1 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia Las posibilidades alternativas y el fundamento normativo de la responsabilidad1 Diego Andrés Walteros Rangel Filosofía Universidad Nacional de Colombia Bogotá [email protected] Resumen Una primera parte de este trabajo está dedicada a mostrar, a partir de los análisis de H. Frankfurt y D. Dennett, que el “principio de las posibilidades alternativas” (PPA), por el cual se afirma que la responsabilidad moral de un agente depende de la posibilidad de haber actuado de forma distinta en las mismas circunstancias, es falso respecto del determinismo y resulta inconveniente como soporte de la adscripción de responsabilidad. Afirmo, en una segunda parte, que aún así se puede defender una versión “débil” del PPA, en la medida en que se conserven sus principales intuiciones a propósito del establecimiento de un criterio de adscripción de responsabilidad. No obstante, se advierte que la reformulación de este principio no es suficiente para explicar cómo una persona puede actuar de otra manera a como lo hizo, y para tal efecto es necesario proponer un fundamento normativo de la responsabilidad, en virtud del cual el criterio para adscribir responsabilidad es eminentemente social, no natural; esto es lo que hago en una tercera y última parte. Este artículo corresponde, en parte, al capítulo 3 de mi tesis de pregrado, titulada “Acción y normas: el espacio propio de la libertad humana”. Agradezco al profesor Luis Eduardo Hoyos por su constante orientación, así como a Ángel Rivera, Leonardo González y Mateo Cepeda por sus valiosos comentarios a versiones anteriores de este texto. 1 2 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia Palabras clave: libertad, determinismo, responsabilidad, principio de las posibilidades alternativas, normas. Abstract The first part of this paper attempts to show, after D. Dennett and H. Frankfurt‟s analyses, that the principle of alternate possibilities, which claims that a person is morally responsible for what he has done only if he could have done otherwise in the same circumstances, is false about determinism and is inconvenient about adscription of responsibility. In a second part, I hold that is still possible to maintain a “weak” version of that principle, if are kept up the main intuitions about the establishment of a criteria for adscription of responsibility. Even so, the new formulation of principle is not enough in order to explain how someone can do otherwise. For this purpose, it is necessary to propose a normative basis of responsibility, for which the criteria for adscription of responsibility is social, not natural. That is what I do in a third part of this paper. Keywords: freedom, determinism, responsibility, principle of alternate possibilities, norms. 3 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia 1. Introducción Existe en la literatura filosófica una tradicional tensión entre quienes defienden la libertad adscrita a la voluntad y la acción humanas y los deterministas, que defienden la universalidad de la causalidad, propia del enfoque de las ciencias naturales. La causalidad natural es, en principio, reconocida como supuesto inobjetable dentro de la discusión. No obstante, esto sólo es en principio, pues para quienes defienden la libertad permanece el empeño por afirmar que los hombres son agentes libres, que pueden elegir entre hacer algo o no hacerlo, esto es, que pueden elegir libremente. El aparente callejón sin salida al que se enfrentan los defensores de la libertad les lleva, entonces, a poner en duda que el determinismo sea universalmente necesario, pues justamente la capacidad de elegir entre varias posibilidades debe estar soportada en el hecho de que los hombres no son, a diferencia de los demás entes naturales, totalmente determinados por las leyes de la causalidad. Así, en este contexto, una de las ideas que ha adquirido más aceptación en defensa de la libertad humana es la de que ésta es el fundamento de la responsabilidad, y que ser libre no significa otra cosa que tener la posibilidad de elegir y actuar de forma independiente a como se está determinado por las leyes de la causalidad. El Principio de las posibilidades alternativas (como lo llama Harry Frankfurt en su conocido artículo “Posibilidades alternativas y responsabilidad moral”) condensa esta idea, en tanto afirma que la responsabilidad moral depende de la posibilidad de haber actuado de forma distinta en las mismas circunstancias. Mi intención en este trabajo es desvirtuar la idea de que este principio es cierto respecto del determinismo y mostrar que es inadecuado respecto de la adscripción de responsabilidad, cosa que haré en un primer apartado desde los análisis de H. Frankfurt y D. Dennett. No obstante, es necesario rescatar una intuición muy valiosa del principio de las posibilidades alternativas a propósito de la necesidad de establecer un criterio de responsabilidad, y por eso en una segunda parte formulo una versión “débil” de este principio, que no se compromete con la idea de que un agente libre es aquél que ha podido actuar de manera distinta a como lo hizo bajo las mismas circunstancias. Por último, advierto que la reformulación del principio de las posibilidades alternativas no es suficiente para explicar en qué sentido puede un agente realmente obrar de manera 4 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia distinta a como lo hizo, y que por ello es necesario postular un criterio normativo, eminentemente social, de la adscripción de responsabilidad. 