JOAQUÍN LLOBELL «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 1. Introducción ................................................................................................................. 2 2. Los conceptos de «jurisdicción» y de «competencia» .................................................. 3 3. Concepto de «fuero». Clasificación de los «fueros competentes». El «privilegio del fuero»...................................................................................................................... 6 4. La distinción entre la competencia absoluta y la competencia relativa. Los criterios determinantes de la competencia relativa .................................................... 11 5. Los diversos tipos de competencia absoluta .............................................................. 13 6. a) La competencia material ................................................................................... 14 b) La competencia subjetiva.................................................................................. 16 c) La competencia ritual........................................................................................ 17 d) La competencia funcional ................................................................................. 18 La modificación de los títulos de competencia .......................................................... 22 a) La comisión y la prórroga de la competencia. La delegación ........................... 22 b) La tramitación de la comisión y de la prórroga ante la Signatura Apostólica ......................................................................................................... 24 c) La prórroga ilegítima ........................................................................................ 25 d) Momento del proceso en que se determina el tribunal competente .................. 28 7. La inmunidad del Romano Pontífice (c. 1404) .......................................................... 29 8. Las «causas mayores» (c. 1405) ................................................................................. 31 a) Causas reservadas o avocadas al juicio del Romano Pontífice (§ 1) ................ 31 b) Actos confirmados «en forma específica» por el Romano Pontífice (§ 2) ....... 36 c) Causas reservadas a la Rota Romana (§ 3) ....................................................... 37 9. La inexistencia y la nulidad insanable de las decisiones que violan las prescripciones de los cc. 1404 y 1405 (c. 1406) ........................................................ 39 10. El «juez natural» y la naturaleza pública de los títulos de competencia relativa (c. 1407) ..................................................................................................................... 39 11. El «fuero general» (c. 1408) ....................................................................................... 44 12. Los «fueros subsidiarios» del vago y del actor (c. 1409) ........................................... 46 13. El «fuero real» o «fuero de la cosa» (c. 1410) ............................................................ 47 14. El «fuero de las obligaciones» (c. 1411) .................................................................... 49 15. El «fuero del delito» (c. 1412) .................................................................................... 52 16. El «fuero de la administración de bienes» y el «fuero de las sucesiones ‘mortis causa’» (c. 1413) ........................................................................................................ 54 «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 2 17. El «fuero de la conexión» (c. 1414) ........................................................................... 56 18. La resolución «ex lege» de los conflictos de competencia: la prevención (c. 1415) .......................................................................................................................... 62 19. La resolución judicial y administrativa de los conflictos de competencia (c. 1416) .......................................................................................................................... 66 SUMARIO: 1.– Introducción. 2.– Los conceptos de «jurisdicción» y de «competencia». 3.– Concepto de «fuero». Clasificación de los «fueros competentes». El «privilegio del fuero». 4.– La distinción entre la competencia absoluta y la competencia relativa. Los criterios determinantes de la competencia relativa. 5.– Los diversos tipos de competencia absoluta: a) La competencia material; b) La competencia subjetiva; c) La competencia ritual; c) La competencia funcional. 6.– La modificación de los títulos de competencia: a) La comisión y la prórroga de la competencia. La delegación; b) La tramitación de la comisión y de la prórroga ante la Signatura Apostólica; c) La prórroga ilegítima; d) Momento del proceso en que se determina el tribunal competente. 7.– La inmunidad del Romano Pontífice (c. 1404). 8.– Las «causas mayores» (c. 1405): a) Causas reservadas o avocadas al juicio del Romano Pontífice (§ 1); b) Actos confirmados «en forma específica» por el Romano Pontífice (§ 2); c) Causas reservadas a la Rota Romana (§ 3). 9.– La inexistencia y la nulidad insanable de las decisiones que violan las prescripciones de los cc. 1404 y 1405 (c. 1406). 10.– El «juez natural» y la naturaleza pública de los títulos de competencia relativa (c. 1407). 11.– El «fuero general» (c. 1408). 12.– Los «fueros subsidiarios» del vago y del actor (c. 1409). 13.– El «fuero real» o «fuero de la cosa» (c. 1410). 14.– El «fuero de las obligaciones» (c. 1411). 15.– El «fuero del delito» (c. 1412). 16.– El «fuero de la administración de bienes» y el «fuero de las sucesiones ‘mortis causa’» (c. 1413). 17.– El «fuero de la conexión» (c. 1414). 18.– La resolución «ex lege» de los conflictos de competencia: la prevención (c. 1415). 19.– La resolución judicial y administrativa de los conflictos de competencia (c. 1416). 1. Introducción La disciplina de los títulos de competencia judicial («De foro competenti») constituye, desde el inicio de la ciencia canónica, una de las materias principales del Derecho de la Iglesia y el punto de partida de la normativa procesal. El Decreto de Graciano (a. 1140) dedica a la competencia todos los cánones de la cuestión 6ª de la 3ª causa, además de referirse al tema en otros lugares. En las Decretales de Gregorio IX (a. 1234) el proceso ocupa todo el libro segundo, de los cinco de que consta esa recopilación; san Raimundo de Peñafort sistematizó en el primer Título («De iudiciis») de ese segundo libro las disposiciones relativas a los límites entre la jurisdicción secular y la eclesiástica; en el segundo Título («De foro competenti») compiló los criterios sobre el ejercicio de la jurisdicción canónica por parte de los diversos tribunales de la Iglesia. Desde el s. XIII, con pocas excepciones, esta sistemática fue homogéneamente empleada, hasta ser recibida en la codificación de 1917 (cc. 1552-1568) y en las ulteriores normas procesales para las causas matrimoniales 1 o de algunos tribunales 2. La doctrina codicial, de estilo 1 Cfr. S. CONG. PARA LOS SACRAMENTOS, Instr. Provida mater Ecclesia, 15 agosto 1936, aa. 1-12 (AAS, 28, 1936, 313-361); PABLO VI, M.P. Causas matrimoniales, 28 marzo 1971, nn. 1-4 (AAS, 63, 1971, 441-446). 2 Vide, p. ej., las Normae speciales in Supremo Tribunali Signaturae Apostolicae ad experimentum servandae (25 marzo 1968, en Enchiridion Vaticanum, vol. 8, Bologna 1984, pp. 522-587), tras indicar la estructura del tribunal, señalan la competencia de las dos secciones de la Signatura Apostólica (cfr. aa. 17-22 y 96). «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 3 predominantemente exegético, sigue ese esquema, dedicando muy amplio espacio al estudio «del fuero competente». El CIC 83 y el CCEO (cc. 1058-1082) adoptan la misma estructura. Los conceptos que serán expuestos en estos comentarios recogen, por tanto, una amplia tradición legal y doctrinal que, en sus líneas esenciales, se remonta al Derecho romano y es afín a las disposiciones y a la doctrina estatales. En consecuencia, se comprende fácilmente la dificultad de seleccionar la bibliografía a la cual remitir y la imposibilidad de atribuir a un determinado autor la paternidad de las nociones utilizadas. Bastantes de los supuestos contemplados en los cc. 1404-1416 «reproducen el derecho antiguo» y, por tanto, «se han de entender teniendo también en cuenta la tradición canónica» (c. 6 § 2). El comentario del presente Tít. y de los cc. 1404-1416 forma una unidad con el que hacemos más adelante al Tít. y a los cánones sobre el fuero competente de las causas para declarar la nulidad del matrimonio (vide cc. 1671-1673). 2. Los conceptos de «jurisdicción» y de «competencia» a) La jurisdicción es la participación en la potestad judicial de la Iglesia (c. 135 §§ 1 y 3). La poseen todos los jueces eclesiásticos con potestad ordinaria (propia o vicaria) o delegada (cc. 131, 1419, 1427 § 2, 1442, 1512, 3º), pues la prohibición de delegar la potestad judicial (c. 135 § 3) se refiere sólo a quienes la poseen por vicariedad o por delegación 3. Los «jueces laicos», previstos en el c. 1421 § 2, participan por tanto de la potestad de jurisdicción, aunque el CIC 83 es ambiguo respecto a la naturaleza de tal participación. En virtud del c. 274 § 1, la naturaleza de la potestad sería delegada «a iure», puesto que ese canon excluye a los laicos de la participación de la potestad vicaria de gobierno; es decir, parece prohibir que los laicos sean titulares de un oficio eclesiástico (c. 131) 4. Sin embargo, el c. 228 § 1 permite afirmar que un laico (mujer o varón) puede ser titular de un oficio eclesiástico vicario (como el de juez) para el cual es necesario poseer una adecuada preparación técnica y gozar de buena fama (c. 1421 § 3), no siendo necesario, sin embargo, haber recibido el sacramento del orden 5. Este segundo planteamiento consiente sostener que el juez laico (c. 1421 § 2) coopera vicariamente en el ejercicio de la potestad de régimen, aunque esa potestad sólo la puede ejercer colegialmente: el necesario ejercicio colegial de la jurisdicción no modifica la naturaleza de la potestad (vicaria) de los miembros del colegio. El c. 129 § 1 identifica la potestad eclesiástica de régimen – la potestad pública que el c. 135 divide, por razón de la materia, en legislativa, ejecutiva (administrativa) y judicial – con la potestad de jurisdicción. Sin embargo, considerando el origen histórico y filológico del término, por «jurisdicción» entendemos tan sólo la potestad judicial. La «dictio iuris» significa la declaración autoritativa del derecho al caso controvertido (el 3 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 243. Cfr. J.M. PINTO GÓMEZ, La giurisdizione, en P.A. BONNET – C. GULLO (Eds.), Il processo matrimoniale canonico, 2ª ed., Città del Vaticano 1994, pp. 103-104 y 115-118. 4 5 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, Roma 1993, p. 78; S. BERLINGÒ, Dal «mistero» al «ministero»: l’ufficio ecclesiastico, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 91-120; P.A. BONNET, Comunione ecclesiale. Diritto e potere, Torino 1993, pp. 100-102; P. MONETA, La giustizia nella Chiesa, Bologna 1993, pp. 48-49; R. PAGÉ, Juges laïcs et exercice du pouvoir judiciaire, en M. THERIAULT – J. THORN (Eds.), «Unico Ecclesiae servitio». Études de droit canonique offerts à Germain Lesage, Ottawa 1991, pp. 197-212. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 4 modo justo de resolver esa controversia), realizada por un órgano público independiente a instancia de parte, entre dos sujetos jurídicos situados en una posición formal de igualdad. Esta definición de jurisdicción implica que, para afirmar la existencia del Derecho y de la juridicidad en una determinada sociedad, es esencial que el Derecho procesal (el conjunto de normas que regula el ejercicio de la jurisdicción) sea aplicable a cualquier relación jurídica controvertida, aunque una de las partes de la controversia (o ambas) sea un órgano de la Administración pública 6. Si un derecho no es jurisdiccionalmente defendible, o no se trata de un auténtico derecho – por eso no es tutelado –, o la justicia no está suficientemente protegida en esa sociedad y resulta necesario tratar de corregir esa deficiencia del respectivo ordenamiento. En nuestra exposición prescindimos de la distinción entre «derecho subjetivo» e «interés legítimo», típica del ordenamiento italiano. Por «derecho» entendemos «la exigencia de justicia de cada situación jurídica concreta» 7. b) La competencia es la legitimación de un juez o tribunal para decidir una causa, de modo que resulte eficazmente tutelado el derecho fundamental (de cada fiel y de la comunidad) a la defensa judicial (c. 221 §§ 1 y 2). Esa legitimación deriva de las disposiciones del legislador que, en el vigente ordenamiento y en materia procesal, únicamente es el Romano Pontífice, además del Concilio Ecuménico. Efectivamente, el Romano Pontífice ha establecido, legislativamente (en el CIC, en el CCEO y en otras leyes), límites al ejercicio de la potestad judicial del Obispo en su diócesis (cfr. c. 381 § 1). Dichos límites pueden ser de naturaleza material (el Obispo no puede juzgar algunos tipos de causas, p. ej., las de nulidad de la sagrada ordenación: c. 1709 § 1), subjetiva (no puede juzgar a algunos fieles que tienen el domicilio en su diócesis: c. 1405 § 1, 1º), o funcional (no puede, p. ej., establecer tribunales – cuya jurisdicción provenga del mismo Obispo – ante los cuales impugnar las sentencias del tribunal diocesano: cc. 1438 y 1439). El legislador universal se ha reservado también la potestad normativa sobre casi todos los aspectos del proceso, prohibiendo la dispensa de la ley procesal (c. 87 § 1) y atribuyendo a los diversos legisladores particulares – Obispos diocesanos (c. 391), Concilios particulares (c. 445), Conferencias Episcopales (c. 455), etc. – un reducido y bien determinado ámbito de materias procesales sobre las que pueden dar normas, entre las que no se incluyen los títulos de competencia 8. Las partes de la causa (cc. 1476-1480) tampoco poseen potestad alguna para modificar los títulos legales de competencia, pudiendo tan sólo elegir entre las diversas posibilidades que, en algunas ocasiones, la ley les ofrece; tal posibilidad se dará, por tanto, sólo cuando la ley prevea dos o más fueros concurrentes. En el fuero del contrato, que no es aplicable tout court al matrimonio (vide c. 1673, 1º), las partes pueden elegir el tribunal que decidirá esa puntual controversia porque la ley así lo prevé (c. 1411 § 6 Cfr. SINODO DE LOS OBISPOS 1967, Principia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem dirigant, nn. 6 y 7, en Communicationes, 1 (1969), pp. 82-83; E. LABANDEIRA, Tratado de Derecho Administrativo Canónico, 2ª ed., Pamplona 1993, pp. 471-473; J. LLOBELL, Il «petitum» e la «causa petendi» nel contenzioso-amministrativo canonico. Profili sostanziali ricostruttivi alla luce della cost. ap. «Pastor bonus», en «Ius Ecclesiae» 3 (1991), pp. 124-131. 7 C. DE DIEGO-LORA, Poder jurisdiccional y función de justicia en la Iglesia, Pamplona 1976, pp. 171- 172. 8 Cfr. Principia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem dirigant, cit., n. 5; Relatio Sabattani 1970, en Communicationes, 2 (1970), p. 183; J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale e modifica dei titoli di competenza nelle cause di nullità matrimoniale, en «Ius Ecclesiae» 3 (1991), pp. 431-477. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 5 1). En consecuencia, el juez o tribunal incompetente no puede conocer la causa para la que carece de competencia, debiendo rechazar in limine litis (en el inicio del proceso) la demanda del actor (cc. 221 §§ 1 y 2, 1407 § 1, 1502, 1504, 1º, 1505 §§ 1 y 2, 1º). Aunque el c. 221 incluye en la protección de los derechos el trámite de los recursos administrativos 9, la indicación sobre la competencia concierne específicamente al ejercicio de la potestad judicial. La citación del demandado por parte de un tribunal incompetente no sana la incompetencia ni hace que la causa «sea propia» de ese tribunal, es decir, no produce la perpetuatio iurisdictionis prevista en el c. 1512, 2º. Por otra parte, el c. 1457 § 1 dice: «Los jueces que (...) se declaren competentes sin ningún título jurídico que legitime esa competencia, y conozcan y decidan las causas, (...) pueden ser castigados con penas adecuadas por la autoridad competente, incluso con la privación del oficio». Del texto del canon son deducibles varias consecuencias útiles para determinar los conceptos de jurisdicción y de competencia y los efectos de la carencia de ambas: a’) la sentencia dictada por un juez incompetente es sentencia puesto que es un acto propio de un titular de la jurisdicción, con independencia de los distintos efectos que puedan derivar de tal sentencia según se trate de incompetencia absoluta (cfr. c. 1620, 1º) o relativa; b’) la incompetencia relativa no deja de existir por el hecho de dar una sentencia válida, puesto que la sanción prevista en el canon 1457 § 1 es aplicable a cualquier juez que, siendo incompetente (es indiferente que se trate de incompetencia absoluta o relativa), «conozca y decida la causa»; c’) la violación de la prohibición de juzgar siendo incompetente puede comportar diversas penas, incluso la privación del oficio. c) La asimilación de la jurisdicción a la competencia («la competencia es la jurisdicción en concreto» 10) comporta – sobre todo en las causas matrimoniales – una cierta ambigüedad legislativa al regular los supuestos de carencia de jurisdicción o de competencia, ambigüedad que – cuando ha sido detectada – ha sido justificada por la doctrina y la jurisprudencia 11. La resolución de una controversia por quien carece de «jurisdicción» no juzga nada, en el sentido técnico del término «juzgar». El acto que contenga esa «decisión», con independencia de que tenga algún valor jurídico, no puede ser sólo una sentencia insanablemente nula (c. 1620) porque no es sentencia: es el supuesto previsto en el c. 1406 § 1, cuando la persona sobre la que recae tal decisión es el Romano Pontífice, porque no existe en la Iglesia quien tenga jurisdicción sobre él. Por eso, tal eventual «decisión» (no sentencia) «pro infectis habetur»; es decir, faltando la jurisdicción, la «decisión» no puede ser calificada de «sentencia», pues «se considera inexistente», dice la versión española del CIC («si ritiene come non fatta», según la versión italiana del Enchiridion Vaticanum). Sin embargo, el mismo CIC ofrece un ejemplo notable de confusión entre la carencia de jurisdicción y de competencia: el c. 1620, 2º sanciona con la nulidad insanable la sentencia «dictada por quien carece de potestad de juzgar en el tribunal ante el cual se ha tratado la causa». El supuesto, que no era previsto en el c. 1892 del CIC 17, trata de resolver algunas situaciones jurídicamente aberrantes, como una 9 Cfr. S. BERLINGÒ, Il diritto al «processo» (can. 221 § 2 CIC) in alcune procedure particolari, en «Persona y Derecho. Suplemento ‘Fidelium iura’ de derechos y deberes fundamentales del fiel», 3 (1993), pp. 339-358. 10 11 J. OCHOA, I titoli di competenza, en Il processo matrimoniale canonico, cit., pp. 135-139. Cfr. J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale, cit., pp. 464-465 y 469-475. Vide los comentarios al § 6 de este Tít. y al c. 1673. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 6 sentencia dictada por el defensor del vínculo 12, quien es mera parte (pública) en el proceso. Aplicando homogéneamente el principio que funda la norma del c. 1406 § 1, parece evidente que la decisión descrita en el c. 1620, 2º no es una sentencia insanablemente nula, sino inexistente 13. De otro modo, si realmente fuera una sentencia (aunque nula), esa decisión de quien carece de la potestad de jurisdicción podría producir diversos efectos jurídicos, especialmente transcurridos los diez años señalados en el c. 1621. Sin embargo, el juez incompetente posee la jurisdicción porque «es juez». Por ello, la decisión con la que rechaza la demanda por considerarse incompetente, de oficio o a instancia de la parte demandada, es un decreto judicial, equiparable a la sentencia definitiva, contra el cual existe el derecho de apelación (cfr. cc. 1505 § 1, § 2, 1º y § 4, 1618 y 1629, 4º 14); y la sentencia del juez absolutamente incompetente es insanablemente nula, pero «es sentencia». En los §§ 4, 5 y 6 trataremos de otras consecuencias (negativas) de la identificación (imprecisa) de la «competencia» con la «jurisdicción». 3. Concepto de «fuero». Clasificación de los «fueros competentes». El «privilegio del fuero» Las disposiciones del Derecho procesal se refieren sólo al fuero externo, aunque posean evidentes repercusiones en el fuero interno (sacramental y de conciencia) 15. En sentido amplio, se puede definir el «fuero» como el órgano (individual o colegial) que posee jurisdicción. Por tanto, fuero es sinónimo de «juez» y de «tribunal», siendo indiferente que la potestad de esos órganos sea ordinaria (propia o vicaria) o delegada («a iure», por disposición legal, o «ab homine», por el titular de la potestad ordinaria propia). El término «fuero» proviene del Derecho romano; era en el forum (sede de la actividad pública de la respectiva ciudad) el lugar en que se ejercía la jurisdicción. Cada órgano judicial ejercía su jurisdicción en el fuero para el que poseía competencia y en el cual podía ejercer legítimamente la jurisdicción de la que había sido investido 16. Por esa relación histórica del fuero con el lugar en el que el tribunal posee la competencia, el fuero se identifica también con el título legal que atribuye un determinado ámbito de competencia a cada juez o tribunal, normalmente según criterios territoriales provenientes del domicilio (en sentido amplio) de las partes o del lugar en que «se 12 Cfr. sentencia coram Filipiak (en un turno de cinco jueces), 15 febrero 1967, n. 2, en SRRD, 59 (1967), pp. 106-110. 13 Así se indica en la citada sentencia coram Filipiak: «(Sententia), utpote abnormia et cuiusvis fere legis processualis a praescriptis aberrantia, esse radicaliter nulla. (...) sententiam veluti non iudicialem rei controversae definitionem inducit. (...) Leges de exercitio potestatis publicae et de muneribus publicis (...) spectant ipsum ordinem publicum (...). Iudicem seu Collegium Iudicans esse elementa maximi momenti quoad iudicium, adeo ut, iis deficientibus, non modo sit nulla sententia vel nullus processus, sed ipsa quoque iudicii dicti figura absit». El cursivo es nuestro. 14 Cfr. cc. 1459-1461. 15 Cfr. Principia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem dirigant, cit., n. 2; vide el § 6 del comentario al Tít. sobre las causas de nulidad del matrimonio (cc. 1671-1673). 16 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, vol. 1, 2ª ed.-3ª impr., Romae 1941, n. 166, pp. 481-482. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 7 encuentra» (también en sentido amplio) el objeto de la controversia. Por tanto, en sentido estricto, el estudio del fuero hace relación a la competencia y presupone la jurisdicción, salvo en el «privilegio del fuero» (vide § 3, f). Frecuentemente la doctrina estudia los tipos de fueros (su clasificación) al tratar de los diversos títulos de competencia relativa 17. Sin embargo, la diversidad de fueros es aplicable también a algunos títulos de competencia absoluta; por tanto, es oportuno diferenciar el estudio de los tipos de fuero y de competencia. En este § 3 analizaremos los distintos fueros y en los §§ 4 y 5 las diversas clasificaciones de la competencia 18. a) Fuero legal y convencional. En el vigente ordenamiento canónico todos los fueros canónicos son legales, sin que pueda considerarse fuero convencional el tribunal designado por las partes para dirimir la controversia surgida por un contrato (c. 1411 § 1), puesto que tal designación es posible porque la ley la acoge y, por tanto, es un fuero legal. En definitiva, el fuero «general» del domicilio o cuasidomicilio del demandado (c. 1408) y los varios fueros que denominamos «especiales» provienen de actos libres de una parte (p. ej., la determinación del domicilio o cuasidomicilio) – o de ambas partes en el fuero del contrato (vide c. 1411 § 1, 2ª parte) – a los que la ley confiere la capacidad de determinar el tribunal competente. El proceso es un instituto de naturaleza pública, cuya regulación se ha reservado el legislador universal, habiendo sido completamente superadas las antiguas teorías que consideraban el proceso un instituto privado asimilable al contrato o al cuasicontrato, por el cual las partes conferían la jurisdicción sometiéndose al órgano determinado por ellas en esa convención privada 19. Desde el CIC 17, los órganos capaces de dirimir una controversia porque las partes les han otorgado esa facultad (los «árbitros») no poseen participación alguna en la jurisdicción eclesiástica (ordinaria o delegada) y, en consecuencia, tampoco pueden tener competencia judicial. Las decisiones «arbitrales» no son «juicios», aunque el CIC utilice analógicamente los términos de juicio y de sentencia (cc. 1714 y 1716). El arbitraje y la transacción son instituciones jurídicas establecidas precisamente para evitar el ejercicio de la jurisdicción (para «evitar los juicios», como indica la rúbrica del Tít. que precede a los cc. 1713-1716) en controversias cuya materia es de libre disposición para las partes y no pertenecen (total o parcialmente) al bien público (c. 1715 § 1). Porque estas instituciones no suponen modificación alguna del sistema común de atribución de la competencia, el c. 1714 concede la descentralización de la normativa sobre las mismas. b) Fuero personal y real. Todo sujeto es titular de un patrimonio jurídico compuesto por diversos bienes, el primero de los cuales es la propia existencia de la titularidad: el «derecho a la vida» física o jurídica. Tal sujeto puede considerar que ha sufrido un daño injusto, producido por otro sujeto también sometido al ordenamiento canónico, en alguno de los bienes que integran el patrimonio del que es titular (cfr. cc. 17 Cfr. M. CABREROS DE ANTA, Comentarios al Código de Derecho Canónico, vol. 3, Madrid 1964, pp. 218 y 222-227; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 64, pp. 187-189. 18 Vide otros planteamientos recientes en M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 79-104; P.A. BONNET, Les jugements en général, en AA.VV., Le Nouveau Droit Ecclésial. Commentaire du Code de Droit Canonique, Paris, sub prelo, cap. 2; J.J. GARCÍA FAÍLDE, Nuevo Derecho Procesal Canónico, 2ª ed., Salamanca 1992, p. 238; P.V. PINTO, I processi nel codice di diritto canonico. Commento sistematico al Lib. VII, Città del Vaticano 1993, n. 22, pp. 59-63. 19 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 61, pp. 176-178. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 8 1476, 1480, 310). Dichos sujetos (las partes del proceso o sus representantes) normalmente podrán ser «localizables» en algún domicilio (en sentido amplio). Ese domicilio origina el fuero personal. Por otra parte, el bien presuntamente dañado es el objeto de la controversia que debe ser dirimida por el juez. Ese bien – que sustancialmente se transforma en el petitum, aunque para la identificación procesal de la controversia el petitum debe ser integrado con la causa petendi y con las partes (c. 1641, 1º) – es considerado una «cosa» («res» en latín), aunque sea de naturaleza espiritual 20, y da lugar al fuero real. El ordenamiento canónico debe continuar asimilando y desarrollando (mediante disposiciones normativas y, sobre todo, aplicativas) el principio conciliar según el cual la acción pastoral de la Iglesia exige criterios personales de determinación de las estructuras jurisdiccionales para realizar peculiares tareas pastorales, o para la atención de fieles que se encuentran en situaciones en las que el ejercicio territorial de la jurisdicción es insuficiente 21. La importancia de aquellas tareas o la atención de dichos fieles han llevado a la Santa Sede a erigir algunas estructuras jurisdiccionales seculares 22, cuya potestad judicial (cfr. c. 135 § 1) es ejercitada, dentro del ámbito de la propia competencia, según las normas procesales del derecho común (cc. 135 § 3 y 1402). Esas normas, puesto que presuponen el ejercicio territorial de la jurisdicción 23, necesitan, sin embargo, ser adaptadas a la naturaleza personal de dichas estructuras, según los criterios de interpretación de las leyes para los lugares paralelos y para los casos similares (cc. 17 y 19) y según las normas del derecho particular 24. c) Fuero general o especial. Todo bien jurídico tiene un titular: público o privado, persona física (nacida o no, bautizada o no) o «jurídica» (reconocida o no por la autoridad competente). Desde el Derecho romano (C. 3, 13, 2) se ha afirmado que el principio general de asignación de la competencia es «actor forum rei sequitur»; aquí «rei» no significa «cosa», sino «demandado» (del latín «reus»). Por tanto, quien considera (el actor) que otro (el demandado) le ha causado un daño puede dirigirse, normalmente, al fuero personal del demadado (al lugar de su domicilio o cuasidomicilio): es el fuero general previsto en los cc. 1407 § 3 y 1408. Cuando la ley determina otro fuero diverso del «general» nos hallaremos ante un fuero especial que, sin embargo, no siempre será «real». 20 Cfr. J. OCHOA, I titoli di competenza, cit., p. 149, nota 36. 21 Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, n. 10 § 2; CIC 83 Praefatio, en AAS, 75, 1983 (2ª parte), pp. XXII-XXIII y cc. 294-297; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, lett. Communionis notio, 28 mayo 1992, n. 16a, en «L’Osservatore Romano», 15-16 junio 1992, pp. 7-8; SÍNODO DE LOS OBISPOS 1967, Principia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem dirigant, cit., n. 8. 22 Cfr. JUAN PABLO II, Const. Ap. Ut sit, 28 noviembre 1982, en AAS, 75, 1983, 423-425; ID., Const. Ap. Spirituali militum curae, 21 abril 1986, en AAS, 78, 1986, 481-486; CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, declaratio Praelaturae personales, 23 agosto 1982, en AAS, 75, 1983, 464-468. 23 Cfr. P.A. BONNET, I tribunali nella loro diversità di grado e di specie, en Il processo matrimoniale canonico, cit., pp. 188-189. Cfr. c. 20; C.J. ERRÁZURIZ M., Circa l’equiparazione quale uso dell’analogia in diritto canonico, en «Ius Ecclesiae» 4 (1992), pp. 215-224; ID., Ancora sull’equiparazione in diritto canonico: il caso delle prelature personali, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 633-642. Vide el § 4, n. 5 de nuestro comentario. 