INSTITUCIONES JURÍDICAS CIVILES PARA LA REALIZACIÓN DE LAS OBRAS DE CARIDAD ECLESIAL. MARCO JURÍDICO ESPAÑOL Publicado en Volontariato sociale e missione della Chiesa, Pontificia Università della Santa Croce, Roma 2002, pp. 81-104 Jorge Otaduy Universidad de Navarra El voluntariado, en el sentido que adquiere en el marco del vigente Estado Social, se sitúa en una encrucijada del mundo del Derecho. En torno a esta figura se hacen presentes una tal diversidad de fenómenos, instituciones y regímenes positivos, que convierten en una ardua tarea cualquier intento de ofrecer una aproximación jurídica al tema rigurosa y clara. La vertiente individual de la figura remite a la determinación del estatuto del voluntario y a la delimitación de esa peculiar relación de servicios respecto de otras figuras afines. El tema conecta con cuestiones jurídicas de tanta raigambre como, por ejemplo, lo referente al trabajo benévolo y familiar. Saltan a la vista las conexiones que este fenómeno presenta en relación con la vida ad intra de la Iglesia, que he tenido oportunidad de estudiar con cierto detalle en otros momentos1. Sin embargo, el voluntariado es contemplado en la actualidad, sobre todo, en su dimensión colectiva. Lo que interesa realmente al ordenamiento jurídico es el “voluntariado organizado”, las “organizaciones de voluntariado”, a las que se encomienda una función relevante en el desarrollo de los servicios sociales. La legislación administrativa, lo mismo que la de carácter fiscal, civil e incluso mercantil se aproximan a este fenómeno desde sus propias perspectivas formales. La presencia del factor religioso, por otro lado, introduce un nuevo elemento diversificador del tratamiento jurídico de esta realidad, que merece ser considerado oportunamente. Esta segunda orientación, de tipo colectivo o institucional, es la que prevalece en este trabajo. Por otra parte, la referencia al derecho español puede servir como contrapunto a las cuestiones más usualmente tratadas en torno a esta materia en el contexto del derecho italiano. 1 El derecho a la retribución de los laicos al servicio de la Iglesia, en "Fidelium Iura", 2 (1992), pp. 187-206; Régimen jurídico español del trabajo de eclesiásticos y de religiosos, Madrid 1993. 2 1. El desarrollo reciente del “Tercer Sector” de asistencia social Hasta fecha reciente no se ha podido hablar con propiedad de la existencia en España del denominado “Tercer Sector”. Durante los últimos años, sin embargo, ha experimentado un desarrollo tan considerable que ha venido a convertirse en elemento relevante de una política social que ofrece cada día más servicios a los sectores deficitarios de la sociedad. Tradicionalmente, la actividad social promovida por los particulares se movía en el estrecho marco de la legislación de beneficencia, que se remontaba, en sus aspectos básicos, al siglo XIX y que fue proliferando después, en un auténtico maremagnum normativo, a lo largo del siglo XX2. La actividad benéfica y asistencial dependía en una proporción muy alta de las instituciones de la Iglesia católica, particularmente de determinadas Órdenes y Congregaciones religiosas. En el ámbito no religioso, la mayoría de las entidades benéficas, durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, eran fundaciones vinculadas a hospitales o asilos, cuya existencia se desarrollaba de manera bastante precaria. Durante el régimen de Franco no hubo cambios sustanciales en este panorama, aquí apenas insinuado. Aumentó, indudablemente, el número de instituciones religiosas dedicadas a la caridad, y el fenómeno asociativo civil recibió un notable impulso como consecuencia, entre otras cosas, de la promulgación de la Ley de asociaciones de 1964. En esos años 60 se establecieron en España algunas grandes instituciones internacionales de acción social de carácter no religioso, como la Asociación contra el cáncer o el Comité español de UNICEF, que, junto con la Cruz Roja, lograron una presencia y un reconocimiento significativos por parte de la sociedad. Con todo, el factor más destacable durante ese período, en el área a la que nos referimos, fue el extraordinario desarrollo alcanzado por Cáritas Española, institución que, como es bien sabido, asume la actividad benéfica y caritativa de la Iglesia con carácter oficial. 2 La legislación secularizante del Estado en materia de beneficencia fue una derivación del régimen constitucional establecido por las Cortes de Cádiz, en 1812. En 1822 se promulgó la primera Ley general sobre la materia, modificada por otra de 1849, para adecuar el estatuto jurídico de la beneficencia al diferente contexto político-social propiciado por la Constitución de 1845. El Reglamento de la Ley llevó fecha de 14 de mayo de 1852. Todavía en el siglo XIX hay que mencionar un importante R.D. de 14 de marzo de 1899, sobre Protectorado del Gobierno sobre las entidades de beneficencia particular. A estas disposiciones se sumaban otras de rango menor y carácter sectorial destinadas, principalmente, a urgir el cumplimiento de normas anteriores. Buena parte de esa legislación decimonónica estuvo vigente hasta la entrada en vigor de las actuales leyes sobre fundaciones y servicios sociales, a las que aludiremos a lo largo de estas páginas. 3 La realidad actual poco tiene que ver con el pasado. El proceso de modernización del país, el desarrollo económico, el cambio del marco jurídico, la creciente sensibilización ciudadana ante las necesidades sociales han hecho que el panorama cambie. Aunque se trate de un punto de referencia de alcance limitado, resulta ilustrativo considerar la evolución de los resultados de la asignación tributaria destinada a los fines de interés social (el 0'5 por ciento del IRPF) y de las entidades y actividad sostenidas mediante la distribución de esos recursos. (Como se sabe, la asignación tributaria entró en vigor en España en 19883). Los datos que puedo aportar son los siguientes: 1º. En poco más de diez años, la cantidad destinada por los contribuyentes a los gastos sociales ha pasado de siete mil millones de pesetas a casi veinte mil. 2º. El volumen de los recursos totales gestionados por las entidades que participan del reparto estatal —que alcanzó casi los ciento cincuenta mil millones de pesetas— hace que el Tercer Sector de acción social comience a ser visto como un elemento significativo de la economía del país. 3º. El empleo generado en el sector supera los quince mil puestos de trabajo y la tasa de crecimiento es significativa. 4º. Las entidades concurrentes a la convocatoria se han multiplicado por ocho en diez años (de noventa y seis en 1988 a setecientas ochenta y una en 1998). En las convocatorias anuales más recientes, las entidades beneficiarias de ayudas son unas trescientas cincuenta. Casi el noventa por ciento de ellas han sido creadas con posterioridad al año 1980. 