18 Lunes 5 de noviembre de 2012 Cinco Días Opinión Tolerancia cero con la morosidad A la vista de la evolución experimentada en los primeros nueve meses de este año, la morosidad en las Administraciones públicas –especialmente en las comunidades autónomas y ayuntamientos– constituye un hábito pernicioso muy difícil de eliminar. Tras la aprobación por parte del Gobierno del plan de pago a proveedores que el pasado mes de diciembre dejó prácticamente a cero el contador de regiones y consistorios, las deudas han vuelto a acumularse en los cajones de las Administraciones locales y a asfixiar a las empresas que contratan con ellas. Hasta 10.000 millones de euros más en facturas no abonadas es el balance hasta el mes de septiembre, un montante que tiene visos de seguir creciendo mientras no se le ponga coto de forma contundente. Pese a que desde las patronales se barajan posibles soluciones, como la de que el Gobierno habilite los 8.000 millones no consumidos del crédito sindicado con que se financió el plan de pago a proveedores, Hacienda se resiste a ofrecer una salida que dificultaría el cumplimiento del objetivo de déficit de este año y del que viene. Una circunstancia que lejos de resolver un problema agravaría otro, y lo haría en un momento, además, en el que España no puede permitirse correr riesgos respecto a los mercados financieros. Sin embargo, no es la única razón. La experiencia de los últimos años –a la que se suma la de estos últimos nueve meses– debería ser suficiente para poder comprender que la morosidad en España no es un problema de naturaleza coyuntural –pese que puede agravarse de forma puntual–, sino estructural, al igual que no se trata de un problema exclusivo del sector público, como saben por experiencia muchas empresas españolas. Es por ello que la solución al problema debe ir a la raíz de este en lugar de limitarse a constituir un parche que tarde o temprano terminará resquebrajándose. Desde patronales como Farmaindustria se ha pedido públicamente un endurecimiento de la legislación de lucha contra la morosidad. Una nueva vuelta de tuerca legislativa que aumente significativamente las sanciones y termine con la apariencia de impunidad de que parecen gozar las Administraciones públicas españolas en el cumplimiento de sus obligaciones de pago. No hay duda de que la búsqueda del equilibrio presupuestario constituye una prioridad fundamental para regiones y ayuntamientos, pero ese camino no puede recorrerse a costa de condenar a la quiebra y la desaparición a miles de pequeñas empresas a las que se les adeudan cantidades de las que depende directamente su supervivencia. Se trata de un círculo vicioso de efectos económicos perversos que es necesario romper cuanto antes de forma firme, clara y contundente. La hora de los dividendos D e los más de 16.000 millones de euros que las empresas cotizadas emplearon en retribuir a sus accionistas en el primer semestre del año, un total de 4.134 millones se entregaron bajo la fórmula de dividendo opción o scrip dividend, lo que supone el doble que en el mismo periodo del año anterior. La ventaja de esta modalidad retributiva reside en que permite satisfacer a los accionistas sin que se produzca una salida de caja de la compañía. Ello explica que cada vez más empresas cotizadas recurran a este modelo, que constituye una excelente fórmula de protección –más aún en tiempos como los actuales, en los que las dificultades del mercado hacen mella en los resultados empresariales– y permite al tiempo seguir mimando a los inversores. La operativa del scrip dividend posibilita al accionista elegir entre cobrar su dividendo en efectivo, recibir las acciones procedentes de la ampliación o vender los títulos en el mercado. Su popularidad está creciendo sobre todo entre las entidades financieras, especialmente pendientes del proceso de saneamiento de sus balances. Pese a los embates de la crisis, algunas compañías –es el caso de BME, Mapfre, Amadeus o Inditex– continúan manteniendo su reparto de dividendos e incluso unas cuantas lo han elevado. Una decisión valiente en tiempos de incertidumbre. Esperando el nuevo Código Mercantil D ijo el ministro Ruiz-Gallardón el pasado julio que este otoño tendríamos noticias sobre el nuevo Código Mercantil, en forma de anteproyecto de ley. Esta misma semana, en un acto público, ha vuelto a referirse a él. Lo cierto es