distintos actores sociales frente a su cuerpo

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DISTINTOS ACTORES SOCIALES FRENTE A SU CUERPO
Silvia Necchi*
El cuerpo como categoría social puede ser considerado desde distintas perspectivas según el sistema de normas que regulan el comportamiento físico de un conjunto de individuos. Se podría hablar
así de distintas “culturas somáticas”.
Es así que, por ejemplo, las diferencias en las
conductas sanitarias (aquellas relativas al cuidado
de la salud) en distintos actores sociales pueden
ser también comprendidas si ponemos nuestra
atención en las normas específicas que regulan
sus sensaciones mórbidas.
Dice Boltanski (1975) en su libro “Los usos sociales del cuerpo”, que las desigualdades en la demanda de atención médica deben explicarse también por las normas específicas que determinan el
grado de interés y atención que conviene prestar a
las sensaciones mórbidas y al cuerpo mismo y por
los umbrales de intensidad a partir de los cuales se
considera anormal una sensación, se expresa y se
acude al médico.
Es indudable que este conjunto de normas que
conforman las distintas culturas somáticas y que
regulan las conductas de los distintos actores sociales, resultan del lugar que éstos ocupan en la
red de relaciones sociales en que se desempeñan,
condicionado principalmente, aunque no absolutamente, por las condiciones materiales de existencia.
A partir de estas consideraciones quisiera centrar principalmente el análisis en un área donde el
cuerpo adquiere singular importancia: las conductas sanitarias. Trataré entonces de describir el desempeño de distintos actores sociales frente a la
percepción de sus malestares, de sus sensaciones
mórbidas, tomando dos ejes de análisis: a) su inserción en la estructura socioeconómica y b) el desempeño de sus roles sexuales.
El trabajo manual es el modo de producción dominante en las clases populares e impregna todas
las áreas de su vida cotidiana, tanto en la esfera
del trabajo como en el ámbito doméstico. Esto implica un uso intensivo del cuerpo, el cuerpo es su
principal instrumento de trabajo. No hay una relación reflexiva ni consciente con él, la experiencia
de su cuerpo es la experiencia de su fuerza física.
* Socióloga, integrante del Centro de Investigaciones de
Medicina y Sociedad.
“El cuerpo puede ser visto como cualquier otro
objeto que está para ser gastado pero no reparado... Los grupos obreros piensan que el cuerpo tiene una limitada duración: durante la juventud se lo
disfruta, durante la vejez se lo sufre y aguanta estoicamente” (Rosemblat y Schuman, 1964).
En un estudio del cual formé parte en 1988, sobre “Estrategias familiares en relación a la atención
de la salud”, donde se preguntaba por los problemas de salud acaecidos en las familias en los tres
últimos meses sobre una muestra de Capital Federal, se observó que los niveles de percepción de
los trastornos mórbidos eran más bajos en el estrato inferior (Cuadro 1)
Cuadro 1.
Proporción de individuos que percibieron algún
episodio mórbido según nivel socioeconómico
(en porcentajes)
Nivel
S.E.
Total
E1
E2
E3
E4
Percepción
Percibieron
62
61
68
66
49
No percibieron
38
39
32
34
51
N = 3.078.011 individuos; n = 713.
Especialmente declaraban en menor proporción aquellos trastornos que clasificaban como leves, es decir molestias que no implicaban una interferencia en las actividades cotidianas. Se concluía entonces en dicho trabajo: “en los niveles
más bajos no se perciben como alteraciones de
salud, síntomas que en los más altos desencadenan acciones de autocuidado o asistencia médica” (Schufer de Paikin et al. 1990).
Podría afirmarse que “en los sectores populares los síntomas son registrados cuando aparece
un alto compromiso corporal”. (Llovet, 1984).
Afirma Boltanski en su trabajo mencionado: “el
interés y la atención que los individuos atribuyen
a su cuerpo aumenta a medida que se sube en la
escala social”. A medida que se sube en la escala social aumenta el nivel de instrucción, disminuye la importancia del trabajo manual y se incrementa el trabajo intelectual. Esto no exige fuerza
ni competencia física especial. Estos sujetos sociales establecen una relación consciente con el
cuerpo y reciben entrenamiento para percibir y
expresar sus sensaciones físicas.
Este entrenamiento lo reciben tanto por su mayor exposición al sistema educativo como por su
accesibilidad al sistema de atención médica, al
que recurren más frecuentemente que los sectores populares.
