8.-DIMENSION TRASCENDENTAL Por: Mag. Farid Carmona Alvarado La dimensión trascendental, también es llamada dimensión espiritual, pero preferimos el primer termino en la medida que con ello prevenimos interpretaciones en las cuales confundan lo espiritual con lo religioso. Es precisamente la dimensión trascendental en la que se construye el sentido de vida, el horizonte hacia donde queremos caminar. En la dimensión trascendental confluyen los diversos procesos que se generan desde cada una de las dimensiones, para ir dando determinadas particularidades dependiendo de la etapa y nivel de desarrollo. En el ser humano, la dimensión trascendental, empieza a gestarse desde los primeros momentos del niño o de la niña, cuando empieza a auto reconocerse para posteriormente reconocer a los demás como legítimos otros, cuando empieza a sentirse parte importante en su núcleo familiar para más tarde ser un ciudadano participativo y solidario, cuando empieza el ejercicio colaborativo en la escuela, para luego ser un ciudadano investido de la capacidad de ser solidario con los congéneres. Este proyecto de vida, se ve enriquecido con el descubrimiento de las potencialidades que cada quien tiene, y se fortalecen con el reconocimiento que los demás hacen de ellas. Es a través del proceso formativo y con la intencionalidad del maestro, como el niño y la niña van descubriendo sus talentos y desarrollando habilidades y destrezas, las mismas que posteriormente harán parte de las competencias. El proyecto de vida, se convierte en una alternativa para ir replanteando propósitos y desarrollar procesos, funciones, habilidades y destrezas que habilitan al ser humano para auto trascenderse. Cuando el niño o la niña sale del seno familiar ( primer escenario) para insertarse en la Escuela ( segundo escenario), ya tiene una visión cosmogónica ( del universo), ya tiene un ideario, ya debe tener unos hábitos mínimos de autocuidado, unos elementos básicos de autovaloración (inicio de la autoestima), y lógicamente todo lo anterior lo lleva a iniciar el autoreconocimiento, para los casos en que ese núcleo familiar sea amoroso, de lo contrario, es decir, cuando el núcleo familia es rechazante, el proceso de autoreconocimiento también será negado y posterior en los espacios de convivencia negará al otro. Es en este segundo escenario, donde el niño y la niña debe encontrar los elementos para el desarrollo de la imaginación y con ello dar paso a la creatividad, partiendo de ese mundo sincrético en que vive el niño y la niña antes de los cinco años, es decir, un mundo sin limites entre lo físico y lo imaginario. Todos estos elementos, se convierten en los insumos para que posteriormente, el ciudadano llegue al tercer escenario, que es la sociedad misma, equipado con unos saberes, con unos conocimientos, con unos ideales, con unas actitudes, con unos valores y con unas estructuras cognitivas que permiten vivir con los demás en perfecta armonía, reconociéndose a si mismos para reconocer a los demás. De igual manera, puede decirse que la dimensión trascendental se expresa a través de las competencias ciudadanas, que bien pudieran entenderse como la síntesis de las funciones y procesos propios de las siete dimensiones anteriores. No podemos aspirar a encontrar un ser humano con las competencias ciudadanas desarrolladas si desde la niñez y con el concurso de la familia, escuela y sociedad misma, no se construyen los espacios para el desarrollo de las acciones intencionalmente planeadas y refrendadas con el amor que nos aseguren un desarrollo integral del ser humano. EL PROYECTO DE VIDA COMO BUSQUEDA DE LA TRASCENDENCIA Por: Ginger Torres de Torres El ser humano debe desarrollarse hacia su autodescubrimiento pleno. Sin ningún asomo de duda de lo que desea SER. Es decir ningún animal cuando nace tiene dudas de qué ES, en lo que se va a convertir: un carnívoro se comerá a otros animales, uno herbívoro comerá hierbas, un mono trepará árboles, un pez nadará, un pájaro volará, etc.; sin embargo, el ser humano puede desarrollarse como músico, deportista, contador, albañil, senador, comerciante, monje budista, docente y un sinnúmero de especialidades que le definen como persona. Todo ello está contenido en su proyecto de vida. El proyecto de vida constituye pues un marco importante que desde niño un ser humano debe poder construir para lograr el fin