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Seminario Pastoral Dehoniano
MISSIO CORDIS
Um coração que escuta, aprende e anuncia
La Solidaridad Dehoniana entre los Pobres
Eduardo Agüero, SCJ
Introducción
Este estudio cuenta con el valioso aporte del previo Seminario Latinoamericano de
Inculturación del Carisma Dehoniano, realizado en Luján, Argentina en el año 2000, bajo el lema
“Un Corazón Solidario”.
En aquel seminario se presentó el tema de la solidaridad usando el método del Ver,
Juzgar y Obrar. Se mostró una visión de la realidad de la solidaridad en el “mundo globalizado”
(Ver), para luego abordar la dimensión de la solidaridad desde las perspectivas bíblica, teológica
y específicamente dehoniana (Juzgar), finalizando con un intento de proyección pastoral
dehoniana (Actuar).
Partiremos aquí de una fundamentación bíblica, complementando la exposición del P.
Delio Ruiz sobre la solidaridad en San Pablo. Teniendo en cuenta los aportes de aquel seminario
en el campo de la teología dogmática, moral y pastoral-social, intentaremos dar pautas en lo
específico dehoniano y misionero.
Debido a la característica misionera y pastoral de este seminario “Missio Cordis”,
concluiremos con desafíos para la misión dehoniana hoy, particularmente en Latinoamérica, a la
luz de Aparecida.
En el tema de la solidaridad, contamos también con el valioso aporte de los estudios
teológicos de la XX Semana Argentina de Teología en el 2002, organizada por la Sociedad
Argentina de Teología bajo el lema “De la Esperanza a la Solidaridad”, como también de las
subsiguientes Jornadas de Reflexión Ético-Teológica de la Universidad del Salvador: la VI en el
2003 (“La Solidaridad como Excelencia”) y la VII en el 2004, (“De la Esperanza a la
Solidaridad”).
El Concepto Teológico de “Solidaridad”
El Diccionario de la Lengua Española1 define solidaridad como la “adhesión
circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Este concepto se ha enriquecido con la
reflexión teológica sobre todo después del Vaticano II, y adquiere un valor teológico-pastoral
propio que intentaremos describir en este estudio.
Fue Juan Pablo II quien introdujo el concepto de “solidaridad” en el magisterio de la
Iglesia como categoría teológica2. Para él, la solidaridad es una auténtica virtud, un principio
activo de generación social. El organismo social está llamado a integrar el Cuerpo Místico que es
la Iglesia, por eso la solidaridad es una virtud que va asociada íntimamente a la caridad (SRS 38-
Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española, 22° edición, tomo II, Nueva Patagonia Argentina,
Avellaneda, 2001
2 M. YAÑEZ, “Existencia en Esperanza como Práctica de la Solidaridad” en SOCIEDAD ARGENTINA DE TEOLOGÍA (ed.),
De la Esperanza a la Solidaridad, Buenos Aires, San Benito, 2002, 170
1
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40) y que complementa a la justicia, ya que ésta supone una situación de igualdad, mientras que
la realidad de pecado social requiere precisamente esta virtud de la solidaridad.3
En este sentido, la opción preferencial por los pobres, que desde Medellín y Puebla (DP
1134-1140) se ha hecho en nuestra Iglesia Latinoamericana, ratificándose en Aparecida, viene a
ser una concreción histórica de la solidaridad.4
La Solidaridad en la Biblia
En la Biblia no se encuentra el término de “solidaridad”, pero sí podemos relacionarlo
con los conceptos análogos que expresen los distintos tipos de unidad que se da de Dios con el
hombre, de los hombres entre sí como la unión matrimonial, la fraternidad y la unión universal
entre pueblos.
No intento aquí dar una fundamentación acabada de la solidaridad en la Biblia, pero sí
complementar los aportes del pasado seminario de Luján con algunos aportes del Antiguo
Testamento y con el himno de Filipenses 2, 6-11.
José Luis Sicre5 aclara que la Biblia, lejos de ser un gran canto a la solidaridad universal,
muestra con un realismo cruel el hecho de que la humanidad se divide desde el comienzo en dos
grupos bien definidos: los fuertes y los débiles, los asesinos y los asesinados. Desde que Caín
mata a Abel se produce una división en la familia humana que se acrecienta hasta culminar en el
último libro de la Biblia, el Apocalipsis, cuando la sangre de Abel se transforma en la sangre de
los mártires de Cristo y Caín es representado por el devastador imperio romano.