24 «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 9 d) Fuero concurrente (u opcional), necesario (o exclusivo) y subsidiario. La existencia de los fueros «general» y «especiales» comporta la posible pluralidad de fueros competentes. Si de hecho existen varios fueros que son verdaderamente competentes (porque el legislador así lo ha determinado), cada uno de ellos será un fuero concurrente con los demás, pudiendo el actor elegir aquél que prefiera, motivo por el cual el fuero concurrente también se denomina opcional. Sin embargo, en algunas ocasiones, el fuero especial deroga el general; el fuero derogante constituye un fuero necesario, al que también se denomina único o exclusivo 25. Esta exclusividad produce en los demás tribunales de igual grado una incompetencia (material o subjetiva) que, normalmente, será absoluta (vide infra § 5), pero que también podrá ser relativa (vide el comentario al c. 1411, n. 5). Existen, además, fueros cuya finalidad es garantizar el ejercicio del derecho a la tutela jurisdiccional (c. 221 § 1) cuando no existen (o se desconocen tras las debidas diligencias) el fuero general ni alguno especial. Es el caso de los fueros del vago (c. 1409 § 1) y del actor (c. 1409 § 2), a los que llamamos «subsidiarios» porque confieren la competencia sólo por defecto de los fueros general y especiales, sin que el fuero subsidiario pueda comportar, por tanto, la «concurrencia» de fueros (en las causas matrimoniales, vide c. 1673, 3º). e) Fuero ordinario y delegado. Puesto que el fuero es la participación en la jurisdicción eclesiástica, que puede ser ordinaria o delegada (c. 131 § 1), exiten fueros ordinarios y delegados; ambos pueden ser individuales o colegiales. Todos los titulares de un oficio eclesiástico al que corresponde la potestad ordinaria propia de régimen, en sentido estricto – no el párroco, p. ej. (c. 515 § 1) –, poseen la potestad legislativa, ejecutiva (administrativa) y judicial (jurisdiccional) respecto a las personas, los lugares y las cosas sometidos a esa potestad, salva la suprema potestad del Romano Pontífice (c. 331) que, de hecho, comporta diversos límites en las diversas esferas de la potestad de los otros Ordinarios propios (c. 381). El Ordinario propio, por tanto, es, individualmente y en la propia sede (cc. 1468 y 1469), el juez de todas las controversias de las partes demandadas sometidas a su potestad (cc. 134 § 1a, 331, 381, 391, 1417 § 1, 1419 § 1), con la excepción indicada en el c. 1427 y de las reservas materiales y subjetivas (vide § 5, a y b). Por diversos motivos – disponibilidad de tiempo, preparación técnica, evitar al Pastor propio de la comunidad el deber de intervenir en situaciones intrínsecamente conflictivas, etc. – la ley recomienda que la potestad judicial sea ejercida a través de jueces vicarios o delegados, sin que el Ordinario propio pierda la posibilidad de juzgar personalmente, salvo cuando él mismo sea representante de una de las partes de la controversia (c. 1419 § 2) 26. La obligación del Obispo diocesano de constituir un tribunal (cc. 1420 § 1, 1421 § 1) debe ser armonizada con la afirmación de que el Obispo es el juez propio de la diócesis (cc. 391 § 2 y 1419 § 1), potestad que le corresponde por derecho divino 27. El ejercicio de tal potestad está sometido a las «normas del derecho», que permiten al Obispo el ejercicio personal, y no sólo por medio del Vicario judicial y de los otros jueces. Es decir, la ley positiva exime del ejercicio colegial de la potestad judicial (sin prohibirla) cuando quien juzga es el Obispo diocesano (cc. 391 § 2 y 1419 § 1). En consecuencia, el fuero ordinario 25 Cfr. L. DEL AMO, Comentario al Tít. «De foro competenti», en INSTITUTO MARTÍN DE AZPILCUETA (Ed.), Código de Derecho Canónico. Edición bilingüe y anotada, 4ª ed., Pamplona 1987. 26 27 P.A. BONNET, I tribunali nella loro diversità di grado e di specie, cit., pp. 189-190. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 27; ID, Decr. Christus Dominus, nn. 8, a), 11; cc. 375, 381. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 10 es, simultáneamente, el Ordinario propio y su tribunal vicario (ante un juez único o ante un colegio: c. 1425 §§ 1 y 2); el fuero delegado es el juez o tribunal a quien el Ordinario propio delega o «comisiona» una causa (del latín «committere», «commissio») 28. Puesto que la potestad judicial sólo puede delegarla el Ordinario propio – no el vicario – (cc. 87 § 1, 134 y 135 29), es imposible la «subdelegación judicial» por parte de los titulares de la potestad delegada, salvo dispensa pontificia. f) El «privilegio del fuero», la «reserva de jurisdicción» y las causas de «fuero mixto». El «privilegio del fuero» significa que el titular del mismo está exento de otra jurisdicción que no sea la eclesiástica. Aunque históricamente el argumento es bastante más complejo 30, últimamente el «privilegio del fuero» se ha referido, normalmente, al no sometimiento de los clérigos a la jurisdicción de los tribunales estatales, sobre todo en las causas penales (cfr. cc. 120 y 2341 del CIC 17). En la actualidad la Iglesia ha renunciado a tal privilegio en los últimos acuerdos estipulados con España (28 julio 1976, a. 2), con Colombia (12 julio 1973, a. 20) o con Italia (18 febrero 1984, n. 2, b) 31, reconociendo la jurisdicción de los tribunales civiles sobre todos los ciudadanos del respectivo Estado, con independencia de su condición canónica. Diversa es la cuestión de la «reserva de jurisdicción», es decir la exclusividad de la jurisdicción eclesiástica sobre algunas materias, p. ej. sobre la validez de un sacramento 32. Existe el «fuero mixto» en aquellas controversias cuya jurisdicción pertenece tanto a la Iglesia como al Estado 33. La supresión de la «prevención» 34 en las causas de «fuero mixto» (CIC 17 c. 1553 § 2) no supone la inexistencia de materias sometidas a las jurisdicciones eclesiástica y civil; tal inexistencia es imposible si se considera la pertenencia a ambos ordenamientos de los católicos y de las estructuras eclesiales, las cuales poseen (o pueden poseer) personalidad jurídica civil. Los Consultores que revisaron el Schema 1976 del nuevo Código defendieron la existencia de las causas de fuero mixto contra quienes negaban la jurisdicción de la Iglesia sobre bienes sujetos también a la jurisdicción del Estado; y, por otra parte, consideraron anacrónica (al menos a nivel de legislación universal) la institución procesal de la «prevención interordinamental» 35. 28 Cfr. c. 1444 § 2; Const. Ap. Pastor bonus, aa. 124, 2º, 129 § 1, 4º. 29 Cfr. nota 3. Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, Romae 1938, pp. 8191; F. ROBERTI, De processibus, cit., nn. 51-55, pp. 138-154. 30 31 Cfr. nota 264. 32 Vide el comentario a los cc. 1401 y 1671. 33 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 56, pp. 155-157. 34 Cfr. comentario al c. 1415, n. 3. 35 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 218. Vide los comentarios a los cc. 1405 § 1, 1671 y 1672; en sentido diverso, cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can. 1401, en FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA, Código de Derecho Canónico. Edición bilingüe comentada, 5ª ed., Madrid 1985. Cfr. F. FINOCCHIARO, Giurisdizione dello Stato e giurisdizione ecclesiastica nell’esperienza giuridica, en «Rivista di Diritto Processuale» 48 (1993), pp. 988-993. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 4. 11 La distinción entre la competencia absoluta y la competencia relativa. Los criterios determinantes de la competencia relativa 1.– Todo juez (ordinario o delegado) posee la jurisdicción; ningún juez, salvo el Romano Pontífice (cc. 331 y 1417), posee siempre la competencia. Mientras en el fuero interno sacramental todos los Cardenales y Obispos son titulares, normalmente, de la potestad de «oír confesiones (...) en todo el mundo» (c. 967 § 1), en el fuero judicial (externo) sólo tienen potestad aquéllos que reciben un oficio – o una delegación (comisión) – que comporta la jurisdicción, según los criterios establecidos por el Romano Pontífice en la ley procesal (CIC, normas de los tribunales de la Sede Apostólica, etc.), que no admite la dispensa (c. 87 § 1) ni la actividad de los diversos legisladores particulares (c. 1402), salvo pocas y secundarias excepciones 36. Por tanto, los diversos Ordinarios propios y los otros jueces sólo son competentes para juzgar las causas que la ley (o el acto de delegación) les confía, en sus sedes respectivas (cc. 1468 y 1469) y según el modo también determinado por la misma ley: «ad normam iuris» (cc. 135 § 3 y 221 § 1). La Signatura Apostólica ha declarado en diversas ocasiones que, sin la aprobación de la misma Signatura (c. 1445 § 3, 2º; Const. Ap. Pastor bonus, a. 124, 2º-4º), ningún Obispo diocesano tiene potestad para confiar una causa al tribunal de otra diócesis – aun contando con el consentimiento del Obispo «ad quem», modificando los criterios legales sobre la competencia 37 –, y que los titulares de la potestad vicaria o delegada, lo mismo que las partes, tampoco tienen disponibilidad alguna sobre los títulos de competencia 38. 2.– Habiendo definido la competencia como la legitimación de un juez o tribunal para decidir una causa y considerando suficientemente probado 39 que tal legitimidad sólo puede provenir de las normas de la Santa Sede, es necesario estudiar esas disposiciones y los criterios que las justifican. La doctrina común identifica el concepto de competencia con la justificación de la misma, y define la competencia como «la porción de la jurisdicción asignada a cada juez» 40. En realidad no se trata sino de poner el acento en la causa (la distribución de la jurisdicción entre los diversos titulares de la misma) 41 o en el efecto (la legitimidad de un determinado tribunal para juzgar una causa). La segunda opción subraya la obligación «fundamental» de los tribunales y de las partes de respetar los títulos de competencia establecidos por el legislador (c. 221 § 1). Los criterios utilizados 36 Vide nota 8. 37 Cfr. SIGNATURA APOSTÓLICA, decreto del 22 junio 1989, en Decreti sulla commissione, la proroga e altre questioni riguardanti la competenza dei tribunali nelle cause di nullità matrimoniale, en «Ius Ecclesiae» 2 (1990), decreto n. 8, p. 731. 38 Cfr. SIGNATURA APOSTÓLICA, decreto sin fecha, en F. DANEELS, Brevis introductio ad declarationem Supremi Signaturae Apostolicae Tribunalis de foro plerarumque probationum, en K. LÜDICKE – H. MUSSINGHOFF – H. SCHWENDENWEIN (Eds.), «Iustus Iudex». Festgabe für Paul Wesemann zum 75. Geburtstag von seinen Freunden und Schülern, Essen 1990, p. 411. 39 Vide los §§ 3 y 6. 40 Cfr., por todos, F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 60, p. 171. 41 Cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario a los can. 1404-1416, en ed. cit., p. 689; M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 79-80; M. CABREROS DE ANTA, Comentarios al Código de Derecho Canónico, cit., p. 218. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 12 para esa distribución de la jurisdicción son de naturaleza diversa. Unos derivan prevalente e inmediatamente de los «principios constitutivos del proceso»: derecho a la defensa, independencia del juez, favor veritatis, multiplicidad de las instancias, etc. 42; otros provienen de «razones de mera conveniencia» que, en cualquier caso, no desvirtúan la naturaleza pública del proceso, pues pertenece a su esencia ser una institución pública para proteger los derechos (cc. 221 y 1407 § 1) 43. De esta doble naturaleza (siempre pública) de los criterios utilizados para individualizar y determinar la competencia asignada a cada tribunal deriva, a su vez, una diferenciada protección de los títulos de competencia. Si la violación del título de competencia comporta directamente la nulidad de la sentencia, es porque tal título ha sido incluido por el legislador entre los de competencia absoluta (cc. 1406 § 2, 1440, 1461, 1620, 1º); si la violación del título de competencia es protegida por otros medios, pero no con la nulidad inmediata e insanable de la sentencia, se tratará de una incompetencia relativa, que coloca al tribunal en una situación ilegítima (cc. 221 § 1, 1407 §§ 1 y 2, 1457 § 1, 1460, 1488 § 2, 1505 § 2, 1º). La protección de la competencia absoluta (mediante las excepciones y la nulidad de la sentencia) es cumulativa con los medios de tutela de la competencia relativa, mediante las sanciones personales al juez incompetente que dicta sentencia (es indiferente que ésta sea válida o nula). 3.– Los criterios que determinan la competencia relativa son: 1º) facilitar la defensa de la parte demandada, acercandola al tribunal ante el que podrá ser citada. Por eso, el principio general de atribución de la competencia es el indicado en el c. 1407 § 3, constitutivo del «fuero general»; 2º) facilitar al tribunal el conocimiento inmediato de las pruebas necesarias para conocer los datos de la controversia que deberá juzgar, y simplificar a las partes la aportación de esas pruebas, en aplicación de los principios del favor veritatis y de economía procesal (por eso la «reconvención» constituye un título legal de competencia relativa 44); 3º) hacer coincidir la jurisdicción del tribunal con la del titular de la potestad ejecutiva al que están sometidas las partes o el objeto de la controversia, manifestando la unidad de las diversas potestades en la persona del Ordinario propio y facilitando la ejecución de la sentencia; 4º) la conveniencia de distribuir el trabajo judicial entre los diversos tribunales de igual condición. 4.– Estos criterios se concretan en una distribución territorial de la jurisdicción, constituyendo la territorialidad la característica de la competencia relativa, aunque veremos que la territorialidad también produce efectos en la competencia absoluta. La doctrina suele calificar de «horizontal» esta distribución territorial de la jurisdicción para significar la «identidad material» de la competencia – es decir, sobre los mismos supuestos de hecho (en abstracto) y en el mismo grado de instancia – de los tribunales de las distintas estructuras jurisdiccionales que, habitualmente, son determinadas según criterios territoriales. Por 42 Cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Principios inspiradores del derecho procesal canónico, en J. MANZANARES (Ed.), Cuestiones básicas de derecho procesal canónico, Salamanca 1993, pp. 13-41; P.A. BONNET, Processo. 13) Processo canonico: profili generali, en ISTITUTO DELLA ENCICLOPEDIA ITALIANA (G. TRECCANI), Enciclopedia giuridica, vol. 24, Roma 1991, pp. 1-23; E. FAZZALARI, Valori permanenti del processo, en «Iustitia» 42 (1989), pp. 229-240; J. GOTI ORDEÑANA, Principios rectores del proceso canónico y orientaciones en el esquema de reforma, en VV.AA., Estudios de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico en homenaje al profesor Maldonado, Madrid 1983, pp. 129-222. 43 Vide § 6, c). 44 Cfr. cc. 1495 y 1463 § 2. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 13 tanto, cuando un tribunal de primera instancia sea incompetente sólo por motivos territoriales, su incompetencia será relativa. El c. 1407 § 1 indica que son títulos de competencia relativa los tipificados en los cc. 1408-1414; también confieren competencia relativa los cc. 1673 y 1694. Tales títulos de competencia relativa los estudiaremos al comentar los respectivos cánones. 5.– En las estructuras jurisdiccionales personales seculares – como los ordinariatos militares 45 o las prelaturas personales 46 – el oficio capital posee una jurisdicción cuya naturaleza jurídica (ordinaria propia) es idéntica a la que poseen los oficios capitales de las estructuras jurisdiccionales territorales 47. La especificidad del criterio de incorporación a esa circunscripción y del ámbito de la jurisdicción no altera la naturaleza de la circunscripción ni de la potestad de su oficio capital: ordinaria, propia y secular. Por tanto, en las materias sobre las que el Ordinario propio posee jurisdicción, su competencia (y la de sus tribunales) es determinada por los títulos generales de la competencia judicial (cc. 1407-1414, etc.), pudiendo equipararse el criterio de dependencia a tal estructura jurisdiccional al domicilio de la respectiva parte en el proceso, para los litigios sobre materias de jurisdicción del Ordinario propio. Por otra parte, estos Ordinarios personales poseen jurisdicción territorial en algunos lugares; en este caso los criterios generales de competencia se aplican directamente, sin recurrir a la equiparación entre su jurisdicción y la de los Ordinarios del lugar. Los títulos de competencia serán concurrentes cuando existan otros tribunales competentes para los respectivos procesos. 5. Los diversos tipos de competencia absoluta Las reglas destiladas por la tradición y acogidas por el vigente ordenamiento para establecer los títulos absolutos de competencia responden a exigencias muy heterogéneas, siendo más clarificador individualizar esas reglas al describir cada uno de los títulos: material, subjetivo, ritual y funcional. Por contraposición a la «horizontalidad» característica de la competencia relativa, se atribuye la «verticalidad» como común denominador de los títulos de competencia absoluta. Dicha verticalidad quiere significar que la competencia absoluta prescinde de los motivos territoriales, considerados horizontales y típicos de la competencia relativa, aunque la territorialidad también influye en la incompetencia absoluta por el grado de la instancia y del tribunal. 45 Cfr. Const. Ap. Spirituali militum curae, 21 abril 1986, cit., a. 14, 481-486; E. BAURA, Legislazione sugli Ordinariati castrensi, Milano 1992, pp. 34-36; ID., L’ufficio di Ordinario militare. Profili giuridici, en «Ius Ecclesiae» 4 (1992), pp. 385-418, en particular pp. 408-411; Z.M. BIEG, Struttura e competenza dei tribunali territoriali e personali della Chiesa, en Excerpta ex dissertatione ad Lauream in Utroque Jure in Pontificia Universitati Lateranensi, Roma 1989, pp. 71-82; A. VIANA, Territorialidad y personalidad en la organización eclesiástica. El caso de los ordinariatos militares, Pamplona 1992, pp. 197-205, 224-230, 247250. 46 Vide las notas 21 y 22, y el comentario a los cc. 294-297. 47 Vide § 3, b). «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) a) 14 La competencia material La competencia material es aquélla que corresponde a un tribunal por razón del objeto de la controversia, prescindiendo del lugar en que dicho objeto sea localizable, del domicilio (lato sensu) y de la condición subjetiva de las partes, y del grado o instancia del juicio. Tal competencia proviene de la reserva realizada, en favor de un tribunal, por la ley (con la nota de la «generalidad») o por los titulares de la potestad ordinaria propia (con carácter general o «ad casum»). 1º) La reserva pontificia La reserva pontificia exluye algunos tipos de causas de la competencia originaria de los jueces ordinarios propios (y de sus tribunales), en favor de otro tribunal (normalmente de la Curia romana). Esta reserva puede ser «ad casum» (vide cc. 1405 § 1, 4º y 1417) o general (legal). La reserva pontificia es legislativa en los siguientes supuestos: a’) En el contencioso-administrativo: sólo los tribunales administrativos pueden juzgar los actos de la Administración pública (c. 1400 § 2). En la actualidad el único tribunal administrativo es la Signatura Apostólica (c. 1445 § 2 y Const. Ap. Pastor bonus, a. 123). b’) El a. 52 de la Const. Ap. Pastor bonus atribuye a la Congregación para la Doctrina de la Fe la competencia sobre «los delitos contra la fe y aquéllos más graves cometidos bien contra las costumbres, bien con ocasión de la celebración de los sacramentos». El a. 112 § 2 del Regolamento Generale della Curia Romana 48 indica que se trata de una competencia «exclusiva». Puesto que el Regolamento no es un acto normativo del Romano Pontífice, ni ha sido aprobado «en forma específica» (según prevé el a. 110 § 1 del mismo Regolamento), es evidente que la reserva material señalada en favor de la Congregación para la Doctrina de la Fe no puede más que declarar la situación prevista por las diversas «normas propias» de esa Congregación, vigentes a tenor del c. 20 y del a. 52 de la Const. Ap. Pastor bonus 49. Teniendo en cuenta que no todas esas normas han sido promulgadas mediante su publicación en AAS (c. 8 § 1), habiendo sido transmitidas en forma reservada a los Ordinarios propios interesados (c. 8 § 2), al juzgar delitos contra la fe o cometidos con ocasión de la celebración de los sacramentos, aquéllos a quienes corresponde promover la acción penal (c. 1721) y los tribunales ante los que se ejerce deben comprobar que ese delito no ha sido reservado por el Romano Pontífice a la Congregación para la Doctrina de la Fe (para la primera o la segunda instancia) o si existen normas especiales sobre el procedimiento que se debe seguir 50. En este contexto la doctrina se refiere al proceso para juzgar el delito de solicitación «ad turpia» (c. 1387) 51. 48 Del 4 de febrero de 1992, en AAS, 84, 1992, 201-267. 49 Cfr. Const. Ap. Pastor bonus, aa. 2 § 1, 18/b. Vide el comentario al c. 1412, n. 4. 50 Cfr. PABLO VI, M.P Integrae servandae, 7 diciembre 1965, nn. 3-8, en AAS, 57, 1965, 952-955; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Agendi ratio in doctrinarum examine, 15 enero 1971, en AAS, 63, 1971, 234-236. 51 Cfr. P. CERATO, De delicto sollicitationis, Patavii 1922, pp. 93-112; F. ROBERTI, De processibus, cit., nn. 145-146, pp. 425-426. Vide c. 1412, n. 4. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 15 c’) Las causas de nulidad de la sagrada ordenación son de competencia de la Congregación para el Culto Divino y para la Disciplina de los Sacramentos (c. 1709 § 1 y Const. Ap. Pastor bonus, a. 68). La naturaleza judicial de tales causas nos parece claramente afirmada por el CIC (cc. 1708-1712), aunque en la Curia romana son tratadas habitualmente en vía administrativa 52. Entre las funciones procedimentales de los dicasterios de la Curia romana, la Const. Ap. Pastor bonus incluye la competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el «privilegio en favor de la fe» (aa. 19 § 2 y 53), que es distinto del «privilegio paulino» 53. Esta «competencia» no es judicial sino administrativa, pues no protege un derecho ni resuelve alguna controversia; se trata de solicitar al Romano Pontífice la concesión de una gracia. Lo mismo sucede con la dispensa del matrimonio rato y no consumado 54 y de las obligaciones derivadas del sacramento del orden 55 o con las causas de canonización 56. 52 Vide los comentarios a esos cánones. Cfr. J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale, cit., p. 436, nota 19. 53 Cfr. cc. 1143-1150; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instructio pro solutione matrimonii in favorem fidei y Normae procedurales pro conficiendo processu dissolutionis vinculi matrimonialis in favorem fidei, 6 diciembre 1973, en Enchiridion Vaticanum, vol. 4, nn. 2730-2774; G. GIROTTI, La procedura per lo scioglimento del matrimonio nella fattispecie del «privilegio paolino», en VV.AA., I procedimenti speciali nel diritto canonico, Città del Vaticano 1992, pp. 157-177; I. GORDON, De processu ad obtinendam dissolutionem matrimonii non sacramentalis in favorem fidei, en «Periodica» 79 (1990), pp. 511576; A. SILVESTRELLI, Scioglimento di matrimonio in favorem fidei, en I procedimenti speciali, cit., pp. 179216. Vide el comentario al § 5, a) del Tít. sobre las causas de nulidad del matrimonio. 54 Cfr. cc. 1142, 1697-1706; Const. Ap. Pastor bonus, a. 67; CONGREGACIÓN PARA LA DISCIPLINA DE SACRAMENTOS, instr. «Dispensationis matrimonii» de quibusdam emendationibus circa normas in processu super matrimonio rato et non consummato servandas, 7 marzo 1972, en AAS, 64, 1972, 244-252; ID., Litterae circulares de processu super matrimonio rato et non consummato, 20 diciembre 1986, en Enchiridion Vaticanum, vol. 10, nn. 1012-1044; R. BURKE, Il processo di dispensa dal matrimonio rato e non consumato: la grazia pontificia e la sua natura, en I procedimenti speciali, cit., pp. 135-144; O. BUTTINELLI, Il procedimento di dispensa dal matrimonio rato e non consumato: la fase davanti al vescovo diocesano, en I procedimenti speciali, cit., pp. 107-124; S. CARMIGNANI CARIDI, I diritti della difesa nel processo «super matrimonio rato e non consummato», en I procedimenti speciali, cit., pp. 145-156; R. MELLI, Il processo di dispensa dal matrimonio rato e non consumato: la fase davanti alla Congregazione, en I procedimenti speciali, cit., pp. 125-134. LOS 55 Cfr. SECRETARÍA DE ESTADO, Carta «Con riferimento al Prefetto della Congregazione del culto divino e della disciplina dei sacramenti sulla competenza di detta Congregazione nei casi di dispensa dagli obblighi assunti con l’ordinazione al diaconato e al presbiterato», 8 febrero 1989, en Enchiridion Vaticanum, vol. 11, n. 2140; E. COLAGIOVANNI, Il procedimento di dispensa dagli oneri sacerdotali, en I procedimenti speciali, cit., pp. 371-385. 56 Cfr. c. 1403; JUAN PABLO II, Const. Ap. Divinus perfectionis magister, 25 enero 1983, en AAS, 75, 1983, 349-355; ID., Const. Ap. Pastor bonus, a. 71; S. CONGREGACÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS, Normas Cum in constitutione apostolica, 7 febrero 1983, en AAS, 75, 1983, 396-403; ID., Decr. general Circa servorum Dei causas, 7 febrero 1983, ibidem, pp. 403-404; ID., Regolamento della Sacra Congregazione per le cause dei santi, 21 marzo 1983, en «Enchiridion Vaticanum», S1, pp. 783-795. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 2º) 16 La reserva diocesana Cabe también una reserva material – general o «ad casum» – por parte del titular de la potestad judicial ordinaria propia. Dicha reserva comporta la incompetencia absoluta del respectivo tribunal vicario. El Obispo puede realizar reservas puntuales – de naturaleza «judicial» –, para una causa determinada, en detrimento de la competencia de su tribunal vicario (cc. 391 § 2 y 1420 § 2), respetando siempre el principio «semel iudex, semper iudex», salvo en las excepcionales circunstancias previstas en el c. 1425 § 5. El Obispo diocesano también puede determinar legislativamente que un tipo de causas serán juzgadas por él personalmente, convirtiendo a su tribunal en materialmente incompetente (cc. 391 § 2 y 1420 § 2). Los tribunales interdiocesanos – vicarios de cada uno de los Obispos que los han constituido (c. 1423 § 1) – pueden ser erigidos sólo para algunos tipos de causas (c. 1423 § 2), como sucede en Italia con los tribunales regionales erigidos por Pío XI para las causas de nulidad del matrimonio 57. En tal caso, dichos tribunales son también materialmente incompetentes para las causas que no les han sido confiadas al ser erigidos. Además, el Moderador de un tribunal interdiocesano puede reservarse, previamente, alguna causa, puesto que posee las mismas facultades que el Obispo sobre su tribunal diocesano (c. 1423 § 1). b) La competencia subjetiva La competencia subjetiva corresponde a un tribunal, por la reserva realizada en su favor, en razón de la condición jurídica (eclesiástica o civil) de las partes de la controversia, siendo irrelevante el domicilio (lato sensu) de esa parte. El c. 1405 reserva al Romano Pontífice y a la Rota Romana las causas de los más altos titulares de la potestad eclesiástica y civil; esta competencia da lugar a las llamadas «causas mayores a iure» 58. El c. 1445 § 1, 1º reserva a la Signatura Apostólica las «causas contra los Auditores de la Rota Romana por los actos realizados en el ejercicio de sus funciones»; de este modo la Signatura es competente (absolutamente, por motivos subjetivos-objetivos) en algunas causas de primera instancia sobre el fondo de una controversia que, por tanto, deberían ser apelables 59. La naturaleza contenciosa (c. 1400 § 1, 1º) o penal (c. 1400 § 1, 2º) del objeto de la controversia incide en la competencia sobre los Obispos (c. 1405 § 1, 3º y § 3, 1º). La justificación y aplicación de la competencia absoluta subjetiva la analizaremos en el comentario al c. 1405. 57 Cfr. M.P. Qua cura, 8 diciembre 1938, en AAS 30, 1938, 410-413; J. LLOBELL, Il tribunale di appello del Vicariato di Roma, en «Ius Ecclesiae» 1 (1989), pp. 274-277; ID., Centralizzazione normativa processuale, cit., pp. 462-464. 58 Las causas no reservadas que el Romano Pontífice avoca son llamadas «causas mayores ab homine» (cfr. cc. 1405 § 1, 4º, 1444 § 2; M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 32-33 y 38). 59 Cfr. Normae speciales, 25 marzo 1968, cit., aa. 74-82; J. LLOBELL, Il «petitum» e la «causa petendi» nel contenzioso-amministrativo canonico, cit., pp. 144-148; ID., Note sull’impugnabilità delle decisioni della Segnatura Apostolica, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 684-698. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 17 Las controversias de las personas jurídicas representadas por el Obispo diocesano no pueden ser juzgadas por el tribunal del representante, sea éste parte actora o demandada, produciéndose una incompetencia absoluta subjetiva para proteger la independencia judicial (c. 1419 § 2). c) La competencia ritual La competencia ritual («ratione ritus») es la que poseen los tribunales de rito latino en las causas en que la parte demandada pertenece a la Iglesia latina (c. 1476) y los tribunales de rito oriental cuando la misma parte es miembro de la respectiva Iglesia (CCEO c. 1134). Dejando aparte los tribunales interrituales orientales (CCEO c. 1068) 60 y los tribunales apostólicos, que poseen competencia sobre toda la Iglesia (latina y oriental), en cuanto vicarios del Romano Pontífice (Const. Ap. Pastor bonus, a. 58 § 2), parece coherente afirmar, a tenor del c. 1 del CIC y del CCEO, que los tribunales latinos no poseen jurisdicción cuando ambas partes son católicos orientales, ni los tribunales orientales cuando las partes son católicos latinos; es decir, no se trataría de una reserva legal de la competencia, sino de carencia de jurisdicción por los motivos eclesiológicos e históricos que determinan la existencia de los ritos en la Iglesia. Sin embargo, en la praxis y en la doctrina se suele hablar sólo de incompetencia «ratione ritus», que sería relativa en las controversias entre personas de ritos diversos, juzgadas por un tribunal (incompetente) del rito de una de las partes. No obstante, pensamos que – suponiendo que, cuando el tribunal pertenece a un rito diverso al de ambas partes, no se trate de falta de jurisdicción, sino de auténtica incompetencia – ésta debería ser absoluta 61, como sucede en el caso del ejercicio de la jurisdicción «fuera del territorio», debiendo interpretarse los cc. 136 (que se refiere sólo a la potestad ejecutiva) y 1469 § 1 del CIC 83 a la luz de los cc. 201 § 2 y 1637 del CIC 17 62. Las cuestiones interrituales presentan notables dificultades eclesiológicas, conceptuales y terminológicas que deben ser examinadas en otra sede, teniendo en cuenta la insistencia de Juan Pablo II en considerar los ordenamientos oriental y latino como integrantes del único Corpus iuris Canonici 63. Similar problemática, en la frontera entre la falta de jurisdicción y de competencia (absoluta), plantean los tribunales de los institutos 60 Cfr. PÍO XII, M.P Sollicitudinem Nostram, de iudiciis pro Ecclesia Orientali, cc. 39 § 1 y 72 § 1, 6º, en AAS, 42, 1950, 5-120; Z.M. BIEG, Struttura e competenza dei tribunali, cit., pp. 86-94. 61 Cfr. CCEO cc. 986 y 1128; decreto coram Palestro, 18 diciembre 1989, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 197-205; P. GEFAELL, L’ambito territoriale della giurisdizione dei Patriarchi Orientali. Riflessi sulla forma canonica, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 245-268. 62 Cfr. CIC 83 cc. 6 § 2 y 21. El CIC 17 decretaba la nulidad de los actos procesales realizados fuera del territorio (c. 201 § 2), salvo las excepciones del c. 1637; cfr. C. DE DIEGO-LORA, La jurisdicción y su ejercicio «extra-territorium»: la nulidad procesal, en «Ius Canonicum» 10 (1970), pp. 465-528 (en Estudios de derecho procesal canónico, vol. 1, Pamplona 1973, pp. 237-323) y la sentencia coram Ewers, 4 febrero 1967, allí estudiada; M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 268-272; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 167, pp. 482-485. 