último de los humanos. El amor, la libertad y con ellas la trascendencia. Ese proyecto de vida tiene unos matices individuales que los proporciona la familia en primera instancia, la escuela como segundo núcleo influenciador y luego la sociedad como el sitio donde se intercambiaran los saberes y aprendizajes demostrando las competencias que se consolidaron durante todo el desarrollo y que variarán según las exigencias de la misma sociedad. Estas competencias que son el saber, el saber hacer, el saber hacer en contextos adecuados y el ser responsable, tocan la dimensión trascendental del ser humano desde la moralidad como fenómeno social. Es decir, la moral se desarrolla entre la dimensión valorativa y actitudinal, la comunicativa y la trascendental. En las tres dimensiones se construye la esencia del ser humano en su interacción con los otros y en su propuesta para la convivencia. Es decir, su trascendencia, el legado que deja, por lo que le recuerdan y le recordarán. “El lenguaje constituye el mejor medio para descubrir la importancia social de cualquier realidad, Analizándolo, descubriremos las preocupaciones religiosas, políticas, económicas, o de cualquier índole en una sociedad. Pues bien, la postura moral está presente en la vida de todos nosotros y colorea todas las relaciones sociales. Desde muy niños aprendemos que hay cosas buenas y cosas malas, que unas actividades son simplemente toleradas, otras premiadas y otras castigadas. La familia, el colegio, la televisión, las lecturas, etc., van habituándonos paulatinamente a diferenciar los comportamientos positivos o buenos de los negativos o malos. “Esto es bueno”, “aquello es malo”, “no debes hacer eso”, “debes portarte bien”, “tenemos que ser buenos”, “a los niños malos Dios los castiga”, etc., son expresiones que el niño va grabando en su mente y operan en ella inconscientemente como condicionadores de lo que somos y seremos. A medida que crecemos, esta primera y sencilla diferenciación de los actos se vuelve más compleja y se teoriza hasta distinguir y valorar las normas de conducta de acuerdos a su origen. Así, lo bueno y lo malo puede referirse a diferentes aspectos de la vida humana. Pueden referirse al ámbito de las costumbres sociales, como a las formas de comunicación, las normas de urbanidad, el respeto a las tradiciones; puede referirse también al ámbito de la religión, como los mandamientos que Dios ha dado al hombre; y pueden referirse, por último, al ámbito de los valores que conducen a la perfección humana, independientemente de toda prescripción religiosa o social. Cada uno de estos ámbitos posee su propia criteriología. A veces coinciden o se complementan. Otras veces se oponen. Cuando una sociedad es tradicionalmente religiosa, resulta muy difícil distinguir el fundamento de una valoración determinada. Por ejemplo, en el caso del aborto o del divorcio, tan pronto oímos condenaciones, sabemos que hay preceptos religiosos de por medio, y cuando oímos permisividad sabemos que se constituye desde lo seglar y el derecho social. Condenas y aprobaciones a veces se confunden y otras se enfrentan radicalmente. A este nivel localizamos una abundante terminología. Hablamos de Moral e inmoral, lícito e ilícito, permitido y prohibido, honesto y deshonesto, ético y no ético, justo e injusto, etc. Las Acciones positivas denominadas virtudes y las negativas vicios. Y de acuerdo al grado de virtud o vicio que encontramos en las personas, las clasificamos. Unas son buenas, decentes, honorables, dignas, magníficas. Otras son indecentes, ruines, vulgares, deshonestas, perversas, inmorales, bajas. Estas formas de comportamiento no son algo sobrepuesto a la persona, sino su misma vida evaluada desde un determinado criterio de perfección o de realización. De ahí la existencia de una terminología moral, actitudinal y comportamental que hace relación al estado anímico de las personas. Cuando alguien ha sido muy afectado por un contratiempo, decimos de él que está desmoralizado, deprimido, decaído, sin moral, con la moral caída o con la moral en los pies; o bien, al contrario, que está recuperando o levantando la moral, que tiene la moral muy alta, que es exitoso. Aunque el significado de este lenguaje es más psicológico que moral, se menciona para hacer ver en la mentalidad común como lo moral y lo vital llegan a confundirse. En esto, el pueblo