En un programa de investigación y actividades, relativo a las enfermedades cardiovasculares efectuado en Suiza entre 1977 y 1980, se
evaluaron las actitudes sanitarias (grado de interés por la salud y la enfermedad) y las representaciones somáticas (imagen que tiene el individuo
de su cuerpo). Se concluía en dicho trabajo que
en las clases medias y altas predominaban las
respuestas que reflejan una actitud de fomento
activo de la salud, en especial mediante el deporte. En cuanto a las representaciones somáticas,
lo característico era que el cuerpo es considerado
en estos sectores como un valor en sí, con el que
se establece una relación consciente buscando
su bienestar e incorporándolo a la imagen social
del individuo (Gutzwiller F., Martin J. y Lehman
Ph., 1987).
En el estudio referido anteriormente sobre familias de Capital Federal, se observó claramente
la percepción diferencial de trastornos mórbidos
entre distintos estratos sociales: los estratos medios y altos referían alrededor de un 10% más de
episodios leves que los estratos populares, lo que
confirma la percepción más aguda de los primeros para considerar anormal una sensación corporal y los muestra más atentos a las manifestaciones del cuerpo (Cuadro 2).
Centrando ahora nuestro análisis en los actores sociales considerados bajo su condición de
género, se ha observado también que existen
Cuadro 2.
Gravedad del episodio mórbido según nivel
socioeconómico (en porcentajes)
Nivel
S.E.
Total
E1
E2
E3
E4
Leve
76
73
83
81
68
Severo
17
13
22
16
13
Grave
6
2
3
3
17
Ns/Nc
1
2
2
0
1
Percepción
N = 1.908.000 individuos; n = 426.
ciertas regularidades en las conductas sanitarias
de los hombres por un lado y de las mujeres por
el otro.
Algunas de las diferencias en las normas específicas que regulan las sensaciones mórbidas
de hombres y mujeres considerados como actores sociales, pueden ser comprendidas teniendo
en cuenta la división sexual del trabajo social. Los
hombres tradicionalmente han sido asignados a
la producción material de bienes (ámbito público)
y las mujeres a la reproducción social y doméstica (ámbito privado). Aunque a partir de la creciente incorporación de mujeres al ámbito público esta división estereotipada del trabajo social está
tendiendo a cambiar, en amplios sectores de la
sociedad sigue fuertemente arraigada esta asignación de roles, especialmente a nivel de contenidos ideacionales.
La condición de enfermo se asimila hoy día a
la de paciente. Esto implica asumir un rol de dependencia hacia el curador y conlleva el abandono de otros roles cotidianos. El hombre, al que se
le adjudica fortaleza física y anímica como condición esencial de virilidad y se le atribuye responsabilidad en la provisión económica del hogar,
tiende a rechazar la situación de dependencia
que implica el estar enfermo. Como se verá más
adelante, los hombres de las familias estudiadas
en Capital Federal declararon menos problemas
de salud que las mujeres y acudieron menos que
ellas a la consulta médica, en un período dado.
Estas conductas masculinas se acentúan en
los sectores populares; en el estudio realizado
por J. Llovet (1984) sobre servicios de salud y
sectores populares se describe muy bien cómo
los hombres de estos sectores sólo acuden a los
servicios de salud cuando las molestias los imposibilitan totalmente para el desempeño laboral: “el
hombre es el que debe sufrir cambios más bruscos cuando se enferma y pasa a convertirse en
paciente... coloca al afectado en el papel de sujeto ‘necesitado’ el cual se contrapone polarmente
con la función de jefe que mantiene y tiene a su
cargo dependientes ...es posible que tenga que
anular por un tiempo su principal espacio de actividad -el afuera, el ámbito extradoméstico- y tenga que permanecer las 24 horas del día en su casa, el lugar de las mujeres y los niños”.
Los eventos vitales que recorren las mujeres a
lo largo de su vida: menarca, contraconcepción,
embarazo, parto, crianza de los hijos, etc., han sido transferidos crecientemente en las últimas décadas al ámbito de la medicina. Este proceso llamado de medicalización implica la intervención
expansiva de la medicina moderna en distintos
aspectos de la vida cotidiana de las personas,
Cuadro 4.
que afecta especialmente a las mujeres.
Estos hechos sumados al rol de cuidadoras de
la salud familiar e intermediadoras de la atención
de los miembros enfermos con el sistema médico,
colocan a las mujeres en una posición especial
frente a sus cuerpos.