5º. El porcentaje de contribuyentes que se inclina en favor de los fines de interés social es creciente cada año. Desde 1996 esa cifra es superior a la de quienes desean contribuir al sostenimiento de la Iglesia católica. En 1998, un cincuenta y siete por ciento optó por los fines sociales frente a un cuarenta y tres por ciento que apoyó a la Iglesia católica. 6º. Los voluntarios al servicio de las entidades beneficiarias del reparto de la asignación tributaria son más de quinientos mil. El Plan Estatal del Voluntariado4 ha contribuido al fuerte incremento del número de personas que realizan acciones 3 Cfr. Ley 33/1987, de 23 de diciembre, de Presupuestos Generales del Estado para 1988, disposición adicional quinta, n. 6 (RCL 1987/2660). (En este trabajo usaré el Repertorio Cronológico de Legislación [RCL] y el Repertorio de Jurisprudencia [RJ] de “Editorial Aranzadi” para las citas de legislación y jurisprudencia españolas). 4 Cfr. Ministerio de Trabajo. Secretaría General de Asuntos Sociales. Plan estatal del voluntariado, 1997-2000, aprobado por Acuerdo del Consejo de Ministros de 24 de julio de 1997; Plan del voluntariado, 2001-2004, aprobado por Acuerdo del Consejo de Ministros de 22 de junio de 2001. 4 con carácter altruista y solidario. La legislación de objeción de conciencia y prestación social sustitutoria ha favorecido, asimismo, el aumento del cupo de voluntarios. 2. Disposiciones normativas sobre entidades eclesiásticas de carácter benéfico ¿Cuál es la situación que ocupan las entidades eclesiásticas para la realización de las obras de caridad en este contexto? La respuesta exige la referencia, justamente, a los aspectos normativos, a los que se alude en el título de esta ponencia. El derecho específico sobre la materia del más alto rango jerárquico, después de la Constitución, se encuentra en el Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede sobre asuntos jurídicos. Citaré, concretamente, los artículos 1 y 5 de ese texto. El artículo 1 recoge una declaración de valor fundamental, cuyo contenido puede descomponerse en estas dos afirmaciones: 1ª. El Estado reconoce el derecho de la Iglesia católica a ejercer su misión apostólica; 2ª. El Estado garantiza a la Iglesia el libre y público ejercicio de las actividades que le son propias, y en especial las de culto jurisdicción y magisterio. En los párrafos siguientes del mismo artículo 1, se establece un detallado sistema de reconocimiento de las entidades de la Iglesia católica, que gravita en torno a dos criterios de ordenación, que podríamos denominar cronológico y sistemático. No me detengo en la explicación pormenorizada del asunto. Simplemente me permito recordar que las entidades eclesiásticas se distinguen conforme a su específica naturaleza jurídica, dando lugar a la tripartición siguiente: entidades orgánicas o jurisdiccionales; institutos de vida consagrada; y asociaciones y fundaciones. Estas últimas, según indica expresamente la norma concordataria, podrán adquirir la personalidad jurídica civil con sujeción a lo dispuesto en el ordenamiento del Estado, mediante la inscripción en el correspondiente Registro de entidades religiosas. Si careciéramos de ulteriores previsiones normativas sobre la materia, podría invocarse el citado artículo primero del Acuerdo para sostener —en el marco concordatario— la existencia de entidades para la realización de las obras de caridad eclesial. Sin embargo, el Acuerdo sobre asuntos jurídicos contiene una disposición específica —el artículo 5— para las entidades eclesiásticas de tipo asistencial. En los vivos debates relativos al reconocimiento civil de las entidades canónicas, la doctrina española, a mi juicio, no ha reflexionado todavía lo suficiente sobre la relevancia y el alcance de esta norma. Veamos los términos literales de la disposición: “1. La Iglesia puede llevar a cabo por sí misma actividades de carácter benéfico o asistencial. 5 Las instituciones o entidades de carácter benéfico o asistencial de la Iglesia o dependientes de ella se regirán por sus normas estatutarias y gozarán de los mismos derechos y beneficios que los entes clasificados como de beneficencia privada. 2. La Iglesia y el Estado podrán, de común acuerdo, establecer las bases para una adecuada cooperación entre las actividades de beneficencia o de asistencia, realizadas por sus respectivas instituciones”. Me parece que la norma transcrita contiene cuatro afirmaciones principales: 1ª. Las actividades de carácter benéfico o asistencial se integran en el cuadro de las finalidades propias de la Iglesia en sí misma considerada. Esta afirmación pretende subrayar que las actividades de carácter benéfico o asistencial guardan una relación con la Iglesia que va más allá del simple juicio de congruencia con su propio ser; el ejercicio de tales actividades por parte de las instituciones religiosas —dicho con otras palabras— no es objeto de autorización, como si pudiera encontrar cobertura eclesial solamente por una especie de vía indirecta o excepcional. Acabo de señalar que los fines sociales se integran en el cuadro de las finalidades propias de la Iglesia en sí misma considerada. De modo sumamente elocuente se expresa el texto del Acuerdo cuando afirma que la Iglesia puede llevar a cabo esas actividades por sí misma, es decir, sin intermediarios. 2ª. Las instituciones o entidades de carácter benéfico o asistencial de la Iglesia o dependientes de ella gozan de un régimen específico de autonomía, más amplio que el de las asociaciones y fundaciones religiosas comunes del artículo 1 del Acuerdo. Solamente de este modo adquiere significado y valor propio la referencia a que se regirán por sus normas estatutarias, sin alusión alguna a la sujeción al ordenamiento general del Estado. 3ª. Las instituciones o entidades de carácter benéfico o asistencial de la Iglesia o dependientes de ella se equiparan —a determinados efectos favorables— a los entes de beneficencia privada. 4ª. En materia de asistencia social, las partes firmantes del Acuerdo admiten encontrarse en una posición de cierta paridad, que justifica esa interesante referencia a una posible colaboración específica en ese terreno. A la vista de la relevancia del contenido de esta norma, es obligado preguntarse acerca de las razones que aconsejaron un tratamiento diferenciado del fenómeno de las entidades religiosas para la realización de las obras de caridad del propio de las entidades religiosas que no tienen ese carácter. Hay que desechar la hipótesis de que las partes firmantes del Acuerdo hubieran considerado a las instituciones benéficas como de carácter no religioso y hubieran pretendieran excluirlas del régimen de las entidades eclesiásticas. Si en materia de entidades asistenciales se hubiera querido una remisión in toto al 6 Derecho común, su régimen jurídico no encontraría lugar en el Acuerdo concordatario. Pienso que la intencionalidad de las partes firmantes fue, más bien, evitar la discriminación de las entidades eclesiásticas. Estas, en efecto, aun desarrollando funciones sociales semejante a las de carácter civil, podrían quedar encerradas en el marco de las asociaciones y fundaciones religiosas comunes, sin posibilidad de