2. El principio de las posibilidades alternativas Básicamente, el principio de las posibilidades alternativas se puede enunciar de esta manera: un agente es responsable moralmente de lo que hizo solamente si pudo haber hecho otra cosa. Desde la perspectiva de un compatibilista, que es la que me importa aquí, el principio no niega el determinismo; pero aun cuando éste siga siendo verdadero, un agente solamente es responsable si tuvo oportunidades de elegir y de actuar distintas a las que tuvo de hecho, esto es, si pudo haber elegido de forma distinta a como lo hizo. Sin embargo, no es fácil entender que un agente pueda tener posibilidades distintas a las que tuvo sin sospechar inmediatamente que tal idea socava de algún modo la verdad del determinismo. Como argumentan autores como H. Frankfurt y D. Dennett, para los defensores de esa posición es cierto que la responsabilidad depende de este principio. A continuación considero más de cerca estos dos puntos, en orden a mostrar que el principio de las posibilidades alternativas, en la versión expuesta, es falso con respecto al determinismo y no es adecuado –por ser irrelevante– con respecto a la adscripción de responsabilidad. La pregunta acerca de si un agente podría haber actuado de otra manera se entiende habitualmente, y en el sentido más fuerte en el que puede formularse, como la pregunta acerca de si bajo las mismas circunstancias el agente pudo haber obrado de otro modo a como lo hizo. A primera vista, la respuesta parece ser positiva, es decir, es plausible creer que un rasgo distintivo de los humanos es su “flexibilidad” respecto de las leyes causales, su capacidad de elegir no sólo lo que desean, como –a riesgo de ser imprecisos– “eligen” los demás animales, sino también lo que les conviene, los que les parece bueno y deseable, aún en contra de sus impulsos; tal capacidad sólo se explica si se introduce una voluntad capaz, si lo desea, de escapar a los impulsos sensibles. Pero ¿estamos autorizados a introducir en la explicación de nuestras elecciones y acciones esta voluntad? 5 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia Supóngase que presencio un homicidio y decido no llamar a la policía, pues temo que el asesino haya visto mi cara y creo que, de algún modo, mi vida podría correr peligro si denuncio; por así decirlo, acomodo mis razones al miedo que tengo de denunciar, y termino por no hacerlo, aún a sabiendas de que, prácticamente, estoy encubriendo un crimen. Parece normal en este tipo de casos preguntar si yo hubiera podido, en ese mismo estado de cosas, haber actuado de otra manera, por ejemplo, llamando a la policía. Respecto del determinismo, la pregunta es equivocada. Que yo haya dejado de llamar a la policía depende enteramente de un cúmulo de circunstancias que, en conjunto, fueron causa suficiente de mi actuación, como son mi carácter, mi educación, además del contexto particular en el que me hallaba. En este sentido, mi decisión está totalmente determinada; no hay ningún cabo suelto en cuanto a la explicación de por qué decidí no llamar a la policía2. Y si hubiera sido el caso que, en vez de quedarme callado, hubiera denunciado el crimen, tal cosa sólo podría ser explicada porque en ese momento tuve razones más fuertes para denunciar que para no hacerlo, o porque mi reacción frente al crimen fue emocionalmente diferente, entre otras cosas. Pero justamente en la formulación más fuerte del principio de las posibilidades alternativas se plantea que el agente haya podido actuar de modo distinto bajo las mismas circunstancias. El punto central del principio es que un agente es responsable moralmente sólo si sus decisiones pudieron no ser una mera causa de los deseos o, incluso, de las meras deliberaciones de agente. Así las cosas, la pregunta requiere una respuesta que introduzca un carácter de incondicionalidad, de “agencia enteramente libre”, no sólo respecto de las causas naturales, sino incluso respecto de las razones que el agente tiene para actuar. Pero no hay ninguna razón por la que estemos dispuestos a renunciar a la idea de que nuestras decisiones son totalmente dependientes de eventos anteriores, ya sean descritos como 2 En términos morales, esta determinación es muy importante, pues seguramente no sería objeto de la misma valoración moral si, en vez de no denunciar por miedo, no hubiera denunciado por mera indiferencia. En el primer caso, mis razones hubieran podido ser comprendidas e incluso aceptadas por los demás; en el segundo caso, la mayoría estaría de acuerdo en que es una razón moralmente reprochable desde todo punto de vista. 