La influencia de las ideas krausistas en la renovación literaria

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La influencia de las ideas krausistas en la renovación literaria
española
María Luisa Esteve Montenegro
Universidad Complutense
El trabajo que aquí presento está dividido en tres apartados. El primero se ocupa de los
primeros contactos hispánicos con la figura y obra de Krause; el segundo de la creación
de la Facultad de Filosofía y Letras y la introducción de la asignatura de Estética, por la
repercusión que va a tener en la futura formación literaria y el último apartado está
dedicado a ejemplificar algunas de las ideas krausistas en una obra literaria.
I
La influencia de las diferentes corrientes culturales en el ámbito europeo ha recorrido
diferentes caminos a lo largo de la historia que no siempre parecen muy lógicos. La
dirección que tome esta influencia, si lleva de la periferia al centro o del centro a la
periferia es una cuestión que no está sometida a reglas determinadas. En el caso de España
y Alemania, poseen estas relaciones intelectuales una larga tradición pues comenzaron ya
en la Edad Media, más tarde influyeron en Leibniz, y llegaron hasta el Romanticismo, sin
olvidar tampoco la influencia que Gracián ejerció sobre Schopenhauer y Nietzsche. Hasta
ese momento se puede decir que estos impulsos en las relaciones intelectuales hispanoalemanas parten principalmente o en gran medida de España. Tanto más asombroso nos
puede parecer que un filósofo, que en su propio país no era muy considerado e incluso
bastante desconocido, como es el caso de Karl Christian Friedrich Krause, gracias a la
divulgación que llevaron a cabo algunos de sus propios discípulos y sobre todo, después de
haber tenido que superar la gran barrera de su lenguaje, haya ejercido tal influencia en la
España del siglo XIX.
¿Cuáles habrán sido las causas? cabe preguntarse. Seguramente la filosofía de
Krause haya llenado el vacío que la escolástica tradicional ya no era capaz de cubrir. Casi
se podría decir que España, desde siempre, había estado dominada por la escolástica en
amplios ámbitos del saber como son la teología, la filosofía, el derecho y la medicina,
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pues, por motivos religiosos, las corrientes europeas de la Reforma y de la Ilustración,
habían pasado de largo quedando nosotros aislados y apartados de esos flujos
reformadores. Es por esto por lo que tal vez se pudiera hablar, desde una perspectiva
política, del oportunismo de la filosofía krausista en España. Entre las fuerzas progresistas
de la sociedad española del siglo XIX tuvo un gran éxito ya que en el idealismo alemán,
representado en este caso por Krause habían encontrado el modelo adecuado. Por otro
lado, la influencia cultural francesa en España era bastante acusada y para muchos
españoles poco satisfactoria porque se consideraba que esa influencia no podía solucionar
los problemas culturales y sociopolíticos de la época. Sin embargo, es también a través de
Francia cuando se tiene conocimiento del auge del pensamiento alemán por el que muchos
intelectuales españoles sentían cada vez más interés. Para ellos la filosofía alemana
representaba un conocimiento sistemático y profundo, en parte metafísico y considerado
desde una perspectiva científica, un conocimiento de progreso. Seguramente sólo se
conocían los nombres de las figuras más importantes del idealismo alemán. Pero a su vez,
resulta paradójico que esta información proviniese también de fuentes francesas;
prácticamente era el francés la única lengua que dominaban los intelectuales de la época:
De l’ Allemagne de Mme. de Staël (1813) e Historie de la Philosophie allemande depuis
Kant jusqu’ à Hegel de Joseph Willm en cuatro tomos (1846-1849). Aquí hay que añadir
el Cours de Droit Naturel de Heinrich Ahrens (Bruselas 1838), que tres años más tarde fue
traducido al español por Ruperto Navarro Zamorano convirtiéndose al poco tiempo en una
especie de manual utilizado en muchas universidades españolas. Y como Ahrens desarrolla
su doctrina del derecho sobre la base del pensamiento krausista, Krause pasa a ser
conocido en España y, por tanto, también por el joven jurista Julián Sanz del Río (18141869).
