apostolado de los seglares

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GÉRARD PHILIPS
APOSTOLADO DE LOS SEGLARES
La Iglesia no es sólo docente y clerical. Los seglares son también sus miembros
responsables con funciones específicas e insustituibles. El autor de «Misión de los
seglares en la Iglesia», resume aquí las principales cuestiones en torno a la teología del
laico.
L’état actuel de la pensée au sujet de l’apostolat des laïcs, Ephem theol. Lovan., 35
(1959), 877-903
A partir del II Congreso de Apostolado seglar, el tema "apostolado de los seglares", que
ya venía interesando desde hacía tiempo, adquirió definitivamente carta de ciudadanía
en el campo de la teología. El apostolado de los laicos es ya un tema teológico que no
puede encontrar solución adecuada si no es en el marco de una síntesis eclesiológica.
Pero a la vez tiene un carácter práctico y pastoral pues el "apostolado de los seglares" se
refiere a la vida cristiana concreta en todas sus dimensiones: compromete la existencia
del cristiano en el mundo.
Dividiremos este resumen en cuatro apartados: aspectos dogmáticos del problema,
aspectos estructurales, espiritualidad y pastoral, breve noticia del estado del problema
en la teología protestante y ortodoxa.
ASPECTOS DOGMÁTICOS
La "emancipación del laicado"
El papa Pío XII en el primer Congreso mundial de Apostolado seglar se muestra
reservado ante el título: "emancipación del laicado": "En el reino de la gracia, dice,
todos son considerados adultos". De suyo la expresión: "emancipación del laicado"
encierra una pequeña herejía. La teología sacramentaria habla del "adulto cristiano",
efecto, según Sto. Tomás, del Sacramento de la Confirmación (S. T. 3 q. 72). Por este
sacramento el bautizado queda habilitado para dar testimonio de su fe, sin que esto
suponga autoridad alguna sobre sus hermanos. Con ello se abre un horizonte del
sacramento de la confirmación casi por descubrir.
Sin embargo los laicos tienen la impresión de ser como menores de edad en el seno de
la Iglesia. Fácilmente encontraríamos razones explicativas de este fenómeno: instancia
constante durante casi cuatro siglos a la sumisión a la jerarquía como defensa frente al
protestantismo; instinto de seguridad que conduce a preferir la protección paterna al
ejercicio de la propia responsabilidad; quizás también interpretación desviada del
espíritu de infancia evangélico. Estas razones explican el fenómeno, pero no lo
justifican. Por eso conviene delimitar sin estrecheces el papel del laico en el seno de la
Iglesia, y en concreto, en el apostolado.
El apostolado seglar es un fenómeno propiamente religioso
Es la primera cue stión importante que se nos plantea: ¿el apostolado de los laicos es un
apostolado propiamente religioso, es decir: tienen los laicos un sitio en la difusión del
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mensaje evangélico, o bien su misión es de mera resonancia, en el campo de lo
temporal, de los principios cristianos?
Ningún autor niega absolutamente el carácter religioso del apostolado seglar; con todo
algunos lo explican de tal forma que queda casi anulado. Tal es la sentencia del P. K.
Rahner y de algunos otros [K. Rahner, "L'apostolat des laïcs". Nouv. Rev. Théol. 78
(1956) páginas 3-32].
Según el P. Rahner los cristianos no ordenados, pero que consagran todo su tiempo al
apostolado, pasan ipso facto al rango de los clérigos; es decir: poseen como ellos el
poder de jurisdicción, aunque no ostenten, claro está, el poder de orden. Con esto el P.
Rahner intenta soslayar un posible exceso de dominio de los clérigos sobre la acción de
los laicos; pero creemos que su actitud les perjudica más todavía pues, según ella, los
laicos sólo podrían ser propiamente apóstoles a costa de abandonar su condición laical.