6 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia causas o como razones; la idea contraria –la de que hay una voluntad que puede querer otra cosa distinta a lo que está determinado por las circunstancias– se acerca, o bien a una postura metafísica, o bien a la introducción de un elemento azaroso. Creo que existe una confusión al pensar que la posibilidad de actuar de manera distinta bajo circunstancias similares es lo mismo que pensar esta misma posibilidad bajo las mismas circunstancias; fácilmente se pasa de lo primero (una idea muy plausible, casi evidente), a lo segundo. En el ejemplo, es evidente que si vuelvo a ver un homicidio bajo circunstancias similares (por ejemplo, si vuelvo a presenciar un homicidio en una calle poco transitada, sin ninguna persona cerca a mí a quien le pueda comunicar lo que he visto, etc.) puedo llamar a la policía en vez de no hacerlo, justamente porque las circunstancias no son las mismas: en este caso, puedo pensar que la vez anterior fui cobarde, y no soportaría verme de nuevo dominado por la cobardía; o puedo creer que esta vez mi vida no corre peligro. Las pequeñas variaciones del contexto en el que se inscribe mi elección son precisamente las que influyen en si tomo una decisión o la otra. Caso diferente es creer que bajo las mismas circunstancias puede haber decisiones distintas por parte del agente. Tomar en serio esta opción implica aceptar que puede ponerse al agente en el mismo estado psicológico en el que estaba cuando tomó la decisión, implica también suponer que todas las condiciones físicas que influyeron en la decisión pueden volverse a dar, sin variación alguna. Pero, como afirma convincentemente Dennett, es extremadamente improbable que una persona vuelva a estar en el mismo estado cognitivo, aún si se acepta que todo lo demás sigue igual, pues, por lo menos, ésta se preguntará si tal situación no era la misma que ya había vivido antes, y esta es una variación que no estaba presente en la situación original; luego, resulta demasiado artificioso (acaso imposible) suponer el mismo estado de cosas para averiguar si el agente habría hecho algo distinto (cf. Dennett 1992, p. 158). A lo sumo, se puede considerar que una persona puede tener una elección distinta en circunstancias similares, de modo que si esta vez eligió hacer A y no B, ello depende de si ahora consideró algo que no había considerado antes, o de si ahora desechó una razón que había tenido por válida antes, etc. 7 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia No parece haber, pues, modo de dar sentido a la pregunta acerca de si pude haber actuado de otra manera bajo las mismas circunstancias. Las circunstancias que de hecho se presentaron al ser testigo del homicidio fueron suficientes para que decidiera no llamar a la policía; la decisión de llamar a la policía sólo se habría podido dar bajo un contexto distinto. En cualquier caso, la elección puede ser explicada tanto por referencia al contexto de causas presente en ese momento, como por referencia al contexto de razones que motivaron esa elección. Creer que bajo las mismas circunstancias pude haber obrado de manera distinta a como lo hice supone introducir una causalidad que, al estilo de la argumentación kantiana, tiene un origen inexplicable, ya que no hace parte de ninguna cadena causal identificable. Si se acepta esta conclusión, de acuerdo con el principio de las posibilidades alternativas, un agente no puede ser moralmente responsable pues, en estricto sentido, bajo las mismas circunstancias, no tuvo oportunidades genuinas de elegir. En opinión de varios autores contemporáneos esto es falso. Harry Frankfurt presenta un interesante ejemplo (del cual hace numerosas variantes) en el cual la imposibilidad de actuar de otra manera no impide adscribir responsabilidad moral al agente. Básicamente, el ejemplo muestra una situación en la que una persona P será inevitablemente obligada a hacer x, si es el caso que P decide por sí misma no hacer x. Pero el caso es que P decide, por sí misma, hacer x, y debido a su desconocimiento de la coacción a la que se vería sometida aun si no decidiera hacerlo, se establece que P no fue influenciada en su decisión por la idea de que no podía hacer otra cosa incluso si hubiera querido. Frankfurt concluye de lo anterior que, aun siendo cierto que P no hubiera podido hacer otra cosa, la decisión de hacer x fue una decisión surgida de la autodeterminación de P, fue una decisión propia, y esto es suficiente para poder adscribirle responsabilidad por su acción (cf. Frankfurt 2006, pp. 11-23 y 139-151). A primera vista, el ejemplo parece abarcar situaciones extrañas, casi artificiosas, que no tienen que ver con la discusión central, a saber: si el determinismo es verdadero, aquello que tomamos por decisiones propias, y por las cuales creemos ser