espontáneamente, al margen de toda elaboración teórica, expresa una profunda realidad: la moral es algo vital, algo existencial, es la vida misma en su búsqueda autoevaluada de la perfección. Las personas que dejan huella son aquellas que rompen los cánones de lo social, en sus propuestas, actuaciones y su moral.” GONZALEZ ALVAREZ, Luis José. USTA. Bogotá 1986. El hombre tuvo su origen en el reino animal y pertenece a él, sin embargo, a diferencia de los animales el hombre ha modificado su ambiente y ha organizado y recopilado su historia para aprender de ella. El animal no puede salirse de los límites que le impone su especie. El hombre en cambio a través de su historia ha ido rompiendo las limitaciones que el medio le impone para ir procurándose bienestar y confort, situación que le permite manifestaciones de creatividad y libertad. El hombre entiende sus limitaciones y toma conciencia de ellas. Evalúa sus posibilidades y las lleva hasta el límite para proponer nuevas acciones que permitan trascender esos límites y ampliar sus horizontes. Ese es el legado del hombre y esa es la posibilidad de trascender. Este permanente vivir creando nuevas posibilidades, no sólo afecta las relaciones del hombre con la naturaleza, sino que afecta también y con fuerza la conciencia de su propia vida. A medida que se desarrolla como individuo y que evoluciona como especie, toma conciencia de una perfección que él no posee, pero a la que puede aspirar. El ser humano se puede sentir tensionado, casi desgarrado, entre lo que hoy es y lo que puede ser, entre su ser ya dado desde la práctica cotidiana y su poder ser aspirado, soñado. Es en este instante en el cual el ser humano comprende su proyecto de vida; lanzado hacia un campo de posibilidades que le proporciona precisamente el ser un ser humano, un campo de posibilidades que le ofrece su ser y sus circunstancias. Este horizonte de posibilidades se empieza a gestar desde el mismo momento que el niño y la niña se autodescubren como seres diferenciados en el mundo, y empiezan a reconocer las normas y exigencias de la convivencia social. El proyecto se consolida cuando ese autodescubrimiento permite una autoevaluación y selección de las facultades, habilidades, competencias, experiencias que les son más afines y placenteras, las que le procuran expectativa, deseos de conocer y romper barreras conocidas, dadas y aceptadas. Proyectarse hacia nuevos horizontes y posibilidades; una realidad IDEAL exigente que le exige transformaciones a su SER HUMANO DADO, lo que lo obliga a ser consciente de su realidad y a exigirse para alcanzar ese otro SER IDEAL, que es también consciente pero que le invita a trascender. “Esta realidad ideal puede manifestarse en múltiples formas. La más simple consiste en esa personalidad ideal que cada uno posee, esa imagen proyectada de uno mismo que todos luchamos por encarnar. Normalmente esta forma no se da sola. El ideal puede aparecer como un ser superior, trascendente a nuestro propio ser, tanto real como posible. Es el caso de la divinidad en cualquier religión; es el caso de la humanidad, la sociedad, la patria, la revolución en determinadas ideologías; y es el caso del arte, la política u otros valores que constituyen la razón de vivir para muchas personas. La conciencia moral de cada persona es expresión de la tensión vital entre su ser real y las exigencias que le plantea esa realidad trascendente. Frente a ella la persona se siente responsable de su actuiar cotidiano. El ideal, enfrentado al propio ser, es el que engendra el sentimiento del deber, de la culpabilidad, de la imperfección, de la insatisfacción.” GONZALEZ ALVAREZ, Luis José. USTA. Bogotá 1986. Como seres sociales no podemos concebir un proyecto de vida referido solamente a nuestra individualidad. El proyecto de vida que busca libertad y trascendencia se realiza a través del amor y ese amor contiene una serie de normas y valores socialmente establecidos e incorporados inherentes al ser humano como tal, de los cuales el mayor es el respeto por la vida y por el otro. “Si vives tu vida para la familia cuando te hayas ido te recordarán tus hijos y tus nietos; si vives tu vida para la sociedad es posible que no conozcas a tus hijos, pero se te abre la posibilidad de que te conozcan generaciones completas de seres humanos. El camino de en medio siempre ha sido el más difícil”.