El Génesis
En el libro del Génesis, como lo mostró Westermann6, las ofensas humanas contra el
creador pueden tomar dos formas: la individual (Gen 3 y 4,2-16), y la colectiva (Gn 6,1-4 y 11,19). Estas formas del pecado, dos individuales y dos colectivas, implican una ruptura en la
solidaridad humana cuya base había sido establecida en el primer capítulo, en la creación.
En el primer relato de la creación (Gen 1,26) se dice que Dios crea al ser humano
(Adam) a su imagen y semejanza y le da la misión de dominar el mundo. Esta misión es tanto
para el varón como para la mujer, ya que el término “Adam” los comprende a los dos como una
unidad. Luego lo reitera en el v. 27:
“y creó Dios al hombre (Adam) a imagen suya: a imagen de Dios los creó,
macho y hembra los creó.”
Entonces el fundamento de la solidaridad es esta unión entre el varón y la mujer y la
comunión de ambos con Dios en su continuar la obra creadora.
3 L. VAN MARREWIJK,
“La Solidaridad en un Mundo Globalizado. Aspectos de Moral Social”, en: STUDIA DEHONIANA N°
42 (ed.) …Con Corazón Solidario, Centro Generale Studi SCJ, Roma, 2000, p. 30-31
4 M. YAÑEZ, Existencia en Esperanza, 171-172
5 J.L. SICRE, “La Solidaridad en el Antiguo Testamento” en: SOCIEDAD ARGENTINA DE TEOLOGÍA (ed.), De la Solidaridad
a la Justicia, Buenos Aires, San Benito, 2004, 18
6 C. WESTERMANN, Genesis 1-11, Fortress Press, Mineapolis, 1994.
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El primer pecado individual (Gen 3), además de la alienación del ser humano de Dios,
supone una ruptura entre el varón y la mujer. Después de desobedecer a Dios, Adan descarga
su responsabilidad sobre Eva y sobre el mismo Dios “la mujer que me diste por compañera me
dio del árbol y comí”. Eva dejó de ser para Adan “hueso de mis huesos y carne de mi carne”
(Gen 2,23), para convertirse en algo distinto de él, que Dios le dio y ahora arruinó su vida. Así
queda establecido un abismo entre el varón y la mujer, el primer y más fundamental escollo a la
solidaridad humana. Entonces, agrega Sicre, “cuando se sale del paraíso, la humanidad está ya
dividida.”7
Después de la unión matrimonial entre el varón y la mujer, la segunda unión fundamental
es la que se debería dar entre hermanos, la cual también se rompe desde el comienzo, cuando
Cain mata a su hermano Abel (Gen 4,1-16). También aquí Caín intenta descargar su culpa
sobre Dios por haberle quitado su favor y haberselo dado a Abel en el momento de presentar sus
ofrendas, frutos del trabajo. Cabe aclarar aquí que el nombre de Caín viene precisamente de esa
ayuda o favor de Dios: “he adquirido un varón con el favor de Yahveh”(Gen 4,1b).
Desentendiéndose de la suerte de su hermano “soy acaso el guardián de mi hermano”, Cain
intenta encubrir su pecado. Aquí se da otra división esencial de la solidaridad humana, que como
la primera, se extiende hasta nuestros días.
El primero de los pecados colectivos es el del misterioso pasaje de Gen 6,1-4 en donde
los hijos de los dioses ven que las hijas de los hombres eran bellas y entonces “tomaron como
esposas de entre todas ellas a las que quisieron”. Aquí el sujeto principal de la narrativa es “la
humanidad” y por eso los límites son impuestos a “la humanidad”:
“Pero el Señor dijo: -Mi espíritu no durará por siempre en el hombre; puesto que
ciertamente él es carne, sus días llegarán a ciento veinte años”(v. 3)
Se trata de un intento de los hombres de superar sus propios límites en dos sentidos: en
cuanto a prolongar su vida indefinidamente y en cuanto a usar el poder para poseer lo que ve
como bello y atractivo, violentando los límites establecidos en la creación para el trato entre
grupos humanos, y también en la relación entre el hombre y la mujer. La solidaridad entre los
pueblos está rota. El poder y la fuerza se imponen para destruir la solidaridad universal. Las
mujeres son meros objetos cuyo único atributo es la belleza física. Así se resquebraja aún más la
solidaridad entre hombres y mujeres. La atracción fisica y sexual (vieron) y el poder y la fuerza
(tomaron) se imponen en el trato entre los dos sexos y entre los pueblos, rompiendo así otro
fundamento de la solidaridad humana.