responsables, pertenecen a una corriente causal en virtud de la cual la decisión era inevitable, por lo que el agente no era realmente libre de tomar otra decisión, luego no era responsable 8 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia moralmente. No obstante, el ejemplo sí provee una intuición muy importante: el agente está determinado por un estado de cosas que no le permite hacer otra cosa de la que hace, es decir, no es lógicamente posible que el agente haya elegido, en ese mismo momento, hacer otra cosa. Como se ve, esto no sólo es válido respecto de casos de coacción, sino también respecto del determinismo en general. Lo anterior no excluye en modo alguno el hecho de que el agente haya tenido razones para actuar, y que en virtud de estas razones explique su acción, esto es, que para el agente esas razones hayan sido el motivo de su acción. ¿Pero aceptar que el agente pudo elegir por su propia cuenta no es estar reconociendo, de algún modo, la validez del principio de las posibilidades alternativas? Solamente un incompatibilista podría defender este principio tratando de negar la universalidad del determinismo. Un compatibilista, por el contrario, acepta la universalidad del determinismo y además afirma que el agente responsable es aquel que tiene genuinas posibilidades de elegir. Esta posición resulta, por lo menos, más interesante, por cuanto invita a pensar un sentido de “posibilidad genuina” que no apela a una pretendida independencia de la causalidad. Estoy de acuerdo con Dennett en que la versión fuerte del principio de las posibilidades alternativas es falsa, por las razones expuestas antes. También me parece convincente el argumento de Frankfurt que afirma que la determinación o la coacción no socavan necesariamente la responsabilidad moral. Creo, sin embargo, que hay mucha razón al afirmar que sólo un agente responsable de un acto particular puede tener como posible la idea de que podría haber elegido de otra manera en una situación similar, y que esto es válido independiente de (o incluso a pesar de) la verdad del determinismo. No tiene sentido preguntar si el agente pudo haber actuado de otra manera: lo que hizo es lo único que podía hacer en ese preciso momento, y sobre eso cualquier discusión ulterior sería artificiosa. Lo que sí tiene sentido –y lo hacemos habitualmente– es preguntar si el agente podría haber actuado de otra manera. Creo que la distinción entre “puede” y “podría” es importante para este asunto. “Podría”, en tanto condicional, supone ciertas condiciones de posibilidad de la acción requerida. Si éstas no se 9 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia cumplen, no será posible realizar la acción. Pero lo anterior no es suficiente. Creo que a este sutil cambio en la forma de referirnos a las posibilidades alternativas de los agentes es necesario añadir que esta pregunta sólo tiene sentido si se refiere a los cambios futuros que las personas pueden realizar respecto de comportamientos o acciones pasadas. El reproche hecho hacia las personas que cometen delitos o el reproche que una persona se hace a sí misma por actuar equivocadamente va encaminado, esencialmente, a preguntarse si bajo circunstancias distintas los comportamientos futuros pueden ser mejorados. En este sentido, por ejemplo, si los castigos logran persuadir a los infractores de cambiar su punto de vista sobre el respeto a los demás y el respeto a las leyes, es muy posible que estas personas dejen de cometer delitos. Lo anterior, creo, es sólo una instancia de la forma como, en general, debemos entender la pregunta por la posibilidad de actuar de otra manera. En este sentido, “podría haber actuado de otra manera” supone el cumplimiento de ciertas condiciones que, por supuesto, son distintas a las que fueron requeridas de hecho. ¿En qué circunstancias, entonces, un agente podría haber actuado de otra manera? 3. La versión “débil” del PPA Para responder a esta pregunta, me permitiré introducir una “versión débil” del principio de las posibilidades alternativas (PPA), que toma su validez de las prácticas sociales que funcionan como criterio de decisión respecto del grado de responsabilidad de los agentes y de las acciones punibles y las acciones elogiables. Quiero dejar en claro que cuando hablo de “versión débil” lo único que me importa es postular un principio que conserve las intuiciones básicas del PPA, como son (a) la postulación de un criterio para la agencia responsable y (b) la importancia de preguntarse por las posibilidades de acción de una persona bajo circunstancias cambiantes. Básicamente, la idea de una versión débil del mencionado principio es que un agente es moralmente responsable si: 1. Se puede establecer la cadena de razones que llevaron al agente a tomar una decisión por cuenta propia y llevarla a cabo. 2. La acción llevada a cabo afecta (para bien o para mal) la estabilidad social. 