63 Cfr. JUAN PABLO II, Discurso al Sínodo de los Obispos en la presentación del «Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium», 25 octubre 1990, n. 8, en AAS, 83, 1991, 490; ID., Discorso al Simposio internazionale di Diritto Canonico organizzato dal Pontificio Consiglio per l’interpretazione dei Testi Legislativi, 23 abril 1993, n. 3, en «L’Osservatore Romano», 25 abril 1993, p. 4. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 18 religiosos clericales de derecho pontificio (cc. 1427 y 1438, 3º) en las controversias en que una de las partes (o ambas) no es miembro del respectivo instituto. d) La competencia funcional La competencia funcional proviene de diversas exigencias consustanciales a la dinamicidad del proceso y cuya violación comporta la nulidad insanable de la sentencia. Mientras los tres tipos precedentes de incompetencia absoluta (material, subjetiva y ritual) proceden de criterios «estáticos» de la organización procesal canónica, previos al inicio de una causa, la competencia funcional se dirige a proteger el recto desarrollo del proceso, es decir, su aspecto «dinámico». La dinamicidad del proceso comporta que algunos tribunales competentes – por tratarse de fueros concurrentes – antes de iniciarse la instancia (cc. 1512 y 1517), se conviertan en absolutamente incompetentes tras la citación del demandado y, viceversa, que otros tribunales que eran incompetentes (incluso absolutamente) pasen a ser competentes para juzgar la sentencia definitiva de otro tribunal en la segunda instancia. La competencia funcional así considerada es un concepto amplio, pero no «ambiguo» 64, apto para justificar diversos criterios de atribución de la competencia absoluta. 1º) Competencia por el grado del juicio. Proviene del principio de multiplicidad de las instancias (cc. 1440, 1644, 1646 § 2). El ordenamiento canónico – como cualquier otro justo, puesto que los juicios humanos son falibles – concede la garantía del derecho, como mínimo, a dos decisiones judiciales de tribunales diversos sobre el fondo de la misma controversia (aquella en la que coinciden las partes, el «petitum» y la «causa petendi» 65). Es decir, la sentencia definitiva de primera instancia (cc. 1607 y 1618) puede ser apelada ante el tribunal superior del que la dictó. Este derecho es considerado por la doctrina como derivado del derecho natural 66 y está protegido – a nivel «fundamental» – por el c. 221 67. No existe el derecho a la apelación contra una sentencia de primera instancia dictada por el Romano Pontífice (cc. 333 § 3 y 1629, 1º). Sin embargo, sí cabe la apelación ante otro turno de la Signatura Apostólica contra algunas sentencias de primera instancia dictadas por otro turno del Supremo Tribunal sobre el fondo de la controversia 68. La gradación de las instancias comporta la de los tribunales, puesto que el ejercicio del derecho de revisión del fondo de la sentencia (cc. 1639 § 1, 1644 § 1 e 1648) debe realizarse ordenada y eficazmente. En consecuencia, ante la posibilidad de la segunda, la tercera y las ulteriores instancias (cc. 1438, 1439, 1444 § 1, 2º) existen tribunales competentes para juzgar de las mismas, aunque no siempre el grado de la instancia coincide con el grado del tribunal. En efecto, excepcionalmente (cc. 1639 § 1 y 1683), un tribunal de segunda instancia (de apelación stricto sensu) o de una instancia superior puede ser competente para juzgar también en primera instancia (dictando la primera sentencia 64 Cfr. M. CABREROS DE ANTA, Comentarios al Código de Derecho Canónico, cit., p. 220, nota 3. 65 Cfr. c. 1641, 1º; J. LLOBELL, Note sulla congruenza e la conformità delle sentenze di nullità del matrimonio, en «Ius Ecclesiae» 2 (1990), pp. 543-564. 66 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 62, p. 179. 67 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., p. 119. Cfr. Normae speciales, 25 marzo 1968, cit., aa. 58 § 2, 77 y 82; J. LLOBELL, Note sull’impugnabilità delle decisioni della Segnatura Apostolica, cit. 68 «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 19 sobre esa controversia), con el consiguiente desfase entre las sucesivas instancias del juicio y del tribunal que lo realiza (el tribunal de tercera instancia juzgará la causa en segundo grado, etc.). El Obispo (como cualquier otro titular de la potestad ordinaria propia de la jurisdicción secular) no puede establecer en la diócesis un tribunal de apelación para el de primera instancia. Esta prohibición es de derecho eclesiástico y proviene de la reserva legislativa pontificia que obliga a apelar conforme a los cc. 1438-1441 y 1444. Antiguamente existían tribunales de primera instancia inferiores al Obispo diocesano (por ej., el del archidiácono), contra cuyas sentencias cabía la apelación al tribunal del Obispo. El Concilio de Trento reservó la competencia para las causas de nulidad del matrimonio al tribunal del Obispo 69. Salvo en las causas cuya competencia, material o subjetiva, ha sido objeto de una reserva legal pontificia (vide supra) y en aquellas otras avocadas por la Santa Sede (cc. 1405 § 1, 4º y 1417), la segunda instancia origina siempre un fuero concurrente, puesto que todo tribunal de primera instancia no vicario del Romano Pontífice – los llamados tribunales inferiores o periféricos – debe poseer un tribunal de apelación también periférico (cc. 1438 y 1439) 70 y la Rota Romana es tribunal universal de apelación, y para la tercera o ulterior instancia (cc. 1443 y 1444 § 1; Const. Ap. Pastor bonus, aa. 126 y 128). Las nuevas normas de la Rota de la Nunciatura en España confirman el ejercicio de ese derecho 71. La incompetencia por el grado del juicio es absoluta (c. 1440). Dicha incompetencia se produce en sentido ascendente y descendente: un tribunal de sola primera instancia es incompetente para juzgar en segundo grado, así como un tribunal de sola segunda instancia (p. ej., el tribunal de apelación del Vicariato de Roma) lo es para juzgar en primer grado, salvo en el supuesto del c. 1683. Decimos «sola» porque existen tribunales locales que poseen la competencia para ambas instancias sobre causas diversas (c. 1438, 1º y 2º): en principio, el tribunal metropolitano es competente en primera instancia para las causas de 69 Cfr. CONCILIO DE TRENTO, ses. 24, 11 noviembre 1563: Doctrina de sacramento matrimonii, Decretum de reformatione, can. 20, en ISTITUTO PER LE SCIENZE RELIGIOSE (Ed.), Conciliorum Oecumenicorum Decreta, ed. bilingüe, Bologna 1991, pp. 772-773. 70 Las sentencias de los diversos tribunales de primera instancia del Vicariato de Roma pueden apelarse ante el tribunal de apelación del mismo Vicariato (cfr. M.P. Sollicita cura, 26 diciembre 1987, en AAS, 80, 1988, 121-124; J. LLOBELL, Il tribunale di appello del Vicariato di Roma, cit.). Sin embargo, las sentencias del tribunal diocesano del Estado de la Ciudad del Vaticano sólo pueden ser apeladas ante la Rota Romana (cfr. M.P. Quo civium iura, 21 noviembre 1987, a. 8, en AAS, 79, 1987, 1353-1355). 71 JUAN PABLO II, M.P. Nuntiaturae Apostolicae in Hispania, 2 octubre 1999, de promulgación de las Normas orgánicas y procesales del Tribunal de la Rota de la Nunciatura Apostólica en España, aa. 28, 33, 38, 40, en AAS, 92 (2000), pp. 5-17. Para el régimen precedente al 2.X.1999, cfr. PÍO XII, M.P. Apostolico Hispaniarum Nuntio, 7 abril 1947, aa. 38, 1º y 39, en AAS, 39, 1947, 155-163; S. ROMANA ROTA, Decreto particular, 19 octubre 1953, en X. OCHOA, Leges Ecclesiae post Codicem Iuris Canonici editae, vol. 3, n. 2375n ; S.C. PARA LOS NEGOCIOS EXTRAORDINARIOS DE LA IGLESIA, Carta al Presidente del S. Tribunal de la Signatura Apostólica, 22 enero 1954, en X. OCHOA, Leges Ecclesiae, vol. 3, n. 2414n; J. LLOBELL, La necessità della doppia sentenza conforme e l’«appello automatico» ex can. 1682 costituiscono un gravame? Sul diritto di appello presso la Rota Romana, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 602-609. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 20 la archidiócesis (con competencia territorial) y en segunda instancia para las sentencias de los tribunales de las diócesis sufragáneas (con competencia funcional por el grado del juicio). La incompetencia (absoluta) por el grado del juicio no sólo proviene por la asimetría descrita entre el grado del juicio (de segundo grado) y del tribunal que lo dicta (de primera instancia). En efecto, la territorialidad adquiere relevancia invalidante en la sentencia de segundo grado dictada por un tribunal «simétrico» (es de segunda instancia y juzga en segundo grado) pero incompetente según los criterios señalados con precisión por los cc. 1438 y 1439, que son de índole territorial. El c. 1440 no sólo dice que «si no se observara la competencia por razón del grado la incompetencia del juez es absoluta», lo cual podría permitir afirmar la «relatividad» de la incompetencia de un tribunal de segunda instancia para juzgar en segundo grado la sentencia de un tribunal del que no es «superior»; el c. 1440 indica también que esa incompetencia absoluta se produce por la violación de los criterios de competencia previstos en los cc. 1438 y 1439, que determinan unívocamente – a nivel «periférico» – el tribunal de segunda instancia de cada tribunal de primera 72. En el «proceso documental» sobre la validez del vínculo matrimonial, el tribunal de segunda instancia – que puede ser unipersonal (cc. 1425 § 1, b) y 1688) –, no puede tomar otra decisión que confirmar la sentencia pro nullitate de primera instancia o remitir la causa al tribunal de primera instancia para que proceda en vía ordinaria (en primera instancia), siendo incompetente el juez de apelación para decidir en primer grado en vía ordinaria. Tal incompetencia será absoluta sólo si el segundo tribunal posee la competencia exclusivamente para la apelación, no si, junto a la apelación, puede juzgar en primera instancia causas que le son propias (c. 1438, 1º y 2º) 73. 2º) Competencia derivada del principio «ne bis in idem». Cada singular controversia se identifica, como hemos visto: 1º) por el el bien que el actor considera dañado por el demandado (el «petitum»), 2º) por el concreto daño producido sobre ese bien (la «causa petendi») y 3º) por la identidad de las partes (c. 1641, 1º). El principio del doble grado de jurisdicción comporta el derecho de las partes a que cada controversia sea juzgada por dos tribunales diversos, de los cuales el segundo sea «de apelación» respecto del primero. Por tanto, el principio «ne bis in idem» («no puede haber dos decisiones sobre la misma causa») no significa la prohibición del derecho de apelación, sino que comporta la exclusión de dos sentencias «del mismo grado» sobre la misma controversia. Este criterio de competencia produce la incompetencia absoluta de los tribunales de igual grado del que dictó la sentencia que se desea apelar. Además de las incompetencias que el principio «ne bis in idem» produce en sede de apelación (c. 1440), vale la pena señalar otras directamente provenientes del citado principio. a’) Una vez dictada una sentencia válida de primera instancia (cfr. cc. 1621 y 1624), ningún otro tribunal de primera instancia puede juzgar nuevamente esa controversia (si es idéntica, según los criterios del c. 1641, 1º), aunque el actor hubiera podido introducir 72 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 95-96. La cuestión es particularmente evidente respecto a la apelación de las sentencias de primera instancia de los tribunales del Vicariato de Roma y del Estado de la Ciudad del Vaticano, pues nunca la sentencia de un tribunal del Obispo de Roma ha podido ser apelada ante el tribunal de otro Obispo (cfr. nota 70). 73 Cfr. Communicationes, 11 (1979), p. 270. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 21 la causa en primera instancia ante ese otro tribunal de primera instancia, «concurrente» (a priori) con aquél ante el que de hecho presentó la demanda. Si tal irregularidad se produjera, se trataría de incompetencia absoluta por el grado del juicio: un tribunal de primera instancia juzgaría en segundo grado. Otro tanto sucede en la segunda instancia con los tribunales concurrentes de igual grado: no es posible dictar dos sentencias «de apelación» sobre la misma causa; sólo cabe impugnar la única sentencia posible de segunda instancia ante un tribunal de tercera instancia (en principio, ante la Rota Romana), cuando la ley concede la posibilidad del tercer grado 74. Estos conceptos básicos del Derecho procesal son ignorados con alguna frecuencia en la praxis judicial; por ello, la Signatura Apostólica ha considerado oportuno recordarlos 75. Sin embargo, el mismo tribunal de primera instancia puede juzgar sobre el mismo «petitum» entre las mismas partes cuando cambia la «causa petendi», porque se trata de una causa diversa, protegida por una nueva acción y una nueva pretensión que, por tanto, no podrán dar lugar a una sentencia «conforme» con la precedente, a los efectos de los cc. 1641, 1º, 1644 y 1684, aunque la jurisprudencia rotal y la doctrina no sean unánimes al respecto 76. b’) Cuando existen dos o más tribunales competentes para la misma instancia (fueros concurrentes de primera, de segunda o, excepcionalmente, de tercera instancia) sólo uno de ellos puede juzgar; el otro tribunal (o tribunales) pasa a ser absolutamente incompetente. Esta incompetencia absoluta es «funcional» porque proviene de la dinamicidad del proceso; estáticamente, antes del inicio del proceso en la respectiva instancia, esos tribunales son igualmente competentes. La identificación de la competencia entre los tribunales «estáticamente concurrentes» se realiza, en la fase dinámica, según los criterios de la «prevención» (vide cc. 1415 y 1416). c’) La competencia también es absoluta, en favor del tribunal indicado por la ley: en las cuestiones incidentales (cc. 1588 y 1652), en la querella de nulidad (situación en la que, faltando la sentencia válida, no es aplicable el principio «ne bis in idem»: cc. 1621 y 1624) y en la restitutio in integrum (c. 1646), pues el juicio «rescindente» permite una nueva sentencia («rescisoria») del mismo grado de la impugnada (c. 1648). Cuando la querella de nulidad fue solicitada junto con la apelación (c. 1625), el tribunal superior que declara nula la sentencia debe restituir la causa al tribunal que dictó la sentencia (cfr. c. 1669), salvo en el caso de la Rota Romana 77. 74 Cfr. cc. 1644 y 1646 § 2, cuando la restitutio in integrum tiene como presupuesto la cosa juzgada proveniente de la doble sentencia conforma (c. 1641, 1º). 75 Cfr. Declaratio de foro competenti in causa nullitatis matrimonii, post sententiam negativam in prima instantia latam, 3 junio 1989, en AAS, 81, 1989, 988-990. 76 Cfr. X. BASTIDA, Congruencia entre el «petitum» y la sentencia, en J. MANZANARES (Ed.), Cuestiones básicas de derecho procesal canónico, cit., pp. 63-91; J. LLOBELL, Note sulla congruenza e la conformità delle sentenze, cit.; ID., Recensione a S. Gherro (a cura di), «Studi sul processo matrimoniale canonico», en «Ius Ecclesiae» 4 (1992), pp. 696-705; P. MONETA, La nuova trattazione della causa matrimoniale, en «Ius Ecclesiae» 3 (1991), pp. 479-497. Vide el § 7 del comentario al Tít. sobre las causas matrimoniales. 77 Cfr. S. ROMANA ROTA, Facoltà straordinarie di S.E. il Decano della Sacra Romana Rota, 26 julio 1981, n. 4, en AAS, 74, 1982, 516. Esas facultades tienen un origen precedente, cfr. S. ROMANA ROTA, Nuove norme del Tribunale della Sacra Romana Rota, 25 mayo 1969, en Z. GROCHOLEWSKI, Documenta recentiora circa rem matrimonialem et processualem, vol. 2, Romae 1980, n. 6316. Cfr. A. BETTETINI, La «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 22 Existen otras instituciones relacionadas con el ejercicio dinámico de la jurisdicción (y, en algún modo, también de la competencia) que, si bien pueden producir la nulidad de la sentencia, no son manifestación de incompetencia: a) Por la «recusación» (cc. 14491451) «deben cambiarse las personas del tribunal, pero sin cambiar el grado del juicio» (c. 1450); por tanto, salvo que sean recusados todos los jueces de un tribunal (en cuyo caso habría que solicitar la prórroga o la comisión en favor de otro tribunal, a no ser que hubiera otro concurrente), la competencia sigue correspondiendo al tribunal contra cuyo juez ha sido admitida la recusación. La sentencia dictada por un juez recusado puede ser impugnada mediante la querella de nulidad sanable (cc. 1451 § 2, 1619, 1622, 5º), semejantemente a cuanto ocurría con el «atentado» en el CIC 17 78, o insanable si esa sentencia ilegítima ha violado el derecho de defensa (c. 1620, 7º) 79. b) Si un tribunal no dispone del suficiente número de jueces para juzgar una causa (c. 1425 § 1), no por eso se convierte en incompetente: podrá solicitar de la Conferencia Episcopal el permiso previsto en el c. 1425 § 4, para que conozca la causa un solo juez; si juzga sin tal autorización, no se produce la incompetencia absoluta ni la relativa, aunque la sentencia será sanablemente nula (c. 1622, 1º). c) La utilización del proceso contencioso oral o documental, fuera de los supuestos previstos por la ley (cc. 1656 § 2, 1686-1688, 1690, 1710, 1728 § 1) 80, comporta la nulidad de la sentencia, al menos la indicada en el c. 1622, 5º (cfr. c. 1669), pero no origina la incompetencia del tribunal. d) La sentencia será insanablemente nula si no se respeta la prohibición del c. 1447, aunque tampoco se trata de incompetencia (absoluta) sino de proteger la independencia del juez. 6. La modificación de los títulos de competencia a) La comisión y la prórroga de la competencia. La delegación 1.– Hemos insistido en que el CIC prohibe la dispensa de la ley procesal (c. 87 § 1) y, por tanto, la «relajación» (la modificación) de los títulos de competencia establecidos por el mismo CIC. Sin embargo, el Romano Pontífice no sólo no está sometido a esa prohibición – pues ejercita su suprema potestad «libremente» (c. 331) – sino que la equidad (cc. 221 § 2 y 1752) comporta que, en determinadas ocasiones, sea oportuno o necesario «restitutio in integrum» processuale nel diritto canonico. Profili storico-dogmatici, Padova 1994, pp. 24-26, 231-234; J.M. PINNA, Praxis iudicialis canonica, 2ª ed., Romae 1966, p. 164; F. RAMOS, La cosa giudicata e la «restituzione in integro», en Il processo matrimoniale canonico, cit., pp. 842-843. 78 Cfr. cc. 1854-1857; sentencia coram Huot, 2 febrero 1984, nn. 7, 18-21, en «Il Diritto Ecclesiastico» 95/2 (1984), pp. 241-254; A. QUINTELA, El atentado en el proceso canónico, Pamplona 1972, pp. 91-93 y 188-191; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 153, pp. 449-450. 79 Cfr. G. ERLEBACH, La nullità della sentenza giudiziale «ob ius defensionis denegatum» nella giurisprudenza rotale, Città del Vaticano 1991, pp. 59, 215 y 217. 80 Cfr. Communicationes, 16 (1984), pp. 76-77; SIGNATURA APOSTÓLICA, decreto del 7 julio 1989, en Decreti sulla commissione, la proroga e altre questioni, cit., n. 10, pp. 732-734; P.A. BONNET, Il giudizio di nullità matrimoniale nei casi speciali, Roma 1979, pp. 105-107, 156; C. DE DIEGO-LORA, Naturaleza y supuesto documental del proceso «in casibus specialibus», en Estudios de Derecho Procesal Canónico, vol. 3, Pamplona 1990, pp. 63-65, 198, 209-211. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 23 modificar los criterios de competencia. Tal modificación corresponde sólo al Romano Pontífice o a quien él confíe tal facultad: el único dicasterio de la Curia romana que – para la generalidad de los casos – puede conceder la competencia a un tribunal incompetente es la Signatura Apostólica 81. Se exceptúan de este principio la «comisión» (cuyo concepto indicaremos enseguida) que, en favor de un tribunal «periférico», pueden realizar: a) la Congregación para la Doctrina para la Fe para juzgar, normalmente sólo en primera instancia, algunos delitos que están reservados a ese dicasterio; b) la Congregación para el Culto Divino y para la Disciplina de los Sacramentos para juzgar acerca de la nulidad de la sagrada ordenación (c. 1709 § 1 y Const. Ap. Pastor bonus, a. 68). El Nuncio de España puede comisionar a la Rota Española algunas causas para las que, sin tal comisión, ese tribunal es absolutamente incompetente 82. 2.– Las instituciones aptas para conceder la competencia al tribunal incompetente son la «comisión» y la «prórroga» de la competencia. La comisión hace competente al tribunal cuya incompetencia es absoluta; la prórroga concede la competencia al tribunal relativamente incompetente. En ambos casos se trata de modificar la competencia de quien ya la posee, ampliándola para poder juzgar legítimamente la controversia (o el tipo de controversias) para la que era incompetente. En este sentido, con la comisión o la prórroga no se confiere la jurisdicción, puesto que ya la poseían tales tribunales, aunque eran incompetentes. 3.– A través de la delegación se transmite también la jurisdicción a quien no la posee. Por tanto, para evitar confusiones conceptuales y terminológicas, hay que distinguir dos tipos de delegación: a) aquélla con la cual se confiere la jurisdicción a quien no la posee en modo alguno, porque no es juez sin tal delegación, la cual confiere en el mismo acto la respectiva competencia; y b) la delegación realizada en favor de un juez (o tribunal) para que juzgue una causa para la que, sin la delegación, es incompetente, aunque ya posee la jurisdicción. Este segundo tipo de delegación puede contener tanto la comisión como la prórroga de la competencia 83. Los Obispos diocesanos, que no están sometidos a la prohibición del c. 135 § 3, pueden conceder el primer tipo de delegación (cc. 1419 § 1 y 1420 § 2); sin embargo, respecto al segundo (en favor de un juez o tribunal preexistente a la delegación) sólo pueden conferir la comisión para juzgar una causa (o tipos de causas) respecto a la cual el tribunal es absolutamente incompetente porque, previamente, el Obispo (o los Obispos que erigen un tribunal interdiocesano) había realizado una reserva, normalmente material (cc. 1420 § 2 y 1423 § 2). No parece posible, en efecto, la prórroga de un Obispo en favor de su tribunal vicario, pues la competencia de ambos o coincide (en cuyo caso el Obispo no puede prorrogar la competencia de la que carece), o si difiere es porque el Obispo ha realizado una reserva, que convierte a su tribunal en absolutamente incompetente (y, por tanto, la institución aplicable es la comisión de la competencia, no la prórroga). Si el 81 Cfr. c. 1445 § 3, 2º; Const. Ap. Pastor bonus, a. 124, 2º y 3º; SIGNATURA APOSTÓLICA, Decreti sulla commissione, la proroga e altre questioni, cit., decreto n. 8, p. 731; ID., decreto, sin fecha, en F. DANEELS, Brevis introductio ad declarationem, cit., p. 411. 82 Cfr. Normas orgánicas y procesales del Tribunal de la Rota de la Nunciatura Apostólica en España, cit., a. 37 § 2. 83 Vide § 8, a), 6. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 24 tribunal ha recibido la jurisdicción por delegación, también es absolutamente incompetente para las causas no contempladas en la delegación, salvo para las causas «conexas» 84; por tanto, no es posible la prórroga. Por otra parte, estas posibilidades de los Obispos sólo pueden ser ejercidas dentro del ámbito (habitualmente territorial) de su jurisdicción (c. 1469; c. 201 § 2 del CIC 17), pues está prohibida la concesión de competencia que un tribunal diocesano (a quo) haga en favor de otro (ad quem), aun contando con el consentimiento de los Obispos respectivos 85. La justificación de esa prohibición es simple: si el tribunal ad quem se considerase delegado del Obispo a quo, éste ejercería la jurisdicción extra territorium, lo cual está vetado por el c. 1469 86; y, por otra parte, el Obispo de la diócesis ad quem no puede conferir a su tribunal la competencia de la que él mismo carece (que corresponde al Obispo de la diócesis a quo), aunque se trate de incompetencia relativa. b) La tramitación de la comisión y de la prórroga ante la Signatura Apostólica 1.– Los Obispos sólo pueden realizar la delegación y la comisión dentro de sus diócesis (salvo que se den las excepcionales circunstancias del c. 1469 § 1, o para recoger pruebas: c. 1469 § 2) y sobre las materias no reservadas por el Romano Pontífice. Cualquier otra modificación de la competencia sólo corresponde al Papa y al dicasterio romano al que ha confiado, con algunos límites, dicha potestad para la generalidad de las causas: la Signatura Apostólica. Las disposiciones que regulan la modificación de la competencia por parte de la Signatura son: el c. 1445 § 3, 2º, el a. 124, 2º y 3º de la Const. Ap. Pastor bonus, el a. 18, 2º y 3º de las Normae speciales de la Signatura (de 1968) y algunos rescriptos de la Secretaría de Estado (cuyas facultades «ad tempus» han sido prorrogadas) 87. Del conjunto de estas disposiciones – que no siempre utilizan con precisión los términos «jurisdicción», «competencia», «prórroga» y «comisión» 88 – se puede concluir que la Signatura Apostólica, en virtud de su potestad administrativa equiparable a la de una «Congregación para la justicia», posee potestad vicaria para conceder: a) la comisión a la Rota Romana para juzgar una causa en primera instancia (c. 1444 § 2); b) la prórroga a un tribunal periférico de primera instancia; c) la comisión a un tribunal periférico de primera instancia para que juzgue en segunda o en tercera instancia; d) la comisión a un tribunal periférico de segunda instancia para juzgar en segunda 84 Cfr. c. 1414. La doctrina difiere respecto al ámbito de la delegación que permite la conexión: para unos sólo es posible en la delegación «universal» (cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 79, pp. 218-219); para otros es posible también en la delegación ad casum (cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 78). 85 Cfr. los decretos de la Signatura Apostólica citados en las notas 37 y 38. 86 Cfr. nota 62. 87 Cfr. SECRETARÍA DE ESTADO, Rescritto al Prefetto della Segnatura Apostolica sulla commissione e la proroga della competenza, 26 marzo 1974, en X. OCHOA, Leges Ecclesiae, vol. 5, n. 4279; ID., Rescritto al Prefetto della Segnatura Apostolica su alcune facoltà riguardanti: il trasferimento delle cause ad un tribunale diverso da quello competente, la dispensa dalle leggi di procedura e la sanazione di atti giudiziari nulli, 21 mayo 1975, n. 1, en ibidem, n. 4384. 88 Cfr. J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale, cit., pp. 465-475. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 25 instancia una causa de un tribunal del que no es de apelación, según la norma de los cc. 1438 y 1439, o en tercera instancia. 2.– En todos los casos son condiciones necesarias y cumulativas: a) la petición de una parte y el consentimiento de la otra, aunque, a tenor del a. 124, 2º y 3º de la Const. Ap. Pastor bonus, podría bastar con «oír» a la otra parte, a semejanza de la prescripción del c. 1673, 3º y 4º; b) la justa causa (imposibilidad de constituir el tribunal en la sede competente por falta de personas idóneas, facilitar la instrucción, evitar traducciones, etc.); y c) que las comisiones sean ad casum («per cause singole»). La Signatura puede conceder prórrogas estables de la competencia, que suelen ser ad tempus, a petición del Obispo a quo con el consentimiento del Obispo del tribunal ad quem (c. 1445 § 3, 2º; Const. Ap. Pastor bonus, 124, 3º). Sin embargo, es necesaria la aprobación del Romano Pontífice para las comisiones en segunda o tercera instancia estables, o en cuarta o ulterior instancia ad casum (cfr. rescripto del 1974, citado). 3.– En la actualidad existen tribunales locales estables de tercera instancia en España (la Rota de la Nunciatura) y en Hungría (el tribunal del Primado), habiendo sido suprimidos los de Polonia, Lituania y para la archidiócesis de Colonia (Alemania), ya que la Santa Sede tiende a evitar estas excepciones para que la Rota Romana sea el único tribunal estable de tercera instancia y cualquier parte pueda apelar (en segunda instancia) a ese tribunal sin necesidad del consentimiento de la otra parte 89. 4.– La Signatura puede también modificar la perpetuatio iurisdictionis (c. 1512, 2º), transfiriendo la causa a otro tribunal, cuando se comprobaran graves violaciones de la ley procesal y tal situción no fuera remediable sustituyendo los jueces (cfr. cc. 1450 y 1624). Para determinar el nuevo tribunal (se tratará siempre de una comisión) hay que oír el parecer de las partes (rescripto del 1975). El Decano de la Rota Romana, en virtud de unas facultades extraordinarias concedidas por el Romano Pontífice, también puede modificar la perpetuatio iurisdictionis avocando la causa a la Rota cuando, conociendo de la misma incidentalmente, resultaran irregularidades tan graves que hicieran presumir la ilegitimidad (procesal o sustantiva) de la sentencia definitiva del tribunal inferior 90. c) La prórroga ilegítima 1.– A pesar de ser evidente la voluntad de reservar a la Santa Sede la modificación de los títulos de competencia, el ordenamiento canónico reconoce la prórroga de hecho cuando el tribunal relativamente incompetente no rechaza la demanda y la parte demandada no interpone la excepción declinatoria de incompetencia (ante el juez que ha citado al demandado) antes del decreto de litis contestatio (cc. 1505 § 2, 1º, 1459-1461) 91. 89 Cfr. Z. GROCHOLEWSKI, De ordinatione ac munere tribunalium in Ecclesia ratione quoque habita iustitiae administrativae, en «Ephemerides Iuris Canonici» 48 (1992), p. 55; J.-C. PERISSET, Questions canoniques concernant les Pays sortis de la domination communiste dans l’Est Européen, en «Revue de Droit Canonique» 43 (1993), p. 209. 90 91 Cfr. nota 77. Cfr. sentencia coram Sabattani, 13 marzo 1958, en SRRD, 50, 1958, pp. 143-155; sentencia coram Huot, 2 febrero 1984, cit., nn. 6, 18 y 20. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 26 2.– La voluntad del ordenamiento de prohibir cualquier modificación de los títulos de competencia sin la intervención expresa del competente dicasterio de la Curia romana se manifiestó en la génesis del CIC 17 y en diversas intervenciones legislativas y administrativas de la Santa Sede, que subrayaron la naturaleza ad validitatem de algunos requisitos de los títulos de competencia para las causas matrimoniales 92. Por eso, apartándonos del parecer generalizado de la doctrina 93 y de la jurisprudencia, pensamos que la voluntad del legislador de los Códigos de 1917 y de 1983 es que el tribunal incompetente (con incompetencia absoluta y relativa) sigue siendo incompetente tras el decreto de litis contestatio, decreto que sólo produce efectos respecto al objeto de la controversia (cc. 1513-1516), no respecto a la competencia del tribunal incompetente (c. 1512, 2º). 3.