acceso al tratamiento promocional característico de las asociaciones de utilidad pública y de las fundaciones benéficas (hoy denominadas de interés general). Para evitar ese riesgo se introdujo la equiparación en derechos entre unas y otras. Obviamente, la materia fiscal es una de aquellas en las que el tratamiento favorable es digno de consideración. Los beneficios que el ordenamiento jurídico reserva a las entidades eclesiásticas de asistencia social no imponen, sin embargo, ninguna especie de contrapartida laicizante; es decir, no entrañan ninguna especie de limitación o rebaja del carácter religioso. La significativa referencia a los estatutos como norma de gobierno de la entidad —se regirán por su normas estatutarias, dice literalmente el artículo 5— supone el reconocimiento a su favor de un régimen especial de autonomía. Esta disposición concordataria debe interpretarse como una cautela establecida por la Iglesia en previsión del intenso intervencionismo administrativo característico del sector de los servicios sociales. La autonomía reconocida alcanza, concretamente, a los aspectos siguientes: 1º. Libre determinación de las normas de organización y de régimen interno. 2º. Sujeción a la autoridad eclesiástica en materia de rendición de cuentas y de protectorado (sin perjuicio de la justificación oportuna de los fondos públicos a los que la entidad religiosa acceda). 3º. Garantía de la identidad específica de la entidad religiosa así como de sus actividades. La tesis favorable al carácter auténticamente religioso de las entidades para la realización de las obras de caridad —que sostengo con el apoyo del Acuerdo sobre asuntos jurídicos— se confirma a la vista del Acuerdo sobre asuntos económicos. En efecto, este último establece un régimen fiscal diferenciado para las entidades orgánicas e institutos de vida consagrada, por una parte, y para las asociaciones y fundaciones, por otro. Las primeras tienen un régimen propio. Las segundas, si se dedican a actividades “religiosas, benéfico-docentes, médicas u hospitalarias o de asistencia social tendrán derecho a los beneficios fiscales que el ordenamiento jurídico-tributario del Estado español prevé para las entidades sin fin de lucro y, en todo caso, los que se conceden a las entidades benéficas privadas”. Prescindiendo por ahora de otros aspectos susceptibles de análisis, lo que pretendo subrayar en este momento es que la atención del legislador concordatario no se reduce a las entidades eclesiásticas que antes he denominado 7 comunes, sino también a las de carácter asistencial, en la amplia gama que el artículo de referencia enumera (benéfico-docentes, médicas u hospitalarias o de asistencia social). La equiparación parcial de las entidades religiosas para la realización de las obras de caridad con las entidades sin fin de lucro nos obliga a hacer una referencia, siquiera breve, al Derecho común en los aspectos que afectan a la materia de nuestro estudio. 3. El nuevo marco de la legislación del Estado en materia de asistencia social Los redactores de los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede de los años 1976 y 1979 tuvieron que hacer frente a la dificultad no pequeña que representaba elaborar un texto jurídico que ofreciera garantías de permanencia, sabiendo que el conjunto del ordenamiento se encontraba en trance de profunda revisión. No es de extrañar que, en esas circunstancias, el lenguaje se tornara incierto, movedizo, y que, en ocasiones, aparecieran en el texto concordatario términos que se encontraban como a medio camino entre lo viejo, que se intuía superado, y lo nuevo, cuya precisa determinación se ignoraba. Estas dudas se producían, por ejemplo, con motivo de la referencia al régimen propio de las entidades sin fin de lucro —no suficientemente perfilado— o cuando se aludía a la colaboración de la iniciativa social en la prestación de los servicios públicos, cuya fórmula no se encontraba adecuadamente explicitada. A la vuelta de veinte años, la esperada renovación legislativa ha tenido lugar, en una parte importante, y resulta posible resolver algunas de las dificultades interpretativas que el texto concordatario presenta, concretamente, en el terreno de los servicios sociales. El punto inicial de nuestras reflexiones es, en todo caso, la Constitución, que ofrece la base para establecer un modelo de asistencia social no excluyente de la colaboración de las organizaciones no estatales dentro del sistema público5. A continuación, es preciso referirse a la legislación ordinaria que afecta directamente a la materia de los servicios sociales, y que se encuadra en dos ámbitos jurídicos distintos: el derecho civil (que se ocupa del régimen de las entidades que desempeñan esas tareas) y el derecho administrativo (que establece el régimen de la actividad en sí misma considerada). En efecto, lo que atañe a las entidades llamadas a convertirse en el cauce o instrumento de la acción social se encuentra regulado en la Ley de Fundaciones de 5 El artículo 34 reconoce el derecho de fundación para fines de interés general, con arreglo a la ley y el artículo 33 el de propiedad privada y a la herencia; la función social de estos derechos delimitan su contenido, de acuerdo con las leyes. Nadie podrá ser privado de sus bienes o derechos sino por causa justificada de utilidad pública. 8 19946, que deroga buena parte de la legislación histórica de beneficencia. La Ley de asociaciones de 1964, sin embargo, continúa en vigor, aunque sometida a varias modificaciones, entre otras la que ha llevado a cabo la citada Ley de Fundaciones, que revisa la categoría —fundamental para el tema que aquí interesa— de “asociación de utilidad pública”. La legislación administrativa se ocupa de lo relativo a las actividades de acción social. Las normas más importantes dentro de este sector son las leyes de servicios sociales promulgadas por las Comunidades Autónomas a partir de 19827. También hay que mencionar la Ley del Voluntariado del año 1996 (de carácter estatal)8, y las promulgadas sobre la misma materia por determinadas Comunidades Autónomas9. La Ley reguladora de la objeción de conciencia y de la 6 Ley 30/1994, de 24 de noviembre, de Fundaciones y de incentivos fiscales a la participación privada en actividades de interés general (RCL 1994/3273). Vid. también R.D 316/1996, de 23 de febrero, por el que se aprueba el Reglamento de Fundaciones de competencia estatal (RCL 1996/837) y R.D. 1786/1996, de 19 de julio, por el que se aprueba el procedimiento de declaración de las asociaciones de utilidad pública (RCL 1996/2341). 7 País Vasco: Ley 6/1982, de 20 de mayo (RCL 1982/3541); Navarra: Ley Foral 14/1983, de 30 de marzo (RCL 1983/1296); Madrid: Ley 11/1984, de 6 de junio (RCL 1984/1915); Murcia: Ley 8/1985, de 9 de diciembre (RCL 1986/848); Cataluña: Ley 26/1985, de 27 de diciembre (RCL 1986/711); Castilla-La Mancha: Ley 3/1986, de 16 de abril (RCL 1986/2397); Baleares: Ley 9/1987, de 11 de febrero (RCL 1987/1221); Aragón: Ley 4/1987, de 25 de marzo (RCL 1987/946); Asturias: Ley 5/1987, de 11 de abril (RCL 1987/1386); Extremadura: Ley 5/1987, de 23 de abril (RCL 1987/2762); Canarias: Ley 9/1987, de 28 de abril (RCL 1987/1311); Galicia: Ley 3/1987, de 27 de mayo (RCL 1987/1700); Andalucía: Ley 2/1988, de 4 de abril (RCL 1988/1405); Castilla y León: Ley 18/1988, de 28 de diciembre (RCL 1989/515); Valencia: Ley 5/1989, de 6 de julio (RCL 1989/1812). 