Por un lado, sus reiterados contactos con la
atención médica las hacen más entrenadas para
percibir sensaciones mórbidas, que tienden a registrar más fácilmente que los hombres, pero por
otro, esto las lleva a menudo a desarrollar mayor
dependencia respecto de los profesionales de salud y de sus servicios.
Si consultó con alguien según sexo
(en porcentajes)
Sexo
Masculino
Percibieron
62
59
65
No percibieron
38
41
55
Femenino
No
42
46
39
Sí
58
54
61
N = 1.908.011 individuos; n = 426.
mujeres se ve afectada por las condiciones materiales de existencia que limitan la percepción de
los trastornos mórbidos. Las mujeres de las clases populares y especialmente las más pobres,
muy limitadas en sus condiciones materiales, con
gran carga de trabajo físico debido al número de
hijos, la ausencia de artefactos domésticos que
alivien el trabajo manual, la escasez de recursos
económicos que restringen el aprovisionamiento
de alimentos y la reposición de ropa, realizan un
uso intensivo del cuerpo equiparable al de los varones. Esto impide la percepción de síntomas y
sólo son notados cuando se registran impedimentos serios al desempeño cotidiano. Y a pesar de
que dentro de sus innumerables tareas cumplen
también el rol de agentes sanitarios de sus familias, no tienen tiempo ni espacio para escuchar ni
atender su propio cuerpo. En el estudio de Capital Federal las mujeres del estrato más bajo declaran percibir 3% menos episodios que los hombres, mientras que en los otros estratos aparece
alrededor de un 7% más de episodios declarados
por mujeres (Cuadro 5).
Debe quedar claro que lo hasta aquí expuesto
da cuenta de tendencias observadas en las conductas sanitarias de distintos conjuntos sociales.
Proporción de individuos que percibieron algún
episodio mórbido según sexo (en porcentajes)
Total
Masculino
Consulta
Cuadro 3.
Nivel
S.E.
Total
Femenino
Percepción
N = 3.078.011 individuos; n = 713.
Es así que en el trabajo mencionado realizado
en Capital Federal, las mujeres declaraban percibir
un 6% más de episodios mórbidos que los hombres (Cuadro 3).
Por otro lado se observó que las mujeres eran
más propensas a la consulta médica: de todos los
sujetos que declararon haber tenido problemas de
salud, consultan el 61% de las mujeres y el 54% de
los hombres (Cuadro 4).
Pero aquí también la condición de género que
diferencia las conductas sanitarias de hombres y
Cuadro 4.
Si consultó con alguien según sexo
(en porcentajes)
Nivel S.E.
E1
E2
E3
E4
y sexo
Masc.
Fem.
Masc.
Fem.
Masc.
Fem.
Masc.
Fem.
Percibieron
52
59
66
73
62
70
52
49
No percibieron
49
41
34
27
38
30
48
51
Percepción
Estas tendencias reflejan la exposición de los actores a normas que resultan de una estructura de
relaciones sociales. Esto no implica un comportamiento homogéneo de los individuos que comparten esta estructura. Las condiciones materiales
de vida y la condición de género, tomadas como
ejes de análisis para comprender las actitudes
frente a la salud y a la enfermedad, constituyen
estructuras de opciones que se les presentan a
los sujetos, quienes dan sentido a esas condiciones y pueden asumir conducta alternativas frente
a ellas. Estas conductas son asumidas a partir de
sus historias personales, lo que incluye tanto aspectos biológicos, psicológicos como socioculturales, que podrán introducir variaciones en las
grandes tendencias descriptas.
BIBLIOGRAFÍA
1. Boltanski, L.: Los usos sociales del cuerpo. Buenos
Aires. Periferia. 1975.
2. Gutzwiller, F., Martin J., Lehman P.: Prevención primaria de las enfermedades cardiovasculares en Suiza. Foro Mundial de la Salud, 1987, vol. 8, Nº 1, 4551.
3. Llovet J.J.: Servicios de salud y sectores populares.
Los años del proceso. Buenos Aires. Estudios Cedes. 1984.
4. Schufer de Paikin M., Prece G., Necchi S., Adamo
M.T.: Estrategias familiares en relación a la atención
de la salud. Estudio descriptivo de las ciudades de
Buenos Aires y de San Salvador de Jujuy. Buenos
Aires, 1990. (Mimeo).
De: MEDICINA Y SOCIEDAD - Vol. 15 - Nº 4 - Octubre-Diciembre 1992
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