La obra de Ahrens Cours de Droit Naturel desempeña un papel muy importante
en el krausismo español, pues no sólo se ha de considerar como el paso preliminar de ese
krausismo en España, sino como el fundamento más importante del primer krausismo.
De ahí que en España haya que distinguir dos corrientes krausistas: el llamado
prekrausismo de tipo jurídico sobre la base de la interpretación filosófica de la filosofía de
Krause según Ahrens, y el auténtico krausismo español, formado sobre la traducción y
comentarios de las obras de Krause que Sanz del Río llevó a acabo después de su estancia
en Heidelberg. Dos años después de la publicación de la traducción de Ahrens, el Ministro
de la Gobernación, Álvaro Gómez Becerra, le concede la cátedra de Historia de la filosofía
“con el encargo de visitar las principales escuelas de Alemania para perfeccionar sus
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conocimientos”. En ese momento se consideraba que “el punto de vista histórico en la
filosofía es el más adecuado para dar a conocer en nuestro país los sistemas filosóficos
modernos” (Orden, 2001ª : 166).
A lo largo de esos escasos dos años de estancia en Heidelberg, desde 1843 hasta
finales de 1844, Sanz del Río se introduce en el sistema krausista, sobre todo en la parte
analítica del sistema, en la doctrina de la sociedad y en la de la filosofía del derecho. A su
regreso a España, se trae otros escritos suyos, que estudiará en profundidad.
Sólo diez años más tarde, en 1854, después de haberse retirado a estudiar e
investigar durante todo este tiempo, comienza a impartir sus clases sobre la filosofía
krausista en la Universidad Central. Es en este momento cuando se inicia el auténtico
movimiento intelectual que habrá de marcar de un modo decisivo la vida cultural, social y
política de España en la segunda mitad del siglo XIX.
La primera pregunta que cabría formularse sería: ¿Por qué se decide Sanz del Río
por Krause y no por Hegel o por Schelling? En un primer momento Sanz del Río había ido
a Alemania con el encargo del Ministerio de importar nuevas ideas, mejor dicho, como
escribe Menéndez Pelayo de conocer en todo su alcance la filosofía y literatura alemanas.
En ese proyecto no se incluía la figura de Krause. ¿Qué fue lo que sucedió? En aquella
época Alemania se encontraba entre la restauración y la revolución, entre los hegelianos de
derechas y los de izquierdas, lo cual significaba que el sistema hegeliano estaba ya roto. El
cambio histórico-intelectual que se produce en el país germano entre los años 1842 y 1845,
según Marx, en nada se podía comparar con la revolución francesa: “Los principios se
sucedían, las ideas se precipitaban unas tras otras con inusitada rapidez, y entre 1842 y
1845 hubo más cambios en Alemania que los que tuvieron lugar durante tres siglos."
(García-Mateo, 1982: 148).
Sanz del Río no podía interesarse por Hegel porque a su muerte los hegelianos
estaban divididos. Más bien estuvo interesado desde un principio en conocer mejor el
sistema de Krause del cual ya había tenido noticias a través de Ahrens. Sin embargo, su
elección no sólo estuvo determinada por ese conocimiento anterior; sino que otros aspectos
importantes intervienen en ella como la afinidad o congenialidad intelectual y filosófica
entre ambos pensadores; la capacidad de aplicación ético-práctica de la filosofía krausista
que permitiría acometer la reforma sociopolítica de la España de entonces y la ya
mencionada situación de los hegelianos en ese período histórico.
Desde tiempo atrás, la afinidad intelectual y filosófica entre Sanz del Río y Krause
era un hecho, como se desprende de la primera carta que desde Heidelberg le envía a su
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amigo y protector José de la Revilla en la que justifica la elección de este sistema filosófico
porque coincide con su propia verdad, y, además, le parece, que entre todos los que él
conoce, éste es el más consecuente y el más completo.