8 Ley 6/1996, de 15 de enero, de Voluntariado Social (RCL 1996/147); vid. también Orden de 11 de octubre de 1994, por la que se regula la actividad del Voluntariado en los centros públicos que imparten enseñanzas de régimen general (RCL 1994/2982); Orden de 9 de octubre de 1995, por la que se regula el Voluntariado cultural (RCL 1995/2918). 9 Ley 25/1991, de 31 de diciembre, por la que se crea el Instituto Catalán del Voluntariado (RCL 1992/158); Ley 9/1992, de 7 de octubre, del Voluntariado Social de la Comunidad Autónoma de Aragón (RCL 1992/2358); Decreto 45/1994, de 19 de mayo, del Voluntariado Social de Andalucía; Ley 3/1994, de 19 de mayo, del Voluntariado Social de la Comunidad de Madrid (RCL 1994/1785); Decreto 12/1995, de 19 de enero, por el que se regula el Voluntariado de Castilla y León; Ley 4/1995, de 16 de marzo, del Voluntariado en Castilla-La Mancha (RCL 1996/814); Ley 1/1998, de 5 de febrero, reguladora del Voluntariado Social en Extremadura (RCL 1998/869); Ley Foral 2/1998, de 27 de marzo, del Voluntariado de la Comunidad de Navarra (RCL 1998/1364); Ley 7/1998, de 6 de mayo, del Voluntariado en La Rioja (RCL 1998/1305); Ley 4/1998, de 15 de mayo, del Voluntariado en Canarias (RCL 1998/1397); Ley 3/1998, de 18 de mayo, del Voluntariado en las Islas Baleares (RCL 1998/1407); Ley 17/1998, de 25 de junio, 9 prestación social sustitutoria, por su parte, debe ser tenida en cuenta en este contexto, aunque la relación con la materia sea más bien indirecta10. 4. ¿Recibe la nueva legislación del Estado en materia de fundaciones y servicios sociales las normas de los Acuerdos con la Santa Sede sobre entidades eclesiásticas para la realización de obras de caridad? Comenzaré el estudio de este tema con una breve consideración de la primera de las leyes que he mencionado —Ley de Fundaciones y de Incentivos fiscales a la participación privada en actividades de interés general— asentada sobre el art. 34 de la Constitución, que reconoce en términos muy amplios este derecho. Esta Ley responde a la necesidad de estimular la iniciativa privada en la realización de actividades de interés general, vista “la dificultad de los poderes públicos de atender plenamente ese interés general y el protagonismo que la sociedad reclama y entrega a las variadas entidades sin ánimo de lucro”11. Se trata de una ley moderna, que pretende unificar el régimen aplicable a todas las fundaciones, eliminando el sistema histórico de regulación diversificada de cada tipo según las actividades que llevaran a cabo. Acoge un concepto amplio de interés general —desde lo puramente benéfico y asistencial hasta lo cultural y artístico— y permite disfrutar de un régimen fiscal ventajoso. La segunda parte de la Ley, como indica su nombre, tiene una finalidad claramente incentivadora, tendente a estimular la participación de la iniciativa privada en la realización de actividades de interés general. Una referencia completa a las características de la Ley obliga a señalar también que se trata de un texto formalista en exceso, que establece requisitos fuertemente restrictivos del ejercicio del derecho constitucional de fundación12 y congruente con la tradicional función de control y fiscalización que en esta materia suele reservarse a los poderes públicos. La constitución de la entidad requiere del Voluntariado en el País Vasco (RCL 1998/1942); Ley 3/2000, de 22 de diciembre, del Voluntariado Social de la Comunidad Autónoma de Galicia (RCL 2001/150). 10 Ley 22/1998, de 6 de julio, reguladora de la objeción de conciencia y de la prestación social sustitutoria (RCL 1998/1679). En la actualidad, la prestación social sustitutoria del servicio militar ha sido suspendida mediante el R.D. 342/2001 (RCL 2001/944), de 4 de abril, una vez que lo fue la prestación del servicio militar, en virtud de la Ley 17/1999, de 18 de mayo (RCL 1999/1333), del Régimen del personal de las Fuerzas Armadas y del R.D. 247/2001 (RCL 2001/622). 11 Cfr. Preámbulo, I. 12 Cfr. M. LÓPEZ ALARCÓN., Las fundaciones eclesiásticas bajo el nuevo régimen de la Ley 30/1994, de fundaciones e incentivos fiscales, en "Cuadernos. Real Academia de Legislación y Jurisprudencia de Murcia", 2, Murcia 1997, p. 26. 10 escritura pública e inscripción en el correspondiente Registro, que se denegará si dicha escritura no se ajusta a las prescripciones de la Ley. Sólo las entidades inscritas en el Registro podrán utilizar la denominación de Fundación13. La pregunta acerca de si esta ley tiene en cuenta las normas concordatarias se resuelve de manera positiva, a tenor de la Disposición Adicional 3ª, que se expresa en estos términos: “Lo dispuesto en esta Ley se entiende sin perjuicio de lo establecido en los Acuerdos con la Iglesia católica y en los Acuerdos y Convenios de cooperación suscritos por el Estado con iglesias, confesiones y comunidades religiosas, así como en las normas dictadas para su aplicación, para las Fundaciones creadas o fomentadas por las mismas”. En el caso de la Iglesia católica existe, en efecto, una norma sobre fundaciones dictada en desarrollo del Acuerdo, que es un Real Decreto de 198414. La Ley a la que me estoy refiriendo afecta también a las asociaciones. Mediante la Disposición Adicional 13ª, la Ley de Fundaciones acomoda el régimen de las asociaciones de utilidad pública a la nueva definición que realiza de las actividades de interés general y a los nuevos requisitos que establece para su constitución, determinación de su régimen de gobierno y de beneficios fiscales. Un terreno en el que estas entidades están llamadas a desempeñar una parte importante de su actividad es el de los servicios sociales. Describiré a continuación, también brevemente, las características de la legislación administrativa a la que ya he aludido. La competencia sobre servicios sociales corresponde a las Comunidades Autónomas, que han dictado en su propio ámbito las correspondientes normas reguladoras. Me permito hacer notar que, en la acepción legal, los servicios sociales consisten en “el conjunto de prestaciones técnicas que tienen alguna de las finalidades siguientes: prevenir o eliminar las situaciones de marginación social, atender a necesidades específicas de determinados grupos (infancia, ancianos, disminuidos, marginados etc.), facilitar la adaptación recíproca de la persona y del medio social, elevar la calidad de vida y promover el bienestar individual y colectivo"15. Entre las características comunes a estas leyes autonómicas —que guardan una clara sintonía de fondo— destacaría una: la pretensión planificadora y la tendencia totalizante. Se admite, en efecto, la “asistencia complementaria” promovida por la iniciativa social, pero con carácter supletorio y sujeta al cumplimiento de un elevado número de condiciones. “Más que recoger una serie de medidas tendentes a la promoción, impulso o fomento de las entidades surgidas 13 Cfr. artículos 3, 7, 8, 36 y 37. 