En la historia de la Humanidad han ido apareciendo, de cuando en

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En la historia de la Humanidad han ido apareciendo, de cuando en cuando, algunos personajes
que sólo con pensar en ellos, en su vida, en su obra, en su modo de ser y de enfocar la existencia,
tanto en los buenos momentos como en las grandes adversidades, parece que se conforta nuestro
ánimo. Tal Platón, en la Antigüedad, tal Cristóbal Colón, en los tiempos modernos, tal la madre
Calcuta en los actuales. Son, como dirían los antiguos, una especie de regalo que los dioses
hacen -cierto, de tarde en tarde- a los humanos. Son un patrimonio de la Humanidad, como si con
su ejemplo nos sintiéramos más fuertes, más libres, más seguros, más solidarios y más
profundos.
Pues bien, uno de esos personajes que con razón consideramos patrimonio de la Humanidad,
porque su obra rompe las fronteras de lo comarcal y aun de lo nacional, fue un español nacido a
mediados del siglo XVI en Alcalá de Henares y muerto a principios del siglo XVII en Madrid.
Su nombre: Miguel de Cervantes Saavedra.
Su obra cumbre: El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha.
Una obra que, como signo de protesta y de aclaramiento desde el principio contra la de un
plagiario descarado , se continuaría diez años después con un título ligeramente cambiado:
Segunda parte del ingenioso cavallero don Quixote de la Mancha.
En fin, la novela que todos conocemos como El Quijote.
Su autor, un hombre salido del pueblo, de vida desvencijada, que se fue cargando de desventuras
conforme se cargaba de años, y que murió pobre, casi de solemnidad, hasta el punto que siendo
profundamente creyente, sólo pudo mandar en su Testamento que se dijeran dos misas por su
alma.
Pues bien: de ese hombre desventurado, que afrontó valientemente todas las adversidades, las
públicas como las familiares, y que se agarró a su obra para sobrevivir, es del que ahora vamos a
tratar. Veremos sus sueños, que los tuvo, y hermosos. Veremos también su brusco despertar.
Pero sobre todo veremos su ánimo constante y firme. Y lo que es más importante: cómo fue
desgranándose su obra, ya en poesía, ya en teatro, ya en prosa -una prosa cargada de poesía, una
prosa poética, pues no sabía hacer otra cosa-, hasta topar al fin con un cuentecillo sobre las
aventuras de un pobre hidalgo manchego, entreveradas de lucidez y de locura; un cuentecillo que
fue creciendo y creciendo hasta convertirse en la gran novela que todos conocemos.
Podremos añadir, sin faltar a la verdad, querido lector, cara lectora, que esa obra, en especial ese
Don Quijote, es como el don que España ha dado al mundo; un mundo del que mucho hemos
recibido, pero al que algo hemos aportado.
Entonces surgen las grandes preguntas: ¿quién fue en definitiva ese español nacido en 1547?
¿Cómo fue su vida, cómo fueron sus sueños, cómo sus amores y sus desengaños?
Y, sobre todo, ¿cómo fue creando esa maravillosa obra suya, en medio de tanta pobreza y
soportando tantas adversidades?
Lo iremos viendo, paso a paso, verso a verso, desventura tras desventura, sueño tras sueño.
Esta es, en fin, amigos y amigas, lectores todos, la vida de Miguel de Cervantes Saavedra, tal
como os la puede dar un historiador. Salamanca, 21 de marzo del 2005
Parte Primera
EL SOLDADO: EL MANCO DE LEPANTO
1
Los años juveniles: el poeta
Una familia itinerante
Empecemos por el primer dato: Miguel de Cervantes nace en 1547. ¿Qué nos dice esto?
Pongámoslo en su tiempo. ¿A qué generación corresponde? ¿Qué talante, en líneas generales
podemos presumir para esos españoles nacidos a mediados del siglo XVI? Si recordamos
algunos otros personajes de la época, nacidos por esas fechas, a buen seguro que encontraremos
una ayuda, o, al menos, una orientación.