Esta teoría ha provocado fuerte reacción. Ya Pío XII en el II Congreso de A. S. parece
contradecirla: "Los poderes de orden y de jurisdicción siguen estrechamente ligados a la
recepción del orden en sus diversos grados". Y el Código de Derecho Canónico afirma
en el canon 118 que solamente los clérigos pueden recibir la jurisdicción eclesiástica.
Abundante ha sido también la reacción de teólogos y canonistas. Destaquemos el
artículo del P. J. Hamer: "Le fondament biblique et théologique de l'apostolat des
fidèles". Evangéliser 13 (1959) páginas 416-456. En él se distinguen la "con fessio
fidei", la "homología" (Rom 10, 10), del "kérygma" apostólico. La primera pertenece a
los laicos, mientras que el kérygma apostólico es exclusivo de la jerarquía. Los laicos
son testigos de la palabra por la fuerza del sacramento de la confirmación; no son
predicadores, maestros de Israel.
Así, pues, nos preguntamos: la enseñanza de la religión en el seno de la familia, la
transmisión de la fe, las escuelas o catequesis dirigidas por laicos, ¿no son apostolado?
Según la sentencia del P. Rahner no pasarían de ser un apostolado metafórico, a no ser
que tales laicos se dedicaran totalmente a él.
Creemos sin embargo que tal apostolado no es metafórico, sino real. Además, nos
cuesta admitir que por una diferencia de grado, como es el entregarse del todo o en parte
al apostolado, éste cambie tan específicamente de naturaleza.
Nos parece mejor la explicación de los que admiten como verdadero y real toda forma
de apostolado seglar, aunque éste, al no ser jerárquico, revista una forma o un grado
distinto. Todo apostolado es efecto de una misma fuerza espiritual, la fuerza de la
caridad que nos viene de arriba y que se amolda a la estructura jerárquica de la sociedad
que informa. Los carismas nunca han sido privilegio de la jerarquía, pero siempre se han
sometido a ella.
Un ejemplo puede aclarar lo dicho: la Iglesia es, por su misma esencia, misionera. Y
esta dimensión de la Iglesia no es prerrogativa del clero, sino de todos sus miembros.
Sin embargo este mismo impulso misionero se despliega como en dos órdenes distintos:
los misioneros profesionales, por oficio; y todos los fieles que participan de este mismo
espíritu con sus oraciones, limosnas, etc.
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El laico es apóstol, debe serlo, por el solo hecho de estar bautizado y confirmado. La
gracia que le ha sido conferida por estos sacramentos le impulsa a participar en la
misión salvífica de Jesús, principalmente por el testimonio de su vida santa, pero
también por la oración, el sacrificio y el ejercicio de la caridad. La principal razón de ser
del apóstol laico no es el suplir la escasez de clero; al contrario: cuanto más fecunda sea
en la Iglesia la vida de la gracia impartida por los sacramentos y la palabra del
sacerdote, más vigoroso será el impulso de la caridad en todos sus miembros. El
apostolado del laico, aunque no sea jerárquico, nace de la misma fuente que la misión
apostólica de la jerarquía: la presencia de Cristo en su Iglesia.
Diaconado y Ordenes Menores
Antes de terminar este apartado digamos una palabra del sitio que podría ocupar el
Diaconado en el campo del apostolado. No hablamos del Subdiaconado y Ordenes
Menores porque han sido instituidas más para servicio del culto que para el apostolado.
En cambio, "al Diácono toca servir al altar, bautizar y predicar" (Del ritual de
ordenandos).
Nos podríamos preguntar si en el momento actual de la Iglesia, en especial en los países
de misión, no sería de gran utilidad conferir el Diaconado a muchos, aunque no tuvieran
que llegar necesariamente al sacerdocio. Esta concesión podría ser independiente del
celibato. Los así ordenados dejarían de pertenecer al estado laical para entrar en el orden
clerical y jerárquico. De este modo, no habríamos llegado a una nueva forma de
apostolado seglar, pero se daría un nuevo horizonte apostólico a los que de otro modo
permanecerían tal vez simplemente laicos.