– Porque la incompetencia (absoluta y relativa) del tribunal no queda «sanada», son posibles las sanciones personales (a los jueces y a los patronos) previstas en los cc. 1457 § 1 y 1488, aunque difieren los efectos de los dos tipos de incompetencia sobre la sentencia: si la incompetencia es absoluta, la sentencia será insanablemente nula (c. 1620, 1º); si la incompetencia es relativa, la sentencia es, en principio, inimpugnable por tal violación autónoma de la ley. Decimos «en principio» porque el c. 1460 § 2 ha introducido la posibilidad de la querella de nulidad y de la restitutio in integrum contra la decisión judicial que rechaza la excepción de incompetencia relativa. De este modo se manifiesta una cierta incongruencia del sistema. Por una parte, el CIC no ha incluido los títulos de competencia matrimonial – que, en la praxis canónica, originan la inmensa mayoría de las causas 94 – entre los de competencia absoluta, como, sin embargo, hacen los ordenamientos civiles, al menos con las causas en las que está directamente implicado el bien público (p. ej., en las causas matrimoniales) 95. Por otra parte, el CIC 83 ofrece algunas impugnaciones de difícil aplicación e interpretación teórica, que debilitan la estabilidad y la seguridad de las relaciones jurídicas sometidas a un juez relativamente incompetente 96. Sin embargo, lograr tal estabilidad y seguridad fue el motivo que justificó la no nulidad autónoma de la sentencia de dicho juez; por lo que la normativa puede ser considerada como incongruente. En efecto, afirmar la nulidad de la sentencia del juez incompetente (al menos en las causas de nulidad del matrimonio) proporciona mayor seguridad sobre el valor de la sentencia que 92 Vide el comentario al § 4 del Tít. sobre las causas matrimoniales y al c. 1673. 93 Vide una de las pocas excepciones a esa «communis opinio» en A. BERNÁRDEZ CANTÓN, Tratamiento jurídico de la competencia territorial o relativa en las causas matrimoniales, en Dimensiones jurídicas del factor religioso. Estudios en homenaje al Prof. López-Alarcón, Murcia 1987, pp. 65-79. 94 Vide los comentario a los §§ 1 y 4 del Tít. sobre las causas matrimoniales y al c. 1673. Cfr. A. DE LA OLIVA – M.A. FERNÁNDEZ, Lecciones de derecho procesal, vol. 1 , 2ª ed., Barcelona 1984, pp. 233-236. 95 96 Cfr. J. LLOBELL, Il giudicato nelle cause sullo stato delle persone. Note sulla dottrina di Carmelo de Diego-Lora, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 283-313; ID., Perfettibilità e sicurezza della norma canonica. Cenni sul valore normativo della giurisprudenza della Rota Romana nelle cause matrimoniali, en PONTIFICIUM CONSILIUM DE LEGUM TEXTIBUS INTERPRETANDIS, «Ius in vita et in missione Ecclesiae». Acta Symposii Internationalis Iuris Canonici, in Civitate Vaticana celebrati diebus 19-24 aprilis 1993, Città del Vaticano 1994, pp. 1231-1258, § 8; S. VILLEGGIANTE, Le questioni incidentali, en Il processo matrimoniale canonico, cit., pp. 665-672. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 27 afirmar el principio de la validez (por tratarse de incompetencia relativa) y, al mismo tiempo, introducir impugnaciones que quiebran tal principio 97. De todos modos, las nuevas impugnaciones previstas en el c. 1460 § 2 garantizan, a la parte que interpuso la excepción, la protección del derecho a ser juzgada por el tribunal competente, lo que supone un importante progreso legislativo del CIC 83 respecto al CIC 17. 4.– La más reciente doctrina canónica justifica la interpretación tradicional del sistema normativo argumentando que se trata de una concesión en la que el legislador «corre un riesgo calculado», pues no considera necesario el respeto de los títulos de competencia para garantizar que el juicio sea secundum veritatem 98; o bien, porque el c. 10 no considera inhábil al juez relativamente incompetente 99. Respecto a la primera objeción, la experiencia (manifestada en las disposiciones para proteger el respeto de los títulos de competencia en las causas de nulidad matrimonial) demuestra la directa conexión entre la violación de los títulos de competencia y de los motivos que justifican la declaración secundum veritatem de la nulidad del vínculo matrimonial 100. Respecto al carácter no inhabilitante de la incompetencia relativa, hay que observar que el c. 10 distingue entre la nulidad del acto (de la sentencia en nuestro caso) y la inhabilidad del sujeto (del juez). Es cierto que, según el c. 124 § 1, no podría afirmarse la inhabilidad del tribunal, puesto que la ley no establece la sanción típica del acto realizado por la persona inhábil: en nuestro caso, la nulidad de la sentencia dictada por el juez relativamente incompetente. Este planteamiento comporta considerar que la incompetencia absoluta deriva de principios de derecho público (que se observe el orden procesal determinado para proteger el bien público), mientras que la incompetencia relativa provendría de meros principios de derecho privado (en beneficio de la «comodidad» de las partes) y, por tanto, los respectivos títulos serían renunciables por la partes 101. Sin embargo, el c. 1407 § 1 utiliza una fórmula de naturaleza inhabilitante: «nemo in prima instantia conveniri potest, nisi coram iudice ecclesiastico qui competens sit ob unum ex titulis qui in cann. 1408-1414 determinantur» 102. Tratándose de una cuestión de derecho eclesiástico, el legislador ha querido sanar la consecuencia inmediata de la inhabilidad (la nulidad de la sentencia), conservando los efectos personales de la violación del c. 1407 § 1, motivo por el cual son posibles las sanciones del c. 1457 § 1, aunque la sentencia sea válida, dando lugar a una «inhabilidad debilitada». La justificación doctrinal del vigente sistema legal (con una rigorosa coherencia lógica, demostrativa de la incoherencia 97 Cfr. J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale, cit., pp. 465-477. 98 Cfr. P.A. BONNET, Les jugements en général, cit., § 2.1.2. 99 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 84-85 y 109-110. 100 Cfr. c. 1488 § 2 y la sentencia coram Huot, 2 febrero 1984, cit. Cfr., por todos, F.X. WERNZ – P. VIDAL, Ius Canonicum, vol. 6: De processibus, Romae 1949, n. 47, p. 53-55. 101 102 Cfr. c. 39, sobre los actos administrativos. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 28 sustancial del sistema) conduce a una afirmación contradictoria: se dice que el juez «relativamente incompetente» es, sin embargo, «absolutamente competente» 103. A favor de nuestra tesis cabe invocar otro razonamiento, directamente relacionado con el fundamento eclesiológico de la potestad del Obispo diocesano. La pertenencia al Colegio Episcopal (por la mera recepción de la plenitud del sacramento del Orden) comporta una cierta potestad de cada Obispo sobre toda la Iglesia 104. Sin embargo, en cada diócesis – aparte de la potestad del Romano Pontífice (cc. 331, 333, etc.) – la potestad ordinaria, propia e inmediata corresponde sólo al Obispo diocesano 105. La potestad de los otros Obispos – y, aún más, de sus tribunales – se ve limitada por este dato eclesiológico, que proporciona al concepto canónico de incompetencia (relativa) una naturaleza y una «fuerza» diversas de las que esa misma institución posee en los ordenamientos civiles. Los tribunales de cada Estado reciben la jurisdicción y los límites de su ejercicio (la competencia) de la misma «fuente» de poder («el pueblo soberano», en las democracias 106). Sin embargo, los tribunales canónicos reciben la jurisdicción del titular de la potestad propia (el Obispo diocesano), con los límites de la competencia establecidos por el Romano Pontífice en las leyes, sin que la potestad de cada Obispo – y de su tribunal – sea eclesiológicamente «intercambiable» con la del Pastor de otra diócesis. d) Momento del proceso en que se determina el tribunal competente Respecto al «momento» del proceso en que se determina cuál es el tribunal competente deben ser señalados algunos criterios prácticos: a’) El tribunal incompetente en el momento de recibir la demanda debe rechazarla (cc. 221 § 1, 1505 §§ 1 y 2, 1º). b’) El c. 1512, 2º indica que la perpetuatio iurisdictionis corresponde al juez que posee un título legítimo de competencia en el momento en «que haya sido notificada legítimamente la citación [al demandado] o que las partes hayan comparecido ante el juez para tratar la causa» 107. Por tanto, no basta ser competente en el momento de aceptar la demanda y de dictar el decreto de citación; es necesario serlo en el momento en que la citación es notificada al demandado. c’) No se puede invocar como título de competencia el haber poseído la perpetuatio iurisdictionis (en una causa para la que el tribunal era competente), pero cuya instancia caducó (c. 1520) o fue objeto de renuncia (cc. 1524-1525), no habiendo sido 103 Cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can.1407, en ed. cit.; M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 84-85, 115-116. En el sistema del CIC 17, el concepto de «prórroga prohibida pero válida» no sólo vanificaba los títulos relativos de competencia «concurrentes» (como sucede en la legislación vigente), sino que consentía la violación de los «fueros necesarios» establecidos en el c. 1560, que eran títulos de competencia relativa (cfr. c. 1559 §§ 1 y 2). 104 Cfr. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decr. Christus Dominus, nn. 2-6; cc. 336, 967 § 1, etc. 105 Cfr. Decr. Christus Dominus, n. 8; c. 381. 106 Cfr. Constitución Española, 6 diciembre 1978, a. 117, 1º; Costituzione della Repubblica Italiana, 27 diciembre 1947, a. 101. 107 Cfr. c. 1507 § 3. Vide los comentarios a esos cánones. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 29 dictada, por tanto, la sentencia definitiva (c. 1517). En este caso, salvo que la acción haya prescrito (c. 1492 § 1) o se haya renunciado a la misma (c. 1485), es posible iniciar una nueva instancia, del mismo grado de la que no concluyó con la sentencia, sobre la misma causa: no existiendo una decisión judicial sobre el fondo, no es aplicable el principio «ne bis in idem». La nueva demanda podrá presentarse ante el mismo tribunal si continúa siendo competente, pues la antigua competencia (aquélla que consintió el proceso caducado) no constituye, de por sí, un título autónomo de competencia: no existe el que denominamos «fuero histórico» al comentar una respuesta de la CPI 108. d’) Si una de las partes pasa a poseer alguna de las condiciones previstas en el c. 1405 §§ 1 y 3, el tribunal que ya ha citado al demandado pierde la perpetuatio iurisdictionis, salvo que fuera el previsto por ese canon, y debe trasladar la causa al nuevo tribunal subjetivamente competente 109. Para determinar las diversas posibilidades, según la fase del proceso, del efecto de esta incompetencia absoluta sobrevenida pueden ser útiles algunos criterios tomados de «las leyes dadas para los casos semejantes» (c. 19) 110. 7. La inmunidad del Romano Pontífice (c. 1404) Concordancias: cc. 331, 333 § 3, 361, 1405 § 2, 1629, 1º. 1.– Subjetivamente, la expresión «Primera Sede» del canon se refiere tan sólo al Romano Pontífice, como explícitamente señala el c. 1058 del CCEO. Es evidente, dada «la naturaleza y el contexto» de la disposición (c. 361), que cualquier otro fiel está sometido a alguna jurisdicción canónica, aunque esté revestido de las más altas dignidades sacramentales o jurisdiccionales (c. 1405). 2.– Los actos de cualquier órgano eclesiástico – salvo del Romano Pontífice y del Concilio Ecuménico, que es también titular de la suprema potestad (cc. 336 y 337 § 1) y presupone la intervención del Papa (c. 341 § 1) – también están sometidos a diversos controles: a) A nivel periférico (iglesias particulares, etc.). La potestad legislativa es «controlada» por el Romano Pontífice (a través de los dicasterios de la Curia romana) por el trámite de la recognitio (cc. 446 y 455 § 2) y mediante el recurso previsto por el a. 158 de la Const. Ap. Pastor bonus. La potestad judicial está sometida a las diversas impugnaciones de la sentencia (ante otros tribunales periféricos o de la Santa Sede). Por último, la legitimidad y la justicia de los actos de la potestad administrativa o ejecutiva se garantiza, inmediatamente, por el trámite de los recursos jerárquicos y, mediatamente (una vez agotada la vía administrativa ante la Curia romana), en vía judicial, por el trámite del contencioso-administrativo (cc. 149 § 2, 1400 § 2 y 1445 § 2). 108 Cfr. Responsio 2ª ad propositum dubium in plenario coetu diei 29 aprilis 1986. Summus Pontifex Ioannes Paulus II die 17 maii 1986 eam publicari iussit, en AAS, 78, 1986, 1324; J. LLOBELL, Acción, pretensión y fuero del actor en los procesos declarativos de la nulidad matrimonial, en «Ius Canonicum» 27 (1987), pp. 639-642. 109 Cfr. J. OCHOA, I titoli di competenza, cit., p. 143; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 149, p. 434. Vide el § 8, a), 5. 110 Cfr. las disposiciones transitorias del M.P. Sollicita cura, cit.; J. LLOBELL, Il tribunale di appello del Vicariato di Roma, cit., pp. 274-277. Vide el § 8, a) n. 5. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 30 b) A nivel de la Curia romana. La potestad legislativa stricto sensu no es posible sin la explícita intervención del Romano Pontífice (cc. 29 y 30; Const. Ap. Pastor bonus, a. 18); por eso, no existe el derecho a impugnar una norma del legislador universal. Los actos de la potestad administrativa, no confirmados en forma específica por el Romano Pontífice (c. 1405 § 2), son susceptibles del contencioso-administrativo (los actos de la Sección tercera de la Signatura Apostólica ante la Sección segunda). Finalmente, todas las decisiones judiciales de los tribunales apostólicos admiten alguna impugnación: las decisiones válidas de primera instancia sobre el fondo de la causa a través de la apelación ante otro turno del mismo tribunal; las otras decisiones, a través de la querella de nulidad, la restitutio in integrum y la nova causae propositio, según los ámbitos de competencia de cada tribunal apostólico y las normas de la respectiva impugnación, procedentes del derecho común y del particular de cada tribunal apostólico 111. 3.– La disposición del c. 1404 no comporta la carencia de límites de la potestad del Romano Pontífice, quien está sometido a las normas del derecho divino (natural y positivo), entre las que se incluye el no poder privar de significado la potestad de los Obispos diocesanos 112. Sin embargo, el ordenamiento canónico no reconoce jurisdicción alguna sobre la persona del Romano Pontífice ni sobre sus actos jurídicos 113. Siendo la disposición del c. 1404 directamente reconducible al derecho divino y, por tanto, indisponible por parte del mismo Romano Pontífice, no es posible afirmar que el principio «Prima Sedes a nemine iudicatur» pueda sufrir alguna limitación proveniente de los convenios internacionales ratificados por la Santa Sede, los cuales son parte del ordenamiento canónico (c. 3). Si alguna de tales convenciones preveyera el sometimiento de la suprema autoridad de las comunidades signatarias de tal pacto a algún órgano jurisdiccional (de la propia comunidad o internacional), la Santa Sede no podría subscribir ese tratado sin una explícita reserva (excluyente) acerca de dicho sometimiento del Romano Pontífice (cfr. c. 365 § 1, 2º) o, si lo hubiera firmado, debería «denunciarlo». Diversa sería la situación derivada de exigencias provenientes de los acuerdos internacionales firmados por la Santa Sede que fueran contrarias a las disposiciones de la legislación interna canónica no exigidas por el derecho divino. En tal caso, si no existiera la explícita reserva, las exigencias de tales pactos serían normas canónicas que derogarían la legislación interna (c. 3). Ejemplos de hipotéticas exigencias procesales para el derecho canónico derivadas de acuerdos internacionales podrían ser la necesidad de la defensa técnica (del abogado) en cualquier proceso o procedimiento, del doble grado de jurisdicción (el derecho de apelación), de la motivación de la sentencia, etc. 111 Cfr. c. 1444 § 1, 2º y § 2; SIGNATURA APOSTÓLICA, Normae speciales, 25 marzo 1968, cit., aa. 77 y 82; ID., sentencia coram Fagiolo, 27 febrero 1993, cit. en J. LLOBELL, Note sull’impugnabilità delle decisioni della Segnatura Apostolica, cit., pp. 684-687 y 697-698; G. MONTINI, De querela nullitatis deque restitutione in integrum adversus sententias Sectionis Alterius Supremi Signaturae Apostolicae Tribunalis, en «Periodica» 82 (1993), pp. 669-697. 112 Cfr. J. HERVADA, Estructura y principios constitucionales del gobierno central, en «Ius Canonicum» 22 (1971), p. 51; E. LABANDEIRA, Tratado de Derecho Administrativo Canónico, cit., p. 167; J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale, cit., pp. 432-435. 113 Vide los comentarios a los cc. 333 § 3, 1405 § 2 y 1629, 1º. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 8. 31 Las «causas mayores» (c. 1405) Concordancias: cc. 29, 30, 333 § 3, 1417, 1444 § 2. a) Causas reservadas o avocadas al juicio del Romano Pontífice (§ 1) 1.– Los supuestos contemplados en el c. 1405 originan las llamadas «causas mayores», que son de dos tipos: 1º) a iure, cuando el supuesto concreto es descrito por la norma, y 2º) ab homine, cuando se trata de la avocación de una causa no reservada explícitamente por la ley (§ 1, 4º y c. 1444 § 2). La reserva posee una limitación material: se debe tratar de causas pertenecientes a la jurisdicción propia (no es necesario que sea exclusiva) de la Iglesia (vide cc. 1401 y 1671). Por tanto, en la medida en que la Iglesia haya renunciado al privilegio del fuero 114, los procesos en los que una parte sea una de las personas indicadas en el c. 1405, sobre las materias no exclusivas de la jurisdicción canónica, pueden pertenecer a la doble jurisdicción, civil y canónica (causas de «fuero mixto»), según las normas de competencia de cada ordenamiento. 2.– La expresión «causas spiritualibus adnexas» (c. 1401, 1º) es muy amplia, pudiendo considerarse tales, por razón de las partes en causa, cualquier controversia entre personas sometidas al ordenamiento canónico (cfr. 1 Cor 4-6) – especialmente si la parte demandada posee una particular relevancia eclesiástica 115 – o cuando un no bautizado (por ej., un catecúmeno), por motivos de conciencia, desea demandar a una persona sujeta al ordenamiento canónico (c. 1476). Según un criterio objetivo, se incluyen entre las «causas spiritualibus adnexas», por ej., el matrimonio (sacramental o no 116), los actos civiles aseverados mediante el juramento en que se pone a Dios por testigo (cc. 1199 § 1 y 1200 § 1), los delitos tipificados por el derecho canónico y civil, los contratos con relevancia en ambos ordenamientos (cfr. c. 1290), etc. 3.– En todas las causas de fuero mixto en que la parte demandada sea una persona indicada en el c. 1405, el actor (bautizado o no: c. 1476) que desee someter la controversia a la jurisdicción de la Iglesia deberá dirigirse al Romano Pontífice o a la Rota Romana. La negación de ejercer esta jurisdicción por motivos de oportunidad (complejidad de la causa sujeta a las disposiciones del derecho civil, previsibles dificultades para ejecutar la sentencia, etc.) podría suponer una omisión que consentiría la imposición de sanciones (c. 1457 § 1). 4.– Los comentaristas del CIC 17 no eran concordes respecto a si la competencia subjetiva determinada en el c. 1557 (similar al vigente c. 1405) era aplicable en beneficio de cualquiera de las dos partes o sólo en favor de la parte demandada 117. Lega sostenía la 114 Vide supra el comentario al § 3, f) del presente Tít. 115 Cfr. coram Palestro, decreto del 13 abril 1988 y sentencia del 15 junio 1988, en «Ius Ecclesiae» 1 (1989), pp. 581-614; J. LLOBELL, Aspetti del diritto alla difesa, il risarcimento dei danni e altre questioni giurisdizionali in alcune recenti decisioni rotali, en ibidem, pp. 587-611. 116 Cfr. SIGNATURA APOSTÓLICA, Dichiarazione sulla giurisdizione della Chiesa riguardo al matrimonio celebrato tra due acattolici, 28 mayo 1993, en «Ius Ecclesiae» 6 (1994), p. 366. Vide el comentario a los cc. 1671 y 1672. Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 33-36; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 63, p. 187. 117 «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 32 primera posición invocando la «mente y la voluntad del legislador» (CIC 17 c. 18, CIC 83 c. 17), argumento que debe ser tenido en consideración, puesto que Lega fue uno de los principales redactores del Libro «De processibus». El vigente c. 1405 parece conforme con este planteamiento, constituyendo un fuero necesario, independientemente de que tales personas sean la parte actora o la demandada. A favor de esta interpretación – que supone una excepción, no aceptada por parte de la doctrina 118, al principio según el cual el actor sigue el fuero del demandado – se puede invocar la mens legislatoris y la ratio legis. Si la ley no establece ningún privilegio, sino que quiere proteger la dignidad de las funciones públicas desempeñadas por esas personas – más que las personas físicas – y la independencia de los jueces 119, tales argumentos son aplicables tanto si dichas personas son actoras o demandadas. Por otra parte, el principio «actor forum rei sequitur» – aplicado a estas causas – era utilizado por el derecho precodicial en el contexto del «privilegio del fuero», según el cual la persona eclesiástica podía ser demandada sólo ante un tribunal de la Iglesia, con independencia del objeto de la controversia, mientras que si un eclesiástico se dirigía contra un laico – en materias no pertenecientes a la jurisdicción exclusiva de la Iglesia – debía recurrir al tribunal civil 120. En consecuencia, el principio «actor forum rei sequitur» sólo se aplica necesariamente en las causas de primera instancia de competencia relativa en las que no existe un fuero concurrente con el del domicilio de la parte demandada, no en las causas de competencia absoluta material, subjetiva o funcional. 5.– Como ya hemos apuntado (vide § 6, d, d’), si se adquiere alguna de las condiciones jurídicas subjetivas previstas en el c. 1405, estando pendiente una causa ante cualquier otro tribunal canónico (en primera o en segunda instancia), se originará una incompetencia absoluta sobrevenida que debe ser declarada ex officio 121. Se trata del único criterio de competencia cuya modificación es posible a iure, que da lugar a una excepcional interrupción de la «perpetuatio iurisdictionis». Todos los actos de la causa y del proceso (cc. 1472, 1522, 1451 § 2) realizados hasta el momento son válidos, debiendo ponerse a disposición del Romano Pontífice o del tribunal en quien delegue la causa, sin necesidad de la notificación prevista en el c. 1417 § 2 122, puesto que no se trata de una avocación ab homine sino a iure. El criterio del c. 1518, 2º (para el supuesto en que una parte «cambia de estado») permite dictar la sentencia al tribunal sobrevenidamente incompetente que haya dictado el decreto de «conclusión de la causa» (c. 1599 § 3); sin embargo, si no se hubiera dictado tal decreto, la instancia debe ser suspendida y proseguida ante el tribunal pontificio (c. 1518, 1º), pues el tribunal periférico pasa a ser absolutamente incompetente. La reserva en favor del Romano Pontífice no exige que la causa sea juzgada por él personalmente; el c. 331 indica que el Romano Pontífice ejerce la potestad «libremente». Habitualmente, el Papa juzga estas causas a través de jueces delegados: auditores de la Rota Romana, una comisión cardenalicia, etc., dependiendo de las circunstancias del caso. 118 Cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can.1405, en ed. cit. 119 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 220; J. OCHOA, I titoli di competenza, cit., pp. 143-144. 120 Cfr. E.F. REGATILLO, Institutiones iuris canonici, 4ª ed., vol. 2, Santander 1951, n. 342, p. 218. 121 Cfr. cc. 1459 § 1 y 1461. 122 Cfr. SIGNATURA APOSTÓLICA, litt. circ. De effectibus, quoad exercitium iurisdictionis iudicis competentis, recursus ad Romanum Pontificem, 13 diciembre 1977, en AAS, 70, 1978, 75. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 33 6.– La regulación de la potestad judicial delegada posee una gran tradición canónica, que fue profundamente modificada por el CIC 17 123. En la vigente disciplina no se puede apelar la sentencia del delegado ante el delegante, constituyendo ambos un mismo tribunal, a semejanza de la decisión del juez con potestad vicaria respecto al Ordinario propio (c. 1420 § 2). El c. 1880, 2º del CIC 17 indicaba: «No hay lugar a apelación de la sentencia del juez delegado por la Santa Sede para ver una causa, con la cláusula ‘excluida la apelación’ (‘appellatione remota’)». En el derecho precodicial eran frecuentes las delegaciones del Romano Pontífice en favor de un juez que – porque juzgaba lejos de Roma, en condiciones a menudo complicadas – fácilmente podía actuar contra legem o injustamente. Por ello, incluso con la cláusula «appellatione remota» – que sólo podía poner el Romano Pontífice o el Concilio Ecuménico 124 –, se consentía la impugnación de la sentencia del delegado ante el Romano Pontífice 125. El canon 1880, 2º fue interpretado como prohibición de recurrir contra el fondo de la causa (la apelación stricto sensu), consintiendo sin embargo la impugnación por otros motivos 126. En el derecho vigente, en el caso del delegado para las causas del c. 1405 § 1, la sentencia debe ser considerada formalmente como dictada por el Romano Pontífice, que es el único juez competente para tales causas. Por tanto, salvo que en la comisión de la causa no se indique otra cosa, dicha sentencia no sólo es inapelable, sino que no es susceptible de alguna impugnación (c. 333 § 3), salvo la «aperitio oris» o el «beneficium novae audientiae», que son solicitudes de gracia, no impugnaciones 127. Sin embargo, las causas juzgadas por la Rota Romana en primera instancia (en cuanto tribunal delegado 128, no cuando el Romano Pontífice designa directamente, intuitu personae, los miembros del tribunal delegado, aunque todos ellos sean jueces rotales) sí son apelables ante la misma Rota, «si en el rescripto de comisión no se indica otra cosa» (c. 1444 § 2, b). 7.– «Quienes ejercen la autoridad suprema de un Estado» (§ 1, 1º). En el derecho precodicial esta reserva no estaba sancionada por ley alguna, siendo una costumbre vigente en la Curia romana (al menos en las causas matrimoniales), costumbre que no comportaba la incompetencia de los Obispos diocesanos 129. El c. 1557 § 1, 1º del CIC 17 incluía en este supuesto a los hijos e hijas y «a aquellos a quienes compete el inmediato derecho de 123 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., nn. 140-143, pp. 408-421. 124 Cfr. F.X. WERNZ, Ius Decretalium, vol. 5/1, Prati 1914, p. 538. 125 Cfr. Inocencio III, decretal Pastoralis oficii, X 2.28.53. Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 2, Romae 1950, pp. 980-981. 126 127 Cfr. la controvertida sentencia coram Parrillo, 30 enero 1923, n. 4, en SRRD, 15, 1923, pp. 17-21; V. GÓMEZ-IGLESIAS, El Primado Romano: la revisión de sus actos y la «aperitio oris», (tesis doctoral en Derecho), Pamplona 1985, pp. 544-616; E. LABANDEIRA, Tratado de Derecho Administrativo Canónico, cit., pp. 450-459; M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 417; E.F. REGATILLO, Institutiones iuris canonici, cit., n. 594, p. 341. 128 Cfr. S. ROMANA ROTA, Normae S. Romanae Rotae Tribunalis, 16 enero 1982, a. 25 § 2, en AAS, 74, 1982, 490-517. 129 Cfr. F.X. WERNZ, Ius Decretalium, 2ª ed., vol. 4/2, Prati 1912, pp. 683-684. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 34 sucesión en la soberanía». El c. 5 del Schema 1976 130 reproducía esta redacción que, en 1978, fue modificada formulándose la vigente versión 131. Algunos miembros de la comisión propusieron la total supresión de este título de competencia, considerándolo «un residuo medieval» (ibidem). Sin embargo, se consideró oportuno conservarlo, con la actual redacción, porque «aunque sea un caso rarísimo, (...) conviene que sea juzgado por el Romano Pontífice, quien goza de la suficiente independencia» (ibidem). Parte de la doctrina más reciente no acepta esta justificación por considerarla «poco digna respecto a los otros tribunales, incluida la Rota Romana», y porque existen otras funciones públicas (por ej., los Presidentes del gobierno) que, pudiendo ejercer igual presión sobre los tribunales, no están incluidas en este supuesto 132. Compartimos la opinión de Ochoa – cuya exposición seguimos en diversos puntos –, según la cual la reserva no comporta un privilegio, sino una manifestación de deferencia del ordenamiento canónico hacia la función pública de la que es investida tal persona. El argumento de la independencia judicial – aducido por la comisión codificadora, siguiendo la tradición 133 – es también importante pues, aunque este título no proteja todas las hipótesis que tal vez lo merecieran, sirve para acentuar la necesidad de tutelar enérgicamente los principios constitutivos del proceso (de los que la independencia judicial es piedra angular) en otros casos, como en el proceso penal o en el contencioso-administrativo. Sólo son contemplados los «Jefes de Estado», cualquiera que sea la denominación que reciban (rey, presidente de la república, etc.), que lo sean de hecho en el momento de iniciar el proceso, según las normas nacionales e internacionales que definen aquella condición jurídica, aunque no la puedan ejercer por encontrarse impedidos, en el exilio, etc. Tratándose de materias sobre las que la Iglesia posee jurisdicción, es indiferente que el Jefe de Estado sea bautizado o no (c. 1476). Este título no comprende al consorte 134; sin embargo, en las causas del consorte en las que el Jefe de Estado sea también parte (litisconsorte o enfrentada), como en las causas de nulidad del matrimonio o de separación (cc. 1674 y 1694), se producirá neceseriamente la reserva en favor del Romano Pontífice. Si cesa la condición de Jefe de Estado después de la citación, la competencia no sufre modificación alguna (c. 1512, 2º); sin embargo, si tal condición es adquirida estando pendiente una causa, se producirá la citada incompetencia absoluta sobrevenida, que comporta la pérdida de la «perpetuatio iurisdictionis» del tribunal periférico en favor del indicado en el c. 1405. 8.– «Los Cardenales» (§ 1, 2º), desde que su creación se hace pública «en presencia del Colegio Cardenalicio» (c. 351 § 2) reunido en Consistorio (c. 353). Los Cardenales «in pectore» no están incluidos en esta reserva pontificia a iure (c. 351 § 3). Siendo un nombramiento vitalicio, la reserva de la competencia continúa aunque cesen en 130 Cfr. PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI RECOGNOSCENDO (PCCICR), Schema canonum de modo procedendi pro tutela iurium seu de processibus, Typis Polyglottis Vaticanis 1976. 131 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 220. 132 Cfr. J. OCHOA, I titoli di competenza, cit., pp. 142-144. 133 Cfr. F.X. WERNZ, Ius Decretalium, vol. 4/2, cit., p. 684. 134 En sentido diverso, cfr. P.V. PINTO, I processi, cit., n. 26, p. 67. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 35 su oficio a los 75 ó a los 80 años de edad 135. Evidentemente, las causas previstas en esta reserva (como en todas las otras reservas del c. 1405) son aquéllas provenientes de actos de naturaleza «civil» («contenciosa»: patrimoniales, estado de las personas, etc.) o penal (c. 1400 § 1), no de los actos administrativos realizados por tales personas en cuanto titulares de la potestad administrativa («contencioso-administrativa»: cc. 1400 § 2 y 1445 § 2); sin embargo, si los titulares de potestad administrativa, en el ejercicio de la misma, actúan ilegítimamente, pueden ser demandados personalmente en un proceso penal o contencioso para «reparar el daño causado» (c. 128), ante el tribunal competente. 9.