Así, a bote pronto, nos viene a la memoria que dos años antes la princesa María Manuela de
Portugal, la primera esposa del entonces príncipe Felipe (el que después sería tan poderoso
monarca, Felipe II), dos años antes, repito, en 1545 había dado a luz a un hijo varón, al que sus
padres pusieron el nombre de Carlos, en recuerdo de su abuelo paterno, el emperador Carlos V;
iniciaba así su andadura el que sería tan desdichado personaje de la Corte, que acabaría muriendo
en prisión en plena juventud, tratado como Príncipe rebelde frente al poderoso y sombrío Rey, su
padre.
Y en aquel mismo año de 1545 lo había hecho en Roma otro nieto del Emperador; me estoy
refiriendo a Alejandro Farnesio, uno de los grandes capitanes que tuvo el siglo, el hijo de
Margarita de Parma, a su vez hija natural del César. Por lo tanto, aquellos dos nietos del
Emperador (uno por la vía legítima y otro por la ilegítima) habían nacido en ese mismo año de
1545.
Pero más esclarecedor es recordar, en esta serie de nombres de esa generación de mediados del
siglo XVI, que no hay que salir del año 1547 para encontrarnos con otro de los grandes
personajes de aquella Corte; pues, en efecto, contemporáneo al cien por cien de Cervantes lo fue
don Juan de Austria, en este caso, como es bien sabido, no nieto sino hijo -aunque por vía
ilegítima- del emperador Carlos, al que otra vez hay que traer a la memoria.
Y eso ocurría en el mismo año de 1547 en el que los tercios viejos, la temible infantería
española, dirigida por el mismo Emperador -bien asistido, eso es cierto, por el tercer duque de
Alba- conseguía en los campos de Mühlberg, una de sus más célebres victorias, a orillas del río
Elba, en el corazón de Alemania, sobre las tropas de los Príncipes protestantes rebeldes.
Quedémonos, de momento, con esa estampa bélica y con el nombre de don Juan de Austria,
aquel rayo de la guerra, el contemporáneo riguroso de Miguel de Cervantes, para concluir que
estamos ante una generación presidida por el signo de Marte, por ese tono heroico que tan bien
cuadraba con los personajes sacados de los libros de caballerías, y que tan bien cuadraba
igualmente con el propio Emperador, el césar Carlos V. Y eso en contraste con su heredero, el
entonces príncipe Felipe.
Y como hemos de ver, lo que ocurrirá es que tanto el gran soldado que vive en la Corte, don Juan
de Austria, o como sus parientes tan cercanos, el príncipe don Carlos y Alejandro Farnesio, al
igual que ese muchacho que nace en el seno de una modesta familia castellana, que es Miguel de
Cervantes Saavedra, todos ellos preferirán el talante heroico, que había alentado la España
imperial de Carlos V, antes que la vacilante política del que prefería dejar la guerra en otras
manos, como haría Felipe II.
Pero volvamos a nuestro personaje, volvamos a Miguel de Cervantes. ¿Cuál es la fecha exacta de
su nacimiento? ¿Dónde nace? ¿Quiénes eran sus padres? Son preguntas a las que los cervantistas
han encontrado, hace tiempo, las oportunas respuestas; o, al menos, las más razonables.
Nació Miguel de Cervantes a principios del otoño de 1547. Y como era tan frecuente poner al
nuevo cristiano el nombre del santo del día -costumbre que se ha mantenido por cierto hasta hace
muy poco, sobre todo en el área rural-, hay motivos para creer que la fecha exacta fuera el 29 de
septiembre, en que se celebra la fiesta del arcángel San Miguel. Y su lugar de nacimiento fue,
como es tan notorio, la villa de Alcalá de Henares.
Conocemos el acta de nacimiento del nuevo hijo de los Cervantes. Es el primer documento
importante que tenemos sobre el genial escritor, de forma que es digno de ser recordado y traído
aquí con todos sus detalles.