El compromiso en lo temporal de los apóstoles laicos
Otro capítulo importante del apostolado de los laicos nace de la integración de su
quehacer material en el orden de salvación.
La Iglesia está atravesando actualmente un momento de profunda conciencia de esta
realidad. Los dos últimos Sumos Pontífices han hablado expresamente de ello con la
fórmula de la "consecratio mundi", la consagración del mundo, misión eclesial típica
del seglar. En el campo teológico ha tenido también fuerte resonancia, como se
manifiesta en múltiples publicaciones.
El orden de lo temporal, la creación, no está en un plano paralelo e indiferente a la
redención. Es la creación misma la que ha sido restaurada. A través del hombre la
creación ha de salir de la servidumbre del pecado y ser una anticipación del Reino (Rom
8, 19-22).
Si la creación es asumida al orden sobrenatural, al orden de salvación, el laico podrá
realizar su vocación eclesiástica a través de su trabajo temporal. El trabajo del hombre
tiene un alcance humano y redentor a la vez, ya que bajo el imperio de la gracia de
Cristo el trabajo humaniza al cosmos y contribuye a liberarlo de las consecuencias del
pecado. No hay, pues, separación entre técnica y fe; al contrario: el esfuerzo técnico
reviste o puede revestir una significación cristiana. Y lo que decimos de la técnica
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puede ser aplicado a toda forma de actividad humana informada por la caridad: el
quehacer silencioso de la madre de familia, la actividad bienhechora del comercio, el
ejercicio muscular y deportivo.
De este modo, el laico coopera a la fuerza expansiva del reino de Dios, no por algo
añadido a su vida sino por el mismo quehacer material que llena todo su día. S. Pablo
dice en su carta a los Corintios (1 Cor 7, 33) que el laico vive dividido en sus intereses.
Pero Pablo no condena por ello ni el matrimonio ni el trabajo. Es necesario que el laico
supere esta división con una íntima integración, -que a veces exigirá sacrificios
heroicos- entre su interés terreno y el dinamismo de la gracia que habita en él.
PROBLEMAS ESTRUCTURALES
El principio de la organización
El primer punto a tratar en este capítulo es la justificación misma de cualquier estructura
u organización dentro de la Iglesia. Eliminarla ha sido la tentación espiritualista,
constante en toda su historia: la organización, la estructura, obstaculizan el soplo del
espíritu.
Reconocemos los grandes peligros y aun las necesarias limitaciones que supone toda
estructura: exceso de administración, compartimentos estancos que fomentan
rivalidades, más espíritu de dominio que de testimonio, despersonalización,
separatismo, confusión entre lo terreno y lo religioso, etc. A pesar de todo creemos que
la Iglesia, como sociedad compuesta de hombres, se ha de acomodar a su impulso social
y asociacionista. El Espíritu inspirador de la Iglesia humana y social, se acomodará a su
estructura.
Sin embargo hay que procurar prevenir o al menos curar los peligros citados. Para ello
se debería insistir en las virtudes cristianas fundamentales, salvaguardar atentamente la
meta común de los cristianos y sobre todo procurar una mutua abertura no sólo de
espíritu, sino, en especial, de corazón, que supere toda distancia y separatismo.
El problema de la "Acción Católica"
Un caso importante de problema de estructura y que se refiere muy particularmente a la
teología del apostolado laical es el de la Acción Católica.
Algunos grupos de miras más estrechas, han provocado un cierto "malestar" al adjudicar
a la A. C. la exclusiva del apostolado oficial de la Iglesia con las consecuencias que ello
supone para las otras organizaciones apostólicas: menos importancia, eficacia, etc. (ver
Suenens, L..J., "L'unité multiforme de l'Action Catholique". Nouv. Rev. Théol. 80
(1958) p. 3-21).