10 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia En otras palabras, una condición necesaria para adscribir responsabilidad es poder establecer que el agente no es víctima de una condición física que le impide o prácticamente lo inhibe para tomar decisiones obedeciendo a motivos racionales (por ejemplo, los múltiples casos de insania mental). La primera condición es útil para diferenciar los casos de agentes normales de los casos de insania mental o evidente coacción. Este sector de la discusión es muy oscuro, dado que no hay –y difícilmente puede haber– un acuerdo unánime acerca de cuándo un agente está en condiciones suficientes para tomar una decisión, motivado por sus razones, y cuándo esta capacidad se encuentra seriamente disminuida. En términos prácticos, un criterio claro de diferenciación es inaplicable en la gran mayoría de casos en los que tanto moral como jurídicamente se necesita adscribir responsabilidad. Se ve tempranamente que la condición número uno es insuficiente para el propósito buscado. Por ello es necesario trazar una línea entre un caso y otro, que resulta más o menos arbitraria, pero que asegura un modo tajante de decisión entre un agente al que puede adscribírsele responsabilidad y uno al que no. Piénsese, por ejemplo, en la distinción entre los mayores y los menores de edad que establecen los sistemas penales occidentales. Entre los propósitos de esta distinción se encuentra el de establecer un límite a la “falta de responsabilidad” de aquellos que aún no han tenido oportunidad de conocer la ley, o que no comprenden de forma mínima el hecho social del delito y sus consecuencias individual y socialmente nociva. Pero debe establecerse un momento en el que el desconocimiento de la ley no sea excusa para cometer delito, así como debe ponerse un límite al desconocimiento de las consecuencias nocivas de aquél, y dado que es muy difícil encontrar el límite “natural” entre un caso y otro, debe ponerse una distinción que, aunque arbitraria, es tajante. De otro lado, es cierto que en los sistemas penales se deben contemplar atenuantes como la coacción o la insania mental, que superan cualquier decisión propia que puede tomar una persona. Pero si en las leyes penales se contemplaran todos los factores por los que una persona que comete un delito no es totalmente responsable (como su educación, su carácter, su entorno social, y en general este tipo de circunstancias que las personas no pueden controlar), y los tomara como atenuantes, sería muy difícil hacer 11 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia responsable del delito a alguien en particular: en una perspectiva desde la cual toda la sociedad es culpable, nadie está obligado a asumir, personalmente, la responsabilidad completa. Pero salvo raras excepciones, esta perspectiva es poco considerada en los casos particulares: sin importar la compleja trama de influencias que haya recibido en su vida pasada, quien comete un delito es responsabilizado completamente por ese delito. Adviértase que esta condición deja fuera de juego la discusión acerca de si los agentes a quienes consideramos responsables por sus actos son en realidad responsables. Si, como se ha mostrado, los hombres son totalmente determinados al elegir sus cursos de acción, y a pesar de eso se mantiene la necesidad de hacerlos responsables, no tiene sentido la discusión mencionada, pues allí se pone en duda la responsabilidad a partir de una versión fuerte del principio de las posibilidades alternativas; y también se ha mostrado que este principio no sólo es falso, sino que apoya un concepto metafísico de libertad que nada tiene que ver con las preocupaciones acerca de la libertad humana. La pregunta que surge de inmediato es: ¿por qué es necesario trazar dicha línea? La respuesta está contenida en la segunda condición necesaria para considerar moralmente responsable a un agente: es necesario adscribir responsabilidad, además, porque se considera que la acción llevada a cabo por una persona tiene influencia en la estabilidad social, ya sea porque su acción se considere un modelo a seguir por los demás o, por el contrario, porque esa acción cuente como incorrecta (y, por tanto, punible) dentro del contexto normativo. Este punto es de especial importancia; de hecho, considero que es la condición que de forma más importante posibilita la adscripción de responsabilidad ¿Por qué es importante? Vamos por partes. No parece requerirse mucho esfuerzo para defender la idea de que toda sociedad necesita un cierto grado de estabilidad a propósito de asuntos básicos como la vida o la propiedad: si los hombres no tuvieran acuerdos en ciertos asuntos fundamentales, incluso la preservación de la vida propia se vería constantemente amenazada. Sobre esto creo que Hobbes es acertado al decir que el temor a la muerte y el deseo de suplir necesidades básicas para llevar una vida confortable son suficientes para desear un estado de paz y concordia. Lo que se requiere aquí es, por lo menos, un estado en el que los hombres no se maten unos a otros porque ése sea el único modo de