En 11,1-9 después del diluvio, la humanidad se recupera, se multiplica y se muestra
unida. Todos hablaban la misma lengua y elaboran un proyecto común en el que todos son
solidarios:
“Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo para hacernos
famosos y para no dispersarnos por la superficie de la tierra”
Ahora es toda la humanidad que intenta “llegar al cielo” por sus propios medios. Es así
que “los hombres” van más allá de los limites pre-establecidos mediante la tecnología. Dios
parece ver amenazada su soberanía, y como en el caso anterior, impone límites confundiendo
las lenguas de los hombres. De esta manera, el primer proyecto “solidario” de la humanidad
fracasa rotundamente.
7
Ibid., p. 29
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De esta parte mitológica del libro del Génesis se puede concluir que el fenómeno de la
insolidaridad, como dice Sicre8, no es simplemente el resultado de causas políticas, sociales y
económicas, sino un fenómeno inexplicabe y misterioso en el que de alguna manera Dios es
también responsable.
Después de destrozar todas las utopías, serán los patriarcas los protagonistas de la gran
reconquista de la solidaridad como convivencia comunitaria tanto familiar como internacional.
La primera solidaridad a restaurar es la del hombre con Dios. Abraham es el hombre
obediente que sin titubear sale de su tierra y abraza incondicionalmente el proyecto divino. Los
siguientes patriarcas, inclusive Jacob, que pelea con Dios, se mantienen fieles a este proyecto
que se realiza en la historia.
También las relaciones familiares y grupales son reestablecidas. Al contrario de Adán y
Eva, Abraham y Sara envejecen juntos y al morir Sara, Abraham compra una parcela de tierra
para enterrarla.
En el nivel de fraternidad, el conflicto entre Esaú y Jacob que había surgido con el
engaño y la ambición de la sucesión patriarcal, se resuelve en el reencuentro de éstos. Esaú,
que al contrario de Caín, tenía razones para vengarse de su hermano y matarlo, corre a su
encuentro, lo abraza y lo besa llorando (Gn 33,4).
También José, después de ser vendido como esclavo por sus hermanos, se reconcilia
con ellos y extiende ayuda a su familia hambrienta. No paga con la misma moneda de sus
hermanos que en su juventud “le tenían rencor y le negaban el saludo” (Gn 37,4), sino que
perdona y ve en ese reencuentro la Providencia de Dios y elige ser fiel al plan divino.
Las relación entre Abraham y Lot representa aquella entre dos pueblos. Lot es el padre
de los amonitas y moabitas que habían entrado en disputas territoriales con la gente de
Abraham. Abraham decide salvar la solidaridad y por eso le hace elegir la tierra que su sobrino
prefiera: “no haya disputas entre nosotros dos… pues somos hermanos” (Gn 13,8-9). Como
pureba de la ausencia de rencor en Abraham tenemos el episodio posterior cuando éste acude
en ayuda de Lot para liberarlo (Gn 14) y después también intercede por él y lo salva de la
destrucción de Sodoma (Gn19,29).
Para reparar la ruptura de la solidaridad que data de los orígenes mismos de la
humanidad, el hombre debe actuar en la historia, a veces cediendo, perdonando y dialogando,
alineándose así con el plan divino que escapa a veces su comprensión.
El Éxodo
El libro del Éxodo profundiza el tema de la solidaridad desde circunstancias históricas
nuevas: la opresión y la esclavitud de todo un pueblo.
El primero que se muestra solidario con el Pueblo es Dios, que escuchó su clamor. Es la
primera vez en la historia que el pueblo clama y Dios escucha:
“He visto muy bien la miseria de mi pueblo que está en Egipto. He oido su
clamor contra sus opresores y conozco sus sufrimentos…El clamor de los hijos
de Israel llegó hasta mi, y estoy viendo la opresión con que los egipcios los
atormentan” (3,7.9).
8
Ibid., p. 22
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“Oí los gemidos de los hijos de Israel, esclavizados por los egipcios, y me
acordé de mi alianza” (6,5).
Dios responde llamando a Moisés. La solidaridad de Dios con el pueblo que clama se
restablece con la mediación de un hombre.
Moisés había sido educado en el ambiente cortesano y vivía en la comodidad y el
privilegio de la familia del Faraón. La primera mención de Moisés adulto en la Biblia es cuando él
empatiza con su pueblo sufriente, mata a un egipcio y huye al desierto (2,11-12). Allí también
defiende a las hijas de un sacerdote que eran expulsadas del pozo de agua por los pastores
(2,16-20).