Sin embargo, hace tiempo que tal horizonte fue ensanchado por Pío XII. Al hablar de la
concordia indispensable entre otras asociaciones apostólicas y la Acción Católica, el
Papa aplicó a aquéllas el estatuto de la A. C. ¿ Por qué no reservar el título de "Acción
Católica" al conjunto de las obras de apostolado, y dar a cada grupo un nombre
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particular? Todos juntos formarían una especie de federación que permitiría a cada uno
salvaguardar sus derechos y moverse con holgura.
Grande fue el eco que esta nueva orientación de Pío XII produjo en el mundo católico.
Por los comentarios parece como si se tratara de un problema más de orden estructural
que de fondo. Además, hay que notar en ellos una cierta despreocupación por la
terminología, pues no es fácil cambiarla de repente. Lo que se pide como indispensable
es una mutua abertura, una disposición de comprensión, de caridad, de tarea común.
La opinión pública en la Iglesia
El trabajo apostólico de los laicos plantea necesariamente la cuestión de la opinión
pública en la Iglesia. Al tratar de este punto es obligado citar el discurso de Pío XII al
Congreso Internacional de Prensa del 17 de febrero de 1950 (Acta Apostolicae Sedis
1950, página 256). En él dice el Sumo Pontífice que sin opinión pública faltaría algo
esencial a la vida de la Iglesia. La licitud y necesidad de la opinión pública queda
patente; el problema está en acertar el punto medio de su aplicación.
Está fuera del alcance de este artículo tratar como se merece el tema de la opinión
pública. Hagámoslo solamente en sus líneas generales.
La opinión de los laicos en materia de fe y costumbres no apunta a su juicio definitivo.
Este está reservado a la jerarquía en virtud de los poderes legados por Jesucristo. La
opinión de los fieles en el seno de la sociedad eclesial es un medio importantísimo para
el justo gobierno de la jerarquía como sucede en toda sociedad bien organizada.
En materia de fe la opinión de los fieles -el "sensus fidelium" de la tradición
eclesiástica-, tiene la garantía de su vida cristiana por la que el Espíritu se comunica de
un modo íntimo y clarividente, desprovisto las más de las veces de formulaciones
especulativas. Estas habrán de ser más tarde elaboradas por el teólogo partiendo de las
experiencias de los fieles o usándolas como comprobante.
En materia de leyes y costumbres la opinión de los fieles es muy conveniente. Ellos
aportan, desde la plataforma de la vida real, la rica experiencia de su aplicación, a lo que
no puede muchas veces llegar la jerarquía por atenta que sea.
Hay que advertir, sin embargo, que las leyes de la opinión pública en la Iglesia no son
las de una democracia civil. Ambas sociedades tienen estructuras distintas. La sociedad
civil se forma de abajo a arriba. Es el pueblo quien elabora su Constitución y elige al
que la ha de regentar. La Iglesia es una sociedad fundada por Jesucristo y regida por su
Vicario y los Obispos, con la ayuda del Espíritu Santo.
En la Iglesia la opinión pública siempre tendrá el carácter de pulsación, de ayuda al
gobierno de la jerarquía.
Para conseguir este equilibrio hay que procurar evitar dos extremos igualmente
viciosos: de una parte, la inhibición del laico para evitarse preocupaciones o por
disconformidad con alguna actitud de clérigos u Obispos. De otra, el paternalismo de
éstos, que sofoque toda iniciativa y responsabilidad de los fieles e impida que lleguen a
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su mayoría de edad como cristianos. Si los clérigos no quieren nunca escuchar, llegan a
comprometer su derecho a hablar y estorban por su parte la eficacia de la palabra.
ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL
Espiritualidad seglar
Mas que de espiritualidad seglar, deberíamos hablar de espiritualidad cristiana, sin más
especificación. La espiritualidad del laico es la espiritualidad del bautizado. Para su vida
de perfección no hay que mediotransformarle en monje. El laico no se ha de santificar a
pesar de su situación mundana, sino mediante ella, como el monje no se santifica en su
monasterio fuera de su oficio, sino mediante él.