Algunos historiadores han opinado al respecto, que aunque Sanz del Río no
hubiese ido a Alemania, en España hubiese habido krausismo porque el krausismo ya se
encontraba su espíritu. No obstante, la aplicación práctica del sistema fue para él un factor
importante.
Todos estos aspectos, aunque no propiamente científicos, estaban en consonancia
con esa meta tan especial que se había propuesto; estaba convencido de que éstos y no
otros habrían de configurar las características fundamentales de la doctrina que podría
satisfacer las necesidades intelectuales de su país, como él mismo escribe en la carta
mencionada más arriba. Con ello se pone de manifiesto que la elección de Sanz del Río no
había sido casual y sin fundamento. Se trataba de la consecuencia de la congenialidad
psicológica con Krause por un lado, y por otro, de la capacidad de aplicación de su
filosofía.
A pesar de ello, Sanz del Río intenta fundamentar de un modo más detallado y
científico su decisión presentando algunos argumentos que le permitieran explicar por qué
para él Krause significaba más que Hegel o que cualquier otro sistema filosófico del
momento. Los argumentos que expone en la introducción a su versión española de la parte
analítica del sistema krausista, se basan, a su vez, en el fundamento de ese sistema, pues lo
había considerado como el adecuado para que se convirtiera en medida de todos los
demás. La crítica que hace a los de Hegel, Fichte y Schelling se limita únicamente a
pequeños juicios que tienen su origen en la crítica krausista de los sistemas de su época.
Así, Sanz del Río, al igual que Krause, se impone la tarea de superar la división
existente en la filosofía occidental entre una visión del mundo monista y dualista. En su
Sistema de la Filosofía escribe: "La ciencia precedente estaba marcada por un dualismo
fuertemente arraigado...: Dualismo lógico entre sujeto y objeto... Dualismo psicológico
entre un espíritu con capacidad de obrar, reflexivo y libre y un espíritu material... Dualismo
ontológico entre sustancia y accidente, causa y efecto, libertad y necesidad, finito e
infinito, identidad y diferencia, unidad y multiplicidad... dualismo teológico entre Dios y el
mundo... Finalmente dualismo dentro de la propia filosofía, que se mueve entre los
extremos idealismo / materialismo..." (García-Mateo, 1982: 150).
La profunda admiración de Sanz del Río por la doctrina krausista como
culminación de la filosofía, le impedía ejercer crítica alguna a su pensamiento. Su mérito
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no se limita únicamente a la mera labor traductora e interpretativa; se esforzó, sobre todo,
en aplicar el ideal krausista de un modo práctico y útil a la situación y características
españolas, es decir, en dejar que hablara en el entorno histórico-intelectual y social-político
de la España de entonces para intentar lograr la meta que le habían encargado: elevar el
nivel intelectual en España. Además, una de las perfecciones que veía en la doctrina
krausista que le ayudarían a alcanzar esta meta, era la capacidad de acomodarse
perfectamente a los diversos grados de cultura del espíritu humano (López-Morillas, 1980:
59). Según él, la difusión de esta doctrina debía de responder a las exigencias intelectuales
del país, que necesitaba volver a fomentar entre los jóvenes el gusto por el trabajo y la
disciplina intelectual así como el interés por la ciencia como un primer paso hacia la
modernización de la universidad.
II
A esa modernización de la universidad iba a contribuir la introducción de la Estética como
disciplina universitaria de la cual se iban a beneficiar tanto la filosofía como la literatura
dentro de la Facultad de Filosofía. Los motivos que llevan a introducir esta disciplina,
tienen como base la marginación que sufren las materias filosóficas en las sucesivas
reformas del primer Plan de Estudios de la Facultad de Filosofía que precisamente había
sido creada en 1845 (Orden 2001: 242, 243). La Facultad se había estructurado en dos
Secciones: una de Letras y otra de Ciencias. A la Sección de Letras pertenecían las
materias filosóficas, la lengua y la literatura hasta conformar las seis asignaturas con que
contaba la Licenciatura en esta Sección de las cuales sólo una era filosófica: la Filosofía y
su historia. En el Doctorado, de un total de seis, había dos asignaturas filosóficas:
Ampliación de la Filosofía e Historia de la Filosofía.