El relato de la vocación de Moisés (3-4) presenta cinco objeciones, pero Dios insiste
hasta que Moisés finalmente acepta la voluntad de Dios de actuar para liberar al pueblo de la
esclavitud. Esta solidaridad de Moisés con su pueblo se mantiene firme hasta el final. Moisés se
muestra paciente y a la vez firme ante el faraón y no vacila hasta que logra poner en camino a
todo el pueblo: hombres, mujeres y niños y hasta el ganado (8,21-25; 10,9; 10,25-26).
Después ante las duras palabras del pueblo cuando se encuentra frente al mar con el
ejército egipcio por detrás (14,10-12), Moisés no se queja ni se ofende, al contrario, anima y
conforta al pueblo (14,13).
La solidaridad se restablece en la libertad. Sin libertad no hay relaciones fraternas, ni
relaciones con otros pueblos. Sin libertad no puede haber culto a Dios: este es el sentido que
tiene el marchar hacia una tierra nueva que el Señor dará a su pueblo. Moisés, como Abraham,
obedece a Dios que lo hace mediador entre Él y el pueblo. Esta misión de restaurar la
solidaridad, de hacer de una multitud de esclavos un pueblo fue la obra de Dios por medio de
Moisés que con paciencia, firmeza, empatía e iniciativa fueron forjando una nación. Con Moisés
se repara también la solidaridad entre Dios y el hombre, ya que lo une a Dios una relación muy
especial, pues Dios habla cara a cara con él, como con un amigo (34,29).
En este forjar la solidaridad, la ley y los legisladores juegan un papel fundamental:
“El Éxodo representa el esfuerzo de Dios por formar un pueblo de hombres
libres, unidos por una misma experiencia humana y religiosa, con una ley común
y una tierra donde poder habitar. Algo esencial en la constitución de este nuevo
pueblo es la ley. Sin una serie de normas que orienten laconducta de la
comunidad y de los individuos, la convivencia resulta imposible.”9
En el Código de la Alianza (20,22-23,19) se preocupa de proteger a los más débiles: el
extranjero, el huérfano y la viuda. El sistema tribal y de clanes en de este tiempo hacía muy
vulnerable a quién no tenía parientes ni conexiones, es decir al forastero. Además esta sociedad
típicamente machista y patriarcal ponía en desventaja a quienes habían perdido al jefe de la
familia:
“No oprimirás ni vejarás al emigrante” (22,20).
“No humillarás a viudas y huérfanos” (22,21).
9
Ibíd., p. 32
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Esta misma preocupación está reflejada en los otros cuerpos jurídicos como el
Dodecálgo Siquemita (Dt 25,15-26), el Código Deuteronómico (Dt 12-26) y la Ley de Santidad
(Lv 17-26).
La solidaridad madura cuando los más débiles de la sociedad son protegidos. La
exclusión y la opresión son pecados contra la unidad y la solidaridad que la Ley de Israel trata de
salvaguardar.
Jesucristo, Manifestación de la Solidaridad Divina
La Biblia, además de la opresión del pueblo en Egipto, recoge muchas más situaciones
de esclavitud y servidumbre dentro del mismo pueblo que los profetas denunciaron (Cfr. Am 2,67), como también la agonía del pueblo despojado y saqueado en tiempos del destierro (Is 42,22).
La opresión es una condición generalizada cuando se reedita el pecado original de la
humanidad donde los más fuertes “ven” y “toman” lo que les place de los pueblos más débiles
(Cfr. Gen 6,1-4). Esto está dramáticamente reflejado como una condición generalizada de la
humanidad en Ecl 4,1:
“Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol: las lágrimas de
los oprimidos, sin tener quien los consolara; no había consuelo para ellos, pues
la fuerza estaba en manos de sus opresores.”
Dios, sigue escuchando el clamor de los pobres y oprimidos, de los débiles y excluidos.
La respuesta a esta situación universal de dolor y sufrimiento se da con y en la persona de
Jesús:
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único” (Jn 3,16).
Esta solidaridad de Dios con la humanidad se realiza en el misterio de la encarnación
que se extiende hasta la “locura” y “escándalo” de la cruz (Cfr. 1 Cor 1,17-25), donde la
solidaridad de Dios con la humanidad sufriente llega a su punto más hondo.
En su presentación sobre la solidaridad en San Pablo, en el Seminario Latinoamericano
de Luján, el P. Delio Ruiz resume la teología del apóstol de los gentiles sobre la solidaridad de
Cristo en tres conceptos: rescate, reconciliación y expiación10. Aquí solamente añadiré un breve
análisis del himno de Filipenses 2,1-11, que muestra la “kenosis” (del verbo keno,w: despojar,
vaciar) de Cristo en su identificación con la humanidad sufriente y oprimida, el cual a su vez nos
remite a los cuatro cánticos del Siervo sufriente de Isaías 42,1-9; 49,1-6; 50,4-11 y 52,13-53,12
que habían surgido de las comunidades del Déutero Isaías, entre el 550 y 540 en Babilonia.