El padre de familia debe cuidar con amor del bien de su esposa y de sus hijos y
colaborar valientemente a la prosperidad de su país y de la humanidad. Estos deberes
tienen un carácter sagrado. El Señor ha elevado el matrimonio a la dignidad de
sacramento, y sacramento quiere decir con todas sus letras: signo eficaz de gracia. En
cuanto al trabajo, si se abraza cristianamente, es prolongación de la fuerza salvadora del
sacrificio de Cristo. Todo esto entra de este modo en la órbita del apostolado. Los
padres se preocuparán de propagar la Iglesia a través de la generación, haciendo de sus
hijos, hijos de Dios y nuevos apóstoles. Si por los avances de la técnica mejoran las
condiciones de la vida, este mundo será menos indigno de los hombres, y menos
peligroso para los ciudadanos del cielo. La santidad y apostolado de los laicos no debe
prescindir en absoluto de su vida matrimonial y profesional.
Alguien ha dicho que la espiritualidad seglar es una espiritualidad de ruta. El monje
deja el mundo y se sitúa de golpe en las realidades ultramundanas. El laico ha de llegar
a ellas por el largo peregrinar de este mundo: "sic transeamus per temporalia ut non
amittamus aeterna". Caminemos por el mundo, de tal modo que no perdamos la meta de
la vida eterna. La espiritualidad del laico es espiritualidad de Éxodo, del pueblo cíe Dios
peregrinante por el desierto hacia la tierra prometida, y es también la espiritualidad de la
carta a los Hebreos: Salgamos, pues, a Él, fuera del campamento, cargados con su
oprobio, que no tenemos aquí ciudad permanente, antes buscamos la futura (Heb 13,
13-14).
Algunos puntos de pastoral
La espiritualidad de los laicos es espiritualidad de Éxodo. Como los hebreos caminaban
hacia la tierra prometida reunidos en familias, así también el laico ha de vivir y avanzar
en su vida espiritual con y por la familia. De ahí la oportunidad de estos grupos
matrimoniales de vida cristiana que van creciendo cada día en el seno de la Iglesia. Lo
importante es encontrar el equilibrio entre la sinceridad y mutua comunicación, y la
reserva indispensable que exige un cierto nivel de interioridad de toda persona humana.
Parecido fenómeno es el de la mayor presencia de la mujer en la vida de la Iglesia. Es
el eco de la alabanza paulina a las mujeres que trabajaban por la extensión del Reino
(Rom 16; Fil 4). La teología se ha abierto a este fenómeno de los tiempos modernos, y
es abundante la bibliografía sobre el tema: la mujer en la Iglesia. Algunos autores
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actuales han achacado al feminismo la casi totalidad de los rasgos decadentes de la
Iglesia moderna. Creemos que tal juicio es exagerado. Por otra parte la Iglesia no puede
desprenderse de ciertos rasgos de feminidad. Ella es receptiva y activa como su
prototipo María, virgen y madre. Tal vez otras religiones serán más masculinas que la
cristiana, pero a costa de ser menos universales.
Decíamos que los hebreos caminaban reunidos en familias; pero también formando un
solo pueblo. El pueblo cristiano es el Israel de los tiempos nuevos. Por eso toda
espiritualidad cristiana ha de crecer y sensibilizarse en la comunidad. La misa, la
asamblea de los cristianos, ha de ser el centro de su espiritualidad, y de la misa se ha de
extender a los sacramentos y otras prácticas religiosas. De allí la relación íntima de la
renovación litúrgica con la vida cristiana del laico. Si queremos un progreso en la
espiritualidad seglar nos Demos de esforzar en una justa renovación litúrgica,
acompañada de la catequesis.
