Dimensión ética de la evaluación “La evaluación es un proceso porque obliga a pensar en los aprendizajes y en las enseñanzas, se convierte en una práctica de saber, en una práctica social y en una práctica discursiva que responde de manera diferencial a expectativas y racionalidades manifiestas o encubiertas que se explicitan en las argumentaciones teóricas y prácticas de las acciones de los sujetos de la evaluación. “Así podríamos decir que la evaluación puede considerarse como un dispositivo que conjuga la creatividad y la imaginación, entendida como la creación de imágenes para el conocimiento, la descripción, la interpretación y la valoración de la realidad. Debatir, conversar, poner en consideración los conflictos y las tensiones que genera la evaluación, conduce inexorablemente a una lectura de los discursos que se estructuran alrededor de ella y que se convierten en su sentido más primario. Un discurso ético – político, referido a derechos, legitimidad y poder; y un discurso técnico referido a formas, a procedimientos, a herramientas. “En la manera de entender y comprometernos con el discurso ético – político, subyace una concepción ideológica y de poder que se enfrenta con los mismos principios y postulados con que se corresponde la concepción que cada uno de nosotros tiene sobre la sociedad, la ciudadanía y la civilidad. Los maestros actuamos en relación con la evaluación no solamente en estrecha dependencia con la forma con que nos relacionamos con la disciplina que enseñamos, con el saber sobre la enseñanza, la creación de ambientes de aprendizaje y la construcción de proyectos, la lectura de los diferentes contextos, sino con las concepciones éticas y políticas que configuran nuestra propia historia. “Igualmente, los estudiantes se acompañan de su concepción. Así la evaluación se puede convertir en un aliado para el seguimiento y la transformación, o en un artificio que se aprende para burlar la obtención de resultados. Evaluar es entonces establecer un compromiso ético. Más allá de la dimensión técnica que prevalece en nuestro medio, es permitir alcanzar una vía para que los alumnos diseñen su propio plan de trabajo, es introducir instrumentos variados, continuos y sistemáticos. Desde una concepción ética y política elegimos la forma de operar con el discurso técnico, es decir, seleccionamos las herramientas, los instrumentos para recoger la información. Con ellas tomamos decisiones y desarrollamos la actuación sobre la evaluación, como encuentro o desencuentro, compañía o intimidación, análisis o enfrentamiento, fiscalización o diálogo, juicio o comprobación, ayuda o competición. Las técnicas y sus formas de uso, se convierten en ayudas para recoger y sistematizar la formación. Con ellas regulamos la enseñanza, permitimos que el otro organice su aprendizaje, o dejamos convertir el mundo académico en verdaderas contiendas entre maestros y estudiantes. La forma como se conciben y operan estos discursos favorecen o niegan la formación integral. “El discurso ético político de la evaluación, por ejemplo, tiene una gran carga de poder, y es usual que tome extremos opuestos en la forma de ser concebido. Un extremo apunta a dejar hacer, dejar pasar, todo vale. Aquí la enseñanza, el aprendizaje y, por supuesto, la evaluación, pierden su norte y entran en un espacio vacío. La evaluación es un remedo y apenas si aparece como sentido terminal que invisibiliza la relación con el otro. El otro extremo delimita la evaluación como espacio para la intimidación o el chantaje, que obliga al otro a construir formas de defensa. Algunas frases leídas en las instituciones educativas ejemplifican este extremo: ‘lo peor de ser maestro es tener que evaluar. Si uno no está encima con el examen, ellos no estudian. Estos muchachos llegan cada vez más perezosos y más malos’. Estos postulados de fuerza, por fortuna cada vez se escuchan menos. “La formación integral se favorece cuando la evaluación es entendida como responsabilidad ética, que señala caminos, propone enfoques, teorías, corrientes de pensamiento, acompaña a los estudiantes a acercarse, a conocerlos, a optar. El poder se magnifica en la autoridad que da el enseñar, aprender y evaluar. En el conocimiento profundo sobre lo que se enseña y en el reconocimiento del otro como un interlocutor válido, que se sabe diferente y se respeta. Esta es la razón por la cual podemos afirmar que las instituciones de educación superior tienen el compromiso de convertir la evaluación en un proceso transparente. Lo cual significa que tiene que ser un producto legítimo de su vida interna como comunidades académicas. “Para las universidades la evaluación es la herramienta que les permite hacerse transparentes. Nos proponemos y los invitamos a disponernos a este espacio de conversación para exponer y discutir nuestras múltiples experiencias educativas, con el propósito de lograr, por una parte, generar mayor comprensión del campo, y por otra, dar lugar a análisis que contribuyan a marcar líneas de trabajo y nuevas discusiones sobre el tema”. Marta Lorena Salinas Salazar Decana facultad de educación Universidad de Antioquia Presidenta Asociación Colombiana de Facultades de Educación ASCOFADE Texto extraído de la presentación hecha por la profesora en la apertura del Foro Regional de Medellín. Qué ha cambiado en la evaluación Hoy por hoy ha habido un cambio en las prácticas de evaluación y, tal vez, ha sido un cambio para mejorar. Esta tendencia se puede caracterizar por: LA EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE ANTES LA EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE HOY Era uniforme, administrativamente hablando. Hay una libertad grande para hacerla. No había mayor creatividad Exige ser creativos Era sencilla, todo era de memoria Es compleja. Se trata de unir la vida con el conocimiento No hacía diferencia entre las disciplinas Las disciplinas se están preguntando sobre lo propio de la evaluación del aprendizaje en sus respectivos campos