En el tiempo de Pablo, Filipos era una ciudad cuyos habitantes contaban con la
ciudadanía romana, un orgullo para las personas libres, pero una maldición para los que habían
sido despojados de sus tierras y relegados a la condición de esclavos. Los filipenses se aliaron
con Octavio en la batalla de Actium en el año 31 a.C. contra Marco Antonio. Como recompensa
después de la victoria Octavio la elevó a la categoría de “Colonia Augusta Philippensis” e instaló
en ella a veteranos de las legiones romanas junto con agricultores de Italia a quienes entregó
extensas regiones de tierra desplazando así a los antiguos dueños y campesinos. Filipos se
D. RUIZ, “La Solidaridad en San Pablo. Ensayo Cristológico” en: STUDIA DEHONIANA N° 42 (ed.) …Con Corazón
Solidario, Centro Generale Studi SCJ, Roma, 2000, p. 41-42
10
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trasformó así en una Roma en miniatura con las mismas divisiones sociales. La que más
sobresalía era la estructura de Señor-Esclavo. Los esclavos eran en gran parte los mismos
campesinos desplazados y los trabajadores del puerto que eran sometidos a pesadas y penosas
tareas, sin derecho alguno. En este contexto se puede apreciar mejor la condescendencia de
Cristo que no sólo no se aferró a su condición divina, sino que además tomó la condición de
siervo o esclavo (morfh.n dou,lou labw,n).
De esta manera Pablo presenta a Cristo como modelo para los cristianos, y en particular
para los Filipenses cuya comunidad sufría a causa de divisiones y rivalidades. Por eso inserta
este himno en el medio de una exhortación a no hacer nada por rivalidad ni por vanagloria:
“…sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí
mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Sentid
entre vosotros lo mismo que Cristo.”(Fil 2,3-5)
Y sigue después del himno en el mismo tono:
“Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones” (Fil 2,14)
Esta ciudad romanizada contaba con un comercio intenso y por lo tanto había mucho
dinero en circulación. Seguramente, las riquezas de algunos los llevaban a la búsqueda de un
reconocimiento social y a una competencia por la adquisición de honores públicos. El p.
Nakanose11 afirma lo siguiente:
“A maior parte dos membros da comunidade cristã de Filipos são pessoas
pobres. Há quem trabalha na produção da púrpura vegetal, um trabalho penoso,
mas há também gente abastada, com bens, poderes e honras. Segundo recente
pesquisa histórica e arqueológica, os cristãos de Filipos eram entre 50 e 100
pessoas, das quais 35% eram romanas. Nenhuma outra comunidade fundada
por Paulo teve um numero tão grande de romanos.”
Pablo se vale de este himno cristiano antiguo para hacer un llamado a la unidad:
“…que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, un mismo amor, un
mismo espíritu, unos mismos sentimientos.” (Fil 2, 2)
Este himno consta de dos estrofas, una descendente, en la cual se presenta la
humillación voluntaria de Cristo, su vaciarse de gloria para asumir la condición humana, de
siervo y de despreciado y condenado a una muerte vergonzosa y cruel; y una ascendente, de
exaltación en la cual Dios Padre toma la iniciativa de elevarlo a su condición inicial de gloria.
Este mismo camino de humillación y exaltación se encuentra en el cuarto himno del Siervo de
Yahvé de Isaías:
“He aquí que prosperará mi Siervo,
S. NAKANOSE, “Cristo Jesus se Despojou, Tomando a Condição de Escravo: Uma Leitura de Filipenses 2,1-11”,
Vida Pastoral 268 (2009), 18.
11
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será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera.
Así como se asombraron de él muchos
- pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre,
ni su apariencia era humana Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no le tuvimos en cuenta.
Fue oprimido, y él se humilló
y no abrió la boca.” (Is 52,13.14-53,12)
Aquí la imagen del Siervo humillado y desfigurado preanuncia la del Cristo que se hace
esclavo y obediente hasta la muerte, y muerte de cruz de Fil 2, 7-8.