Pero el pueblo de Dios, ya lo sabemos, no es un pueblo uniforme y amorfo; es, como
todos los pueblos, multiforme y jerárquico. Junto a los simples fieles coexisten en la
Iglesia los Institutos Seculares, los Religiosos y los Sacerdotes. Todos han de procurar
colaborar a la educación cristiana del laico y favorecer su apostolado. El sacerdote ha de
encerrarse unos años en su Seminario; pero que su teología no quede desvinculada de la
realidad; es necesaria una educación activa en la responsabilidad. Los religiosos siempre
han significado en la iglesia grupos de especialización, según su Instituto. Para defender
su fecundidad han de velar por su autonomía, pero a la vez han de coordinar su acción a
las órdenes del Obispo. Que su influencia en los seglares no sea a través de unos
seudonoviciados de su Instituto. Los Institutos Seculares representan en la Iglesia
moderna un elocuente testimonio de santidad y apostolado en el mundo. Su
desgajamiento espiritual del mundo por los votos y de otra parte su secularización, lo
favorece. Cuiden con todo que este carácter anfibio de su Instituto no les granjee
antipatías por ser interpretado como simulación de su personalidad.
FENÓMENOS PARALELOS
Los laicos en el Protestantismo
Desde la Conferencia de Amsterdam de 1918 principalmente, los protestantes se
preocupan de la misión eclesial de los simples fieles. Y la primera dificultad con que se
encuentran es la de no poder delimitar al laicado, al no existir en su Iglesia ni religiosos
ni sacerdotes.
A pesar de esto, se encuentran con un fenómeno parecido al nuestro: de hecho la Iglesia
está regida por los pastores, los "Pastorenkirchen", mientras que gran parte de los fieles
están abocados a cierta inercia religiosa. Esto prueba que la somnolencia de los laicos
no se debe, por tanto, a la existencia en la Iglesia de clérigos que reclamen su institución
divina; al contrario: la presencia de la jerarquía sirve de estímulo a la actividad de los
fieles, tal como los últimos Papas han señalado.
El libro de H. Kraemer, A Theology of the Laity, London 1958, puede servir como
índice de la mentalidad protestante en torno al tema de la espiritualidad laical: la meta
es el reencuentro de la Iglesia y el mundo. No se trata de enviar el mundo al diablo, y
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agarrarse a la Iglesia como a una tabla de salvación. Hay que salvar al mundo estando
en él, aunque sin ser del mundo; no a base de cleriquizar a unos pocos.
Los Ortodoxos
En la Iglesia Ortodoxa sucede un fenómeno un tanto paradójico: de una parte se reviste
al sacerdote y al Obispo de una gran dignidad; de otra no se les da toda la autoridad
doctrinal. La teoría del "sobornost", espíritu de comunidad, domina el ambiente
ortodoxo. La comunidad es, si no el órgano del magisterio infalible, al menos quien en
último término ha de emitir su aprobación, definitiva.
Los laicos están más comprometidos en los negocios de la Iglesia que entre nosotros.
Ellos intervienen en los Concilios. Los profesores de teología son generalmente
escogidos para ello antes que los mismos clérigos, que se dedican al ministerio pastoral.
Los griegos no darían, pues, razón al P. Congar, quien considera -en su obra "Jalones
para una teología del laicado"- la ciencia teológica como un carisma propio
principalísimamente de los clérigos.
Hay que destacar en la literatura oriental en materia de apostolado seglar la obra del
arcipreste ruso Afana'ef. Según él, el cristiano, por el Bautismo y la Confirmación, tiene
derecho aun al gobierno de la Iglesia, mediante su aprobación a lo que el Espíritu
inspira a la comunidad. El gobierno exclusivo de los obispos es, a juicio del autor, un
exceso de juridicismo que sustituye al carisma.
Aun en medio de desacuerdos en algunos puntos, por otra parte lógicos según cada una
de las concepciones cristianas, católicos y ortodoxos suscribirían sin duda estas palabras
redactadas por un protestante: "La Iglesia es el pueblo de Dios, convocado por Cristo
fuera del mundo, el pueblo profético, sacerdotal y real enviado por Cristo al mundo".
Tradujo y condensó: CARLOS J. BLANCH
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