En esa época, las Facultades superiores, entre las que se incluía la de Filosofía,
concedían tres grados: bachiller, licenciado y doctor, aunque en realidad quedaban
reducidos a dos: licenciado y doctor, ya que el de bachiller daba acceso a cualquier estudio
universitario.
En las sucesivas reformas del Plan de 1845, el área filosófica es marginada en
favor de la literaria. Así, en 1847 se establece la división del área filosófica en dos
Secciones: área literaria y área filosófica. Tres años más tarde, en 1850, la administración
educativa las vuelve a reagrupar en una sola recibiendo incluso el nombre del área
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fundamental, es decir, área de “Literatura”, desapareciendo con ello la denominación más
genérica de “Letras”. Esta actuación se justifica diciendo que “el segregar la literatura de la
filosofía especulativa ó ciencias psicológicas, constituye, en sentir del Ministro, un fatal
divorcio entre el saber y la locución, entre la ciencia y el buen decir. Estos dos ramos,
como ya se había dispuesto en 1845, deben correr unidos, siempre unidos, constituyendo
ambos una misma enseñanza. La literatura que no está basada en las ideas, en la filosofía
propiamente dicha, es una falsa literatura, que privada de pensamientos sublimes y de las
inspiraciones del entendimiento no puede alcanzar la belleza” (Colección de las leyes...
1850). Este argumento se volverá a esgrimir en años posteriores a raíz de nuevos intentos
de cambios dentro de la estructura de la Facultad de Filosofía.
El deterioro del área filosófica llega a su culmen con el Reglamento de 1852 que
reduce las disciplinas del área a Filosofía y su historia, y en el Doctorado sólo aparece una
disciplina del área literaria: Literatura extranjera.
A partir de 1854 en que Sanz del Río se incorpora como catedrático de la
asignatura de Doctorado Historia de la Filosofía después de su retiro en Illescas, empieza
por fin a cambiar la situación de marginación del área filosófica. Su intervención en este
proceso fue decisiva. Argumentó que “no era admisible que hubiese un grado de la
Sección de Literatura, a la que estaban adscritos los estudios filosóficos, que no tuviese, al
menos, una materia filosófica” (Orden, 2001: 244). En los decretos anteriores al
Reglamento se exigía que fueran “pareadas la literatura y la filosofía en todos los Grados
hasta la Licenciatura”, por tanto, parecía lógico que se siguiera manteniendo esta paridad
en las materias del Doctorado.
Pero el gran cambio que va a sufrir la Facultad de Filosofía tiene lugar a raíz de la
Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano que da lugar a la segregación de las cuatro
Secciones que conformaban la Facultad de Filosofía desde 1850. Se crea la Facultad de
Ciencias Naturales y la de Ciencias exactas, Físicas y Naturales a partir de la Sección de
Ciencias Físico-Matemáticas; se adscribe a la Facultad de Derecho la Sección de
Administración y por último, la Sección de Literatura se convierte en la Facultad de
Filosofía y Letras que en un solo estudio superior agrupa todas sus áreas: la filosófica y las
dos de letras: la literaria y la histórica. Esta nueva estructuración conlleva un nuevo
cambio en los tres grados que anteriormente concedía esta Facultad: su grado de Bachiller
ya no daba acceso a los estudios superiores que desde ahora no puede expedir, debido a
que hay asignaturas que están fuera del área de esta Facultad. De ahí que fuera necesario
una nueva distribución de las materias a impartir con el fin de que se pudiera seguir
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concediendo los tres grados como cualquier otra Facultad superior. En todos estos cambios
se establecía una lucha de fuerzas entre el área filosófica y el área de letras que a su vez
ocultaba otro tipo de intereses más de tipo político y de poder que académicos.