– «Los Legados de la Sede Apostólica» (§ 1, 3º, a). El Código utiliza en este canon una terminología diversa de la empleada en el Tít. de los cc. 362-367 («Legados del Romano Pontífice»). La terminología del presente canon, que reproduce la del CIC 17, es formalmente más amplia (c. 361), aunque materialmente coincidente. Los Legados pueden desempeñar funciones diversas (estables o «ad casum») como representantes de la Santa Sede ante organismos eclesiales o internacionales: Nuncios, Pro-Nuncios, Internuncios, Delegados Apostólicos, Observadores, etc. La reserva del c. 1405 se aplica en dos supuestos: en cualquier género de causas en las que el Legado sea parte procesal durante su misión («durante munere») 136 y en aquellas causas que tengan como materia (penal o contenciosa) actos realizados por los Legados en el ejercicio de su misión, aunque en el momento de iniciar el proceso hayan perdido la condición de Legados. Por tanto, la reserva reviste una amplitud bien diferenciada según la estabilidad de la representación. 10.– «Los Obispos en las causas penales» (§ 1, 3º, b). En esta reserva están comprendidos todos los consagrados Obispos, con independencia del oficio que desempeñen, y sólo ellos 137. En efecto, la reserva se funda en la «deferencia» hacia la plenitud del sacramento del orden que poseen los Obispos, también aquéllos sin otra potestad de jurisdicción que la proveniente de su pertenencia al Colegio Episcopal 138. Quienes, sin ser Obispos, desempeñan el oficio de ordinarios propios en una estructura jurisdiccional secular, poseen la potestad de jurisdicción «episcopal» 139, pero no están incluidos en esta reserva. Los comentaristas del CIC 17 ofrecían soluciones muy diversas a la cuestión: unos negaban la reserva al Romano Pontífice de las causas penales de quienes rigen una diócesis sin ser Obispos, y afirmaban la reserva a la Rota para las causas contenciosas de esas mismas personas 140; otros pensaban que la reserva de las causas contenciosas de los Obispos a la Rota se refería sólo a las causas «de statu personarum» (por ej., sobre la condición de hijo legítimo), pero no a las causas estrictamente patrimoniales 141. La normativa vigente, latina y oriental, distingue entre los Obispos y los 135 Cfr. c. 354; Const. Ap. Pastor bonus, a. 5 § 2; Regolamento Generale della Curia Romana, 4 febrero 1992, a. 43 §§ 1 y 3. 136 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 63, p. 184. 137 Algunos incluyen a quienes «se equiparan en derecho» (c. 381 § 2): cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 90-91 y 94. 138 Cfr. Communicationes, 10 (1978), pp. 220-221. 139 J. HERVADA, Diritto costituzionale canonico, Milano 1989, cap. VI, § 3, n. 8, d), p. 246. 140 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 63, p. 184-185. 141 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 36-37. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 36 Prelados con potestad ordinaria propia de jurisdicción secular que no han sido consagrados Obispos. Para los Obispos, son reservadas al Papa las causas penales (c. 1405 § 1, 3º) ) y a la Rota las causas contenciosas (§ 3, 1º). Los Prelados equiparados a los Obispos respecto a la potestad de jurisdicción, pero que no son Obispos, se encuentran entre las personas físicas señaladas en el c. 1405 § 3, 3º, cuya mención constituye una innovación del CIC 83 142; así lo indica expresamente el c. 1061 del CCEO. 11.– «Otras causas que él mismo haya avocado a sí» (§ 1, 4º). Este supuesto supone una avocación ab homine, realizada por el Romano Pontífice motu proprio o a instancia de parte (cc. 1417, 1444 § 2), que debe distinguirse de la avocación a iure prevista en los tres precedentes números del c. 1405. Cualquier fiel tiene «derecho a solicitar» tal avocación, pero no tiene «derecho a obtenerla» (vide el comentario al c. 1417); por otra parte, la avocación aceptada por el Papa, según el c. 1417, no siempre podrá ser incluida en el supuesto del c. 1405 § 1, 4º, puesto que el acto de avocación puede indicar (y será lo habitual) que la causa será juzgada por la Rota Romana en vía vicaria, modificando su incompetencia absoluta mediante el trámite de la respectiva comisión, no como tribunal delegado de una causa que el Romano Pontífice primero avoca a sí mismo y después confía a la Rota. Este último supuesto es el previsto por el c. 1405 § 1, 4º, siendo indiferente que la iniciativa provenga motu proprio o a instancia de parte y que la avocación preceda al inicio del proceso o que se produzca en cualquier momento o grado de un proceso ya en curso 143. La avocación puede ser directamente solicitada a la Signatura Apostólica – dentro de los límites de su potestad 144 – o al Romano Pontífice, quien habitualmente solicitará el parecer de la «Tercera Sección» de la Signatura, a través de la Primera Sección de la Secretaría de Estado (Const. Ap. Pastor bonus, a. 41 § 1). b) Actos confirmados «en forma específica» por el Romano Pontífice (§ 2) El c. 1683 CIC 17 y el c. 121 del Schema 1976 contenían una disposición semejante que, en 1978, fue incluida en la actual sistemática, precisando que la confirmación debía ser «en forma específica» 145. En este contexto, «aprobación» y «confirmación» son equivalentes a efectos prácticos 146. Aunque la expresión «acto o instrumento» del canon es muy genérica y no excluye los actos judiciales (sentencias o decretos), la principal aplicación de esta reserva es la de evitar el contencioso-administrativo ante la Signatura Apostólica (recuperado por el ordenamiento canónico en 1967 con el a. 106 de la REU 147) contra el acto de un dicasterio así confirmado por el Romano Pontífice. El a. 18/a de la Const. Ap. Pastor bonus excluye la aprobación necesaria (no la posibilidad) del Romano Pontífice de las sentencias (y de cualquier otra decisión judicial) de la Rota Romana y de la 142 Cfr. CIC 17 c. 1557 § 2, 2º; Schema 1976, c. 5 § 2, 3º. 143 Diversamente M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 91-93. 144 Vide supra cuanto dicho sobre la comisión y la prórroga de la competencia. 145 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 220; 11 (1979), p. 77. 146 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 415. 147 R. BERTOLINO, La tutela dei diritti nella Chiesa. Dal vecchio al nuovo codice di diritto canonico, Torino 1983, pp. 53-80 y 150-156; P. MONETA, La giustizia nella Chiesa, cit., 200-215. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 37 Signatura Apostólica «dictadas dentro de los límites de su propia competencia» 148. Por tanto, la indicación del a. 43 § 1 de las vigentes Normas de la Rota Romana 149, que prevé la confirmación de las sentencias de la Signatura Apostólica contra los Auditores (c. 1445 § 1, 3º), parece contraria al a. 18 de la Pastor bonus. De todos modos, no siendo una confirmación «en forma específica», es posible la apelación ante otro turno de la Signatura 150. La competencia judicial sobre los actos administrativos singulares 151 (el contencioso-administrativo) sólo cabe contra aquellos actos provenientes (ex novo o como consecuencia de un recurso contra el acto de una autoridad inferior) de los dicasterios de la Curia romana (c. 1445 § 2 y Const. Ap. Pastor bonus, a. 123 § 1). La confirmación pontificia que sustenta la prohibición del c. 1405 § 2 debe ser interpretada en sentido estricto, puesto que limita la protección judicial de los derechos (c. 18). El Regolamento Generale della Curia Romana (4 febrero 1992) ha explicitado, sin valor retroactivo, el procedimiento para obtener la «aprobación en forma específica» (a. 110) y ha recordado la norma del c. 1405 § 2 (a. 118 § 4). La prohibición de impugnar judicialmente tales actos administrativos es asimilable a la de las sentencias dictadas en virtud del c. 1405 § 1, 4º. c) Causas reservadas a la Rota Romana (§ 3) 1.– «Los Obispos en las causas contenciosas» (§ 3, 1º). Se trata de aquellas causas contenciosas «personales» (en cuanto fieles, pero no sólo sobre su «estado personal») de todos los consagrados Obispos. El c. 5 § 2 del Schema 1976 mencionaba explícitamente a los Obispos titulares, modificando el c. 1557 § 2, 1º del CIC 17, que se refería sólo a los Obispos residenciales. En 1978 se decidió suprimir la mención de los Obispos titulares, por considerarla superflua 152. Las causas de los Prelados que no son Obispos, aunque son equiparados respecto a la jurisdicción (c. 381 § 1), son de competencia de la Rota conforme a la norma del § 3, 3º 153. 148 El n. b) del a. 18 della Const. Ap. Pastor bonus trata de la confirmación necesaria para que los actos de los dicasterios puedan adquirir fuerza de ley o derogar (ad casum o en abstracto) alguna disposición del derecho universal, argumento sobre el que la doctrina no ofrece una interpretación unánime (vide el comentario a los cc. 29 y 30). 149 Cfr. Normae Rotae Romanae Tribunalis, 18 abril 1994, en AAS, 86, 1994, 508-540; Normae S. Romanae Rotae Tribunalis, 16 enero 1982, cit., a. 54 § 1; Lex propria Sacrae Romanae Rotae et Signaturae Apostolicae, 29 junio 1908, c. 9 § 1, en AAS, 1, 1909, 20-35; Normae S. Romanae Rotae Tribunalis, 29 junio 1934, a. 11 § 1, en AAS, 26, 1934, 449-491; Nuove norme del Tribunale della Sacra Romana Rota, 25 mayo 1969, cit., a. 33 § 1. 150 Cfr. cc. 1683 y 1604 § 1 CIC 1917 y los aa. 74-77 de las Normae speciales de la Signatura (25 marzo 1968, cit.); M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 414-417; ID., vol. 2, cit., p. 968; J. LLOBELL, Note sull’impugnabilità delle decisioni della Segnatura Apostolica, cit., pp. 690-693 y 697. 151 Cfr. cc. 35-93. 152 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 221. 153 En sentido diverso, cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., p. 94. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 38 La Rota es, desde 1908 154, absolutamente incompetente para juzgar los actos administrativos de los Obispos y de cualquier otro órgano ejecutivo. Los actos realizados por el Obispo en cuanto representante de una persona jurídica no son «personales» (por eso no están reservados a la Rota) ni «administrativos» (por lo que no se incluyen en la exclusiva competencia contencioso-administrativa de la Signatura Apostólica); son actos de esa persona jurídica, realizados a través de su representante (el Obispo diocesano), sin que ello comporte otra modificación sobre la competencia que la señalada en el c. 1419 § 2. 2.– «El Abad primado, el Abad superior de una congregación monástica y el Superior general de los institutos religiosos de derecho pontificio» (§ 3, 2º). Son los «Superiores supremos» de dichas instituciones, que no pueden confundirse con el concepto más amplio de «Superiores mayores» de las mismas, aunque el c. 620 incluye a los primeros entre los segundos. Están incluidos el Superior general de todos los institutos religiosos de derecho pontificio, sin distinción entre los clericales o laicales (los segundos pueden ser de mujeres o de hombres) 155. Están excluidos los Superiores generales de los institutos seculares, de las sociedades de vida apostólica y de los institutos religiosos diocesanos 156. 3.– «Las diócesis y otras personas eclesiásticas, tanto físicas como jurídicas, que no tienen Superior por debajo del Romano Pontífice» (§ 3, 3º). A las diócesis son equiparadas otras formas jurídicas de iglesias particulares (c. 368) o de estructuras jurisdiccionales personales dependientes de las Congregaciones para los Obispos y para la Evangelización de los Pueblos: ordinariatos militares y prelaturas personales 157. Entre las otras personas jurídicas que no tienen Superior por debajo del Romano Pontífice se encuentran los institutos religiosos y seculares y las sociedades de vida apostólica de derecho pontificio, las asociaciones públicas internacionales 158, los santuarios internacionales 159 y aquellas personas jurídicas exentas de cualquier otra jurisdicción canónica, porque así lo indica el acto de erección o porque han recibido la exención como privilegio (p. ej. algunos ateneos pontificios 160). Entre las personas físicas exentas de otra jurisdicción que la del Romano Pontífice pueden mencionarse, además de las ya indicadas en los §§ 1 y 3, 1º y 2º del c. 1405: a) los titulares de los oficios capitales de las jurisdicciones seculares (cc. 295 § 1 y 381 § 2) que no hayan sido consagrados Obispos; b) los titulares de determinados oficios de la Curia 154 Cfr. Lex propria Sacrae Romanae Rotae et Signaturae Apostolicae, 29 junio 1908, cit., c. 16; J. LLOBELL, Il «petitum» e la «causa petendi» nel contenzioso-amministrativo canonico, cit., pp. 131-133. Vide el comentario a los cc. 1400 § 2 y 1445 § 2. 155 Cfr. X. OCHOA, I processi canonici in generale, en «Apollinaris» 57 (1984), pp. 203-204. 156 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., p. 94. 157 Cfr. Const. Ap. Pastor bonus, aa. 76, 80 y 89. 158 Cfr. c. 312 § 1, 1º; Const. Ap. Pastor bonus, a. 134. 159 Cfr. cc. 1231-1232; Const. Ap. Pastor bonus, a. 97, 1º. 160 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 63, p. 186. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 39 romana 161; c) los Superiores generales de los institutos seculares y de las sociedades de vida apostólica de derecho pontificio, etc. 9. La inexistencia y la nulidad insanable de las decisiones que violan las prescripciones de los cc. 1404 y 1405 (c. 1406) Concordancias: cc. 124 § 1, 1620, 1º. Habiendo estudiado ampliamente – al comentar el presente Tít. del CIC (vide los §§ 1, c), 2 y 4) – el significado y las consecuencias prácticas de la diversa sanción de las decisiones que violan las normas de jurisdicción y de competencia del presente canon, remitimos a dicho comentario. Añadimos sólo que el CIC 17 (c. 1558) preveía la incompetencia absoluta, en vez de la inexistencia, para las decisiones concernientes a la persona del Romano Pontífice. El Schema 1976 (c. 6 § 1) utilizaba la expresión «juicio», que fue sustituido por «actas» en 1978 162. De este modo se subraya lo que hemos expuesto precedentemente: que no se trata de un acto jurisdiccional porque nadie posee tal potestad sobre el Romano Pontífice. 10. El «juez natural» y la naturaleza pública de los títulos de competencia relativa (c. 1407) Concordancias: cc. 221 § 1, 1409 § 2, 1440, 1459 § 2, 1460, 1476, 1502, 1504, 1º, 1505 §§ 1 y 2, 1º. 1.– El § 1 del c. 1407 establece el principio que actualiza la norma genérica del c. 221 §§ 1 y 2, sobre la tutela judicial de las situaciones jurídicas en la Iglesia. En efecto, aunque el § 1 del c. 1407 parece corresponder al § 2 del c. 221 (referido al demandado) y el § 3 del c. 1407 al § 1 del c. 221 (respecto al actor), en realidad se trata de las dos caras de la misma moneda, pues la tutela jurisdiccional presupone la controversia, cuya existencia exige la presencia de dos partes enfrentadas (actor y demandado) ante un tribunal competente. Para solicitar el «ministerio judicial» en la Iglesia no es necesario que ambas partes, o al menos una de ellas, sean «fieles» (si son personas físicas) o que posean personalidad jurídica canónica (como parece sugerir el c. 221, utilizando la palabra «fiel»); basta que la relación jurídica controvertida esté sometida, dentro de ciertos límites, a la jurisdicción canónica, lo cual puede suceder incluso cuando ninguna de las dos personas físicas esté bautizada 163. El ejercicio del derecho del actor a la protección jurisdiccional (ejercitada mediante la «pretensión» 164), reconocido en el c. 221 § 1, no comporta necesariamente que el derecho reclamado haya sido realmente violado por la parte demandada, ni que se ejercite ante el juez al que el demandado está sometido ad normam iuris. Por ello, el juez – antes de citar al demandado – debe comprobar su competencia para 161 Cfr. PÍO XI, Const. Ap. Ad incrementum decoris, 15 agosto 1934, aa. 41, 71, 127, 144, en AAS, 26, 1934, 497-521. 162 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 221. 163 Cfr. cc. 1476, 1674; SIGNATURA APOSTÓLICA, Dichiarazione sulla giurisdizione della Chiesa cattolica riguardo al matrimonio celebrato tra due non cattolici, battezzati o no, e sul relativo processo giudiziario canonico, 28 mayo 1993, cit. 164 Vide cc. 1491, 1501-505. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 40 decidir la controversia expuesta en la demanda del actor, algunos requisitos formales mínimos de la demanda y que el demandado ha podido realmente cometer la injusticia que el actor le imputa (el llamado fumus boni iuris de la demanda) 165. Sólo en presencia de tales presupuestos (formales y sustanciales) el juez competente puede «llamar a juicio» al demandado (c. 221 § 2). 2.– El § 1 del c. 1407 considera sólo la primera instancia, no porque en segunda o ulterior instancia el juez no deba ser competente, sino porque, determinando el tribunal competente para conocer la causa en el momento de su «nacimiento jurisdiccional» (en la primera instancia), los sucesivos tribunales competentes son indicados por la misma ley (cc. 1438-1440). El actor debe individualizar, para presentar la demanda de primera instancia, «el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho» (c. 221 § 1) de entre la diversidad de tribunales eclesiásticos existentes; el tribunal competente para el desarrollo del proceso en otras instancias es señalado por la ley, como ya se dijo. Para la segunda instancia de una causa juzgada por un tribunal «periférico» (todos los que no son «apostólicos») siempre y sólo (salvo concesión pontificia) existen dos fueros competentes: el periférico de apelación y la Rota Romana (cc. 1442-1444 § 1, 1º). 3.– El mismo § 1, diciendo que la competencia en primera instancia debe provenir de «uno de los títulos que se determinan en los cc. 1408-1414», sugiere la posibilidad de que existan varios tribunales competentes: tantos cuantos posean uno de tales títulos. Esta sugerencia del § 1 es explícitamente formulada en el § 3. El c. 1560 del CIC 17 establecía el fuero necesario para algunas causas (de expolio, sobre los beneficios eclesiásticos, sobre la administración de bienes y sobre las herencias o legados); en el vigente CIC dichos títulos son concurrentes con el «fuero del demandado» (§ 3). 4.– Desde el Derecho romano (C. 3, 13, 2) se ha afirmado que el principio general de asignación de la competencia es que «el actor sigue el fuero del demandado», originando el fuero «general» indicado en el c. 1407 § 3, que puede ser concurrente con alguno de los fueros «especiales» descritos en los cc. 1410-1414 166. La doctrina canónica afirma unánimemente que la disposición «actor forum rei sequitur» responde a exigencias provenientes del derecho natural y de la equidad 167. El demandado debe soportar la iniciativa del actor (la «pretensión» formulada en la demanda) que, aunque sea legítima, no necesariamente comporta el derecho a una sentencia favorable (constitutivo de la «acción», según un sector doctrinal al que me adhiero 168). Esta manifestación del derecho a la defensa del actor (c. 221 § 1) no debe situar al demandado en una posición en la que su recíproco derecho de defensa (c. 221 § 2) sea, en la práctica, imposible o particularmente oneroso (por la distancia entre su domicilio y la sede del tribunal, por la diversidad de lengua, etc.). Los principios de la «economía procesal» (para instruir la causa y para ejecutar la sentencia), del «favor veritatis» (para facilitar al tribunal el conocimiento objetivo de la controversia y que el contenido de la sentencia corresponda a la verdad de la 165 Vide cc. 221 § 1, 1502, 1504, 1505 §§ 1 y 2. 166 Vide el comentario al Tít. (§ 3, c) y al c. 1405, 1º. 167 La referencia a la equidad se recoge en el c. 221 § 2. 168 Cfr. C. DE DIEGO-LORA, Poder jurisdiccional y función de justicia en la Iglesia, cit., pp. 142-184, en particular, pp. 177-178. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 41 concreta relación jurídica y al modo justo de configurarla 169) y del derecho de defensa del demandado justifican que, como «común denominador» de los ordenamientos jurídicos, rija el criterio general de atribución de la competencia: «actor forum rei sequitur». Por otra parte, la mayoría de las causas canónicas tienen naturaleza espiritual, se refieren a bienes directamente relacionados con la salus animarum y, por tanto, sobre los que las partes no tienen la libre disposición. Se trata de «peculiaridades del proceso canónico» que, sin debilitar su juridicidad 170, acentúan la importancia del respeto de los títulos de competencia en la Iglesia. 5.– Si el actor presenta su demanda (en primera instancia) ante un tribunal que no posea alguno de los títulos de competencia señalados en los cc. 1408-1414, tal tribunal es incompetente. El c. 1407 § 2 dice que se trata de incompetencia relativa, aunque en realidad la afirmación es imprecisa. En efecto, la incompetencia de ese tribunal puede ser también absoluta: a) por el grado de la instancia, si es sólo tribunal de apelación (p. ej. los tribunales interdiocesanos erigidos sólo para la segunda instancia, según el c. 1439) 171; b) por la materia (p. ej., un contencioso-administrativo ante cualquier tribunal diverso de la Signatura Apostólica o una causa penal ante un tribunal de primera instancia erigido sólo para juzgar las causas de nulidad del matrimonio 172); c) por la condición de una de las partes (las indicadas en el c. 1405) 173. La incompetencia será realmente relativa cuando se trate de un tribunal de primera instancia, con competencia material y subjetiva en sentido abstracto, pero incompetente para esa concreta causa. 6.– Los efectos de la demanda presentada ante un tribunal relativamente incompetente son 174: a) El juez debe rechazar la demanda in limine litis, es decir debe inhibirse sin citar al demandado (c. 1505 §§ 1 y 2, 1º). Si el juez (o el tribunal) no se inhibe y cita al demandado, todavía puede declarar su incompetencia ex officio, cuando perciba su incompetencia antes de dictar el decreto de «litiscontestación» (cc. 1459 § 2 y 1513 § 1). 169 Este principio, junto al de economía, justifica los títulos de los cc. 1410-1413, que son especificaciones del «fuero de las pruebas» (cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 224). 170 Cfr. S. GHERRO, Peculiarità del diritto canonico e scienza del diritto, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 531-544; J. LLOBELL, I princìpi del processo canonico: aporia, mimetismo civilistico o esigenza ecclesiale?, en Chiesa e Stato nei sistemi giuridici contemporanei. Atti dell’VIII Congresso Internazionale di Diritto Canonico. Lublin, 14-19.IX.1993, en prensa; ID., L’efficace tutela dei diritti presupposto della giuridicità dell’ordinamento canonico (c. 221), en S. GHERRO (Ed.), Studi sul secondo libro del «Codex Iuris Canonici», Padova, en prensa. 171 Tal incompetencia no se produce si el tribunal de apelación es también de primera instancia, p. ej. los indicados en el c. 1438, 1º y 2º o los tribunales regionales de apelación para las causas de nulidad del matrimonio en Italia (cfr. PÍO XI, M.P. Qua cura, 8 diciembre 1938, cit.; JUAN PABLO II, M.P. Sollicita cura, 26 diciembre 1987, cit.). 172 Cfr. c. 1423 § 2. En esa situación se encuentran los tribunales regionales italianos (de primera y de segunda instancia), apenas citados (cfr. J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale, cit., pp. 459465). 173 Vide el § 5 del comentario al Tít. 174 Vide los §§ 4 y 6 del comentario al Tít. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 42 Contra el decreto inhibitorio (dictado in limine litis o como consecuencia de la excepción del demandado de la que hablaremos a continuación) cabe la apelación (c. 1460 § 3). Si el decreto inhibitorio es dictado ex officio por el presidente del tribunal antes de citar al demandado, el actor puede apelar ante el colegio o ante el tribunal superior (c. 1505 § 4); sin embargo, si el decreto es dictado ex officio tras la citación o es consecuencia de la excepción de incompetencia interpuesta por el demandado, el que ha sufrido un «gravamen» (un perjuicio) por tal decisión puede apelar sólo ante el tribunal superior (el periférico o la Rota Romana), según la norma del c. 1460 § 3 que deroga, en cuanto ley especial, la posible apelación al colegio prevista en el c. 1505 § 4. Normalmente la apelación la interpondrá el actor, pero también puede hacerlo el demandado que no planteó la excepción u otro demandado que no se adhirió a la excepción promovida por su litisconsorte (p. ej., el cónyuge demandado contra la excepción interpuesta por el defensor del vínculo en un proceso de nulidad del matrimonio). «Los jueces que rehúsen administrar justicia aun siendo cierta y evidentemente competentes, o que se declaren competentes sin ningún título jurídico que legitime esa competencia, y conozcan y decidan las causas, (...) pueden ser castigados con penas adecuadas por la autoridad competente, incluso con la privación del oficio» (c. 1457 § 1). b) La citación del demandado realizada por un tribunal incompetente no produce la perpetuatio iurisdictionis (c. 1512, 2º), pues tal efecto presupone la competencia del tribunal en el momento de la citación. c) El demandado, citado por el tribunal incompetente, puede plantear la excepción de incompetencia («declinatoria del fuero») ante el mismo tribunal (c. 1460 § 1), antes de que éste dicte el decreto de litiscontestación (c. 1459 § 2). Si la excepción es rechazada, afirmando el tribunal ser competente en la causa, el demandado no puede apelar (c. 1460 § 2). Sin embargo, el mismo c. 1460 § 2 permite proponer la querella de nulidad y la restitutio in integrum a todos los legitimados para solicitar estas impugnaciones de la decisión judicial (sentencia o decreto), no sólo a quien se prohibe apelar. No siendo este el lugar para analizar detalladamente estos supuestos 175, sólo interesa señalar que la querella de nulidad (sanable o insanable) puede ser promovida por cualquier parte pública o privada (c. 1626 § 1) y, ex officio, por el tribunal de apelación que conoce la causa en cuestión, con los límites indicados por el c. 1626 § 2 para la querella de nulidad sanable. Por tanto, sigue siendo aplicable el c. 1459 § 1 (que no distingue entre nulidad sanable e insanable), aunque la incompetencia relativa no sea causa directa de nulidad insanable (en alguna ocasión podría constituir una violación del derecho de defensa protegido por el c. 1620, 7º) y sólo sea reconducible a la nulidad sanable derivada del c. 1622, 5º. Además, la sanción al juez incompetente (relativa o absolutamente), prevista en el c. 1457 § 1, no se refiere sólo a quien no se inhibe antes de la litiscontestación, sino que, a efectos de esa norma, la inicial incompetencia (absoluta o relativa) subsiste en el momento de dictar la sentencia. En efecto, aunque la ley sólo especifica directamente la «sanción de la sentencia» del juez absolutamente incompetente (la nulidad establecida en el c. 1620, 1º), la «sanción personal» (al juez o al tribunal incompetentes) es aplicable con independencia de la naturaleza de la incompetencia (absoluta o relativa) 176. De este modo, aparece siempre más 175 Cfr. cc. 1460 § 2, 1619-1627 y 1645-1648; A. BETTETINI, La «restitutio in integrum» processuale, cit., pp. 231-253. 176 Cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can.1407, en ed. cit.; M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., p. 85. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 43 clara la superación del planteamiento romanista y precodicial del proceso (de índole privada), aún presente en los códigos de 1917 y de 1983. Según este planteamiento, los títulos de competencia relativa son prorrogables por las partes que se someten a un juez incompetente, cuando éste no se ha inhibido antes de la litiscontestación, porque tales títulos serían considerados de «naturaleza procesal privada», mientras que el «bien público procesal» sería protegido por los títulos de incompetencia absoluta 177. Los ordenamientos civiles europeos (que parten de ese mismo planteamiento del «derecho común») han modificado el sistema, abandonando progresivamente el concepto de incompetencia relativa para las causas públicas – como son las de nulidad matrimonial, separación o divorcio 178 – porque «la prorrogabilidad de la competencia territorial conlleva un cierto arcaismo en la concepción de lo que debe ser el proceso. (...) La tendencia a convertir en inderogable la competencia territorial es más acusada en las leyes más recientes (...). La determinación inderogable del juez territorialmente competente suele venir acompañada de la prohibición de la sumisión expresa o tácita (aunque, en realidad, no sea necesaria)» 179. En el proceso de redacción del vigente CIC hubo alguna Conferencia Episcopal que indicó, respecto al c. 1407: «hay que reconocer la competencia de todos los tribunales para juzgar las causas que les sean sometidas, sin considerar el título de competencia». La propuesta fue rechazada por la Comisión codificadora por considerarla «peligrosa para el recto orden de la administración de la justicia» 180. 7.– El derecho de elección reconocido al actor en el § 3 del c. 1407 no comporta la derogación del principio «actor forum rei sequitur», considerado sustancialmente y no sólo formalmente (el domicilio o cuasidomicilio del demandado). El principio, como hemos visto, pretende facilitar el derecho de defensa del demandado, la economía procesal y el conocimiento de la causa secundum veritatem por parte del juez. Estos objetivos son suficientemente garantizados por la ley exigiendo que el actor se dirija a cualquiera de los tribunales previstos en los cc. 1408-1414. Todos ellos pueden ser considerados, lato sensu, «fueros del demadado», pues con todos el demandado posee una relación jurídica: el domicilio o el cuasidomicilio (el «fuero general», fuero del demandado en sentido personal estricto) o los actos jurídicos (legítimos o ilegítimos) realizados por él en ese territorio. El principio se aplica también cuando, en el mismo proceso, el demandado demanda al actor por medio de la «reconvención» (cc. 1463, 1494 y 1495). En efecto, aunque el tribunal en cuestión sea incompetente (sólo territorialmente) para juzgar la causa que el demandado desea iniciar contra el actor (que pasará a ser demandado de la acción reconvencional, sin perder su originaria condición de actor), es evidente que los objetivos del principio «actor forum rei sequitur» se alcanzan con el título legal de competencia territorial, que rige la reconvención. Por tanto, la referencia del c. 1407 § 1 a los diversos títulos de competencia territorial (cc. 1408-1414) no constituye un «numerus clausus», debiendo ser integrada con el título reconvencional. Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 39-41. Este planteamiento continúa presente en parte de la más moderna doctrina: cfr. P.V. PINTO, I processi, cit., n. 23, p. 64. 177 178 Para España, cfr. Ley 20 julio 1981, disposición adicional 3ª. 179 A. DE LA OLIVA – M.A. FERNÁNDEZ, Lecciones de derecho procesal, vol. 1, cit., pp. 235-236. 180 Communicationes, 10 (1978), pp. 221-222. Vide, además, los motivos indicados en el § 6, c). «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 11. 44 El «fuero general» (c. 1408) Concordancias: cc. 12 § 3, 100-107, 1409, 1413, 2º, 1504, 4º, 1673, 2º, 1699 § 1. 1.