DOMINGO 3º de PASCUA. Ciclo A “Al partir el Pan…. lo reconocieron” El Domingo es el día del Señor, el día del encuentro con Cristo Resucitado. Como discípulos acudimos a su llamada para explicarnos las Escrituras y partir para nosotros el pan. En el caminar peregrino de nuestra vida, a veces con sombras y cansancios, el Señor, también, peregrino, sale a nuestro encuentro. Jesús es el amigo que se sitúa en nuestro camino y en nuestra realidad concreta, para acompañarnos e iluminarnos como hizo con los discípulos de Emaús cuando iban desanimados y con sus esperanzas frustradas. Digamos como ellos ¡Quédate con nosotros, Señor, porque atardece!. ¿Qué pasa en nuestro mundo?. Todos recorremos con frecuencia el camino de Emaús, desanimados y sin esperanzas. Los jóvenes están desencantados. Es fácil soñar despiertos y esperar realidades ajenas a la vida concreta y real. Es fácil soñar conquistas y éxitos y cuántas veces las esperanzas se nos vienen abajo y con ellas nos hundimos nosotros y nuestra fe. Como si la esperanza consistiese en tener un éxito en los estudios o en el trabajo o un buen resultado en todo lo que nos sucede. No nos resulta fácil reconocer a Jesús cuando estamos encerrados en nuestro pequeño mundo, en sus esquemas y sus sueños. Pero Él sigue caminando con nosotros, como los discípulos de Emaús y nos devuelve la esperanza si nos abrimos a su persona. ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?: Con un análisis de la realidad así, la Palabra de Dios sale a nuestro paso y nos orienta. Libro de los Hechos de los Apóstoles –primera lectura-: Cuando se recibe el Espíritu no se puede dejar de dar testimonio. Por eso, Pedro levanta la voz ante los judíos para hablar de Jesús y proclamar que Dios lo ha constituido Señor y Mesías con la Resurrección. En la 1ª carta de Pedro –segunda lectura- se nos recuerda que estamos llamados a la plenitud y la santidad porque somos hijos de Dios, porque fuimos rescatados con la sangre de Jesús y porque por su resurrección, ya sólo vivimos en Dios y para Dios, en Él está nuestra fe y nuestra esperanza. En el pasaje evangélico de san Lucas, dos discípulos tristes y desesperanzados vuelven a Emaús después de la muerte de Jesús. En el camino recuerdan, estudian, discuten sobre lo sucedido. Han perdido la esperanza pero no han perdido el amor. Y Jesús les sale al encuentro en el camino. No lo conocen pero les regala su presencia y su palabra y les enciende el corazón. La presencia se hará clara cuando compartan el pan, cuando celebren la Eucaristía. Aquellos discípulos también resucitaron; enseguida desandaron el camino llenos de alegría y esperanza convirtiéndose en testigos de la Resurrección. Para nuestra vida cristiana. Hoy también nos encontramos con cristianos (sacerdotes, catequistas, padres, agentes de pastoral …) desanimados, desorientados, desilusionados, pesimistas…. Como si aquí ya no hubiera nada que hacer. Esperaban otra cosa: unas parroquias más pujantes, unos hijos más cristianos, unos confirmados más coherentes, una juventud más de Iglesia… Han pasado muchos años de Concilio. Se han realizado Sínodos. Se trabaja en pastoral juvenil y vocacional… “Y ya ves…” A Jesús lo reconocieron en un contexto eucarístico, como el que vivimos cada vez que celebramos la Eucaristía. ¿Seremos capaces de reconocer a Jesús en la Misa? ¿O ya estamos habituados a “oír” la Misa que nos deja impasibles?. Comentado este episodio evangélico, san Agustín afirma: “Jesús parte el pan y ellos lo reconocen. Entonces nosotros no podemos decir que no conocemos a Cristo. Si creemos, lo conocemos. Más aún, si creemos, lo tenemos. Ellos tenían a Cristo a su mesa; nosotros lo tenemos en nuestra alma”. Y concluye: “Tener a Cristo en nuestro corazón es mucho más que tenerlo en la casa, pues nuestro corazón es más íntimo para nosotros que nuestra casa” (Discurso 232, VII, 7). Vivir el cristianismo es complejo, es lucha. Necesitamos la fuerza de la Eucaristía, la oración, el encuentro con Cristo Resucitado y con la Comunidad. Aquí encontramos palabras de vida que iluminan nuestro peregrinar; que nos dicen cuál es la voluntad de Dios sobre nosotros y sobre el mundo; que nos reconfortan y nos dicen: “era necesario que el Mesías ( y la Iglesia y cada uno de nosotros) padeciera esto para entrar en su gloria”. La Eucaristía no puede ser una cosa más que hacemos los domingos, una obligación que cumplir. La Eucaristía ha de ser encuentro con el Señor, que nos renueve y nos llene de vida y esperanza. La Eucaristía nos impulsa y urge al apostolado, a la acción… (los dos de Emaús se volvieron a Jerusalén, a pesar de la distancia y el cansancio). Para quien vive la Eucaristía no hay obstáculos. Pero, ¡ojo!, no olvidemos que no se puede vivir la Eucaristía, ni la Pascua, ni encontrarse con Cristo resucitado, si no amamos a nuestros hermanos, sobre todo los necesitados. ¡Conviene no perder de vista esto!. Viviremos mejor la Eucaristía cuanto más amemos a nuestros hermanos. Y amaremos más a nuestros hermanos cuanto mejor vivamos la Santa Misa. Avelino José Belenguer Calvé. Delegado episcopal de Liturgia.