Las Disposiciones Provisionales a la ley Moyano, aumenta el número de
disciplinas del área literaria y mantienen el número de las filosóficas. Ello suponía que
Sanz del Río ya no impartiría en el Doctorado Historia de la Filosofía y que se limitarían
sus derechos como catedrático de esa materia porque sólo en Doctorado gozaba de una
auténtica libertad docente. Es de suponer, que en estos cambios se reflejara la opinión de
aquellos que no quedaron conformes con la traducción que hizo de la obra de Weber
Compendio de Historia universal. Muchos la tachaban de panteísta y a él, naturalmente, de
propagador de esas ideas. Para mayor contrariedad de sus oponentes, el primer volumen de
este compendio fue elegido como libro de texto.
Como era de esperar, Sanz del Río actúa de inmediato en contra de las nuevas
Disposiciones y para conseguir la cátedra, incluso se muestra dispuesto a impartir en el
Doctorado la asignatura Literatura de las lenguas de origen teutónico basándose en su
formación germánica. Al mismo tiempo no ceja en su empeño de volver a introducir en
todos los grados la Historia de la Filosofía, basándose en la madurez científica del alumno
de doctorado que le permitiría desarrollar una actitud crítica. El propio nombre de la
Facultad, “Filosofía y Letras”, servía de apoyo a su argumento; según esa denominación,
las dos áreas deberían estar representadas en todos los grados con sus correspondientes
materias para así establecer un auténtico equilibrio entre ambas. Siguiendo un argumento
expuesto anteriormente, considera que para la actividad literaria sería beneficioso atenerse
a los principios planteados por la Filosofía, pues la “literatura expresa con bella forma y
arte las ideas de pueblos y hombres, que el espíritu concibe y la filosofía precisa y
formula” (Orden, 2001: 255), es decir, que la Filosofía asumiría una función rectora frente
al contenido literario y a la orientación de la creatividad literaria, pues la Literatura “dejada
a las inspiraciones momentáneas e irregulares del genio, carecería de la guía y compás y
norte que sólo puede presentarle la filosofía” (Orden, 2001: 256).
Sin embargo, en la siguiente reforma legislativa (11-09-1858) las asignaturas
literarias dominan en los dos primeros grados que otorga la Facultad, no así en el de
Doctorado. Éste, en cambio, contaría con dos únicas materias filosóficas: Historia de la
filosofía y Estética.
La Estética no era una materia desconocida en esa Facultad. Anteriormente ya se
había impartido, aunque integrada en la Literatura y con fines propedéuticos. Ahora, en
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cambio, al convertirse en una asignatura autónoma y estar incluida en el último grado, pasa
a pertenecer al área de Filosofía. Seguramente se pretendía que a través de estas dos
asignaturas de Doctorado se hiciera una reflexión de conjunto sobre las materias de los dos
áreas fundamentales que constituían la Facultad. Según Orden Jiménez la pretensión
política que se perseguía con la Estética podría haber sido la de influir desde la filosofía en
la literatura con el fin de que no quedara al arbitrio de la mera creatividad y de los antiguos
cánones y se viera sometida al control de las ideas suministradas por la razón que dirigirían
la actividad artística tanto desde un punto de vista formal como de contenido (Orden,
2001: 264).
Ante esta situación, la suspicacia entre los moderados neocatólicos se desata pues
temen que con la Estética suceda lo mismo que con la Historia de la Filosofía, que, según
ellos, era una asignatura peligrosa para la estabilidad política e ideológica nacionales por
el mero hecho de ser Sanz del Río el que la imparte. De ahí que a la primera oportunidad
se vuelva a incluir la Estética como bloque propedéutico dentro de la asignatura de
Literatura y se la aleje del control del área filosófica. En 1868, cambia de nuevo la
situación al volver los liberales al poder. Su interés por orientar racionalmente la labor
artística y ante todo la literaria queda patente. Con esta actitud se perseguía introducir
nuevas ideas en los contenidos trasmitidos por la literatura a través de la filosofía y que
ésta se constituyera en fuente formativa del literato como sucedió en Alemania a finales
del siglo XVIII y principios del XIX. Los moderados, en cambio, se apoyan en la tradición
literaria y en las fuentes clásicas.