14 R.D. 589/1984, de 8 de febrero, sobre fundaciones religiosas de la Iglesia Católica (RCL 1984/855). 15 G. RUBIOL GONZÁLEZ, Los servicios sociales, Madrid 1985, p. 208, cit. por J.M. VÁZQUEZ GARCÍA-PEÑUELA, Leyes autonómicas de servicios sociales. Su repercusión sobre las entidades eclesiásticas, Pamplona 1991, p. 76. 11 de esa iniciativa —afirma Vázquez García-Peñuela—, estas leyes parece que tienen como objeto principal enumerar las condiciones o requisitos que han de reunir”16. Esta referencia de tipo contextual permite comprender lo que de otra manera resultaría inconcebible: a saber, que estas leyes (con la excepción de dos de ellas) ni siquiera hagan mención a las entidades eclesiásticas17 . Conforme al art. 5.3 del Acuerdo jurídico18, las actividades de servicios sociales se presentan como uno de los supuestos privilegiados para la cooperación entre el Estado y la Iglesia. Sólo así encuentra sentido la explícita referencia a la posibilidad de que las dos instituciones, de común acuerdo, establezcan las bases para una adecuada cooperación entre las actividades de beneficencia o de asistencia que ambas llevan a cabo. No se impone un mandato de colaboración, pero ese texto debe considerarse una expresión cualificada de las intenciones de las partes firmantes del Acuerdo. Sin embargo, los legisladores de las Comunidades Autónomas no parecen estar en condiciones de apreciar tales sutilezas interpretativas. El talante exclusivista de los legisladores autonómicos en el sector de los servicios sociales contrasta con la actitud mantenida en otras áreas de su competencia, como la asistencia religiosa en hospitales y el patrimonio histórico. En la determinación del régimen jurídico específico de estas materias ha prevalecido el respeto mutuo y la voluntad de alcanzar Acuerdos con la Iglesia. Una de las claves interpretativas de lo acontecido en el campo de los servicios sociales es, seguramente, el interés de los poderes públicos por capitalizar políticamente esas actividades. Las posibilidades de influencia y de conformación social que la asistencia religiosa y el patrimonio histórico ofrecen no guardan proporción con las que derivan del control de los servicios sociales. La ausencia de mención de las entidades eclesiásticas en la legislación sectorial nada dice, sin embargo, en contra de la vigencia del artículo 5.2 del 16 J.M. VÁZQUEZ GARCÍA-PEÑUELA, Leyes autonómicas..., cit., p. 154. 17 La Ley de Andalucía, en la disposición adicional quinta, señala: "Las instituciones que prestan servicios sociales de la Iglesia Católica o dependientes de ella, así como las vinculadas a otras confesiones religiosas, la Cruz Roja y demás entidades de carácter privado que colaboren con el Sistema Público de servicios sociales, conservarán su identidad específica y regirán su organización y funcionamiento por sus propios estatutos, sin perjuicio del cumplimiento de los requisitos que se establezcan el artículo 25 de la Ley". La Ley Castellano-leonesa, por su parte, en el artículo 26.3 recoge textualmente: "Las Administraciones competentes podrán, cuando no existan servicios públicos, concertar la prestación de servicios básicos con asociaciones de vecinos o entidades de desarrollo comunitario. Especial atención merecerá la participación en el Sistema de Acción Social de Castilla y León de las Entidades nacionales como Cruz Roja y Cáritas". 18 “La Iglesia y el Estado podrán, de común acuerdo, establecer las bases para una adecuada cooperación entre las actividades de beneficencia o de asistencia, realizadas por sus respectivas instituciones”. 12 Acuerdo sobre asuntos jurídicos y de la presencia activa en ese terreno de las organizaciones de la Iglesia. Conforme a la redacción de dicho artículo, las entidades eclesiásticas operantes en el sector responden a la siguiente tipología: 1º. Entidades organizativas. Así se deduce de la explícita referencia en el artículo 5 del Acuerdo sobre asuntos jurídicos a que “la Iglesia puede llevar a cabo por sí misma actividades de carácter benéfico o asistencial”. Esta mención tiene importancia por dos motivos: - Porque subraya en términos generales que la acción asistencial forma parte de las finalidades propias de la Iglesia. - Porque contempla que los servicios de asistencia pueden ser prestados directamente por una entidad organizativa (por ejemplo, cuando el tipo de tarea no sea tan relevante que haga necesario constituir una persona jurídica diferenciada y pueda ser asumida por los propios servicios parroquiales). 2º. Institutos de vida consagrada Una parte del carisma de algunos institutos religiosos puede consistir precisamente en el desarrollo de actividades sociales. No por ello se encuentran impedidos para ser reconocidas como entidades religiosas mediante acceso al Registro, si desean adquirir personalidad civil. Para el desarrollo de sus actividades asistenciales pueden poner en juego su propia personalidad de institutos de vida consagrada o crear otras personas jurídicas dependientes. 3º. Asociaciones y Fundaciones Frecuentemente, las entidades organizativas y los institutos de vida consagrada que realicen institucionalmente obras de caridad recurrirán a figuras de tipo asociación o fundación para el desempeño de sus actividades. Las iniciativas asistenciales promovidas por los fieles tendrán esa misma configuración asociativa o fundacional. Una vez reconocidas civilmente, encontrarán amparo en el art. 5 del Acuerdo sobre asuntos jurídicos. La personalidad civil permite a las entidades religiosas gozar del mismo régimen que las restantes entidades no estatales presentes en el sector. Me referiré a dos manifestaciones principales de ese régimen común: 1ª. Merecen disfrutar, sin discriminación ninguna, del estatuto fiscal de las fundaciones de interés general y de las asociaciones de utilidad pública. Y esto, tanto en la vertiente de las exenciones impositivas como del tratamiento fiscal de las liberalidades realizadas a su favor por parte de personas físicas o jurídicas. 2ª. Al amparo del régimen común de las entidades que desempeñan actividades sociales, las de carácter religioso pueden concurrir en igualdad de condiciones a todas las convocatorias de financiación pública. En particular, al reparto de los recursos provenientes del IRPF destinados a fines sociales. 