La solidaridad de Cristo con la humanidad pecadora implica un despojo de su gloria para
asumir una condición humana que este himno describe con cuatro categorías que muestran el
anonadamiento, despojo o “kenosis” de Cristo:
“…se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo,
haciéndosé semejante a los hombres y apareciende ensu parte como hombre;
y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz” (2,7-8)
El texto remarca la acción libre y voluntaria de Cristo tanto en el despojarse de sí mismo
–ya que él, como César, el emperador romano era considerado de filiación divina-, como en el
asumir la condición humana. Es de notar que no se trata de asumir una condición humana
generalizada sino aquella de quien experimenta la esclavitud, para lo cual debió humillarse
adoptando el estrato social más bajo de la sociedad greco-romana. En un escalón más abajo en
este decenso está la muerte que viene como consecuencia de su obediencia y el colmo de esta
obediencia se manifiesta en el tipo de muerte que libremente acepta: “y muerte de cruz”.
De esta manera en su Hijo, Dios se hace solidario con la humanidad sufriente,
asumiendo libremente la condición de los más pobres y explotados, de los excluídos de la
ciudadanía romana, de los sin voz, de los condenados a una muerte cruel y vergonzosa que en
la tradición judía era considerada una “maldición de Dios” y un “acto de impureza” (Dt 21,22-23).
En este proceso de anonadmiento, Jesús llega a ser “nada” despojandose de todo lo que la
sociedad de Filipos buscaba desenfrenadamente: poder, riqueza, honor y fama. El crucificado
está en las antípodas del César y por eso Dios –y ahora la acción e iniciativa viene de Dios- lo
exalta y lo hace “Señor” (Kyrios) (Cfr. 2,9-11).
Al contrario de Adán que siendo “imagen y semejanza” de Dios (Gn 1,27), intenta por su
cuenta ser como Dios, Jesús, el último Adan (1, Cor 15,45) elige el camino de la humillación y de
la obediencia. Este es el camino por el cuál Jesús reestablece la solidaridad con Dios, por la
obediencia, y con la humanidad pecadora, por su humillación, por el misterio de la encarnación.
La Encarnación es el misterio de la solidaridad del Hijo de Dios con la humanidad. Es en la
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Encarnación que Cristo asume solidariamente la existencia humana en su limitación y
sufrimiento.12
Como en el Siervo sufriente de Isaías, el sufrimiento y la muerte de Jesús no son parte
de ningún proyecto ni castigo divinos, sino el resultado de su amor (Cfr. Jn 10,17-18; 15,13) y de
su fidelidad a la misión que el Padre le había confiado de identificarse con los crucificados y
asesinados. Es la sangre del Cordero que asumiendo la de Abel que clamaba al cielo, logra la
redención:
"Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y
con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y
nación” (Ap 5,9)
La Solidaridad Dehoniana
La reflexión bíblica nos lleva al concepto de inmolación13 que en nuestra espiritualidad
dehoniana ocupa un lugar central y está íntimamente unida a las categorías de reparación y
amor oblativo. Éste es para nosotros el camino ineludible para abrazar “los sentimientos de
Cristo”, viviendo apasionados por él (2 Cor 5,14) su misión reparadora, asociándonos a su
sacrificio Eucarístico, que nos hace “servidores los unos de los otros” (Gal 5,13).
Es Cristo Sacerdote de la Nueva Alianza quien se hace solidario con la humanidad al
asumir el sufrimiento y la muerte por obediencia a su Padre (Cfr. Heb 5,7-10). El único reparador
es Cristo-Sacerdote, a cuya oblación nosotros nos unimos:
“La vida de oblación, suscitada en nuestros corazones por el amor gratuito del
Señor, nos configura con la oblación de Aquel que, por amor, se entregó
totalmente al Padre y totalmente a los hombres” (Const. 35)
Para nosotros dehonianos, esta oblación por amor donde es el punto de partida para el
servicio de reconciliación y para toda lucha por una sociedad que supere la estructura de SeñorEsclavos, según el ideal del P. Dehon: “El Reino del Corazón de Jesús en las Almas y en la
M. YAÑEZ, Existencia en Esperanza, 146-147. Este autor, haciendo referencia a la promesa de Dios al pueblo en
Is 7,14 dice que “Dios se manifiesta como un Dios solidario con la existencia del creyente. La promesa de
acompañar al ser humano, a cada ser humano en su historia personal y comunitaria, la cumple plenamente en
Jesús, el Emmanuel.”