preservar sus 12 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia vidas y sus bienes. La comunidad misma se encarga de decidir no solamente quiénes pueden ser tomados como responsables y quiénes no, también asume la autoridad en cuanto a la decisión acerca de qué acciones son elogiables y, sobre todo, qué acciones deben ser castigadas. Así, por ejemplo, el castigo funciona como un elemento disuasivo, por el cual se busca disminuir las razones por las que los demás se verían motivados a cometer el delito. En este sentido, por ejemplo, Dennett afirma que buena parte del fundamento racional del castigo depende del deseo generalizado de disminuir la frecuencia de los males que eventualmente afectarían a la sociedad, teniendo en cuenta que sin normas disuasivas difícilmente los hombres dejarían de hacer cosas que consideramos malas para la comunidad (cf. Dennett 1992, p. 181). De nuevo, es necesario aclarar que no es relevante no poder demostrar la incapacidad del infractor de hacer algo distinto de lo que hizo en un momento determinado; solamente se busca que la normas puedan, en general, disuadir a las personas de que realizar esta acción o esta otra no es conveniente por las consecuencias nocivas que comporta para la sociedad. Sin embargo, las dos condiciones mencionadas todavía no explican por qué es válido hablar de “posibilidades alternativas”. Esto se debe, por supuesto, a que no he explicado en qué sentido puede decirse que una persona podría haber actuado de otra manera a como lo hizo. Para esto tengo que dar un rodeo. 4. El fundamento normativo de la responsabilidad En “Freedom and Constraint by Norms”, Robert Brandom hace una defensa de dos intuiciones generales acerca de la libertad humana: de un lado, está la intuición kantiana que afirma que debe existir una separación entre el dominio de las cosas fácticas, en cuyo ámbito la explicación causal es la más adecuada, y el dominio de la libertad, gobernado por principios y normas. De otro lado, se encuentra la intuición hegeliana, en la que la libertad es, sobre todo, la expresión de capacidades obtenidas por medio de normas aceptadas y obedecidas. Quiero prestar atención, en primer lugar, a la revaluación de la intuición kantiana. 13 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia La disputa entre naturalistas y no naturalistas es la disputa acerca de la distinción entre normas y hechos. Para los naturalistas no hay distinción: las normas son tan objetivas como cualquier otro hecho; la obligatoriedad de las normas puede ser inferida de forma legítima desde los hechos. Sus reclamos se extienden a la distinción entre prácticas sociales y hechos, de modo que éstas son vistas solamente como una compleja trama de hechos que pueden ser explicados de forma totalmente objetiva. En oposición, los no naturalistas afirman la distinción entre normas y hechos: objetan la legitimidad de la inferencia desde el “es” de los hechos hacia el “debe” de las normas, y ello porque parten de la idea de que normas y hechos tienen una “diferencia ontológica” , esto es, en términos de Brandom, una diferencia objetiva. Brandom cree que el único modo posible de solucionar la disputa puesta en estos términos es por medio de una tercera vía, en la que se reconoce la validez de la distinción entre hechos y normas, negando, sin embargo, que la distinción sea objetiva. Por el contrario, esta distinción es eminentemente social. Piénsese, por ejemplo, en el ámbito lingüístico, a propósito del criterio que diferencia entre emisiones correctas e incorrectas dentro de un lenguaje específico. No es correcto –según Brandom– pensar que este criterio puede establecerse objetivamente, digamos, desde la perspectiva de alguien que fuera de la práctica efectiva de ese lenguaje pueda clasificar las emisiones en correctas e incorrectas. En contraposición, esta distinción sólo puede ser establecida por los miembros de la comunidad. En tanto práctica social, el lenguaje está provisto de criterios de corrección al especificar qué cuenta como una emisión correcta para los hablantes. Por supuesto, no cualquier cosa puede contar como correcta, hay acuerdo en la comunidad acerca de elementos básicos que hacen, por ejemplo, que una expresión sea gramaticalmente correcta, como la presencia de un sujeto y un predicado, pero el criterio que se establece sobre estos elementos obedece a una práctica social, no a un hecho objetivo que esté fuera de la práctica del lenguaje (cf. Brandom 1979, pp. 187189). Dejando de lado las discusiones sobre el detalle de la propuesta, lo interesante es la aplicación de esta idea a la discusión entre normas y hechos. Para Brandom, la diferencia entre norma y hecho es genuina, pero no es, por decirlo así, ontológica: no se 14 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia apela a un criterio natural para determinar si ciertos comportamientos obedecen a normas y principios o, por el contrario, obedecen a una regularidad explicable causalmente (cf. Brandom 1979, p. 