13 Por otra parte, la personalidad canónica y su encuadre en el art. 5 del Acuerdo sobre asuntos jurídicos proporciona a estas entidades un régimen especial en los aspectos que contempla la norma concordataria, que pueden concretarse en estos cuatro puntos: 1º. No tienen necesidad de inscribirse en el Registro de asociaciones o de fundaciones para adquirir la personalidad civil; basta su inscripción en el Registro de entidades religiosas. La inscripción que exigen las leyes de servicios sociales en Registros autonómicos no tiene, desde luego, carácter constitutivo, sino que persigue objetivos de coordinación, planificación y control19 y de tipo estadístico, que se justifican por el interés general a cuyo servicio la actividad desarrollada se encuentra. Con todo, los requisitos legales o reglamentarios que se exijan para esa inscripción no podrían invadir la esfera de la autonomía estatutaria de la entidad religiosa, a la que me refiero a continuación. 2º. Se rigen por sus normas estatutarias. Las entidades eclesiásticas son recibidas por el ordenamiento del Estado con respeto de su autonomía organizativa y funcional. Esta previsión tiene importancia cuando, por ejemplo, la legislación establece, como condición para que las entidades particulares puedan actuar o recibir fondos públicos, el funcionamiento democrático de sus órganos de gobierno. Una exigencia de este estilo me parece difícilmente compatible con la Constitución, que consagra el derecho de asociación en términos amplios, sin exigencia de funcionamiento democrático, salvo en casos especiales, como es el de los partidos políticos. La Ley de asociaciones no pide más que el establecimiento de ciertos cauces de participación de los socios. Pretender ir más allá conduciría probablemente a una intromisión limitadora del derecho de los asociados a autoorganizarse20. En todo caso, la aplicación del requisito del funcionamiento democrático a las entidades eclesiásticas no sería posible, porque vulneraría la autonomía organizativa que contempla el art. 5 del Acuerdo sobre asuntos jurídicos. 3º. La rendición de cuentas y el protectorado se realiza en la esfera de la Iglesia. Es una consecuencia de la tesis anterior: el ordenamiento civil recibe a la entidad religiosa tal cual es, sin mengua de su autonomía, lo que lleva consigo, en el caso de las fundaciones, la exención del protectorado oficial. Esta conclusión se ve confirmada por la Ley de 1994 que, como he señalado ya, deja a salvo lo establecido en los Acuerdos con la Iglesia católica. “Así pues, las fundaciones 154. 19 Cfr. J.M. VÁZQUEZ GARCÍA-PEÑUELA, Leyes autonómicas..., cit., p. 20 Cfr., en este sentido, J.M. VÁZQUEZ GARCÍA-PEÑUELA, Leyes autonómicas..., cit., p. 164. 14 religiosas debidamente constituidas e inscritas en el Registro de entidades religiosas son recibidas por el ordenamiento jurídico con su propia organización y fines, incluso con su específico protectorado encomendado al Obispo diocesano respectivo”21. Algo análogo puede afirmarse en relación con las asociaciones. Como es lógico, lo anterior no excluye la sujeción al correspondiente control financiero, en el caso en que la entidad religiosa haya recibido subvenciones o suscrito conciertos en materia de servicios sociales. 4º. Protección de la identidad religiosa y carácter propio. La intervención planificadora de la Administración puede dar lugar a la imposición de actuaciones que resulten contrarias a los fines propios o a las convicciones morales de la entidad religiosa. Ante eventualidades semejantes, serían de aplicación las denominadas cláusulas de salvaguarda de la identidad religiosa y carácter propio de las organizaciones religiosas, que contempla con carácter general el art. 6.1 Ley orgánica de libertad religiosa. 5. Entidades religiosas que operan en el sector de los servicios sociales. Referencia especial a Cáritas. Entre las entidades religiosas presentes en el sector de los servicios sociales, el puesto principal corresponde, como es bien sabido, a Cáritas. Esta confederación de las entidades de acción caritativa y social de la Iglesia no es sólo la más importante de las organizaciones asistenciales católicas en términos cuantitativos sino, sobre todo, en el sentido de que se configura como el órgano oficial de la Iglesia para la asistencia a las personas necesitadas22. El elemento básico de Cáritas está constituido por las entidades diocesanas, sobre quienes recae primariamente la prestación de los servicios. La Cáritas diocesana se integra en la Curia y se presenta como la Iglesia misma que desempeña la diaconía para la acción comunitaria de la comunicación cristiana de bienes. En términos jurídicos, sin embargo, hay que advertir que Cáritas tiene una personalidad diferenciada de la diócesis, por evidentes razones de prudencia y de funcionalidad: se trata, en efecto, de una tarea especializada, perfectamente separable del resto de la actividad eclesial y que obliga a mantener estrechas relaciones con los poderes públicos en cuestiones organizativas y financieras, que no tienen por qué afectar a la persona jurídica diocesana propiamente dicha. 21 M. LÓPEZ ALARCÓN, Las fundaciones eclesiásticas..., cit., p. 34. 22 Cfr. Cáritas española. Estatutos. Aprobados por la Conferencia Episcopal en la VI Asamblea plenaria, celebrada en Madrid del 21 al 30 de noviembre de 1967. La LVI Asamblea plenaria aprobó, el 22 de mayo de 1992, el nuevo texto de los artículos 3, 8, y 45 al 50. Estos Estatutos pueden encontrarse, por ejemplo, en el Anexo del libro de J. SÁNCHEZ JIMÉNEZ, Cáritas española 1942-1997. Acción social y compromiso cristiano, Madrid 1998. 15 Las organizaciones locales de Cáritas se integran en la Confederación Nacional, instituida por la Conferencia episcopal, que tiene personalidad jurídica canónica propia. Dispone asimismo de personalidad civil, al amparo de un Decreto de Ministerio de Justicia de 12 de marzo de 1959, sobre entidades eclesiásticas. El nuevo Registro de entidades religiosas creado en 1981, después de la promulgación de la vigente Ley orgánica de libertad religiosa, recibió de oficio las inscripciones anteriores. La Confederación Nacional de Cáritas acoge también —si libremente deciden incorporarse— a las asociaciones e instituciones católicas de acción caritativa y social, así como a los institutos de vida consagrada específicamente dedicados a esa actividad. La Confederación, por su parte, respeta los Estatutos y la plena autonomía de estas organizaciones en la administración de sus propios bienes y recursos. A pesar de la pretensión unificadora de la acción caritativa y social de la Iglesia en la figura institucional de Cáritas, existen otras entidades religiosas no integradas en ella. Basta repasar la relación de entidades beneficiarias del reparto del 0'5 por ciento del IRPF para advertir la presencia de tales instituciones, al margen de Cáritas. Dentro del tema de las entidades para la realización de las obras de caridad eclesial, no es posible dejar de referirse a un problema que ha superado el ámbito meramente doctrinal hasta llegar a constituirse, durante los últimos años, en un factor de fuertes tensiones en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Me refiero al rechazo sistemático que las solicitudes de inscripción en el Registro de entidades religiosas presentadas por organizaciones canónicas de acción social —en especial fundaciones— han venido recibiendo por parte estatal. A juicio del órgano administrativo, son fines religiosos los de naturaleza espiritual y cultual pero no, en cambio, los de tipo asistencial. Esa negativa, ha obligado a las entidades religiosas a adoptar formas civiles o a actuar, sencillamente, por vía de hecho. La norma reglamentaria reguladora de la inscripción exige, entre otros datos, la indicación de los fines religiosos, que deberán acreditarse mediante la certificación del órgano superior en España de la respectiva Iglesia. El órgano directivo del Registro se mantiene firme en la defensa de lo que considera su competencia calificadora de esos fines. Basa su postura sobre el argumento de que la erección canónica no prejuzga los fines religiosos y que la certificación de la Conferencia episcopal no pasa de tener un carácter privado23. 