Se trata del acta del bautizo del nuevo cristiano, que tuvo lugar el 9 de octubre de 1547.
El bautizo, pues. El templo, la iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares. Una
novedad en aquel siglo, pues había sido construida en 1533; pero, por desgracia, no nos es
posible evocarla en su esplendor, pues la barbarie de nuestra última guerra civil la arrasó cuatro
siglos después.Pero sí conocemos el acta del bautizo, que reza así:
"Domingo, nueve días del mes de octubre, año del Señor de mill e quinientos e quarenta e siete
años, fue baptizado Miguel, hijo de Rodrigo Cervantes e su mujer doña Leonor. Baptizóle el
reverendo señor Bartolomé Serrano, cura de Nuestra Señora. Testigos, Baltasar Vázquez,
Sacristán, e yo, que le bapticé e firme de mi nombre. Bachiller Serrano" [Rubricado] .
Estamos, por tanto, ante una ceremonia religiosa sencilla, estrictamente familiar. Ni siquiera
conocemos el nombre de la madrina del neófito, y para cumplir el requisito de los dos testigos,
los Cervantes han de acudir al mismo cura, Bartolomé Serrano, y al sacristán, Baltasar Vázquez.
Por lo tanto, nada de correr el vino, nada de convites. Si acaso, una comida familiar algo más
abundante que la de diario, donde se bebiera para brindar por el nuevo cristiano, con sólo tres
invitados: el cura, el sacristán y el compadre Juan Pardo.
Pero, al menos, si podemos incorporar a la biografía de Cervantes ese personaje gris, ese Juan
Pardo, que a nosotros se nos antoja ya importantísimo, al convertirse en padrino de nuestro
héroe. Juan Pardo, pues. Un nombre a recordar, aunque por desgracia nada sepamos de él, salvo
ese magnífico título de haber llevado a la pila en sus brazos nada menos que a Miguel de
Cervantes Saavedra.
Ningún grande de la España del Quinientos, ni antes ni después, tuvo un galardón mayor que ese
oscuro alcalaíno de mediados del siglo XVI. Sin embargo, nada más sabemos de él.
Pero volvamos a Alcalá, porque esto invita al comentario. Y más aún, a la evocación. Hoy Alcalá
de Henares ha dado un gran estirón beneficiándose de la cercanía de Madrid. Sin embargo, puede
que su importancia en la comarca fuera entonces mayor.
Entonces la villa era una de las más importantes de la mitra toledana, asiento incluso en más de
una ocasión de aquella Corte itinerante como era la de los Reyes Católicos. De ahí que no fuera
una casualidad que nacieran en ella varios príncipes, como lo hizo en 1485 Catalina, la Infanta de
Castilla que luego sería reina de Inglaterra, de tan dramático destino a merced del cruel Enrique
VIII; o en 1503 Fernando, el segundo hijo varón de la reina doña Juana, más tarde señor de
Viena y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Más modesto, mucho más, en sus orígenes, los eclipsaría más tarde este otro príncipe de las
Letras. Hoy sólo los eruditos recuerdan donde nacieron Catalina y Fernando. Nadie ignora donde
lo hizo Miguel de Cervantes. Y la villa de Alcalá la primera en conmemorarlo, poniendo
nombres a calles y plazas y alzando monumentos en honor del escritor, no de aquellos Reyes.
