El Realismo moderado, según el cual los universales existen

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El Realismo moderado, según el cual los
universales existen realmente, pero como formas
de las cosas particulares, es decir, teniendo su
fundamento en la cosa.
Aristóteles pudo preguntarse sobre cómo
sería posible el conocimiento científico de no
existir alguna unidad común a la totalidad de los
seres particulares, llegando a la conclusión de que
el conocimiento científico sería aquel referido por
Heráclito como la percepción de los objetos del
mundo de manera compartida con los demás
observadores (objetivo y universal), pero que
además de cumplir con dicha condición Universal
(objetividad compartible) de Heráclito también
tuviera la propiedad de ser reseñado, transmitido,
enseñado, explicado, aprendido y comunicado.
Y nada podría explicarse científicamente con
base en lo subjetivo, al menos que se parta de los
mismos contenidos empíricos de las cosas que se
encuentran en el tiempo y en el espacio.
Una vez que sobre el Conocimiento se tiene
en cuenta la visión de Heráclito de objetividad o
universalidad y la de Aristóteles de transmisibilidad
o posibilidad de ser enseñado y aprendido,
empezaría a hablarse de Ciencia propiamente
dicha.
Los universales se discuten como problema
ontológico y epistemológico a partir de la
Escolástica y su preocupación por la naturaleza
y funciones del “concepto”; la naturaleza de lo
individual y de sus relaciones con lo general; la
cuestión de la verdad, los criterios de verdad y
de correspondencia del enunciado con la cosa; la
cuestión del lenguaje, la naturaleza de los signos y
su relación con las entidades significadas.
El escolástico bretón (Francia) Pedro Abelardo
(1079-1142), epígono de la Universidad de París,
se aparta del “nominalismo” de Roscelino de
Compiègne, para quien los universales no eran más
que simples palabras, y del “realismo” de Guillermo
de Champeaux, para quien los universales existen
en la realidad.
El fundamento objetivo de la universalidad
del concepto es explicado por Abelardo mediante
una teoría del lenguaje que distingue la “vox” o
palabras creadas por la naturaleza, del “sermo”
o nombres creados por los hombres. Enfoca el
problema de los “universales”, no ya en el supuesto
realismo y nominalismo, sino en su función de
significar las cosas.
Abelardo justifica la realidad objetiva del
Universal sin tener que recurrir a la hipótesis
metafísica del realismo, ya que el Universal
sería sólo una significación predicable (sermo
predicadibilis) de los individuos singulares, que no
puede ser considerado como una realidad “res”, ni
como un puro nombre. Ninguna realidad puede
ser predicada de otra, porque aún la voz es como
tal una particular realidad (esencia) que no puede
ser predicada de otra.
“La fórmula de Roscelino “universale est vox”,
Abelardo la sustituye por la fórmula “universale
est sermo”; a diferencia de la “vox”, el “sermo”
supone predicabilidad, la referencia a una realidad
significada, lo que la escolástica posterior llamará
“intencionalidad”340
Con base en la definición “el Universal es lo
que ha nacido para ser predicado de muchas
cosas” (Aristóteles) y del carácter lógico y
puramente funcional del Universal, Abelardo
parte de la propiedad que tienen las palabras de
ser “predicados”, las que pueden ser predicados
de una sola cosa o de muchas. Son “universales”
aquellas palabras que tienen la propiedad lógica
de ser predicados de muchos sujetos, por ejemplo,
el término “hombre” es un universal, puesto que
se puede predicar (aplicar, determinar) a todos los
nombres (sermo) particulares de los hombres.
Para Abelardo los géneros y especies significan
realmente cosas que existen verdaderamente,
aclarando así la naturaleza puramente lógica y
funcional del “universal” que no es res ni nihilum,
sino estatus. Decir que la especie es comprendida
por el género no es presuponer que el género
preceda a sus especies en el tiempo, puesto que
el género no es de ningún modo antes que la
especie, no puede existir más que con la especie
y ésta no puede existir más que con aquél. Decir
que el “universal” no exista en realidad como tal,
no significa que no sea nada, puesto que todas
las cosas separadas, como Sócrates y Platón,
son opuestas en número, pero convienen en ser
hombres y en cuanto conveniencia es real; por
ser todos hombres, en cuanto a esto no difieren
en nada. Concluye Abelardo que los “sermones
universales” o “nombres universales” tienen un
fundamento real, que no son una “res” sino un
“status”, o condición en la que convienen muchas
cosas sin que pueda reducirse a ninguna de ellas.
340 ABBAGNANO, Nicolás. Historia de la Filosofía, Montaner y Simon, Barcelona, 1956, pág. 305. Nota: Esta “intencionalidad”
escolástica no es la “intencionalidad de la conciencia” (mundo de la vida) de una acción o conducta racional y razonable.
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