Para el krausismo la existencia de esta materia constituye un medio adicional de
difundir sus ideas también en la literatura. Los cambios que se producen en la Facultad de
Letras eran de suma importancia para lograr la meta que se había propuesto la autoridad
educativa: la de superar de un modo racional la crisis cultural en la que España se
encontraba sumergida en aquel momento.
III
En el tercer apartado de esta exposición quisiera dedicar mi atención al influjo que ejerció
el krausismo con todo su componente ético sobre la literatura española en torno al año
1870 en adelante, ya pasada la Revolución de Septiembre, ejemplificándolo en una obra de
Galdós. Se puede decir que en esa década se produce un cambio en el género novelesco.
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La
literatura
deja de ser un género de evasión, un tanto mediocre, salvo algunas
excepciones, con afán de distraer al lector y alejarlo de la preocupación por su persona o
por la realidad circundante –en aquellos momentos llena de problemas- como reflejaban la
lírica, el folletín o drama histórico, las novelas sentimentales etc., géneros literarios
entonces vigentes y que, en parte, tenían gran influencia de “versiones detestables del
francés”. El móvil principal de esa literatura no es la singularidad del individuo, sino todo
lo contrario: lo induce a que se comporte como los demás, a que no destaque en nada, para
que su personalidad no sobresalga y se disuelva en el anonimato social; la ficción se queda
en lo meramente externo sin entrar en la manera de ser individual del personaje ficticio.
Es la novela, con su preocupación por el presente, la que va a hacer posible que se
establezca una relación entre el individuo y la sociedad, que el lector se reconozca en la
obra, porque ahí es donde se van a tratar los temas que le preocupan y donde se va ver
reflejado, convirtiéndose así en el género de la época no exento de rasgos doctrinales y
polémicos; la novela deja de ser un género de evasión para convertirse en provocadora y
problemática. Con los medios de expresión de que dispone la literatura y por ende la
novela, es capaz de ir mas allá de los hechos y llegar a la historia interna de lo creado, cosa
que no sucede con todas las manifestaciones artísticas. De ahí que los krausistas de la
“tercera generación” o de González Serrano como los denomina López-Morillas o los
krausopositivistas como lo hacen otros, consideren la novela moderna el
[...]género literario más adecuado al espíritu y tendencias de los tiempos presentes.
El carácter sincrético del poema en prosa; la doble naturaleza de su composición,
que lo mismo revela las impresiones y juicios personales del artista que las
circunstancias reales y objetivas que acompañan al desarrollo de la acción; la
amplísima esfera en que se mueve el novelista al poder hablar de todo [...], y, por
último, el constante espíritu crítico que puede campear en la novela, son otras
tantas condiciones á cual más favorables para que adquiera tal género literario una
boga superior a todos los demás, dadas las especialísimas [...] aptitudes que muestra
el gusto literario en nuestros días (Schmitz, 2000: 62)
La influencia de las ideas krausistas en la renovación literaria española
González Serrano le atribuye aquí a la novela lo que la promoción anterior de krausistas le
había atribuido a la poesía dramática: la consideraba como algo alejado de su gusto. Esta
generación, en cambio, es más “literaria”, se ocupa más de la literatura como creación
autónoma y válida en sí misma. De ahí que ahora se pase a considerar la novela como el
“género armónico”, y, para su estudio, puesto que no entra en el esquema tradicional de la
normativa poética, estos krausistas elijan proceder de un modo inductivo extrayendo de la
propia obra las pautas y orientaciones necesarias que exijan del crítico un detallado análisis
y una reflexión así como amplios conocimientos literarios que van a llevar a la creación de
una crítica literaria cualificada en relación con la Estética y a que surja en España lo que a
imitación germánica se denomina ciencia literaria o Literaturwissenschaft. Precisamente
con ayuda de la Estética se asentó la base racional a partir de la cual es posible que se
desarrolle una crítica imparcial. Según López Morillas, en La Fontana de Oro de Galdós
se pone de manifiesto este “deseo de los krausistas de elevar la crítica a un nivel más alto
de dignidad y eficacia” (López-Morillas, 1973: 28), pues sin una crítica responsable la
literatura difícilmente puede prosperar.