Es importante evocar la villa cervantina en aquellos tiempos del siglo XVI. Sabemos, gracias al
censo de 1591, que Alcalá tenía a fines de siglo 2.345 vecinos, lo cual no era poco para el
tiempo (en torno a los 12.000 habitantes), si tenemos en cuenta que por entonces Burgos contaba
con 2.666 vecinos, Ávila con 2.836, Talavera con 2.035 y Ciudad Real con 2.049. En todo caso,
era la villa más importante de la mesa o dominio arzobispal de Toledo, señoreando una tierra de
más de 5.000 vecinos. Sabemos también su composición social: de 2.345 vecinos, 2.077 eran
pecheros, 155 nobles, 59 clérigos y 665 religiosos. Por lo tanto, sus grupos privilegiados de la
nobleza y el clero no eran pequeños. Era una villa en crecimiento, pues los documentos de
Simancas nos hablan de que en 1530 sus vecinos pecheros sólo eran 830. Y eso hay que
achacarlo al auge de su Universidad, la fundación del gran cardenal Cisneros de principios de
siglo, que cuando nace Miguel de Cervantes se había convertido en uno de los más destacados
Estudios Universitarios, al nivel de las viejas Universidades castellanas de Salamanca y
Valladolid. Precisamente, por esos años de mediados de la centuria es cuando Rodrigo Gil de
Hontañón está creando su hermosa fachada, una de las obras maestras del Renacimiento español,
en cuyo centro campea el escudo del águila bicéfala de Carlos V; fachada que sigue
impresionando al viajero que llega a la Villa, y que data de 1548, cuando nuestro escritor apenas
si tenía un año. Sin embargo, como veremos, no tuvo la oportunidad de estudiar y aprender en
aquel centro escolar de primera magnitud, donde habían enseñado maestros de la talla de
Nebrija, el famoso autor de la primera Gramática castellana, o de fray Cipriano de la Huerga, el
notable hebraísta, en cuya aula quiso aprender nada menos que fray Luis de León. Añadamos
algo bien sabido, pero importante: que en aquel centro se había hecho la magna obra de la Biblia
complutense, gracias al mecenazgo de Cisneros, de forma que su fama como foco del más puro
humanismo cristiano era grande en toda Europa.
Nada de eso beneficiaría a Cervantes, pues sus padres tuvieron que dejar la villa de Alcalá
cuando él era tan sólo una criatura de cuatro años.
Es hora, pues, de que recordemos a sus progenitores. Su padre, Rodrigo de Cervantes, era
cirujano. Su madre, doña Leonor de Cortinas, era de linaje conocido del lugar de Arganda, como
lo atestigua el hecho de que cuando muere su madre, doña Elvira de Cortinas (la abuela materna,
por tanto, de Miguel) le deje en herencia una viña en aquel lugar.
La profesión de cirujano de Rodrigo de Cervantes no debe llevarnos a engaño. Tal profesión
entonces apenas si daba para mal vivir. Eran los encargados de las sangrías a los enfermos,
remedio tan usado en aquellos tiempos contra cualquier tipo de dolencia; práctica también dejada
en manos de los barberos (de hecho, veremos a Rodrigo de Cervantes abrir, en otro lugar, la
correspondiente barbería, que así de vacilantes en el campo de la medicina eran los tiempos). De
forma que la miseria persigue a la familia, y de tal modo, que los Cervantes salen de Alcalá para
buscar refugio en Valladolid; una villa que entonces, hacia 1551, era la Corte de la Monarquía,
bajo la regencia de la Infanta de Castilla, María, conjuntamente con su marido -y primo carnal-,
el archiduque Maximiliano. Eso requiere una explicación. ¿Acaso no vivía entonces el
emperador Carlos V? Y, ¿acaso no era su heredero el príncipe Felipe, el que cinco años más
tarde se convertiría en el rey de las Españas, con el nombre de Felipe II? Sí, pero ambos estaban
ausentes de España. El Emperador se hallaba en el norte de Europa, ya en Augsburgo, en el
corazón de Alemania, ya en Bruselas, en las tierras que le vieron nacer de los Países Bajos. Y el
príncipe Felipe había sido llamado para reunirse con su padre, saliendo de España en 1548.
Por lo tanto, es a ese Valladolid, en el que la infanta María ha puesto su Corte, adonde los
Cervantes dirigen sus pasos, franqueando la Sierra de Guadarrama en 1551.