23 Algunas de las Resoluciones de la Dirección General que se fundan sobre esta tesis son las siguientes: 22 de mayo de 1987 ("Monte de piedad y Caja de ahorros de Córdoba"); 29 de marzo de 1988 ("Hogar de ancianos de Villafranca del Penedés"), 10 de mayo de 1988 ("Entidad asociativa religiosa evangélica de Betania"); 20 de mayo de 1988 ("Fundación Mare de Deu dels Desamparats"); 16 de octubre de 1987 ("Fundación Balmesiana"); 11 de abril de 1988 ("Fundación obra cultural"); 26 de febrero de 1988 ("Patronato deportivo cultural Actur"); 5 de abril de 1988 ("Comunidad cristiana evangélica la Alianza pro-educación espiritual del niño"); 21 de octubre de 1988 ("Fundación Blanquerna"); 29 de marzo de 1988 16 El Tribunal Supremo ha acogido en algunas resoluciones la doctrina que tiende a restringir el ámbito de lo religioso a lo estrictamente espiritual y al culto24. A mi juicio, este planteamiento es criticable, a la vista de las afirmaciones de los Acuerdos con la Santa Sede. En el art. I, 1 del Acuerdo sobre asuntos jurídicos, el Estado garantiza a la Iglesia el libre y público ejercicio de las actividades que le son propias y en especial las de culto, jurisdicción y magisterio. Se trata de una nítida aceptación por parte del Estado del principio de que las finalidades de la Iglesia van más allá de las manifestaciones que —por las razones que la Iglesia misma estime oportunas— merecen una consideración especial (a saber, el culto, la jurisdicción y el magisterio). En virtud de esta declaración el Estado, en realidad, confía a la Iglesia la tarea de precisar cuáles sean las actividades que constituyen su misión. Pero es que, además, en otros pasajes de los Acuerdos encontramos una suerte de interpretación auténtica, sumamente clarificadora, del concepto de lo religioso que el legislador maneja, que se extiende a finalidades e instituciones no estrictamente cultuales. Me refiero, en primer lugar, al art. 4 del Acuerdo sobre asuntos económicos, en el que se contempla la exención de determinados impuestos en favor de ciertas entidades eclesiásticas siempre que los bienes o derechos adquiridos se destinen al culto, a la sustentación del clero, al sagrado apostolado y al ejercicio de la caridad. No cabe una enumeración más precisa ni mejor acomodada, por otro lado, al Código de Derecho Canónico. El art. 5 del mismo Acuerdo sobre asuntos económicos, por su parte, “unifica significativamente el régimen jurídico de las entidades que se dediquen a actividades religiosas, benéfico-docentes, médicas u hospitalarias o de asistencia social, unificación que se hace sobre el patrón jurídico de las entidades religiosas, que se enumeran en primer lugar”25. Por último, haremos una referencia, de nuevo, al art. 5 Acuerdo sobre asuntos jurídicos, en virtud del cual “las instituciones o entidades de carácter benéfico o asistencial de la Iglesia o dependientes de ella se regularán por sus normas estatutarias y gozarán de los mismos derechos que los entes clasificados como de beneficencia privada”. El mismo criterio se aplica en el Decreto de 1984 a las fundaciones católicas. Está claro que estas entidades eclesiales de tipo asistencial participan del carácter religioso propio de la entidad matriz y si ("Centro evangélico de ancianos Cedar"); 19 de octubre de 1987 ("Fundación cultura religiosa"). Al decir de M. LÓPEZ ALARCÓN, dos Resoluciones pueden considerar como prototipo de la argumentación esgrimida por la Dirección General en estos casos: la de 4 de mayo de 1988 ("Patronato Social Escolar de Obreras") y la de 8 de febrero de 1989 ("Colegio Mayor Universitario femenino la Asunción de Nuestra Señora"). 24 Entre las más destacadas se encuentran las sentencias de 26 de junio de 1990 (RJ 1990/570), 1 de marzo de 1994 (RJ 1994/1659) y 14 de junio de 1996 (RJ 1996/5082). 25 M. LÓPEZ ALARCÓN., Las fundaciones eclesiásticas..., cit., p. 49. 17 aparecen mencionadas en el Acuerdo es a efectos de que se vea reconocido su carácter institucional en el orden civil26. La doctrina del Tribunal Supremo que restringe el ámbito de lo religioso se ha establecido principalmente en relación con unos supuestos particulares, que no se pueden extender al tratamiento de otras manifestaciones del factor religioso. El precedente más notable de esta doctrina del Tribunal Supremo se encuentra en una Sentencia de 1968, que impidió a una asociación de antiguos alumnos de un colegio de Jesuitas acceder al amplio régimen que las entidades eclesiásticas tenían reconocido en el art. 4 del Concordato de 195327. Por primera vez el Alto Tribunal sostuvo entonces la tesis de que las asociaciones religiosas son “aquellas agrupaciones cuyo objeto o finalidad exclusiva y excluyente son de orden eminentemente espiritual”. Esa interpretación debe entenderse realizada en el contexto de un Estado franquista en tensión con la Iglesia, a la que pretendía de algún modo mantener bajo control. Las sentencias más recientes, de 26 de junio de 1990 y de 14 de junio de 1996, que retoman de alguna manera esa vieja doctrina, son aquellas mediante las que Tribunal Supremo ratificó la prohibición de establecimiento en España de la Iglesia de Cienciología y de la Iglesia de la Unificación, invocando razones de orden público. Coincido con la opinión de López Alarcón cuando señala que la Administración hace un uso perverso de la doctrina del Tribunal cuando la aplica a un supuesto completamente diverso, cual es el de la solicitud de reconocimiento institucional en el orden civil de las entidades católicas de finalidad caritativa, principalmente de fundaciones28. En fecha reciente, se ha alcanzado un principio de solución por vía pacticia. El Ministerio de Justicia y la Conferencia episcopal han negociado y aprobado un texto en el que se detalla qué entienden por fines religiosos. Entre ellos aparece “la práctica de la caridad evangélica, tanto espiritual como temporal, en sus diversas formas y manifestaciones, incluidas las actividades benéfico-asistenciales institucionalizadas (como casas de asistencia, hospitales, asilos, orfanatos, centros de acogida) en servicio especialmente de los más necesitados (como pobres, huérfanos, ancianos, emigrantes, discapacitados físicos y mentales, marginados y análogos), siempre que los servicios señalados se ofrezcan sin contraprestaciones económicas obligatorias”. El documento fue publicado como una Instrucción de la Conferencia episcopal, que llevaba como anexo una carta de la Ministra en la que 26 Cfr. M. LÓPEZ ALARCÓN., Las fundaciones eclesiásticas..., cit., p. 47. 