190). Para volver al ejemplo ya utilizado, piénsese en la línea necesariamente arbitraria que trazamos respecto de quien es totalmente responsable de un delito y quien no lo es, atendiendo al criterio de la mayoría de edad, entre otros. De ningún modo éste es un criterio natural, sino un criterio ideal, a partir del cual marcamos la frontera entre el delincuente que debe ir a una correccional y el que debe ser encarcelado. La distinción puede ser inconveniente, muestra de ello es que resulta plausible plantear la discusión acerca de cuál debe ser el límite de edad más adecuado para castigar penalmente a un delincuente, pero de ello no se sigue que el motivo por el que la distinción es inconveniente es que no se establece de acuerdo con un límite objetivo. En mi opinión, el punto importante que salva la intuición kantiana es el de que la distinción entre lo social y lo objetivo; vista de ese modo, es una distinción entre dos modos de ver el mismo evento. Desde la perspectiva causal, los comportamientos de las personas no son libres, pero éste no es el sentido de libertad que nos preocupa, es decir, no hace parte de nuestras preocupaciones como seres humanos que vivimos en sociedad. Por el contrario, nos importa un sentido de libertad que depende de cuán constreñidos estemos por un sistema de normas, y de qué modo podemos actuar socialmente partiendo de ese constreñimiento. Es en este sentido que la propuesta de Brandom es interesante: desde una perspectiva diferente a la causal, lo que importa es darse cuenta de que los hombres están sujetos a normas que han surgido de las prácticas sociales; éstas normas marcan la diferencia entre aquellos comportamientos que son adecuados dentro de la sociedad y aquellos que deben ser castigados. En términos de Brandom, que un hombre esté sujeto a las mismas normas que nos rigen como miembros de una comunidad posibilita, en principio, que sea considerado como miembro de ésta (cf. Brandom 1979, p. 192). Por supuesto, estar sujeto a un conjunto de normas implica conocerlas, aceptar que son producto de prácticas sociales y, por tanto, aceptar que los comportamientos de las personas serán evaluados conforme a los criterios instituidos por esas prácticas; implica, en último término, estar en capacidad de reconocer las consecuencias de obrar de acuerdo con, o en contra de, ellas. Lo anterior 15 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia es justamente lo que apoya, a mi parecer, un uso “débil” del principio de las posibilidades alternativas. Veamos. Con miras a mantener la estabilidad social, los miembros de una comunidad han aprendido que hay comportamientos beneficiosos para mantener el orden social, como el respeto a la vida o a la propiedad, por poner ejemplos básicos. En contraposición, han aprendido que comportamientos como la muerte de una persona a manos de otra es, en la mayoría de los casos, nociva para la estabilidad social, pues una permisividad respecto de este comportamiento pone en peligro el interés común de preservar la vida. La normalización de esta práctica social permite, por ejemplo, tener como reprochables los comportamientos que atentan contra la vida de las personas; de hecho, comportamientos que tengan como presupuesto la preservación de la vida no sólo son comunes, sino que son deseables. La permisividad frente al asesinato no es deseable socialmente, y por eso se castiga a quien lo comete. Ahora bien, es concebible que una persona pueda actuar de otra forma a como lo hizo en el caso de haber cometido un delito no porque estemos autorizados a adscribirle una suerte de libre agencia, esto es, porque tengamos derecho a asignarle una capacidad de elegir un curso de acción distinto al que eligió en ese momento. En primer lugar, y como ya he argumentado, el agente no estaba en condiciones de hacer otra cosa distinta a la que hizo, salvo que se imagine que se puede volver al mismo estado en el que se hallaba el universo entero en ese momento, lo cual es prácticamente imposible. En segundo lugar, aunque existiera tal posibilidad, hace parte de una preocupación tan artificial acerca de la situación de la acción humana respecto del resto del cosmos, que difícilmente podemos pensar que ese reclamo sea relevante para nuestros intereses como seres sociales. En vez de esto, al agente le reclamamos no haber hecho otra cosa a la que hizo porque lo consideramos miembro de nuestra comunidad, en tanto que lo cobijan las mismas normas que al resto de personas. Por supuesto, tenemos instrumentos para confirmar que ese miembro de la comunidad es consciente de las normas que lo rigen (me refiero a que tenemos modos de saber con cierta seguridad que no estamos frente a un hombre mentalmente incapaz de reconocer las normas), y, por tanto, asumimos que sabe, a partir de éstas, cuáles comportamientos son tomados como socialmente correctos y 16 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia cuáles como incorrectos. Sabemos también que en circunstancias similares otras