Valladolid en el horizonte. La histórica villa del Pisuerga, que entonces era la principal urbe de
toda Castilla la Vieja, va a ser el refugio buscado por los padres de Miguel. Pues Rodrigo de
Cervantes, pese a su título de cirujano, tiene escasa suerte y ha de llevar -él y los suyos, incluido
el niño Miguel- una vida andariega, siempre a la búsqueda de nuevos horizontes donde poder
mejorar o, al menos, así lo espera él; de forma que tampoco estará mucho tiempo en Valladolid,
como no lo estaría tampoco después, en Córdoba, ni en Cabra ni en Sevilla, hasta aposentarse
definitivamente en Madrid. Como el enfermo que se remueve, inquieto, en su lecho, con el
anhelo de que un cambio de postura ha de traerle un alivio a los males que le aquejan, de igual
modo estos desdichados, acosados por la mala fortuna, buscan una y otra vez el cambio de aires
del que esperan que les traiga un giro nuevo y más afortunado que les libere de sus cuitas. Y es
que cuando la miseria acosa, puede obligar al estilo de vida itinerante, sea a tribus enteras en
épocas primitivas, sea a familias en períodos históricos; una triste realidad que mantiene su
vigencia en los tiempos actuales, como es tan notorio. En todo caso, eso es lo que da un tono de
constante movimiento a una parte de la sociedad española del Quinientos, de lo que es
testimonio el trasiego de los Cervantes; mientras una buena parte de la gente sigue anclada a sus
lugares de nacimiento, de forma que allí donde nacen allí mueren, sin que nada cambie el
rutinario modo de su existencia, otra parte se mueve frenéticamente de un lado para otro,
buscando salir de su miseria. Pues quizás sea el momento de recordar que en esos años de mitad
del Quinientos es cuando aparece un librito que pronto se haría famoso: El Lazarillo de Tormes.
Y que en esa Castilla del Lazarillo lo que impera es la miseria. El hambre se enseñorea de los
campos y de las ciudades de Castilla. El hambre es la gran dominadora. Es bueno recordar ahora
aquella frase de Lázaro, cuando ante el arca del cura de Maqueda, donde el mísero clérigo
custodiaba bajo triple llave su pan, exclama, al hacerse con aquel tesoro:
"¡Mi paraíso panal!".
Era la penuria extrema que denunciaba el príncipe Felipe al Emperador. Cuando venía un año de
mala cosecha, el hambre era general:
". de un año contrario queda la gente pobre de manera que no pueden alzar cabeza en otros
muchos.".
Tal escribía el Príncipe a su padre desde Valladolid el 17 de septiembre de 1544. Y un año
después le añadía, cargando aún más las tintas:
". la gente común, a quien toca pagar los servicios, está reducida a tan extrema calamidad y
miseria, que muchos andan desnudos sin tener con qué se cubrir.".
Extrema calamidad y miseria: eso era lo que estaba sufriendo Castilla. Era el gran contraste,
frente a las brillantes victorias externas.
Pues en esa Castilla imperial, pero famélica, es donde se afana el padre de Miguel para ir
malviviendo de un lado a otro.
Tenemos, pues, a Rodrigo de Cervantes cirujano en Valladolid a mediados del siglo XVI; esto
es, cuando Valladolid era el lugar preferido por la Corte. Allí se habían casado, hacía casi un
siglo, Isabel y Fernando. Allí había nacido Felipe II en 1527. Allí habían optado por poner su
residencia María de Austria, la hija mayor de Carlos V, y Maximiliano, su marido, cuando el
Emperador los designa Gobernadores de Castilla en 1548. Era, por tanto, un buen lugar para
tantear la suerte y ejercer su profesión de cirujano.
Y es aquí donde nos acomete una duda razonable: ¿cirujano, barbero, o ambas cosas a la vez?
Porque, aunque pudiera parecer extraño, lo cierto es que ambas profesiones podían ser ejercidas
por el mismo sujeto, siempre que se tratara de alguien que no tuviera título universitario.