– El c. 1408 establece el que llamamos «fuero general»: el domicilio o el cuasidomicilio de la parte demandada. La expresión utilizada para indicar el sujeto jurídico que puede ser demandado («quilibet», cualquiera) es idéntica a la del c. 1476, referido a la parte actora. Esta simetría terminológica exige precisar quién es ese «quilibet» y qué es lo que tal sujeto puede realizar (el demandado, como parte pasiva, o el actor, como parte activa). La precisión será breve, pues el estudio pormenorizado de los conceptos en cuestión corresponde a los comentarios a los cc. 1400, 1445 § 2, 1476-1485, 1491, 1674, 1721, etc., que explicitan tales conceptos. Cualquier sujeto titular de un bien jurídico concerniente (directa o indirectamente) al ordenamiento canónico («en exclusiva» o compartido con el ordenamiento civil) tiene derecho, ad normam iuris (según las modalidades establecidas por la ley), a la tutela de ese bien. Para que la tutela sea jurídicamente suficiente (y, por tanto, el ordenamiento sea justo) debe incluir la posibilidad de que los eventuales conflictos sobre tal bien sean decididos por un órgano independiente al litigio y con capacidad de imponer a los contendientes el acatamiento de su decisión: un juez o tribunal. De aquí la importancia del contencioso-administrativo para asegurar la justicia de las relaciones jurídicas en las que interviene la autoridad pública, y de la amplitud de los sujetos que, según el can. 1476, pueden solicitar la tutela judicial: «quilibet». Si el sujeto es una persona física, no importa que esté bautizada (c. 1476) 181; si no es una persona física, el «quilibet» exige proteger a cualquier sujeto capaz de poseer un patrimonio jurídico, superando el positivismo que implicaría conceder esa titularidad sólo a aquellos sujetos cuya existencia haya sido reconocida por la autoridad antes de surgir el litigio. La justicia «judicial» se refiere al caso concreto y, por tanto, lo que debe ser tenido en consideración es si existe un bien jurídico atribuible a un sujeto, que será el titular aunque su «subjetividad» (jurídica) no resulte de algún acto previo de la autoridad 182. Respecto al demandado el razonamiento es también simétrico: el «quilibet» (c. 1408) comprende cualquier sujeto con capacidad de poseer un domicilio, un cuasidomicilio o de «encontrarse» en algún lugar (c. 1409 § 1) y de entablar una relación jurídica con el actor. Las personas jurídicas (públicas o privadas) tienen la sede establecida en sus estatutos (cc. 118, 1480) 183. 181 Cfr. PCI Vaticano II, Responsum de iure accusandi matrimonium ab acatholicis, 8 enero 1973, en AAS, 62, 1973, 59. 182 Cfr. CPI, Respuesta, 20 junio 1987, en AAS, 80, 1988, 1818; SIGNATURA APOSTÓLICA, sentencia coram Castillo-Lara, 21 noviembre 1987, en «Ius Ecclesiae» 1 (1989), pp. 197-203; C. DE DIEGO-LORA, Poder jurisdiccional y función de justicia en la Iglesia, cit.; E. LABANDEIRA, La defensa de los administrados en el Derecho Canónico, en «Ius Canonicum» 31 (1991), pp. 271-288; J. LLOBELL, Associazioni non riconosciute e funzione giudiziaria, en W. AYMANS – K.T. GERINGER – H. SCHMITZ (Eds.), Das konsoziative Element in der Kirche. Akten des VI. Internationalen Kongresses für kanonisches Recht. München, 14. – 19. September 1987, St. Ottilien 1989, pp. 345-355; J. MIRAS, Comentario a la respuesta de la Comisión Pontificia para la interpretación auténtica del CIC, 20 junio 1987, en «Ius Canonicum» 31 (1991), pp. 212217. 183 Respecto a las asociaciones «no reconocidas», cfr. c. 310, su comentario y la nota precedente. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 45 Todo sujeto capaz de ser titular de un patrimonio jurídico puede entrar en conflicto con otro sujeto y, por tanto, puede ser parte en un proceso. Dicha «capacidad de ser parte» corresponde a la «capacidad jurídica» regulada en el Libro I del CIC (cc. 96 y ss.). Sin embargo, la capacidad jurídica no comporta la «capacidad de obrar». En el ámbito procesal la capacidad jurídica es denominada (con una terminología clásica, pero confusa) «capacidad de actuar en un proceso» («capacitas in iudicio agendi»: c. 1476). La capacidad de obrar en un proceso es llamada por el CIC «capacidad de estar en un proceso» («capacitas in iudicio standi»: cc. 1478, 1505 § 2, 2º, 1620, 5º) o «capacidad de actuar y de responder en un proceso» («capacitas in iudicio agendi et respondendi»: c. 1480 § 3); la doctrina suele denominar esta habilitación jurídica «capacidad procesal». Para establecer el título de competencia de las personas físicas es determinante el domicilio (o cuasidomicilio o lugar de residencia) de quien posee la capacidad procesal. Si quien tiene la «capacitas in iudicio agendi» (pasiva, como parte demandada, salvo en las excepcionales ocasiones en que la ley acepta el fuero del actor: cc. 1409 § 2, 1673, 3º y 1694) no posee la «capacitas in iudicio standi», la competencia será determinada por el domicilio de su legítimo representante (los padres, el tutor o el curador), «que, según el derecho, está obligado a asumir en su nombre el juicio» (c. 1508 § 3), cuyo domicilio puede coincidir o no con el del representado. Este representante no debe ser confundido con aquél designado para el proceso por el titular de la «capacitas in iudicio standi»: el procurador, que en el ordenamiento canónico suele coincidir con el abogado. Procurador y abogado son denominados «patronos» y actúan en el proceso en un «tercer nivel» 184, para el que se requiere la «capacitas postulandi» 185. Por tanto, la citación del demandado debe ser notificada a quien posee la «capacidad procesal» 186. 2.– La competencia determinada en los cánones 1408-1414 y 1495 proviene de la voluntad de la ley, no de la voluntad de las partes como sucede en la llamada «jurisdicción voluntaria». Por eso el título del c. 1408 vincula al demandado aunque se encuentre ausente (c. 1561 § 2 CIC 17), con tal que conserve el domicilio o el cuasidomicilio en el momento de recibir la citación. Puesto que la citación produce la «perpetuatio iurisdictionis» (c. 1512, 2º), es indiferente la pérdida del domicilio o cuasidomicilio que consintió la citación legítima. 3.– Los cc. 100-107 determinan los criterios para la adquisición del domicilio y del cuasidomicilio. Puesto que una persona puede poseer varios domicilios y cuasidomicilios – con mayor facilidad los segundos, bastando para adquirir el cuasidomicilio la sóla intención de residir por tres meses en el lugar en el que la persona se encuentra (c. 102 § 2) –, esa pluralidad comporta la multiplicidad de fueros competentes (concurrentes) y la libre elección de uno de ellos por el actor (c. 1407 § 3). En cualquier caso, la existencia del domicilio o del cuasidomicilio debe ser probada por quien la invoca (c. 1526 § 1); el juez 184 Los otros dos «niveles» son la «capacidad para ser parte» y la «capacidad procesal». 185 Cfr. J. LLOBELL, Il patrocinio forense e la «concezione istituzionale» del processo canonico, en Il processo matrimoniale canonico, cit., pp. 439-446; S. PANIZO ORALLO, Legitimación procesal y designación de curadores, en J. MANZANARES (Ed.), Cuestiones básicas de derecho procesal canónico, cit., pp. 137-157; G. RICCIARDI, La costituzione del curatore processuale, en Il processo matrimoniale canonico, cit., pp. 405438; A. STANKIEWICZ, De curatoris processualis designatione pro mente infirmis, en «Periodica» 81 (1992), pp. 495-520 y 82 (1993), pp. 477-509. 186 Cfr. c. 1508 § 3; G. RICCIARDI, La costituzione del curatore processuale, cit., pp. 423-424. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 46 posee un amplio margen de actuación para comprobar ex officio la veracidad del cuasidomicilio invocado (c. 1452), pues este título consiente fáciles abusos, siendo más amplio que el de la «residencia no precaria» 187. La multiplicidad de domicilios (o cuasidomicilios) parroquiales en una misma diócesis y el solo lugar «de origen» (c. 101) son irrelevantes para la determinación de la competencia judicial. 4.– El c. 1562 del CIC 17 establecía el fuero de los «peregrinos en Roma», en continuidad con la legislación romana y decretalista, considerando Roma la «patria común» 188. Este título, en los años de elaboración del CIC 83, dio lugar a diversos abusos, en particular en las causas de nulidad matrimonial. Por este motivo no ha sido acogido en la legislación vigente 189. 12. Los «fueros subsidiarios» del vago y del actor (c. 1409) Concordancias: cc. 13 § 3, 100, 107 § 2, 1071 § 1, 1º, 1115, 1413, 2º, 1673, 3º, 1692 § 2. 1.– Se llama «vago» a la persona física que «no tiene domicilio ni cuasidomicilio en lugar alguno» (c. 100). De todos modos, el vago es titular de un patrimonio jurídico y es capaz de establecer relaciones también jurídicas, que no pueden dejar de estar sometidas a la tutela jurisdiccional. La situación de vago del actor no plantea dificultades respecto a la competencia, en aplicación del principio «actor forum rei sequitur» (salvo que el demandado también lo sea y no exista un título «especial»: c. 1409 § 2); será necesario, sin embargo, establecer un lugar cierto «a efectos de recibir documentos» (c. 1504, 3º), problema que puede ser resuelto mediante el nombramiento de un procurador, quien debe residir en la diócesis del tribunal 190. La situación de vago del demandado podría comportar, sin embargo, la indefensión de quien deseara llamarlo a juicio, cuando no existiera un fuero especial ni el fuero general determinado por el domicilio o el cuasidomicilio. Para resolver el problema, siguiendo el aforismo «ubi te invenero ibi te iudicabo», se recurre a la fictio iuris de considerar que el tribunal del lugar en el que el vago se encuentra es su «juez natural» 191, constituyendo un fuero de naturaleza subsidiaria, incompatible con la existencia de otro fuero 192. 187 Cfr. M.P. Causas matrimoniales, cit., n. 4 § 1, b); Communicationes, 10 (1978), p. 222; c. 1488 § 2; sentencia coram Huot, 2 febrero 1984, cit., nn. 1, 2, 9 y 10. Cfr. CICERÓN, De legibus, 2, 2; Gregorio IX, decretal Licet ratione, X 2.2.20; M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 56-57. 188 189 Cfr. Const. Ap. Regimini Ecclesiae Universae, 15 agosto 1967, a. 105, en AAS, 59, 1967, 885-928; SIGNATURA APOSTÓLICA, Normae speciales, 25 marzo 1968, cit., a. 18, 4º; Communicationes, 10 (1978), p. 223. 190 Cfr. SIGNATURA APOSTÓLICA, Normae speciales, 25 marzo 1968, cit., a. 111; S. ROMANA ROTA, Normae S. Romanae Rotae Tribunalis, 16 enero 1982, cit., a. 61; SECRETARÍA DE ESTADO, Ordinatio ad exsequendas Litteras Apostolicas motu proprio datas «Iusti Iudicis», 23 julio 1990, a. 3, en AAS, 82, 1990, 1630-1634. 191 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 57. 192 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 68, p. 199; vide el comentario al Tít. § 3, d) y al c. 1673, 2º. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 47 2.– Aunque la disposición legal del c. 1409 § 1 formula este título como «general» del vago y, por tanto, concurrente con los otros títulos de los cc. 1410-1414, preferimos plantearlo como «subsidiario», teniendo en cuenta que la ratio legis del sistema de los títulos de competencia relativa (cc. 1407-1414) es armonizar el derecho de defensa del demandado con el derecho del actor a la tutela judicial y con el favor veritatis. Las dos últimas finalidades se obtienen satisfactoriamente cuando existe alguno de los títulos previstos en los cc. 1410-1414. Por otra parte, el derecho de defensa del vago no parece que sea mejor protegido por el hecho de ser citado ante un tribunal en cuyo territorio está «de paso», siendo la situación de permanente «transeúnte» un elemento esencial de la condición jurídica del vago. Además, en el supuesto que consideramos (existencia de un tribunal competente por los títulos de los cc. 1410-1414), el fuero del vago más bien dificultaría la obtención de los principios de la economía procesal y del favor veritatis, al alejar a dicho tribunal del lugar en que deben instruirse algunas pruebas importantes (tal vez la mayoría) para adecuar la decisión judicial a la verdad 193. 3.– El riesgo del «vacío de jurisdicción» no desaparece con el fuero del vago: puede suceder que no se sepa dónde se encuentre o que, presentada la demanda ante el tribunal del lugar en que se halle, la citación no pueda serle notificada por haberlo abandanado. Por ello se acepta el fuero del actor, cuya naturaleza es reduplicativamente sucesiva o subsidiaria: carencia del fuero general y especial (entre sí concurrentes), y del primer título subsidiario, el del vago. Esta naturaleza fue afirmada por la Comisión codificadora al rechazar la inclusión del fuero del actor no sólo como título general de competencia, sino también como fuero concurrente con el del lugar en que se encuentra el vago 194. El fuero del actor del c. 1409 § 2, ¿es de su domicilio o cuasidomicilio, o sólo del domicilio? Puesto que este § no existía en el CIC 17, la cuestión no fue estudiada por la respectiva doctrina. El c. 9 § 2 del Schema 1976 consentía el cuasidomicilio; su supresión por la Comisión no parece que fuera debida a querer evitarlo, sino para simplicar la redacción 195. Sin embargo, según la norma interpretativa del c. 18, no pudiendo establecerse cuál sea «la intención del legislador», el «lugar paralelo» invocable en este caso es el c. 1673, 3º, que indica sólo el domicilio del actor. Esta interpretación, que proponemos, encuentra apoyo en una clásica norma hermeneútica (explicitación de la más lacónica «in dubio pro reo»): «Quum sunt partium iura obscura, reo favendum est potius quam actori» (VI° Regula iuris 11), aunque, como es habitual, se puede citar otro aforismo a favor de la interpretación contraria: «ubi lex non distinguit, nec nos distinguere debemus» 196. 13. El «fuero real» o «fuero de la cosa» (c. 1410) Concordancias: cc. 13 § 2, 2º, 1192 § 3, 1254-1272, 1375-1377, 1496-1500, 1729. Cfr. c. 1452 § 2; JUAN PABLO II, Discurso a la Rota Romana, 28 enero 1994, en «L’Osservatore Romano», 29 enero 1994, p. 5, passim. 193 194 Cfr. Communicationes, 10 (1978), pp. 222-223; c. 1673, 3º. 195 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 223. 196 La versión castellana de estas reglas diría: «cuando los derechos de las partes son inciertos deben favorecer al demandado, no al actor», «donde no distingue la ley, no tenemos por qué distinguir nosotros». «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 48 1.– En el vigente ordenamiento canónico, el «fuero de la cosa» (mueble o inmueble) es concurrente con el fuero general y puede serlo con el del contrato o del delito. El c. no considera «la cosa» como parte en el proceso, pues cuando una «cosa» posee personalidad jurídica (y, por tanto, puede ser parte actora o demandada), en cuanto tal goza del fuero general, que será determinado en sus estatutos (cc. 114 § 1, 115, 1480). El c. considera «la cosa» como objeto directo del proceso; por eso exige que la acción sea «real» («directa in rem») o que tenga como finalidad recuperar la posesión de la cosa de la que se ha sido despojado («expoliado»), sin que dicho expolio constituya de por sí un delito 197 y sin que el expoliado deba probar el título por el que poseía la cosa. La acción de expolio la puede ejercer quien manifieste haber poseído de hecho una cosa de la que ha sido despojado por el demandado «por violencia o clandestinidad» (cfr. CIC 17 c. 1698), teniendo en cuenta la canonización de la ley civil realizada en el c. 1500. 2.– El fuero de la cosa pretende facilitar la eficaz reparación de la injusticia sufrida. En el lugar en que se encuentra la cosa (mueble o inmueble) es más fácil protegerla de eventuales daños o abusos por parte de quien en ese momento la posee, mediante el «secuestro» de la misma (cc. 1496 § 1, 1498, 1499) u otras medidas cautelares, adoptadas en aplicación del c. 1512, 1º. Además, se facilita la instrucción de las pruebas y la ejecución de la sentencia (c. 1655 § 1). En definitiva, este fuero, como los otros especiales, pretende actualizar el principio de «economía procesal»: realizar el proceso «citius, melius ac minoribus sumptibus» («lo más rápidamente, lo más justamente y con el menor esfuerzo»). 3.– La acción «in rem directa», a diferencia de la de expolio, mira a obtener la definición judicial sobre el título jurídico real controvertido: la propiedad, el usufructo, la posesión y otros derechos sobre cosa ajena. Cuando el objeto principal de la controversia es la obligación de una persona en relación a una cosa, o los términos del contrato del que deriva tal obligación, la acción no se considera «real» sino «personal», dando lugar a los fueros especiales establecidos en el c. 1411. La Comisión codificadora excluyó en 1917 las «acciones mixtas» 198 y la situación no ha sido modificada en 1983; sin embargo, la conexión permite la acumulación de acciones reales y personales en dichos supuestos. 4.– La cosa puede encontrarse simultáneamente en el territorio de varias diócesis, en cuyo caso se actúan los principio de la prevención y de la conexión entre los tribunales de las diversas diócesis (cc. 1414 y 1415). La posibilidad de este supuesto es evidente si la cosa es inmueble (p. ej., una finca). El supuesto podrá presentarse también respecto a una cosa mueble divisible (p. ej., al margen de la probable prescripción de la acción, los diversos cuadros o estatuas de un retablo que se encuentran dispersos en varios museos diocesanos); la unidad «moral» del objeto permite también invocar la competencia de los diversos tribunales, según los citados criterios de la conexión y de la prevención, respetando las normas sobre la prescripción (cc. 197-199, 1268-1270, 1492, 1512, 4º). 5.– Respecto a las cosas muebles, la doctrina ha discutido si es competente sólo el tribunal del lugar en que la cosa se encuentra «habitualmente» o también el tribunal del 197 En el CIC 17 la acción de expolio constituía un fuero necesario (c. 1560, 1º) y, por tanto, no era concurrente con el fuero general. 198 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 69, p. 201, nota 2. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 49 lugar «de paso» 199. Preferimos traducir como «habitualmente» el «permanendo» latino, pues aplicar la expresión «permanentemente» a una cosa mueble 200 puede implicar una contradictio in terminis. Si se acepta que el fuero real se aplica indistintamente a las cosas muebles e inmuebles, lo cual es communis doctorum sententia (c. 19), no vemos inconveniente en afirmar la competencia del tribunal del lugar «de tránsito», pues tal cualidad pertenece a la esencia de las cosas muebles (cfr. c. 124 § 1). Consideramos que la decisión de la Comisión codificadora de rechazar la modificación terminológica del c. 1564 del CIC 17 (se proponía decir «invenitur», en vez de «sita est») 201 supone sólo la voluntad de utilizar una expresión clásica («sita est»), sin excluir el fuero del lugar «de paso». 6.– En estas causas, respecto a los aspectos no regulados por el ordenamiento canónico, es aplicable la ley civil (cfr. cc. 22, 1284 § 2, 3º, 1286, 1º, 1290). 14. El «fuero de las obligaciones» (c. 1411) Concordancias: cc. 1290-1298. 1.– El c. 1290 «canoniza» la legislación civil relativa a los contratos y a las obligaciones 202. La obligación se puede definir como «el deber jurídico exigible que un sujeto tiene de realizar una prestación en favor de otro sujeto». Los diversos ordenamientos jurídicos han experimentado una evolución no homogénea respecto a cuáles son las fuentes de las obligaciones: los hechos jurídicos a los que el derecho reconoce una virtualidad vinculante. La tradición prevalente, construida sobre el derecho romano, considera fuentes de obligaciones el contrato, el delito, el cuasicontrato, el cuasidelito y la ley. Para proteger la seguridad jurídica y lo que en sede civil se denomina «buena fe» – equiparable al «ex bono et aequo» canonico (cc. 122, 1580, 1718 § 4) – la doctrina señala otras fuentes de obligaciones: la declaración unilateral de voluntad y los actos sin culpa indemnizables 203. Las obligaciones derivadas de la ejecución de la sentencia se rigen por normas propias: cc. 1650-1655, en particular c. 1655 § 2. Puesto que el ordenamiento canónico reconoce valor vinculante no sólo a la ley stricto sensu (universal o particular), sino también a la costumbre (c. 23) y, en caso de laguna de ley, a todo un conjunto de normas supletivas (c. 19), se exige al juez una gran sensibilidad y formación jurídicas para resolver con justicia la controversia que las partes le presentan sobre una obligación (cualquiera que sea su fuente), sin recurrir al cómodo expediente de considerar que la cuestión (que puede ser de naturaleza espiritual, pero también patrimonial) excede el ámbito jurisdiccional de la Iglesia 204. Estas controversias canónicas, con frecuencia, tendrán como parte actora o Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 45; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 69, p. 202. 199 200 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 100. 201 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 224. 202 Cfr. c. 22; M. LÓPEZ ALARCÓN, Comentario al can.1290, en INSTITUTO MARTÍN DE AZPILCUETA (Ed.), Código de Derecho Canónico, cit. Vide el comentario a estos cc. 203 Cfr. F. SANCHO REBULLIDA, Obligación. 2) Derecho civil, en Gran Enciclopedia Rialp, 5ª ed., vol. 17, Madrid 1987, pp. 174-190. 204 Cfr. c. 1457 § 1; nota 115. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 50 demandada a alguno de los sujetos previstos en el c. 1405 § 3 (personas físicas o jurídicas), por lo que la competencia corresponderá a la Rota Romana. 2.– El c. 1411 § 2 establece un posible doble fuero para todas las obligaciones (provenientes de un contracto o de otro título): el lugar donde surgió la obligación y aquél en el que debe ser satisfecha. Si dichos lugares corresponden a la jurisdicción de dos tribunales, existirán dos fueros concurrentes que, a su vez, pueden ser distintos del fuero general del domicilio o cuasidomicilio de la parte demandada. La multiplicidad de fueros concurrentes puede aumentar cuando la obligación surgió o debe (o puede, en las obligaciones divisibles) cumplirse en un territorio sometido a dos o más jurisdicciones; como siempre que existen fueros concurrentes la competencia se determina por la prevención (c. 1415). Por otra parte, en virtud de la conexión (c. 1414), estos fueros personales podrán ser absorbidos por el fuero real (c. 1410), o viceversa. 3.– En consecuencia, la auténtica especificidad del fuero del contrato (c. 1411 § 1), respecto al de las obligaciones no contractuales, se circunscribe al inciso final del parágrafo: «a no ser que las partes, de común acuerdo, hubieran elegido otro tribunal». En primer lugar hay que señalar que esta cláusula es aplicable tanto a las fuentes de las obligaciones «unilaterales» como a las «bilaterales», pues la bilateralidad o unilateralidad se refiere a las obligaciones surgidas, no a la presencia necesaria de, al menos, dos partes; en efecto, la bilateralidad es un elemento esencial del negocio jurídico llamado «contrato», en su momento constitutivo. La bilateralidad constitutiva permite incluir en el término contrato del c. 1411 también a los «cuasicontratos» (la gestión de negocios, la curatela, etc.) y a cualquier «acuerdo» del que surge una obligación 205. Sin embargo, este fuero no tiene aplicación en las causas matrimoniales (de nulidad y de separación) pues, aunque el acto constitutivo del matrimonio posea naturaleza contractual (c. 1057), estas causas son reguladas por títulos especiales (cc. 1673 y 1694): «generi per speciem derogatur» 206. Por tanto, tratando del fuero del contrato (c. 1411), las referencias a criterios hermeneúticos (provenientes de diversos dicasterios de la Curia romana) sobre la competencia en las causas matrimoniales (c. 1673) pueden dar lugar a confusiones; el lugar adecuado para analizar tales criterios o normas no es otro que el c. 1673, 1º. 4.– El específico fuero del contrato, previsto en el inciso final del c. 1411 § 1, constituye el único vestigio de la prórroga de la competencia en el vigente ordenamiento latino. Sin embargo, como fue ampliamente controvertido por los estudiosos del CIC 17 207, la indicación del correlativo c. 1565 § 2 no tiene valor «declarativo» de la eficacia de la 205 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 61. 206 VI° Regula iuris 34. Cfr. D. 50, 17, regula iuris 80; CIC 83 c. 20. En sentido distinto, cfr. P.V. PINTO, I processi, cit., n. 30, p. 77. 207 Cfr. M. CABREROS DE ANTA, La prórroga de la competencia judicial y el fuero de la conexión, en «Revista Española de Derecho Canónico» 10 (1955), pp. 325-351; ID., Comentarios al Código de Derecho Canónico, cit., pp. 228-231; F. DELLA ROCCA, Istituzioni di diritto processuale canonico, Torino 1946, p. 111; M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 70-74; I. NOVAL, Commentarium Codicis Iuris Canonici. Liber IV. De processibus, Pars I, De iudiciis, Augustae Taurinorum – Romae 1920, nn. 69-70, 83-84, pp. 38-40, 45-46; F. ROBERTI, De processibus, cit., nn. 60-61 y 71, pp. 174178 y 205-207; P. TORQUEBIAU, Compétence des divers tribunaux ecclésiastiques, en «Dictionnaire de Droit Canonique», vol. 3, Paris 1942, coll. 1217 y 1227-1229; F.X. WERNZ – P. VIDAL, De processibus, vol. 6, cit., p. 67. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 51 voluntad de las partes para conferir la competencia al juez incompetente (esencia de la institución llamada «prórroga de la competencia»), sino que tiene valor «constitutivo», es decir, la ley establece un nuevo título, en el que la voluntad de las partes tiene valor porque la ley así lo determina 208. Sin embargo, la prórroga de la competencia (con el consentimiento de las partes y del tribunal de apelación del fuero incompetente) aparece prevista en el c. 1080 del Codex canonum Ecclesiarum Orientalium, aunque, según el mismo c., no es aplicable a las causas matrimoniales, pues el forum prorogationis puede ser invocado sólo como alternativo a los títulos indicados en los cc. 1073-1079 209, mientras los títulos de competencia para las causas de nulidad matrimoniales son establecidos en los cc. 1359 y 1380. 5.– El genérico fuero de las obligaciones (contractuales o no: c. 1411 § 1, 1ª parte y § 2) es concurrente con el fuero del domicilio u otros existentes (p. ej., el de la cosa): la ley utiliza la expresión «conveniri potest» para indicar la concurrencia. Sin embargo, el específico fuero del contrato (c. 1411 § 1, 2ª parte) utiliza la expresión «nisi» que, en su tenor literal (c. 17), puede ser interpretado como derogatorio (cfr. c. 39) de los otros fueros concurrentes (excluido el «general» del domicilio de la parte demandada) o al menos de los dos que pueden derivar del fuero de las obligaciones (donde surgió y donde debe cumplirse). Si, como pensamos, el específico fuero del contrato realmente deroga los otros fueros de las obligaciones, respecto a éstos, poseerá la naturaleza de fuero «especial» o, según la terminología del c. 1560 del CIC 17, «necesario»; y los otros hipotéticos tribunales concurrentes pasarán a ser incompetentes, aunque la naturaleza de su incompetencia sea relativa (c. 1407 § 2) 210. La doctrina actual no se ha decantado por una interpretación uniforme. Acebal considera que «es claro que (...) el fuero elegido de mutuo acuerdo por las partes es concurrente con los demás fueros (...) [aunque] la forma adversativa del texto permite suponer lo contrario» 211. Arroba, sin embargo, afirma la naturaleza derogatoria del fuero del contrato respecto a los de las obligaciones, no respecto al fuero general 212. Ambas posiciones son defendibles. La de Acebal porque parece que la Comisión codificadora quiso establecer tres posibilidades «concurrentes», sin que la tercera (el fuero del contrato) prevaleciera sobre las otras dos, salvo cuando la parte demandada se encontrara ausente del lugar donde se celebró el contrato o éste deba cumplirse 213. En este último supuesto, según el CIC 17 214, sólo podía invocarse el fuero del contrato, no los de las obligaciones. En la actual redacción del c. la cláusula «nisi» no sería sino un residuo de la antigua normativa. La posición de Arroba, además de los motivos hermeneúticos internos al ordenamiento canónico (que, sin embargo, no permiten una solución unívoca), es más «realista», pues en materia contractual el Código canoniza la legislación civil (cc. 208 Cfr. J. LLOBELL, Centralizzazione normativa processuale, cit., pp. 469-477. 209 «Si nullus ex superioribus titulis iudici suffragatur et tamen causa apud ipsum introducitur, ipse competentiam obtinet, si partes et auctoritas, cui tribunal immediate subiectum est, consentiunt» (can. 1080). 210 Vide el comentario al § 3, d) del Tít. 211 Cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can.1411, en ed. cit. 212 «Questo tribunale [del contratto] non è concorrente con gli altri due precedenti poiché prevale su di essi» (M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., p. 101). 213 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 225. 214 Cfr. c. 1565; CPI, Responsum XII, 14 julio 1922, en AAS, 14, 1922, 529. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 52 1290 y 22), la cual otorga normalmente fuerza derogatoria al fuero del contrato, confiriendo relevancia procesal a la autonomía privada en materias de libre disposición de las partes. Por ello, consideramos que el fuero establecido por las partes en el contrato deroga el genérico (doble) fuero de las obligaciones cuando así se indique en el pacto estipulado, al no ser excluida tal posibilidad por el c. 1411 § 1, 2ª parte (cfr. c. 18). 6.– El c. 1411 § 1, 2ª parte ha modificado otros aspectos del fuero del contrato del CIC 17. Según el c. 1565 § 2, este título sólo podía ser establecido «in actu contractus» y ser invocado para dirimir las específicas controversias previstas en tal convención. En la vigente normativa la elección del título puede realizarse en cualquier momento previo a la citación del demandado, momento en que «la cosa (la libertad convencional de los contratantes) deja de estar íntegra» y se produce la «perpetuatio iurisdictionis» (c. 1512, 1º y 2º); y la competencia del tribunal del contrato comprende cualquier controversia directamente referida al contrato 215. 15. El «fuero del delito» (c. 1412) Concordancias: cc. 1341-1353, 1362 § 1, 1º, 1717-1731. 1.– El «fuero del delito» es establecido por los motivos de economía procesal estudiados al tratar de los otros fueros concurrentes, pero también, y especialmente, por una razón directamente relacionada con el fin del ordenamiento canónico, la salus animarum (c. 1752): intentar reparar el daño y el escándalo sufridos por la comunidad en la que se cometió el delito. Por este motivo, aunque se trata de un fuero concurrente con el fuero general, la doctrina dice que es un título «cuasinecesario» 216. Y por la misma razón el c. subraya la aplicación de este título aunque el acusado esté ausente (cc. 1592 y 1593). De hecho, la Comisión codificadora se planteó la oportunidad de establecer el fuero del delito como fuero necesario, aunque decidió respetar su naturaleza concurrente con el fuero general 217. 2.– El fuero del delito surge allí donde se consumó o donde se realizó la acción punible penalmente, como la «tentativa de delito» o el «delito frustrado» (c. 1328) y los diversos tipos de codelincuencia (c. 1329). El fuero del delito puede originar la competencia de varios tribunales, p. ej., en los casos de codelincuencia y en los «delitos continuados»; en tal caso, como siempre que existen fueros concurrentes, se aplica el criterio de la prevención (c. 1415). Las medidas cautelares para prevenir el delito (c. 1312 § 3) o para paliar las consecuencias de una acción hipotéticamente delictuosa (c. 1722), no son penas y no corresponde aplicarlas al tribunal, sino a la autoridad administrativa 218. 3.