27 Sentencia de 8 de noviembre de 1968. Un estudio extenso de la doctrina establecida por esta sentencia puede encontrarse en C.I. MARTÍN SÁNCHEZ, Notas sobre la personalidad de los entes eclesiásticos en el Derecho español, en “Revista de Estudios Políticos”, n. 185 (1972), pp. 209-237. 28 Cfr. M. LÓPEZ ALARCÓN., Las fundaciones eclesiásticas..., cit., pp. 5152. 18 se hacía constar que el texto “cuenta con la expresa conformidad del Ministerio de Justicia”29. 6. La financiación de los servicios sociales y su indeseable vinculación con el sistema de colaboración económica del Estado con la Iglesia católica De lo dicho hasta ahora se desprende que el régimen jurídico español de los servicios sociales se ha establecido, en buena parte, desconociendo los derechos de la Iglesia católica. Por esta razón, resulta todavía más paradójico que el sistema de financiación de las iniciativas sociales al servicio del interés general se haya establecido en dependencia del que el Concordato diseña para encauzar la colaboración económica del Estado con la Iglesia. En realidad, lo que se logra por este procedimiento es obstaculizar una vez más la acción eclesial. El sistema de la asignación tributaria en favor de la Iglesia, previsto en el Acuerdo de 1979 —cuyas características considero suficientemente conocidas— encontró aplicación, como ya se ha dicho, en 1987. Los términos del Acuerdo, sin embargo, no fueron bien interpretados en todos sus extremos. Concretamente, resultó alterada la referencia a los fines a los que se destinaba la aportación de quienes no optaban en favor de la Iglesia. Con buen sentido, las partes del Acuerdo establecieron que esas cantidades se destinarían, en general, a otros fines; a engrosar, en última instancia, los presupuestos generales del Estado. La ley de aplicación de la asignación tributaria determinó, en cambio, que esos fines serían de carácter social, entendiendo por tales las actividades de la Cruz Roja y otras organizaciones no gubernamentales y entidades sociales dirigidas a ancianos, disminuidos físicos, psíquicos o sensoriales, personas incapacitadas para el trabajo o incursas en toxicomanía o drogodependencia, marginados sociales y en general las actividades de solidaridad social ante situaciones de necesidad30. Un planteamiento de esta naturaleza no sólo presenta inconvenientes desde un punto de vista de oportunidad sino también desde una perspectiva estrictamente jurídica. Ciertamente, resulta desafortunado establecer una 29 Instrucción de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, de 5 de febrero de 1999, sobre la inscripción de asociaciones y fundaciones de la Iglesia Católica en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia. Sobre estos puntos puede verse el reciente trabajo de J.FORNÉS, Estudio y valoración de la Ley Orgánica de libertad religiosa: perspectivas de futuro, en el volumen publicado por el Ministerio de Justicia (Dirección General de Asuntos Religiosos) de AA.VV., “Proyección nacional e internacional de la libertad religiosa”, Madrid 2001, pp. 239 ss y 252 ss. 30 Cfr. R.D. 825/1988, de 15 de julio, por el que se regulan los fines de interés social de la asignación tributaria del IRPF, art. 2 (RCL 1988/1635). 19 alternativa entre fines religiosos y sociales, porque no es excluyente31. Los llamados fines sociales reclaman la participación de todas las personas, con independencia de sus creencias, mientras que los fines confesionales convocan de ordinario solamente a los miembros de la confesión, que sienten a la vez la interpelación de los intereses sociales generales. Ese régimen de competencia y, hasta cierto punto, de contraposición entre valores religiosos y sociales coloca a la Iglesia —por lo menos— en una posición de incomodidad. Hay, sin embargo, un obstáculo de mayor relieve, que González del Valle ha desenmascarado con agudeza. El Estado, sostiene, es neutral ante los fines religiosos pero no ante los fines sociales, que son de interés general. La financiación de esos servicios no puede quedar a la libre decisión de los contribuyentes. Cuando el propio Estado se hace responsable directo de la prestación de los servicios, éstos cuentan con asignación fija, dependiente de las necesidades objetivas, y no cambiante, conforme a las prioridades que establezcan los contribuyentes. No sucede los mismo cuando la actividad se lleva a cabo por organizaciones no estatales, cuyas fuentes de financiación resultan variables, según las preferencias de los contribuyentes y la decisión final del Ministerio en el sentido de conceder o no la subvención. El Estado, en definitiva, sólo se muestra indiferente hacia las actividades de interés social general cuando éstas son llevadas a cabo por organizaciones privadas. Con otras palabras —concluye González del Valle—, el Estado se muestra indiferente respecto a todo aquello que no es estatal32. Las disfunciones del sistema actual harían aconsejable una revisión de las técnicas del Estado, tanto para la financiación de la iniciativa social al servicio de los intereses generales como para la colaboración con el sostenimiento económico de la Iglesia. Mientras llega esa regulación, sería de agradecer que, al menos, se cumpliera el Acuerdo con la Santa Sede en sus propios términos y la opción no religiosa del contribuyente se dirigiera a los fines generales del Estado y no a fines de interés social. Pondré punto final a este estudio señalando tres conclusiones: 1ª. El Acuerdo con la Santa Sede previó la cuestión de las obras de la Iglesia en favor de los necesitados y estableció expresamente un marco jurídico bien definido para esa actividad. La legislación y la praxis administrativa de estos años han realizado una interpretación minimalista del contenido del Acuerdo en este punto y ha dificultado el libre desarrollo de la acción eclesial en esta materia. 2ª. La reforma reciente del derecho común en materia de entidades y actividades al servicio del interés general está favoreciendo de manera sensible el desarrollo de las iniciativas sociales. Con todo, la revisión reglamentaria de las normas sobre entidades eclesiásticas debería acoger el régimen específico — 31 Cfr. J. M. GONZÁLEZ DEL VALLE, Régimen económico, patrimonial y fiscal, en VV.AA., "Derecho eclesiástico del Estado español", Pamplona 1996, pp. 265-288. 32 Ibid., p. 280. 20 conforme a lo dispuesto en el Acuerdo con la Santa Sede— de las entidades para la realización de las obras asistenciales. 3ª. Sería deseable que el régimen de ayudas públicas para la financiación de las iniciativas no estatales al servicio de fines sociales abandonara el marco de la asignación tributaria, en atención a que la naturaleza jurídica de ambas realidades son diferentes.