13 A. PERROUX, “El Espíritu de Inmolación por Amor” en: DEHONIANA N° 113 (ed.), Centro Generale Studi SCJ, Roma,
2004, p. 110-111. El p. Perroux presentó este tema de “la inmolación por amor” en su presentación durante la VII
Conferencia General en Varsovia del 2006. Inmolación es “sacrificio, especialmente, sacrificio de holocausto,
mortificación y renuncia, cruz y hasta la muerte…” Inmolación por amor “es un amor que desea ir hasta el final en la
respuesta…Ésta es la “senda estrecha” del Evangelio, es la penosa “subida a Jerusalén” que Jesús emprende
resueltamente, “endureciendo su rostro”…Esto es ir inevitablemente contra corriente, es jugar perdiendo, a los ojos
del mundo, Pero, todavía mucho más, es “la hora” decisiva para Jesús en la coherencia de su amor por los suyos
hasta el extremo, “la hora de pasar de este mundo al Padre”. Es, en consecuencia, jugar ganando en la fidelidad de
Dios, el Dios de la vida entregada, de la vida que es comunión, amor dado y rendido. Es sabiduría, ciertamente y
poder de Dios, pero en aquello que para nosotros sigue siendo siempre escándalo y locura: la locura del amor. Éste
es en verdad el sentido de la inmolación:..la fidelidad total en el abandono y la confianza, en el don del amor sin
medida: ¿Es posible anunciar una “buena noticia” más preciosa a nuestro mundo de hoy?”
12
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Sociedad”, como él llamó a la revista que publicara desde 1889 hasta 1903. En este medio y en
sus conferencias el P. Dehon hizo un dramático llamado a los sacerdotes, religiosos y laicos
comprometidos de “ir al pueblo”:
“Vayamos al pueblo para iluminarlo, para instruirlo, para amarlo. Vayamos a él
con un programa social preciso con obras verdaderamente populares, con una
actividad incesante…”14
En la carta circular de nuestro Superior General, el P. Ornellas Carvalho y su Consejo
del 13 de Mayo de 2006, titulada “Un Corazón para la Misión”, se hace alusión al “ecce venio” y
al símbolo del corazón traspasado de Jesús como “la revelación más transparente” del proyecto
de Dios del hombre nuevo, “fiel a Dios y solidario con los hombres, hasta dar la vida por ellos”.
Aquí también se alude a la solidaridad de Cristo, el hombre nuevo, que toma sobre sí nuestras
“fragilidades y dolores (Cfr. Jn 1,14; Fil 2,6-8)”, apoyándose en el misterio de la encarnación y
en su “kenosis” voluntaria. El Corazón de Cristo es el camino para recuperar la solidaridad
perdida con el pecado:
“Un corazón abierto a la escucha de la voz de Dios, disponible para hacer su
voluntad, un corazón lleno de solidaridad con la humanidad, para obrar la
transformación de la sociedad de acuerdo con el plan de Dios.”
La Regla de Vida de 1986 menciona explícitamente a la solidaridad como esencia de
nuestra vocación dehoniana:
“Queremos vivir en comunión con Cristo, presente en la vida del mundo, y, en
solidaridad con él y con toda la humanidad y la creación, ofrecernos al Padre,
como hostia viva, santa, agradable a Dios (Cf. Rm 12,1)”(Const 22)
Aquí queda de manifiesto otra vez que la solidaridad con la humanidad toma su raíz de
nuestra comunión y solidaridad con Cristo en su oblación al Padre.
Esta solidaridad llevada al extremo hace que optemos por los más pobres y excluidos:
“Sentiremos predilección por quienes tienen más necesidad de ser reconocidos
y amados; todos nosotros somos solidarios de nuestros hermanos que se
consagran a su servicio” (Const 51)
El llamado al “Sint Unum” nos hace empeñarnos en la aceptación plena del don de la
comunidad con nuestro empeño y dedicación en la construcción del Reino. En consonancia con
la reflexión bíblica precedente, el camino de la restauración de la solidaridad original se da por la
reconciliación en Cristo:
L. DEHON, , “El Socialismo y la Anarquía” en: TEXTOS DEHONIANOS N° 3 (ed.) …La Renovación Social Cristiana.
Conferencias Romanas, Ediciones Dehonianas Uruguay, Montevideo, 2009, p. 27
14
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“Con la comunión, que subsiste a pesar de los conflictos, y con el perdón
mutuo, queremos dar pruebas de que la fraternidad que los hombres ansían es
posible en Jesucristo; y de ella queremos ser servidores” (Const. 65)
Si bien la solidaridad es una virtud cristiana, podemos hablar de una “solidaridad
dehoniana” en el sentido que este concepto teológico está en el centro de nuestra
espiritualidad. Como profetas del amor, estamos al servicio de la reconciliación. Esta es nuestra
misión y nuestra razón de ser en la Iglesia.