La obra galdosiana La familia de León Roch que aparece en 1878, está llena de
ingredientes krausistas. Parece creada para contrarrestar Minuta de un testamento de
Gumersindo de Azcárate publicada dos años antes, que no sólo es un testamento sino
también un testimonio fiel del pasado con el propósito de defenderlo en el futuro. La obra
es producto de una crisis personal: la de un austero intelectual krausista que a raíz del
primer Concilio Vaticano (1869-1870) rompe con la Iglesia católica. En ella recoge el
autor sus recuerdos personales e ideas sobre materias como religión, derecho, política,
pedagogía, sociología, ética, entre otras, lo cual convierte este escrito en un medio de
información acerca de la vida de un krausista sin connotaciones doctrinales. El “testador”,
al igual que otros muchos krausistas, se dedica a la enseñanza en la que ve una posibilidad
de transformar al individuo a través de la educación y el ejemplo. Eso mismo le sucede a
León Roch en el que algunos ven representado al símbolo del krausista
educador,
cumpliéndose así el precepto que impone al hombre el Ideal de la Humanidad: educarse y
educar.
Es su deseo de educación y de enciclopedismo de autodidacta lo que le lleva,
después de abandonar la Escuela de Minas siendo un flamante ingeniero, a ocuparse de
otras ciencias como la geología, la botánica, la astrología: “todos los adelantos de la
Historia natural le son familiares y es un astrónomo de primera fuerza” (Galdós, 1970:
785). Sólo por estos intereses ya se le considera diferente e incluso se le tacha de ateo,
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porque se le ve a través de los prejuicios con los que se juzga a los krausistas que son
considerados por algunos como “ateos disfrazados”, ya que tratan de establecer una
relación de armonía entre la ciencia y la religión de acuerdo con la máxima de que el
hombre “conoce en la ciencia a Dios”. La imagen social de León Roch es descrita como la
de
“un sabio de nuevo cuño, uno de estos productos de la Universidad, del Ateneo y
de la Escuela de Minas, que maldito si me inspiran confianza. Mucha ciencia
alemana, que el demonio que lo entienda, mucha teoría oscura y palabrejas
ridículas; mucho aire de despreciarnos a todos los españoles como un atajo de
ignorantes; mucho orgullo, y luego el tufillo de descreimiento, ...”(Galdós, 1970:
784) .
Se presiente el acoso sin tregua producto de la ignorancia agresiva en este retrato como
sucedía en la realidad y que Galdós describe muy bien como buen intérprete del sentir del
mundo que le rodea. Y tras “el tufillo de descreimiento” que probablemente proviene del
contagio que trasmite la intransigencia clerical frente a toda novedad ideológica, sobre
todo, si provenía de fuera, se esconde también el tema de la religión. Éste será un tema
recurrente en la novelística galdosiana. La conciencia religiosa de sus personajes conduce a
los conflictos que se desarrollan en ella, como se pone de manifiesto no sólo en La familia
de León Roch sino en Doña Perfecta y Gloria. La figura de León Roch refleja el espíritu
religioso krausista cuando confiesa “... yo creo en el alma inmortal, en la justicia eterna,
en los fines de perfección, ¡breve catecismo, pero grande y firme!” (Galdós, 1970: 976) y
esta confesión lo hace ser incluido en el grupo de “esos se que llaman católicos y admiten
teorías contrarias al catolicismo” (Galdós, 1970: 784), a los que aborrece el “católico,
católico”. Pero su “rectitud y el propósito firme de no mentir jamás” (Galdós, 1970:794)
no le permiten disimular y convertirse en un hipócrita. Roch es un personaje galdosiano
que está inmerso en el conflicto ideológico entre el individuo y la sociedad que termina
cayendo víctima del “escuadrón de hipócritas que forman la parte más visible de la
sociedad contemporánea” (Galdós, 1970: 912). El individuo encarna las virtudes:
honradez, franqueza, magnanimidad (al igual que León), la sociedad, en cambio, las taras
morales: perfidia, fanatismo, hipocresía (López-Morillas, 1972: 24, 25). El fanatismo, la
hipocresía en general y en particular la religiosa son temas que toca Azcárate en su Minuta
y que va recogiendo Galdós en los personajes de sus novelas. En unos, como en Pepe Rey
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de Doña Perfecta se manifiesta el fanatismo provinciano, en otros, en León Roch, modelo
de joven krausista, una sociedad dominada por la hipocresía.