que aún quedan dos meses para que se acabe el otoño, por lo que los rumores desde los despachos del Ministerio de Justicia en relación con esta novedad legislativa no deberían tardar demasiado en empezar a escucharse. Es bastante razonable pensar que dada la situación actual por la que atraviesa España, el “lanzamiento” de este nuevo Código no es uno de los motivos principales de preocupación para la sociedad española. Sin embargo, la llegada de este inédito cuerpo normativo puede suponer un cambio muy importante para los operadores del tráfico mercantil, en el sentido más amplio del término. La creación de este Código, a imagen y semejanza del Code de Commerce francés (numeración independiente de libros, títulos y capítulos, de forma que no sea necesario reformar el conjunto del Código en caso de que haya algún precepto a modificar), y que busca flexibilidad en su sistematización, fue impulsada hace seis años, en noviembre de 2006, por el entonces Ministro de Justicia, López Aguilar. Tres ministros después (Fernández Bermejo, Caamaño Domínguez y el propio Ruiz-Gallardón), un cambio en el partido del Gobierno, y seis años en los que la Comisión General de Codificación ha estado trabajando para conseguir compilar en un único cuerpo toda la normativa mercantil, dispersa como pocas, parece que serán suficientes para que este proyecto nazca antes de finales de este año. No se debe pensar, por tanto, que este naciente Código Mercantil se trata simplemente de una “actualización” del actual Código de Comercio, que data de 1885. Es cierto que esta norma, forzosamente anquilosada, con un lenguaje caído en el olvido y con supuestos de hecho sin encaje en la actualidad, ha quedado, en gran medida, superada por la realidad de la evolución normativa. No es nada extraño abrir el Código de Comercio y encontrarse con títulos completos derogados por leyes posteriores, y cuyo contenido se limita a puntos suspensivos y a una referen- cia a la norma que lo derogó. A modo de ejemplo, si uno abre al azar el Código de Comercio actual y se encuentra con el artículo 380, verá que en la misma página ya no existe regulación ni para los contratos de seguro, ni para el contrato y letras de cambio, ni para libranzas, vales, pagarés a la orden y mandatos de pago llamados cheques. Por tanto, no sería suficiente con reformar el Código de Comercio de 1885 para hacerlo actual. La idea de este nuevo Código Mercantil, anunciada en julio por el Ministerio de Justicia, es reunificar en un mismo cuerpo normativo todo el elenco de normas que en la actualidad se encuentra disperso entre leyes, reales decretos, u otras normas con inferior rango. Es decir, volver a dotar al Código de Comercio, bajo el nombre de Código Mercantil (este extremo pendiente de confirmación), de la unicidad de la que carece en estos momentos y del rango que merece. Se aprovechará además para incluir determinadas materias que carecen de regulación legal en la actualidad o incluso ciertos contratos mercantiles sin normas con rango de ley que los regulen. Se trata de una iniciativa muy acertada, al menos sobre el papel. JAVIER GÓMEZ DE MIGUEL ABOGADO DE ‘CORPORATE’ DE PEREZ-LLORCA “ No sería suficiente con reformar el Código de Comercio de 1885 para hacerlo actual” Puede ayudar a dotar a España de una mayor seguridad jurídica de cara a inversores extranjeros, tan necesitados estos días, como el propio ministro afirmó. Además, puede ser apropiado reseñar que la legislación mercantil es estatal, sin que hayan sido transferidas a las comunidades autónomas competencias en dicha materia, por lo que el nuevo Código Mercantil servirá para garantizar la unidad de mercado a nivel nacional, uno de los tres grandes principios de transcendencia económica (junto con la libertad de empresa y la libertad de residencia) que predica el artículo 139 de la Constitución. Por esta razón, no es de extrañar que el nuevo Código Mercantil vaya a incluir más materias que el actual Código de Comercio, consiguiendo así un mayor espectro de aplicación del principio constitucional de unidad de mercado. Sin embargo, habrá que aguardar al texto que finalmente salga a la luz para ver si efectivamente se trata de una obra de compilación, o si, aprovechando la coyuntura y como ya ha sucedido en el pasado, se incluyen modificaciones de carácter esencial en las normas que formarán parte del esperado Código.