYER
Ariel, 2003. 245 páginas
Se presenta una obra de gran actualidad
en el terreno de la política social, situada en
pleno debate sobre el papel del Estado en la
satisfacción de las necesidades a la población.
Sobresale entre toda la bibliografía existente
sobre Política Social, porque lejos de ser una
recopilación de sucesos históricos, constituye,
tras el análisis de la sociedad presente, una
verdadera propuesta de actuación. Parte de
un conjunto de hipótesis que se pretenden
resolver tales como la transición de la integración sistémica a la integración social; de la
centralidad del Estado a la pluralidad de
actores dentro de la organización reticular y
desde la delegación de los aparatos centrales,
verticales y nacionales a la autonomización
de las instituciones de bienestar. Como con-
La introducción, nos sitúan en el estado de
la cuestión, esbozando las notas más distintivas del tránsito de la normatividad a la relacionalidad en la política social. Posteriormente, a lo largo de sus siete capítulos, se revisa
el concepto de Política Social, los cambios
ocurridos en los últimos años, la planificación
social desde la sociología, los nuevos desafíos,
la situación de la política social en Europa, el
Tercer Sector y la community care, entre
otras cuestiones. Se concluye con una propuesta de política social como «guía relacional» desde las comunidades locales. Además,
se incluye una extensa bibliografía internacional que no olvida a ningún autor relevante
en este debate. En todos los capítulos, se
observa una estructura similar que supera a
la mera descripción. Sus autores plantean,
como en cualquier investigación, hipótesis de
partida, se cuestionan los problemas actuales, mostrando las posibles soluciones y proponiendo esquemas de intervención que combinan de modo completo la teoría con la práctica diaria. Si algunos autores han sido capaces de identificar las notas distintivas de la
política social en las sociedades complejas,
Castón y Herrera, proponen esquemas de
actuación innovadores, que superan los anteriores paradigmas. Este hecho, hace que su
obra pueda ser recomendada para teóricos y
profesionales en cualquier intervención
social.
Como punto de partida, asistimos a un
nuevo ciclo histórico de la política social, una
vez que se han consolidado de modo normativo los derechos sociales de los ciudadanos,
propugnados de un modo u otro por Bismarck
en el siglo XIX o más tarde, tras la II Guerra
Mundial, por Beveridge. La sociedad en la
que se sustentaban los propósitos anteriores
ha sido sustituida por otra compleja y post-
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moderna en la que resulta difícil asegurar un
incremento lineal y constante de los derechos
sociales sin modificar los modelos imperantes. Se trata de una sociedad fragmentada,
pluralizada y con nuevos problemas sociales
y desde ella surge el planteamiento de cómo
resolver estas cuestiones, qué actores participarán y de qué modo.
Por esta razón, se aborda en el primer
capítulo, el propio concepto dinámico de política social. Nacido con el Estado moderno, en
el siglo veinte se identificó con las acciones,
estructuras y procesos del Estado del Bienestar. Pese a que se comentan los aspectos más
emblemáticos en su origen y desarrollo histórico, se pone el énfasis en el hecho de que a lo
largo de este proceso se ha olvidado el desempeño de las políticas sociales en manos de
sujetos diferentes al Estado, de modo societario. Junto con ello, las tradicionales definiciones de la política social ya no sirven para
explicar la situación actual y son superadas,
en todas sus vertientes, por nuevas configuraciones.
Incluso la disciplina se ha modificado desde su origen y se entiende que insistir en el
carácter solidario de lo social en contraposición con el carácter egoísta de lo económico es
promover la participación de la administración pública y hacer más pasivos a quienes
tienen necesidad de ayuda. En definitiva, hay
que superar las anteriores definiciones y
entender la política social en las sociedades
complejas como toda institución y actor de la
escena social que, en un marco de Estado que
asegura todas las garantías liberales-democráticas, se sensibiliza en la función difusa de
evitar la pobreza, marginación y desviación;
distribuye de forma equitativa las oportunidades de vida y realiza estas funciones con el
mayor grado de auto-responsabilización.
Una vez resuelta la definición de política
social, es adecuado replantear la compleja
relación entre conocimiento sociológico y planificación social. Por ello, en el segundo capítulo se pretenden sacar a flote aquellas condi-
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ciones que precisan una eficaz relación entre
sociología y programación social en la sociedad compleja. Hay que utilizar una aproximación que sepa prever al mismo tiempo una
mayor diferenciación e integración entre
ambas disciplinas. Alejado de los tres paradigmas propuestos y debatidos (realismo
positivista, constructivista y del convencionalismo) se abre un cuarto paradigma, denominado relacional. Pese a sus ventajas, existen
obstáculos a superar para lograr una intervención adecuada. Entre ellos, la posibilidad
de distinguir entre el conocimiento real de la
situación y la evaluación, dónde termina la
intervención y cómo puede mejorarse la
comunicación entre operador y destinatario
cuando depende de los procesos de transformación de las señales para estos últimos.
Para resolver las relaciones distorsionadas entre política social y teoría sociológica,
se propone un modelo de Observación, Diagnóstico e Intervención (ODG) similar al AGIL
de Parsons, donde la L sería ocupada por la
planificación relacional más próxima a los
mundos vitales, a las asociaciones y a la community care. En definitiva, los modelos relacionales son capaces de elaborar estrategias
que respetan la integridad de los individuos
al tiempo que promueven un cambio organizado, mediante la formación de contextos culturales en los que un mínimo de orientaciones
comunes en valores permiten la autogestión
de los subsistemas, dentro de los límites de su
autonomía.