La Conversión Pastoral
En Aparecida los obispos latinoamericanos y del Caribe, hicieron referencia a un cambio
de época que en su nivel más profundo es cultural, en el cual la concepción del ser humano se
desvanece en su relación con el mundo y con Dios (Cfr. DA 44-59). Esta realidad cambiante
exige una respuesta de parte de los discípulos misioneros. Nosotros como dehonianos,
reconocemos aquí el mismo desafío del p. Dehon en su tiempo cuando exhortaba a los
sacerdotes a salir de las sacristías:
“Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y
los pueblos…No podemos quedarnos en espera pasiva en nuestros templos.”
(DA 548)
La conversión social nace y se alimenta de una conversión personal y espiritual. La vida
y los escritos del P. Dehon muestran este camino. La opción preferencial por los pobres de
Puebla (DP 1134-1140) toma su raíz en esta “conversión de la Iglesia que mira al modelo de
Cristo pobre y prolonga sus actitudes para con los pobres” 15
Sin entrar ahora en un análisis cultural y socio-económico16, creo oportuno mencionar el
llamado de los obispos en Aparecida a una conversión pastoral que en su esencia es un
revitalizar la naturaleza misionera de la Iglesia:
“Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y
todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas,
movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe
excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos
constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas
que ya no favorezcan la trasmisión de la fe.”(DA 365)
Esta conversión pastoral supone una disposición para una atenta escucha al Espíritu
que habla a través de la realidad y a través del pueblo, para adaptar la acción pastoral a esta
realidad:
15
16
V. M. FERNÁNDEZ, Conversión Pastoral y Nuevas Estructuras, Ágape, Buenos Aires, 2009
Basta aquí referirse al análisis de los obispos en Aparecida (DA 33-100)
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“Estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral,
que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a
las Iglesias” (Ap. 2,29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se
manifiesta.” (DA 366)
Se trata entonces:
“…de pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente
misionera…haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al
encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión
misionera” (DA 370).
Conclusión y Desafíos
Partiendo del pecado original en el libro del Génesis, vimos cómo la dimensión
comunitaria queda afectada y se llega a un estado de “insolidaridad” no sólo en un nivel
horizontal, sino también y sobre todo, en la relación de la humanidad con Dios.
El plan de Dios de restaurar la solidaridad se da a través de la mediación humana y en la
historia concreta de un pueblo que nace con la vocación de Abraham y se concretiza en el gran
evento de la liberación de Egipto, por la mediación de Moisés y la ayuda de la Ley, que consolida
a Israel como Pueblo de Dios.
El único mediador capaz de lograr la solidaridad con Dios y entre los hombres es el Hijo
de Dios, que despojándose de su gloria divina “se hizo carne y puso su tienda entre nosotros”
(Jn 1, 14), y llegó a ser esclavo y a asumir la muerte “y muerte de cruz”, para convertirse en el
Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, en quién nosotros recuperamos nuestro ser imagen y
semejanza de Dios.
Como Dehonianos, estamos invitados a vivir en esa oblación de Jesús al Padre por el
Pueblo en una vida de amor y reparación.
Las siguientes preguntas pueden aclarar más este desafío:
1. ¿Qué significa para nosotros hoy el “ir al pueblo” de nuestro fundador?
2. ¿Qué relevancia tiene para nosotros este renovado llamado de la Iglesia
Latinoamericana y del Caribe a salir al encuentro de las personas y a no quedarnos
pasivos en nuestros templos?
3. ¿Qué caminos pueden acercar la Palabra de Dios al los bautizados
descristianizados?
4. ¿Cómo vivir y compartir la Eucaristía/liturgia con el pueblo hoy de una manera que
ésta interprete y de sentido a su vida superando la dicotomía SacramentosEvangelización?
5. ¿Cómo lograr la conversión pastoral y el cambio de nuestras estructuras para
responder al desafío misionero de nuestro tiempo?
6. ¿Qué estructuras debemos dejar, cambiar, o transformar para que nuestra presencia
en y con el pueblo sea un testimonio de solidaridad específicamente dehoniana?
7. ¿Cómo formar y formarnos para la solidaridad?
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8. ¿Cómo encarnar hoy en la realidad de los excluidos, de los sin-tierra, de los
adolescentes y jóvenes de nuestros suburbios, en las víctimas de abuso y
violencia…nuestro llamado a ser “profetas del amor y servidores de la
reconciliación”.
Estos son sólo algunos desafíos que surgen de nuestra realidad y del acontecimiento
eclesial de Aparecida, que no podemos pasar por alto para crecer en nuestro servicio al pueblo
de Dios desde nuestro “ser dehonianos”, extendiéndonos a los más humildes y excluidos, con
un corazón solidario.
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