personas han decidido no cometer el delito, y deseamos que esos comportamientos sean adoptados por, al menos, la mayoría de los miembros de la sociedad. Me interesa resaltar que el castigo aquí ya no se basa en la idea de que una persona pudo haber actuado de otra manera, sino que se fundamenta en el hecho de que su comportamiento, al no seguir la norma, no es deseable para la sociedad, y lo importante es que el delincuente llegue a aceptar la norma como deseable y la adopte como la norma a seguir. Se da por hecho que sólo en circunstancias distintas (una mejor educación, un cambio en el sistema de valores, etc.) una persona podría actuar de otro modo a como lo hizo, y creo que el propósito más razonable –si no es el único– del castigo es ayudar al delincuente a que realice dichos cambios y pueda adoptar un comportamiento socialmente deseable3. Hasta aquí he tratado de mostrar por qué ha de adscribirse responsabilidad a los agentes. Creo que los propósitos a futuro que buscamos con el castigo –que es el modo más claro en el que socialmente adscribimos responsabilidad– justifican la necesidad de vernos como agentes completamente responsables de nuestras acciones; y para lograr esto es indispensable considerar cuáles son los comportamientos que, en virtud de las reglas instituidas, son socialmente deseables. De todo lo anterior podemos concluir que es posible pensar una versión “débil” del principio de las posibilidades alternativas que no se basa en la agencia libre, sino en la adscripción social de responsabilidad. Esto, en tanto que: 1. Se puede establecer la cadena de razones que llevaron al agente a tomar una decisión por su cuenta y llevarla a cabo. 2. La acción llevada a cabo afecta la estabilidad social, por ejemplo, por no ser una acción que cuente como deseable respecto de las normas instituidas. 3 Esta propuesta está en deuda con el planteamiento de Dennett dado que, en una línea similar, él afirma que la única asunción de responsabilidad que merece nuestra atención es aquella que sea posible relacionar con algún desiderátum social. En ese sentido, y con el fin de minimizar la frecuencia de comportamientos socialmente nocivos, queremos responsabilizar a las personas para que se desprendan de rasgos indeseables (cf. Dennett 1992, p. 192). 17 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia Quiero dejar por último una sugerencia. Nótese que hasta aquí no he justificado un uso alternativo de “libertad humana”. Es claro que un concepto de libertad como independencia de la necesidad causal es ya inoperante dentro de la propuesta que he expuesto. Pero si esto es así, ¿qué otro sentido de “libertad humana” cabe incluir en una propuesta en la que la adscripción de responsabilidad depende de la necesidad de regular la sociedad por medio de normas? Incluso podría preguntarse, ¿es necesario incluir algún concepto de libertad cuando ya se ha mostrado la necesidad de adscribir responsabilidad sin apelar al concepto de agencia libre? Para poder dar una respuesta a estas preguntas, creo que debemos partir del siguiente presupuesto: el único concepto de libertad interesante, sea cual sea, es aquél que caracterice una libertad, que, de hecho, podamos perder. Puede que lo que acabo de decir suene trivial, pero creo que todo concepto de libertad que se fundamente en la versión fuerte del principio de las posibilidades alternativas no capta el verdadero sentido de esta idea de sentido común pues, ¿debemos preocuparnos por no ser libres respecto de la causalidad o por no poder decidir de forma espontánea nuestros cursos de acción? Creo que cualquier preocupación en ese sentido es artificial, porque la libertad que podemos perder no es de ese tipo. Si nuestro obrar en el mundo es un obrar eminentemente social, en el que las normas constituyen y regulan nuestras acciones, y si a partir de este trasfondo somos objeto de adscripción de responsabilidad, parece que el único concepto de libertad importante es aquel en el que la libertad de las personas depende del grado de constreñimiento al que están sometidas por las normas. Bibliografía primaria BRANDOM, Robert. (1979) “Freedom and Constraint by Norms” En American Philosophical Quarterly. Volume 16, Number 3, USA, University of Illinois press.. DENNETT, Daniel. (1992) La libertad de Acción. Un análisis de la exigencia del libre albedrío. Gabriela Ventureira (trad.). Barcelona: Gedisa. FRANKFURT, Harry. 18 CUADRANTEPHI No. 18-19 Enero - diciembre de 2009, Bogotá, Colombia (2006) La importancia de lo que nos preocupa. Ensayos filosóficos. Verónica Inés Weinstabl y Servanda María de Hagen (trad.). Buenos Aires: Katz. Bibliografía secundaria HOBBES, Thomas (1991) „Libertad y necesidad’ y otros escritos. Bartomeu Forteza Pujol (trad.). Barcelona: Península. HOYOS, Luis Eduardo (Inédito) “La condición social de la libertad”. Persona, Razón y Sociedad. Ensayos de filosofía práctica. KANT, Immanuel (2006) Crítica de la Razón Pura. Pedro Ribas (prólogo y trad.). Madrid: Taurus.