Resuelta la asociación entre ambas disciplinas, queda pendiente conocer el papel que
tendrá la ciudadanía en las sociedades complejas. Este concepto, planteado por T.H.
Marshall, como conjunto de derechos y deberes que vincula al individuo a la plena pertenencia a la sociedad, vuelve a adquirir protagonismo. La sociedad del trabajo también se
ha modificado y ha aumentado la complejidad social con nuevos derechos y nuevas marginaciones, lo que impone la elaboración de
un nuevo marco conceptual. Nos encontramos ante una paradoja: al tiempo que la idea
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tradicional de ciudadanía ya no es adecuada,
es posible garantizar a todos, prescindiendo
de su condición cultural, social y económica,
la emancipación e igualdad de posibilidades
que prometía realizar. Sin embargo, hay que
reconocer que una compleja mezcla de factores económicos y socioculturales que hunden
sus raíces en variables de género, edad y
raza, constatan que la realización de una ciudadanía plena aún constituye un objetivo
muy lejano para buena parte de la población,
es decir, un proyecto no realizado.
Es importante reconocer que en algunas
necesidades el sector informal puede ejercer
un mejor papel que el formal y viceversa. Del
mismo modo, resulta básico racionalizar los
recursos para evitar duplicidad de competencias y entender que todo aquel que ejerce una
acción sobre el bienestar forma parte de esta
red. Desde el punto de vista de la actuación,
se inserta en la lógica del case-manager en la
que se otorga la función de director a la
misión de buscar todos los vínculos posibles
para solucionar el problema.
Como se ha mencionado, en la nueva política social, el Tercer Sector ocupa un importante papel como actor, por lo que se nos acerca a sus características más relevantes y a los
cambios experimentados en las últimas décadas. Se trata de organizaciones creadas para
cumplir finalidades sociales que se avalan
por la implicación de voluntarios, que se
basan en un ethos que valora la igualdad y la
participación en modelos de gestión más
democráticos que aquellos típicos de organizaciones burocráticas y cuyos recursos no
provienen de consumidores finales. Pese a su
crecimiento en número, contribuyendo a la
elaboración de una ciudadanía de autonomías sociales, les ha faltado el pleno reconocimiento institucional, impidiendo que se creasen campos organizativos verdaderos y propios.
En la esfera gubernamental, todos los
Estados europeos están activando políticas
de welfare mix, con dos grandes modelos
alternativos: el liberal/laborista y el societario o relacional. La ciudadanía es concebida
como un complejo de derechos-deberes de los
sujetos y el gobierno es una concertación
entre el Estado y una pluralidad de actores
sociales. Por este motivo, el bienestar debe
ser expresión de la sociedad más que del
Estado. Para actuar en este contexto sin perder las nociones de calidad, eficacia y eficiencia es precisa la actuación conjunta del mercado (A), política (G), economía social (I) y
comunidades primarias (L).
Además, el énfasis en la configuración
relacional se encuentra en la esfera local, por
lo que se asiste a un interés creciente por la
community care. Es un modelo de intervención en el que participan diversas fuentes de
ayuda, que pueden proceder de la asistencia
pública, privada mediante pago, de voluntarios e informal. Para que la acción sea eficaz,
en cada intervención es preciso delimitar qué
tipo de necesidad es precisa y qué nivel de
profesionalidad se requiere. Además, conocer
el grado de familiaridad entre el asistido y
sus red informal de apoyo. En último término, respecto a la red privada, de quién dependen otros para realizar sus acciones cotidianas.
En este panorama de necesidades pendientes, los sistemas de protección social en
Europa han llegado a un punto crítico y se
debaten entre el desarrollo de una protección
social más amplia o la estabilización de un
sistema público que garantice prestaciones
solamente a los grupos sociales más débiles.
Los autores vuelven a superar ambas posturas y proponen un nuevo diseño global de la
protección social que incluya a múltiples
actores, un conjunto de derechos sociales más
complejo, criterios de valoración sustentados
en la eficacia, eficiencia y equidad y nuevas
modalidades basadas en las redes formalesinformales. En su opinión, la nueva protección social en Europa ha de sustentarse en los
principios de solidaridad, subsidiariedad,
democracia asociativa y macro-micro link en
las comunidades locales. Además, se solicitan
como reglas un nuevo espíritu de las combi-
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naciones, ubicarse en el punto de vista del
cliente como ciudadano, pensar en otros criterios de Estado-mercado, como el Tercer Sector, cooperación y coordinación entre los
diversos sectores de la protección social y flexibilidad de los esquemas de garantías, configurados bajo la relación de ObservaciónDiagnóstico-y Guía. Todo ello, entendiendo al
Estado como ordenador general.
En definitiva, al igual que otros autores
(Pierson, 1991:216-17; Beltrán, 2000:26; Tortella, 2000; Offe, 1990:141), este libro aboga
por la reorganización frente al criticado desmantelamiento del Estado del bienestar.
Además, incluso el término se ha modificado
y hoy se trata de la sociedad del bienestar,
poniendo el acento en la responsabilidad de
las familias y las personas singulares, en
todos los niveles de modo integrado. Las nuevas estrategias dejan al Estado como organizador y tienen su bisagra en las comunidades
locales, haciendo de la community care una
verdadera y propia policy, construyendo las
políticas sociales como sistemas de observación, diagnóstico y guía-relacional. En resumen, el eslogan think globally, act locally
sigue siendo aún válido y la política social se
convierte hoy en responsabilidad de todos.
Mª DOLORES MARTÍN-LAGOS LÓPEZ
Departamento de Sociología
Universidad de Granada
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