– En los procesos penales el único actor posible es el ministerio público, el promotor de justicia, tras la precedente decisión del Ordinario (c. 1721). Por ello, el bien de la Iglesia y de las almas exige que los Ordinarios competentes asuman la responsabilidad que Dios les confía – a través de la legítima provisión del respectivo oficio eclesiástico – y de la que son responsables ante la justicia divina y canónica (cfr. cc. 392, 1386 y 1389 § 2). 215 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 225. 216 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 64-65 y 67. 217 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 225. 218 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 66. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 53 Cuando se comete un delito, especialmente si produce un grave daño a las almas, el Ordinario, al que corresponde reparar la injusticia, no puede inhibirse o tratar de transferir la propia responsabilidad – que puede comportar la necesaria decisión de promover un proceso penal (cfr. c. 1342 § 2) – a la Santa Sede. Esta actitud podría comportar una grave omisión de debido acto de oficio (c. 1389 § 2) y dañar a la comunión eclesial, al pretender que las sanciones sean impuestas sólo por la Santa Sede, haciendo odioso ante los fieles el ejercicio del munus petrinum que, por disposición divina, es «piedra angular» de la «communio». Evidentemente, este razonamiento es aplicable a las sanciones que pueden ser impuestas en vía administrativa 219. 4.– Los delitos reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe 220 están exentos de las normas generales sobre la prescripción de la acción penal (c. 1362 § 1, 1º). Para entender el alcance de esta reserva material es indispensable el recurso al ius vetus, pues el vigente remite a normas que, por lo que resulta, son anteriores al CIC 83. El a. 52 de la Const. Ap. Pastor bonus declara que la Congregación para la Doctrina de la Fe se rige por normas de derecho común y de derecho propio (especial). Considerando la parcial noticia que se tiene de las normas propias 221 y el silencio del CIC 83, parece legítimo recurrir excepcionalmente (cfr. CIC 83 c. 6 § 2) a los datos que sobre esta reserva ofrece el CIC 17. El c. 1555 § 1 establecía que esta Congregación, en vía judicial, «procede según prácticas y estatutos peculiares y conserva sus propias costumbres; y aun los tribunales inferiores, en las causas pertenecientes al tribunal del Santo Oficio (la actual Congregación para la Doctrina de la Fe), han de seguir las normas por él mismo dictadas». Por tanto, la reserva no era absoluta, pues el c. se refería explícitamente a los tribunales inferiores, entre los que había que incluir sólo a los tribunales de los Ordinarios del lugar (c. 247 § 2), pues el c. 501 § 2 «prohibe terminantemente a todos los Superiores religiosos inmiscuirse en las causas pertenecientes al Santo Oficio». En estas causas, las sentencias de primera instancia (para la que era también competente el Santo Oficio: c. 247 § 2) de los tribunales inferiores no se apelaban ante los tribunales locales de apelación o ante la Rota Romana, sino, sólo, ante el Santo Oficio 222. En la actualidad, el régimen de estas causas ante la Congregación para la Doctrina de la Fe será el descrito por las leyes procesales propias 223, aunque sean anteriores al CIC 83, al no haber sido derogadas por el c. 6 § 1 (cfr. cc. 20 y 21). 219 Cfr. V. GÓMEZ-IGLESIAS, Acerca de la autoridad como servicio en la Iglesia, en PONTIFICIUM CONSILIUM DE LEGUM TEXTIBUS INTERPRETANDIS, «Ius in vita et in missione Ecclesiae», cit., pp. 193-217. 220 Vide el § 5, a), 1º), b’) del comentario al Tít. 221 Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Agendi ratio in doctrinarum examine, 15 enero 1971, en AAS, 63, 1971, 234-236; C. DE DIEGO-LORA, Procedimientos para el examen y juicio de las doctrinas, en Estudios de derecho procesal canónico, vol. 3, cit., pp. 213-312. 222 Cfr. la Const. Ap. Sacramentum Poenitentiae de Benedicto XIV, 1 junio 1741, publicada como 5º documento complementario del CIC 17, en AAS, 9 (2ª parte), 505-508. I. NOVAL (De processibus, cit., n. 51, p. 28) cita otras normas complementarias sobre el delito de «sollicitatio ad turpia» en la confesión, tipificado en el vigente c. 1387. 223 Cfr. Const. Ap. Pastor bonus, a. 52; Regolamento Generale della Curia Romana, 4 febrero 1992, cit., a. 112 § 2; U. NAVARRETE, Commentarium ad litt. ap. «Integrae servandae» 7 dec. 1965 m.p. datas, en «Periodica» 55 (1966), pp. 647-652. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 54 5.– El fuero del delito confiere al tribunal la competencia para juzgar la acción contenciosa para el resarcimiento de daños, en la que el actor puede ser quien afirma haber sufrido ese daño de naturaleza no penal, como consecuencia del eventual delito cometido por el demandado (cc. 1729-1731). 16. El «fuero de la administración de bienes» y el «fuero de las sucesiones ‘mortis causa’» (c. 1413) Concordancias: cc. 239, 494, 636, 1273-1289, 1299-1310. 1.– El c. 1413, 1º establece el fuero de la «administración de bienes». El presupuesto de este título es que el administrador no sea el propietario de los bienes administrados. El administrador no debe ser necesariamente una persona física: puede ser una persona jurídica que, lógicamente, actuará a través de la persona física (o personas) que sea su repesentante. A su vez, el propietario puede ser una persona física o jurídica (corporación o fundación). El administrador puede ser nombrado por el propietario de los bienes o por la ley. El objeto de la controversia que determina este fuero no son los bienes en cuanto tales (que darían lugar al fuero de la cosa: c. 1410), sino la administración de los mismos 224. La sede de la administración, de la que proviene el especial título de competencia, puede no coincidir con el domicilio o el cuasidomicilio del administrador, dando lugar a un fuero concurrente con el general; en efecto, el c. 1413 utiliza la expresión «conveniri potest». Si la controversia se refiere también a los bienes en sí mismo considerados (fuero de la cosa), y tales bienes (o al menos alguno de ellos) se encuentran en un territorio distinto del de la administración y del domicilio de la parte demandada (el administrador, el propietario, etc.), en virtud de la conexión (c. 1414) surgirá uno o más fueros concurrentes, entre los cuales habrá que aplicar la prevención (c. 1415). La Comisión codificadora quiso consentir explícitamente la concurrencia del fuero de la administración con otros fueros posibles, modificando la naturaleza de fuero necesario prevista en el c. 1560, 3º del CIC 17 225. 2.– El c. 1413, 2º establece el «fuero de las sucesiones mortis causa». Se trata de un fuero especial para resolver las controversias surgidas por transferencias patrimoniales, no sólo de bienes materiales muebles e inmuebles, sino, también, de bienes «inmateriales» (como un título honorífico), cuyo título es mortis causa (c. 1299); este título presupone el fallecimiento de una persona física 226. Cuando tal transferencia, aunque sea gratuita (p. ej., la donación), es inter vivos la controversia corresponderá al fuero de las obligaciones (c. 1411). La diferencia entre la condición de «heredero» y de «legatario» no es cuantitativa sino cualitativa: el heredero sucede al fallecido en su situación jurídica genérica (que, patrimonialmente, puede ser ventajosa o desfavorable), en la proporción determinada por la ley o el testamento, descontando los «legados»; el legatario le sucede sólo respecto a uno o varios de los bienes jurídicos (el «legado»), de los que era titular la persona fallecida. 224 En este sentido, cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can.1413, en ed. cit. En sentido contrario, cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., p. 103. 225 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 226. 226 Respecto a la extinción de las «personas jurídicas», cfr. cc. 120, 123, 320, 326, 616, etc. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 55 Puede suceder que un legado sea cuantitativamente mayor que el resto del patrimonio transmitido a los herederos 227. 3.– Los títulos de la sucesión mortis causa pueden proceder de la ley o de la voluntad del difunto (a través del testamento). La ley (la civil: c. 1299 § 1) determina el destino de parte del patrimonio del difunto (a través de la institución de los llamados «herederos forzosos», a quienes corresponde una parte de tal patrimonio: la «legítima») o de todos sus bienes, cuando falleció «intestado» (sin testamento). Las modalidades y los requisitos del testamento se rigen, en principio, por la legislación civil; sin embargo, cuando consta la voluntad del difunto de transmitir algún patrimonio en beneficio de la Iglesia, habiéndose omitido «las solemnidades prescritas por el ordenamiento civil, (...) se ha de amonestar a los herederos sobre la obligación que tienen de cumplir la voluntad del testador» (c. 1299 § 2). Tal obligación no es sólo moral, sino también jurídica, según el ordenamiento canónico. Por tanto, quien se sienta perjudicado por la asignación de los bienes del difunto, según criterios meramente civiles, podrá recurrir al tribunal eclesiástico competente. Es evidente que el punctum dolens de la cuestión es la ejecución de la sentencia canónica, con independencia de que el juez haya aplicado escrupulosamente la ley civil sobre la sucesión (porque el fallecido manifestó su voluntad de acuerdo con esa ley) o haya dictado la sentencia basándose en una declaración de voluntad del difunto no conforme a las prescripciones de la ley civil. Los medios coercitivos de la Iglesia carecen de otra fuerza que la que proviene de la específica naturaleza vinculante (espiritual) de sus decisiones, salvo cuando el ordenamiento civil las hace suyas (p. ej., en España e Italia, las sentencias de nulidad del matrimonio, previo los correspondientes exequatur o «delibazione»), lo que no ocurre en materia de sucesiones mortis causa. Con todo, a pesar de que la eficacia del proceso canónico (en las causas sobre las sucesiones y en casi todas las otras) pueda parecer inexistente, la fuerza vinculante espiritual es suficiente para satisfacer el requisito de la coercitividad de un ordenamiento, pues esa coercitividad es más eficaz de lo que puede parecer tras una consideración superficial del problema. Esto no impide que el buen sentido y la «economía procesal» aconsejen ajustar las decisiones canónicas a las civiles e, incluso, remitir a los tribunales estatales (sin renunciar a la jurisdicción de la Iglesia) todas aquellas causas que pueden ser resueltas por ellos con mayor facilidad y eficacia, simpre que, además, respeten los criterios de justicia específicos del ordenamiento canónico. 4.– El c. 1413, 2º establece que el fuero de la sucesión es determinado por «el último domicilio o cuasidomicilio o lugar de residencia» de la persona fallecida. Es claro que se trata de un fuero concurrente con el fuero general del demandado («la parte puede ser demandada» indica el inicio del c.), motivo por el que no es invocable el fuero del actor (c. 1409 § 2) 228. El c. 1560, 4º del CIC 17 determinaba que era un fuero necesario y contemplaba sólo «el domicilio del testador». ¿Qué alcance tiene la ampliación al cuasidomicilio y al lugar de residencia, introducida por la Comisión codificadora 229? Pensamos que se ha pretendido establecer una pluralidad de fueros de la sucesión, 227 Vide el comentario al c. 1299. 228 En sentido contrario, cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can.1413, en ed. cit. El fuero del actor fue explícitamente excluido en este título por la Comisión codificadora (cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 226). 229 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 226. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 56 concurrentes entre sí: tantos fueros cuantos domicilios y cuasidomicilios tuviera el difunto en el momento de fallecer, además del lugar en el que de hecho falleció. Puesto que el testamento es un acto esencialmente revocable (puede ser modificado siempre, con tal de que el testador sea capaz de realizar actos de voluntad jurídicamente relevantes), la nueva norma intenta dar la competencia al tribunal del lugar en que el testador pudo manifestar su «última voluntad». Esos tribunales podrán, en tal caso, instruir más facilmente las pruebas sobre la existencia, la legitimidad y el contenido de ese acto de «última voluntad», pues es útil recordar que el «denominador común» de todos los fueros especiales es precisamente facilitar la instrucción de las pruebas. Por este motivo la doctrina del CIC 17 incluía en el término «domicilio» la última residencia habitual del difunto 230. Lo que interesa a la norma es facilitar el conocimiento de la «última voluntad» (manifestada en el testamento), para resolver las controversias que sobre la misma puedan surgir, y que se dilucida en primer lugar la misma existencia de tal voluntad. Para ello, ante la eventualidad de que tal acto haya sido realizado en el lugar del fallecimiento, en que no se poseía domicilio ni cuasidomicilio, se acepta el tribunal del último lugar de residencia, aunque el difunto posea uno o varios domicilios y cuasidomicilios: así se facilita el juicio sobre el último testamento, que – por principio – revoca todos los anteriores (total o parcialmente, según el tenor del mismo). Esta interpretación autoriza la concurrencia del tribunal del lugar «de residencia» donde el testador falleció (pues siempre se puede pensar que allí el difunto manifestó su última voluntad), con todos en los que poseía domicilio y cuasidomicilio en el momento de la muerte (por el mismo motivo) 231. Si la tutela de la herencia interesa al bien público, será necesaria la presencia del promotor de justicia (cc. 1430 y 1431). 5.– El fuero de las sucesiones se aplica a las controversias sobre el valor y alcance del testamento (inventario y valoración del patrimonio), sobre la división de la herencia (establecer la parte de cada heredero), sobre la determinación de un legado señalado imprecisamente por el testador (o incompatible con los derechos de los herederos, forzosos o no), sobre la actividad del ejecutor del testamento (el albacea), sobre la satisfacción de los intereses de los acreedores del difunto, sobre la liquidación de la herencia, etc. Una vez definidas todas estas cuestiones (judicial o extrajudicialmente), si la controversia se refiere sólo a la ejecución de las mismas, decae el fuero del c. 1413, 2º y son competentes los tribunales respectivos: «la mera ejecución (...) ha de tramitarse según las normas ordinarias de competencia». Tales tribunales serán: el del fuero general (c. 1408), el del lugar donde se encuentra la cosa (c. 1410), el del lugar donde se estipuló el acuerdo sobre la división de la herencia entre los herederos (c. 1411 § 1), etc. 17. El «fuero de la conexión» (c. 1414) Concordancias: cc. 1406, 1440, 1493, 1494 § 1, 1587-1589, 1625, 1639 § 1, 1683. 1.– El c. 1414 establece que las causas conexas entre sí «deben» («cognoscendae sunt») ser juzgadas por un solo tribunal en un único proceso, «a no ser que lo impida un precepto legal». Esta disposición ¿establece un título de competencia o, como sucede con la prevención (c. 1415), indica simplemente qué tribunal, de entre los varios posibles 230 231 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 65, pp. 191-192. En este mismo sentido, cfr. J.L. ACEBAL LUJÁN, Comentario al can.1413, en ed. cit.; L. DEL AMO, Comentario al can. 1413, en ed. cit. Contra la concurrencia de diversos títulos de las sucesiones, cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 103-104. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 57 (porque cada uno posee algún título de competencia previo a la conexión: tribunales concurrentes) es competente en el caso concreto? El problema forma parte de las numerosas quaestiones disputatae sobre las que la doctrina procesal no suele ser unánime 232. Recientemente, Arroba ha sostenido la segunda interpretación: la conexión es considerada como uno de los «modos de determinar la competencia» entre tribunales a los que la ley (en abstracto y previamente) «confía» una determinada causa 233. Se trata, siempre según este Autor, del derecho del demandado a interponer una excepción («de conexión») para que la causa, incoada ante un tribunal competente, sea trasladada a otro también competente (en concurrencia) que ya había comenzado a conocer otra causa, «conexa» con la presentada ante el segundo tribunal, habiendo alcanzado el primer tribunal (respecto a la controversia cronológicamente precedente) la «perpetuatio iurisdictionis» (c. 1512, 2º). En definitiva, la conexión sería, una institución que haría decaer la competencia de un tribunal competente y no un nuevo título de competencia. Aunque compartimos bastantes de los elementos de este planteamiento (sobre un argumento intrincado terminológica y conceptualmente) pensamos, sin embargo, que la conexión es un verdadero título de competencia, que la ley concede a un tribunal (ordinario o delegado 234) que sin tal título sería incompetente (de modo similar a los demás fueros especiales: cc. 1410-1413). Que se trata de un verdadero título de competencia (y no de una prórroga, aunque sea calificada de «legal», ni de un modo de determinar la competencia) lo dice expresamente el c. 1407 § 1. Este c., al excluir la prevención pero no la conexión del elenco de títulos de competencia relativa 235, ha modificado el c. 1559 § 1 del CIC 17 y permite distinguir la naturaleza de ambas instituciones: la conexión es un título de competencia y la prevención un modo de determinarla cuando existen varios tribunales con competencia concurrente, porque poseen algún título. Ambos códigos son idénticos respecto a la consideración del concepto de prórroga: la modificación de los títulos de competencia (relativa), que sólo corresponde a los dicasterios de la Curia romana 236. 2.– El fuero de la conexión se funda, como los otros fueros especiales, en la economía procesal. Sin embargo, este título contiene una peculiaridad respecto a aquéllos: presupone una pluralidad de controversias, cada una de las cuales puede ser objeto de un proceso distinto ante el respectivo tribunal competente. El fuero de la conexión surge 232 Para una panorámica de los diversos problemas y soluciones, en la doctrina, cfr. M. CABREROS DE ANTA, La prórroga de la competencia judicial y el fuero de la conexión, en «Revista Española de Derecho Canónico» 10 (1955), pp. 325-351. Aunque no comparto el planteamiento «de fondo» del Autor (la conexión es considerada una prórroga legal de la competencia, no un título autónomo) ni alguna de sus soluciones a cuestiones más puntuales, sigo sustancialmente el esquema de su exposición (en particular pp. 338-351). 233 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 110-114. 234 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 78. 235 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 221. 236 Cfr. SECRETARIA DE ESTADO, Ordo servandus in Sacris Congregationibus Tribunalibus Officiis Romanae Curiae, 29 septiembre 1908, 2ª parte, cap. 7, a. 3, n. 11, a), en AAS, 1, 1909, 36-108; SIGNATURA APOSTOLICA, Appendix ad Regulas servandas in iudiciis apud Supremum Signaturae Apostolicae Tribunal, 3 noviembre 1915, aa. 3-32, en P. GASPARRI – I. SEREDI, Codicis Iuris Canonici fontes, vol. 8, pp. 608-618; CIC 17 cc. 249 § 3, 1603 § 2; CIC 83 c. 1445 § 3, 2º; Const. Ap. Pastor bonus, a. 124, 2º y 3º; vide el § 6 del comentario al Tít. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 58 cuando los respectivos procesos (y las sentencias que los concluyen) poseen elementos comunes (el bien controvertido, las pruebas, el contenido de la respectiva sentencia, etc.) que son útiles (o necesarios) para satisfacer no sólo el principio de «economía» sino, también, el de «armonía procesal»: que todas las decisiones judiciales sobre controversias entrelazadas sean coherentes y contribuyan a ordenar según justicia tales relaciones jurídicas, con el menor esfuerzo posible de las partes y del tribunal: «citius, melius ac minoribus sumptibus». 3.– El objeto de un proceso (de la controversia) debe quedar perfectamente delimitado en el decreto de litis contestatio (c. 1513 § 1) y ser decidido en la sentencia (c. 1611, 1º). Los elementos que individualizan cada controversia (cada «acción») son tres (c. 1641, 1º). Dos de naturaleza objetiva: el bien controvertido («lo que se pide», el petitum) y la causa originante del litigio (la causa petendi); el tercer elemento es de naturaleza subjetiva: quién lo pide y «contra» quién (las partes del proceso). Cuando en dos demandas coinciden estos tres elementos (c. 1504, 1º y 2º), la acción es una sola. El ordenamiento canónico prohibe esta multiplicidad de procesos (en el mismo grado o instancia) sobre la misma acción. La prohibición proviene del principio «ne bis in idem» y origina varias instituciones que lo protegen: la prevención (c. 1415), la «perpetuatio iurisdictionis» (c. 1512, 2º), la situación de «litis pendentia» (c. 1513, 5º) o de «litis finita» y las correspondientes excepciones (cc. 1459 § 1, 1462), la declaración ex officio de la cosa juzgada por el juez (c. 1462 § 1), la incompetencia absoluta funcional que es sancionada con la nulidad insanable de la sentencia (c. 1620, 1º), la «restitutio in integrum» contra una sentencia que «contradice una decisión precedente que haya pasado a cosa juzgada» (c. 1645 § 1, 5º), etc. Sin embargo – al menos antes del decreto de «litis contestatio» (cc. 1459, 1513) –, existe conexión, en sentido amplio, entre dos causas siempre que coincide uno o dos de los tres elementos: conexión objetiva si los elementos coincidentes son el petitum y la causa petendi (ambos o sólo uno de ellos) y conexión subjetiva cuando quienes coinciden son las partes. 4.– El fuero previsto por el c. 1414 sólo es aplicable a la conexión objetiva. La mera conexión subjetiva no es contemplada en este c., pues es regulada específicamente en los cc. 1493 y 1494. En un proceso sobre la validez del vínculo matrimonial el petitum es la declaración judicial acerca de la existencia o inexistencia de un vínculo válido, la causa petendi es el motivo por el que tal vínculo puede no existir a pesar de haberse celebrado un rito matrimonial (cada uno de los posibles «capítulos de nulidad»: defecto de la forma de celebración, incapacidad de uno o de los dos contrayentes, simulación del consentimiento que se manifestó, etc.) y las partes son la mujer y el hombre que celebraron el matrimonio y el defensor del vínculo (cc. 1432, 1677 § 3), salvo en las hipótesis excepcionales de los cc. 1674, 2º y 1675. En estas causas, en las que necesariamente coinciden el petitum y las partes (pues es indiferente la identidad física del defensor del vínculo), cada causa petendi origina una acción diversa (c. 1677 § 3) que es determinante para alcanzar la «conformidad» de dos sentencias de grado diverso (cc. 1641, 1º, 1644 § 1, 1683, 1684) 237. La conexión entre el proceso penal y el de resarcimiento de daños está expresamente prevista en el c. 1729, respetando el grado de la instancia (§ 2). En este supuesto se prevé la oportunidad de que cada acción sea tratada en procesos separados, respetando el principio de la identidad del tribunal (c. 1730). Así ocurre con la conexión en la demanda 237 Cfr. notas 76 y 96 y el comentario al § 7 del Tít. sobre las causas matrimoniales. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 59 reconvencional, para la que también es permitida la separación de los procesos (cfr. cc. 1494 § 1 y 1463 § 2). 5.– El CIC 17 ofrecía, expresamente (c. 1567), igual régimen procesal a la «conexión» y a la «continencia» de las acciones. Este común tratamiento procesal de ambas instituciones ha comportado la no mención de la segunda en el c. 1414 del CIC 83 238. Sin embargo, la «continencia» es una institución útil para tipificar legalmente (protegiéndolas) algunas específicas modalidades de conexión 239. Hay continencia cuando coinciden las partes y la causa petendi y, respecto al tercer elemento de la acción (el petitum), sólo existe una diferencia parcialmente cuantitativa (la que se da entre el todo y la parte), siendo cualitativamente también coincidente: el objeto de la controversia (el petitum) es el mismo respecto a la «cantidad» (la parte) comprendida en ambas acciones. Estas dos acciones no son idénticas, pero su mutua dependencia es tan determinante para la «armonía procesal» que no deberían poder ser tratadas simultáneamente en dos procesos ni, con mayor motivo, ante dos diversos tribunales. La mera conexión objetiva, que no compromete la validez de la sentencia dada por un tribunal que desatendió el fuero de la conexión, es protegida con una excepción (de conexión) que corresponde interponer sólo a las partes antes de la litis contestatio de la segunda acción (c. 1459 § 2). La continencia, sin embargo, destituye de la competencia al segundo juez, que pasa a ser funcionalmente incompetente (con incompetencia absoluta) en virtud de la «perpetuatio iurisdictionis» y de la «litis pendentia» (aunque sean «parciales»), situaciones protegidas con las respectivas excepciones y con la sanción de nulidad de la sentencia (c. 1620, 1º), motivo por el que las excepciones no están sometidas al término de la litis contestatio y pueden ser apreciadas ex officio por el mismo juez (cc. 1459 § 1, 1461 y 1462 § 1). También hay continencia en las causas incidentales de naturaleza «prejudicial» para las que el tribunal de la acción principal es competente, al menos por el fuero de la conexión (c. 1588), salvo que la causa prejudicial comporte un título de competencia absoluta (material o subjetiva) o necesario 240, como consideramos los señalados para las causas de nulidad del matrimonio 241. En este último supuesto no puede ser invocada la «perpetuatio iurisdictionis», que presupone algún título de competencia (c. 1512, 2º), ni la «litis pendentia»; será necesario suspender el proceso principal hasta que esta causa incidental sea juzgada por el tribunal competente. 6.– A causa del citado tratamiento procesal unitario de la conexión y de la continencia, los autores no distinguen (o no lo hacen homogéneamente) la regulación de las 238 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 227. 239 Para C. de Diego-Lora la continencia carece de autonomía institucional. Este A., en su magisterio académico, considera que la continencia es una razón más, junto a la economía y a la armonía procesales, para justificar el fuero de la conexión. Sobre la relación de continencia entre una causa de nulidad del matrimonio y otra de separación de los mismos cónyuges, cfr. sentencia coram Huot, 2 febrero 1984, cit.; C. GULLO, Note minime in tema di «prorogatio competentiae ratione continentiae», en «Il Diritto Ecclesiastico» 95/2 (1984), pp. 241-254. 240 Cfr. M. CABREROS DE ANTA, La prórroga de la competencia judicial, cit. pp. 347 y 350. 241 Vide el comentario al c. 1673. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 60 excepciones que las protegen. Respecto a su denominación, unos distinguen la de «conexión» de la de «litis pendentia» (ésta sería aplicable sólo a la continencia) 242; otros utilizan indistintamente los dos términos 243. Para unos, la excepción de conexión es un derecho de las partes y sólo a ellas corresponde plantearla antes de la litis contestatio (c. 1459 § 2), pues la desatención de la conexión, de por sí, no comporta «una sentencia gravemente injusta» (c. 1452 § 2) 244; para otros, el tono imperativo del c. 1414 («cognoscendae sunt») prevalece, en cuanto norma especial («generi per speciem derogatur» 245), sobre el límite temporal de la litis contestatio establecido en el c. 1459 § 2 y, además, la excepción puede ser declarada o solicitada ex officio también por el juez 246. Nosotros pensamos que la coherencia con la afirmación de que la conexión objetiva es un fuero especial de competencia relativa (c. 1407 § 1), de igual naturaleza a los otros establecidos en los cc. 1410-1413, exige aceptar las instituciones propias de estos fueros, tratando de evitar desnaturalizar la idiosincrasia de cada institución y concepto procesal. Por tanto, siendo la conexión un fuero esencialmente concurrente para acciones distintas y autónomas (por eso es útil distinguir la conexión de la continencia), que sólo razones de conveniencia piden que sean tratadas simultáneamente, la excepción de conexión no puede modificar el criterio común para las excepciones de las que no se deriva la nulidad de la sentencia, que impide interponerlas después de la litis contestatio (c. 1459 § 2). La formulación del c. 1452 § 2 posee una amplitud tal que permite al juez, ex officio, proponer supletoriamente y decidir la excepción. Por otra parte, mientras para algún autor la «vis attractiva» de la conexión no puede superar el criterio cronológico proveniente de la prevención 247, para otros el c. 1414 impone, sin embargo, la acumulación de los procesos conexos incoados separadamente en diversos tribunales, sin que la prevención impida tal acumulación 248. 7.– El c. 1493 prevé, con algunos límites, la posibilidad de la «acumulación» de acciones del actor contra el demandado (vide el respectivo comentario). Puesto que el tribunal «del demandado» constituye el que llamamos «fuero general» de atribución de la competencia (c. 1408), es evidente que el c. 1493 no puede establecer algún fuero nuevo y que, por tanto, la conexión objetiva es irrelevante como criterio innovativo de los títulos de competencia. Desde otra perspectiva, el «litisconsorcio» consiste en la pluralidad de personas en la posición de parte demandada (litisconsorcio pasivo) o actora (litisconsorcio activo) en un proceso 249. El litisconsorcio necesario (pasivo), más que una conexión 242 Cfr. L. DEL AMO, Comentario al can. 1415, en ed. cit.; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 79, p. 217. 243 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., pp. 75-78. 244 Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 112-113. 245 D. 50, 17, regula iuris 80; VI° regula iuris 34. 246 Cfr. M. CABREROS DE ANTA, La prórroga de la competencia judicial, cit. pp. 339-340 y 348; L. DEL AMO, Comentario al can. 1414, en ed. cit.; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 75, pp. 212-213. 247 Cfr. el comentario al c. 1415, nn. 5 y 6; M. CABREROS DE ANTA, La prórroga de la competencia judicial, cit. pp. 341-342. 248 En este sentido enseña C. de Diego-Lora. Según esta interpretación, el «nisi legis praescriptum obstet» del c. 1414 se referirá sólo a la incompetencia absoluta del tribunal (material, subjetiva o por el grado del juicio) o a la ineptitud del proceso (p. ej., el contencioso oral) para decidir la causa conexa. 249 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 194, pp. 537-539. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 61 subjetiva que comportaría la multiplicidad de acciones en un mismo proceso (la acumulación 250), significa sobre todo la unicidad de la acción derivada del único bien jurídico (determinado procesalmente por el petitum y la causa petendi) del que son titulares tales personas. En las causas de nulidad del matrimonio existe un solo demandado necesario: el defensor del vínculo, pues ambos cónyuges pueden ser parte actora 251; cuando la parte actora sea el promotor de justicia (c. 1674, 2º), se producirá un litisconsorcio pasivo necesario compuesto por los dos cónyuges y el defensor del vínculo. La intervención, voluntaria o forzosa, de un tercero en la causa es distinta del litisconsorcio y es tratada por la ley como una causa incidental 252. 