Lo que quiero decir es que entonces había dos categorías, dos grados, dos escalones en el campo
de la cirugía. Estaban, en primer lugar, y como más destacados, los cirujanos que poseían un
título universitario. Eran los cirujanos-físicos, los medici chirurgici, como se designaban en
Italia. Mientras que, por debajo de ellos, estaban los cirujanos-barberos, con algo de estudios, sin
duda, pero sin el grado de licenciado universitario; eran, como se les llamaba en Francia, los
barbier-chirurgiens. Y había una barrera socioeconómica entre ellos difícilmente franqueable, si
no es que lo conseguían a fuerza de talento y estudio, como el famoso cirujano francés Paré, que
comenzó por ser un simple barbier-chirurgien. Pero, en general, nos encontramos con dos
categorías muy distanciadas en el seno de la sociedad, que incluso se distinguían por su atuendo
exterior: los cirujanos con título universitario portaban el manteo largo, que llevaban con gran
boato y ostentación; eran los cirujanos de la robe longue; mientras los cirujanos-barberos eran los
de la robe courte .
Es importante tener en cuenta esta distinción para comprender los apuros económicos de los
Cervantes. El patriarca de la familia, Rodrigo, era sin duda un cirujano-barbero, y como tal, no
tenía derecho a usar el don, que sí hubiera podido ostentar si hubiese tenido el título
universitario. Y esa era entonces una distinción muy valorada, a la que nadie renunciaba cuando
podía ostentarla; de igual modo, nadie pensaba titularse con el don, si no tenía derecho a ello,
salvo si quería simular lo que no era, con los consiguientes riesgos con la misma justicia; y ello
porque eso suponía privilegios frente al fisco que los que no eran hidalgos (los pecheros) no
podían disfrutar.
Ahora bien, en la documentación que conocemos sobre el padre de nuestro gran escritor nos
encontramos que aparece con su nombre a secas, liso y llano. Tomemos, por ejemplo, el acta del
bautizo de su hijo. Y de entrada hay que recordar que la madre era de familia hidalga. Lo cual
queda claramente reflejado en el documento, marcando las diferencias existentes entre ambos
padres.
Y de ese modo aquella acta de bautismo reza así, como ya hemos indicado:
". fue baptisado Miguel, hijo de Rodrigo Cervantes e su mujer doña Leonor. ".
Porque Rodrigo de Cervantes nunca pasó de zurujano, o como nos señala Astrana Marín:
". curandero y médico de Universidad, con sus ribetes de barbero y sangrador." .
Esto explica, dado el modesto oficio del padre, aquellos agobios económicos que persiguen
durante toda su vida al cirujano-barbero. Ahora bien, en cambio, y para fortuna de nuestro héroe,
la barbería de Rodrigo pudo ser un centro de reunión, un lugar bueno para las tertulias de algunos
parroquianos con afanes de cultura, conforme a una tradición secular que se remontaba nada
menos que a la Antigüedad; pues, en efecto, ya los antiguos griegos y romanos gustaban de tener
sus tertulias en las barberías que frecuentaban.
Con lo cual, una estupenda sugerencia irrumpe al instante ante nosotros. Pues, ¿acaso no nos da
el mismo Cervantes un ejemplo de ello al poner a maese Nicolás, barbero, como uno de los
contertulios fijos de aquellas pláticas de amigos que tiene en su pequeño lugar el hidalgo don
Quijote, y en la que aparece también aquel cura "licenciado por Sigüenza"?
Y esto es lo formidable. Porque de pronto, nos encontramos con que Cervantes, en su obra
maestra, quiere recordar a las primeras de cambio a la figura de su padre:
". maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo." .
Un maese Nicolás que tenía sus estudios, pues se atrevía a discretear con el cura de su pueblo
sobre la bondad de los libros que tenía don Quijote.
¿Tendremos, pues, en ese barbero, hombre aficionado a las letras y a la tertulia, al propio padre
de nuestro escritor? Todo es posible. Y si fuera así, lo que es verosímil, tendríamos que desde el
principio de su obra maestra, Cervantes camina entre la ficción y la realidad, entre lo imaginado
y lo vivido, emparejando los recuerdos de su niñez con las fabulaciones de su edad madura.[...]
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