El krausismo español se caracteriza por su actitud social siguiendo al Ideal:
“Aplícate a moralizar el medio social en que vives, desde ti a la familia, al círculo libre, al
pueblo; y afirmarás en grado descendente el sentido moral del pueblo, de la familia, y el de
ti mismo”.(Gómez-Martínez, 1983: 74). Y son estas ideas de perfeccionamiento del
individuo para a través de él lograr el de las instituciones, las que Galdós adjudica a sus
personajes simbolizando con ello la actitud de los krausistas españoles sobre todo, porque
el ambiente de la Restauración da muestras de una carencia de moral o más bien de una
moral basada en las apariencias: “Toda deformidad debe ser velada, y las de la conciencia
más, para no ofender a la moral pública” (Galdós, 1970: 812).
La influencia krausista, y no sólo teórica, se aprecia también en la actitud frente a la
mujer. En el Ideal se pone de relieve la necesidad de que exista una igualdad entre el
hombre y la mujer para lograr la armonía que debe presidir una sociedad perfecta. Y como
el hombre
se interesa con igual estima y amor hacia la femenina que hacia la masculina
humanidad: ama y respeta la peculiar excelencia y dignidad de la mujer. Cuando
observa que esta unidad esencial de la humanidad está hoy en unos pueblos
oprimida y degradada, en otros postergada, o abandonada en su educación por el
varón, que hasta ahora se ha atribuido una superioridad exclusiva; cuando observa
que la mujer dista hoy mucho del claro conocimiento de su destino en el todo, de
sus derechos y funciones y altos deberes sociales, se siente poderosamente movido
a prestar ayuda y fuerza a la mujer” (Gómez-Martínez, 1983: 58).
León Roch, consciente de esta situación está dispuesto a colaborar y rectificar “la
ridícula instrucción de los colegios”(Galdós, 1970: 796). En su optimismo está convencido
de que la ignorancia de su futura esposa la convierte en el ser “más a propósito para mí,
porque así podré yo formar el carácter de mi esposa, en lo cual consiste la gloria más
grande del hombre casado” (Galdós, 1970: 796). La visión pedagógica y tutelar de la mujer
se pone de manifiesto frente a la hasta entonces dominante, que consideraba que el
entendimiento de una mujer era incapaz de apreciar asuntos elevados. Era necesario que el
componente femenino de la institución básica de la sociedad, la familia, poseyera una
formación adecuada ya que los krausistas reconocían en ella el poder de formación.
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Por los aspectos que hemos tratado aquí, aunque de un modo muy breve, se puede
deducir que Galdós no dejó a un lado las fuentes teóricas de los krausistas españoles más
importantes del momento, sino que se sirvió de ellas para encarnar en sus personajes estos
ideales. Con ello logra su propósito de novelar los problemas más candentes de la sociedad
de su tiempo y aunque tal vez no de un modo consciente, darle un vuelco a la novela
española del siglo XIX.
La influencia de las ideas krausistas en la renovación literaria española
BIBLIOGRAFÍA
Azcárate, Gumersindo de (1967). Minuta de un testamento. Barcelona.
CLE: Colección de las Leyes, Decretos y Declaraciones de las Cortes, y de los Reales Decretos,
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