8.– El concepto de «concurso» de acciones también tiene relación con la conexión. El concurso se produce cuando dos o más acciones diversas se ordenan a la consecución de un mismo fin. Algún autor considera concurso el litisconsorcio necesario 253, aunque nosotros acabamos de criticar que tal situación comporte realmente una pluralidad de acciones. 9.– El c. 1494 regula la «reconvención»: el demandado, en el proceso iniciado por el actor (añadir «ante el mismo juez» es superfluo), puede interponer una acción (o varias simultáneamente, conforme al c. 1493, ya que el demandado pasa a ser actor sin perder la originaria posición de demandado) contra el actor, quien, respecto a la acción reconvencional (una o varias acumuladas), se convierte en demandado. La reconvención comporta un importante «desorden procesal»: la inversión de las posiciones de las partes en un mismo proceso, lo cual sólo se justificaba en la tradición canónica como manifestación del derecho de defensa del demandado. En efecto, el c. 1690 § 1 del CIC 17 exigía que la acción reconvencional sirviera para «neutralizar o aminorar» la demanda del actor. Acogiendo las indicaciones de parte de la doctrina y de la jurisprudencia, el c. 1494 acepta también la reconvención por conexión objetiva (no la meramente subjetiva) 254. Esta nueva posibilidad de reconvención no hace surgir un nuevo título de competencia, pues es reconducible al del c. 1414. De la reconvención «clásica» (para «neutralizar o aminorar» la demanda del actor) puede provenir un nuevo fuero de competencia (relativa) exclusivamente cuando se plantea ante un tribunal que sólo ostenta el título del fuero general del demandado de la acción originaria (no alguno de los indicados en los cc. 14101413) y el actor de tal acción no posee el domicilio o el cuasidomicilio en ese lugar. En este supuesto, sin el título de la reconvención, el demandado no podría demandar al actor ante ese tribunal porque sería incompetente. 250 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 235, pp. 644-645. 251 Cfr. c. 1674, 1º; R. RODRÍGUEZ-OCAÑA, La legitimación originaria y sucesiva en los procesos de nulidad matrimonial, en «Ius Canonicum» 27 (1987), pp. 187-190; I. ZUANAZZI, Le parti e l’intervento det terzo, en Il processo matrimoniale canonico, cit., p. 367. 252 Cfr. cc. 1596 y 1598; sentencia coram Huot, 2 febrero 1984, cit., n. 9; Z. GROCHOLEWSKI, Quisnam est pars conventa in causis nullitatis matrimonii?, en «Periodica» 79 (1990), pp. 357-391; ID., Parte convenuta nelle cause di nullità di matrimonio, en D.J. ANDRÉS G. (Ed.), «Vitam impendere magistero». Scritti in onore dei Proff. R. Pizzorni e G. di Mattia, Roma 1993, pp. 41-55; L. MADERO, La intervención de tercero en el proceso canónico, Pamplona 1982. 253 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 234, p. 643. 254 Vide el comentario al c. 1494. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 62 10.– En el nuevo Código, por sugerencia de la doctrina 255, se añadió al correlativo c. 1567 del CIC 17 que las causas conexas debían ser juzgadas «en el mismo proceso (...), a no ser que lo impida un precepto legal». Esta cláusula condicional comprende: los diversos supuestos de incompetencia absoluta (material, subjetiva y funcional 256), la limitación del tribunal con un solo juez (c. 1425 §§ 1, 3 y 4), la prohibición, de naturaleza irritante, de usar el proceso contencioso oral para algunos tipos de causas 257 o el proceso documental para juzgar un capítulo de nulidad del matrimonio distinto de los previstos en el c. 1686. 18. La resolución «ex lege» de los conflictos de competencia: la prevención (c. 1415) Concordancias: 1482 § 2, 1507, 1512, 1632 § 2. 1.– El c. 1407 § 1 no incluye la prevención entre los títulos de competencia relativa porque la prevención no constituye fuero alguno. Se trata de una institución que pretende resolver ex lege los conflictos de competencia surgidos entre tribunales concurrentes (que, por tanto, poseen la competencia sobre la misma causa con anterioridad al conflicto de competencia) sin necesidad de la decisión, judicial o administrativa, de un órgano independiente (este último supuesto es regulado en el c. 1416). La prevención determina cuál de esos tribunales igualmente competentes puede juzgar la causa. Esta determinación comporta una indicación positiva (el que puede juzgar) y otra negativa (el que no puede), referida a uno o a varios tribunales, si el conflicto era entre más de dos tribunales, pues el principio «ne bis in idem» exige que cada causa (en la que coinciden los tres elementos de la acción: las partes, el petitum y la causa petendi: c. 1641, 1º) sea juzgada, en cada grado o instancia, por un solo tribunal. La indicación pertenece al ámbito de los criterios funcionales de determinar la competencia 258 y, por tanto, en el sentido negativo, supone la derogación de la competencia del tribunal que era competente antes de la solución del conflicto mediante la prevención. El tribunal que «pierde» la competencia por la prevención (en favor del que citó primero al demandado) se convierte en absolutamente incompetente, por lo que su sentencia será insanablemente nula (c. 1620, 1º) 259. 2.– El presupuesto del conflicto es la existencia de la «igual competencia», es decir la situación de concurrencia entre varios tribunales. Por tanto, la prevención no es aplicable en las «causas mayores» (c. 1405) ni en el contencioso-administrativo (cc. 1400 § 2 y 1445 § 2), puesto que en estos procesos sólo existe un tribunal competente. Por el mismo motivo, tampoco se puede plantear la prevención entre un tribunal regional constituido sólo para las causas matrimoniales (c. 1423 § 2) y un tribunal diocesano en una causa penal. Sí cabe, sin embargo, la prevención entre varios tribunales de apelación locales cuando, según la norma del c. 1439 § 2, han sido constituidos varios tribunales interdiocesanos de apelación (cada uno con su propio Obispo moderador: c. 1439 § 3) y todos pueden conocer en segunda instancia las sentencias de los de primera instancia. 255 Cfr. Communicationes, 10 (1978), pp. 226-227; M. CABREROS DE ANTA, Comentarios al Código de Derecho Canónico, cit., p. 234. 256 Cfr. c. 1639 § 1. 257 Cfr. cc. 1656, 1690, 1710, 1728 § 1, etc.; Communicationes, 10 (1978), pp. 226-227. 258 Vide el § 5, d), 2º), b’) del comentario al Tít. 259 Cfr. SIGNATURA APOSTÓLICA, Declaratio de foro competenti, 3 junio 1989, cit., nn. 2, 3 y 5. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 63 Por el grado del juicio no es posible la prevención entre dos tribunales de apelación si uno de ellos no es el expresamente determinado por los cc. 1438 y 1439, pues para ser competente no basta ser «tribunal de apelación» en general, es necesario serlo ad normam iuris (c. 1440). Por tanto, no es posible la prevención (al faltar su presupuesto: la «igual competencia») entre un tribunal de apelación competente y otro incompetente. Distinto problema plantea la Rota Romana por ser tribunal de apelación universal, según los cc. 1443 y 1444 § 1 (salvo para las causas reservadas al Romano Pontífice, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, a la Congregación para los Sacramentos y a la Signatura Apostólica 260): será aplicable la prevención entre la Rota y todos los tribunales locales de apelación, con tal que éstos sean material y funcionalmente competentes. Por otra parte, el c. 1632 § 2 acepta la «jerarquía» entre los tribunales de apelación (en cuyo vértice se encuentra la Rota Romana) y, por tanto, si el conflicto surge al apelar una parte a la Rota y la otra al tribunal local, antes de que uno de los tribunales cite a la otra parte (cfr. c. 1640), el juicio de segunda instancia corresponde a la Rota 261. La coincidencia de una doble jerarquía judicial en apelación – la Rota Romana y el tribunal local (o los varios tribunales interdiocesanos de apelación igualmente competentes) – permite que la prevención sea aplicable no sólo a la competencia relativa, sino también a la competencia absoluta, como es la funcional. 3.– El c. 1553 § 2 del CIC 17 preveía la prevención en las causas de «fuero mixto», aquéllas sobre materias sometidas a los ordenamientos canónico y civil 262. La Comisión codificadora, al examinar el c. 2 del Schema 1976, decidió suprimir la referencia a esta aplicación de la prevención por considerarla inviable en el actual contexto histórico, en el que «la prevención sólo es posible entre los tribunales del mismo ordenamiento jurídico» 263. Sin embargo, los perfiles de la cuestión no son tan nítidos como los interpretó la Comisión codificadora. En efecto, el c. 1692 § 2 prevé que el Obispo diocesano puede dar licencia a los cónyuges para que sometan la separación conyugal al tribunal civil. Esta licencia no comporta la pérdida de la jurisdicción canónica sobre este tipo de causas (cc. 1671, 1692-1696), que «afectan al bien público (eclesiástico)» (c. 1696); por tanto, los tribunales canónicos competentes (c. 1694) pueden recibir una demanda de separación conyugal, no necesitando para ello alguna licencia del Obispo (c. 1692 § 1), en concurrencia con el citado tribunal civil. En tal supuesto la coherencia hermeneútica parece permitir la prevención, al menos «contra» el tribunal eclesiástico. Por otra parte, algunos ordenamientos estatales reconocen el valor civil de las sentencias canónicas de nulidad del matrimonio, estableciendo en normas internacionales (acuerdos o concordatos) los trámites para su respectiva ejecución e inscripción registral 264. Puesto que los tratados 260 Vide el § 5, a) del comentario al Tít. 261 Cfr. decreto coram Pompedda, 14 diciembre 1992, Cerretana, en «Ius Ecclesiae» 5 (1993), pp. 597602; J. LLOBELL, La necessità della doppia sentenza conforme e l’«appello automatico» ex can. 1682, cit. 262 Vide el § 3, f) del comentario al Tít. 263 Communicationes, 10 (1978), p. 218. 264 Cfr. Concordato entre la Santa Sede y la República de Colombia, 12 julio 1975, a. 8, en AAS, 67, 1975, 421-434; Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado Español sobre asuntos jurídicos, 3 enero 1979, a. 6, 2º, en AAS, 72, 1980, 29-36; Accordo tra la Santa Sede e la Repubblica Italiana che apporta modifiche al Concordato Lateranense, a. 8, 2º y Protocollo addizionale, n. 4, 18 febrero 1984, en AAS, 77, 1985, 521535. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 64 internacionales obligan a las partes que los han estipulado, siendo incompatible la inscripción en el registro civil de una sentencia canónica de nulidad del vínculo (después de haber obtenido el oportuno «exequatur» o «delibazione») y de una sentencia civil de divorcio, cabría plantear la prevención (o la excepción de «litis pendentia») ante el tribunal civil que pretendiera juzgar una causa de divorcio estando pendiente una causa canónica de nulidad del matrimonio (no viceversa, pues la Iglesia no reconoce valor alguno al divorcio civil, lo mismo que los ordenamientos estatales concordatarios citados no reconocen valor a las separaciones canónicas 265). Al margen de las dificultades prácticas que el ejercicio interordinamental de la prevención comporta, parece evidente que, a nivel de principio y de previsión legal (aunque la ley, canónica y civil, necesite normas de aplicación), hipotéticamente pueden existir causas de «fuero mixto» en las que esta institución sea posible 266. 4.– La prevención concede el derecho a juzgar la causa a aquel tribunal competente «que primero citó legítimamente al demandado» (c. 1415). En las causas en las que interviene una parte pública, la condición pública de la misma no influye a efectos de la prevención, en aplicación del principio de igualdad de las partes, con independencia de que éstas sean públicas o privadas 267. En la citación del demandado hay que distinguir, por lo que a nuestro tema concierne, dos momentos: en el que es dictado el decreto por el juez (c. 1507) y en el que el decreto es notificado al demandado (cc. 1509 y 1510). Sin considerar los problemas que la efectiva notificación plantea (citación por edicto de quien se desconoce la residencia, etc.), los efectos jurídicos de la citación provienen del momento de su notificación (c. 1512); este es el momento determinante para aplicar la prevención. Los actos previos a dicha notificación – la investigación previa penal (cc. 1717-1719), la demanda, el decreto de citación antes de su notificación, etc. – carecen de relevancia. 5.– Puesto que la prevención proviene de la citación y esta produce la «perpetuatio iurisdictionis» y la «litis pendentia» (c. 1512, 2º y 5º), la excepción de prevención se identifica con la de «litis pendentia», pues en ambos supuestos el tribunal que citó debe poseer un título legítimo de competencia. Si el tribunal es incompetente, la excepción pertinente es la de incompetencia, no la de «litis pendentia». La conexión es un título legal de competencia; por tanto, la segunda causa, para la que el primer tribunal sería incompetente si no fuera conexa con la primera, «puede» ser legítimamente juzgada por éste. Decimos «puede» porque, como ya hemos señalado, aunque el c. 1414 parezca 265 Cfr. Concordato entre la Santa Sede y la República de Colombia, cit., a. 9. 266 La permeabilidad interordinamental con efectos sobre el proceso canónico se manifiesta, p. ej., en el c. 1675. Según este c., tras el fallecimiento de uno o de ambos cónyuges, son hábiles para impugnar el matrimonio ante el tribunal eclesiástico, o para reanudar la instancia (cfr. c. 1518, 1º), los sucesores del fallecido o quien sea parte en un proceso civil sobre la titularidad de dicha sucesión (p. ej., el representante del erario público o de una sociedad anónima). Otra manifestación de dicha permeabilidad la constituye el efecto preclusivo interordinamental de la «cosa juzgada» (cfr. CORTE DI CASSAZIONE (de Italia), Sezioni unite, sentencia, 13 febrero 1993, n. 1824, § 3.5, en «Il diritto di famiglia e delle persone» 22 (1993), pp. 109-127; G. PUCCI, Appunti in tema di efficacia di giudicato della sentenza ecclesiastica di nullità del matrimonio e di azione ex art. 139 c.c., en «Il Diritto Ecclesiastico» 2 (1974), pp. 256-274). 267 Cfr. PCCICR, Opera consultorum in apparandis canonum schematibus. 2. De iure processuali recognoscendo, n. 30, en Communicationes, 2 (1970), p. 190; ID., Schema 1976, praenotanda, n. 55, p. XIV (en Communicationes, 8 (1976), p. 194). «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 65 establecer una obligación, para que el primer tribunal juzgue la segunda causa es preciso que el actor plantee ante él la demanda (alegando el fuero de la conexión) o que el demandado ante un segundo tribunal interponga la excepción de conexión antes de que este tribunal dicte el decreto de litis contestatio. El tratamiento procesal de la excepción de conexión es el de una normal excepción de competencia, con la particularidad de que la conexión no desposee al segundo tribunal del título invocado por el actor, con tal que realmente lo posea; en definitiva, la excepción de conexión es de «competencia», no de «incompetencia». (De todas maneras, aunque la parte no plantee la excepción, el juez que se considere competente por la conexión debe suplir la negligencia de la parte y proteger, en la medida que sea necesario, el principio «ne bis in idem»: cfr. c. 1452 § 2). Por ello, cabe la prevención cuando el conflicto se plantea, respecto a la segunda causa conexa, entre el primer tribunal (que ostenta el fuero de la conexión) y el segundo (con el título de competencia que le corresponda). 6.– La citación realizada por un tribunal incompetente no produce la «perpetuatio iurisdictionis» (c. 1512, 2º) ni, por tanto, tiene sentido invocar la prevención en este supuesto. Cuando ese tribunal incompetente dicta el decreto de litis contestatio, porque no se inhibió ni la parte demandada interpuso la excepción correspondiente (o fue rechazada: c. 1460 §§ 1 y 2), ¿sería posible suscitar la prevención entre tal tribunal y aquél que ostenta el título de competencia previsto por la ley, ante el que la causa fue ulteriormente sometida y procedió a la citación? Hemos dicho que la excepción de prevención se identifica con la de «litis pendentia», presuponiendo ambas la «perpetuatio iurisdictionis». En el supuesto ahora analizado la «perpetuatio iurisdictionis» no se pudo producir con la citación realizada por el tribunal incompetente; el c. 1459 § 2 prohibe la excepción de incompetencia relativa tras la litis contestatio («a no ser que surgiera(n) después de que [la litis contestatio] hubiera tenido lugar»); el c. 1460 § 2, por una parte, niega la apelación contra la excepción de incompetencia pero, por otra, concede la querella de nulidad y la restitutio in integrum; y el c. 1457 § 1 establece sanciones para los jueces «que se declaren competentes sin ningún título jurídico que legitime esa competencia, y conozcan y decidan las causas». En definitiva, la pregunta que hemos formulado vuelve a reproponer el problema de la prórroga de la competencia y de la persistencia de la incompetencia relativa tras la litis contestatio, aunque la sentencia no sea directamente nula por este motivo 268. La respuesta afirmativa a tal pregunta podría ser un medio más para proteger el respeto de los títulos de competencia, aunque no satisfaga la necesaria estabilidad de las relaciones jurídicas 269; la estabilidad quedaría satisfecha, sin embargo, afirmando que el ordenamiento canónico acepta la la prórroga de la competencia (que sanaría la incompetencia relativa) y, en consecuencia, que la prevención podría ser interpuesta por el tribunal incompetente que realizó la litis contestatio contra el tribunal competente que, posteriormente, hubiera citado al demandado 270. La exégesis de estas disposiciones permite afirmar la existencia de deficiencias e incoherencias en el vigente sistema canónico sobre la regulación de la competencia relativa y de las instituciones directamente relacionadas con ella. De cuanto hemos expuesto (en los comentarios a los Títulos y a los cc. sobre el fuero competente, 268 Vide los comentarios al § 6 del Tít. y al c. 1407. 269 Sobre la importancia de la estabilidad, cfr. J. LLOBELL, Il giudicato nelle cause sullo stato delle persone, cit.; ID., Perfettibilità e sicurezza della norma canonica, cit. 270 En este sentido, cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., pp. 115-116. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 66 general y matrimonial) emergen con suficiente claridad dos datos que el jurista debe armonizar: a) que el legislador desea proteger el pleno respeto de los títulos de competencia en las causas de nulidad matrimonial, y b) que los títulos de competencia relativa no garantizan esa protección, puesto que la sentencia dictada por un tribunal relativamente incompetente puede producir los efectos de cualquier sentencia válida. El «ius conditum» no satisface ambos datos, puesto que los títulos de competencia en las causas de nulidad del matrimonio son «relativos» (en primera instancia y salvo el c. 1405 § 1, 1º). Por tanto, una vez individualizado el problema (la incoherencia del sistema) sólo queda proponer soluciones «de iure condendo». A mi parecer existen tres soluciones posibles: a) aceptar que cualquier tribunal relativamente incompetente puede dictar sentencias válidas en las causas de nulidad del matrimonio, puesto que se acepta la prórroga tácita realizada por las partes y por el tribunal; b) superar el concepto dual de la naturaleza de la competencia (absoluta y relativa), por lo que nunca sería posible la prórroga, salvo cuando el competente dicasterio romano concediese la «comisión de la competencia»; y c) definir los títulos de competencia en las causas de nulidad del matrimonio como fueros de competencia absoluta, por ser el c. 1673 una norma específica que no admite la prórroga. No parece que la solución pueda ser el recurso a la Signatura Apostólica para resolver este tipo de «conflictos de competencia» (cc. 1416 y 1445 § 1, 4º) o en cuanto dicasterio al que compete, en vía administrativa, «vigilar sobre la recta administración de la justicia» (c. 1445 § 3, 1º), porque la Signatura no puede más que aplicar la ley, que no satisaface la protección de los títulos de competencia en las causas de nulidad del matrimonio. De las tres soluciones apuntadas, la más armónica con el conjunto del ordenamiento y de la tradición canónica, tal vez, sea la tercera. 19. La resolución judicial y administrativa de los conflictos de competencia (c. 1416) Concordancias: cc. 1438-1440, 1445 § 1, 4º, § 3, 1º y 2º, 1457 § 1. 1.– El Código establece las instituciones suficientes para que sean los mismos tribunales quienes decidan las cuestiones planteadas acerca de su propia competencia: la inhibición ex officio (cc. 1459 § 1 y 1461), las excepciones de incompetencia («inhibitorias del fuero»), de «litis pendentia», de prevención, etc. El conjunto de dichas instituciones, aplicadas (ex officio o a instancia de parte) por los mismos tribunales implicados en la cuestión de competencia, constituye el modo «ex lege» de resolver estas incidencias. Sin embargo, esta vía «legal» puede resultar insuficiente, siendo necesario recurrir a otro órgano para que determine autoritariamente cuál es el tribunal competente en los casos de conflictos entre tribunales. Esta segunda situación es la contemplada en el c. 1416. 2.– El c. 1612 del CIC 17, correlativo al vigente c. 1416, formaba parte del Tít. sobre «la disciplina que ha de observarse en los tribunales» (cc.1446-1475 del CIC 83), sede de la regulación de las excepciones, incluidas las de competencia. La Comisión codificadora introdujo el c. 1416 en la actual sistemática al revisar el Schema 1976 271. El c. 1612 § 2 ofrecía una solución «local» a los conflictos de competencia entre tribunales no sometidos al mismo tribunal de apelación, con la condición de que, cada uno de ellos, poseyera un tribunal superior «in loco». A tal efecto el CIC 17 utilizaba un criterio análogo al de la prevención: resolvía el conflicto el tribunal de apelación de aquél ante el cual fue presentada antes la demanda. Para evitar criterios problemáticos en una norma sobre 271 Cfr. Communicationes, 10 (1978), pp. 227 y 249. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 67 situaciones de enfrentamiento de los propios tribunales, y considerando la difusión y la eficacia de los actuales medios de comunicación, la Comisión codificadora decidió confiar la solución de todos los conflictos de competencia entre tribunales sin común tribunal local de apelación a la Signatura Apostólica 272. 3.– Los conflictos de competencia pueden ser positivos o negativos (cfr. c. 1457 § 1). El conflicto es positivo cuando dos o más tribunales afirman la propia competencia sobre una misma causa, sin que los mismos consigan resolverlo 273. La cuestión debe ser resuelta no sólo para evitar la dualidad de sentencias sobre la misma controversia («ne bis in idem»), sino porque las partes poseen el derecho a ser juzgadas por el tribunal competente (cc. 221 §§ 1 y 2, 1407 § 1) y porque la protección de los títulos de competencia pertenece al bien público eclesiástico. Estas dos últimas razones justifican también la necesidad de resolver el llamado conflicto negativo de competencia: el titular de cualquier derecho jurisdiccionalmente protegido por el ordenamiento canónico («derecho a una sentencia sobre el fondo de la controversia») debe poder dirigirse al tribunal competente y éste está obligado a juzgar la causa, si la demanda posee los requisitos exigidos (cc. 1504-1505). Por otro lado, el tribunal competente es el determinado por la ley, no siendo posible en materias judiciales los llamados «títulos colorados» provenientes del «error común», que es aplicable sólo a la potestad ejecutiva (c. 144 § 1). 4.– El c. 1416 garantiza la solución de ambos tipos de conflictos de competencia (positivos y negativos). Sin embargo, la naturaleza del acto del órgano que resuelve el conflicto es diversa, según se trate de un conflicto positivo o negativo, aunque la doctrina del CIC 17 y parte de la más reciente afirma, con diversos matices, que dichos actos poseen siempre «carácter administrativo» 274. Respecto a la solución de los conflictos negativos, existen suficientes motivos para sostener la naturaleza administrativa de la decisión, pues el acto (de imperio) por el que es determinado el tribunal competente no comporta un enfrentamiento procesal entre quien solicita la solución del conflicto (el actor) y el tribunal que se niega a aceptar la demanda, aunque el órgano que debe adoptar la solución deberá oír y valorar las razones por las que el tribunal se resiste. Estas razones pueden ser legítimas – p. ej., la inhibición de todos los jueces de un tribunal (cfr. cc. 1448, 1717 § 3) – y ser referidas al único tribunal competente para esa causa; en este supuesto será necesario que la Signatura Apostólica conceda a un tribunal incompetente la oportuna prórroga o comisión, cuestión que corresponde a la «sección tercera» de la Signatura, en cuanto «ministerio de justicia» de la Iglesia, no como tribunal supremo 275. En cualquier caso, sea la Signatura o el tribunal de apelación el órgano que resuelva el conflicto negativo, la 272 Cfr. Communicationes, 10 (1978), p. 249. 273 Cfr. PCCICR, Relatio complectens synthesim animadversionum ab Em.mis atque Exc.mis Patribus Commissionis ad Novissimum Schema Codicis Iuris Canonici exhibitarum, cum responsionibus a Secretaria et Consultoribus datis, Typis Polyglottis Vaticanis 1981, ad can. 1368, p. 308 (en Communicationes, 16 (1984), pp. 53-54). Cfr. M.J. ARROBA, Diritto processuale canonico, cit., p. 116; M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 215; F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 150, pp. 437440. 274 275 Cfr. c. 1445 § 3, 2º; Const. Ap. Pastor bonus, a. 124, 2º y 3º. Vide § 6 del comentario al Tít. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 68 naturaleza del acto es administrativa porque falta el presupuesto del proceso: la controversia entre dos partes situadas en una posición de igualdad formal. Sin embargo, respecto a la resolución de los conflictos positivos exiten motivos para sostener la naturaleza judicial de la decisión. El c. 1612 § 2 del CIC 17 concedía competencia al Legado de la Santa Sede para decidir los conflictos entre tribunales de los cuales, al menos uno, no poseía tribunal superior local; esta referencia a un órgano no explícitamente judicial (el Legado) facilitaba que la respectiva decisión fuera considerada administrativa. Dejando de lado esta problemática histórica (aunque reciente), en el vigente derecho la resolución de los conflictos positivos de competencia recibe un tratamiento judicial porque se da el presupuesto de la controversia y porque así se desprende del dictado de la ley, aunque ésta ofrezca elementos equívocos. En efecto, la cuestión es tratada en el c. 1445 § 1, 4º, relativo a la «sección primera» de la Signatura Apostólica, cuya naturaleza es la de «tribunal supremo de la justicia ordinaria» 276. Las Normae speciales de la Signatura (1968), de una parte, dicen que esta competencia se ejercita «en virtud de la potestad administrativa propia del fuero judicial» (a. 18, 5º). Sin embargo, los aa. 68-73, que desarrollan el relativo procedimiento, se encuentran en el Tít. 4º sobre «El procedimiento judicial» (aa. 23-85) y no en el Tít. 5º sobre «El procedimiento administrativo» (aa. 86-95); el a. 68 reenvía a los aa. 23 y ss. para la aceptación del «escrito de demanda» (cfr. cc. 1404 y 1405); el a. 69 habla de «partes» para referirse a los contendientes (públicos y privados); y el a. 70 prevé que la decisión del Prefecto no consiente la apelación porque debe ser adoptada «expeditissime» (cfr. a. 72, CIC 17 c. 1880. 7º y CIC 83 c. 1629, 5º). En definitiva, existe un notable paralelismo entre la competencia de la Signatura Apostólica en este procedimiento y la competencia de la Corte de Casación italiana (en cuanto tribunal supremo) en el procedimiento de «regolamento di competenza» (Codice di procedura civile, aa. 47-50), cuya decisión es una «sentencia» (c.p.c., a. 49). 5.– «Los conflictos de competencia entre tribunales sujetos a un mismo tribunal de apelación, han de ser resueltos por éste» (c. 1416). La norma se refiere sólo a los tribunales locales de apelación, excluyendo la Rota Romana, que es tribunal universal de apelación (cc. 1443 y 1444 § 1), pero no es el tribunal supremo de la Iglesia, oficio que corresponde a la Signatura Apostólica y a quien corresponde resolver los conflictos entre tribunales que no están sometidos al mismo tribunal de apelación (cc. 1416 y 1445 § 1, 4º). La identificación del común tribunal local de apelación (diocesano o interdiocesano) hay que realizarla según las prescripciones de los cc. 1438 y 1439. La Rota de la Nunciatura Apostólica en España, en vía ordinaria, sólo es el tribunal de apelación, concurrente con la Rota Romana, de los tribunales metropolitanos y de aquéllos sometidos inmediatamente a la Santa Sede 277. En Italia los tribunales regionales para las causas de nulidad del matrimonio poseen los tribunales de apelación determinados en las leyes propias 278. El recurso se puede plantear directamente ante el tribunal competente para decidir el conflicto Cfr. Const. Ap. Pastor bonus, a. 122, 4º; Z. GROCHOLEWSKI, I tribunali, en P.A. BONNET – C. GULLO (Eds.), La Curia Romana nella cost. ap. Pastor bonus, Città del Vaticano 1990, pp. 403-414. 276 277 Cfr. Normas orgánicas y procesales del Tribunal de la Rota de la Nunciatura Apostólica en España, 2.X.1999, a. 37 § 1, en AAS, 92 (2000), pp. 5-17. 278 Cfr. M.P. Qua cura, 8 diciembre 1938, cit., a. 2; M.P. Sollicita cura, 26 diciembre 1987, cit., n. a); C. GULLO, Note minime in tema di «prorogatio competentiae ratione continentiae», cit., pp. 248-254. «DEL FUERO COMPETENTE» (L. VII, P. 1ª, TÍT. 1 Y CC. 1404-1416) 69 o, a semejanza de la apelación (c. 1630 § 1), ante uno de los tribunales cuya competencia se discute para que lo eleve al órgano competente. El tratamiento judicial de los conflictos positivos de competencia se realizará según las normas de las causas incidentales, en las que es permitido el proceso contencioso oral (c. 1590). Cuando el conflicto sea consecuencia del rechazo de la excepción de incompetencia, el recurso realiza las funciones de la apelación de tal decisión, aunque esta apelación esté prohibida por el c. 1460 § 2 para la incompetencia relativa. Lega consideraba que el recurso presentado ante uno de los tribunales en conflicto sólo tenía efecto «devolutivo» (enviar el recurso y las actas pertinentes al tribunal superior), no «suspensivo», aunque recomendaba que el tribunal inferior suspendiera su actividad hasta que se resolviera el conflicto 279. Pertenece a la potestad del tribunal superior decretar la suspensión siempre que lo considere oportuno (lo cual será lo normal 280), puesto que el conflicto puede comportar la nulidad tanto de los actos procesales (por analogía con la disposición del c. 1451 § 2) como de la sentencia del tribunal incompetente por «litis pendentia» (incompetencia funcional absoluta: c. 1620, 1º). 279 Cfr. M. LEGA – V. BARTOCCETTI, Commentarius in iudicia ecclesiastica, vol. 1, cit., p. 214. 280 Cfr. F. ROBERTI, De processibus, cit., n. 150, p. 440.